miércoles, 30 de mayo de 2012

El caso es no hablar, ni mucho menos contestar


Dice:
- ¿Hablaste con el ingeniero?
- Sí, le mandé un e-mail y dos SMS
- ¿Te contestó?
- No, lo que quiere decir que todo está bien.
- Perdóname, pero no sabemos si está todo bien, o todo mal; en realidad, no sabemos nada hasta que el ingeniero nos responda.
- Ya te he dicho que le dejé varios mensajes.
- ¿Pero hablaste con él?
- Me comuniqué con él.
- Sí, pero por lo que me dices, él no se comunicó contigo, así que estamos como cuando vinimos de España.
- No sé…
- Yo sí sé; yo sí sé lo que hay que hacer: llamarle por teléfono, que se ponga, como decía Gila y hablar con él, esto es, que tú le digas lo que le tienes que decir y él te diga lo que te tiene que decir.
- ¿Y si no está, o el teléfono da ocupado?
- Esperas un rato y vuelves a llamar, o le mandas los mensajes que quieras, cortos o largos, por la vía que quieras, pero te aseguras de que te conteste. Y de paso, averiguas si está de buen humor, o de malo, y si te dice todo lo que te tiene que decir. Me interesa también, ¡y mucho!, que establezcas contacto con un ser humano, aunque sea verbalmente.
- No sé…

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 29 de mayo de 2012

Comunicación, manías y fobias


Hay mucho de lúdico, o mejor dicho de maníaco en el uso, por no decir el abuso de los gadgets de la supermoderna tecnología de las comunicaciones.
No ya en la oficina, o en casa, hasta en el café, los medios de transporte, la calle, todo el mundo anda con el teléfono móvil, la tableta o lo que sea puesto.
Hay gente que entiende que todas esas cosas no son más que herramientas, no juguetes, y las usa como tales. Y se pregunta si verdaderamente hay tanta necesidad de comunicarse como para estar todo el día, o una buena parte de él hablando por el celular, enviando mensajes de texto y tomando fotografías con aparatos muy distintos de las viejas cámaras y también de las de última generación.
Ya di a conocer en este blog la estremecedora respuesta que me dio un muchacho cuando le pregunté que qué haría si no tuviera teléfono celular: ¡Me moriría!, me respondió en el acto, para añadir inmediatamente que no concebía la vida sin el movi.
Ha surgido otra modalidad de robo al vuelo, específicamente en los transportes de superficie y trenes: la de los teléfonos,  Blackberrries, etc. Ya se ha advertido al público.
La exageración, la desmesura en la utilización de los nuevos instrumentos de comunicación está dando lugar a trastornos mentales como la nomofobia, de la que habla largo y tendido la nota relacionada de Ximena Casas publicada en el diario El Cronista de Buenos Aires.

© J. L. A. F.

Nota relacionada:

Del autor:

lunes, 28 de mayo de 2012

¡A beber pasto!


Se ha puesto de moda -sobre todo en la juventud posmoderna- ingurgitar pasto convertido en líquido.
Los consumidores dicen que el pasto es muy bueno para la salud. Médicos, nutricionistas y otros expertos sostienen que no hay tal, en absoluto, que se trata de sólo de una moda.
¿Una moda? ¡Dios mío, con la fuerza que tiene la moda!
Ya me veo encontrándome en la barra de un bar con un amigo que bebe algo de color verde en un vaso de trago largo, y responde a mi pregunta acerca de lo que toma diciéndome, con cara de sabelotodo: ¡Pasto! Es buenísimo, ¿por qué no pides un vaso?
Hay que leer la nota relacionada del diario Perfil de Buenos Aires que firma Carolina Koruk.

© J. L. A. F.

Nota relacionada:

domingo, 27 de mayo de 2012

Los freeganos


El hombre joven de nuestro tiempo -o al menos una buena cantidad de ellos-, que  nosotros hemos dado en llamar macho posmoderno, o macho posmo, no deja de asombrarnos con sus conductas, que estudian afanosamente psicólogos, sociólogos, semiólogos y otros científicos especializados en el estudio del comportamiento humano.
El macho posmo está en todo el mundo. Todos hace las mismas cosas. 
Los freeganos, que comen desperdicios y, si se tercia, los que están en la basura, brotaron de pronto en Estados Unidos como los hongos en primavera, después de la lluvia.
Ya están aquí, entre nosotros, y en una buena parte del mundo, por supuesto.
Conozcámoslos. Nos los presenta Diego Yáñez Martínez en el diario La Nación de Buenos Aires.

© J. L. A. F.

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sábado, 26 de mayo de 2012

La parra de Guerra


Guerra tenía una parra,
y Parra tenía una perra;
pero la perra de Parra,
rompió la parra de Guerra.
Y entonces pasó que Guerra
con la porra dio a la perra.

Oiga usted, compadre Guerra,
¿por qué pega con la porra
a nuestra porruda perra?

Porque si a la perra de Parra
no le diera por romper la
parra de Guerra, Guerra
no hubiera aporreado a la perra
con la porra.

Reivindicación del besugo


Un conocido me critica porque he dado a entender en uno de mis últimos escritos que el besugo es poco sensible.
-  En el programa de radio donde usted trabajaba decía de vez en cuando: “Te veo, besugo, que tienes el ojo claro”.
- Todos los peces tienen el ojo claro, hasta que los pescan, a pesar de que ven bien. Quizás el besugo tenga mejor vista, pero termina él también por caer en la red del pescador, o bambolearse de un lado a otro colgado de un anzuelo.
El besugo es buena gente. Pero en cuestión de sentimentalismo, o sensibilidad, le ganan, por ejemplo, los delfines, que además son encantadores. Claro que los delfines son mamíferos acuáticos que pueblan casi todos los mares del planeta.
Juan Repollés recuerda en su libro La cocina española que el besugo es un pescado de invierno y constituye en España uno de los platos tradicionales de la Navidad. Su cría se conoce en el Norte como pancho, y en Galicia lo llaman olloma. El besugo de Laredo (Santander, norte de España) es más fino que el aligote, como se lo denomina en Cataluña.

El rodaballo tiene más abolengo

El rodaballo, desde luego, es mucho más sensible que el besugo. Y  tiene más abolengo.
Calificado de faisán del mar, fue ya en los tiempos dorados de la antigüedad el pescado favorito de literatos y filósofos. El poeta hispanolatino Marco Valerio (40/104 A. D. C.) lo menciona reiteradamente en su Epigramata y el emperador Domiciano (51/96 A. D. C.), último de los Doce Césares, llegó a convertir su imperial consumo en una cuestión de Estado, dado su elevadísimo precio, que se mantiene hasta nuestros días.
Más tarde, en la Francia napoleónica, el rodaballo tuvo tratamiento de excelencia. También fue objeto del interés del famoso gourmet francés Brillat Savarin (1755/1826), que le dedica todo un capítulo en su Fisiología del Gusto, donde se inclina por su cocción al vapor en un lecho de legumbres y hierbas aromáticas.
El chef, también francés, Alain Chapel lo preparó siempre asado con perejil y napado en champán.
El escritor alemás Günter Grass –premio Nobel de Literatura 1999- le dedicó una novela titulada, precisamente, El rodaballo: “El animal marino escuchó con gran paciencia aquellas disquisiciones, levemente intoxicado por los difíciles oxígenos de la noche”.

El besugo a la donostiarra

Pobre besugo, ahora me arrepiento de haberle atribuído poca sensibilidad, tanto más cuanto que está ligado a los comienzos de mi carrera (ver nota relacionada).
Los vascos preparan muy bien el bishigu, como lo llaman ellos. El crítico de gastronomía Antonio Peña y Goñi nos da la receta del besugo a la donostiarra (1):
Se limpia con mucho esmero el besugo, se espolvorea con sal y se cuelga en un lugar fresco y conveniente. Una hora antes de presentarlo a la mesa se coloca sobre una parrilla, bajo la cual arda un vivo fuego de carbón de encina. Se moja un pincel en aceite crudo y se unta el besugo entero, dándole varias vueltas, hasta que la piel esté bien tostada. Cuando llegue el momento de servirlo, ábrase el pescado y rocíese con aceite muy caliente con ajos y unas gotas de limón.
Un vino blanco, seco, pan fresco y…¡adelante con los faroles, es decir, con el besugo!

(1) De Donostia, San Sebastián, una de las tres provincias vascongadas, al noreste de España, en el límite con Francia.

© José Luis Alvarez Fermosel

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jueves, 24 de mayo de 2012

Fascinación


Fascinación significa gran atracción, carisma, deslumbramiento, embrujo, “glamour”, seducción.

Películas:

Love in the afternoon (1957), que se dio en España con el título de Fascinación, precisamente por el vals de ese nombre: el “leit motiv” musical de la película, dirigida por Billy Wilder e interpretada por Audrey Hepburn, Gary Cooper y Maurice Chevalier.
La película se basó en la novela Ariane, de Claude Anet. Jane Morgan cantaba la canción.
Hubo otras dos películas con el título en español de Fascinación: una norteamericana de Brian de Palma, de 1976: Obsession en inglés, con Catherine Bujold y Cliff Robertson y otra argentina, ésta sí titulada Fascinación, de 1949, dirigida por Carlos Schlieper, con Arturo de Córdoba y Elisa Christian Galvé como protagonistas.

Embrujo de Sevilla                              

En España hubo un perfume que se llamaba Embrujo de Sevilla, que no sé si era de la casa Gal. Y es que el embrujo, o la fascinación, o la seducción, que todo es lo mismo, tiene perfume, que a veces persiste y a veces se diluye.
Por eso, cuando a uno le llega la fascinación, tiene que colgarse de ella como de un cable a tierra; y si uno emite fascinación, como las luciérnegas luz, qué fortuna, qué don maravilloso, que no se debe retacear; claro que a veces uno es fascinante y no se da cuenta.
Si uno es tan sensible como un besugo, no sólo no podrá fascinar a nadie, sino que no le llegará la fascinación, aunque ahora que lo pienso un besugo a la espalda bien asado puede llegar a ser fascinante.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 21 de mayo de 2012

Jamón, un libro y champán


“Nunca jamás, en ningún otro país del mundo se comió cerdo con tanto fervor como en España. ¡Le iba a uno la fama y casi la vida por un trozo de tocino desdeñado! Prohibido, declarado inmundo por judíos y musulmanes, el gusto de tocino de cerdo, el entender de butifarras y jamones, el volverse loco por una morcilla y estar dispuesto a todo por un chorizo es el mejor pasaporte del viejo cristianismo”.
Este párrafo corresponde al libro La mesa del buscón (foto), de Xavier Domingo, editado en 1981 por Tusquets.
En las librerías de viejo es posible que se encuentre algún ejemplar. El libro no tiene desperdicio.
Es cuestión de ponerse a rebuscar un día de lluvia, que es cuando mejor se buscan, y se encuentran, los libros en las librerías de lance.
Xavier Domingo, por cierto, fue un compatriota y colega mío, brillante, especialista en gastronomía, entre otras cosas.
Los dos trabajamos en la France Presse, en París y en Buenos Aires.
Una mañana gris, frecuentes en la Ciudad Luz, Domingo, que andaba cerca de una boca de metro, correspondiente a no recuerdo ahora qué estación, observó que todo el mundo salía con mala cara, con cara de sueño. ¡Naturalmente! ¿Quién sale sonriente del metro para ir a trabajar un día en que va a llover, después de haberse levantado muy temprano?
Xavier Domingo, ni corto ni perezoso, se fue a uno de los muchos bares de los Campos Elíseos de los que era cliente, contrató a un camarero y se lo llevó al metro, provisto de una bandeja con jamón cortado en tacos, un cubo con hielo, una botella de champán y unas copas. A cada persona que salía le ofrecía jamón y champán.
¡Qué mejor manera de empezar una jornada laboral!

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 18 de mayo de 2012

El macho posmo y la salud


No fue un invento, ni siquiera una exageración nuestra la revelación de la existencia del macho posmoderno, o macho posmo y la descripción de su manera de ser y andar por la vida. Lo que hicimos, en todo caso, fue retratar al personaje en clave de humor.
La generación ni ni, los adultescentes, los que acusan el síndrome  Peter Pan son cada vez más numerosos. Ya llegan a 1.300.000, el 20 por ciento de la población argentina de jóvenes.
El efecto que causan en la sociedad se ha calificado de nocivo.
No ya nosotros, la Organización Mundial de la Salud (OMS), la universalmente conocida revista científica inglesa The Lancet, expertos del Murdoch Children’s Research Institute de Melbourne (Australia) y un sin fin de estudiosos de ciencias sociales de Argentina y otros países vienen ocupándose del tema desde hace tiempo.
Las notas relacionadas del diario porteño Clarín, el de mayor tirada de Argentina, se refieren a las últimas investigaciones realizadas en una buena parte del mundo, que arrojan resultados inquietantes considerando, además, que los límites de la adolescencia se han corrido, con efectos tan desastrosos en lo social, quizás, como los corrimientos de tierras en lo que a sismos y movimientos telúricos se refiere.

© J. L. A. F.

Notas relacionadas:
 
Del autor:

martes, 15 de mayo de 2012

La estación


El tren volvía a partir, sucio y mojado, en un mundo oscuro, sembrado de luces muy dispersas.

He venido a la estación a recoger un paquete que me envían de una cercana ciudad balnearia.
La noche está en pañales, como quien dice. La estación bulle de gente. La luz es amarillenta y escasa. Quizás sea la mala iluminación de las estaciones de tren lo que les da un tono grisáceo y provoca ese leve malestar, esas ganas de irse, esa especie de congoja que no tiene razón de ser ni fundamento. El pitido del convoy que se va contribuye a acentuar esa sensación. Además, parece llevarse algo de uno mismo, en venganza porque no viaja en él.
Los trenes se enfadan cuando no se llenan de pasajeros. Saben que mucha gente se desplaza en automóvil, en avión u otros vehículos que tienen menos tradición que ellos y no han protagonizado películas ni libros “best seller”. Eso les da mucha rabia.
Me voy al bar, en pos de un café o un trago de un destilado honroso.
El bar es pequeño, húmedo y huele a café, a mantequilla fundiéndose al fuego y a moho. Hay algunas personas sentadas a las mesas de fórmica, frente a una barra sin banquetas, con campanas de vidrio sobre “sandwiches” de un pálido fiambre inidentificable.
Pido una ginebra, que es bebida de bar de estación de ferrocarril. Me la sirve una muchacha trigueña de ojos tristes. ¿Estará pensando en su novio, o en el tiempo que aún ha de pasar hasta que llegue la hora de irse? 
A lo mejor vive en una localidad suburbana, o en un barrio alejado de la capital y tiene que tomar un tren. Por lo menos ya está en la estación.

Esa grisura melancólica…

En Madrid convirtieron la estación de Atocha (la del Mediodía, la del atentado) en un hermoso jardín tropical -con plantas  gigantescas-, que incluye una cafetería amplia y moderna, con terraza.
Pero esa grisura melancólica característica de las terminales de ferrocarril subyace igualmente bajo la floresta; la tristeza de la estación que impregna el  aire, que huele a gas oil y humedad, parece que fluyera porque sólo viajara en tren gente que se fuera, que nos abandonara. De ahí eso de que partir es morir un poco y despedidas de personas que sollozan y flamean pañuelos blancos; y quizás la mala prensa que tiene el tren, que aparece siempre en el cine como semillero de intrigas, en el que se cometen crímenes o es asaltado por la banda de Jesse James.
Los trenes de lujo como el Orient Express –que dio el último pitido en 2009-, el Transiberiano, los de la India (hay muchos), Colombia, Brasil, Australia (The Ghan), El Bleu Coast y los rápidos como el AVE español, el Tren Bala chino, los de Japón y el White Rose británico parece que estuvieran sólo para salir en el cine y para que escritores como Agatha Christie, Graham Greene, Georges Simenon y otros escribieran novelas sobre lo que pasa en ellos.
Hubo poetas que dedicaron versos al tren, como Agustín de Foxá, a quien he citado en algún otro artículo sobre este medio de transporte, que muchos  consideran romántico

Tren del amanecer; con una lámpara
De acetileno,
Donde muere ciega
La mariposa, azul de los pinares,
Que perfumó la ventanilla abierta.

Recojo mi paquete y salgo de la estación. La noche está hecha una señorita.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

lunes, 14 de mayo de 2012

Jardines de Madrid


Madrid está lleno de parques y jardines. A mí, como a Máximo (1), me aseguraron  que en Madrid hay más árboles que habitantes.
En los parques de la villa del Oso y del Madroño, además de ardillas, como las de la Casa de Campo, se puede encontrar de todo menos osos y madroños. Evidentemente, madroños no hay para evitar la cacofonía Madrid-Madroño, como dice Máximo, pues nadie, que se sepa, ha visto nunca un madroño en Madrid.
En cuanto a los osos -exceptuados los del zoológico- el único fichado es de bronce y además alemán: habitante heráldico y consular del Parque de  Berlín.
Mi jardín favorito es el Campo del Moro, al que solía ir de niño con mi padre, cuando salía de la Real Fábrica de Tapices, de la que él era director artístico y a la que me llevaba alguna vez. (¡El placer de estar con tu padre en su lugar de trabajo...!)

El Madrid de los Borbones

Nos sentábamos de cara a un horizonte de árboles oscurecidos por el crepúsculo. Cerca, la calle Mayor en su descenso hacia el río Manzanares por la cuesta de la Vega.
El Madrid de los Borbones o neoclásico es obra de los arquitectos Sabatini, Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva, también autores del Palacio de Oriente, los jardines de la Casa de Campo, el Museo del Prado, el Casón del Buen Retiro y el Palacio de Villahermosa.
El tiempo parecía detenerse. Olía a hierba fresca y a ozono. Apenas llegaba el ruido del tráfico de la Cuesta de San Vicente. Ni mi padre ni yo hablábamos. Estábamos juntos, muy cerca el uno del otro. A veces, una ligera bruma descendía y difuminaba el paisaje, que se tornaba fantasmal.
Tardes tranquilas, silenciosas, en el Campo del Moro, cerca del Palacio Real y de la Catedral de la Almudena. Su recuerdo me asalta con frecuencia y vuelvo a sentir ese silencio terso, sólo quebrado intermitentemente por el canto de un pájaro solitario. Y me parece aspirar el aroma del césped mojado y gustar el  sabor ligeramente picante de la neblina.

Una perspectiva arrebatadora

Si uno se asoma al Campo del Moro por la puerta que da a la Vírgen del Puerto, puede caer fulminado por la estética. La panorámica del Palacio, tras la vaguada esmeralda del Campo del Moro, es una perspectiva arrebatadora de esta ciudad de rara tradición en la que confluyen, entre otras cosas, el chotis escocés, el bombín inglés, los pinchos morunos y los mantones de Manila.
El Parque del Oeste se prolonga Manzanares arriba: el "aprendiz de río" que ya llegó a río y sigue hacia el monte del Pardo, donde los gamos triscan entre la fronda.
Esos y otros parques y jardines constituyen el pulmón verde de Madrid. Se los cuida con esmero. Es, mejor dicho, era muy raro ver en El Retiro, o en el Jardín Botánico, un papel tirado en el césped, o una lata de sardinas oxidada al pie de un árbol.
Costumbres de ayer -como la de ir de excursión los domingos por la mañana a la Dehesa de la Villa, o a Puerta de Hierro- coexisten con otras actuales. Se conserva lo castizo y tradicional y se acepta lo nuevo. El Arco del Triunfo de la calle de Alcalá simboliza el ayer de Madrid. El faro de la Moncloa representa el Madrid de hoy.
La Puerta de Hierro nunca fue una entrada a Madrid. Era parte de una cerca que se levantó para separar El Pardo de unas tierras cuyos vecinos se quejaban de los daños que causaban los animales de ese monte en sus propiedades.
Luego el militar y político argentino Juan Domingo Perón, que fue tres veces presidente de su país, popularizó los pagos de Puerta de Hierro, pues allí vivió muchos años durante su asilo en Madrid.

(1) Columnista y dibujante de la prensa madrileña.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 13 de mayo de 2012

De Valencia del Cid a la calle de Alcalá

Volvíamos de Valencia, después de un viaje estupendo en el AVE (Tren de Alta Velocidad), que en algunos tramos alcanzó una velocidad de 300 kilómetros por hora.
Llovía cuando dejamos la ciudad. Por eso había tan poca gente en las calles, habitualmente luminosas y muy concurridas.
Nuevos ornamentos de acero y cemento resumidos, según el modelo de De Stijl, no sabemos si muy adecuados para Valencia del Cid, circundan sus afueras    como una especie de muralla con esculturas cúbicas y estanques oblongos.
También había llovido en Madrid. Al salir de la estación de Atocha, situada donde antaño se levantaba una de las puertas de Madrid, el asfalto húmedo, apenas alumbrado por el sol mortecino del atardecer, tenía un melancólico reflejo de plata antigua.
Los viajeros recién llegados se aproximaban, arrastrando maletas cabineras con ruedas y ordenador portátil en mano a la hilera de taxis aparcados frente a la salida de la estación.
Los últimos rayos del sol parecían desintegrarse en puntos de una luminosidad suficiente como para dorar los pequeños charcos de agua remansada aquí y allí. Plata  y oro emborronados en la heráldica de la tarde cansada.

Las frondas enrejadas del Jardín Botánico

Un chofer alto, enjuto, de rostro verdoso que reflejaba un mal humor contenido, nos despegó al ralenti de la plaza del emperador Carlos V y empezó a cobrar velocidad al adentrarse en el Paseo del Prado, dejando atrás las frondas enrejadas del Jardín Botánico y sus muros grisáceos.
Carlos III y uno de sus ministros, el conde de Aranda, convirtieron el paseo, en la segunda mitad del siglo XVIII, en un claro exponente de las ideas ilustradas de la época al crear una zona científica y cultural que conjugase utilidad, belleza y diversión.
La fuente de Neptuno, en la que se representa al dios del mar sobre una caracola. Los hinchas del equipo de fútbol Atlético de Madrid se reúnen en torno a la fontana a celebrar sus más sonadas victorias. Los madridistas se concentran en la Cibeles, que muestra a la diosa griega de la fertilidad en un carro tirado por leones. Está en uno de los enclaves más bellos de Madrid, donde también se halla el Palacio de Comunicaciones, en cuyo interior puede admirarse una hermosa cúpula de cristal o visitar el Museo Postal y Telegráfico.

El Ritz y el Palace

En la plaza de la Cibeles están, junto a la calle de Alcalá, el Banco de España y el Palacio de Buenavista, sede del Cuartel General del Ejército. En la otra acera se yergue el Palacio de Linares, que alberga la Casa de América, centro cultural latinoamericano. El hotel Ritz, obra del arquitecto francés Charles Mewes, inaugurado en 1910. Dos años después abría sus puertas, muy cerca, junto a la plaza Cánovas del Castillo, otro elegante y lujoso hotel, el Palace, proyectado por la firma belga Leon Monnoyer et fils.
El Museo del Prado, hoy una de las más completas y mejores pinacotecas del mundo, se inauguró en 1819 como museo real con 300 cuadros.
Al entrar en la calle de Alcalá, una de las más largas y hermosas de Madrid, se habían oscurecido contornos y perfiles. Extrañas sombras parecían bailar el  chotis con los faroles, que ya no son más de gas, en una suerte de fin de verbena en la que Gutiérrez Solana hubiera pintado, de prisa y corriendo en cualquier pared, uno de sus terribles cuadros aliñados con gin y vinagre.
Sabe Dios cuando volveremos -si es que volvemos- a pasar por la calle de Alcalá, en coche, como ahora, o a pie.
La florista que iba y venía por la calle de Alcalá "(...) con los nardos 'apoyaos’ en la cadera”, me puso una vez una flor en la solapa del alma, que jamás se marchitó.

Y el gomoso que la ve
va y le dice venga usted,
a ponerme en la solapa lo que quiera;
que la flor que usted me da,
todo el mundo la verá
por la acera de la calle de Alcalá

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 11 de mayo de 2012

Hay que mejorar la cocina argentina


Esto es lo que dicen los críticos y especialistas en gastronomía, a la vista de la relación de los 50 mejores restaurantes del mundo, en la que no figura ninguno de estas pampas.
Lo cual es injusto, y sé que muchos de mis amigos que hacen crítica o crónica gastronómica están de acuerdo conmigo.
Pero se perfila como necesario perfeccionar la gastronomía argentina, especialmente en lo que se refiere a la tecnología, que pierde por goleada en su comparación con la de otros países.
En cuanto a lo que se nos da de comer en los restaurantes argentinos, también hemos de reconocer que se ha mejorado mucho en relación con inefables décadas pasadas y que hay restós que podrían figurar en esa lista que nos da a conocer Soledad Vallejos en una nota del diario La Nación de Buenos Aires.

© J. L. A. F.

Nota relacionada:

Foto:
Restaurante Oviedo (Buenos Aires) 
 

lunes, 7 de mayo de 2012

Cosas de antes


Volamos mi mujer y yo a Madrid con TAM, una línea áerea brasileña, y regresamos a Buenos Aires con la misma compañía.
La puntualidad, la comodidad y, por encima de todo, la atención al cliente que disfrutamos fue excepcional.
No puedo por menos que dar las gracias, y así lo hago- por escrito, es decir, mediante un e-mail.
A vuelta de correo (electrónico) recibo una primera respuesta que agradece mi gratitud, podríamos decir haciendo un juego de palabras cacofónico, y expresa: Hemos recibido conforme su e-mail y procederemos a la gestión correspondiente para brindarle una contestación a la brevedad. ¡La cereza en el pastel!
No todas las compañías de aviación comercial prestan hoy en día un buen servicio, dicho sea esto entre paréntesis, porque lo que nos interesa destacar es la calidad de TAM y también el hecho de que responde las comunicaciones que le llegan.
Muy poca gente acusa recibo de una felicitación, una dedicatoria, un mensaje de texto, un e-mail, una nota, un recado…
No es que esa gente esté mal educada –por lo menos no lo está pefectamente-, lo peor es que considera que, por su categoría, no tiene que responder, porque eso la hace de menos, la rebaja.
Hay otros  para quienes el silencio equivale a decir que se recibió lo que fuere y que todo está bien.
Si uno se muestra en desacuerdo con este sistema se le dice que no vive al día, que no está al tanto de los usos y costumbres de la sociedad (pos) moderna; es que se quedó en la época en la que se practicaban esas ridiculeces, porque se disponía de mucho tiempo. Hoy hay que ir al grano.
Pero no todo está perdido. TAM y algunos más responden. En todos sentidos.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 6 de mayo de 2012

La propina


Cuando se tiende a ser propinero,vale decir, a dejar buenas propinas, no suelen plantearse problemas. Lo malo es cuando uno es más bien… conservador. Hay gente que se gasta en Buenos Aires el equivalente en pesos a 500 dólares americanos en una comida para cuatro en un buen restaurante, y de ahí para arriba y a la hora de recibir la cuenta y pagar, en efectivo o con tarjeta de crédito, se le encoge el corazón al pensar en la propina, que si se ha comido bien y uno ha sido bien atendido debería ser generosa.
Son los excesivamente conservadores quienes, en ciertos países, son perseguidos hasta la calle por los mozos del restaurante en el que dejaron poca propina.
La nota relacionada de Isidoro Merino puede ser de inestimable ayuda para no quedar mal a la hora de dejar propina, ni sentar plaza de despilfarrador por la persona que le acompañe, que suele ser la santa esposa o los hijos adolescentes.

© J. L. A. F

Nota relacionada:

viernes, 4 de mayo de 2012

La Casa de las Siete Chimeneas


La geografía, -o la topografía, si se prefiere-, la historia, el paisaje, las tradiciones, las leyendas nada pueden contra las crisis económico financieras de los países, que de vez en cuando desencadenan determinados “hombres de negocios”, apañados por determinados bancos y determinadas empresas protegidas por determinados gobiernos.
Reconforta, sin embargo, pasear por el Madrid de los Austrias, o de los Borbones, o por el mismo Madrid del centro, donde está la Casa de las Siete Chimeneas (foto), sede actual del Ministerio de Cultura de España y declarada Monumento Histórico Artístico en 1948.
La casa está en el número uno de la Plaza del Rey y se llama así por los siete respiraderos que todavía se ven en el tejado. En ella residieron los embajadores de Nápoles, Francia y Austria y la viuda del general Lacy, héroe de la batalla que los españoles libraron contra las huestes invasoras de Napoleón Bonaparte en Bailén (Jaén, Andalucía, sur de España) y en la que combatió, como integrante entonces del ejército de España, el argentino José de San Martín, posteriormente libertador de su patria.
Uno de los inquilinos más conspicuos de la Casa de las Siete Chimeneas fue el marqués de Esquilache, ministro (italiano) de Hacienda de Carlos III que provocó un motín por sus erradas medidas económicas (en todos los tiempos se cuecen habas, cabría decir) y su intención de cambiar costumbres y modas muy arraigadas en el pueblo madrileño.

La leyenda de la dama de blanco

El edificio, tipo mansión urbana, de planta rectangular, dos pisos y un tejado a cuatro aguas, rematado por las siete chimeneas que le dieron su nombre, fue  construido por Antonio Sillero –a quien se debe también el convento de las Descalzas Reales- y reformado por otros arquitectos de la época.
Iba a ser la vivienda de un capitán de la aristocrática familia Zapata y una dama de la corte, Isabel Ledesma, hija de Pedro Ledesma, montero del rey.
La pareja contrajo matrimonio y pasó a ocupar la mansión, pero el marido tuvo que irse al poco tiempo a Flandes, donde los tercios españoles luchaban contra los flamecos y murió en combate.
La viuda no tardó en seguir a su esposo. Siempre se dijo que era amante de Felipe II; para algunos se suicidó, agobiada por los remordimientos; son más quienes sostienen hasta hoy que la mandó matar el propio monarca, que no era así como precisamente poseedor de muchos escrúpulos
El caso es que, como era de esperar, surgió la leyenda, según la cual se veía de vez en cuando a una mujer vestida de blanco, con una antorcha en la mano, caminando por el tejado de la casa, entre las siete chimeneas. Luego se arrodillaba, se golpeaba el pecho y se santiguaba.
Cuando a finales del siglo XIX se instaló el Banco de Castilla en la Casa de las Siete Chimeneas, se hallaron en el sótano monedas de la época de Felipe II y el esqueleto de una mujer.   

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 2 de mayo de 2012

"Do you speak English?"


Muy poca gente habla inglés en España. Los españoles no tenemos facilidad para aprenderlo. Y mucho menos, ganas.
Yo lo estudié –sin el menor aprovechamiento, de puro vago- durante los tres últimos cursos de mi bachillerato, en el colegio de San José que los hermanos Maristas tenían en la calle de Fuencarral, 126, de Madrid, donde ahora hay una tienda de venta de ropa.
Juan Schramm, uno de los pocos profesores seglares que tenían los frailes, era alemán de Berlín y dominaba el inglés como su propia lengua. Era un magnífico docente, además.
Posteriormente, mi madre me matriculó en el Instituto Británico, también en Madrid. Nos daba clase Amelia Martín Gamero y González Posada, perteneciente a la “high life” –ya que estamos hablando del idioma inglés…- española. Creo recordar que tenía un hermano diplomático.
Poco tiempo después me fui a Londres, donde no entendía a nadie y nadie me entendía a mí, hasta que me dediqué a estudiar en serio, a leer los diarios, ver la televisión, escuchar a los oradores de Hyde Park y hablar con los taxistas. Y terminé por hablar y escribir inglés correctamente.

Funcionarios y conferencias

Algunos de mis compatriotas estudiaron inglés y lo aprendieron más o menos como yo. La mayoría se resistió y continúa resistiéndose a estudiarlo, incluidos los altos funcionarios del gobierno, que siguen necesitando intérpretes en las conferencias internacionales.
Desde 1975 hasta hoy ninguno de los cinco presidentes que tuvo España hablaba inglés, con la única excepción de Leopoldo Calvo Sotelo.     
Ahora empieza a desarrollarse en España una campaña tendente a que todo el mundo, o la mayor cantidad posible de gente estudie inglés. Veremos si tiene algun éxito.
Curiosamente, cuando en una reunión un español habla inglés con un británico, o norteamericano con un yanqui, interviene enseguida un compatriota que dice que él hablaba… "la lengua de Shakespeare”, pero que al cabo de diez años de no practicarla se le ha olvidado; no obstante, se mete en la conversación, diciendo a lo Tarzán cosas como “you English, no habla Spain?, o “mí entender, pero no ‘speak’”, “España… ‘like’?”.
Al cabo se calla, por fortuna, pero se torna sombrío, le mira a uno con resentimiento, piensa que uno está marcado por un sino, o que el Espíritu Santo descendió sobre su cabeza, en forma de llama, y le concedió el don de las lenguas.
De mí dijeron que me mandaban siempre de enviado especial porque tenía la … "suerte” de hablar inglés y otros idiomas.
“Lo que los demás llaman suerte a mí me cuesta muchas horas de sueño”, dijo una vez –la frase se me quedó clavada- el gran médico y polígrafo español Gregorio Marañón.
En fin, que a ver si de una vez por todas los españoles nos ponemos a aprender inglés, el idioma del mundo desde hace varios años. Además, es muy fácil.

© José Luis Alvarez Fermosel