domingo, 31 de marzo de 2013

Gente que dio una nueva razón de ser a la humanidad



Diplomáticos de varios países –entre ellos España- salvaron a miles de judíos del exterminio en los campos de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Raoul Wallenberg, Oskar Schindler –que no fue diplomático, sino hombre de negocios-, Angel Sanz Briz, He Fengshan...
Todos ellos dieron una nueva razón de ser a la humanidad, después del Holocausto.
Algunos figuraron en libros y más tarde en películas, como Wallenberg, Schindler, Sanz Briz, Hugh O´Flaherty… De otros se sabe poco, o nada. 
No tengo noticia de que por fin se haya erigido un monumento en Argentina en honor del Schindler sueco: Raoul Wallenberg, un aristócrata y diplomáti­co que salvó en Budapest a infinidad de judíos perseguidos a sangre y fuego por el régimen de Adolf Hitler. Pero quizá Wallenberg tiene ya su estatua y yo estoy mal informado.
Wallenberg, que tenía entonces 32 años, aprovechó su condición de diplomático  para proveer de salvoconductos a decenas de miles de judíos, quienes pudieron abandonar la capital de  Hungría y salvar así sus vidas
Cuando las tropas soviéticas tomaron el control de Hungría en 1945 apresa­ron a Wallenberg -nunca se supo por qué- y le confinaron en una cárcel de Siberia. A partir de entonces no volvió a saberse nada acerca de su parade­ro. Se hizo una película sobre su vida en la que le personificó el actor norteamericano Richard Chamberlain.

Sanz Briz

El joven diplomático Ángel Sanz Briz, encargado de negocios de la embajada de España en Hungría, emuló a Wallenberg salvando a miles de judíos de la deportación y la muerte; (muchos de ellos eras sefardíes.)
Sanz Briz trabajó en el límite de las leyes españolas y húngaras. A todos los hebreos que tenían una mínima justíficación para salir del país les entregaba un pasapor­te por tres meses y al resto un salvocon­ducto.
Familiares residentes en España han solicitado la ciudadanía española para las personas aquí nombradas. La lega­ción española, que se halla facultada pa­ra extenderles un visado de viaje, pide a las autoridades competentes que tengan presente esta circunstancia para Io que atañe a eventuales medidas”.
A este párrafo básico de un extenso formulario se adaptaban los datos y circunstancias de cada caso en las cartas de protección.
Diego Carcedo escribió recientemente un libro titulado Un español frente al Holocausto, editado por Lemas de Hoy, que tuvo un éxito de venta sin precedentes. En él cuenta pormenorizadamente la heroica labor de Sanz Briz, que le valió en 1991 el título de Justo de la Humanidad concedido por el Parlamento israelí.
Á Sanz Briz, como a Oskar Schindler, le tocó el Talmud: “Quien salva la vida de un hombre salva a la humanidad entera”.
Diego Carcedo es un conocido perio­dista español que recorrió medio mundo como corresponsal volante de la agencia de noticias Pyresa, ocupó luego cargos importantes en Televisión Española, escribió algunos li­bros y recibió premios por varios de sus trabajos.

Oskar Schindler y He Fengshan

De la vida y milagros de Oskar Schindler nos enteramos por el libro del escritor australiano Thomas Keneally, El arca de Schindler. Después vimos la película La lista de Schindler, de Steven Spielberg. que protagonizada por Liam Nesson, Ben Kingsley y Ralph Fiennes ganó cinco Óscars en 1993.
Schindler, bajo la cobertura de un industrial manufacturero con mano de obra gratis, primero en Polonia y luego en los Sudetes -una región montañosa de Checoslovaquia anexada al III Reich en 1938-, salvó a 1200 judíos destinados a a morir en Auschwitz y otros campos de exterminio.
He Fengshan, cónsul de China en Viena (Austria) a principios de la Segunda Guerra Mundial, hizo suyos los procedimientos de Wallenberg y Sanz Briz para salvar a millares de judíos de una muerte segura. incumpliendo las órde­nes de su propio gobierno.
Fengshan –muerto en 1997 en el exilio en los Es­tados Unidos, a los 96 años- sirvió en Viena entre mayo de 1938 y 1940. Extendió visados a 1300 judíos hasta que las autoridades germanas cerraron su consulado a comienzos de 1939.
Fengshan no se amilanó y alquiló un piso que pagaba con su dinero, a fin de continuar con su actividad en otro lugar pero con el mismo objetivo.
Muchos de los ju­díos salvados por él quedaron internados en un gueto de Shanghai después de la invasión japonesa a China. Otros, más afortunados, pudieron escapar a diversos países.
Su labor humanitaria en Europa coincidió con el salvajismo que se desató en China cuando los japoneses llevaron a cabo la matanza de Nankin en 1937, que dejó casi 300000 muertos.
El diplomático portugués Arístides de Sousa Mendes emitió más de 30000 pasaportes a judíos y otras personas pertenecientes a otras minorías raciales perseguidas por el nazismo, lo cual le costó la carrera. El jefe del Estado portugués, Oliveira Salazar le retiró de su puesto de embajador en 1941. De Sousa Mendes murió en 1954, sumido en la locura y la pobreza.
El sacerdote de ascendencia irlandesa Hugh O´Flaherty utilizó sus contactos diplomáticos en el Vaticano para salvar las vidas de 6500 judíos y proporcionarles asilo. Denominado La Pimpinela Escarlata del Vaticano, fue encarnado por Gregory Peck en la película para la televisión The Scarlet and the Black (Escarlata y Negro)

“¡Es la realidad…!”

Sanz Briz repasaba un día un docu­mento que iba a enviar al Palacio Santa Cruz -sede del Ministerio de Asuntos Exteriores de España-. Empezaba di­ciendo: “Ante las monstruosas cruelda­des perpetradas en este país contra los individuos de raza israelita…”.
Le trajeron un cable: “Toda la ciudad está cercada…, informan fuentes militares…”
El diplomático volvió a su documento y lo leyó por cuarta vez: “Ante las monstruosas crueldades…”
“¡Es la realidad…!”, dijo Sanz Briz, y dio curso a su escrito.
Un comerciante italiano que se hizo pasar por cónsul español en Hungría durante 1944, Giorgio Perlasca, continuó la labor humanitaria de Sanz Briz.
Lo mismo, y con idéntico sistema, hicieron en París Eduardo Propper de Callejón y Bernardo Rolland de Miota, colegas y compatriotas de Sanz Briz.
La lista de los españoles se prolonga con José Rojas Romero en Bucarest, Sebastián Romero Radigales en Atenas, Julio Palencia Tubau en Sofía, Miguel Angel de Muguiro en Budapest, Juan Schwartz Díaz-Flores en Viena y José Ruiz Santaella en Berlín.
 Las hermanas Lola, Amparo y Julia Touza de Rivadavia (localidad de la provincia gallega de Orense) ayudaron a 500 judíos a escapar de la persecución nazi.

Justos de la Humanidad latinoamericanos

También en América Latina proliferaron Justos de la Humanidad como el militar y diplomático salvadoreño José Arturo Castellanos, destinado en el consulado general de su país en Ginebra, que ayudó a salvar a 40000 judíos.
El diplomático mexicano Gilberto Basques emitió legalmente visados para centenares de judíos durante el gobierno del régimen de Vichy en Francia.
Sé que muchos pensarán, y puede que alguno me lo diga: “Vieja data”. Sí, ha pasado mucho tiempo desde que un grupo de héroes dio una nueva razón de ser a la humanidad, Justos de la Humanidad, los llamaron. Sus hazañas fueron harto conocidas y divulgadas y sus nombres están escritos en la historia. Nunca está de más volver a recordarlos. Nunca mejor que en estos días de recogimiento y meditación.

© José Luis Alvarez Fermosel
 

jueves, 28 de marzo de 2013

Llamada de amor indio

                                  

Indian Love Call (Llamada de amor indio) es una bellísima canción de la película Rose Marie, filmada en 1936 para la Metro Goldwyn Mayer, dirigida por W. S. Van Dyke y escrita por Albert Hackett, con Jeanette Mac Donald y Nelson Eddy en los papeles protagónicos y unos jovencísimos James Stewart y David Niven en un discreto segundo término.
La película esta filmada en blanco y negro. Dura 110 minutos.
Mac Donald es en la ficción la cantante de ópera Marie de Flor y Eddy el suboficial Bruce de la Policía Montada del Canadá, cuyos efectivos llevaban unas elegantes chaquetas rojas que hay qué ver lo bien que lucían en el cine en technicolor.
Bruce persigue a John Flower (James Stewart), hermano de Marie, acusado de robar un banco. Esto no facilita la relación del sargento con la cantante, que se han enamorado a primera vista.
Naturalmente, todo se arregla antes del The end con el apasionado beso de rigor.
Mientras tanto, Jeanette Mac Donald y Nelson Eddy cantan a dúo el tema Indian Love Call, de Rudolf Friml.
La canción se popularizó extraordinariamente. Está considerada como una de las más hermosas de la cinematografía universal. Se hicieron muchísimas versiones. Citarlas todas ocuparía un espacio enorme.
Recordemos sólo que la de Slim Whitman de 1952 fue la segunda  más escuchada del año en los Estados Unidos en su version country. Adaptada al pop, figuró ese mismo año entre las diez mejores del género.
La Metro financió en 1954 una remake de Rose Marie de Mervyn LeRoi, con Ann Blyth, Howard Keel y Fernando Lamas que no pudo ni siquiera compararse con la primera, certificando eso de que nunca segundas partes fueron buenas, regla que también tiene sus excepciones.
Otros tiempos, otro cine, otras canciones…

© José Luis Alvarez Fermosel

Vídeo:

domingo, 24 de marzo de 2013

Ya está aquí



Ya está aquí desde hace unos días, vino a paso de lobo, como acostumbra. Poca gente se dio cuenta. El otoño.
La garúa deslavazada que le precedió un día antes de su instalación en Buenos Aires no tuvo empaque de introductora de embajadores.
El otoño, un poco melancólico -es lo suyo-, hace un relevamiento de plazas, jardines y paseos y tienta los árboles con sus manos pálidas y sensitivas.
Diríase que calcula el tiempo que necesitará para desparramar esos tonos dorados, rojizos y escarlatas oscuros que adquieren las hojas de los árboles y los arbustos antes de que se caigan, alfombren los paseos y crujan, como si sollozaran, pisadas por los zapatos de los viandantes apresurados.
Apenas se nota, pero el otoño ya empezó a intensificar la grisura de los atardeceres, humedeciéndolos con un líquido color de plata oscura que porta en un frasco de cristal de roca.
Las cosas cambiaron, y el otoño, que es muy tradicional, acusó el impacto. Antes un otoñal era un caballero maduro de sienes plateadas que encarnaban en el cine Clark Gable, Robert Taylor, Stewart Granger o Charles Boyer y mantenía idilios con señoras apenas cuarentonas tan guapas que se caían del cuadro, como Lana Turner, Rita Hayworth, Ingrid Bergman y Heddy Lamarr –la más hermosa de todas, a mi juicio-.
Los romances eran afortunados o desafortunados, según el caso y las circunstancias. Hasta el desenlace, el amorío era una gloria.
Ahora, con eso de que (supuestamente) no hay edad –y la farmacopea echa un mano…- señores al borde de la senectud se echan novias veinteañeras y damas también sin edad se llevan al huerto a chiquilines con mosquita bajo el labio y tatuajes. Esas coaliciones suelen durar poco.
No es para rasgarse las vestiduras, digámoslo una vez más: ¡con lo caras que están hoy en día las vestiduras!
El caso es que el otoño acaba de llegar al sur, pálido y concreto –como en aquellos versos-.
Todavía no se nota, pero ya nos enteraremos al escuchar los sones de su siringa pastoril, cual la de Pan, el dios de las brisas, el amanecer y el atardecer.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 19 de marzo de 2013

Acerca de un buen hombre

No soy papista, como los protestantes llaman a los católicos en Irlanda. En realidad no soy nada. De ahí que haya de atribuírsele más mérito a mi opinión sobre el nuevo Papa. Vamos, se me ocurre a mí.
Creo que Francisco I -como español me gusta ese nombre- es una buena persona, y lo digo consciente de incurrir en un fenomenal maniqueísmo.
-  ¡Pues claro, hombre! Si es Papa, ¿cómo no va a ser bueno?
-  Hubo muchos Papas malísimos. Lea usted la historia.
Aquí se conocen muy bien la historia y el historial de monseñor Jorge Bergoglio, nacido en la populosa barriada porteña de Flores, de padres italianos inmigrantes en Argentina, hoy jefe supremo de la Iglesia Católica.
Le vi varias veces en reuniones sociales a las que fui a trabajar, y en otras a las que asistí por mi cuenta, sin tener que entrevistar a nadie. Nunca hablé con él. Le observé con el ojo avizor de los nautas y los reporteros. Escuché sus palabras. Me di cuenta enseguida de que era un buen tipo. Así de simple.
Cuando me enteré de que había sido nombrado Papa me alegré, francamente, a pesar de mi desinterés por esas cosas. Me alegré por los papistas y por los que no lo son, como yo. No siempre está al frente -de lo que sea- una buena persona.
Le vi en fotos con sus gastados zapatos negros de cordones y las punteras levantadas. Un detalle de austeridad, modestia y poco aprecio a las pompas mundanas.

Sólo una opinión

No voy a trazar una semblanza más sobre el nuevo Sumo Pontífice, ni interpretar sus palabras ni las que se han dicho sobre él, ni hacer análisis alguno de nada: no se nada de teología, apenas algo de Papas y papados; no profeso religión alguna a estas alturas de mi vida y además no soy analista: lo he sido pero ya no lo soy más; hace algún tiempo que, en mi profesión, me dedico a la columna, fundamentalmente.
Escribo hoy, 19 de marzo, día de San José, día de mi santo a una hora harto intempestiva para mí, en mi nuevo bunker -donde todavía anda todo manga por hombro-: las ocho de la mañana, consciente de que hoy va a ser -está siendo ya- un día glorioso en Buenos Aires y en toda Argentina, y en todo el mundo.
Escribo sobre el Papa Francisco I para la gente que me pidió que lo hiciera, que diera yo también mi opinión sobre el Santo Padre, que no puede ser mejor, como corresponde a un buen ser humano a cuya bondad se yuxtaponen otras muchas virtudes muy poco comunes, como la humildad, la sabiduría -no me parece haber leído que a sus muchos conocimientos une el dominio absoluto de su idioma natal, el español, como es lógico, y además el latín, el italiano, el alemán, el francés y el inglés.
Carece del autoritarismo y la soberbia que peculiarizan a muchos mandantes, entre los que no tengo más remedio que poner a los de mi país. El Papa es inteligente, sensato, prudente, tiene sentido común, tacto, diplomacia. Tiene calle, también; no todo lo aprendió en los libros.
Eso: su llaneza, su campechanía, su sencillez creo yo que han constituído el gran detonante, el gran catalizador de la alegría general.
Está, además, el hecho de que es argentino, lo cual me complace porque yo soy medio argentino: mitad español y mitad argentino: espartino, para ser exactos. Así que no podía dejar de alegrarme también por esa circunstancia.
Que la buena suerte que se merece acompañe su papado, que deseamos fluido, fecundo, prolongado y feliz.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 18 de marzo de 2013

Yo siempre digo...



Yo siempre digo… La frasecita de marras se oye a todas horas y en todas partes. Tiene ecos broncíneos, casi mayestáticos. Equivale a decir algo así como yo, que nunca me equivoco, que siempre tengo razón, por eso digo lo que digo, aunque no me hagan caso, y así les vaya…
María José Buxó-Dulce, diplomada en Bibliotecoeconomía y Pedro Voltes, catedrático de Historia de la Universidad de Barcelona, recogen en su documentado y divertido libro Deslices históricos eso tan común, que nos ha pasado a tantos, del nuevo rico que te invita a comer y en el momento de servirse el café se levanta de la mesa, se dirige a un armario, extrae de él una botella de coñac o de otra bebida alcohólica –sea adecuada o no para la sobremensa-, toma unas copas de un aparador y te dice: Ahora va usted a probar un coñac –o lo que sea- tan bueno como no lo ha probado usted en su vida.
La frase es jactanciosa a más no poder y suele pronunciarse con la soberbia del que está convencido de que sabe perfectamente lo que se trae entre manos, tiene una mente poderosa y, entre otras tantas virtudes, muy buen gusto, también, del que se benefician, como de todo lo demás, los seres inferiores a él –y, sobre todo, los que tienen menos dinero-, que son la mayoría.

Si usted supiera…

El problema, cuando uno está bien educado, es responder a esa y otras jactancias. Se le hace difícil a uno decir, como debería: ¡Si usted supiera, mi amigo, la cantidad de botellas de ese coñac que he trasegado en mi vida…!
Pero uno termina guardando el silencio que debe guardarse en esos casos, para no avergonzar al pedante de su anfitrión; se bebe su copa y pasa por ser un pardillo que toda su vida ha tomado un coñac de tres al cuarto.
Están también los que no conciben que lo que ellos saben lo sepa uno también, y en el curso de una conversación, en referencia a un asunto casi siempre de índole cultural, o para cuyo conocimiento es imprescindible la información, estar al tanto, vamos, empiezan diciendo antes de abordar el tema: No sé si usted sabe…, no creo que le haya llegado a usted…, no me parece que sepa usted -porque esto es muy exclusivo-…, ¿usted no conoce a *, verdad…?
Estamos rodeados -copados, mejor-, por personas que siempre dicen…: que tienen la justa, que lo saben todo, o casi todo, que teniendo experiencia, o buen gusto no conciben que haya otros que también lo tengan, que no hay quien se la dé cambiada.
Uno no dice siempre…, sino algunas veces lo que tiene que decir, que no sirve para nada ni tiene ninguna entidad.
Eso sí, en materia de tragos uno toma siempre aguardiente de barril.
Esas gentes, sus cosas, su petit monde… Su latiguillo: Yo siempre digo…
Cela va faire du bruit dans Landerneau…

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 16 de marzo de 2013

Los Idus de marzo



¡Cuidado con los Idus de marzo, por Júpiter!
Julio César murió durante los Idus cosido a puñaladas al pie de la estatua de Pompeyo, levantada en el Senado romano.
Había llegado, de triunfo en triunfo, a hacerse amo y señor del mundo mediterráneo.  No podía perdonársele tal cosa, así que después de una vida fecunda y brillante -que incluyó el periodismo: los Comentarios a la Guerra de las Galias, escritos en un latín claro y purísimo, constituyen la primera gran nota de la historia-, fue víctima de una conspiración inicua encabezada por Tulio Címber y Casca, en la que participó Bruto, ahijado de César. Sabida es la frase de César, dirigida a Bruto, “Tu quoque, fili?”, y la respuesta del desnaturalizado: “Sic semper, tyrannis”.
En el calendario romano, los Idus caían en el 15 del mes Martius (marzo), que correspondería al 14 de marzo actual. ¿Qué eran los Idus? Los días 15 de marzo, mayo, julio y octubre y el 13 del resto de los meses. Esos eran días de buenos augurios, en los que nada de malo podía ocurrir. No así en otros.
Julio César fue asesinado en un día maléfico de los Idus de marzo del año 44 antes de Cristo. Según el escritor griego Plutarco –autor del libro Vidas paralelas, tan citado por políticos desde tiempo inmemorial-, César había sido advertido del peligro, pero hizo oídos sordos a la admonición.
El día de su muerte, cuando se encaminaba al Senado, llamó a un vidente que le había avisado del grave peligro que le amenazaba y le dijo, riéndose:
- Ya llegaron los Idus de marzo.
- Sí, pero todavía no se fueron,- le respondió el vidente.
Aunque el calendario romano fue reemplazado por el moderno alrededor del siglo III, la mención a los Idus de marzo siguió haciéndose coloquialmente durante los siglos siguientes, implicita la referencia a la muerte de César. William Shakespeare, en su obra Julio César, editada en 1599, clamaba: ¡Guárdate de los Idus de Marzo!

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 13 de marzo de 2013

Las mudanzas como provocadoras de la gilipollez



Otra de las cosas… curiosas –por no decir una mala palabra- de las mudanzas es que además de sumirte en un estado de total gilipollez (1) te hacen perder la memoria; uno no se acuerda de nada, lo pierde todo, no sabe donde está parado.
Si no se es una persona ordenada y cuidadosa que tiene sistematizado y a buen recaudo todo lo que necesita para trabajar, no recordará nada, será presa de la desesperación que le acometa cuando no encuentre el dato que precisaba, un número de teléfono –ni siquiera el suyo, ni el de antes ni el de ahora-, el nombre de la comida del perro y, lo que es peor, la billetera con el dinero, los documentos, las tarjetas de crédito, las claves para operar en la computadora, la tableta, el Ipod; acceder a Internet, ver sus correos, pagar sus cuentas por home banking
Las caras de amigos y conocidos aparecen en nuestra fisurada memoria desdibujadas, borrosas. Sin que correspondan a sus verdaderos poseedores: uno ve a Juan con la cara de Pedro y a Irene con la de Margarita.
Hoy, sin ir más lejos, me crucé en mi antiguo barrio con mi amigo Raimundo. Iba apurado, como yo.
- ¡Adiós, José Luis, qué tengas un buen día, amigo! –me saludó amablemente.
- ¡Adiós, María! –le contesté yo.

El mundo del revés

Recién mudado de casa lo más común es que uno se golpée constantemente con los muebles amontonados de cualquier manera, y desde luego no en el lugar que uno eligió para ponerlos; también ocurre que uno le echa sal al café en vez de azúcar y que al vestirse para salir a trabajar se pone un calcetín de un color y otro de otro.
Mi paciente mujer me consuela como puede y me trae de vez en cuando una taza de té de tilo. Ayer se fue a dar una vuelta por el nuevo barrio, para ver los supermercados. Llevaba un cardigan azul del revés, es decir, con los botones para adentro.
Mi amigo Rolando Toro –prestigioso neurólogo argentino- me dijo una vez que la confusión, la amnesia temporal y la mala leche que provocan las mudanzas no suelen durar mucho. Vamos, algunos meses.
Se pierde el gusto por todo, uno no tiene ganas de nada, salvo de ver todo en su lugar y de encontrar las cosas que han desaparecido.
Uno sueña con tener una lámpara de Aladino, frotarla, que salga el genio y decirle:
- ¡Anda, hijo, pon en orden este revolcadero de monas!
Llamo por teléfono a Madrid para felicitar a mi hijo Juan Ignacio, laureado jinete de salto y exitoso empresario de equitación.
Me responde una voz de contralto: Ministerio de Educación Nacional, habla Claudina.

(1) Boludez

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 12 de marzo de 2013

Mudanzas



Me ha sido anticipada en vida una parte del tiempo que permaneceré en el purgatorio, inmediatamente después de hincar el pico.
No creo en el purgatorio, ni en el infierno. Mi alusión a él no fue más que una figura humorística; que me permita hacer humor en mis actuales circunstancias no deja de tener su mérito, porque estoy mudándome: estoy cambiándome de piso y de barrio, después de haber permanecido en ambos durante muchos años.
He ingresado en un círculo que no está en el infierno del Dante. Otra referencia al averno. No es para menos.
El escritor español Angel Palomino sostenía que (…) las mudanzas humillan, degradan, obligan a desplegar actividades como cargar pesados fardos, grandes cajas de cartón, llenar enormes canastos de mimbre, enderezar clavos torcidos sobre la marcha, eliminar desechos
Hace ya varios años que Angel nos dejó, por desgracia. Si todavía viviera yo le diría, con el poco aliento que me queda:
- ¡Angel, qué corto te has quedado!
En la escala de los sucesos infaustos que disparan el estrés a su más alto nivel, la mudanza ocupa el tercer lugar después de la muerte de un ser querido y el despido del trabajo.

Una pesadilla

En el preciso momento en que uno decide mudarse comienza una pesadilla durante la cual puede pasarle a uno cualquier cosa, incluso volverse loco. Ha habido casos.
En el mejor de ellos se vive en un estado que oscila entre la depresión endógena y la furia desatada.
Las mudanzas causaron desavenencias entre padres e hijos, divorcios, rupturas de compromisos, alejamientos de amigos, enfermedades crónicas, tics nerviosos y otras calamidades.
En la primera fase de las tres que tiene toda mudanza en sus prolegómenos se vive, entre otras muchas, la angustia de extraer –palabra asociada con el dolor, desde la extracción de una muela, aunque sea con anestesia, hasta dinero de la cuenta de tu banco-, extraer a brazadas, iba a decir, los libros de las bibliotecas, que chocan unos contra otros, se resbalan entre las manos y se caen al suelo, donde permanecen con sus páginas abiertas como melancólicas alas, como si quisieran expresar su protesta al dueño que los trató siempre con tanto cariño, conservándolos limpios y rozagantes en sus cómodos nidos, y ahora se los arranca de ellos sin la menor consideración.
La pobre perra -¡menos mal!- está a salvo en la casa de su veterinaria Gabriela.

Destrozos

En todas las fases de la mudanza se rompen piezas de vajilla y cristalería heredadas, se rasga con la barra de la cortina de baño, por ejemplo, el lienzo de un óleo que nuestro abuelo pintó en París, en pleno Montmartre: uno de los pequeños tesoros de la familia.
La ropa se arruga y se aja al ser apiñada sin el menor miramiento donde Dios le da a uno a entender. Los archivadores se colocan en cualquier parte y luego cuesta muchísimo encontrarlos.
Uno se llena de polvo, se ensucia, se golpea contra aristas, se pincha con clavos, se corta con cristales rotos; no había nada de eso en ningún sitio antes de la mudanza.
Ahora es cuando se producen los ataques de pánico y los infartos. (Y según algunos, aunque yo no tengo fuentes seguras al respecto, los suicidios).
Cuando uno, insomne, macilento, rendido, sin haber comido ni bebido, ni siquiera haber tenido cinco minutos para afeitarse se dispone a descolgar el enésimo cuadro de la pared, se  escucha el timbre del portero eléctrico y resuena una potente voz de barítono: ¡Los de la mudanza! 
Uno se echa las manos a la cabeza, porque todavía le quedan cosas que embalar; no obstante, franquea la entrada a la que todavía es su vivienda a una escuadra de hercúleos jayanes vestidos con oscuras ropas de trabajo y provistos de cajas y cajones de todas las medidas y tamaños.

Sigue la mudanza

Llegado es el tiempo en que una parte de la familia tenga que quedarse en el que ya empieza a ser su anterior hogar, y otra siga al camión de mudanzas en pos del que será su nuevo domicilio, el que imprimir en las tarjetas de visita, no más que eso.  
Voy terminando ya este lamento borincano, no quiero amargarles la vida trayendo a su memoria recuerdos de viejas mudanzas, o identificándose con la mía.
La mía sigue. Cuando termine tendré que empezar a recomponer mi casa hecha pedazos. Con el mismo buen ojo y la misma paciencia que se necesitan para armar un rompecabezas difícil. Se tarda un año, poco más o menos. No tendré hogar, propiamente dicho, hasta dentro de un año, o quien sabe si más. A house is not a  home (una casa no es un hogar), dicen los ingleses.
Casi me olvidaba de decir que en las mudanzas se pierden cosas, se encuentran otras que no le pertenecen a uno y se rompen más de las que ya se habían roto al principio. Es más que sabido, no sé por qué lo repito.
Entre paréntesis, no tengo televisión ni Internet conectadas –escribo desde un locutorio-. En unos diez días estarán funcionando, dicen. Ya serán quince.
Por fin encuentro un momento para darme un baño y afeitarme. Me miro al espejo antes de enjabonarme la cara. ¡He envejecido diez años!

© José Luis Alvarez Fermosel