martes, 31 de mayo de 2011

Investigar para crear

El escritor inglés John B. Priestley dio cuenta en el periódico The New Statesman and Nation de una visita que hizo a Stratford-on-Avon, la ciudad de Shakespeare.
En la primera parte de su artículo decía cosas tan bellas como ésta: “Las piedras de Costwold bañadas de luz…, el huerto de Shallow, bajo las pobladas ramas de los árboles…, las entonadas masas verdes y pardas, y a lo lejos, los descoloridos azules de una vieja acuarela… ¡Qué país, qué maravilla…!”
Manfred B. Lee –eximio escritor de novelas policíacas, que junto con su primo Frederic Dannay hizo universalmente conocida la rúbrica Ellery Queen-, se preguntó si esa visita de Priestley a Stratford sugirió a su siempre activa imaginación algo más importante que la mera descripción impresionista del paisaje.
Por ejemplo, un drama o una novela histórica, dada la doble condición de dramaturgo y novelista de Priestley.
Al autor de Ha llegado un inspector, Hora radiante y El tiempo y los Conway, por no citar más que tres de sus obras más famosas, le vino a las mientes, acaso, su inquietante inspector Goole, que le dictó la siguiente reflexión:
“Podría escribirse una buena novela policial acerca de un sabio que, sumido en el estudio de los tiempos isabelinos, es asesinado. La policía no consigue resolver el caso. Un excéntrico detective privado descubre que el asesino es un emisario del Concejo Deliberante de Stratford-on-Avon que estaba a punto de revelar que Shakespeare no escribió nada de lo que se le atribuyó”.
Hasta hoy se dice que Shakespeare copió sus obras a otros escritores. Se lo puso en tela de juicio. Se dudó de su sexualidad, de su afiliación religiosa, se dijo que fue un estafador, que padeció de cáncer, que murió de una borrachera. Vamos, lo que se dice normalmente de un escritor -y alguna que otra cosilla más-, o de quien sea que tenga éxito.
De cualquier manera, si Shakespeare hubiera vivido en la actualidad habría investigado todo lo habido y por investigar, e incluso habría navegado por Internet, a ver si descubría el secreto de la locura, o el gérmen del crimen.
Manfred Lee sostiene en un capítulo del libro En el salón de los Queen, titulado Y lo mismo en literatura, que el autor de Hamlet sería hoy tan realista como lo fue en su tiempo.
“Inspirado por ciencias que en su época no se conocían, ¿no hubiera seguido hoy la corriente el buen Will? ¿No es perseguida la demencia por el diagnóstico? Y pisando los talones al homicidio, ¿no tenemos al detective moderno? Pues lo mismo en literatura…”.
La investigación acicatea el impulso creador: la inquietud por descubrir al criminal, si el que indaga es un detective, conocer el verdadero carácter de un personaje difícil o saber donde está la noticia, si el que averigua es un reportero; o para un médico hallar la enfermedad real, encubierta por síntomas que la enmascaran.
También releyendo viejos libros el redactor de un dietario, que no otra cosa es un blog, puede sacar a relucir alguna curiosidad, o imaginarse una situación poco común.

© José Luis Alvarez Fermosel

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Ellery Queen

Ellery Queen

El equipo formado por Frederic Dannay (Nueva York, 1905-1982) y Manfred B, Lee (Nueva York, 1905-1971), conocido universalmente como Ellery Queen, escribió más de cincuenta libros, -incluídos los publicados originalmente bajo el seudoseudónimo de Barnaby Ross-, y editó casi otros tantos.
Un cálculo prudente sitúa sus ventas totales, en las diversas ediciones, por encima de los treinta y cinco millones de ejemplares.
Millones de lectores y espectadores celebraron que la TV Guide concediera al programa de Ellery Queen el Premio Nacional como el mejor espectáculo de misterio de 1950.
Ellery Queen ganó cuatro Edgars -el premio de la Sociedad Nacional de Autores de Misterio norteamericanos, similar al Oscar de Hollywood- anuales y las Gertrudes de oro y plata que otorgaba Pocket Books por las ventas de ediciones, que en el caso de Ellery Queen superaron un millón de ejemplares para un solo título, o los cinco millones de ejemplares colectivamente.
Quizás las obras que tuvieron más éxito de Ellery Queen fueron El propio caso del inspector Queen y Buró de Investigación Queen.
Dannay y Lee se hicieron también internacionalmente famosos como editores. Su colección de revistas policiales fue la mejor del mundo en su género. Sus investigaciones editoriales dieron origen a antologías tan leídas como 101 años de entretenimiento y La literatura del crimen.
Desde 1946 se editaron anualmente los Premios Ellery Queen, volúmenes integrados por relatos ganadores del concurso de cuentos que convocaba todos los años la Revista de Misterio de Ellery Queen.
Anthony Boucher –también del gremio- dijo una semblanza de Manfred B. Lee y Frederic Dannay que Ellery Queen es el relato detectivesco norteamericano.
Sea esto exagerado o no, lo que no se les puede negar a Lee y Dannay –que, por cierto, eran primos- es que trabajaron como negros. Y lo que también tiene su mérito: no bajaron nunca el nivel de sus narraciones.

© J. L. A. F.

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Héroes entre luces y sombras

sábado, 28 de mayo de 2011

La mesa del buscón

“Nunca jamás, en ningún otro país del mundo se comió cerdo con tanto fervor como en España. ¡Le iba a uno la fama y casi la vida por un trozo de tocino desdeñado! Prohibido, declarado inmundo por judíos y musulmanes, el gusto de tocino de cerdo, el entender de butifarras y jamones, el volverse loco por una morcilla y estar dispuesto a todo por un chorizo es el mejor pasaporte del viejo cristianismo”.
Este párrafo corresponde al libro La mesa del buscón, de Xavier Domingo, editado en 1981 por Tusquets.
Es posible que en alguna librería de viejo de la ciudad se encuentre un ejemplar. Estaría bien, porque el libro no tiene desperdicio. Tampoco lo tuvo su autor
Es cuestión de ponerse a buscarlo un día de lluvia, que es cuando mejor se buscan, y se encuentran, los libros en las librerías de lance.
Xavier Domingo fue un compatriota y colega mío, brillante, especialista en gastronomía, entre otras cosas.
Los dos trabajamos en la Agence France Presse (AFP).
Un día gris -tan frecuentes en la Ciudad Luz-, lunes, por más señas, Xavier, que andaba cerca de una boca de metro, observó que todo el mundo salía a la calle de mal humor y con cara de sueño. ¡Naturalmente! ¿Quién sale sonriente del metro para ir a trabajar un lunes, después de haberse levantado al amanecer, o poco menos? Encontrarse con que va a llover tampoco ayuda a levantar el ánimo.

Champán contra las murrias

Xavier Domingo, ni corto ni perezoso, se fue a un bistró que empezaba a abrir sus puertas, contrató a un camarero y se lo llevó al metro, provisto de un cubo con hielo, unas botellas de champán y unas copas. A cada persona que salía le ofrecía una copa.
No se me ocurre, de momento, otra manera mejor de empezar a trabajar un lunes.
Xavier Domingo, un sibarita si los hubo, tenía una excepcional capacidad de aguante para la bebida.
Eduardo Chamorro documentó por escrito que Xavier Domingo y Julio Ramón Ribeiro se bebieron una tarde, de arriba abajo y de abajo a arriba, la lista de cuarenta cócteles del bar de la Closérie des Liles y se llevaron recíprocamente a casa.
Quizás en la segunda vuelta, o a partir de un momento dado, el barman rebajo sin que ninguno de los dos monstruos se diera cuenta la cantidad de alcohol de cada cóctel.
De cualquier manera, hay que tener resistencia
¡Qué pena que te fueras tan pronto, Xavier, amigo!

© José Luis Alvarez Fermosel

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viernes, 27 de mayo de 2011

¡Cosas que dicen...!



jueves, 26 de mayo de 2011

Negligencia criminal

Diecinueve personas murieron en Kinshasa (Congo) al precipitarse a tierra un avión en el que apareció un cocodrilo que provocó un pandemonium.
El saurio se escapó de la maleta en la que le llevaba un pasajero que eludió todos los controles.
Cuando apareció en el avión provocó el pánico general. La gente, enloquecida, se desbandó, tratando desesperadamente de refugiarse en la cabina de los pilotos. Se produjo un desequilibrio en la aeronave que determinó su caída.
Cuesta trabajo pensar que tantos controladores aéreos hayan sido capaces de incurrir en una negligencia que resultó criminal.
El hecho, estremecedor, pone una vez más de relieve la estupidez de esta sociedad posmoderna, cuyos integrantes vagan por sendas perdidas, que diría Heidegger.
Los seres posmodernos son torpes –menos para manejar los “gadgets” de la informática-, irresponsables; se manejan con valores devaluados y una indiferencia y una estolidez rayanas en la debilidad mental. Hay excepciones, por supuesto.
Todos los días nos enteramos de barbaridades como la que hoy comentamos. Los medios informativos suelen ocuparse de ellas por poco tiempo y con gran “nonchalance”.
El factor humano sigue fallando. Los hombres, el hombre posmoderno, para ser exactos. Las mujeres no cometen tantas estupideces, ni de tan grueso calibre.
El presente está completamente degradado. No sé qué podemos esperar del futuro.
La tendencia a reducirlo todo al mínimo común denominador impulsa hacia los pensamientos débiles, las ideas elementales y las filosofías del “statu quo”.
Aunque todo esto parezcan disquisiciones para andar por casa, tiene que ver con la decadencia de los valores del ser humano posmoderno.

© José Luis Alvarez Fermosel

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Un cocodrilo escondido en un avión mata a 19 personas en un vuelo en el Congo

martes, 24 de mayo de 2011

"Infoxicación" y virtualización

La sobredosis de información que recibimos a diario por las redes sociales, los correos electrónicos, los mensajes de texto y otros artefactos informáticos, más el “struggle for life” y otras lindezas está llevando nuestros niveles de estrés a cotas altísimas.
Hemos llegado ya a la “infoxicación”, como la denomina un conocido físico especializado en nuevas tendencias.
En lo que a tendencias se refiere, no nos dejemos en el tintero la virtualización, que ha revolucionado el cada vez más complejo mundo de la informática.
Leamos atentamente las notas relacionadas con este texto. Una se refiere a la “infoxicación”, otra a la virtualización… Pero no nos descuidemos porque podemos recibir en cualquier instante un SMS, una cadena por e-mail o una solicitud de amistad virtual.
Cantan los pájaros en los árboles del cercano bulevar, se remansa el sol triste de la tarde, viene de no se sabe dónde una melodía bellísima, huele a tierra mojada.
No importa, no podemos disfrutar de nada de eso arrellanados en un sillón, fumándonos un habano –una botella de champán se aburre en la nevera-.
En cinco minutos tenemos que hablar –entrecortadamente- por Skype con un “broker” de Oslo e inmediatamente después habremos de dedicarnos a rediseñar nuestra web.
Esta noche vuelven a dar “Casablanca” por la televisión. La verdad es que nos gustaría verla por enésima vez. Pero no vamos a poder, porque tenemos que postear en nuestro blog una información que será distribuída al mundo entero, aunque sólo le interesa a un amigo de la Coruña, que no estará, mientras nosotros tecleamos aquí a toda prisa, comiendo sardinas con cachelos y bebiendo un vino de Albariño fresco, sino pendiente de la computadora.
¡No hay que perder ripio!

© José Luis Alvarez Fermosel

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¿Qué es la Virtualización?


lunes, 23 de mayo de 2011

Roald Dahl, un ejemplo

Roald Dahl es un ejemplo de cómo puede vencerse a la adversidad, vivir una existencia plena y activa, sentir alegría y llevársela a los niños con cuentos llenos de originalidad y encanto.
Este escritor británico (Llandoff 1916-Oxford 1990), perdió a su padre -de origen noruego- a los tres años y sufrió los rigores de la estricta educación inglesa de la época, que incluía castigos corporales.
Más interesado por la acción y las aventuras que por los estudios universitarios que le imponía su madre viuda, a los 18 años se hizo explorador, siguiendo el ejemplo de su compatriota Henry Morton Stanley, aunque no llegó tan lejos.
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) le sorprendió con 23 años y su espíritu aventurero intacto, por lo cual se alisto en la R. A. F. (Real Fuerza Aérea Británica) y combatió en los cielos de Grecia, Siria y Libia.
Su avión fue alcanzado varias veces por el fuego enemigo y derribado en una ocasión.
Gravemente herido, tuvo que ser retirado del frente. Una vez recuperado, se le destinó a Washington en 1942, donde se desempeñó como asesor de combate aéreo y después como agente del servicio de Información de su país hasta 1945. Otro escritor de novelas de acción que fue cocinero antes que fraile.

Historias de aviadores y aviones

Contó su visión de la guerra en periódicos y revistas. En 1940 recopiló sus artículos en los libros Sobre ti y Diez historias de aviadores y aviones.
Dahl era de los padres que cuentan cuentos a sus hijos. Empezó contándoselos de viva voz y después los escribió con mano maestra. Y así surgieron Los gremlins, Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda y Amélie.
De casi todos se hicieron películas. La más taquillera quizás haya sido Matilda. También escribió Dahl guiones para films de James Bond.
Dahl estuvo casado con la actriz Patricia Neal, que sufrió varias enfermedades graves y estuvo a punto de quedarse inválida y ciega. Por fortuna se recuperó totalmente.
Antes, en 1962, había muerto su hija Olivia. Su hijo Theo sufrió un accidente de tránsito y resultó con graves daños en el cerebro. También se recobró, gracias a los esfuerzos de su padre, que llegó a inventar una especie de válvula para extraerle líquido del cerebro.

Cuentos

Nada de eso amilanó a Dahl, que siguió adelante con su vida y su familia, sin dejar de escribir relatos para niños y también para adultos, de tanto interés como La venganza es mía, Historias extraordinarias, El gran cambiazo y Mi tío Donald.
Pero lo más destacado de su producción literaria fueron cuentos para niños, con sus personajes buenos y malos, su moraleja y por encima de todo una fantasía que es lo que les da sazón e interés. Parte de su narrativa infantil y juvenil está considerada como la mejor del mundo.
Roald Dahl sufrió los horrores de la guerra, heridas graves, la casi insoportable tensión de la vida del agente secreto, que en muchas ocasiones ha derivado en el alcoholismo –como en los casos de Philby, Sorge, Burgess, Maclean y otros espías famosos- enfermedades y muertes de seres queridos.
Nada pudo amargarle la vida y privarle de ese maravilloso don de captar el interés de los niños y emocionarlos con cuentos escritos con un sentimiento tan profundo como su valentía y su fuerza moral.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 22 de mayo de 2011

¡Estamos hartos!

No se puede jugar de mala manera con la gente. Porque llega un momento en que la gente se cansa, que es lo que nos ha pasado a los españoles, que ya estamos hartos.
Sobre todos los jóvenes desempleados, depauperados y sin futuro por la incompetencia -y por tanto la soberbia, el autoritarismo-, el nepotismo, o los reiterados favores a los amiguetes que ha mostrado el gobierno con impudicia.
El pueblo se echó a la calle pacíficamente, sin ondear banderas con leyendas partidistas ni consignas políticas, ni levantar barricadas.
Porque lo que se pretende es poder trabajar. Y vivir con dignidad, con decoro; en paz, desde luego, pero decentemente, sin que el 40 por ciento de la población esté desempleada, y sin perspectivas inmediatas de volver estarlo a corto plazo.
El socialismo, el progresismo -¡la izquierda, bah!- ha fracasado estrepitosamente. El conservadorismo, o la derecha papa moscas desde hace tiempo. La nada.
En el momento de escribir culminan las elecciones para escoger nuevas autoridades municipales en todo el territorio español. Los primeros resultados a boca de urna dan como ganador al Partido Popular (PP, conservador, en la oposición). Voto castigo, se llama esta figura.
Las protestas masivas en la Puerta del Sol de Madrid fueron replicadas en otras de España y otros países del mundo, sumidos también en una profunda crisis económica y social, provocada por la incapacidad, la rapacidad y la corrupcion de sus gobernantes.
La debilidad de las democracias como sistemas de gobierno se ha puesto una vez más en evidencia.
Un sistema democrático protervo degeneró en España en un bipartidismo de gran chatura, con dos partidos sin líderes ni siquiera presentables.
¡Qué Dios nos la depare buena!
(Todo lo que pasó hasta ahora se cuenta con imparcialidad, con justeza y con lujo de detalles en los dos estupendos trabajos relacionados del diario El País de Madrid.)

© José Luis Alvarez Fermosel

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El 15-M sacude el sistema
De fiesta nocturna a Mayo del 68

jueves, 19 de mayo de 2011

Hielo insalubre

El coronel (retirado) Howard K. Wilkinson llevaba una temporada sintiéndose mal. Le parecía que se hinchaba, por utilizar una expresión más propia de la jerga del East End (1) que del refinado lenguaje de los vecinos de Belgravia, uno de los más céntricos y selectos barrios de Londres, en el que habitaba en compañía de su “valet”, Horace, que había servido a sus órdenes en Mandahar (Afganistán) con el grado de sargento y su ama de llaves, Mrs. Wooster. El coronel era viudo, sin hijos.
El coronel Wilkinson había recibido una esmerada educación: Trinity College, Oxford, Royal Military College (R.M.C.). Servicio en la India, por supuesto, en la que se distinguió como hábil administrador y soldado valeroso y competente, llegando a ejercer el mando del 70 Regimiento de Rifleros de Burma.
Su carrera “overseas” (2) estaba tachonada de honores y condecoraciones, entre éstas últimas la Orden de Servicios Distinguidos (D.S.O.) y la Orden del Imperio Británico (O.B.E.).
Considerado como el mejor fusilero de Assam, la tórrida jungla de Assan, barrida por el monzón, también había practicado el “pig sticking”, o caza del jabalí con lanza, muy apreciada por los ingleses en la India.
A su regreso a Inglaterra jugó durante algún tiempo al badminton y al cricquet.
El coronel, apenas pasados los 60 años, era, pues, un hombre recio, fuerte, pero de peso proporcionado a su contextura. Tenía el pelo gris acero y un bigote el mismo color, de discretas guías.
Ultimamente el coronel Wilkinson había aumentado de peso. Su abdómen sobresalía. Tuvo que desechar algunos trajes que le quedaban estrechos y planeaba una visita a su sastre, en Savile Row (3).
Se ceñía con una faja cuando tenía que usar los trajes de etiqueta: el esmóquin para las cenas, el chaqué para las bodas y otras ceremonias oficiales y el frac para las sesiones de ópera del Covent Garden.
- Esta hinchazón… –se lamentaba.
Su prima Harriette, que era su confidente y su mejor amiga, le había aconsejado que limitara por algún tiempo sus copiosos almuerzos en el club (el Traveller) y que bebiera menos whisky.
Un día le observó con más detenimiento.
- Tienes razón, Howard, parece que estuvieras hinchándote.
- Lo cual no me hace ninguna gracia, porque que me parece que estoy envejeciendo.
- No todos los viejos son gordos
–respondió Harriette, con gran sentido de la realidad y ninguno de la diplomacia.
- Tal vez debería ir a ver al viejo Bill -dijo el coronel.
William Bill Braid, ex médico militar, viejo camarada de armas del coronel, todavía ejercía en Harley Street (4).

Decisión

Un día, el coronel Wilkinson, después de tomar el té –que seguía recibiendo de Ceylán-, dijo con tono enérgico, tirando sobre un divan el libro sobre Benjamin Disraeli -el gran impulsor del imperialismo británico-, que había empezado a leer.
- ¡Mañana iré a ver a Bill!
Su prima levantó la cabeza de su labor de “crochet” y la volvió a bajar enseguida. No hizo ningún comentario.
A la mañana siguiente, luego del desayuno y la lectura del Times, el coronel se vistió –ayudado por Horace, como de costumbre- con un traje cruzado a rayas, requirió su “trench coat” (5), su sombrero Lock y su paraguas y salió de su confortable hogar de Belgravia.
Lloviznaba, pero tuvo la suerte de hallar enseguida un “cab” (6) y pidió al taxista que le condujera a Harley Street.
El consultorio del doctor Braid apenas se diferenciaba de los de otros médicos de la calle Harley. Lo único que quizás no tuvieran muchos, o ninguno, era un magnífico armario del arquitecto y diseñador Charles Rennie Mackintosh (1868-1928), perteneciente al repertorio decorativo de la escuela de Glasgow.
Los dos camaradas se saludaron como si se hubieran visto el día anterior y enseguida comenzaron a cambiar las consabidas observaciones acerca del tiempo, a las que tan aficionados son los ingleses.
Al cabo, el médico hizo pasar a su amigo a una salita equipada con una camilla y el instrumental de rigor, le despojó de parte de sus elegantes ropas y le sometió a un concienzudo reconocimiento.

¡Maldito hielo…!

- Vístete y vuelve al despacho –dijo el doctor Braid cuando terminó de examinar a su amigo.
El ex militar y el galeno, separados por el ancho de la mesa del escritorio, se miraron fijamente en silencio a los ojos, que ambos tenían azules y ligeramente abultados.
Al cabo de unos segundos, rompió el fuego el coronel:
- ¡Por Dios, Bill!, ¿qué tengo?
- Nada de particular, tranquilizate. Padeces de hidropesía.
- ¿Hidropesía? ¿Y eso qué es?
- Acumulación de agua en los tejidos
.
El coronel, sempiterno bebedor de whisky “on the rocks” (8) -a diferencia de la mayoría de sus compatriotas, que bebe cerveza, jerez y gin-, se levantó de un salto de su silla, llevándose las manos a la cabeza.
- ¿Agua? –rugió.
Y al instante, recordando, se volvió a sentar y bajó mansamente la cabeza.
- Debe haber sido el hielo...

1) Barrio popular del Este de Londres.
2) Extranjero
3) Calle de Londres( en Mayfair) famosa por sus sastrerías y otras tiendas de venta de ropa de primerísimo nivel para caballeros.
4) La calle de los médicos.
5) Impermeable cruzado de corte militar
6) Taxi.
7) Con varios cubos de hielo.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 17 de mayo de 2011

La grosería de la impuntualidad

El impuntual es un grosero, que me perdonan, pero alguna vez hay que decir las cosas como son. Recordemos a Quevedo: Siempre se ha de sentir lo que se dice, ¿nunca se ha de decir lo que se siente…?
Los psicólogos, que gustan de buscarle tres pies al gato, ligan esta grosería con desórdenes mentales, vicios, miedos, fobias y otras zarandajas. El caso es complicarlo todo.
Para ser puntual, como para tantas otras cosas de la vida, lo que hay que hacer es tener fuerza de voluntad y ponerse a ello: a llegar a tiempo a todas partes.
Es como dejar de fumar. Para dejar de fumar, un día hay que decir: a partir de este momento no enciendo un solo cigarrillo más. Y echarle cojones a la cosa y no hacerlo.
Claro, no es fácil. ¿Pero qué es fácil en esta vida? Aquellos a los que se les ha dado todo, a quienes todo les resulta fácil, por lo que sea, no son tantos, no vayáis a creer. Casi todo es difícil hoy en día, requiere esfuerzos.
Conocí a un compatriota en Nueva York que, como muchos de nosotros, los españoles, no llegaba nunca a horario a ningún sitio.
En una oportunidad tenía una cita a las ocho de la mañana en la oficina de unas personas con las que tenía que entrevistarse, al sur de Manhattan. Se esforzó y llegó esa vez apenas cinco minutos tarde.
Mi conocido me contó después que una encantadora secretaria afroamericana le obsequió con una sonrisa espectacular y le dijo:
- Perdón, señor, pero su cita era a las ocho.
- ¡Pero apenas pasan cinco minutos de las ocho!
-protestó mi amigo.
- Suficiente –respondió la secretaria, sin dejar de sonreir.
El hombre se quedó sin la cita, pero se hizo puntual como un cronómetro.
Después de vivir en Londres –hace mucho tiempo, cuando los ingleses eran extraordinariamente puntuales-, uno se hizo un consuetudinario practicante del hábito que consiste en llegar siempre a tiempo a todas partes; y descubrió que no la cosa no es tan difícil.
Para mí el impuntual es un desordenado. Se desordena con todo, y naturalmente con el tiempo. No he conocido a uno solo de estos especímenes ordenado para sus cosas: para sus papeles, para su escritorio, para su habitación, para su manejo en la vida.
La impuntualidad se relaciona directamente con la negligencia. Difícilmente un impuntual será determinado, preciso, activo, diligente, dinámico, rápido.
Podríamos aportar muchos testimonios y opiniones acerca de esta lacra. Pero nos contentaremos hoy con reproducir un excelente trabajo de Isaías Medina-Ferreira, del diario digital elMasacre.com de Dajabón (República Dominicana), y otro no menos bueno de Laura Reina publicado en el diario argentino La Nación.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:
¿Por qué somos Impuntuales?
Impuntuales: la vida a deshora

lunes, 16 de mayo de 2011

Nos quedamos sin intimidad

Se nos terminó la intimidad. Orwell fue un taumaturgo. Todos estamos en la misma burbuja. Todos estamos online.
Todos nos exponemos en la red. El mundo virtual nos ha conquistado.
Timoner prepara un biopic que va a hacer que se caigan las paredes, con lo que nos quedaremos todavía más expuestos.
¿Quién es Timoner?
Hay que leer Los peligros de una vida en público, de Borja Bas, en el diario El País de Madrid.

© J. L. A. F.

Nota relacionada:
Los peligros de una vida en público

Del autor:
Ha estallado la primera guerra cibernética

El ciudadano más famoso

En este mes se cumplieron 70 años del estreno de la película cumbre de Orson Welles, El Ciudadano (“Citizen Kane” en inglés), que año tras año se sitúa a la cabeza de las 100, las 20, las 10 mejores filmadas en todo el mundo desde el nacimiento del cine.
Se ha llegado a calificar El Ciudadano de epopeya, lo cual parece un poco exagerado.
También recibió algunas críticas. Quizás la más lapidaria y la más conocida, por tratarse de quien la formuló, fuera la de Borges, quien dijo en la revista Sur de Victoria Ocampo: Me atrevo a sospechar que “Citizen Kane” perdurará como perduran ciertos films de Griffith o Pudokin, cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie se resigna a rever. Padece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial, en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra.
Años más tarde rectificó y le dijo al crítico de cine uruguayo Alvaro Sanjurjo Toucón, en la revista Noticias de Uruguay, que la suya había sido una crítica muy injusta y que la película en realidad era excelente.
Welles revolvió el avispero durante toda su vida, o una buena parte de ella, desde su Guerra de los Mundos hasta la acusación, según La historia oculta del asesinato de la Dalia Negra, de haber matado con sus propias manos a la Dalia Negra en cuestión, la joven Mary Pacios, una estrella que aspiraba a colocarse en el firmamento de Hollywood.
La nota relacionada de Pablo de Vita, muy documentada, habla largo y tendido en la revista ADN Cultura del diario argentino La Nación de El Ciudadano, Orson Welles y otras cosas muy interesantes relacionadas con la película y su director. Hay que leerla.

© J. L. A. F.

Nota relacionada:
Orson Welles sigue en el centro de la escena

domingo, 15 de mayo de 2011

Sobre "Robi"

Es muy difícil que los científicos tengan sentido del humor. Gracia, mucho menos. Hay estadísticas al respecto.
Hace unos días tuve el honor y el placer de conocer personalmente al eminente neurocirujano argentino Roberto Rosler, profesor de Neuroanatomía, Fisiología, Neurología e Historia y Filosofía de la Medicina de la Universidad Interamericana de Buenos Aires.
El doctor Rosler -a quien todo el mundo llama “Robi”- además de ser un científico sobresaliente tiene gracia y sentido del humor, cosas que como ya se sabe no son lo mismo, y casi nunca van juntas.
Dentro de España, para no acudir siempre a Inglaterra y su “sense of humour”, la gente del norte, salvo las excepciones de rigor, tiene sentido del humor pero no gracia. La gente del sur tiene gracia pero no sentido del humor, por lo cual suele pasar sin transición de la broma al drama. Algunos, del norte, del sur y del centro tienen gracia y sentido del humor.
La nota (relacionada) de La Nación sobre “Robi”, de Mori Ponsowy, muestra que a veces la ciencia, el sentido del humor y la gracia pueden ir juntos en amor y compañía, lo cual es estupendo.

© J. L. A. F.

Nota relacionada:
Roberto Rosler: “Tenemos un cerebro del paleolítico”

sábado, 14 de mayo de 2011

La resaca

Camino por la calle Antonio Machado –por rigurosa casualidad, no porque me haya acordado de don Antonio ni porque esté con ínfulas poéticas-.
La calle dedicada al vate español está cerca del Parque Centenario, en la cada vez más descuidada y, peor aún, maltratada ciudad de Buenos Aires, con sus calles eternamente rotas y la basura en las aceras cada dos por tres, por huelgas o lo que sea.
Al llegar al número 68, entre Río de Janeiro y Ramos Mejía, me topo con una leyenda estampada en una pared medianera: LA RESACA, así, con mayúsculas. Alguien la pintó con un aerosol.
¿Se tratará de un nuevo partido político, de otro grupo de “heavy metal”, será una broma…?
No sería descartable que alguien aquejado por la resaca, después de una noche agitada y pródiga en libaciones de intensos alcoholes, haya impreso esas dos palabras como un grito en la piedra. No lo parece, porque no van entre signos de admiración.

Los grafitis de antes…

De cualquier manera, los grafitis son cada vez menos ingeniosos. Antes lo eran tanto que casi llegaron a constituir un nuevo subgénero literario.
Ahora todas las pintadas son políticas, se refieren a la política. Estamos cada vez más politizados, curiosamente cuando la política está cada vez peor.
Escribo con la preocupación de que esas dos palabras, la resaca, tengan un significado –además del convencional-, quieran decir algo que yo no sé y toda esa gente que sabe más que el lápiz lo sepa y el día menos pensado me eche en cara mi ignorancia públicamente, y yo haga el ridículo.

El remedio

Por si de resaca “vulgaris” va la cosa, un remedio muy común, antes, era abrir un par de latas de consomé de rabo de buey -el de Campbell’s era excelente- y verter su contenido en un recipiente que se llenaba de vodka; se añadía hielo en cubos, se espolvoreaba sal de apio y se remataba la faena con dos golpes de salsa Perrins. La combinación se llama “bullshot”.
Pero yo no sé si hay ahora, por lo menos en los supermercados de barrio, caldo de carne, o extracto de carne en lata -¿se acuerdan del Bovril?-.
Entonces habrá que acudir al socorrido “Bloody Mary”. Sus componentes y la manera de hacerlo se explican con todo detalle en la nota relacionada.
Me quedo con la duda. ¿Qué habrá querido decir el autor de esa síntesis rotunda y un poco esotérica?

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:
Historia y cócteles contra la resaca

viernes, 13 de mayo de 2011

¡Estamos trabajando!



martes, 10 de mayo de 2011

Diálogo de paredón

GENERAL: Este es el memorandum redactado sobre la orden de su ejecución, que será leído a la tropa en veinticuatro horas, inmediatamente después del toque de diana.
PRISIONERO: Espero que el espectáculo se prepare adecuadamente, porque yo asistiré en persona.
GENERAL: ¡Dios mío…! ¿No va usted a dejar de bromear ni siquiera ante la inminencia de su fusilamiento? La muerte es una cosa muy seria.
PRISIONERO: ¿Cómo podría saberlo? Nunca he estado muerto en mi vida. He oído decir que la muerte es un asunto serio, pero nunca por aquellos que sufrieron la experiencia.
(De Parker Adderson, de Ambrose Bierce)

Ambrose Bierce

Ambrose Bierce (1842–1913) fue un periodista y escritor estadounidense de gran sentido del humor (negro), a quien suele compararse con su compatriota Edgar Allan Poe, con Lovecraft y Maupassant por su maestría a la hora de pergeñar cuentos de terror.
Escribió Fábulas fantásticas, Esopo enmendado, La muerte de Halpin Frayser, La cosa maldita…
A los 71 años abandonó Washington D.C. y se fue a México durante la revolución de Pancho Villa (Doroteo Arango), que derrocó al presidente Victoriano Huerta.
Anteriormente había hecho toda la Guerra de Secesión. Sufrió heridas y ascendió a mayor por méritos adquiridos en los campos de batalla.
Vivió en Londres y San Francisco y escribió en periódicos de las dos ciudades.
Bierce desapareció en México. Se descuenta que murió fusilado o en alguna revuelta en la que su temperamento audaz y aventurero le llevó a participar.

Gringo Viejo

En 1989 se hizo una película sobre sus ultimos días, Gringo Viejo, basada en la novela del mismo título de Carlos Fuentes, editada en 1985 y primer “best seller” de un escritor mexicano en Nueva York.
El argentino Luis Puenzo dirigió Gringo Viejo, con Gregory Peck como Bierce, el chileno Patricio Contreras y la ya entonces madura, pero siempre “sexy” Jane Fonda en el papel de una recatada maestra que pierde la chaveta por la recia apostura de un revolucionario mexicano.
Ambrose Bierce apareció como personaje en otros films y sobre su relato Lo que pasó en el puente de Owl Creek se hicieron tres películas.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 9 de mayo de 2011

También en los ascensores

No sólo en las redes sociales se puede ver quién es quién. También en los ascensores.
Recuerdo los Cuentos para leer en el ascensor de Enrique Jardiel Poncela. Está faltando alguien que escriba unos cuentos sobre las gentes que los transitan fugazmente.
Confieso que, por las cosas que veo a diario en los ascensores, he pensado más de una vez en, por lo menos, tomar alguna nota, aunque no sea más que para ponerla en mi diario; pero siempre me olvido.
Hoy, casi a punto de cerrarse la puerta, lleno el ascensor hasta los topes, se precipitó en él una de las diez criaturas más feas que yo he tenido oportunidad de ver en mi vida: un masculino, que diría la policía.
“¡Doce!”, dijo con voz estentórea. Hubo un silencio en el ascensor. Y después, una muchacha muy linda que estaba cerca de la botonera reprimió un estremecimiento y pulso el botón correspondiente al piso doce.
El hombre feo no le dio las gracias.
Parecía un trasgo, un extraterrestre; me recordaba a Biscuter, el ayudante del detective Pepe Carvalho, tal como lo describe su creador, Manuel Vázquez Montalban, pero todavía más feo.
No sería eso lo peor, sino que esgrimía una prepotencia y una grosería, desde su menguada estatura, que aunque fuera para sobrecompensar no tenían por qué sufrir las demás personas que se apretujaban en el ascensor, como si eso no fuera ya bastante incómodo.
¿Tánto trabajo cuesta, tan duro, tan difícil, tan poco moderno resulta decir: buenos días, o buenas tardes -según el caso-, que alguien marque el piso doce? Muy largo, ¿no? ¿Y qué tal piso doce, por favor?
Tiene uno que recibir órdenes de cualquier berzotas a quien se le ocurra pensar que porque es muy feo ha de mostrar en un ascensor que, sin embargo, manda. ¡Tene castaña, la cosa!
La buena educación es para todos. Los feos no están eximidos.
No es digno ni justo que se agreda a nadie gratuitamente con malos modales, o con órdenes imperiosas que no tiene por qué recibir ni aceptar, ni mucho menos cumplir. En ningún sitio, ni siquiera en el ascensor.
El deterioro es enorme. Se nota día a día. En todo, en todas partes: en la calle, en los transportes públicos, en las oficinas, en las tiendas, en los restaurantes, en los ascensores –ya dije-.
Nadie contesta una llamada telefónica, un mensaje transmitido por cualquiera de los infinitos sistemas de comunicación, cada vez más sofisticados, con los que contamos. No responder es sinónimo de decir que no, se ha explicado.
El egoísmo, las malas maneras, la necedad, la soberbia, la pedantería, la prepotencia, todo globalizado, eso sí, son el pan nuestro de cada día.
¡Como si no tuviéramos bastante con los ladrones, los drogotas, los corruptos, los engreídos, los falsos profetas, los esnobs y los sinsorgos!
¿No era Henry James quien decía que las tres cosas más importantes de esta vida son: primera, ser amable; segunda, ser amable y, tercera, ser amable?

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:
El hombre del trámite largo
Un hombre bajo y probablemente rico y poderoso

viernes, 6 de mayo de 2011

CD - ROM



miércoles, 4 de mayo de 2011

Tres escritores y un filósofo

Una señora muy amable –seguidora de mi blog-, que sabe que soy un lector irredento de novelas policiales desde mi infancia, me pide que le aclare, si puedo, un párrafo que le resulta oscuro de El ladrón que leía a Spinoza, de Lawrence Block.
Se trata de las identidades de Archy, Archie y el gato Mehitabel, personajes citados en un diálogo entre los protagonistas de la novela de Block, en la que también se nombra al escritor Rex Stout.
Por fortuna puedo complacer rápidamente a mi lectora sin necesidad de acudir a Internet, donde está todo, incluso aquéllo…, que decía el chileno. Ella tiene averiada su computadora.
Rex Stout (Indiana, 1886 – Connecticut 1975) es el creador del epícureo detective privado Nero Wolfe: un gigantón de más de 120 kilos de peso, amante de la buena mesa y consuetudinario bebedor de cerveza Old Corcoran.
Wolfe cultiva orquídeas en el jardín terraza de su casa de fachada de piedra arenisca de la calle 35 Oeste de Manhattan, Nueva York.
Su ayudante, mejor, su “alter ego” es Archie (Goodwin), que trabaja en la calle, o sea, que es el que recibe las bofetadas. Pese a ello, no pierde nunca su buen humor y su apostura. Ambas virtudes, más alguna otra oculta, le valieron los favores de las señoras.

Don Marquis y sus extraños personajes

Archy –no Archie- es el nombre de una cucaracha de ficción que no tiene nada de siniestra (1). Su creador es otro escritor norteamericano, Don Marquis (Walnut, Illinois, 1878 – Nueva York, 1937).
Archy fue un poeta de verso libre en una vida anterior. De noche, cuando no había nadie en la redacción del diario Evening Sun, Archy se encaramaba a una vieja máquina de escribir e inventaba poemas e historias de todo tipo, saltando de tecla en tecla.
El mejor amigo de Archy –siempre según la imaginación de Marquis- era un gato de arrabal llamado Mehitabel.
Don Marquis, firmando como Archy y Mehitabel, escribió deliciosas columnas sobre la vida cotidiana de Nueva York en el Evening Sun y en otros diarios, después publicadas en libros que se reimprimen desde 1927.
Don Marquis es autor de 35 obras de diversa temática. Fue poeta y comediógrafo. Sus artículos de Archy y Mehitabel fueron adaptados y llevados al teatro y al cine.

Policías y ladrones

El escritor de novelas detectivescas Lawrence Block (Nueva York, 1938), autor de El ladrón que leía a Spinoza, es internacionalmente conocido por sus dos sagas: la del detective ex alcohólico Matthew Scudder y la del ladrón de guante blanco Bernie Rhodenbarr, que bebe moderadamente y es un hombre refinado y culto cuyo otro oficio es el de librero.
Yo prefiero las novelas de Rhodenbarr a las de Scudder, a quien Block –dice Angel de la Calle- “(…) dio otra vuelta de tuerca, a partir del gastado arquetipo del detective hammettiano (2), y lo situó en el lado sangrante del sol y con un galón de alcohol en el cerebro”.
Nombrado Gran Maestro por la Asociación Estadounidense de Escritores de Misterio en 1993, Lawrence Block ha publicado 50 novelas y 100 relatos.
“Last but not least”, Baruch Spinoza (Amsterdam, 1632 – La Haya, 1677) fue un filósofo holandés considerado como el exponente más moderno del panteísmo y uno de los más brillantes pensadores racionalistas del siglo XVII.
Su Tratado teológico político (1670) causó un gran revuelo.
Rhodenbarr cita párrafos de la Etica del filósofo en El ladrón que leía a Spinoza de Lawrence Block.
Señora: espero haberle proporcionado la información que necesitaba. Estoy a sus órdenes.

(1) Elíptica alusión a La metamorfósis de Franz Kafka.
(2) De Dashiell Hammett, creador, junto con Raymond Chandler, de la novela negra estadounidense.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 3 de mayo de 2011

Mi taza de café


La tarde está muriendo detrás de la vidriera
y pienso mientras tomo mi taza de café.
Desfilan los recuerdos, los triunfos y las penas
las luces y las sombras del tiempo que se fue.
La calle está vacía igual que mi destino.
Amigos y cariños, barajas del ayer.
Fantasmas de la vida, mentiras del camino
que evoco mientras tomo mi taza de café.

Un día alegremente te conocí, ciudad.
Llegué trayendo versos y sueños de triunfar.
Te vi desde la altura de un cuarto de pensión
y un vértigo de vida sintió mi corazón.
Mi pueblo estaba lejos, perdido más allá.
Tu noche estaba cerca, tu noche pudo más.
Tus calles me llevaron, tu brillo me engañó,
ninguno fue culpable, ninguno más que yo.

El viento de la tarde revuelve la cortina.
La mano del recuerdo me aprieta el corazón.
La pena del otoño agranda la neblina:
se cuela por la hendija de mi desolación
Inútil pesimismo, deseo de estar triste.
Manía de andar siempre pensando en el ayer.
Fantasmas del pasado que vuelven y que insisten
cuando en las tardes tomo mi taza de café.

© Homero Manzi
(1907-1951)

lunes, 2 de mayo de 2011

Eufemismos

Firmeza de criterio: intolerancia.
Fracaso escolar: suspenso, aplazamiento, ida a marzo (en el hemisferio sur y a setiembre en el norte).
Exceso de prudencia: cobardía.
Hábil negocio rápido de gran rendimiento: estafa.
Persona de dimensión vertical limitada: bajito.
Ingesta protocalórica: empinamiento de codo.
El lunes no me va a resultar cómodo sufragar ese gasto: el lunes no tendré un céntimo y no podré pagar nada.
Mujer… ¡muy simpática!: mujer fea.
Mujer de mucho carácter: endriago.
Hombre moderno, de vestimenta informal: desharrapado.
Cuida mucho el dinero, no es nada derrochón: es tacaño.
Tiene un humor punzante, es un iconoclasta: tiene una mala leche de aquí te espero, Baldomero.
La verdad es que no mira de frente, tiene un no sé qué inquieto, como de ratón que quisiera salir corriendo: lo ve un guripa y lo mete en la tocinera.
Es más “gourmand” que “gourmet”: es un tragaldabas.
Es tímido, además creo que no ve bien, por eso no saluda: es un mal educado integral.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 1 de mayo de 2011

1º de mayo