sábado, 25 de octubre de 2008

Cartel cervecero y alegre

Si hay algo que fluye en este cartel publicitario tal como la cerveza dorada y espumosa sale de la chopera, es la alegría que, naturalmente, provoca una reunión de amigos que comparten la cerveza (estadounidense) Schlitz en un viernes por la noche, principio del fin de semana.
Todo el mundo está vestido elegantemente y sonríe, con su copa de cerveza en la mano.
Un cocinero ofrece un plato con los que parecen ser pescados grillados, enmarcados por rodajas de limón. Hay cazuelas de barro en la mesa –como en los mesones y tascas de Madrid, pero esta festichola cervecera, ya lo hemos dicho, transcurre seguramente en Milwaukee (EE.UU.), donde la cerveza Schlitz se hizo famosa-.
Por la ventana que se adivina abierta a la noche de verano se ve una rodaja de luna como de limón helado. Una ensalada se aburre en un ángulo de este cartel expresivo y colorido, tan luminoso que casi deslumbra.
Los personajes tienen el encanto de los protagonistas de los carteles. El cartelismo es un género de la pintura –tal vez no considerado como tal por muchos- que comenzaron a cultivar genios como Toulouse Lautrec y Théophile–Alexandre Steinlen, francés Lautrec, suizo Steinlen.
Hay plétoras de ilustradores, de cartelistas como Mestres, Pla, Casas, Rusiñol, Riquer, Canals, Méndez Bringa, Eulogio Varela…, todos españoles.
El también español Penagos trabajó para la empresa productora de jabones y colonias Gal. Su trazo era sutil y elegante como la época –finales de los años 20 y principios de los 30-.
Pero volviendo a esos hombres y esas mujeres tan contentos, que se aprestan a celebrar los prolegómenos del “week-end” bebiendo cerveza y degustando mínimas “delicacies”, parece que se fueran a salir del cartel, al que no le falta un detalle, por su vivacidad.
Ahí está el pequeño búcaro blanco con tres flores ciclamen sobre unas hojas verdes, en el mantel a cuadros en tonos azules, mostaza y blancos; las canas adornan la sienes del cocinero buen mozo y servicial y le dan carácter, la ingenua expectativa de la muchacha del vestido color lavanda, el aspecto de “scholar” del hombre de los anteojos negros junto a una chica de pelo castaño, la esbeltez de todos los circunstantes y sus cuidados atuendos, la casi marcialidad de los camareros, ellos de impecable esmóquin blanco y la única moza que se ve, tan erguida, con su cofia y su delantal blanco, en una actitud juvenil y decidida.
Un espléndido trabajo publicitario, de impecable factura, con un dominio fácil de los tonos pastel por parte del artista, que no sabemos quién es, y un recreo para la vista.


© José Luis Alvarez Fermosel

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