domingo, 30 de junio de 2013

Más allá del vals



Acerca de los valses -de los que hablé en otro post- quizá sea necesario recordar que en aquellos tiempos de los valses de Viena no todo era azul, como decían los poetas que era el Danubio para los enamorados; ni tampoco color de rosa, ni estaba todo signado por la sofisticación,  ni todo era alegre, elegante y divertido.
Se libraban guerras que duraban 30 y hasta 100 años; el analfabetismo, la pobreza, la higiene y la incuria alcanzaban niveles muy elevados. Los nobles y los reyes no escapaban a las generales de la ley. El poder y el dinero no garantizan la buena salud ni son un seguro contra la adversidad, ni libran de la muerte.
Ya que Austria salía a relucir en mi otro post, recordemos a Francisco José I (1848–1916), emperador (ilustración) de ese país centroeuropeo, que fue sin duda uno de los monarcas más desdichados de la historia.
Su reinado de 68 años se vio comprometido por luchas con Prusia, Turquía, Rusia y la Primera Guerra Mundial (1939–1945).
Su esposa, Elizabeth Von Wittelbasch –la Sisí que encarnó en varias películas de los años 50 la actriz austríaca, nacionalizada francesa, Romy Schneider-, fue asesinada a los 60 años en Ginebra de una puñalada que le asestó el anarquista italiano Luigi Lucheni con una lima de carpintero.
El único hijo de Francisco José, el príncipe Rodolfo mató a su amante de un tiro de revólver y se suicidó acto seguido del mismo modo en su pabellón de caza de Mayerling.
Maximiliano, hermano de Francisco José, nombrado emperador de México murió en Querétaro fusilado por el indio Juárez. Su mujer, Carlota Amalia de Bélgica, hija del rey Leopoldo II de Bélgica se volvió loca en Roma a los 27 años. Murió a los 87, cerca de Bruselas.
Un sobrino de Francisco José, Luis II de Baviera fue arrebatado por la locura y se dedicó compulsivamente a mandar construir castillos por todas partes.
La cuñada del emperador, la duquesa de Alençon murió en el incendio del Bazar de Caridad.
Otro sobrino de Francisco José, el archiduque Francisco Fernando fue asesinado a tiros de pistola junto con su esposa Sofía por Gavrilo Princip en Sarajevo, el 28 de junio de 1914.
El magnicido adelantó la Primera Guerra Mundial, que causó más de nueve millones de muertos.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

martes, 25 de junio de 2013

Un pasado de valses en saraos y salones



Sólo la palabra vals, por más que se diga casualmente, despierta hoy en día reacciones, si no adversas –como se dice en los prospectos de las medicinas que vienen en cajas-, cuando menos extrañeza, por no decir perplejidad, o en el extremo, cierta chacota.

- ¡Pero, por Dios! ¿Vals? ¿Un vals? ¿Valses? ¿Dónde estás parado? ¿Qué te propones?

Es verdad. Desde que la Viena de los valses dejó de ser la Viena de los valses, los valses de Viena se zambulleron para no emerger en el Danubio azul –que, en todo caso, sólo era azul para los enamorados-.
Sólo nombrarlos es sentar patente de “tiguoan” (antiguo), perteneciente a un pasado de saraos y salones con candelabros y cortinones de moaré; coraceros de uniforme de gala y caballeros de frac con condecoraciones bailando el vals con damiselas con largos vestidos de shangtun y zapatos de baile de tisú de plata.
La orquesta interpretaba, entre otros, el vals que tocaba siempre que el viejo portero se paseaba ante la entrada del hotel, cubierto el pecho de medallas.
La escena –a la que se refiere Raymond Chandler en El largo adiós-, pertenece a  La última risa, o The last laugh, los dos títulos traducidos al español y al inglés del original, que en alemán es Der retze Mann y corresponde a una película de Murnau (Friedrich Wilhelm Plumpe) filmada en 1924. La música era de Giuseppe Becce.

Lehar y Strauss

En casa éramos todos muy valseros. Cada uno tenía sus preferencias, pero a todos nos gustaba el vals de la opereta La viuda alegre, de Franz Lehar, de la que se hicieron varias películas, o por lo menos dos, que yo recuerde: una con Jeanette MacDonald y Maurice Chevalier y la otra con Lana Turner y Fernando Lamas, que fue la que menos me gustó a mí, qué vergüenza, pobre Fernando, con lo amigos que éramos.
Había otros valses, claro. Todos los de Strauss: El Danubio Azul, Cuentos de los Bosques de Viena, Vida de artista, Vino, mujeres y canto, del que yo hice una especie de lema…
El vals de las velas es muy triste, más aún que el de Sibelius; el Vals de las flores, de Cascanueces, de Tchaikovsky; el Vals del minuto”, de  Chopin; el Vals de Praga, de Dvorak; Los patinadores, de Emile Waldteufel.
El vals entró en los salones europeos, según parece, a partir de 1760. Venía de Viena: del Tirol, por más señas.
Su popularidad se extendió porque de lento pasó a rápido. Ahora, ya se sabe, vuelven los lentos.
El vals es una forma musical que admite cualquier estilo, como por ejemplo la ranchera. El ritmo más adecuado es el swing. Recordemos el Waltz in swing de Fred y Ginger.

El vals Boston

Rodolfo –nombre que le va bien al vals-, el fotógrafo de Morocco, nos decía a los  frecuentadores de ese cabaré de Madrid, el reino de la bella bailarina marroquí Naïma Cherky, que él era un as bailando el vals Boston, o vals inglés (versión lenta, tempo de 60 a 80). Quizá fuera cierto, o no; porque en las cabarés suele mentirse.
El vals sentó sus reales en la América hispano hablante. ¿Quién no tiene un CD con algún valsecito peruano?
Recordemos ¡Contigo, Perú!, homenaje póstumo a Arturo “Zambo” Cavero de Augusto Polo Campos y José Antonio, de Isabel “Chabuca” Granda, en tributo al chalán peruano.
Hay valses mexicanos preciosos, bordados por Pedro Infante, como Dolores, Luna de octubre y Corazón, corazón.
El Vals de medianoche es obra del compositor costarricense José María Chaverri, que también compuso Vals de España.
Se denomina vals venezolano a la variación, adaptación e interpretación de este género musical a los estándares musicales y culturales de Venezuela.
Los compositores venezolanos de valses más conocidos del siglo XIX fueron Manuel Azpúrua, Rafael Isaza y Rogelio Caraballo.
En pleno siglo XX se destacó Antonio Lauro, notable compositor de valses para guitarra clásica.
Valses venezolanos célebres fueron Adiós a Ocumaré, Sombra en los médanos y Las bellas noches de Maiquetía.
Federico García Lorca puso un vals en verso: su Pequeño vals vienés:

Este vals, este vals, este vals,
De sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

© José Luis Alvarez Fermosel

Vídeo:

jueves, 20 de junio de 2013

Postal de invierno



Comienza el invierno en el hemisferio sur y ya se anuncian nevadas en la Cordillera de los Andes y en varias ciudades sureñas de la República Argentina.
Quizá ninguna otra imagen podría reflejar el invierno con tanto realismo, y, al mismo tiempo, con tanta belleza como ésta de Camille Pissarro (1830-1903).
El cuadro se titula Camino, sol de invierno y nieve. Fue pintado en 1860. Pertenece a la colección Carmen Thyssen Bornemisza.
Pissarro fue cofundador, guía artístico del Impresionismo francés y una de sus glorias. Coincidió con Monet en Londres, donde ambos hicieron estudios de edificios envueltos en niebla.
Pissarro fue tradicional y se mantuvo escrupulosamente fiel a las premisas de la impresión de la luz y del color.
El cuadro que nos ocupa, a horas de que en el sur se instale el invierno en su trono de carámbanos, no puede ser más impresionista.
Las notas distintivas de la estación están ligeramente diluídas, pero con la habilidad suficiente como para que no pierdan presencia y comuniquen una impresión sin la fuerza de una  fotografía o de un dibujo hiperrealista, pero con la melancólica expresividad de algunos días del invierno en cualquier parte.
Muestran el invierno, pintado por un genio del impresionismo, rastros de una nevada –no mucha nieve, ni en primer plano-, unos pocos árboles, el azul del cielo nublado en parte, duro, y, dominándolo todo, la lejanía, en la que va a sumirse un lento carricoche oscuro que quizás lleve al fantasma del otoño, recien fenecido.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 18 de junio de 2013

Sombrero de copa


Sombrero de copa, la cuarta película de Fred Astaire y Ginger Rogers, dirigida por Mark Sandrich, fue la mejor de las protagonizadas por la pareja, coincidieron crítica y público.
Se trata de una comedia de enredos, con el clásico equívoco que al deshacerse permite que se desarrolle por la vía natural el idilio de la pareja protagónica.
Lo de siempre en la maravillosa pareja Fred Astaire/Ginger Rogers, danzando –en esta oportunidad para la RKO- y peleándose entre baile y baile, para no perder la costumbre.
Espléndidos números, magníficas canciones (compuestas por Irving Berlin) como Cheek to cheek, Piccolino o Isn't this a lovely day to be caught in the rain?
Trivial y simpática trama, elegantes decorados y ropajes, ligera narrativa, curiosos y sustanciosos personajes secundarios...: en fin, una delicia.
Un film sencillo en cuanto a sus aspectos técnicos y simplista en sus planteamientos temáticos.
Es notable cómo el público amante del cine musical se compenetra con sus legendarios personajes: Fred, Ginger, Irving Berlin, Max Steiner y tantos otros.
La película fue seleccionada para el Oscar como mejor producción de 1935.
Título original: Top hat
Año:   1935  
Director: Mark Sandrich
Guión: Allan Scott & Dwight Taylor
Música: Irving Berlin
Fotografía: David Abel (b&w)
Reparto: Fred Astaire, Ginger Rogers, Edward Everett Horton, Helen Broderick, Erik Rhodes, Eric Blore, Lucille Ball, Donald Meek
Productora: RKO
Cuatro nominaciones al Oscar por mejor película, dirección artística, coreografía y canción.

© José Luis Alvarez Fermosel

Video:

jueves, 13 de junio de 2013

No se lleva uno el edredón



Si uno está en la lona, sin un duro, con el agua al cuello, sin perspectivas, sin un solo proyecto, quizá tenga alguna excusa arramblar al poner pies en polvorosa con el dinero suelto que está sobre la cómoda, tomándolo prestado con el firme propósito de devolverlo. Al fin y al cabo hay, o hubo confianza, ¿no?
Pero no se lleva uno el edredón -que en Argentina se llama acolchado-, por más que en las últimas horas se haya peleado con la locataria, o se dé el caso, harto improbable, de que la locataria nos deba dinero.
El edredón no. Es algo muy íntimo, que forma parte de la cama; algo que envuelve, que abriga, que da calor, en lo que se arrebuja uno en las frías noches de invierno, cuando el viento rosma como un lobo famélico y la lluvia golpea insistente, monótona, los cristales de las ventanas.
Es algo personal e intrasferible, que no vale mucho dinero –aunque esté relleno de plumas-, por el que van a dar cuatro perras gordas (1) si se vende, máxime si está usado.
Verdaderamente, es de cuarta robarle el edredón a la muchacha que nos dio albergue porque le sobraban habitaciones en el viejo caserón que da a un jardín y nos alquiló una, ya que no teníamos donde vivir.
Es de ladrón cobarde y rastrero; de carterista de autobús, de furtivo ladronzuelo de pensión de señoras mayores.
No se lleva uno el edredón, y le deja sin abrigo a la muchacha friolera de ojos claros que trabaja. Una vez, cuando era adolescente, le regalaron un edredón unos amigos de su padre y lo tuvo muchos años.    
Luego se compró otro rascándose el bolsillo, como se dice vulgarmente. Y un día se lo robaron.
Tal vez un libro, los cubiertos de plata –como en aquel cuento de Chesterton-, una pequeña acuarela, un juego de dominó, una botella de vino generoso.
Pero no se lleva uno el edredón.

(1) Antiguamente, monedas de diez céntimos.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 9 de junio de 2013

Cifras y fechas en la novela (III y final)



Un joven tonelero escocés imigrado a Estados Unidos, Allan Pinkerton, fundó la primera agencia de detectives del mundo, después de haber sido sheriff y, en 1849, el primer detective de la policía de Chicago.
El lema de la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton era Nunca dormimos (We never sleep).
La agencia trabajó en la protección de las diligencias Wells and Fargo y el ferrocarril durante la fiebre del oro en California. En la Guerra de Secesión (1861–1865) Allen Pinkerton fue jefe del servicio secreto de la Unión y guardó las espaldas de Abraham Lincoln, a quien recién elegido presidente de los Estados Unidos salvó la vida en un atentado.
Lincoln moriría el 14 de abril de 1965, cuando veía con su mujer y unos amigos la obra Nuestro primo americano, de Tom Taylor, en un palco del teatro Ford de Washington y recibió un pistoletazo en la cabeza de Jonh Wilkes Booth.
Los agentes de la Pinkerton, a quienes el gobierno autorizaba a llevar revólver, persiguieron enconadamente al bandidaje del Lejano Oeste, en particular a Reno Gang, Butch Cassidy, Sundance Kid y mucho más en particular a Jesse James, asesinado por la espalda por uno de sus antiguos secuaces y amigos.
Pinkerton murió de una manera muy rara en 1884. Tropezó en la calle, cayó al suelo y se mordió la lengua, ocasionándose una herida que se infectó y le produjo la muerte días después.
Dashiell Hammet, creador junto con Raymond Chandler de la novela negra, trabajó como detective en la agencia Pinkerton.

La primera serie policial

La revista inglesa Once a week incluyó en 1862 la primera novela seriada, o en capítulos: El misterio de Notting Hill. El detective Ralph Henderson resolvía un caso intrincado y aportaba como pruebas cartas y dietarios personales, método empleado después por Wilkie Collins en La piedra lunar y Bram Stoker en Drácula.
Janet Pate dice en El libro de los detectives que “(…) este modo suave y ligeramene distante de narrar una historia tuvo el efecto de realzar los aspectos extraños y horribles de la trama”.
Sí, pero los lectores de la época victoriana tuvieron oportunidad de experimentar ese poco de terror aliñado con algunos momentos de dulzura, para que el plato no resultara demasiado fuerte.
El misterio de Notting Hill tuvo un éxito enorme, tanto que al final se reunieron todos los capítulos de la serie y con ellos se hizo un libro que salió publicado, diluyéndose en seguida el misterio en la oscuridad.

Un metro y ochenta centímetros

Una cifra que se repite en la narrativa policíaca: un metro y ochenta centímetros.
Esa es la altura de los detectives Sexton Blake, Sherlock Holmes, Bulldog Drummond, Philo Vance, Ellery Queen, Simón Templar, Archie Goodwin, el comisario Maigret, Perry Mason, Nero Wolfe, Slim (1) Callagham -que era muy delgado-, Phillip Marlowe, Lew Archer y el comandante Gideon.
Todos son atléticos, o por lo menos se mantienen en buena forma física. El comisario Maigret, el abogado-detective Perry Mason y Nero Wolfe son pesos pesados. El último bate todos los récord con 130 kilos. Maigret y Perry Mason apenas llegan a los 100, pero no son gordos, su peso está proporción con su corpulencia y musculatura, que son considerables.
Los más apuestos, por este orden, son Simón Templar, Archie Goodwin, Phillip Marlowe, Philo Vance –que es también el más elegante- y Ellery Queen.
Los de más edad son el comisario Maigret, Nero Wolfe, el J.G. Reeder de Edgar Wallace, Hercule Poirot, el padre Brown, el inspector Queen -el padre de Ellery Queen- y El Viejo del Rincón de la baronesa de Orczy.  
Hay un sacerdote -el único-, el padre Brown de Chesterton, un chino, el Charlie Chan de Earl Derr Biggers –que murió como Poe, a los 40 años- y dos negros, Sepulturero Jones y Ataúd Johnson, de Chester Himes.

(1) Delgado en inglés.

© José Luis Alvarez Fermosel

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sábado, 8 de junio de 2013

Nos dejó la "prima ballerina" del agua



La actriz y nadadora estadounidense Esther Jane Williams murió ayer de un derrame cerebral a las 91 años mientras dormía en su casa de Beverly Hills. Así lo informó su agente de toda la vida, Harlan Boll.
No voy a referirme aquí a su biografía, ni comentar sus películas. Ya han aparecido centenares de páginas, con errores en las fechas y otros, como pasa siempre en estos casos, entre paréntesis. Por eso he relacionado este breve recuerdo personal con la mejor nota de las escritas hasta ahora, que a mi juicio es la del diario madrileño El País.
Esther Williams fue una nadadora excepcional –campeona varias veces- y una actriz discreta de aquel Hollywood de nuestros padres cuyos astros y estrellas llegaban a nuestra adolescencia ya un poco maduros.
No fue el caso de ella, que siempre lució joven y fresca.
Su belleza era belleza de buena persona, no sé si me explico.
Hubo otras de la época como Joan Crawford, Bette Davis, Barbara Stanwyck y alguna más que me dejo en el tintero que daban muy bien para malas, tirando a perversas.
Con un rostro de querubín y un cuerpo espléndido, Esther Williams fue más diosa que diva: diosa de un Olimpo de agua, espuma, arabescos, technicolor y una corte de rítmicas ninfas esculturales y un poco hieráticas.
Estuvo casada con el argentino Fernando Lamas, que fungió de latin lover y a quien  conoceríamos en Almería –uno de las ocho provincias andaluzas, en el sur de España- en el rodaje de la coproducción hispano-estadounidense Los cien rifles.
Nos lo presentó el también argentino y actor Alberto Dalbes, que trabajaba en la película. Fernado y yo en seguida nos hicimos amigos, a pesar de la diferencia de edad.
El matrimonio de Esther Williams y Fernando Lamas fue el más feliz de los cuatro que contrajo la actriz.
Lorenzo Lamas, hijo de Fernando y Arlene Dahal dijo en la revista Hola que su madrastra era una bellísima persona.
La opinión responde a la imagen inolvidable de la protagonista de Escuela de sirenas (1944), film que la catapultó al estrellato. Seguirían otros, como Fiesta y Fácil para amar que expresaron vívidamente el boato de las “revistas acuáticas”, una curiosa variante del cine musical creada y realzada por Esther Williams, la antonomásica sirena de Hollywood a quien la Segunda Guerra Mundial había impedido participar en las Olimpiadas de Helsinki de 1940.
Esther Williams todavía brillaba en los 50, después de haber sido en los 40 la principal atracción -y la que le dio más dinero- de la MGM.
En su vida privada fue una esposa y una madre ejemplar. No dio ningún escándalo, ni fue víctima del alcoholismo o de las drogas. Rara avis.
Deja un hermoso recuerdo entre los aficionados al cine de todas las épocas, y particularmente entre aquellos que se debatieron entre guerras y posguerras, entre luces y sombras, que disfrutaron del color, el lujo y el glamour que la justicieramente llamada prima ballerina del agua les ofreció desde el trampolín hasta la otra orilla de la piscina olímpica.

© José Luis Alvarez Fermosel

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jueves, 6 de junio de 2013

Cifras y fechas en la novela policial (II)



La primera novela policial latinoamericana fue La huella del crimen, del escritor y jurista argentino -nacido en Montevideo- Luis V. Varela, que utilizó el seudónimo de Raúl Waleis en ésta y sus restantes obras de otros géneros.
La huella del crimen vio la luz en 1877. Trata de un asesinato cometido en el Bois de Boulogne de París, que esclarece el detective Andrés L’Archiduc, el primero de la literatura policiaca en español.
Vamos ahora a las cifras, que en el caso de Agatha Christie, por ejemplo, son impresionantes.
Su drama policial en dos actos  La ratonera se estrenó el 25 de octubre de 1952 en el teatro Ambassadors de Londres. Desde entonces hasta ahora no ha dejado de representarse en uno u otro confin del mundo.
Agatha Christie, a quien se llamó La reina del crimen, escribió 66 novelas policíacas y 15 colecciones de cuentos. Vendió cuatro millones de ejemplares y sus libros se tradujeron a 103 idiomas. Dos de sus obras empiezan con cifras: Cinco cerditos y Diez negritos.
Desapareció entre el 3 y el 13 de diciembre de 1926. Todos los esfuerzos desplegados para localizarla resultaron infructuosos.
Al final apareció en el hotel Harrogate de Yorkshire, en el que se había registrado – nunca se supo cuándo… ni con quién, si es que hubo alguien- con el nombre de Therese Neel, de Ciudad del Cabo (Sudáfrica).
  
Simenon

Más cifras para el asombro. Según la UNESCO, el escrito belga Georges Simenon vendió desde 1921 en todo el mundo más de 500 millones de ejemplares de sus 500 obras, publicadas en 39 países, traducidas a 87 idiomas y recopiladas en 72 volúmenes desde 1989. El total de sus novelas sobre el comisario -¡no inspector!- Maigret asciende a 72. Escribió, además, miles de artículos.
Se rodaron 55 películas basadas en otras tantas novelas suyas, para firmar muchas de las cuales utilizó 22 seudónimos.
Se casó tres veces, tuvo cuatro hijos y vivió en Suiza en 36 casas. ¡Hizo el amor con 10.000 mujeres! En 1989 se cumplió el vigésimo aniversario de su muerte.

La calle 35 oeste

Otra dirección muy popular en las novelas de detectives es Calle 35 Oeste (Mahattan, Nueva York). Allí, en una casa de fachada de piedra arenisca de color pardo rojizo viven el investigador privado Nero Wolfe y su ayudante y brazo derecho, Archie Goodwin.
Wolfe, que pesa cerca de 130 kilos, es un sibarita. Le apasionan la buena comida y en particular la cerveza, de la que hace un consumo desaforado.
No sale nunca de su casa –en cuya terraza cultiva orquídeas- Es, quizás junto con Philo Vance, el doctor Thorndyke y Van Dusen (La Máquina Pensante) el detective más culto de la literatura policial.
Utiliza a destajo las células grises que menciona con tanta frecuencia el Hércule Poirot de Agatha Christie y tiene un pasado tumultuoso que incluye actividades como agente secreto.
Es padre de una hija. De ella, como de sus escarceos en los servicios de inteligencia se habla poco o nada en las aventuras de Wolfe y Goodwin. Este último es una suerte de Watson, pero más joven, buen mozo, atlético, inteligente y mujeriego.
Rex Stout fue un escritor norteamericano nacido en Noblesville (Indiana). Estudio en la Universidad de Kansas. Fue un gran lector. Desempeñó en cuatro años treinta trabajos diferentes en seis estados de la Unión. Antes de hacerse famoso con su personaje Nero Wolfe, lo fue, y además millonario por su plan para la buena administración bancaria de los recursos económicos de los escolares.
¡La importancia de los números!
  
@ José Luis Alvarez Fermosel
(Sigue)

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miércoles, 5 de junio de 2013

Cifras y fechas en la novela policial



Las fechas y los números son imprescindibles en los libros de contabilidad, tan aburridos. Si no indispensables, fechas y números en cuestión revisten cierta importancia en las novelas policiacases, mucho más entretenidas.
Determinados guarismos y fechas quedaron clavados como jalones en la literatura de detección, o de detectives. 
Habría que empezar –a partir del siglo XIX- con los años 1809 y 1849, correspondientes al nacimiento y la defunción de Edgar Allan Poe, el versátil escritor estadounidense que con sus relatos Los crímenes de la calle Morgue, La carta robada y El misterio de María Roget sentó las bases de la novela policial moderna.
Poe escribió versos, cuentos, críticas y artículos. De vida intensa y atormentada, murió a los 40 años por la acción deletérea del alcohol y las drogas.
Unos años después, concretamente en 1887, apareció la primera novela de Sherlock Holmes, Estudio en escarlata. El intuitivo y multifacético inquilino de la calle Baker Street 221 B de Londres, quizás el detective privado de ficción más famoso del mundo, resolvía difíciles casos examinando detenidamente cenizas de cigarrillo caídas en una alfombra, o fijándose en las botas embarradas de un visitante estrambótico que venía del East End. Holmes fue una creación muy afortunada y muy rentable para Arthur Conan Doyle, el padre de la criatura.
De los zascandileos de Sherlock Holmes daba cuenta pormenorizadamente su fiel exégeta y amanuense, el doctor Watson, que era médico como Conan Doyle y como él colgó el estetoscopio, sustituyéndolo por el revólver y el garrote con puntera de hierro para andar por parajes tenebrosos de la campiña inglesa en noches veladas por la niebla.

El comprador de diamantes

Otra dirección famosa en la novelística policial inglesa es Portman Square 551, en pleno Londres. Allí se refugia el siniestro Malpas, que compra clandestinamente diamantes sudafricanos. Su vecino, el millonario Lacy Marshall, no es en realidad quien parece, sino alguien mucho peor.
No les pierden pisada a los dos el detective Slick Smith, de la agencia Stormer y el capitán de policía Richard Shanon, personajes principales -junto con la bella Audrey Bedford- de El rostro en la noche. una de las mejores novelas de Edgar Wallace. Hablando de números, Wallace es autor de otra novela no menos inquietante: El cuarto número 13.
Edgar Wallace, que vendió de niño diarios en las calles de Londres. llegó ser un dandy millonario que tripulaba un Rolls Royce. Cuando murió debía una considerable cantidad de libras esterlinas, que se pagó enseguida con sus derechos de autor.
Fue reportero y corresponsal de la agencie Reuter, columnista de otros periódicos y crítico de teatro del Morning Post. El mismo escribió 24 comedias, además de 175 novelas policiales y de aventuras, en las cuales se basaron los argumentos de 160 películas.
Le sorprendió la muerte en Hollywood, a los 57 años, cuando trabajaba en el guión de la primera versión de King Kong, en 1932.

Scotland Yard

En la ficción y en la vida real, los agentes de Scotland Yard perseguían de cerca a criminales que algunas veces se les escapaban de las manos en los oscuros recovecos de Whitechapel, como Jack el destripador.
Robert Peel fundó la policía metropolitana en 1829. El nombre de Scotland Yard procede del emplazamiento de la sede original, en el número 4 de Whitehall Place, donde había un patio –yard en inglés- que daba a la calle Scotland.
La central se desplazó en 1875 a New Scotland Yard, en Victoria Enbankment, un edificio de estilo gótico que forma parte del conjunto de Norman Shaw Building. En 1967 se mudó a sus actuales instalaciones, en 10 Broadway S W 1.
Durante muchos años los funcionarios de Scotland Yard –incluidos los guardianes del orden callejero, los populares bobbies- no portaban armas.
A partir de 1894 hubieran podido llevar pistolas semiautomáticas –no automáticas, como erróneamente se dice siempre-, pues ese fue el año de la aparición del arma creada por el alemán Hugo Bochardt y popularizada, en noble competencia con el revólver, por tantos relatos y películas policiales.
Otro número inolvidable es el 273, correspondiente a la celda de Isidro Parodi, el detective  recluso de Seis problemas para don Isidro Parodi de Héctor Bustos Domecq, es decir, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares: un libro encantador en que la intriga y la indagación se combinan perfectamente con la maestria narrativa, el sentido del humor y la fina ironía de sus autores.  
   
La Máquina Pensante

El número 13, que ocupa un sitial de privilegio en el universo de la superstición, tuvo también un lugar en una novela policial muy famosa: El enigma de la celda número 13, del escritor estadounidense de origen francés Jacques Futrelle. Su  detective, S. F. X. Van Dusen, era conocido como La Máquina Pensante.
Van Dusen, médico, abogado, filóso, remotamente alemán, genio irritable y al mismo tiempo alegre, protagonizó tres novelas de Futrelle.
En El enigma de la celda número 13, indudablemente la más leída de Futrelle, La Máquina Pensante se fuga de una cárcel inexpugnable, explica cómo lo hizo y gana una apuesta.
Los libros de Futrelle no conocieron los halagos de las reimpresiones y hoy son difíciles de hallar. Sin embargo, los relatos que los integran –en particular El enigma de la celda número 13- gozaron de amplia difusión en varias antologías.
Jacques Futrelle murió en 1912 en el naufragio del Titanic.

© José Luis Alvarez Fermosel

(Sigue)

sábado, 1 de junio de 2013

Que reinen la amistad y el amor



Sortija es una voz latina relacionada con la palabra suerte, de la que deriva.
De acuerdo con la mitología romana la sortija, o el anillo fue inventado por Júpiter, padre de todos los dioses, pero no para honrar, u ornar a los mortales, sino para castigarlos.
Con un anillo de hierro encadenó Júpiter a Prometeo a una roca del Cáucaso por haber robado el fuego sagrado.
En el año 264 antes de Cristo se libraron las guerras púnicas entre las dos principales potencias mediterráneas de la época: Roma y Cartago. En la batalla de Cannas, en la segunda de las tres guerras, el general cartaginés Aníbal, que batió al procónsul romano Terencio Varrón, se llevó como parte del botín tres ánforas, con capacidad de 15 litros cada una, llenas de sortijas de oro.
En el mundo grecolatino se grababan las iniciales en los anillos, que se convertían así en el sello familiar.

La magia de las sortijas

Con el correr de los tiempos proliferaron leyendas sobre anillos mágicos, casi todas pertenecientes a las mitologías de diversos países.
Odin, dios nórdico de la guerra, robó a Alberich el anillo de los nibelungos -enanos legendarios dueños de inmensas riquezas-, se explica en una página de la mitología germana centrada en la lucha por la posesión del oro que da poder y dominio.
Wagner se basó en esa leyenda para componer cuatro óperas épicas en el transcurso de 26 años, entre 1848 y 1874: El oro del Rhin, La Walkiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses.
La sortija que robó Giges tornaba invisible a quien la lucía y él usó su poder para hacer el mal.  Giges aparece en la Republica de Platón.
El anillo de Claddagh se entrega como símbolo de amistad o como arra nupcial. Constituye una de las tradiciones más duraderas y románticas de Irlanda. Su diseño incluye dos manos que rodean un corazón y una corona que simboliza la lealtad y la fidelidad, mientras que el corazón y las manos representan el amor y la amistad. El lema del anillo Claddagh es: “Let love and friendship reign” (Que reinen la amistad y el amor). Su origen se remonta a 300 años y surgió en la aldea pesquera de Claddagh, en la costa oeste de Irlanda. Allí fue diseñado y fabricado en el siglo XVII.

El señor de los anillos

El señor de los anillos es una novela de fantasía épica del filólogo y escritor inglés J. R. R. Tolkien que dio lugar a tres películas: El señor de los anillos: La comunidad del anillo (2001), El señor de los anillos: Las dos torres (2002) y El señor de los anillos: El retorno del rey (2003).
La saga constituyó uno de los más ambiciosos proyectos cinematográficos jamás emprendidos. Dio una ganancia de casi 3.000 millones de dólares.

Las sortijas como joyas

Las sortijas, o anillos tienen también su valor en la realidad, un valor más tangible y más alto, en lo que a lo material se refiere. Tanto más elevado cuanto más rara y valiosa sea la joya que esté engastada en ellos.
Un anillo con un diamante, sólo con uno, es un solitario. Si tiene tres piedras –que suelen ser un brillante, un rubí y un zafiro- se le denomina tresillo.
Si decidimos regalar a una señora, o a la nuestra, un aderezo –de la gema que sea- tendremos que considerar que al anillo habrán de acompañar una pulsera, unos pendientes, o aros, un collar y un broche para la solapa del traje sastre.
Las sortijas, y en particular las alianzas matrimoniales, se llevan en el dedo anular de la mano izquierda, que tiene una vena que conduce directamente al corazón: vena amoris, la vena del amor.
Yo recuerdo unos anillos, los más ingenuos del mundo, que hacían felices por unos minutos a mis hijos cuando eran niños. Eran los que ganaban en las calesitas, o los tíovivos, como los llamamos en España, y permitían dar una vuelta gratis.
Con la alegría de haber conseguido algo por ellos mismos gracias a su destreza, o a la simpatía que inspiraban al cuidador, que se dejaba arrebatar el anillo y les autorizaba a hacer una nueva cabalgada en un Pegaso azul de cartón piedra, o un viaje en un tílburi de mentirijillas pintado de escarlata.

© José Luis Alvarez Fermosel

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