La… “filosofía” del macho posmo se extiende ya como una mancha de aceite en un papel de estraza. Jóvenes de 50 y 60 años lucen barbas (blancas) de una semana, compran barras de cereales en los quioscos y usan zapatillas de tenis con el ambo de dos piezas y la corbata. Algunos de ellos conducen de semejante guisa programas de televisión. Otros lo hacen con atuendos tipo Mao de color rojo.
Otros, recién separados de sus mujeres, largamente pasados los cuarenta, dejan a sus hijos con ellas a las primeras de cambio y se van a vivir a las casas de sus madres, viudas o divorciadas desde hace años, a quienes habría que cuidar, en vez de ser ellas las que se ocupen de hijos cincuentones.
Muchos son adictos al teléfono celular, acompañan la pizza con gaseosas descafeinadas, van a hacer pilates y sostienen que hay que llorar más, que el hombre debe llorar más, no ya con motivo y fundamento sino porque sí, porque hay que llorar, porque el hombre tiene un costado femenino y debe mostrarlo siempre que haya oportunidad, e incluso sin que la haya.
La mala educación se ha generalizado por completo. Uno entra en un ascensor, o en un consultorio médico donde hay varias personas, da los buenos días o las buenas tardes, según corresponda, y no sólo no le contestan sino que lo miran con asombro, como si uno estuviera loco: gentes de toda edad, sexo y condición.
Nadie responde a nadie ni nada: llamadas telefónicas, correos electrónicos, mensajes de texto, cartas despachadas por vía postal por algún troglodita... Del mismo modo, nadie acusa recibo de envíos de paquetes postales, flores, libros, documentos, dinero…
Comentaba yo esto el otro día con un amigo muy mundano, muy moderno, muy hecho a los usos y costumbres actuales
-- ¡ Pero, gallego, si no te dicen nada es que todo está bien!
-- ¿Cómo?
-- Claro, imaginate que mandas un artículo a un diario o a una revista para que te lo publiquen…
-- ¡Hombre, no va a ser para que lo tiren a la papelera sin leerlo, lo cual no tendría nada de particular, o para que lo archiven sin más!
-- ¡No me interrumpas!. Decía que envías un trabajo a un periódico, a una revista o a donde te dé la gana. Se recibe sin problemas. Pues ya está. ¿Qué más quieres?
-- Que me digan que se recibió. Así me quedo tranquilo, sabiendo que no se perdió por el camino. ¿Acaso no sabes que se pierden infinidad de cosas todos los días y en todas partes?
-- Mira, no le busques la quinta pata al gato. Si nadie te dice nada es que todo está bien, te repito. Si lo que enviaste no se recibió, ya te lo van a decir.
-- ¿Y si mando una carta de felicitación, un regalo, dinero en un sobre, algo delicado que se pueda romper…?
-- No te preocupes, que si algo se rompe ya lo vas a pagar.
Uno sigue creyendo que no cuesta nada acusar recibo, dar las gracias y, si todo está bien, decirlo. Lo que a uno no le parece bien es que se instale el mutismo por sistema y que a fuerza de no hablar caigamos en la estolidez y el cerrilismo. Porque si seguimos así, la incomunicación de Antonioni va a convertirse en un juego de niños.
También es moneda corriente que llames a alguien por teléfono, te atienda una voz entrecortada y se establezca un diálogo como el que sigue (vamos a suponer que el que llama soy yo):
-- Hola, aquí José Luis Alvarez Fermosel, ¿podría hablar con…?
-- ¿Qué?
Otros, recién separados de sus mujeres, largamente pasados los cuarenta, dejan a sus hijos con ellas a las primeras de cambio y se van a vivir a las casas de sus madres, viudas o divorciadas desde hace años, a quienes habría que cuidar, en vez de ser ellas las que se ocupen de hijos cincuentones.
Muchos son adictos al teléfono celular, acompañan la pizza con gaseosas descafeinadas, van a hacer pilates y sostienen que hay que llorar más, que el hombre debe llorar más, no ya con motivo y fundamento sino porque sí, porque hay que llorar, porque el hombre tiene un costado femenino y debe mostrarlo siempre que haya oportunidad, e incluso sin que la haya.
La mala educación se ha generalizado por completo. Uno entra en un ascensor, o en un consultorio médico donde hay varias personas, da los buenos días o las buenas tardes, según corresponda, y no sólo no le contestan sino que lo miran con asombro, como si uno estuviera loco: gentes de toda edad, sexo y condición.
Nadie responde a nadie ni nada: llamadas telefónicas, correos electrónicos, mensajes de texto, cartas despachadas por vía postal por algún troglodita... Del mismo modo, nadie acusa recibo de envíos de paquetes postales, flores, libros, documentos, dinero…
Comentaba yo esto el otro día con un amigo muy mundano, muy moderno, muy hecho a los usos y costumbres actuales
-- ¡ Pero, gallego, si no te dicen nada es que todo está bien!
-- ¿Cómo?
-- Claro, imaginate que mandas un artículo a un diario o a una revista para que te lo publiquen…
-- ¡Hombre, no va a ser para que lo tiren a la papelera sin leerlo, lo cual no tendría nada de particular, o para que lo archiven sin más!
-- ¡No me interrumpas!. Decía que envías un trabajo a un periódico, a una revista o a donde te dé la gana. Se recibe sin problemas. Pues ya está. ¿Qué más quieres?
-- Que me digan que se recibió. Así me quedo tranquilo, sabiendo que no se perdió por el camino. ¿Acaso no sabes que se pierden infinidad de cosas todos los días y en todas partes?
-- Mira, no le busques la quinta pata al gato. Si nadie te dice nada es que todo está bien, te repito. Si lo que enviaste no se recibió, ya te lo van a decir.
-- ¿Y si mando una carta de felicitación, un regalo, dinero en un sobre, algo delicado que se pueda romper…?
-- No te preocupes, que si algo se rompe ya lo vas a pagar.
Uno sigue creyendo que no cuesta nada acusar recibo, dar las gracias y, si todo está bien, decirlo. Lo que a uno no le parece bien es que se instale el mutismo por sistema y que a fuerza de no hablar caigamos en la estolidez y el cerrilismo. Porque si seguimos así, la incomunicación de Antonioni va a convertirse en un juego de niños.
También es moneda corriente que llames a alguien por teléfono, te atienda una voz entrecortada y se establezca un diálogo como el que sigue (vamos a suponer que el que llama soy yo):
-- Hola, aquí José Luis Alvarez Fermosel, ¿podría hablar con…?
-- ¿Qué?
Se repite todo, esta vez muy lentamente y silabeando con cuidado.
-- ¿Quién, Alvaro Fernández?
-- No, Alvarez Fermosel…: Fermosel, vaya.
-- ¿Fernandel?
-- ¡No: F-e-r-m-o-s-e-l!
-- ¿Formosil?
Es que el nivel de comprensión, por lo general es muy bajo. A poco que uno pretenda informarse de algo que no sea muy común, o que pida en un negocio un artículo que no está a la vista, no le entenderán y para sacárselo a uno de encima le dirán que no: así, no a secas.
-- ¿No me entendió, no hay, no quiere usted…?
-- ¡No!
Y uno se va con la música a otra parte pensando que ha hecho algo mal, que no ha sabido expresarse, que no está al tanto de lo que hay que hacer y decir en estos tiempos posmodernos porque uno es para el macho posmo y sus acólitos una suerte de fantasma que viene de tiempos lejanos con códigos obsoletos .
Es frecuente que vengan a entregarle a uno algo a su casa o a su oficina, y la persona que lo trae toque una vez el portero eléctrico, una sola vez, y si uno no le franquea la entrada inmediatamente se vaya con la citación del juzgado, la carta documento, el telegrama –que trae siempre malas noticias-, el cheque o lo que el portador lleve en sus manos pecadoras. Por supuesto, no se deja en la conserjería o en la mesa de entrada ningún aviso, ninguna notificación.
Hay señores con veleidades de onanistas que mandan a diario pornografía grosera y barata a nuestros correos electrónicos y nos llenan de virus la PC. Están los que transmiten cadenas larguísimas o chistes sin ninguna gracia. Son los mismos que se divierten con los juegos que hay en los celulares y las computadoras, juegos infantiles, todos.
Es la época, esta era, son los tiempos que corren, son otros modos, otras modas. Es la prédica del macho posmo que, como dijimos al principio, está llegando a todas partes y tiene ya muchos seguidores.
El macho posmo es tan libre, tan desprejuiciado, tan fresco, tan “cool”…
© José Luis Alvarez Fermosel
2 comentarios:
¡Hola José Luis! Uno de mis mayores sufrimientos hasta con mis propios hijos es que ninguno saluda ni responde el saludo. Cuando uno los llama a comer o porque los necesita, gritan: ¡ya voy! Pero no vienen nunca. En cuando a los e-mails, tiene razón. Las cadenas son espantosas. Yo no las respondo. Es más, ni siquiera las abro. Pero hay algo que no me había dado cuenta. Es verdad que muchísimas de ellas procede de gente grande que pasa largo los 40. Lo felicito y si tengo algún dato, le escribo. Isabel (barrio Colegiales)
Gracias, Isabel, por tu comentario. Así estamos con estos chicos y otros que no lo son tanto.Tus datos y sugerencias serán siempre bienvenidos. Saludos cordiales.
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