lunes, 31 de octubre de 2011

Más sobre Lolas

“Lolas, ríen. Cármenes, lloran…”, escribía César Gozález-Ruano en ABC, para preguntarse a continuación: “¿De qué color eran aquellos ojos? ¿De qué calor la fiebre de sus manos? ¿Es posible, Dios mío, que las estatuas tengan temperatura humana?”.
Las estatuas de Lola Mora tienen siempre frío, no porque estén desnudas –como la mayoría de las estatuas-, sino por los escalofríos que sienten cuando recuerdan la turbulenta vida de su hacedora: Lola Mora, que pasó por este mundo y por el arte sobre un caballo blanco desbocado.
Estudió Bellas Artes en Argentina (Tucumán) y en Roma. De su vasta obra sólo se recuerda la Fuente de las Nereidas, encargada por la Municipalidad de Buenos Aires, que primero estuvo cerca de la Casa Rosada y luego se mudó a la Costanera Sur, donde se halla en la actualidad. Lola Mora es un talento olvidado.
Se casó a los 40 años con Luis Hernández, de 20, del que se separó cinco años después. Se dice que tuvo un “affaire” con Julio Argentino Roca, siendo éste ya ex presidente. Se dice que fue homosexual. Se dijeron muchas cosas, casi ninguna comprobada. Fue una gran artista y un buen ser humano –esto sí que parece estar comprobado-, que merece nuestro respeto y nuestro recuerdo.

Otra Lola célebre

¿Qué decir de Lola Membrives (foto), en unas pocas líneas? ¿Qué decir de una actriz, tonadillera y mujer de teatro tan formidable, de cuya muerte se cumplen hoy 42 años, y que desde los 16 fue eximia intérprete de lumbreras del teatro español y del mundo?
Argentina, hija de inmigrantes españoles, se radicó en Madrid.
El éxito fue su firme compañero a lo largo de toda su vida artística.
Actriz favorita de Jacinto Benavente, también lo fue de otros escritores de teatro de no menos renombre, como los hermanos Quintero y los Machado, Alejandro Casona, Federico García Lorca, a quien conoció en 1931 y con el que a partir de ese año inició una gira inolvidable por una buena parte de la América de habla española.
También fue intérprete de obras de varios clásicos del Siglo de Oro español, como Calderón de la Barca y Lope de Vega; y de Casona, Jardiel Poncela, Alfonso Paso, Luigi Pirandello, Eugene O’Neill…
Dio su última función en el teatro Odeón de Buenos Aires con “Los verdes campos del Edén” de Antonio Gala.
Desde 1943 fue administradora del teatro Cómico de la calle Corrientes de Buenos Aires, que a su muerte fue rebautizado con su nombre. Estaba en posesión, entre otros premios y distinciones, de las cruces de Isabel la Católica y Alfonso X el Sabio.

Una Lola que fue Ramona

Uno escuchaba “Ramona”, una canción sentimental, lánguida, de un calor en lento respingo que se ponía sola en el …”gramófono” de nuestro pensamiento y, naturalmente, se acordaba de otra Lola célebre: Dolores del Río, que fue “María Candelaria” y “La Malquerida” y, por encima de todo, la intérprete de “Ramona”, una canción que también fue famosa en Roma, en París y en todo el mundo, me atrevería a decir yo, que la entrevisté una tarde lejana y cercana a la vez en el recuerdo en el hotel Fénix de Madrid. El sol interpretaba un papel dramático en su fuga, sabiendo que dejaba la tarde turbia.
Cuando Dolores no estaba viajando se refugiaba en su casa de Coyoacán, el lugar escogido por Hernán Cortés para vivir en México, donde se edificó la primera iglesia de Nueva España.
Sostener es más difícil que tener, me dijo Dolores - Lola del Río refiriéndose a sus casi 30 años de carrera.

La mejor del colegio

Lolita Torres se llamaba en realidad Beatriz Mariana Torres, pero se puso Lola como nombre artístico. Mucha gente creyó siempre que era española; pero era argentina y, eso sí, le gustaba mucho todo lo español.
Hizo de todo y todo lo hizo muy bien, como cantante y actriz, en cine, teatro, radio y televisión durante cincuenta años constelados de éxitos en los que paseó su arte por Argentina, España, toda Latinoamérica, Europa y Asia.
Se retiró en la década del 90. Un mes antes de su muerte fue declarada Ciudadana Ilustre de Buenos Aires.
Su hijo Diego siguió con gran dignidad sus pasos artísticos.
¿Quién no recuerda “La mejor del colegio”, “La danza de la fortuna”,”Cuarenta años de novios”?

Lola Greco

Otra Lola famosa, y española, es Lola Greco, hija de los famosos bailarines José Greco y Lola la de Ronda. Fue primera bailarina en la Escuela del Ballet Nacional de España a los 19 años. A partir de entonces desarrolló una carrera magnífica, que incluyó logros como Medea, con José Granero, la Salomé de Van Hoecke, giras por Estados Unidos y la gala Gigantes de la danza en los Campos Elíseos de París, junto a Maya Plisetskaya.
En 2009 asume el papel protagónico del montaje Fedra, bajo la dirección de Miguel Navarro, con coreografía de Javier Latorre, estrenado en Nápoles y presentado en festivales como el de Mérida.
La temporada culmina con el Premio Nacional de Danza 2009 para Lola Greco. 

Lola de Valencia

Cierro este desfile de Lolas con  la “Lola de Valencia” de Manet, pintada en 1862 por el gran pintor impresionista francés, representando a Dolores Melea, una bailarina española del ballet de Mariano Camprubí, que actuó con gran fortuna  en Francia en1862 y 1863.
El cuadro pertenece a una serie de pinturas de Manet que incluye El cantante español.
Lola aparece en el cuadro vestida con una amplia falda de varios colores, entre los que predomina el rojo, y blusa y mantilla blancas. De piel blanquísima y ojos negros, tiene en la mano derecha un abanico apenas desplegado. La pintura registra la influencia de los retratos de mujeres pintados por Goya a principios del siglo XIX.
La Lola de Manet, que se conserva en el Museo de Orsay de Francia, impresionó a muchos artistas de la época, entre ellos a Baudelaire, que escribió la siguiente cuarteta:

Entre tantas beldades como por todas partes puédense ver,
Yo comprendo bien, amigos, que el deseo vive;
Pero sí se ve brillar en Lola de Valencia
El encanto inesperado de una joya rosada y negra.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

domingo, 30 de octubre de 2011

Sobre Lolas

Una señora de Trelew muy amable me pidió ayer que le explicara el significado de la expresión “No querer Lola”, que quería saber su hijo. De casualidad pude complacerla, de lo cual me alegro.
Anoche soñé con que Lola Montez y Lola Flores se batían por mí a florete en el Bosque de Bolonia de París, y yo me iba sin esperar el resultado del duelo, corriendo casi como Franka Potente en “Corre, Lola, corre”, detrás de la “Lola, espejo oscuro” de Darío Fernández Flórez.
Es una tarde espléndida, con un sol tan fuerte que no se puede mirar ni siquiera desde los cristales del balcón porque hace daño. Me encuentro rodeado de Lolas, todas famosas menos una que trabajaba en un hotel de Agua Dulce (Almería, Sur de España) y  no le iba a la zaga a las otras en cuestión de belleza. A ver ahora cómo arreglamos esto.
Me viene a la cabeza una vieja copla que cantaban los guajiros en la manigua, en la Cuba de antes de Fidel:

Yo no tumbo caña,
Que la tumbe el viento
Que la tumbe Lola
con su movimiento.

Me embaularía un “palito” de ron blanco, pero se me terminó y no lo repuse: un ron de Puerto Rico estupendo, que me habían regalado.
Pongo en el… “tocadiscos” la vieja canción española “No me llames Dolores, llámame Lola”, pero se ha quedado en el tiempo y la cambio por “Wathever Lola wants”, en la voz de Sarah Vaughan, que es la que tengo.
“Lo que Lola quiere, Lola lo tiene…!”. ¡Qué bárbaro, lo que son estas Lolas…!

La Lola se iba a lo puertos

Había una Lola, también en España, que se iba a los puertos, según los hermanos Machado, que la crearon para el teatro. Luego se ocuparon de ella Angel Barrios, también en el teatro, concretamente en la zarzuela y el mítico actor y director Juan de Orduña, que lanzó al estrellato a Sara Montiel, en el cine.
En mal pergeñar estas líneas y otros quehaceres casi se me fue la tarde entre los dedos, como la crema de un pastel cuando se come con la mano con gula. Del sol apenas queda un leve destello polvoriento, como de  purpurina pero tirando a gris, por las cenizas del volcán chileno Puyehue que también llegan a mi estudio.

Lola Puñales

Caigo una vez más en el estúpido masoquismo que me pone el corazón en la garganta y traigo a mi vera a Lola Puñales en la voz de brandy y pimienta de Concha Piquer, que fue la mejor tonadillera de España.
Lola Puñales cantaba y reía entre la gente del bronce, y así, cantando y bailando, trataba a los hombres de mala manera. Hasta que un día la fueron matando los ojos de un hombre moreno, “(…) que se llevó pa toda la vida la rosa de sus rosales”, y una noche bebía los besos de otra frente a una reja tachonada de claveles.

“Y un grito de muerte
se oyó en la calleja
mientras que unos ojos
quedaban sin vida”

Lola lo mató a sangre fría por hacer burla de ella, y otra vez lo mataría si volviera a vivir…
¡Cuántas Lolas me ha hecho usted recordar, mi estimada señora de Trelew!

© José Luis Alvarez Fermosel

Vídeo relacionado:
Concha Piquer – Lola Puñales (De la película “Me casé con una estrella” -1951- con Luis Sandrini y Concha Piquer, dirigida por Luis César Amadori) 

viernes, 28 de octubre de 2011

No querer Lola

La galleta marinera, insípida y dura como una piedra, era infaltable en el menú de la tripulación del barco, menú que no tenía nada de apetitoso, aunque algunos guisos como el marmitako y la fideua, a cual más rico, se originaron en los pesqueros que surcaban el Cantábrico. Sabida es la habilidad del español para hacer un buen plato con cuatro cosas.
Volviendo a la galleta marinera, ésta quedó como sinónimo de embrollo, dificultad o mal trago de cualquier índole: recibir una regañina era comerse una galleta; si una novia nos dejaba, nos había colgado la galleta.
Pasó el tiempo, y aunque ese conglomerado de harina, que más parecía de arena, siguió presente en la mesa de los marineros, las expresiones lingüísticas fueron acomodándose a los nuevos tiempos, las nuevas costumbres y las nuevas “delicacies” gastronómicas.
Es así que aparecieron en Buenos Aires, allá por los 40, unas galletas llamadas “Lolitas” –como el nombre de la protagonista de la novela de Nabokov, de la cual se hizo una película muy taquillera en 1962, dirigida por Stanley Kubrick y protagonizada por Sue Lyon y James Mason-.
Con el tiempo las “Lolitas” pasaron a ser “Lolas”, pero su sentido, o su aplicación a la gastronomía elemental no cambió. En fin de cuentas, eran galletas, y  se supone que al principio fueron miradas con aprensión al menos por los marineros.
Pero la expresión “No querer Lola”, o “No querer más Lola” parece ser que surgió en los hospitales, donde la galleta Lola sin aditivos integraba la dieta de los enfermos. Por eso, cuando alguien moría se decía: “Este no quiere más Lola”.
El dicho se aplica desde entonces a quienes no quieren seguir intentando lo imposible.

© José Luis Alvarez Fermosel

Fuentes:
* Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, por Héctor Zimmerman.
* Telam

jueves, 27 de octubre de 2011

Martillazos a ídolos crepusculares

Para Nietzsche (ilustración), Dante era “la hiena que hace poesía en los sepulcros”.
El profesor de filosofía y escritor español Pedro González Calero, que ha sido también –según propia confesión- barrendero, documentalista y titiritero frustrado, recoge en su divertido libro “Filosofía para bufones” el parecer de Nietzsche acerca de varios de los filósofos, literatos y algún músico que no soporta, recogido en su libro “Crepúsculo de los ídolos” bajo el rótulo de “Mis imposibles”.

El torero Séneca

Con su peculiar maestría en el uso del sarcasmo, el autor de “Así hablaba Zaratustra” describe a Séneca como “el torero de la virtud”; a Rousseau como el peregrino que retorna “a la naturaleza en estado natural impuro”; a Schiller como “el trompetero mortal de Säckingen” y a Dante como “la hiena que hace poesía en los sepulcros”.
De Kant dice que es “el cant (la gazmoñería) como carácter inteligible”; de Liszt afirma que es maestro en la escuela de “la facilidad para correr (detrás de las mujeres)”; y a George Sand la despacha diciendo que es la “lactea ubertas”, “la vaca lechera con un estilo bello”.

© J. L. A. F.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Los frailes en el baile

El fraile mal parece en el baile; y si es bailón, peor.
A los frailes zampabollos, bailones y bebedores se los llamó en España bigardos, lo cual era considerado ofensivo por los destinatarios del epíteto.
En realidad, los bigardos eran unos monjes herejes de la Orden de San Francisco. También se los llamó tercerones. A su cabeza estuvo un tal Pedro Juan, durante el papado de Juan XXII.
La orden bigarda se formó en Francia, entre Toulouse y Narbonne.
Siempre se dijo que esos monjes vivían con más libertad de lo adecuado a una orden religiosa.
De las historias que se contaban de esos bigardos se nutrió Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita (ilustración), para hacer burlas en su “Libro del Buen Amor”.

El arcipreste

El arcipreste no podía tirar la primera piedra, porque llevó una vida que en esa  época (siglos XIII a XIV) se llamaba licenciosa, a punto tal que fue encarcelado en el convento de Santa Fe de Guadalajara por el arzobispo de Toledo, Gil de Albornoz.
La vida del Arcipreste de Hita está llena de misterios. Se sabe que vivió entre los siglos antes mencionados y que su Libro del Buen Amor (el único que dio a la luz) está considerado como uno de las mejores de la literatura medieval.
Unos dicen que nació en Alcalá de Henares (Madrid) y otros que en Alcalá la Real (Jaén, Andalucía).
Hay coincidencia, eso sí, en que divertirse, se divirtió.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 25 de octubre de 2011

Sobre el agua y el vino


No sólo nosotros hemos escrito largo y tendido contra el consumo excesivo de agua, una de las modas más importantes e influyentes de nuestros tiempos que, empero, puede ocasionar enfermedades, algunas de ellas muy graves.
Este blog contiene –además de mis protestas contra la barbaridad que supone beber tres litros de agua por día, más los otros líquidos que se ingieren normalmente-, testimonios de lectores que confesaron que contrayeron graves enfermedades de riñón, y de otros órganos del cuerpo, por no hacer casi otra cosa durante todo el día que beber agua… ¡mineral, o saborizada, eso sí!
Tan malo sería beber dos o tres litros de vino por día, aunque se sabe de gente que lo hizo y sobrevivió, sin mayores problemas.
Lo bueno, lo razonable, lo propio de gente sensata, por mucho que le guste el agua -¡es tan rica…!- o el vino es hacer una ingesta discreta de una cosa y de la otra. También en esto la virtud está en el término medio.
Así lo recomienda el periodista francés Bernard Pivot, autoridad en ambas bebidas, aunque hace más consumo de una que de otra. Les dejamos con la intriga, así leen el texto que sigue y salen de dudas.
Bernard Pivot nació en Lyon en 1935. Periodista y crítico literario, es conocido internacionalmente como director y presentador de programas culturales de la radio y televisión de Francia. En 2004 fue elegido miembro de la Academia Goncourt.  

En 1981, fui invitado por Maurice Denuzière a Mersault, donde iba a recibir  el premio de la Paulée. Bajé en coche con su editor, Jean-Claude Lattès, valeroso propietario de veinte hectáreas de “côtes du Luberon”, y actualmente un amigo de hace más de cuarenta años.
A la entrada de Meursault, un guardia de tráfico me hizo una señal para que detuviera mi SM. Inquieto -¿qué infracción habría cometido?-, lo aparqué en el bordillo de la acera y bajé el cristal.
- Buenos días, señor -me dijo el gendarme con aire severo-. No puede usted seguir adelante así...
- ¿Cómo, así?
- ¿Ha visto lo que lleva en la bandeja de atrás de su coche?
Me volví a mirar.
- ¡Si es una botella de agua mineral!
- El agua está prohibida en Meursault durante la Paulée -declaró el guardia, entre serio y divertido-. Aguarde un momento...
Regresó con una botella de vino y la colocó en el lugar de la botella de agua, que confiscó...
En los tiempos que corren es imposible ya imaginar que un guardia se atreva a hacer una broma o un gesto semejantes, ni siquiera en Borgoña. Al contrario, la vista de una botella de agua en un coche podría valerle al conductor las felicitaciones de la comisaría y una condecoración en el acto con la Orden al Mérito Nacional.
Durante siglos, se entendió que a cualquier bebedor de agua no le gustaba el vino y que todo bebedor de vino detestaba el agua. Este sectarismo idiota, este integrismo fundamentalmente báquico, produjo una deprimente literatura que se burlaba del agua y la despreciaba. Las bromas sobre el agua que ahoga, que oxida o que reblandece, son tan numerosas como los versos de cabaret sobre el hombre salvado de las aguas por lo divino.
Existen al menos dos razones para esta “acuafobia” o “hidrofobia” (Diderot emplea la palabra “hidrófobo” en Jacques el Fatalista): durante mucho tiempo, el agua, incluso la extraída de la fuente o el pozo, careció de buena reputación entre los médicos. Todavía oigo rezongar a mi madre porque yo bebía agua entre las comidas. No es que su filiación beaujolesa la convirtiera en una enemiga hereditaria del agua, sino que estaba sencillamente convencida de que ésta era más nociva que benéfica para la salud de sus hijos. (Tras haber atravesado con el filo de su espada a un puñado de ingleses, el Gran Ferré murió por haber bebido, mientras sudaba, agua demasiado fresca. Mi madre apeló a veces en su ayuda a este Obelix medieval para prevenirme contra las grescas, la transpiración o el agua.)
La otra razón por la que los bebedores de vino aborrecían el “señorío agua del grifo” o el “zumo de paraguas” era porque, entonces, no era extraño que se vertiera en copas que contenían verdaderos châteaux. Efectivamente, cortar el vino cuando era excelente competía, si no a la criminalidad, sí al menos a la delincuencia. Pero cuando se trataba de un vino peleón, ¿qué mal había en añadirle agua para suavizar la pócima?
Actualmente, el agua mineral, embotellada, con o sin burbujas, goza de una reputación que la mayoría de los productos que se come o bebe bien podrían envidiarle. De sospechosa y facultativa, se ha acabado convirtiendo en virtuosa y obligatoria. Los “hidrófilos” triunfan por doquier, incluso en los restaurantes, sobre todo al mediodía, hora en que las aguas destronan al vino. El domingo de Vinexpo 2003, día en que hacía un calor agobiante, sobre las decenas de mesas en las que almorzaban los oficiales, los expositores, los compradores, los visitantes, etc., no pude contar en total más que dos botellas de vino en cubos de hielo. ¡Por todas partes reinaba el agua de Badoit!
Ahora se admite que las copas de agua estén presentes para colaborar en el esplendor de la mesa. A condición de no beberlos en la misma copa, agua y vino pueden convivir en el curso de una misma comida. Los profesionales del vino y sus más finos degustadores pueden ser también dietéticos bebedores de agua. Como los perros y los gatos, que en el pasado se detestaban y que cada vez en mayor número viven juntos y se soportan, el agua y el vino se han reconciliado en el aprecio y el estómago del consumidor.
Esta ascensión social del agua, frecuentemente en detrimento del vino, es bastante paradójica ya que éste nunca ha sido tan bueno ni aquélla, en estado natural, tan repugnante. Dice Jean-Claude Carrière: “Al contrario que el agua, que ha perdido pureza y frescura, el vino ha ganado carácter, gusto, diversidad y gloria” (El vino blanco nuevo). Pero llegaron las aguas minerales, lo dietéticamente correcto, la tiranía del vientre plano, el miedo de la báscula y de la policía, y, con o sin burbujas, el agua extendió su imperio. Al igual que existen drogotas del vino, de la cerveza y de la Coca-Cola, también existen actualmente enganchados a los “estupévians”, drogotas del agua. ¿Fue pensando en ellos que, con un siglo de adelanto, Alphonse Allais dijo: “Si fuera rico, mearía todo el tiempo”?
Los geógrafos y los economistas piensan que, dentro de unos años, escaseará el agua sobre la tierra. Se volverá un producto cada vez más raro y costoso. ¿Habrá que desalar los mares? A la espera de esos tiempos que nos parecen a pesar de todo bastante lejanos, hay una superproducción de vino en el mundo. Cada vez se ponen más en el mercado y se bebe cada vez menos. El agua es un valor en alza, mientras que el vino es un valor a la baja. El agua ha logrado su revancha sobre el vino. En las bodas de Caná versión 2086, Jesús transformará el vino en agua.

© Por la transcripción: J. L. A. F.

Notas relacionadas:

lunes, 24 de octubre de 2011

El respiracionismo y el gastroterror

Me temo que nos estamos pasando de rosca en nuestro desmedido afán por consumir alimentos preparados con la mayor sofisticación y rareza posibles, creyendo que tal cosa nos hará más personales, más originales y, en particular, distintos de esa gente tan ordinaria que se manda de cuando en cuando un choripán, o come frecuentemente mondongo, salchichas con puré o pizza.
Dime lo que comes, y cómo lo comes, y te diré quién eres. Es decir, que si comemos diferente seremos diferentes al… “resto de la gente”, que decía una vieja canción; marcaremos tendencia, crearemos paradigmas y nos pondremos de moda, lo cual, como se sabe, es… “lo más”.
Mikel Iturriaga, cuyo nombre y apellido suenan a vasco y él seguramente es un regular degustador de bacalao a la vizcaína, merluza en salsa verde, calamares en su tinta y almejas a la marinera, nos acerca desde Madrid un informe sobre las últimas chifladuras de los respiracionistas, los “icecreamists”, los amantes del gastroterror y otros no menos destacados representantes del esnobismo gastronómico.
Algunos se despachan con pulpos enteros que, en virtud de esotéricos procedimientos,  mueven los tentáculos mientras uno se los come.
La nota de Iturriaga, publicada en el diario El País de Madrid, se titula, muy acertadamente, “Hay un monstruo marino en mi plato”.

© J. L. A. F . 

Nota relacionada:

viernes, 21 de octubre de 2011

Nuevo diccionario

Saludo con alborozo la aparición de un nuevo diccionario -¡con lo que a mí me gustan los diccionarios!-.
Se trata del Diccionario Argentino de Dudas Idiomáticas (DADI), de la Academia Argentina de Letras, que se nutre del Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD) de la Real Academia Española (RAE).
Lo que empaña mi alegría es que como la nueva obra sólo recoge las dudas comunes a toda la región lingüística, y prescinde de las que son exclusivas de otros países, no incluye la voz gilipollas, tan usada por los españoles, tan rotunda, tan eufónica, que es sinónimo de tonto o idiota.
El Diccionario Argentino de Dudas Idiomáticas, de quinientas páginas, incorpora cerca de trescientas dudas que se presentan con frecuencia en Latinoamérica acerca de la concordancia, los tiempos de los verbos, el uso correcto de locuciones adverbiales y preposiciones y el significado de determinadas voces.
Se pretende que consultando el nuevo diccionario no se diga más “hace dos meses atrás”, “tengo mucho hambre”, “bajo este punto de vista”, “cónyugue” y otra cosas por el estilo de las que se oyen tanto en la televisión.
Nos permitimos mostrarnos un poco pesimistas acerca de la corrección de esos errores. Quienes los cometen, principalmente personas que han cursado las enseñanzas primaria y secundaria, -muchas trabajan en medios informativos-, están convencidas no sólo de que no cometen errores, sino de que hablan perfectamente. Por eso casi nunca acuden al diccionario, sea el que sea.
De cualquier manera, ¡qué bien que contemos con un nuevo diccionario!
La noticia nos la trae María Paula Bandera, del diario Clarín de Buenos Aires.    

© José Luis Alvarez Fermosel

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miércoles, 19 de octubre de 2011

Fantasmas

Un día me van a agarrar y las voy a pasar canutas, o no, porque dicen que son buenos; pero el caso es que me muero desde siempre por ver un fantasma, o varios, y no lo he conseguido hasta ahora.
Aquí, en Buenos Aires, donde vivo, el lugar que más cerca me pilla es el gran café La Ideal, o lo que queda de él, que está en una zona de lo más tanguera: casi en la esquina de la calle Esmeralda con la de Corrientes. Dicen que ahí hay fantasmas.
Yo no he visto ninguno en el destartalado local, idóneo para la aparición de fantasmas.
Lo mismo me ha pasado en el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco, donde dicen que las noches de luna se muestra el fantasma de una mujer.
Me las he arreglado para observar los bellísimos jardines del museo, donde dicen que aparece el fantasma. Pero en vano, no lo he visto.
La revista Misterio aseguraba en 1991 que sí, que en ese museo hay por lo menos el fantasma de una mujer que se presenta cuando uno menos lo espera, siempre de noche, claro.
Tampoco lo vi, ni de noche ni de día. No tengo suerte con los fantasmas.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

Del autor:

martes, 18 de octubre de 2011

Aquellos anuncios publicitarios...

Aquellos anuncios publicitarios de la radio de hace muchos años, dichos por los locutores antes de que las agencias  se encargaran de su confección y los llamaran cuñas...
En España tenían un gran impacto, porque la mayoría de ellos apelaba al humor.
Recordemos algunos:

El novio va a pedir la mano de su novia y entre el padre de ésta y él se establece el siguiente diálogo:
- Vengo a pedir la mano de su hija.
- ¿Con guante o sin él?
- ¿Es que es distinto?
- ¡Hombre, si es con guantes Pereda, el colmo!

Alguno parecía como si rimara toscamente:

- Pocholo, cómprame un bolso.
- Apolínea mozalbeta, ¿no sabes que a estas alturas me quedan pocas pesetas?
- ¡Pues gástatelas, roñoso! ¿Es que no merece una un bolso de casa Osuna?

Otros tenían movimiento, por así decirlo:

- ¿Dónde  vas, tunante?
- A la calle del Almirante.
- ¡No me digas más, vas a Duramás!

Varios de los más escuetos eran un poco terminantes, por no decir imperiosos: ¡Cuero líquido Guasp! ¡Para otoño, madrileño, gabardinas Butragueño! ¡No hay término medio, afeitarse con crema Rapide o dejarse la barba! ¡Elixir estomacal Saíz de Carlos!
Tiempos inefables, con una radio estupenda, como no existe ahora. Había excelentes locutores. Alguno, como Ivan Caseros, había venido de Argentina. Los actores de los seriales –radio teatros- eran también de primera línea. En vanguardia, el cuadro artístico de Radio Madrid, emisora central de la Sociedad Española de Radiodifusión.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 15 de octubre de 2011

¡Cuidado!

viernes, 14 de octubre de 2011

Demasiado para nuestro pobre cerebro


Hace unos días repetí la palabra hermoso tres veces en tres líneas. El texto apareció en Facebook. Nadie me hizo ninguna observación, delicadeza que agradezco, tanto más cuanto que yo me paso la vida criticando a quienes manejan mal nuestro idioma, lo siembran de ripios inútiles o tienen un vocabulario muy escaso pero, ¡eso sí!, presumen de literatos, profesionales de las letras o el periodismo y, desde luego,  gente de buena pluma.
Descuento que alguien se habrá preguntado: ¿Pero qué le pasa a este hombre, que no encuentra un sinónimo de una palabra que tiene tantos?
Diré en mi descargo que dicté ese breve texto procedente del cuarto de baño, con la cara enjabonada y la maquinilla de afeitar tremolando en la mano derecha, de prisa y corriendo y pensando en dos o tres cosas diferentes entre sí a la vez, que no tenían nada que ver con lo que dicté.

Encontrando a Forrester

En la película “Encontrando a Forrester”, uno de los protagonistas, un escritor que personifica Sean Connery le dice a su único discípulo que cuando se escribe no se piensa. El alumno le replica, diciéndole que, en su opinión, cuando se escribe hay que pensar por lo menos en lo que se escribe.
Forrester, entre paréntesis, está inspirado en J. D. Salinger, un escritor estadounidense cuya única novela, “Catcher in the rye”, traducida al español como “El cazador oculto” o “El guardián entre el centeno”, se convirtió rápidamente en un “best seller” y en un clásico de la literatura norteamericana.
Lo malo, lo verdaderamente malo es pensar en varias cosas a la vez que no tengan nada que ver una con la otra. Si esta práctica se convierte en hábito, o se adquiere por presiones, o por lo que sea, es muy probable que se termine con la cabeza a pájaros, o en el mejor de los casos repitiendo un día la palabra hermoso, u otra cualquiera, tres veces en tres líneas.
Ya sé que esto le pasa al más pintado, pero hay que tratar de que no pase. Al respecto no nos vendrá mal gozar de una cierta tranquilidad cuando escribamos. 

Los viejos tiempos

Los periodistas de los viejos tiempos estamos acostumbrados a escribir a toda máquina, con ruido –a veces de cañonazos-, comentarios, conversaciones, carcajadas y hasta gritos al fondo; la televisión prendida, cuando no la radio y la televisión al mismo tiempo y el monorrítmico tac-trac-trac de los pesados teletipos, ya desaparecidos
Pero uno tiene, o tenía la cabeza en blanco, u ocupada por lo que estaba escribiendo: la teoría de Forrester o la de su educando. Y el bullicio a su alrededor no le afectaba.
Ahora bien, si hubiéramos estado escribiendo sobre lo que fuera y al mismo tiempo pensando en algo que no tuviera nada que ver con lo que estábamos escribiendo, nos hubiera salido cualquier cosa en vez de una crónica.
En lo que se refiere a los supermodernos y complejos sistemas de comunicación y acceso a toda clase de informaciones, la multiplicación de las claves de acceso plantea otro problema: el de que llegue un momento en el que nuestro cerebro no pueda retener tanta información, o crear tantos sistemas para memorizar.
Sobre este asunto, tan actual, nos informa Margarita Rodríguez de la BBC en la nota relacionada.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

jueves, 13 de octubre de 2011

Cartas


“¡A veces llegan cartas…!”, cantaba Raphael a voz en cuello en España, hace muchos años.
Ya no. Ahora llegan mensajes de texto, correos electrónicos, notitas por Facebook, Twitter y otras redes sociales.
Estos sistemas de comunicación constituyen una exigencia de los tiempos actuales, en los que no podrían tener cabida el papel membretado, el tintero, la pluma de ganso -¡con perdón…!-, la salvadera, la arenilla, o el papel secante, el sobre, el lacre, los sellos, la ida al correo…
- Pero hubo cartas muy cortas, que no exigieron nada de eso.
- Sí, por ejemplo la que le escribió Víctor Hugo a su editor, preguntándole por Los Miserables, cuyo manuscrito le había mandado hacía varios días. La misiva contenía sólo un signo de apertura de interrogación. El editor le contestó con otra carta en la que no había más que un signo, también de apertura, de admiración.
- Bernard Shaw recibió una vez una esquela con una sola palabra: “¡Imbécil!”.
El gran escritor inglés comentó: “He recibido muchas cartas sin firma en mi vida, pero ésta es la primera vez que recibo una firma sin carta”.
- ¿Y aquello de los dos ex compañeros de colegio que se encuentran en la Gran Vía de Madrid, después de no haberse visto en muchos años, y mientras van paseando un rato juntos, charlando, uno le pregunta al otro: “¿Y tú a qué te dedicas, ahora?”. “¿Yo? –dice el otro-, a escribir”. “¿Y qué escribes?”. “¡Pues, hombre, cartas a mi padre, pidiéndole dinero!”.

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 12 de octubre de 2011

Cortar el bacalao

Cortar el bacalao, una expresión muy española, significa ser el que manda en una sociedad o grupo de personas.
El bacalao fue, durante mucho tiempo, un elemento básico en la alimentación de los pobres. Por eso la misión de cortarlo, como la de cortar el pan en casas acomodadas, se reservaba a los  padres, que en las familias religiosas eran quienes bendecían la mesa.
El bacalao se prepara muy bien en la Comunidad Autónoma Vasca, en España, y en especial en la ciudad de San Sebastián, en sus dos recetas, a la vizcaína y al pil pil. Nos referimos al bacalao en salazón.
Pero donde el bacalao es extraordinario y se cocina de mil formas es en Portugal, en todo Portugal y principalmente en la zona del Alentejo.

El Alentejo

El Alentejo pertenece a la región centro-oeste de Portugal. En portugués significa más allá (“alén”) del río Tajo (“Tejo”).
En el Alentejo las espigas de trigo ondean, doradas, en la llanura y en el litoral hay playas salvajes de una agreste e inexplorada belleza. Sus gentes son acogedoras y amable.
Donde yo recuerdo haber comido mejor bacalao en Portugal fue en Pimms, un pequeño y simpático restaurante de Oporto, cerca de la Bolsa de Comercio, que tiene una reducida carta a base de pasta y carne, pero con platos de la casa como el bacalao, y sopas de pescado.
No es fácil que a los españoles de cierta edad nos guste el bacalao, pues nuestros padres nos daban, como reconstituyente, aceite de hígado de bacalao, que venía en unos grandes frascos con una etiqueta muy bonita, eso sí, en la que se veía a un pescador con chubasquero, sombrero de lluvia y un enorme bacalao a la espalda.

La Emulsión Scott

La pócima se llamaba Emulsión Scott. Todos los días teníamos que tomar una cucharada sopera, bien en contra de nuestra voluntad.
Porque no sabíamos que el aceite de hígado de bacalao es un gran proveedor de vitaminas A y D y de ácidos grasos omega 3, por lo que se usó siempre, y sigue usándose como suplemento dietético.
El aceite de hígado de bacalao nos ayudó a crecer sanos y fuertes. A muchos de nosotros nos sigue gustando el bacalao, que en Argentina también, como en España, es clásico comerlo en el potaje de Semana Santa, que lleva espinacas y garbanzos.
Hay que tener cuidado para que no nos den gato por liebre, es decir, cazón por bacalao, lo cual es bastante frecuente.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 11 de octubre de 2011

Esteee...

La prestigiosa escritora argentina Ana María Shúa contó una vez el siguiente chiste en un programa de televisión en el que estábamos siendo entrevistados los dos:
- ¿Sabéis cómo dicen por ahí fuera que ladra un perro argentino?
- No
- Esteeee… ¡guau!
La no menos prestigiosa escritora Angélica Gorodischer, también argentina, recuerda en un artículo titulado “Digamos vocabulario”, publicado en el diario Perfil de Buenos Aires, que las muletillas digamos y de alguna manera salpican, entre otras, casi todo lo que se dice hoy en día en la televisión.
Conductores de programas, columnistas, invitados, mujeres de gran belleza, con sonrisas preciosas, tiran esos pedruscos al camino, ¡qué pena!
En la radio pasa tres cuartos de lo mismo.
He aquí un texto tipo, con los ripios de rigor que se incrustan en nuestro hermoso lenguaje:  
A ver las estadísticas revelan que esteee… las elecciones están como que muy polarizadas y esta circunstancia o sea no hará posible que tóos estén contestes en que esteee… pueda tenerse a ver una visión  o sea muy clara en el contexto apriorístico el cual como que interesa siempre o sea a la hora de tener una esteee… idea anticipada mu clara de lo que puede pasar en las urnas.
A esto habría que añadirle el digamos y el de alguna manera a los que se refiere Angélica Gorodischer en su artículo.
Lo de mu (mu buenas tardes, mu bueno) se dice mucho en la televisión, también.
Un amigo mío sociólogo me ha dicho que estos latiguillos se repiten y se adoptan más que por un efecto dominó por considerarse que están de moda, que son “cool”. ¡Pero, hombre, si lo dicen en televisión!
Una de las últimas incorporaciones es el ¡a ver! entre frase y frase, tan utilizado por los políticos.  

© José Luis Alvarez Fermosel

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lunes, 10 de octubre de 2011

La Posada


Entro en La Posada con alguna circunspección. Acabo de entrar. Y no me fijé si entré con el pie derecho. Me pasa siempre.
Una posada no es cualquier cosa, no es como un albergue, un hostal, una pensión.
Las posadas tienen su pasado, y hasta un cierto abolengo. La Posada del Peine abrió sus puertas allá por 1610, a unos metros de la Plaza Mayor de Madrid y hoy es un hotel de lujo, con Wi Fi, y todo.
La Posada de Jamaica era siniestra, pero no por ella en sí, sino por sus habitantes, contrabandistas y ladrones que expoliaban navíos en la costa inglesa de Cornwall. Tal el argumento de la apasionante novela de Daphne du Maurier: La Posada de Jamaica.
Alfred Hitchcock hizo una película, en 1939, basada en la novela y con el mismo título, La Posada de Jamaica. Charles Laughton y Maureen O’Hara eran los protagonistas.
Otra posada inquietante era la del Almirante Benbow, de otra novela: La Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson, que hizo las delicias de nuestra niñez. Albergaba ruda gente de mar y algún pirata, como el viejo Billy Bones.
Recuerdo una posada en Dublin, en la que gané una noche una respetable cantidad de dinero en una partida de póquer que se prolongó hasta cerca del amanecer.
Una obra de misericordia es dar posada al peregrino.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nostalgia


La conocida y estimada escritora Alicia Diaconu, que colabora con frecuencia en los medios de comunicación. publicó recientemente un artículo sobre la nostalgia en el diario La Nación de Buenos Aires.
No puedo resistir la tentación de relacionarlo con este post, en la seguridad de que interesará a mis lectores. Quien más, quien menos, tiene sus nostalgias.
Las mías incluyen mi patria remota, mis hijos ausentes, mis seres queridos que se fueron, mi juventud lejana, mis amores malogrados o perdidos –algunos ni siquiera iniciados, aunque sentidos…-.
Sí, todos tenemos nuestras nostalgias. De cosas que nos parece que justifican aquello de Jorge Manrique: “Cualquier tiempo pasado fue mejor…”. Otras no tienen por qué ser echadas de menos.
Como recuerda Alicia Diaconu, mucho de lo que pasaba antes era peor de lo que pasa ahora, como esperar treinta años a que le instalaran a uno un teléfono, que los prejuicios yugularan la libertad, envejecer y morirse antes…

© José Luis Alvarez Fermosel

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