Las fechas y los
números son imprescindibles en los libros de contabilidad, tan aburridos. Si no
indispensables, fechas y números en cuestión revisten cierta importancia en las
novelas policiacases, mucho más entretenidas.
Determinados guarismos
y fechas quedaron clavados como jalones en la literatura de detección, o de
detectives.
Habría que empezar
–a partir del siglo XIX- con los años 1809 y 1849, correspondientes al
nacimiento y la defunción de Edgar Allan Poe, el versátil escritor
estadounidense que con sus relatos Los
crímenes de la calle Morgue, La carta robada y El misterio de María Roget sentó las bases de la novela policial moderna.
Poe escribió versos,
cuentos, críticas y artículos. De vida intensa y atormentada, murió a los 40
años por la acción deletérea del alcohol y las drogas.
Unos años después,
concretamente en 1887, apareció la primera novela de Sherlock Holmes, Estudio en escarlata. El intuitivo y
multifacético inquilino de la calle Baker Street 221 B de Londres, quizás el
detective privado de ficción más famoso del mundo, resolvía difíciles casos examinando
detenidamente cenizas de cigarrillo caídas en una alfombra, o fijándose en las
botas embarradas de un visitante estrambótico que venía del East End. Holmes
fue una creación muy afortunada y muy rentable para Arthur Conan Doyle, el
padre de la criatura.
De los zascandileos
de Sherlock Holmes daba cuenta pormenorizadamente su fiel exégeta y amanuense,
el doctor Watson, que era médico como Conan Doyle y como él colgó el
estetoscopio, sustituyéndolo por el revólver y el garrote con puntera de hierro
para andar por parajes tenebrosos de la campiña inglesa en noches veladas por
la niebla.
El comprador de
diamantes
Otra dirección famosa
en la novelística policial inglesa es Portman Square 551, en pleno Londres.
Allí se refugia el siniestro Malpas, que compra clandestinamente diamantes sudafricanos.
Su vecino, el millonario Lacy Marshall, no es en realidad quien parece, sino
alguien mucho peor.
No les pierden pisada
a los dos el detective Slick Smith, de la agencia Stormer y el capitán de policía
Richard Shanon, personajes principales -junto con la bella Audrey Bedford- de El rostro en la noche. una de las
mejores novelas de Edgar Wallace. Hablando de números, Wallace es autor de otra
novela no menos inquietante: El cuarto
número 13.
Edgar Wallace, que vendió
de niño diarios en las calles de Londres. llegó ser un dandy millonario que tripulaba un Rolls Royce. Cuando murió debía
una considerable cantidad de libras esterlinas, que se pagó enseguida con sus
derechos de autor.
Fue reportero y corresponsal
de la agencie Reuter, columnista de otros periódicos y crítico de teatro del Morning Post. El mismo escribió 24
comedias, además de 175 novelas policiales y de aventuras, en las cuales se
basaron los argumentos de 160 películas.
Le sorprendió la
muerte en Hollywood, a los 57 años, cuando trabajaba en el guión de la primera
versión de King Kong, en 1932.
Scotland Yard
En la ficción y en
la vida real, los agentes de Scotland Yard perseguían de cerca a criminales que
algunas veces se les escapaban de las manos en los oscuros recovecos de
Whitechapel, como Jack el destripador.
Robert Peel fundó la
policía metropolitana en 1829. El nombre de Scotland Yard procede del
emplazamiento de la sede original, en el número 4 de Whitehall Place, donde
había un patio –yard en inglés- que
daba a la calle Scotland.
La central se
desplazó en 1875 a
New Scotland Yard, en Victoria Enbankment, un edificio de estilo gótico que
forma parte del conjunto de Norman Shaw Building. En 1967 se mudó a sus
actuales instalaciones, en 10 Broadway S W 1.
Durante muchos años
los funcionarios de Scotland Yard –incluidos los guardianes del orden
callejero, los populares bobbies- no
portaban armas.
A partir de 1894
hubieran podido llevar pistolas semiautomáticas –no automáticas, como
erróneamente se dice siempre-, pues ese fue el año de la aparición del arma
creada por el alemán Hugo Bochardt y popularizada, en noble competencia con el
revólver, por tantos relatos y películas policiales.
Otro número
inolvidable es el 273, correspondiente a la celda de Isidro Parodi, el
detective recluso de Seis problemas para don Isidro Parodi de
Héctor Bustos Domecq, es decir, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares: un
libro encantador en que la intriga y la indagación se combinan perfectamente
con la maestria narrativa, el sentido del humor y la fina ironía de sus
autores.
La Máquina Pensante
El número 13, que
ocupa un sitial de privilegio en el universo de la superstición, tuvo también un
lugar en una novela policial muy famosa: El
enigma de la celda número 13, del escritor estadounidense de origen francés
Jacques Futrelle. Su detective, S. F. X.
Van Dusen, era conocido como La Máquina Pensante.
Van Dusen, médico,
abogado, filóso, remotamente alemán, genio irritable y al mismo tiempo alegre,
protagonizó tres novelas de Futrelle.
En El enigma de la celda número 13,
indudablemente la más leída de Futrelle, La
Máquina Pensante se fuga de una cárcel inexpugnable, explica cómo lo hizo y
gana una apuesta.
Los libros de
Futrelle no conocieron los halagos de las reimpresiones y hoy son difíciles de
hallar. Sin embargo, los relatos que los integran –en particular El enigma de la celda número 13- gozaron
de amplia difusión en varias antologías.
Jacques Futrelle
murió en 1912 en el naufragio del Titanic.
© José Luis Alvarez Fermosel
(Sigue)
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