domingo, 28 de noviembre de 2010

La Real Academia Española en entredicho

Creemos haber estado entre los primeros que criticaron las últimas innovaciones de la Real Academia Española (RAE), que calificamos benévolamente de naderías, en comparación con otros desatinos cometidos por la sabia casa.
Fuimos muy blandos, en comparación con quienes están haciendo oir ahora sus voces en la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México) y otros lugares, impugnando las nuevas disposiciones de la RAE en materia de ortografía, que incluyen la eliminación de la “ch” y la “ll”, la modificación de otras letras, cambios en formas de acentuación y el aumento de las letras del abecedario a 27.
El escritor y académico español Arturo Pérez Reverte, en una actitud que le honra, ha pedido a la RAE que revise los cambio y que, por lo menos, no le quite el acento a palabras como “sólo”, “guión” y “truhán”.
Las agencias internacionales de noticias y gran cantidad de medios informativos españoles y latinoamericanos recogen las críticas formuladas a la docta institución, al tiempo que ellos también echan su cuarto a espadas, expresión castiza que es posible que se cargue la RAE en cualquier momento.
De manera que no somos sólo nosotros quienes estamos en desacuerdo con las últimas normas –y también con las anteriores-, opinión que venimos expresando en este blog desde hace años.
Machacar en hierro frío, se llama esta figura.


© José Luis Alvarez Fermosel

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La nueva ortografía provoca polémica
Muerte y resurrección de la letra yeyé

Del autor:

Qatar será Catar

sábado, 27 de noviembre de 2010

Nuevo chicle por decreto

Cuando empezamos a mascar chicle en España por influencia de los americanos, como se los llamó siempre –ahora son estadounidenses, y es correcto llamarlos así-, no nos imaginábamos que el “chewing gun” –su nombre en inglés, que dio título a un cuplé-, iba a ser objeto del interés del gobierno, y aun de ameritar un decreto.
El Consejo de Ministros del Gobierno de España acaba de firmar un decreto para que aquellos a quienes corresponda se ocupen de que el chicle sea en la Península Ibérica menos pegajoso de ahora en adelante.
¡Vamos a los grandes temas de una vez por todas!
Entiéndanlo, por favor: los españoles estábamos muy atrasados en ese sentido con respecto a otros países de la Unión Europea. Había que “aggionarse”.
El diario español El Mundo, que se edita en Madrid, informa prolija y sesudamente sobre el particular, aportando antecedentes, datos, cifras, fechas…; ¡cómo se debe!


© J. L. A. F.


¡Qué insoportables...!

Se ponen escuditos o insignias (“pins”) en las solapas de los trajes, a falta de la cinta roja de la Legión de Honor francesa.
Van por el mundo con la nariz enhiesta, desafiando al mismísimo Júpiter Olímpico.
Como uno es español, se creen obligados a demostrar que ellos saben más de España que uno; y lo más importante, que tienen acceso a lugares muy buenos y, naturalmente, muy caros.
En cuanto nos ven en la inauguración de un restaurante, la presentación de un vino o un automóvil, o en cualquier otro… “evento” –como ellos dicen–, nos espetan con voz campanuda: “Acabamos de llegar de Madrid. Hemos comido varias veces en un restaurante muy bueno -¡y muy caro!- del barrio de Salamanca que seguramente tú no conoces…”.
Llevan la corbata a rayas, con un nudo triangular enorme, sobre la camisa a rayas. A algunos se les cae un poco de caspa en el hombro, y se ven las motitas blancas en la tela del traje negro, tan de moda.
Hablan de sus orígenes europeos, que sólo por el hecho de ser europeos ellos consideran aristocráticos. “Mi papá era vasco francés y mi mamá argentina, pero descendía de alemanes y belgas. ¡Ah cómo me gusta a mí viajar! Nosotros hemos pasado una buena parte de nuestra vida de turistas. El año pasado ‘hicimos’ Camboya, Vietnam y Tailandia”. Turistas, claro, no viajeros, que es otra cosa.
Llevan el reloj –Rolex, “of course”- con la cadena larga, de modo tal que resbale por debajo de la manga de la camisa y llegue casi hasta el principio de la mano, a fin de que se vea bien.
“¿Qué coche tienes ahora?”, te preguntan para informarte enseguida, sin que les dés tiempo a responder: “Yo he cambiado este año mi BMW por el último modelo”.
El BMW es el coche de todos ellos. Antes era el Mercedes Benz, nunca el Citroen “tiburón” –que en una época fue el coche oficial de los ministros de Francia-, ni el noble Ford, el Opel o el Peugeot –que ellos pronuncian “Peuyó”-.
No hace mucho tiempo usaban trajes brillantes que parecían metalizados, todos del mismo color azul eléctrico.
Siguen fumando habanos -¡carísimos!- sin quitarles la vitola.
Sus esposas tienen “personal trainers”, o entrenadores personales, pero lo dicen en inglés –casi lo único que saben decir en inglés-. Los pobres no pueden hacer carrera de ellas: los michelines no desaparecen.
Todas sueñan con tener un romance con su “trainer”, como se ve en el cine y las series de televisión. Pero ellos tienen ya 46 años, mujer e hijos y en el caso de querer tener un “affaire” lo tendrían con alguna de las jovencitas de impactantes cuerpos que se entrenan en el gimnasio, y aunque no lo son dicen que son modelos. Todas tienen novio y alguna un amante cincuentón, o sesentón, de abdomen prominente y ojos saltones que vive en un barrio cerrado con su familia.
Jamás dejan de hacer ostentación de su riqueza, su (presunto) conocimiento de la vida y el mundo; y, esencialmente, la política, en la que algunos militan, u operan.
Su obsesión es seguir la moda como quien sigue a una hurí en el desierto, en una alucinación. Claro que ellos no han estado nunca en un desierto. Ellos son un desierto.
Muchos se dan un toque en la escasa caballera que les queda. No hablemos de los que se tiñen el… “cabello” –decir pelo no es fino- de color mesa de comedor.
Desde que el teatro Colón reabrió sus puertas se les despertó una gran afición a la ópera, cosa que no dejan de comentarte, dando siempre por descontado que tú no tienes ni zorra idea del “bel canto”; tú no sales del pasadoble y el jipío del flamenco. Que no se enteren de que te gusta el tango, porque el tango es mersa.
En las catas de vino, ese nuevo… “evento” social tan en boga en el que se toma un trago de vino y luego se lo escupe, dicen que el vino que han probado tiene aroma de jarabe de creosota, tabaco negro, hojas de álamo húmedas de lluvia, pistachos quemados y cuero crudo.
¡Qué insoportables son!

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

¡Señoritos míos…!

De la vida diaria


jueves, 25 de noviembre de 2010

Réquiem

Manuel del Río, natural
de España, ha fallecido el sábado
once de mayo, a consecuencia
de un accidente. Su cadáver
está tendido en D'Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
a las nueve treinta, en St. Francis.

Es una historia que comienza
con sol y piedra, y que termina
sobre una mesa, en D'Agostino,
con flores y cirios eléctricos.
Es una historia que comienza
en una orilla del Atlántico.
Continúa en un camarote
de tercera, sobre las olas
-sobre las nubes- de las tierras
sumergidas ante Platón.
Halla en América su término
con una grúa y una clínica,
con una esquela y una misa
cantada, en la iglesia St. Francis.

Al fin y al cabo, cualquier sitio
da lo mismo para morir:
el que se aroma de romero,
el tallado en piedra, o en nieve,
el empapado de petróleo.
Da lo mismo que un cuerpo se haga
piedra, petróleo, nieve, aroma.
Lo doloroso no es morir
acá o allá…

Requiem aeternam,
Manuel del Río. Sobre el mármol
en D'Agostino, pastan toros
de españa, Manuel, y las flores
(funeral de segunda, caja
que huele a abetos del invierno),
cuarenta dólares. Y han puesto
unas flores artificiales
entre las otras que arrancaron
al jardín… Liberame domine
de morte aeterna… Cuando mueran
James o Jacob verán las flores
que pagaron Giulio o Manuel…

Ahora descienden a tus cumbres
garras de águila. Dies irae.
Lo doloroso no es morir
Dies illa acá o allá,
sino sin gloria…
Tus abuelos
fecundaron la tierra toda,
la empapaban de la aventura.
Cuando caía un español
se mutilaba el universo.
Los velaban no en D'Agostino
Funeral Home, sino entre hogueras,
entre caballos y armas. Héroes
para siempre. Estatuas de rostro
borrado. Vestidos aún
sus colores de papagayo,
de poder y fantasía.

El no ha caído así. No ha muerto
por ninguna locura hermosa.
(Hace mucho que el español
muere de anónimo y cordura,
o en locuras desgarradoras
entre hermanos: cuando acuchilla
pellejos de vino, derrama
sangre fraterna). Vino un día
porque su tierra es pobre. El mundo
Liberame Domine es patria.
Y ha muerto. No fundó ciudades.
No dió su nombre a un mar. No hizo
más que morir por diecisiete
dólares (él los pensaría
en pesetas). Requiem aeternam.
Y en D'Agostino lo visitan
los polacos, los irlandeses,
los españoles, los que mueren
en el week-end.

Requiem aeternam.
Definitivamente todo
ha terminado. Su cadáver
está tendido en D'Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
por su alma.

Me he limitado
a reflejar aquí una esquela
de un periódico de New York.
Objetivamente, sin vuelo
en el verso. Objetivamente.
Un español como millones
de españoles. No he dicho a nadie
que estuve a punto de llorar.

© José Hierro

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Nuevas tendencias gastronómicas

En materia de gastronomía se está llevando, y parece que se va a llevar más, lo auténtico, lo de antes, lo que tiene origen, digámoslo así.
Paralelamente se desarrolla cada vez más la tendencia a buscar espacios que no sean precisamente restaurantes o cafés convencionales, en los cuales uno pueda reunirse con amigos y comer y beber cosas ricas informalmente.
En una vuelta al pasado que nos parece interesante, proliferan las tascas, los “pubs”, los “bistrós”. Regresa el “sushi”, pero más depurado y con más variantes, al mismo tiempo.
Todo esto pasa en Europa y, por la globalización, en Argentina y otros países del subcontinente.
Alvaro Castro toca el tema “in extenso” en un informe publicado en el diario El País de Madrid, una de las fuentes en que más abrevamos.
© J. L. A. F.

martes, 23 de noviembre de 2010

Laconismo y raciocinio

Hay gente que habla y habla sin cesar, esté donde esté y con quien esté, deba hablar o no. Esa gente suele tener poco o nada qué decir, pero no lo sabe, o no le importa. Su cháchara huera aburre espantosamente. Pero ellos no se dan cuenta, o quizás piensan que son amenos, si no brillantes. Creo que esto es lo más probable.
Otras personas hablan lo justo. Casi siempre, lo que dicen cuando rompen el silencio equivale a una sentencia. Hay otros que no teniendo nada qué decir, no hablan. Hacen bien. Hay un refrán muy popular que reza: El bobo si es callado, por talento es admirado.
Al último grupo, al de los callados, pertenecía una hermosa muchacha andaluza –de Sevilla, por más señas- cuyo trato, y el de unas amigas suyas, frecuentábamos hace muchos años una simpática pandilla de jóvenes estudiantes.
No es que la chica hablara menos que sus amigas, entre las cuales unas hablaban más y otras menos; ella no hablaba nada, cosa que nosotros le reprochábamos cariñosamente.
Un día se salió por peteneras y nos dijo más o menos en verso:
“Y yo pá que vi a hablá,
que vi a desí, pá no desí ná,
más vale estar callá”.
La explicación fue lógica, rotunda y sincera. Y no dejó de tener gracia.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 22 de noviembre de 2010

¡Señoritos míos...!

¡Señoritos míos tan piripis, no vayáis por la vida empujando a todo el mundo con la mochila! Viéndoos con esa excrecencia en la espalda, caminando a toda prisa y llevándoos todo por delante, me hacéis recordar a un dromedario corriendo por el desierto. Claro que en el desierto hay poca gente y los dromedarios no tienen oportunidad de chocar con nadie.
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Contesto tu pregunta, querido muchacho. No, no se llevan flores en la mano, y menos compradas en el quiosco de la esquina, a la esposa del amigo que nos invitó a cenar en su casa. Las flores se mandan al día siguiente, en número impar y con una tarjeta nuestra en la que habremos escrito unas pocas frases de agradecimiento por la velada.
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Vuelve a dejar en su lugar la revista que hojeabas en el consultorio del médico o el antedespacho del abogado, cuando llegue tu turno, y no en la silla donde estuviste sentado.
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Si vas a contar tu último viaje en una comida, o una reunión de amigos, no empieces diciendo, por ejemplo: ¿Alguien estuvo en Venecia?
Uno de esos nuevos ricos que cuentan siempre sus viajes –no sin hacer notar que se hospedaron en hoteles de siete estrellas y comieron en restaurantes de cinco tenedores-, hizo la pregunta fatal.
Uno de los invitados, un diplomático, dijo tímidamente sin levantar los ojos del plato: “Yo acabo de llegar, después de pasar allí cuatro años como cónsul de Argentina”.
Otro confesó que habiendo recorrido en su viaje de luna de miel varias ciudades europeas, se detuvo, naturalmente, unos cuantos días en Venecia. Años más tarde estuvo en Roma y se hizo una escapada a la ciudad del Dux. Otro… Total, que todos habíamos estado en Venecia.
No hay que dar por sentado que sólo uno viaja, alterna con gente influyente y tiene acceso a lugares exclusivos.
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Antes de ir a la comida a la que te han invitado, averigua quienes van a ir. A lo mejor asiste un amigo tuyo, o un enemigo. En cualquiera de los dos casos te resultará útil saberlo con anticipación.
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Si te sirven algo exótico, raro, o simplemente algo que no te gusta, haz un esfuerzo, come un poco en silencio y distribuye el resto hábilmente por el plato.
Y usted, señora, no pregunte: ¿Por qué no me come, no le gusta? o algo parecido.
¿Vale?


© José Luis Alvarez Fermosel

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No es cuestión de dinero
Ensayo sobre los esnobs
Más sobre esnobs y otras hierbas

domingo, 21 de noviembre de 2010

Anécdotas de arte y cultura

Maupassant asistía a un casamiento en compañía de Henri Cazalis, destacado médico y poeta del simbolismo francés. Este le explicó que se trataba de un matrimonio de conveniencia.
- En efecto -observó Maupasaant-: la novia es muy delgaducha y poco agraciada. ¡Ni siquiera tiene busto!
- El muchacho estaba arruinado, perdido –explicó el otro-. Se casa como quien se tira al agua, porque ella tiene mucho dinero.
- ¡Ah, bueno! – exclamó el famoso escritor-. Ahora comprendo porque se casa con una tabla.
*****
Hablando de una actriz a quien no podía ver ni en pintura, decía una colega suya:
- Si le dieran el papel de lady Godiva, el caballo se llevaría todos los aplausos.
*****
Un magnate del cine oyó cantar hace muchos años, en una fiesta de Hollywood, a un magnífico tenor y dijo entusiasmado que sería un colosal hallazgo para la pantalla.
- ¿No sabe usted quién es? -le preguntó un amigo-. Su nombre es Lauritz Melchior (1).
- ¡Oh, eso no importa!- contestó el productor-. Podemos cambiárselo.
*****
El célebre dramaturgo francés Henri Bernstein salió maravillado de su visita a Hollywood -cuando a éste empezaba a llamársele la Meca del Cine-, y explicó, a su leal saber y entender, la situación allí reinante:
- Por cualquier parte que iba –suspiró- no hallaba más que genios. ¡Con lo que me hubiera gustado a mí toparme con algún talento!...
*****
El novelista francés Honorato de Balzac era un verdadero “bon vivant”. Así, cuando un tío suyo, viejo y tacaño, se murió y le dejó en su testamento una pequeña fortuna, Balzac dio a sus amigos la noticia de esta forma:
- Ayer, a las cinco de la mañana, mi tío y yo pasamos a mejor vida.
*****
El célebre pintor estadounidense James Whistler envió un día un mensaje urgente a Sir Morell Mackenzie, eminente otorrinolaringólogo británico, pidiéndole que fuera a verle inmediatamente. Sin pérdida de tiempo, el especialista se dirigió a casa del pintor y comprobó asombrado que éste le había llamado para que examinara a un perro enfermo. Morell Mackenzie no hizo ningún comentario; atendió al animal y se marchó. Al dia siguiente mandó llamar con urgencia al artista. Cuando éste llegó, presuroso, el facultativo le recibió con la mayor naturalidad.
- ¿Qué tal, señor Whistler? -le dijo-. Me alegro de que haya venido tan pronto. Deseaba verlo porque quiero pintar esa habitación.

(1) Cantante danés nacionalizado estadounidense, considerado el mejor tenor wagneriano. Su fama trascendió todas las fronteras. En 1931, 1933, 1942 y 1943 triunfó en el teatro Colón de Buenos Aires bajo la dirección de Otto Klemperer y Fritz Busch. Se retiró en 1950, pero participó en televisión, comedias musicales de Broadway y películas de Hollywood hasta su muerte, en 1973.

© Por la transcripción: J. L. A. F.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Reivindicación de la bofetada

Resuena en el Parlamento argentino el seco chasquido de las bofetadas.
La diputada Graciela Camaño le administró en plena cámara baja un sonoro bofetón a su colega Carlos Kunkel, de un partido distinto al suyo.
Esta vez no tuvo nada que ver la rivalidad política. Parece ser que Kunkel se pasó todo el año repitiendo, en plan de cachondeo, unas frases ya históricas, pronunciadas a finales del siglo pasado por el gremialista Luis Barrionuevo, marido de Graciela Camaño.
Lo que hace falta para que Argentina salga adelante es dejar de robar dos años seguidos. Nadie se hace rico aquí trabajando. Estas fueron, palabra más, palabra menos, las aseveraciones de Barrionuevo, que cobraron fuerza de sentencia. Muchos expresaron su total acuerdo con él. Unos pocos lo criticaron. Ahora aquellas frases fueron exhumadas por Kunkel, que se las enrostraba a Camaño un día sí y otro también, según declaraciones de la diputada que fueron ampliamente divulgadas por los medios.
La bofetada a Kunkel causó cierto revuelo, como era de esperar. La prensa se ocupó del hecho, también como era previsible, y los tremendistas de siempre montaron un cirio.
Pues, hombre, no fue para tanto. Bofetadas, trompicones, patadas y huevazos han volado por los parlamentos de Uruguay, México, Bolivia, y fuera de este continente en Alemania, Ucrania, Rusia, Corea… Hemos visto por televisión verdaderas batallas campales en el Congreso japonés.
Qué quieren que les diga: uno extraña la bofetada, la verdad. La bofetada espontánea, fresca, picante y activadora de la circulación de la sangre del rostro de quien la recibe.
La bofetada simple, o de un movimiento, o la de dos tiempos, derecho y revés; la rotunda y vibrante bofetada, bofetón, cachete, torta o bife –el mismo nombre tiene la pieza de carne más apreciada por los argentinos-, tenía mucha entidad y era muy práctica, aplicada con fundamento y oportunidad.
Se propinaba al que insultaba gravemente, o se burlaba de uno con ferocidad delante de otros, al acosador de oficina cuando uno se hartaba de su asedio, al que molestaba a una señora, al que nos había criticado injustamente a nuestras espaldas o al chisgarabís que, por una u otra razón, se la había ganado a conciencia.
El puñetazo es otra cosa. Un golpe de puño se le da a un hombre hecho y derecho. Es, además, el punto de partida para una pelea en la que se dirime algo trascendental. El puñetazo es contundente, pesado; lesiona, fractura. La bofetada es ligera. Tiene más de espuma, de encaje que de plomo. Es de salón.
Un buen par de bofetadas desestresa, descongestiona tanto al que lo da como al recipiendario.
El cacheteado suele quedarse más estatuario que el Comendador de don Juan Tenorio. A veces –la mayoría de ellas- porque sabe que se merece ese pequeño castigo. Otras porque no se esperaba que le llenaran la cara de dedos, como se dice en los barrios bajos de Madrid.
Las mujeres fueron siempre muy buenas dando bofetadas. Hay bofetadas históricas, como la que le atizó la infanta Luisa Carlota a la vista de varios cortesanos, en la antesala del dormitorio de Fernando VII, al ministro de Gracia y Justicia, Tadeo Calomarde.
La infanta Luisa Carlota era hermana de la reina María Cristina de Borbón, esposa de Fernando VII. El taimado Calomarde se apresuraba a cursar un codicilo -que acababa de firmar el monarca-, en el cual se anulaba el derecho al trono de la Infanta Isabel, hija de Fernando VII y María Cristina. Una pragmática había derogado anteriormente la Ley Sálica promulgada por Felipe V, en virtud de la cual las mujeres no podían acceder al trono.
El sopapeado Calomarde pronunció una frase que también se haría histórica, como las de Barrionuevo mucho después: “Manos blancas no ofenden”.
De nuevo en América del Sur, y más cerca en el tiempo, otro que recibió un buen par de bofetadas, en el hotel Alhambra de Montevideo, por más señas, y tambien ante una nutrida concurrencia, fue Raúl Odizzio, alcalde del departamento de Maldonado.
La agresora fue la bella y encantadora Celia Alvarez Mouliá, conocida como “Chela” Amézaga por su matrimonio con el abogado Juan José de Amézaga. El motivo fue una discusión por una ordenanza municipal que “Chela” entendió que perjudicaba a su familia.
La bofetada castigaba otrora una ofensa que daba lugar a un duelo. Fulgían los aceros o detonaban las largas pistolas de cañón octogonal. Y alguien moría o quedaba herido. Algunas veces los contendientes se reconciliaban sobre el terreno. No se podía insultar ni agredir impunemente.
Las bofetadas, naturalmente, ocuparon su lugar en el cine. La más famosa fue la que le dio Glenn Ford a Rita Hayword en Gilda.
“El que recibe las bofetadas” fue el título de la adaptación cinematográfica de una obra del dramaturgo español Alejandro Casona. Narciso Ibáñez Menta protagonizó la película en Buenos Aires, allá por el año 1947.
Todavía se dice en España que tal o cual hombre desmedrado y temeroso “no tiene ni media bofetada”, en alusión que no resistiría no dos, ni una, ni siquiera media, si las bofetadas pudieran partirse.
Como tantas otras cosas, la bofetada cayó en desuso. Y uno, que ha dado varias, la echa de menos, como quedó dicho.

© José Luis Alvarez Fermosel


miércoles, 17 de noviembre de 2010

El esotérico vaivén del espionaje

A tantos años de concluida la Segunda Gerra Mundial (1939-1945) y una de sus secuelas, la Guerra Fría, el esotérico vaivén del espionaje sigue trazando espasmódicamente líneas sobre los mapas de varias naciones y los mismos Estados Unidos, como si se las sometiera al juego del polígrafo.
La oscura y oscilante CIA y otros servicios de seguridad estadounidenses desclasifican homeopáticamente de vez en cuando informes que revelan secretos, a veces macabros, de pasados tiempos sombríos y crueles.
La impronta que dejaron fue profunda. Inevitablemente, los veteranos, que recuerdan, se estremecen. Los que se enteran ahora de lo que pasó, o de algunas de las cosas que pasaron, también.
El diario ABC de Madrid publica un despacho de su corresponsal en Nueva York, Anna Grau, en el que se revela que la CIA burló la justicia de los Estados Unidos para cobijar a criminales nazis.
El informe se refiere a la lucha feroz entre quienes pretenden que se blanquée todo, de una vez por todas, y aquéllos que se aferran al secretismo y sólo cuando se les pone entre la espada y la pared dejan caer con cuentagotas retazos de arcanos incrustados en la historia como forúnculos.
Quien más, quien menos, oculta en Estados Unidos un esqueleto en el armario –como dicen los mismos yanquis-.
Y algunos una calavera en un cajón del escritorio.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 16 de noviembre de 2010

En un pequeño café de barrio...

El dibujo –espléndido- de Carlos Freixas es una de las ilustraciones de la novela policíaca “El clan de los sicilianos”, de Auguste Breton, editada por Gallimard en 1961.
La estampa refleja con mucha expresividad una situación que no se plantea en la novela y nosotros interpretamos a nuestro aire.
El detective en la barra del bar, o del café de barrio, de un barrio no precisamente elegante.
La muchacha que atiende el café es de rompe y rasga. Rubia, con la melena sobre los hombros, en jarras, mira al detective con ganas de soltarle cuatro frescas, porque ya ha intuído que tras encender el cigarrillo va a empezar a hacerle preguntas que ella no tiene ninguna gana de contestar.
Lo que a ella le gustaría es que viniera al cafetín un chico alto, fuerte, rubio o moreno, no importa, buen mozo, que se acodara en la barra y justipreciara su belleza, que resalta entre las botellas y los vasos de vidrio ordinarios, en un local de regular, si no de baja categoría.
El investigador no pertenece a la policía oficial. Es un modesto pesquisante particular de edad mediana, que no se parece nada al Simón Templar (El Santo) de Leslie Charteris, el Phillip Marlowe de Raymond Chandler ni, mucho menos, el sofisticado Philo Vance de S. S. Van Dine.
Es un hombre vulgar, carente de apostura, con gafas, un espeso bigote negro –que vaya uno a saber, a lo mejor está teñido- y pelo gris y rizado, parte del cual se escapa de la boina que le cubre la cabeza. ¡Qué bizarro, un detective con boina! Quizás sea vasco, después de todo.
Se ve que mientras enciende su pitillo está pensando en la mejor manera de abordar a la rubia para interrogarla. La rubia no parece estar dispuesta al abordaje.
El dibujante no ha escatimado detalles. Al lado de la taza de café se ve el sobrecito de azúcar, roto, ya usado. La belleza del figurativismo, del dibujo hiperrealista de historieta.
Carlos Freixas fue un gran dibujante español, hecho al costado de su padre: Emilio Freixas, que alcanzó niveles de excelencia. Padre e hijo trabajaron juntos en algunas ocasiones. Carlos vivió en los años cincuenta en Buenos Aires, donde se dedicó por entero a la ilustración, destacando como historietista.
El dibujo que comentamos tiene movimiento y una concluyente fuerza expresiva. Y, quizás lo más importante, pone sobre el tapete –en este caso sobre el mostrador- una historia de café. Que cada uno imagine la suya.
Porque no es sólo que un transeúnte cualquiera haya entrado en el bar, pedido un café y esté encendiendo un cigarrillo, mientras una camarera rubia y guapa le mira con cara de pocos amigos.
Hay gato encerrado.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 14 de noviembre de 2010

Las mujeres no saben comprar el pan

Las mujeres, por regla general, no saben comprar el pan. No conjugan bien el maravi­lloso verbo ir por el pan.
A las mujeres, o a muchas de ellas, se les plantean problemas con el tiempo y con el pan, problemas que no suelen planteársenos a nosotros, los hombres, que ya desde pequeños sabemos ir a comprar el pan, como se ve en la foto que ilustra esta columna.
Infinidad de mujeres creen que el tiempo es de goma, y puede esti­rararse y encogerse a su antojo; o dicho de otro modo, para ellas puede hacerse en una hora lo que en realidad no puede hacerse antes de dos.
El tiempo las empito­na, como toro a un torero cuando éste se descuida, y las manda a la arena.
Y a nosotros a la consulta del neurólogo, con los nervios destrozados de tanto esperarlas en las es­quinas, en los cafés o en nuestras casas -cuando las mujeres son nuestras santas esposas-, a que terminen de maquillarse y podamos por fin salir con ellas a una reu­nión de padres en el colegio de los niños, al cine o a una cena.
No es, por tanto, que las mujeres, o muchas mujeres sean impuntuales, sino que carecen de la noción del tiempo, o son desordenadas. La gente que no tiene orden suele ser impuntual.
Piensan que el viejo e inexorable Cronos, cuyas sandalias son aladas, como las de Mercurio (últimamente estamos un tanto paganos), les puede hacer el favor de detenerse un ra­to, a fin de que ellas terminen de pintarse las uñas o de cambiar de una a otra cartera las mil y una cosas que llevan en ellas, tomándose su tiempo, como si el tiempo fue­ra sólo suyo, y no de todos.
Por eso las mujeres llegan siempre tarde a la panadería, concretamente cuando acaba de cerrar. Y nos dejan a los hombres sin el pan que, dicho sea esto de paso, en Buenos Aires no es tierno, dorado y crujiente, sino de goma, pero no importa, ya se sabe, es la humedad, es lo que hay. Es, sea como sea, el pan que tenemos que ganarnos con el sudor de nuestra frente.
Y hay que confor­marse con el pan de ayer, sí es que ayer sobró pan, pasado por el horno, recalenta­do, que no es como el pan del día. ¡Ni que hablar de los sábados y los domingos! El fin de semana es tiempo de galletas express, tostadas o ese pan de los americanos que nosotros llamamos lactal, o el otro, con el que se hacen los sandwiches de miga.
Es que las mujeres, ya digo, no saben ir por el pan. Lo cual es una lástima, porque como dice Paco Umbral –a quien cito tanto- si se sabe ir por el pan uno va por la calle con el pan en la mano, poniendo oro de pan en los gules del cielo, como un personaje de Magritte, el callado surrealista belga que pintaba panes voladores en el sol del mediodía.
Uno vuelve a su casa con la “baguette” bajo el brazo, como el niño de la foto, a quien se ve tan contento, tan alegre.
Porque es una delicia ir a la panadería y sentir en ella el olor del pan recién hecho, ver los panes brillantes, ordenados, diciendo “¡llevádme!”, apreciar su hermoso color dorado y, al traerlos a casa, recién comprados, sentir su tibieza a través del papel que los envuelve y hacernos la ilusión de que palpitan como pájaros.

© José Luis Alvarez Fermosel

Pensamientos, frases célebres, citas famosas

Si tenéis motivos para sospechar que una persona os está diciendo una mentira, aparentar que creéis todas sus palabras. Esto le dará ánimo para continuar y se entusiasmará de tal manera con sus afirmaciones que acabará por traicionarse. – Schopenhauer.

Arthur Schopenhauer (1788 – 1861) fue un filósofo alemán que desarrolló una concepción voluntarista de la doctrina kantiana del conocimiento. Viajó por Italia, Francia e Inglaterra. Fue alumno de Fichte y se relacionó con Goethe, cuyas doctrinas científicas defendió. Enseñó en Berlín durante algunos años. Consideró que la realidad en sí está determinada por la voluntad, en cuyos grados supremos de realización aparecen la conciencia y el universo de la representación. Afirmó que sólo el arte supera parcialmente el dolor asociado con la carencia y con el deseo; que la liberación completa reside en la suspensión de la voluntad misma de vivir.
Es autor, entre otras obras, de “Sobre la vista y los colores”, “El mundo como voluntad y representación” –considerada como su obra cumbre-, “La voluntad en la naturaleza” y “Los dos problemas fundamentales de la ética”.

© J. L. A. F.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Vestal paseandera

Hay una canción que es un clásico del jazz, Rata paseandera (“Muskrat Ramble”) compuesta en 1926 por Edward Ory, que usó toda su vida el seudónimo de Kid Ory.
Pues bien, yo me topé el otro día con una vestal (1) paseandera en la calle Corrientes.
Venía yo de comprar el pan –las mujeres no saben comprar el pan, y esto será tema de otra columna-, cuando la vi caminando a mi derecha.
Pasaría apenas de los cincuenta años. No era rubia ni morena, ni gorda ni delgada, ni alta ni baja. Tenía el rostro ligeramente atezado y las facciones borrosas. Sólo destacaban su ceño fruncido y su boca apretada, que parecía una cuchillada, tan finos eran sus labios.
Vestía una blusa azul, un pantalón de un tono amarillento y calzaba zapatos bajos, sucios.
Iba arrancando de todas partes los papelitos de las vendedoras de amor.
Las vendedoras de amor –llamémoslas así, siquiera por una vez- proliferan por doquier en estos tiempos de crisis.
Las más humildes se anuncian en Buenos Aires en la vía pública, en papelitos de aproximadamente 12 por 7 centímetros en los que aparecen fotografiadas, ligeras de ropas y en posturas provocativas.
Dan conocer las direcciones donde… “atienden”, los números de teléfono y ofrecen, por un óbolo modesto, el oro y el moro, ya ustedes me entienden.
En las esquinas de las calles céntricas, hombres de edad indefinida y talante sombrío ofrecen a sus congéneres esos volantes.
Otros similares constelan la ciudad, adheridos a las columnas del alumbrado, los semáforos, las cabinas de los teléfonos públicos y los muros, en los que campean grandes carteles con consignas políticas.
La vestal desgarraba los papelitos de las vendedoras de amor presa de una especie de rabia, lo mismo que se encarniza un niño con un muñeco, o pisotea un juguete. Luego se metía en un bolsillo los papeles rotos.
Marchaba con paso casi militar, como si integrara un pelotón policial que acudiera urgentemente a preservar el orden alterado por una manifestación de estudiantes.
En vez de rasgarse las vestiduras, tan anodinas como ella pero seguramente caras, como todas las vestiduras, la vestal rasgaba los papelitos de las practicantes del segundo oficio más antiguo del mundo –el primero es el de madre-.
Las que no se anuncian en las calles se mueven en niveles altos.
Algunas son universitarias. Muchas hablan varios idiomas, o por lo menos inglés. Otras proceden de estamentos no precisamente ancilares, y sus nombres y direcciones están en “books” guardados celosamente.
Viene a propósito de lo que estamos escribiendo el breve diálogo mantenido entre una señora despechada y el dramaturgo y poeta francés Alexis Piron:
- Entonces, ¿vos no hacéis el amor?
- No, señora; lo compro hecho.
Se había levantado un vientecillo cálido, aprisionado entre los adoquines y el cielo bajo, de color espliego.

(1) Según la mitología romana, las vestales eran sacerdotisas vírgenes que debían mantener constantemente encendido el fuego del templo de Vesta.

© José Luis Alvarez Fermosel

Lenguas de gato

Después de haberse ocupado uno durante tantos años de los grandes temas nacionales, y aun de los internacionales, gusta de cultivar la minucia, la nadería: hablar de nimiedades, de cosas en apariencia poco, o nada importantes, rarezas, si se quiere, pero bellas en su esencia, distante de la vulgaridad.
También se divierte uno -ahí está la madre del cordero- recogiendo en su bitácora temas similares de otros plumíferos, quienes acometen, con la sonrisa en los labios, los mismos emprendimientos, calificados de fútiles, por los que nos critican.
¿Nos critican? Pues muy bien, si nos “quitrican”, que nos “quitriquen”, “pa” lo que nos “potregen”…, que decía el gitano.
J. de Jorge nos revela en el diario ABC de Madrid el secreto de la lengua de los gatos, que se basa nada menos que en la física.
No ha de ser tan intrascendente este asunto, cuando de él se ha ocupado el Departamento de Ingeniería Civil y Ambiente del Instituto de Tecnología de Massachussetts, Estados Unidos.
En otro orden, hay unos chocolates alargados, muy ricos, que se llaman lenguas de gato. Los recomiendo con entusiasmo.
A ver si me van a decir también que el chocolate es una fruslería.


© J. L. A. F.

martes, 9 de noviembre de 2010

Cuadros disolventes

Ejercicio de asociación libre con cuadros raros, música popular y música programática. Así podría subtitularse este apunte.
Porque, ¿cómo puede asociarse un chotis con unos cuadros que, además de no ser cuadros, son disolventes?
El chotis es uno de los más castizos y aplaudidos. Figura en todas las antologías de la música popular española, y específicamente de la de Madrid.
Se titula “Con una falda de percal planchá”, y pertenece a la revista de finales del siglo XIX –todavía no se las llamaba comedias musicales- “Cuadros disolventes”.
El popular chotis no ha dejado de ir y venir desde entonces. Cuando se evoca la música madrileña, raro es que no salga a relucir. Carlos Arniches, que fue un aplaudido autor de sainetes, lo incluyó en “El santo de la Isidra”.
El chotis en general, cuyo origen es centroeuropeo, se puso de moda en toda Europa en el siglo XIX. En Madrid se baila en pareja, cara a cara, al compás del organillo. La mujer gira alrededor del hombre y éste sobre su eje. Se dice que un buen bailarín de chotis no necesita más espacio que una baldosa para lucirse. Suele bailarse en las verbenas.
El llamado apropósito cómico-lírico-fantástico-inverosímil en un acto “Cuadros disolventes”, con letra de Guillermo Perrin y Miguel de Palacios y música de Miguel Nieto, se estrenó en el teatro Príncipe Alfonso de Madrid, el 3 de junio de 1896.
Los verdaderos “Cuadros disolventes” forman parte de la prehistoria del cine. Se deben al inglés Harry Langdon Childe, que los exhibió por primera vez en 1840.
Son un efecto de linterna mágica consistente en instalar fuentes de luz detrás de paneles de cristal pintados y superpuestos. Los juegos de luces simultáneos con los cambios de placas daban la impresión de movimiento.
Tal vez los cristales, al deslizarse iluminados uno tras otro, se asemejaban a cuadros que se disolvían.
O el adjetivo disolvente se usó como sinónimo de algo heterodoxo, o que implica una cierta subversión o distorsión, como cuando se habla de la prédica disolvente de un político, o un agorero.
Más famosos fueron los “Cuadros de una exposición”, la suite de 15 piezas del compositor ruso Modest Mussorgsky: modelo de música romántica de programa, o programática.
Mussorgsky quiso hacer una versión musical, si es que así puede llamársele, de algunos de los diez cuadros del arquitecto y pintor Viktor Alexandrovich Hartmann, expuestos en una muestra póstuma. Un homenaje al joven artista –muy amigo de Mussorgsky-, que murió en 1873, a los 39 años.
La obra de Mussorgsky, escrita originalmente para piano, fue arreglada y orquestada por el músico francés Maurice Ravel –autor del ballet “Boléro”-.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

Chotis en tarde de otoño

lunes, 8 de noviembre de 2010

Otra vez el milagro azul

Han vuelto a florecer los jacarandáes.
Cada primavera y cada otoño consignamos con alegría el milagro azul que se produce con el florecimiento de estos árboles bellísimos, que apenas florecen se agostan, y dejan caer sus flores sobre la ciudad, envolviéndola de seda color lavanda, como si fuera un regalo.
María Elena Walsh canta la canción del jacarandá.


© J. L. A. F.
Ver vídeo:

http://www.youtube.com/watch?v=Y6ualZzcjjw

domingo, 7 de noviembre de 2010

La tienda estaba cerrada

No pude evitar pararme ante el escaparate de la gran tienda de lujo, frente a la plaza, muy cerca de la calle peatonal.
¡Cuántas cosas preciosas, todas confeccionadas con el noble cuero argentino! Carteras, cinturones, zapatos, chaquetas…
Prendas y objetos de piel de yacaré, el pérfido señor de los esteros del Iberá, o del carpincho del sur de la provincia de Buenos Aires, cuyo nombre autóctono es capibara, que en guaraní significa comedor de hierba.
Llamaron mi atención una cartera de granulada piel de ñandú, el velocísimo avestruz suramericano, y un facón de puño de plata. Si la tienda no hubiera estado cerrada, quizás habría entrado para ver de cerca la billetera, y acaso comprarla.
Escuché hablar a mi lado el portugués de Brasil, que me suena siempre tan raro. La ciudad está llena de turistas brasileños.
Se había levantado un vientecillo alborotador. El cielo estaba agitado a baja altura, como a orillas del mar cuando se anuncia una galerna.
De pronto la vi. Salió caminando con imperio desde un extremo de la vidriera, por dentro. Lenta, oscura, ominosa. La cucaracha.
Tomándose su tiempo, el insecto caminó por una callecita formada entre un cortapapeles dorado y un monedero de piel cruda.
A juzgar por su determinación, debía ser una hembra; quizás estuviera fecundada y buscara un lugar donde desovar.
Avanzó hacia un señalador de libros de cuero finísimo, teñido de azul.
En ese momento recibió un rayo del sol mortecino del crepúsculo, que se filtró por la cristalera y la convirtió en un repeluzno bruñido, de color pardo oscuro, con reflejos azufrados.
Sorteó un pequeño anotador y se dirigió hacia un par de guantes de carpincho, que ocupaban un rincón, a la derecha del escaparate. Se detuvo un instante y acto seguido se introdujo en uno de los guantes.
La tienda estaba cerrada.

© José Luis Alvarez Fermosel

Glasbergen

Randy Glasbergen, autor del chiste del “post” anterior, es uno de los humoristas estadounidenses más conocidos en todo el mundo.
Diarios, revistas, tarjetas de Navidad, libros, almanaques, “webs” y “blogs” están impregnados de su arte y su ingenio, en todas partes.
Tarjetas de la lotería del Reino Unido, calcomanías, esos cartoncitos magnéticos que se pegan en las puertas de las neveras, “shorts”, camisetas, cartas de restaurante, “displays”… ¡y abrigos para perros! muestran algún trazo de este polifacético historietista que empezó a trabajar por libre a los 15 años y ya no lo para nadie.
Randy, como le llama todo el mundo, estudió periodismo durante un año en Utica, Nueva York, y después de trabajar una temporada en Kansas City, se convirtió en “free lance” y ya no se mueve de su estudio, abarrotado de papelotes, lápices, pinceles, pinturas y tiras cómicas de Popeye, “The monkeys” y la memorabilia de GI Joe.
Vive en la zona rural del estado de Nueva York con su mujer y una legión de perros, gatos, cobayas y peces.
Cuando no está trabajando en su tablero de dibujo, da largos paseos con sus perros salchicha o hace vida de familia, lo cual no afecta su producción, para la tranquilidad de sus muchos seguidores.


© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 6 de noviembre de 2010

Hay que trabajar más


La escritura manual activa el cerebro

Quienes seguimos aferrados a la estilográfica, como un náufrago a un salvavidas, estamos de parabienes.
Escribir a mano cartas, apuntes, tarjetas, lo que sea, no va a ser a partir de ahora sólo cosa de románticos y nostálgicos –para algunos, tranochados-.
Ni de gente con avidez de coleccionista que acopia plumas compulsivamente, sino de personas avisadas que pretendan cuidar sus entendederas.
Porque el uso de la pluma estilográfica activa el cerebro. Lo han asegurado médicos y científicos en universidades. Entre otras, en la de Indiana (Estados Unidos). Isabel F. Lantigua recogió esa información y la divulgó en un artículo del diario El Mundo de Madrid, titulado “Las ventajas de escribir a mano” –con pluma, bolígrafo, “roller” o lápiz-.
Algunos preferimos las lapiceras fuente, que no hemos dejado de usar desde el bachillerato para firmar poderes, cheques, escrituras y otros documentos; y -lo mejor- para escribir cartas de amor o unas frases amables y afectuosas en pequeñas cartulinas que enviar, junto con un ramo de flores, a señoras de nuestra amistad.
Bienvenido sea el hecho de que “(…) al escribir a mano se activan más regiones del cerebro y se favorece el aprendizaje de formas, símbolos y lenguas”, como acaban de informar los sabios.
De todos modos, uno no va a recordar ésto, tan trascendente, al empuñar su estilográfica.
Predominará la grata sensación de caricia en los dedos que proporciona la negra ebonita pulida, suave y brillante de su lapicera, que se desliza sobre el blanco papel como al compás de un vals cuando escribe “te quiero”.
Somos muchos los amantes de la escritura manual, conscientes de que no tenemos demasiadas oportunidades de practicarla, porque el teclado de la computadora es el que manda.
Agradecemos que la ciencia nos avale, ahora. Porque a pesar de depender del teclado, siempre buscaremos la oportunidad de escoger una estilográfica de entre las que hemos ido juntando durante años, y trazar con ella aunque no sea más que algunas líneas en una hoja de papel y formar jeroglíficos que sólo podremos descifrar nuestra pluma y nosotros.
Simpático esoterismo doméstico y, según acaba de descubrirse, beneficioso.
Repitámoslo una vez más, gozosamente. Todos los plumíferos estamos de enhorabuena. Incluido el prestigioso médico argentino Fernando Monti, que no firma una sola receta si no es con pluma estilográfica.


© José Luis Alvarez Fermosel


viernes, 5 de noviembre de 2010

Qatar será Catar

La Real Academia Española (RAE) se expidió otra vez. Y otra vez fue más el ruido que las nueces.
La nueva edición de la Ortografía de la RAE pretende ser no sólo razonable y exhaustiva, sino también simple, legible, y sobre todo, coherente, afirma su coordinador, Salvador Gutiérrez Ordóñez en un artículo de Javier Rodríguez Marcos publicado en el diario El País de Madrid.
A falta de cosa mejor que hacer, la RAE se sacó de la manga cuatro naderías.
Por ejemplo, la “i griega” será “ye”, la ch y la ll dejarán de ser letras del alfabeto y varios acentos se irán por la posta.
Vale.

© J. L. A. F.

Nota relacionada:

La “i griega” se llamará “ye”

Del autor:

Palabras
Manuel Alvar
“Caprosta” y otras “fraslafras”
La RAE está rara

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Crisis y efectos

Estas extrañas crisis económico-financieras del tercer milenio, que sacuden a una buena parte del mundo, repercuten –siempre ha sido así, por desgracia-, en los sectores más humildes de la población; el sufrido pueblo llano, en una palabra.
Golpean en lo que más duele: la salud, la sanidad.
España está pegando fuerte, en ese sentido.
Emilio de Benito dice en un documentado e interesante artículo, publicado en el diario madrileño El País, que las crisis y la prestación sanitaria siempre han ido de la mano.
El déficit de los sistemas sanitarios supera ya en España los 11000 millones de euros.
En Argentina no están tan mal las cosas en materia de sanidad. Pero mientras escribo estas líneas me entero de que están por cerrarse tres hospitales públicos. Se empieza a edificar uno nuevo, que no se sabe cuando se terminará.
La última observación, que más que una observación es una perogrullada: a los poseedores de inmensas fortunas no les afectan las crisis. Mucha gente sostiene que son ellos quienes las provocan, a fin de ganar más dinero.
¡Qué Dios nos ampare!

© J. L. A. F.

martes, 2 de noviembre de 2010

Títulos y recogidos

El título, en los textos periodísticos, fundamentalmente, es importantísimo.
Un buen título, un título con garra, engancha; por eso se dice que “tiene gancho”, si es bueno; porque te lleva a leer inmediatamente el texto que va a continuación.
Arriba del título suele ir una frase no muy larga llamada volanta. Si va debajo, es una bajada.
No todos los periodistas, y me refiero a los que baten el cobre a diario, y escriben más que “El Tostao”, son buenos tituleros. Muchos de los que saben titular bien, redactan mal. Unos pocos privilegiados, de los que sirven lo mismo para un roto que para un descosido, hacen bien las dos cosas: redactar y titular.
Lo dicho sobre el título es aplicable al “lead”, copete, cabeza o primer párrafo, que debe redactarse de tal manera que, una vez leído, el lector se apreste inmediatamente a zambullirse en lo que sigue, a pesar de que en esos primeros renglones se dé a conocer el qué, quién, dónde, cuándo, cómo y por qué del asunto que es lo que corresponde.
En los diarios y las revistas es común extraer del cuerpo de la nota un párrafo, que generalmente se pone al costado, con otra tipografía, y se llama “read out”, destacado o recogido. La nota, si además lleva subtítulos, sale así un poco más… “vestida”.
En ciertos libros, ese recogido se pone debajo de cada capítulo. En otros –antes, y específicamente en los folletines-, se explicaba en un par de líneas lo que el lector iba a encontrarse. Por ejemplo: capítulo XII, y abajo: “En el que el marqués descubre que su mujer le engaña con el jardinero”.
Esos redactores, como los solaperos, o escritores de solapas y contraportadas de libros, tienen un dominio extraordinario de su oficio y escriben muy bien.
Estoy releyendo un libro de Alain Guérin, titulado El general gris, sobre el general Reinhard Gehlen, jefe del Servicio de Inteligencia Federal (B. N. D.) de Alemania Occidental durante la Guerra Fría.
Hay unos recogidos, o destacados, bajo cada capítulo, que no es que resuman ni sinteticen nada, que en definitiva sí lo hacen, sino que catapultan al lector a la lectura inmediata del capítulo, muchos de los cuales, por no decir todos, tienen también una garra brutal.
No puedo resistir la tentación de transcribir algunos.
Por ejemplo, el capítulo VII dice: “Se llamaba Vlassov”. Y abajo se lee, entre otras frases: “Siempre entre dos orgías”, “Los vagabundos de la traición”, “Marionetas en el frigorífico”…
“Honor a los antiguos” es el título del capítulo XI, bajo el cual se evoca a la Viena del “Tercer Hombre” y a continuación se cita a “La pequeña villa del lúpulo”, el tesoro de las S. S. y se recomienda “tirar justo y llegar lejos”.
Bajo el capítulo XIII, titulado “Un pequeño estanque cubierto de nenúfares“, se lee: “El teniente coronel vendía cigarrillos”, “El ‘espionaje sindical’ ”, “Un proceso en El Cairo”…
Capítulo XV: “Una pistola del 7’65 marca Astra”, “El muro de la vergüenza contra la muralla de la paz”, “La cita en una piscina”…
En el capítulo XVII se menciona al barman del Expreso de Oriente, se recomienda “no dejarse acunar por peligrosos sueños” y se recuerda que “en un casino de Túnez…”
En otros capítulos hay destacados como “Una bala de revólver en un sobre vacío”, “Suicidio en el granero”, “Pierre se ha enterado de K-D2…”, “El centauro y el hipogrifo”, “Guardaba siete almas en su pecho”, “Un caballero asesino, de mirada particularmente franca”…
Lo mejor de todo es que el libro es lo suficientemente bueno como para no necesitar ninguno de esos incentivos, que son otras tantas cerezas en el pastel.
© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

El Simurg

lunes, 1 de noviembre de 2010

Los propósitos que nunca se cumplen

Dejar de fumar. (Quizás sea éste el propósito que más se cumpla, en los últimos tiempos.)
Empezar a ir al gimnasio. (O, por lo menos, empezar a hacer una caminata de una hora todos los días.)
Aprender inglés.
No quedarse de noche hasta muy tarde mirando la televisión.
Intentar salir antes del trabajo.
Reducir el número de llamadas por el teléfono celular.
Dejar de pasar la lengua por la tapa del yogur.
No echar Coca Cola al whisky.
Tomar menos Coca Cola.
Aprovechar el fin de semana para poner el archivo al día.
Enojarse menos.
Acordarse de saludar al entrar en el ascensor.
Suprimir el pan, el vino y el postre en las comidas.


© Por la transcripción: J. L. A. F.