jueves, 30 de octubre de 2008

Tenía razón Sherlock Holmes

Dejamos de lado sistemáticamente lo pequeño, las cosas pequeñas. Hay que estar siempre pendiente de los grandes temas. Así mostraremos que estamos actualizados, o mejor aún, que podemos dar opiniones importantes, porque son nuestras, sobre cuestiones de indiscutible relevancia.
El historiador italiano Carlo Guinzburg sostuvo hace tiempo que hay un parentesco entre los sistemas de Freud y los de Sherlock Holmes en lo que se refiere a la observación y valoración de los pequeños detalles.
En “El misterio del Valle de Boscombe”, Holmes le dice a su fiel ayudante y exégeta, el doctor Watson: “Ya sabe usted que mi método consiste básicamente en fijarme en cosas insignificantes”. En “Un estudio en escarlata” señala de forma sentenciosa: “Para una gran mente, nada es pequeño”. Y en “El signo de los cuatro” da a conocer el que tal vez sea su pronunciamiento más perdurable: “Cuando se ha eliminado la imposible, lo que queda, por más improbable o desprovisto de interés que parezca, es la verdad.”
El escritor y bioquímico bielorruso -nacionalizado estadounidense- Isaac Asimov, autor de conocidas obras de ciencia ficción e historia, señala en su último cuento del club de los Viudos Negros la influencia de las naderías en las artes de la deducción y la inducción.
Nos ocupamos mucho de la fachada y poco de la trastienda. Y es una pena, porque en la trastienda, o en el desván, ya que estamos, pueden encontrarse pequeñas cosas muy intersantes.
Un viejo álbum de sellos que a lo mejor hoy vale una fortuna, un abanico de la abuela de marfil y una tela gris en la que campean escenas en colores de corridas de toros; una baraja francesa, una caja de música, un libro de horas, un daguerrotipo, un violín roto; una pluma estilográfica opacada por el polvo que en cuanto se limpia vuelve a brillar y, lo que parecía imposible: ¡escribe!
Y, ¿por qué no?, la única novela de Sherlock Holmes que no habíamos leído.


© José Luis Alvarez Fermosel


miércoles, 29 de octubre de 2008

Días de radio y rosas

Uno trabaja en una radio: va todos los días a Radio 10 a participar en el programa que lleva el nombre de su conductor: Rolando Hanglin. El me llevó por primera vez a otro programa de otra radio, hace muchos años. Uno, también gracias a él, se convirtió en un “animal de radio”, que diría Lalo Mir.
Jamás pensó uno que culminaría su carrera periodística en un programa de radio conducido por uno de los pesos pesados de los medios audiovisuales. Ni soñó que como las figuras de la radio española que admiraba tanto, uno también se haría popular, los taxistas lo reconocerían y la gente le pediría autógrafos por la calle.
Nadie que no sea español y de cierta edad puede imaginarse lo que fue la radio para los españoles cuando eramos… “pobretes pero alegretes”, que dijo Vázquez Montalbán.
La radio nos enseño, nos educó, nos entretuvo; y nos informó del advenimiento de la II República, la victoria de Franco, su muerte, la entronización de Juan Carlos I de Borbón como rey de España y el fracaso del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, entre otros acontecimientos importantes.
La revista de los domingos del diario El País de Madrid recordó hace algún tiempo la historia de la radio española desde sus comienzos. El dominical se refería a los aparatos Iberia –aquellos inolvidables receptores en forma de capilla- y a Radio Ibérica, “(…) que inició las primeras emisiones de forma experimental con actuaciones en directo de grupos flamencos e insufribles peroratas de tribunos de la patria”.
La señal se captaba en Madrid –de donde se emitía-, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Bilbao, San Sebastián, Sevilla… También se podía escuchar en Francia e Inglaterra.
La radio española comenzó a levantar vuelo cuando la compraron los norteamericanos, quienes enviaron a Roberto Kieve, un profesional muy competente que en su programa “Tu carrera en la radio” formó un brillante plantel de locutores, actores, guionistas, productores y técnicos entre los que sobresalieron los libretistas Luisa Alberca y Guillermo Sautier Casaseca, la montadora musical Remedios de la Peña, los locutores Antonio Calderón, Julita Calleja, José Hernández Franch, José Luis Pécker y una compañía de actores en la que se destacaron Maribel Alonso, Pedro Pablo Ayuso, Julio Varela, Matilde Conesa, Eduardo Lacueva, Matilde Vilariño, Juana Ginzo, Teófilo Martínez, Eduardo Ruíz de Velasco, Manolo Bermúdez…
Lejos en el tiempo, y siempre en el recuerdo, están aquellos radioteatros que en España se llamaban seriales y eran en principio muy folletinescos -“Eva Lavaliere”, “La sangre es roja”, “Genoveva de Brabante”- y las adaptaciones de obras de escritores consagrados y de otros que empezaban, como Juan Luis Calleja, que firmaba sus novelas con el seudónimo de John Louis Cromwell: “Serás hombre”, “El Conde de Montecristo”, “Los peregrinos de Baälbek”, “El círculo rojo”…
Ruíz de Velasco y Manolo Bermúdez –siempre en la radio- crearon un dúo, “Pototo” y “Boliche”, que divirtió durante muchos años a los niños españoles.
Luis Sánchez Polack y Joaquín Portillo –éste último, cantante de zarzuela-eran “Tip” y “Top” y hacían un humor surrealista, a lo Miura. Sánchez Polack formó luego otro dúo con José Luis Coll: “Tip” y Coll.
Nuestros hermanos del otro lado del mar tuvieron una gran importancia en el desarrollo y perfeccionamiento de la radio española. Uno de los primeros locutores latinoamericanos fue el argentino Iván Caseros.
Años después llegaría Pepe Iglesias, “El Zorro”, que tuvo un éxito espectacular. Todo el mundo, en el metro, el trolebús, la calle, las oficinas –cuando el jefe se iba al bar- tarareaba sus canciones y repetía sus dicharachos. El uruguayo Juan Carlos Mareco, “Pinocho”, tomó su antorcha y la mantuvo durante mucho tiempo encendida y en alto.
El “disc jockey” número uno era el chileno Raúl Matas. El cantante argentino Carlos Acuña personalizó a Carlos Gardel interpretando sus tangos en una serie sobre el inmortal “Morocho del Abasto” que escribió José Mallorquí.
Otro argentino, apellidado Vázquez Vigo, llegó a Madrid con una maleta abarrotada de manuscritos de folletines, que muy pronto salieron al aire.
Pero el gran arquitecto de la radiodifusión española –como se le ha denominado con toda justicia- fue Bobby Deglané, que merece capítulo aparte.
De padre francés y madre chilena de origen andaluz, nacido en Iquique (Chile), hombre inquieto, vital y aventurero, estudió periodismo en Estados Unidos, fue boxeador, promotor y narrador de peleas de lucha libre y fundador de revistas deportivas. Pero por encima de todo fue él también un “animal de radio” que dejó su sello personalísimo e imborrable en la radiofonía ibérica, a la que llevó los programas cara al público y otros con características monumentales, como “Cabalgata fin de semana” y “Carrusel Deportivo”.
El querido e inolvidable “Bobby”, achaparrado, moreno, extraordinariamente simpático, que animaba vestido de esmóquin sus programas con público, practicó en España el toreo de vaquillas y el rejoneo y se hizo querer por una audiencia multitudinaria y leal que lo aclamó y lo encumbró como pocas veces ha hecho con un comunicador. Una calle de Sevilla lleva su nombre.
(“Configuró un estilo popular que contrastaba con el lenguaje reposado, político, cultural y de tertulia prevalenciente entre los adinerados propietarios de receptores de radio y el alto nivel cultural de los lectores de prensa de la época”, se dice textualmente en un acertado perfil de Bobby Deglané que firma Jesús Castañón Rodríguez.)
Deglané no fue sólo un brillante animador de radio y un innovador, sino un icono, como se dice ahora, un símbolo, un hito no ya de la historia de la radiodifusión española, sino de la propia vida de España en una época en la que ya se avizoraban la libertad, el desarrollo y el progreso y descollaban profesionales de primera línea, sobre todo en los medios informativos.
Tuve la suerte de conocer y tratar a Bobby Deglané cuando él ya estaba semi retirado. Pasaba de los 60, pero seguía garboso y dicharachero. No le había ido bien en la televisión y eso le mortificaba. Regresó a la gráfica y de vez en cuando escribía alguna cosa para el diario Pueblo. Nos veíamos de tanto en tanto en el Café Gijón de Madrid. Yo, que lo escuchaba siempre y lo admiraba muchísimo, no soñé jamás con que llegaría a conocerlo y, ni mucho menos, que charlaría frecuentemente con él de tú a tú en un café frecuentado por celebridades en el que yo también tuve mi tertulia.
La radio fue nuestra gran compañera, del mismo modo que el cine fue nuestro sueño clandestino, nuestra válvula de escape: un modo formidable de evadirnos a mundos con melodía.
Volvíamos del colegio cuando ya se había ido la tarde y la luz de los faroles del alumbrado público le daba un reflejo verdoso a los rostros cansados de los hombres y las mujeres que salían del metro y emprendían el regreso al hogar después del trabajo.
Llegábamos a casa, conectábamos la radio –aquellas Telefunken de negra bakelita, con ojo mágico de verde guiño-. La voz ligeramente cascada del narrador Julio Varela, del cuadro artístico de Radio Madrid, nos contaba en el enésimo capítulo de “Los tres hombres buenos”, una novela del “Far West” de José Mallorquí, que a Diego de Abriles le habían metido una bala del 44 en un hombro y suspiraba, abrazado a su rifle Winchester, por Marisol Benavente en su catre de campaña, en un campamento de las afueras de Cedar Springs.
Días de radio y rosas…


© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 27 de octubre de 2008

Savater y la aventura

El escritor y pensador español Fernando Savater acaba de ganar en Barcelona la 57 edición del Premio Planeta de novela con su obra “La hermandad de la buena suerte”. El premio estaba dotado este año con 601.000 euros.
“La hermandad de la buena suerte” es una novela de aventuras… “con cierto aliño metafísico…” –dice su autor- y ambientada en las carreras de caballos, a las que Savater es muy aficionado, a tal punto que cuando viene a Buenos Aires no se pierde una en el hipódromo de Palermo, ni en el de San Isidro.
Savater, de 62 años, vasco de San Sebastián, es un hombre multifacético y jovial, un “scholar” poseedor de una vitalidad y un sentido del humor muy apreciables que lo han situado en un plano preferencial entre sus lectores y los estudiosos de sus teorías filosóficas y políticas –es antiautoritario a muerte y preconiza la instauración en España de una tercera fuerza política, de centro-.
Es autor, entre otras obras, de “La tarea del héroe” (Premio Nacional de Literatura de 1981): un ensayo que refleja su gran interés por desenganchar la ética de la moral y convertirla en una creación abierta, con su propia independencia, lo que a juicio de muchos constituye un propósito que se ha decantado en el campo de la ficción literaria.
La ética es precisamente una de las principales preocupaciones, en términos filosóficos, de Savater, a quien yo veo más como pensador que como filósofo propiamente dicho, pues pienso que no ha creado ningún sistema. Es doctor en Filosofía, eso sí, y ha sido catedrático de Etica en la Universidad del País Vasco. Sus ensayos “Nihilismo y acción” y “La filosofía tachada” conmocionaron en 1972 el panorama de la filosofía española. Se lo considera influido por Nietzsche y Ciorán.
En su “Ensayo sobre Ciorán”, Savater cuenta que durante algún tiempo consideró la posibilidad de escribir su tesis doctoral sobre un filósofo inexistente, a quien pensaba imaginar como discípulo de Heráclito.
Ciorán apenas era conocido en España en aquella época, de modo que en el ambiente universitario empezó a circular la especie de que ese filósofo era una invención de Savater, quien le escribió una carta en la que le decía: “Por aquí dicen que usted no existe”.
El filósofo rumano, impulsor del nihilismo y partidario de la idea de que mejor sería no haber nacido, respondió a Savater con una nota no exenta de humor: “¡Por favor, no los desmienta!”
Pedro González Calero, que blasona de haber sido barrendero, documentalista, profesor de filosofía y titiritero, cuenta esa anécdota en su divertido libro “Filosofía para bufones”.
Fernando Savater supo crear en lo literario una mixtura interesante, heterodoxa y salpimentada por un ingenio incisivo. Ha obtenido infinidad de premios. Eximio cultor de los géneros narrativo y teatral, destacó siempre en el ensayo y el artículo periodístico.
Es un lujo para la despendolada España que sufrimos. A mí me resulta muy simpático, sobre todo, por ser amante de la Aventura con mayúscula, que como ha dicho en alguna ocasión no aumenta ni disminuye, ni crece ni decrece porque es un estado de ánimo.
Creo recordar que Savater, lector de historietas de toda la vida, dijo también que sin sentido aventurero de la vida no hay aventura posible, sino enredos y complicaciones. Se necesita además -y quizás ahí esté la clave- ilusión.
Me alegro, por encima de todo, de que a un escritor tan relevante, de una obra tan densa –en el buen sentido- y tan valiosa como la suya, le hayan dado nada menos que el premio Planeta por una novela de aventuras…“con cierto aliño metafísico” y carreras de caballos al fondo.



© José Luis Alvarez Fermosel
Foto:
Fernando Savater recibiendo el
Premio Planeta 2008 de manos
de la infanta Cristina de España.

sábado, 25 de octubre de 2008

Cartel cervecero y alegre

Si hay algo que fluye en este cartel publicitario tal como la cerveza dorada y espumosa sale de la chopera, es la alegría que, naturalmente, provoca una reunión de amigos que comparten la cerveza (estadounidense) Schlitz en un viernes por la noche, principio del fin de semana.
Todo el mundo está vestido elegantemente y sonríe, con su copa de cerveza en la mano.
Un cocinero ofrece un plato con los que parecen ser pescados grillados, enmarcados por rodajas de limón. Hay cazuelas de barro en la mesa –como en los mesones y tascas de Madrid, pero esta festichola cervecera, ya lo hemos dicho, transcurre seguramente en Milwaukee (EE.UU.), donde la cerveza Schlitz se hizo famosa-.
Por la ventana que se adivina abierta a la noche de verano se ve una rodaja de luna como de limón helado. Una ensalada se aburre en un ángulo de este cartel expresivo y colorido, tan luminoso que casi deslumbra.
Los personajes tienen el encanto de los protagonistas de los carteles. El cartelismo es un género de la pintura –tal vez no considerado como tal por muchos- que comenzaron a cultivar genios como Toulouse Lautrec y Théophile–Alexandre Steinlen, francés Lautrec, suizo Steinlen.
Hay plétoras de ilustradores, de cartelistas como Mestres, Pla, Casas, Rusiñol, Riquer, Canals, Méndez Bringa, Eulogio Varela…, todos españoles.
El también español Penagos trabajó para la empresa productora de jabones y colonias Gal. Su trazo era sutil y elegante como la época –finales de los años 20 y principios de los 30-.
Pero volviendo a esos hombres y esas mujeres tan contentos, que se aprestan a celebrar los prolegómenos del “week-end” bebiendo cerveza y degustando mínimas “delicacies”, parece que se fueran a salir del cartel, al que no le falta un detalle, por su vivacidad.
Ahí está el pequeño búcaro blanco con tres flores ciclamen sobre unas hojas verdes, en el mantel a cuadros en tonos azules, mostaza y blancos; las canas adornan la sienes del cocinero buen mozo y servicial y le dan carácter, la ingenua expectativa de la muchacha del vestido color lavanda, el aspecto de “scholar” del hombre de los anteojos negros junto a una chica de pelo castaño, la esbeltez de todos los circunstantes y sus cuidados atuendos, la casi marcialidad de los camareros, ellos de impecable esmóquin blanco y la única moza que se ve, tan erguida, con su cofia y su delantal blanco, en una actitud juvenil y decidida.
Un espléndido trabajo publicitario, de impecable factura, con un dominio fácil de los tonos pastel por parte del artista, que no sabemos quién es, y un recreo para la vista.


© José Luis Alvarez Fermosel

De Méndez a Méndez

Aprendía yo a escribir a máquina al tacto en la Academia Caballero de Madrid, que si mal no recuerdo estaba en la calle de Fuencarral, no lejos del gimnasio Juventud, donde me inicié en el boxeo. Nunca pude escribir a máquina al tacto, ni con más de dos dedos de la mano derecha y uno de la izquierda. Me fue mucho mejor con el pugilismo.
Recuerdo, a pesar de los años que han pasado, que una señora nos dictaba por micrófono en la clase de mecanografía textos aburridísimos con una voz muy monótona. El protagonista era siempre un tal legista Méndez, cuya vida y milagros eran tan tediosos como la señora que hablaba de una y otros.
Nunca hubiera imaginado entonces que, mucho tiempo después, otro Méndez iba a alegrarme la vida con sus andanzas, mucho más vitales que las de su tocayo: el inspector Méndez, protagonista de varios novelas del escritor Francisco González Ledesma, catalán de Barcelona.
Que conste en acta, pues: mis sueños de joven apenas salido de la adolescencia, o parte de ellos, al menos, se enmarcaron en la más pura ortodoxia de la justicia, personificada por el legista Méndez y el policía de su mismo nombre, que recorría melancólicamente las calles de una Barcelona gris, difuminada en el recuerdo, buscando malhechores.
Méndez, el policía, para que negarlo, era un poco cabroncete. Del otro no supe nunca nada. Utilicé su nombre, precedido del pomposo
y abstracto título de legista, y relacionado con algún disparate de mi invención, en varios de mis entremeses radiofónicos, mucho más cerca en el tiempo.
González Ledesma me cayó siempre bien, sin que llegara a conocerle personalmente. Me gustaba por su manera de escribir y porque era, y es, pues que vive en plena agerasia a los 82 años, periodista y un gran lector, como yo.
Sino que mucho mejor como escritor, aunque no sé si más lector pero intuyo que sí, habida cuenta de la diferencia de edad que nos separa. Lógicamente, él ha tenido más tiempo.
Hablando de lecturas, tengo en mi mesa de trabajo el tomo 11 de la colección de relatos Testimonio (Ayer, hoy y mañana en la historia), de la vieja y entrañable Editorial Bruguera, que tenía su sede central en la calle Mora la Nueva 2, de Barcelona.
Pues bien, uno de esos relatos, el quinto, para ser exactos, titulado La Gran Aventura (epopeya del Lejano Oeste) es obra de Francisco González Ledesma. El tema me apasionó siempre y yo también escribí un ensayo histórico sobre el amplio y fascinante escenario de las aventuras de Buffalo Bill, Wyatt Earp, los hermanos James y Calamity Jane.
Hoy, sábado, que escribo estas líneas, mi amiga Àngels –catalana como González Ledesma, apasionada como él por la lectura, y también por la buena cocina-, me manda un artículo del gran escritor publicado en el diario El País de Madrid, que puede leerse pinchando al pie de este post en Nota relacionada.
González Ledesma, que firmó alguna de sus obras con el seudónimo de Silver Kane, amante de los libros, los cafés, las redacciones y las señoritas de la calle, merecidamente laureado con varios premios, viene otra vez a mi memoria del bracete de Àngels por la vía de neón azul de la Internet.
Benditas sean, mi amiga y la Internet.



© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 19 de octubre de 2008

Puñetazos de película

Si es verdad que a golpes se hacen los hombres, yo debo estar muy hecho, porque me han dado más que al tío de la lista, que no sé quién era pero que, evidentemente, tenía una lista o figuraba en una lista y le pegaban todos para quitarle la lista, o que dejara de estar en ella. Por pegar, le pegaban hasta al pobre César Vallejo, que escribía unos versos preciosos. Le daban duro con un palo y duro, y también con una soga, según contó él mismo con metro y rima.
Yo no me he quedado corto y he dado lo mío y lo del vecino. Por eso tengo tantas cicatrices en la cara como en los nudillos de ambas manos. De ahí, seguramente, que no tenga nada de particular que me hayan gustado siem­pre las películas de puñetazos, o los puñetazos de película, que hay que ver lo hermosos que son.
Algunos son inolvidables, como el de Dana Andrews a Vincent Price en “Laura”: un gancho largo al estómago que proyectaba al bueno de Vincent Price -que siempre hacía de malo- de un extremo de una habitación al otro sin derribarlo, sólo haciéndole retroceder, trastabillando.
Más o menos de aquella época es la pelea entre Tyrone Power y George Sanders -ambos muer­tos en España: Power de un infarto y Sanders por su mano- en “El hijo de la furia”.
La película empieza con una paliza de George San­ders a Tyrone Power que despierta el deseo de que llegue pronto el des­quite y, con él, el desahogo: un desahogo -como dice el cronis­ta de cine español Ángel Fernán­dez Santos- más que cainita y blasfemo que por caminos tortuosos lleva a la misma libera­ción íntima que transitábamos amablemente por las rectilíneas llanuras de la moral fordiana (de John Ford).
Otra pelea memorable es la de John Wayne y Víctor McLaglen en “El hombre tranquilo”, precisamente de John Ford. Una pelea como para no olvidar por sus connotaciones casi versallescas y que, además, tiene unos magníficos toques de humor.
Más o menos como ella, y casi con características de rito, es la de John Wayne -otra vez- contra Lee Marvin en “La taberna del irlandés”, con Joseph Calleia echando su cuarto a espadas, es decir, su directo de izquierda; y todos bajo el sol fulgurante del trópico.
También esa zarabanda a pura hostia, como la de “El hom­bre tranquilo”, era delicuescente­mente paradójica y consti­tuía un monumento a la amistad y al humor erigido a puñe­tazo limpio.
Una metáfora de los años 80, signada por la violencia, fue “El especialista”, de Richard Rush. Hasta el siempre flemático –como buen inglés- Anthony Hopkins se desató en “El hombre elefante” y repartió algunos castañazos.
Hubo muchos enfrentamientos a golpes en el cine que fueron violentos pero caballerescos, porque el vencedor no se cebaba con el vencido sino que se limitaba a dejarlo “grogy”, ni siquiera fuera de combate y le tendía una mano para ayudarle a levantarse. Burt Lancaster, que tantos puñetazos propinó antes de convertirse en un excelente actor, lo hace así con Paul Henreid en “Soga de arena”, película en la que Corinne Calvet resplandecía en el apogeo de su juventud y su belleza.
¡Y qué decir de aquel otro espectacular enfrentamiento entre Spencer Tracy y Ernest Borgnine en “La conspiración del silencio”! Tracy utilizaba el judo, mu­cho antes de que las artes marcia­les se pusieran de moda también en el cine.
Hablando de Spencer Tracy, ¿recuerdan su “jab” de izquierda a James Stewart en “Malaca”?
A veces uno se identificaba con el vencido y no con el vencedor, que asumía el papel de un augusto sa­lido de madre, mientras que el vencido se asemejaba a una suer­te de “clown” dramático que enca­jaba las bofetadas. Marlon Brando fue siempre el campeón de esa especie, a partir de las tundas que le dieron en “Ni­do de ratas” y “La jauría humana”.
Dentro del ingenuo maniqueísmo de aquellas inefables “superproducciones” , que tan bue­nos ratos nos hicieron pasar de chicos en la entrañable penumbra del “biógrafo”, se inscriben confrontaciones masivas en los “saloons” del viejo Oeste americano, en cafetines de puer­to o en inmensos “lofts” -que en­tonces no se llamaban así- extramuros de la ciudad, a pleno sol, bajo la lluvia o incluso en asépticas oficinas en rascacielos altísimos de cemento y cristal, como en “Duro de matar”, protagonizada por Bruce Willis.
El “match” entre Alan Ladd y Ben Johnson en “Shane”, el de Sterling Hayden y Ernest Borgnine en “Johnny Guitar”.
La participación del bailarín gay –que luego resulta que no es gay-, codo con codo con Gregory Peck, en una zarabanda descomunal con gángsters en un elegante departamento de la avenida Madison de Nueva York en “Mi desconfiada esposa”.
Gary Cooper y Lloyd Bridges luchaban a brazo partido en un establo en “La ho­ra señalada”…
Todas esas peleas fueron la expresión de una de las virtudes más típicas del cine desde que existe: convertir lo bárbaro en ci­vilizado... ¡a puñetazo limpio!

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“Sesión contínua”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/09/sesin-contnua.html)

De líneas y laberintos

En nuestro artículo anterior “El rey desnudo”, editado bajo estas líneas, decíamos que en literatura, entre otras artes y, desde luego en geometría –que es una ciencia-, la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta.
Utilizábamos ese punto de partida para defender la claridad, los escritos directos que se leen y se entienden con facilidad. Y recordábamos que hay, y ha habido escritores lineales, rectos, que dentro de ese estilo escribieron obras magníficas que, merecidamente, se inscribieron en la historia de la literatura universal y ahí están, para iluminarnos y deleitarnos cada vez que acudamos a ellas.
Otros, con todo derecho, escriben de otra manera. Nada tan lejos de nuestro ánimo como criticarlos.
El laureado escritor mexicano Juan José Arreola publica en el número de la revista “Ñ” de Buenos Aires correspondiente al 18 de octubre de 2008 un trabajo que titula “Encuentros”. En él dice que
“dos puntos que se atraen no tienen por qué elegir forzosamente la línea recta”, aunque reconoce que “es el procedimiento más corto”.
Para Arreola, también hay quienes prefieren el infinito. Y añade:
“Las gentes caen unas en brazos de otras sin detallar la aventura. Cuando mucho, avanzan en zigzag, pero una vez en la meta corrigen la desviación y se acoplan. Tan brusco amor es un choque, y los que así afrontaron son devueltos al punto de partida por un efecto de culata. Demasiados proyectiles, su camino al revés se los incrusta de nuevo, repasando el cañón, en un cartucho sin pólvora”.
El escritor concluye: “De vez en cuando una pareja se aparta de esa regla invariable. Su propósito es francamente lineal y no carece de rectitud. Misteriosamente optan por el laberinto. No pueden vivir separados. Esta es su única certeza, y van a perderla buscándose. Cuando uno de ellos comete un error y provoca un encuentro, el otro finge no darse cuenta y pasa sin saludar”.
Bien.


© José Luis Alvarez Fermosel



sábado, 18 de octubre de 2008

El rey desnudo

Según la geometría, que como he dicho en otro texto me dio muchos dolores de cabeza en mi enseñanza secundaria, la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta.
Pasamos de la geometría a la literatura para sostener que un relato lineal –y dentro de lo lineal, recto- es un relato comprensible y, sobre esa base, el autor puede utilizar el buen decir, la claridad, jugar con imágenes y metáforas, hacer gala de sus conocimientos y un interminable etcétera hasta conseguir una narración que nos atrape, nos emocione y, lo máximo, lo que ha de perseguir siempre el escritor, nos deleite; a nosotros, los lectores, que somos destinatarios de su mensaje.
Esto es válido en literatura –y en otras bellas artes- y ajustándose a este patrón alcanzaron cotas altísimas escritores de fama universal que, además, ganaron premios de gran relevancia y, lo más importante, se instalaron por sus propios méritos en lugares muy destacados de la literatura mundial.
Otros narradores gustan de complicar las cosas, como si se empeñaran en demostrar que la distancia más corta entre dos puntos es la línea quebrada. Y escriben textos densos con una lenguaje alambicado y barroco que, seamos francos, no se entienden. Es que no están escritos para eso.
Esas gentes tienen, a no dudarlo, mentes poderosas, no como la de uno, que es más bien de andar por casa. Manejan los claros y los oscuros, las idas y venidas de sus personajes, sus relaciones entre ellos y sus cambios, que a veces son mutaciones, en una suerte de neblina
Maestros en dar vueltas a las tuercas, pertenecen por lo general a movimientos o grupos de intelectuales altamente sofisticados. A algunos de ellos incluso se les cuelga el sambenito de filósofos sin que lo sean, porque no crearon un sistema filosófico, ni escribieron tratados, ni libros de filosofía.
Pero la crítica -¡ah, la crítica!- los consagró como tales y ellos, complacidos, aceptan esa carga y les pesa tan poco que la llevan como una medalla. Es más, terminan por creer que de verdad son filósofos, aunque sólo sean licenciados en Filosofía y Letras, que no es poco.
Volviendo al tema principal, a la línea recta, del que nos hemos desviado, el caso es que hay escritores que escriben para minorías complejas y embanderadas en corrientes modernosas que contienen una alta dosis de esnobismo..
Si de la literatura pasamos al cine tendremos que convenir en que ciertos realizadores juegan como prestidigitadores con luces y sombras, personajes de cartón piedra, planos cortos muy sostenidos, diálogos interminables, argumentos poco o nada creíbles y, lo que es peor, “flashes back” con los que se enredan y después, en la moviola –o ahora en la computadora-, empalman mal y por eso les salen películas enrevesadas de difícil comprensión, u oscuras o, en el mejor de los casos, muy pesadas.
Pero los que dicen que saben elogian en letras de molde sus creaciones; los espectadores se habrán ido del cine sin haber entendido nada, o muy poco y, por tanto, de mal humor. Pagaron por pasar un buen rato, por lo menos.
Volvemos a “El rey desnudo”, aquel magnífico cuento de Andersen. Como se recordará, el argumento es más o menos así: unos desaprensivos llegan a la corte de un rey y prometen hacerle un traje nunca visto y maravilloso, que tejerán sobre su propio cuerpo con finísimos hilos de metales nobles.
Nadie que no sea de una inteligencia privilegiada podrá ver el traje que confeccionan, moviendo los dedos sobre el cuerpo del monarca, los artistas, que cada vez le piden más dinero al rey para comprar los hilos de oro y plata que necesitan para terminar sus vestiduras, que alaba toda su corte, tan inteligente.
Al fin se organiza un desfile especial, presidido por el rey, a fin de que todo el pueblo aprecie en lo que vale su vestido. El pueblo ovaciona, grita. Un niño dice: “¡El rey va desnudo!”.
El rey iba en cueros, en efecto. Todos lo veían, ¿pero quién se atrevía a decirlo, a dar a entender que era tonto?


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“Mejor claro que oscuro”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/08/mejor-claro-que-oscuro.html)

Los perros de Madrid y el gato "Traste"

Madrid es hoy por hoy una ciudad ideal para los amantes de los animales en general y para los amantes de los perros en particular.
Por todas partes se ven señoras y señores mayores, y jóvenes, también, con perros.
Perros preciosos, bien cuidados, muy simpáticos: “bull dogs” ingleses y franceses -estos últimos son más pequeños y menos pesados, casi todos blancos y negros-, “terriers” de todas clases, chihuahuas, carlinos, ovejeros alemanes y algún Gran Tebal (Gran Terreno Baldío…)
Uno se topa cada tanto en la calle con alguno de esos perros y se detiene unos minutos a acariciarlo, contando no ya con la aquiescencia sino con el agrada de sus amos.
La perrita Yorkshire “Pandora” –como la de la caja- paseaba con su ama por la calle Luchana, en pleno centro de Madrid. Nos vio a Maite y a mí y se volvió loca de alegría. Maite la levantó y recibió varios lametones en la cara. Hablamos con el ama de “Pandora” de animales y seres humanos. Coincidimos en que los primeros se dan cuenta en seguida de los humanos que los tienen simpatía y de los que no se la tienen.
En el autobús 149, que va de los Nuevos Ministerios a la Red de San Luis, viaja entre otras personas un ciego joven que sonríe con frecuencia y se le ilumina el rostro atezado. A sus pies, echado en el suelo del vehículo, su lazarillo: un gran Labrador rubio, al que todo el pasaje mira con ternura.
El perro de moda es el “bull dog” francés. En el campo se ven unos canciños chiquitos, de raza indefinida, muy vivarachos, a quienes llaman bodegueros porque suelen tenerse en las bodegas con el propósito de que exterminen a los ratones.
Pero el animalito protagonista de esta crónica es el gato persa negro “Traste” que mora o habita, es decir, que campa por sus respetos en el hostal Sonsoles, donde uno tiene un “pied-à-terre”.
“Traste” es grande, lanudo, negro como el carbón y tiene los ojos dorados, como topacios felinos. Debe ser un gato filósofo y, sobre todo, comodón, como todos los gatos, pues pasa una buena parte del día arrellanado en un sillón rojo, sumido al parecer en profundas reflexiones en las que debe incluir a su amo: Manuel.
De vez en cuando, “Traste” se levanta, se despereza y se va caminando con paso lento y majestuoso, como un pachá de cierta edad y mucho poderío, tras algún huésped que le cae simpático y le acompaña hasta su habitación.
Siempre se las arregla para que se le franquée el paso y, una vez dentro del cuarto, curiosea de un lado a otro, con mesura y empaque.
Si encuentra un armario abierto se mete en él. Por lo general escoge un estante donde haya ropa de lana y ahí se queda un buen rato, ronroneando en la tranquila penumbra y mirando con sus ojos ambarinos entrecerrado cómo los ocupantes de la habitación se azacanean en diversos quehaceres.
Una vez casi va a parar a la basura, pues se metió dentro de una maleta vacía que estaban por tirar y el que la agarró sin darse cuenta de que el gato estaba dentro se la llevó. Menos mal que le llamó la atención el peso, la abrió y de ahí emergió “Traste” sin alharaca alguna, circunspecto y mayestático, como corresponde a un gato de su prosapia.
Cuando se cansa… de no cansarse, “Traste” sale de su retiro temporal en el fondo de cualquier armario de cualquier habitación, o se levanta de su diván, y se tiende boca arriba en el suelo para que le rasquen la panza. Entonces ronronea como lo que es: un gato feliz.
A “Traste” le calaron en una Navidad un gorrito colorado de Papá Noel, con el que salió en varias fotos –una de ellas la que ilustra estas líneas-.
No está mal que el hombre, que suele ser lobo para el hombre, se lleve bien alguna vez con los animales, que son sus hermanos menores, ya lo hemos dicho varias veces.

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 17 de octubre de 2008

Había caído la noche en Madrid...

¿De dónde llegan las notas de un organillo? Hace muchos años que no se oye un organillo en Madrid.
El intermedio de Goyescas. El taxi rueda lentamente por el asfalto reblandecido por el calor. La reina Mercedes ha muerto. "Cuatro duques la llevaban por las calles de Madrid...".
--Pero eso fue hace mucho tiempo, señorito; fíjese: yo no había nacido.
--¡Tire por la carretera y pasemos por el Puente de los Franceses!
--Sí, señor.
¡Qué calor! Un calor antiguo. ¡Señor, si ya no se llevaba un calor así! ¡Ay, niña Isabel!
¿Fue anoche? Yo salía de Casablanca. Había en la calle gente del Circo Price. Un "clown", todavía con restos de harina en el rostro arrugado y una vieja "ecuyére" con el pelo teñido de rojo.
Una paloma se había posado en la espada del teniente Ruíz –la estatua está en el centro de la plaza, como mandan los cánones-.
En el cine Príncipe Alfonso dan una película en color de Heddy Lamarr. ¿Estará mañana también Ava Gardner en el bar del Hilton? Nati Mistral canta no sé dónde un chotis: "Tengo un novio cajista de imprenta...".
Ladran perros heráldicos en las riberas del río: lobos urbanos fugados de escudos de armas con coronas semiborradas y diluídos sinoples. El Manzanares, el aprendiz de río lleva muy poca agua, como siempre.
El Puente de los Franceses. Siempre que paso bajo él me parece escuchar un lejano tableteo de ametralladoras. Me contaron. Porque yo no hice esa guerra.
Verdes plateados y una luna lunera "(...) luna, luna de España cascabelera, luna de ojos azules, cara morena...".
--Ella me decía…
--¿Qué le decía a usted, hombre de Dios?
-- Que la llevara a la verbena.

“… Llévame a la verbena de San Antonio,
que por ser la primera no hay que faltar ...
Juntos, que parezcamos un matrimonio,
no haga el demonio
que una chulapa me amargue
el día de San Antonio,
porque le guste coquetear…”

© José Luis Alvarez Fermosel


jueves, 16 de octubre de 2008

Créase o no

El sexo, cargado de tabúes, de prejuicios, de prohibiciones, de limitaciones, cada vez se practica menos… y peor, según estudios y estadísticas dignas de crédito, ya que unos y otras son obra de expertos, o al menos de estudiosos, que hay gente que estudia todo. Como si no tuviéramos bastante con las dificultades normales que presenta la práctica del sexo en sí, incluídas la disfunción eréctil, la eyaculación prematura, los problemas de “timing”, etcétera, en una buena parte del mundo prohiben determinadas prácticas sexuales, el uso de juguetes eróticos; se declara ilegal la cópula entre solteros, no se permite otra postura que no sea la del misionero (el hombre arriba, la mujer abajo); sigue multándose a las parejas que se besan en público, no se autoriza a hacer el amor con la luz prendida, las mujeres no pueden casarse si son vírgenes –prolifera el oficio del desvirgador, muy codiciado, que va de pueblo en pueblo para ofrecer a las jóvenes casaderas su primera experiencia sexual-, se prohibe a los hombres casarse con mujeres vírgenes y no se autoriza jugar al ajedrez durante el “intercourse”. El periodista Luis Landeira recopila 30 "tips" -como se dice ahora- imperdibles en la revista española ADN. Vean, lean, diviértanse y asómbrense.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“Las locas leyes sexuales”
(http://www.adn.es/sexo/20080926/NWS-1163-las-leyes-del-coito.html)

domingo, 12 de octubre de 2008

La isla de Orwell

Jura es una isla encantadora del archipiélago escocés de Las Hébridas en la que George Orwell (1) escribió su obra “1984”, que lamentablemente sirvió para dar origen a un engendro televisivo llamado Gran Hermano.
El nombre del engendro, que ha dado la vuelta al mundo, está tomado del personaje central de la novela del gran escritor británico.
Alguno recuerda ahora a Orwell y su obra más representativa por el engendro. Como decía Paco Umbral:
“¡Hay que joderse!”
En Jura habitan 160 personas y…¡5.000 ciervos! Ni que decir tiene que muchos de estos últimos son abatidos por tiros de rifle y terminan convertidos en estofado.
No es fácil llegar a esta enigmática y bellísima isla –la evocación de “La isla misteriosa”, de Julio Verne, es inevitable-, surcando el proceloso Océano Atlántico.
Al arribo uno se encuentra con montañas sagradas, animales salvajes en libertad –además de los ciervos- que campan por sus respetos, monumentos megalíticos erigidos por no se sabe quién y, lo más insólito y agradable: un whisky excelente que lleva el nombre de la isla y está considerado como uno de los mejores del mundo.
Algo de lo que no pudieron disfrutar Ciro Smith y sus amigos en la isla de Verne, pues al parecer su salvador, el capitán Nemo, no tenía whisky entre sus provisiones en su fantástico submarino y le fue imposible tomarse unas copas del noble caldo escocés con sus protegidos.
Laird Archibald Campbell construyó la primera destilería de whisky en la isla en 1810, cerca de una cueva donde se destilaba malta ilegalmente.
Ahora, en un marco de total legalidad y contra un fondo de vegetación lujuriante, puede uno ingurgitar tranquilamente un whisky ligero y suave, “single malt”, quizás acompañado por algunas de las famosas galletas escocesas.

(1) En realidad seudónimo del escritor británico Eric Arthur Blair (nacido en India el 25 de junio de 1903 y muerto en Londres el 21 de enero de 1950). Gran ensayista, comenzó escribiendo en periódicos. Antitotalitarista a muerte, luchó a favor de la República en la Guerra Civil española y críticó acerbamente el imperialismo británico y los totalitarismos nazi y stalinista en sus dos obras más conocidas: “Rebelión en la granja” y “1984”.



© José Luis Alvarez Fermosel

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"Contadora. Una isla con historia"
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/09/contadora.html)



Rizos, puntos y rayas y un romance en el aire

Alguien ha lanzado al aire claro, posiblemente de primavera, rizos –previamente cortados- de una muchacha de pelo endrino. Los rizos se han convertido en hojas de árbol.
Un telegrafista jubilado y romántico –ya no los hay en activo: los mensajes se mandan por correo electrónico-, ha distribuído al mismo tiempo, con justeza, una serie de puntos y rayas. (Morse se hace el distraído).
Y así se formó esta bella estampa con pareja, árbol y farola o semáforo.
El dibujante –ya hablando en serio- de esta escena consiguió una síntesis perfecta y, pese a la economía del trazo, muy expresiva.
Es un genio. Nos demuestra que la sencillez elevada a la enésima potencia no está reñida con la expresividad, e incluso con el romance, no por soterrado menos evidente, que en este caso palpita en el escorzo de las figuras.
Se ve en el rostro de la mujer vuelto hacia el del hombre, cuya circunspección se atenua con el ademán de aproximación a medias de su brazo derecho.
Una instantánea con movimiento y significado, sabiamente silueteada con una tinta alegre, que revela que el hombre y la mujer van camino a un parque. Una vez en él, se sentarán en un banco, bajo un árbol recién florecido, y se confesarán su amor.
No con otra intención salieron cada uno de su casa, se encontraron y caminan juntos con una esquemática sordina en blanco y negro.
Hay algo geométrico en la consistencia del dibujo, en algunas líneas rectas que parecen trazadas con regla.
La geometría del espacio, en esta oportunidad, ha cambiado sus coordenadas por un idilio en trámite con fondo blanco. ¡Ya era hora de que la geometría nos diera una satisfacción, que nos ha dado muchos quebraderos de cabeza en nuestra bachillerato!
Punto, raya, punto, punto, raya, rizo…

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 6 de octubre de 2008

Balada del boludo

Por mirar el otoño

perdía el tren del verano.
Usaba el corazón en la corbata.
Se subía a una nube,
cuando todos bajaban.
Su madre le decía:

No mires las estrellas para abajo,
no mires la lluvia desde arriba.
No camines las calles con la cara,
no ensucies la camisa;
no lleves tu corazón bajo la lluvia, que se moja.
No des la espalda al llanto,
no vayas vestido de ventana,
no compres ningún tílburi en desuso.
Mirá tu primo el recto

que duerme por las noches.
Mirá tu primo el justo
que almuerza y se sonríe.
Mirá tu primo el probo
puso un banco en el cielo.
Tu cuñado el astuto
que ahora alquila la lluvia.
Tu otro primo el sagaz
que es gerente en la luna.
—Tienes razón, mamá —dijo el boludo

y se bebió una rosa.
—No seré más boludo—
y se bajó del viento.
Seré astuto y zahorí—
y dio vuelta una estrella para abajo
y se metió en el subte
y quedaron las gaviotas.
Entonces vinieron los parientes ricos

y le dijeron:
—Eres pobre, pero ningún boludo.
Y el boludo fue ningún boludo
y quemaba en las plazas
las hojas que molestan en otoño.
Y llegó fin de mes.
Cobró su primer sueldo
y se compró cinco minutos de boludo.
Entonces vinieron las fuerzas vivas

y le dijeron:
—Has vuelto a ser boludo, boludo.
—Seguirás siendo el mismo boludo de siempre.
—Debes dejar de ser boludo, boludo.
Y medio boludo,

con esos cinco minutos de boludo,
dudaba entre ser ningún boludo
o seguir siendo boludo para siempre.
Dudaba como un boludo.
Y subió las escaleras para abajo,
hizo un hoyo en la tierra
miraba las estrellas.
La gente le pisaba la cabeza,
le gritaba boludo.
Y él seguía mirando
a través de los zapatos
como un boludo.
Entonces vino un alegre y le dijo:

—Boludo alegre.
Vino un pobre y le dijo:
—Pobre boludo.
Vino un triste y le dijo:
—Triste boludo.
Vino un pastor protestante y le dijo:
—Reverendo boludo.
Vino un cura católico y le dijo:
—Sacrosanto boludo.
Vino un rabino judío y le dijo:
—Judío boludo.
Vino su madre y le dijo:
—Hijo, no seas boludo.
Vino una mujer de ojos azules y le dijo:
—Te quiero.
© Isidoro Blaisten


Isidoro Blaisten nació en 1933 en Concordia, Entre Ríos. Murió en Buenos Aires en 2004. Fue librero y redactor publicitario, de ahí su rapidez y precisión para escribir. En los diarios porteños Clarín y La Nación dejó muchas muestras de su ingenio y maestría narrativa. La revista Sur publicó su primer cuento, “El tío Facundo”
Blaisten fue poeta, por encima de todo. Un poeta inspirado, expresivo y sensible que hizo al humor las concesiones que merece. Su primer libro fue “Sucedió en la lluvia”, al que pronto siguieron “La felicidad”, “La salvación”, “Cerrado por melancolía”, “Anticonferencias” y otros muchos, a cual mejor.
Su antología “Escritos de amor” fue recogida por Alfaguara. Sus cuentos figuran en muchas compilaciones editadas en toda América Latina. Recibió muchos premios, entre ellos el Nacional de Literatura, el Konex y el del Fondo Nacional de las Artes.
Escritor costumbrista, agudo observador y en ocasiones crítico de la sociedad de su tiempo, irónico sin levantar roncha, conmovedor siempre, Isidoro Blaisten fue un escritor de verdad, de los de antes.
No está ausente en él la tradición literaria del Río de la Plata, sobre todo en lo que se refiere al cuento. Una de sus obras –que no puede calificarse de menor- fue “Balada del boludo”, que antecede.

domingo, 5 de octubre de 2008

Dos más dos son cuatro, siempre

No hay que empeñarse, creo yo modestamente, en no ver la realidad tal cual es, en fabricarse una realidad, en anclarse en la irrealidad. Me parece que eso no es bueno para uno ni para los demás.
La única verdad es la realidad, dijo Perón. No sé hasta qué punto esto es matemáticamente cierto. De cualquier manera, la frase en cuestión no cayó siempre en Argentina en terrerno fértil.
Tal vez no haya una sola verdad, sino muchas; quizás cada uno tenga la suya, distinta de las de los otros-. Pero la realidad es una sola para todos.
Jamás me olvidaré de lo que le escuché decir al escritor peruano –nacionalizado español, residente en Londres- Mario Vargas Llosa en una asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) celebrada hace casi diez años en la ciudad balnearia uruguaya de Punta del Este.
“La gente no se resigna a aceptar que algo tan aburrido y pedestre como el sentido común pueda llegar a representar una virtud, y sigue prefiriendo la irrealidad, por fulgurante y seductora, a la realidad”, dijo Vargas Llosa. Tenía toda la razón del mundo.
Por eso medran tantos políticos mesiánicos en América Latina, donde las sociedades son inmaduras porque sus convicciones democráticas siguen siendo débiles. Esa inmadurez se basa en la creencia, tan latina, de que la realidad puede acomodarse a nuestros deseos.
Mezclamos con extraordiaria habilidad los planos de lo real y lo imaginario.
El surrealismo viene de lejos. Fue muy aprovechado por escritores como Borges, Cortázar, Carpentier y García Márquez, cultores a ultranza del realismo mágico, ingrediente esencial de la literatura latinoamericana, procedente de las primeras narraciones sobre América en las que abundaban las serpientes de mar, los pulpos gigantescos y otros seres que no existían más que en las imaginaciones de quienes las contaban.
Así que, como dijo Vargas Llosa, la costumbre de mezclar lo verdadero con lo falso tiene entre nosotros una tradición secular.
Vargas Llosa destacó en aquella conferencia un aspecto al que no siempre se concede la importancia debida: la influencia que tiene la cultura en la determinación de las relaciones entre la mentira y la verdad, en lo que es la descripción verídica de un hecho real y una descripción deformada por factores subjetivos.
Esta tradición, más aún, ese culto a lo irreal, a lo fantástico hizo que no supieramos organizar bien nuestras sociedades a la hora de crear riqueza o adecuarnos a la cultura de la libertad.
Giramos en un “maelstron” de mitos, verdades a medias, mentiras convertidas en verdades a fuerza de repetirse, raras mixturas y tremendas mixtificaciones que no sólo se admiten como verdades sino como realidades, lo cual es mucho peor.
El esotérico detective de nombre cabalístico S.F.X Van Dusen, creación del escritor estadounidense de origen francés Jacques Futrelle (1), sostenía: “Dos y dos son cuatro, no algunas veces, sino siempre”.


1) Nacido en Pike County (Georgia) en 1875 y muerto en 1912 en el naufragio del Titanic, fue periodista en el Boston American. Le hizo famoso su personaje más conspicuo: el detective privado S.F.X Van Dusen, la Máquina Pensante. Van Dusen, doctor en Derecho, Filosofía, Medicina y cultor de otras disciplinas, era de estatura media y gran cabeza, rubio, miope, estrafalario y de mal carácter. Resolvía todos sus casos basándose en la lógica. Apareció en tres novelas y en dos volumenes de cuentos, uno de los cuales, “El problema de la celda número 13”, fue ampliamente difundido en varias antologías.

©José Luis Alvarez Fermosel




viernes, 3 de octubre de 2008

Más música y más recuerdos

La playa se ha quedado desierta: sin bañistas, sin un solo fotógrafo; sin el bañero, que está casi de color chocolate de puro quemado por el sol; sin la viejecita que vende botellas de cerveza y gaseosa que lleva dentro de un cubo de plástico verde con hielo.
Ningún niño se dejó olvidada su pelota de colores. Subió la marea y las olas disolvieron en un instante el único castillo de arena que quedaba en pie.
Todos los nadadores vespertinos se marcharon hace tiempo. Sólo quedan en la playa unos cuantos papeles manchados de grasa, que la brisa hace rodar por la arena; algas, un tarro vacío de crema contra las quemaduras del sol; una revista, desde cuya portada en color sonríe la modelo colombiana Carolina Méndez.
Las notas de una melodía vienen desde el Club Náutico rodando por la brisa: “Someone to watch over me”. Canta Rod Stewart. A la derecha parpadean unas luces de neón azules, cegadoras.
Hay un chiringuito pequeño en el centro de la playa. Botellas, latas de conservas. Junto a una tosca mesa de madera de pino dormita un perro de aguas.
La vela de un balandro, una vela latina a lo lejos...: junto al mar latino te diré mi verdad...-.
- ¿Tu verdad, ¿cuántas veces has dicho tu verdad en una playa?
- En esta playa, aquí mismo, en Benidorm, ella me dijo…
- ¿Ella te dijo…? ¡Tú le dijiste!
- Pero ella…
- ¿Me vas a venir con una cancioncita, otra vez, con los recuerdos, con la nostalgia?
- No, simplemente me estaba acordando de aquella otra noche, en Veracruz...
- La canción se titulaba “Noches de Veracruz”
- “Noche tropical,/cielo de tisú,/noche que se derrama sobre la arena,/mientras la playa canta su inútil pena…”
- Creo recordar que en San Juan de Luz ronroneaba un acordeón, en un bistró lejano.
- Me parece que era un disco –como decíamos entonces- que había puesto alguien en una vieja victrola. Una canción de Rina Ketty: “J’attendrai”. “J’ attendrai le jour et la nuit,/ j’attendrai toujours ton retour,/ játtendrai car l’ oiseau qui s’enfuit/ vient chercher l’oubli dans son nid…”
- Ella te esperó en vano, porque no volviste
- Uno se pasa la vida yendo y viniendo de aquí para allí, siempre con prisas, y a veces llega tarde, o no llega nunca adonde le esperan. Otras veces es otra persona, a la que uno espera, la que no llega jamás. Es la vida.
- Muy simplista, por no decir adocenado y, sobre todo, muy acomodaticio. Eso ni siquiera tiene música.
- Tal vez así: la de aquella canción que dice: "¿Por qué te fuiste, y me dejaste, aquélla noche…?"
- Pero estábamos hablando de no volver, no de irse.
- Entonces recurramos a Chavela Vargas y a uno de sus “hits”: “¡Volver, volver, volver…!
- ¿Vas a encontrarle siempre música de fondo a tus ausencias, a tus defecciones?
- No me creas tan cínico. Es que la música despierta la nostalgia. Y uno se aferra a sus recuerdos porque, después de todo, es casi lo único que le va quedando.


© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 2 de octubre de 2008

El sol ya es de color uva moscatel por la tarde

Salí de la radio y caminé un rato largo. Iba solo con mis pensamientos. Una vez dije eso y ella -¡qué rica!- opinó : ”¡Cuánto debiste aburrirte, querido…!”
No iba sin rumbo, empero, ni tan abstraído que no me diera cuenta de que la atmósfera estaba más despejada y la luz, la luz de la media tarde era más intensa, más clara.
Además, todo a mi alrededor parecía ralentizado. Pasaron unas chicas con los ojos luminosos. Iban sin prisa. Se reían. Chicoleaban unos perros canela ante una casa con el frente de ladrillo.
De pronto me di cuenta de que eran casi las seis y media y había sol, un sol dorado, color de uva moscatel. Algo azul claro había en el aire, es decir, parecía venir una luz color lavanda de nó sé dónde.
Olía a ozono y a otra cosa más que no supe definir. Recordé el intenso olor a flores y a velas encendidas de las mañanas de mayo del patio de mi colegio. Al fondo se había erigido un altar presidido por una imagen de la Virgen, en un mes en el que le rendíamos homenaje: el mes de María, el mes de las flores. A veces me viene ese aroma, en una suerte de “déjà vu” que en realidad no lo es.
Apenas había salido de la radio. Encontré todo más limpio, parecía lavado y dejado secar al aire. ¡Qué sensación más rara, pero de ningún modo desagradable, todo lo contrario!
Apenas unos días atrás se hacía de noche poco antes de las seis de la tarde. La luz era oscura. Las calles estaban húmedas y hacía frío.
¿No me dijo alguien el otro día no sé qué de los estudiantes, que celebraron su día, o algo así?
De pronte me di cuenta y me paré en mitad de la calle. ¡Había llegado la primavera!


© José Luis Alvarez Fermosel

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“Diálogo en la tarde”