lunes, 10 de octubre de 2011

La Posada


Entro en La Posada con alguna circunspección. Acabo de entrar. Y no me fijé si entré con el pie derecho. Me pasa siempre.
Una posada no es cualquier cosa, no es como un albergue, un hostal, una pensión.
Las posadas tienen su pasado, y hasta un cierto abolengo. La Posada del Peine abrió sus puertas allá por 1610, a unos metros de la Plaza Mayor de Madrid y hoy es un hotel de lujo, con Wi Fi, y todo.
La Posada de Jamaica era siniestra, pero no por ella en sí, sino por sus habitantes, contrabandistas y ladrones que expoliaban navíos en la costa inglesa de Cornwall. Tal el argumento de la apasionante novela de Daphne du Maurier: La Posada de Jamaica.
Alfred Hitchcock hizo una película, en 1939, basada en la novela y con el mismo título, La Posada de Jamaica. Charles Laughton y Maureen O’Hara eran los protagonistas.
Otra posada inquietante era la del Almirante Benbow, de otra novela: La Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson, que hizo las delicias de nuestra niñez. Albergaba ruda gente de mar y algún pirata, como el viejo Billy Bones.
Recuerdo una posada en Dublin, en la que gané una noche una respetable cantidad de dinero en una partida de póquer que se prolongó hasta cerca del amanecer.
Una obra de misericordia es dar posada al peregrino.

© José Luis Alvarez Fermosel

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