miércoles, 11 de noviembre de 2009

La callada por respuesta

En España se dice así, dar la callada por respuesta, cuando no se contesta un mensaje –antes diríamos una carta-, una llamada telefónica, una consulta, una petición, un saludo.
Ya se ha convertido en una costumbre, una costumbre moderna: no responder nada ni a nadie: ni sí, ni no, ni digo yo.
Es algo que a simple vista parece no tener sentido, con las facilidades que ofrece la tecnología de las comunicaciones.
Hemos hablado de cartas. Pues bien, escribir una en inefables tiempos pretéritos era complicado. Había que preparar el “recado de escribir”: pluma de ave, tintero, la salvadera –que vertía unos diminutos granos de arena sobre la fresca tinta del escrito, para secarla-, el lacre para cerrar el sobre, el sello que imprimir sobre el lacre…; luego tenía que disponerse de un correo de gabinete a caballo para que entregara los que se llamaban pliegos, que si los había firmado un rey eran, naturalmente, pliegos reales.
Pero ahora, teniendo buen dedo, no hay nada más fácil y más rápido que mandar un mensaje de texto, por ejemplo.
“Recibido”, puede decirse con el dedo. Y uno se queda tranquilo. Su comunicación no se perdió en el éter, llegó a destino.
No se trata de que uno quiera que le contesten con tanta letra como los Episodios Nacionales de Pérez Galdós. Lo que uno pretende es saber si su recado llegó a la máquina –la que sea- del destinatario. Acuse de recibo, se llama esta figura.
Ya nos ocupamos en alguna otra ocasión de esta…”modalidad”, que no podría figurar en ningún manual de buenos modales.
Si el remitente no recibe respuesta debe dar por sentado que ésta es sí, o no, según el caso, me dijo gente que sabe a la que he consultado. También puede ocurrir que al destinatario “le de cosa” contestar, porque no tenga buenas noticias que ofrecer, y entonces lo deja todo así, en el aire.
Esto es una pejiguera, porque quien más, quien menos, con la velocidad con que corren los tiempos, necesita saber, en un lapso prudencial, si va a ser sí o va a ser no. O si lo escrito, o lo dicho, quedó registrado.
Casi siempre, uno insiste; y entonces viene la excusa:
- Pero, ¿cómo…? ¿No recibiste mi e-mail?
- No, no recibí nada.
- Pues te mandé uno, nada más recibir el tuyo.
Otra duda más. ¿Será verdad, no lo será? ¿Fallarán tanto los sistemas, que caerse ya se sabe que se caen?
Dudas hamletianas le corroen el ánimo a uno, un día sí y otro también, mientras espera una respuesta que sabe Dios si llegará algún día.


© José Luis Alvarez Fermosel

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