sábado, 27 de febrero de 2010

Gasolina o insecticida


viernes, 26 de febrero de 2010

Los embaucadores embaucados

Infinidad de filósofos, pensadores, sociólogos, psicólogos, informadores y otros profesionales que desarrollan actividades relacionadas con el intelecto, y por eso se los llama intelectuales, gustan de darnos con frecuencia gato por liebre, expresión que me parece más elegante que decir que nos timan, o nos estafan, o por lo menos lo intentan.
En ese ambiente se entremezclan, como en otros, errores, trampas, plagios, mentiras, sofisticaciones, mixtificaciones y otras lindezas.
Los esnobs, naturalmente, se pliegan al desmadre y contribuyen a la confusión general.
A veces, los tramposos caen en sus propias trampas, o en las de otros.
De esto nos habla Roka Valbuena en una nota titulada “Los filósofos también hacen papelones”, con recuadro de Sergio Olguín, publicada en el diario Crítica de la Argentina.

© J. L. A. F.

Nota relacionada:

Los filósofos también hacen papelones.
http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=38975

miércoles, 24 de febrero de 2010

La oportunidad del pájaro

El pajarito se ha posado oportunamente en el dedo medio de esa mano que, por la endeblez del brazo del que forma parte, se adivina que es de una persona muy joven, perteneciente a cualquiera de los sexos que hay ahora menos al masculino, que antes se llamaba también sexo fuerte.
La oportunidad del pajarito reside en el hecho de que se posó en el dedo segundos antes de que éste se irguiera en toda su longitud, en el conocido gesto que se hace al decir “fuck you!”.
Si el dedo no iba a levantarse para proferir esa palabrota en inglés –tan común-, pues muy bien, el dedo sirve de soporte, que se adivina provisional, al pajarito, que sabe Dios de dónde ha venido.
El pajarito tiene un espléndido buche, lo que daría a entender que es un gorrión, ave que siendo callejera como es, se las arregla para alimentarse bien. De ahí que tenga un notorio “embonpoint”.
El pájaro es verde, pero no es una cotorra. Tampoco es un jilguero, o un canario. ¿O sí? La ignorancia de uno en materia de ornitología es profunda.
Este pájaro verde –o a lo mejor el color es un efecto de luz- está ahí, en el dedo, tan ricamente. Buena foto, que constituye una estampa fugaz, pues el pájaro no se va a pasar la vida en el dedo, que recobrará su libertad de movimientos más tarde o más temprano: cuando el pajarito vuelva a su jaula, o a donde le parezca.
Mi maestro de esgrima, Afrodisio Aparicio, me decía en las primeras clases de espada francesa que al puño del arma hay que apretarlo como a un pájaro. Si se lo oprime demasiado se lo estrangula, si se lo deja demasiado suelto se escapa.
Este pájaro está en la mano por propia voluntad, pero se irá en seguida. Como una ilusión.


© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 22 de febrero de 2010

Zapatos y botas

Me dice mi amigo Alberto Villegas, el Duque:
- Me acabo de comprar unos zapatos que me han costado una pequeña fortuna. ¡Pero qué dinero tan bien empleado! No hay nada como un buen par de zapatos. Uno se siente con ellos, bien lustrados, importante, vigente, vivaz, invencible…
Hay gente que no le da a los zapatos la importancia que tienen en el atuendo, tanto el del hombre como el de la mujer. Yo, por ejemplo, conozco a un marqués que lleva siempre los zapatos sin lustrar, opacos, deslucidos. Francisco Umbral (sí, vuelvo a citarlo) sostiene que un hombre de zapatos sucios es difícil que piense claro.
A las mujeres les encantan los zapatos. A poco que tengan un cierto poder adquisitivo compran grandes cantidades de ellos.
Imelda Marcos, ex presidenta consorte de Filipinas, llegó a tener 1060 pares de zapatos, según confesó en una entrevista periodística, desmintiendo un rumor según el cual tenía 3000.
Pablo Neruda se asombró al entrar en plena Guerra Civil española en el Palacio de Liria –residencia de los duques de Alba-, de la cantidad de zapatos y botas que tenía el duque, en cuya alcoba entró como quien toma un blocao a punta de bayoneta. Los duques no estaban.
Neruda dedicó casi un capítulo de sus memorias a embetunar el calzado del duque de Alba con su fuerte literatura política. ¡Gran poeta, Neruda! Como que le dieron el premio Nobel de literatura, en 1971. No se lo iban a dar por su cara bonita, que no la tenía, a decir verdad, porque era más feo que Picio. Pero, claro, no se puede tener todo.
Francisco Umbral se pronuncia por las botas para el hombre. Dice que son más estéticas que los zapatos y hacen más alto. “Las botas, botas de media caña, terminan la figura con mejor base. Pero hay que procurar que la bota no sea de suela gorda, de puntera cuadrada ni de elástico, que es cosa de guardias civiles retirados”, dice Umbral para concluir que conviene que las botas sean de tafilete “(…) porque las arrugas del tafilete son bellas y hasta elegantes”.
César González-Ruano (sí, vuelvo a citarlo) dijo de los hermanos Machado: “El cuerpo de don Antonio, mal sostenido en aquellas botas desilusionadas, andaba encorvado, renqueante, con algo de caballo que van a llevar a la plaza de toros. Manolo, con sus zapatitos limpios, con sus patitas de bailaor, andaba con paso gracioso y aun quien le viera de espaldas imaginaba que llevaba en la boca el cigarro del que va a la plaza y sabe cómo se tienen que hacer las cosas. Pero el entrañable era Antonio, don Antonio, mientras que a Manolo se le buscaba para tomar una copa”.
Conocida es la anécdota de aquel hombre a quien le martirizaban los zapatos, un número menor del que usaba. Un amigo le dijo un día:
- Pero, ¿por qué no te deshaces de una vez de esos zapatos y te compras unos más grandes, que no te destrocen los pies?
Y el hombre contestó:
- Mira, soy tan infeliz, mi vida es tan desastrosa, que el único placer que experimento es el de llegar a casa y quitarme estos zapatos. ¡Chico, no sabes qué alivio siento!


© José Luis Alvarez Fermosel

Juego de versos antiguos y alguno moderno

El colosal poeta argentino Raúl González Tuñón –tan injustamente preterido- le dedicó el siguiente verso a Juan de Tassis, conde de Villamediana.

"Dejó un cuadro, un puñal y un soneto".
Manuel Machado.

Pronto partió dejando poco escrito.
No fue, exactamente, Oliveretto,
pero hubo amor, intriga, duelo, muerte,
y un soneto
“Silencio, en tu sepulcro deposito”.

La última línea –entrecomillada- del poemita de González Tuñón corresponde al título y a las primeras palabras de estos versos de Villamediana:

Silencio, en tu sepulcro deposito
ronca voz, pluma ciega y triste mano,
para que mi dolor no cante en vano
al viento dado y en la arena escrito.

Tumba y muerte de olvido solicito,
aunque de avisos más que de años cano,
donde hoy más que a la razón me allano,
y al tiempo le daré cuanto me quito.

Limitaré deseos y esperanzas,
y en el orbe de un claro desengaño
márgenes pondré breves a mi vida,

para que no me venzan asechanzas
de quien intenta procurar mi daño
y ocasionó tan próvida huída.

Bien, ¿pero quién fue el Oliveretto que cita González Tuñon en su poema? Pues un perdís que hizo las mil y una en la corte de los Medici y a quien Manuel Machado dedicó la siguiente poesía. Tuñón cita en su poema dedicado a Villamediana la última frase de éste de Machado, que transcribimos a continuación:

Fue valiente, fue hermoso, fue artista.

Inspiró amor, terror y respeto.
En pintarle giadiando desnudo
ilustró su pincel Tintoretto.
Machiavelli nos narra su historia
de asesino elegante y discreto.
César Borgia lo ahorcó en Sinigaglia...
Dejó un cuadro, un puñal y un soneto.


© José Luis Alvarez Fermosel


domingo, 21 de febrero de 2010

Hopper vuelve a Italia

Sale de nuevo a la luz, de entre sus sombras, Edward Hopper, el pintor que llevó a sus cuadros los horizontes lejanos de los paisajes estadounidenses, aliñando en su paleta las luces y sombras de un estilo de vida al que no fueron ajenas la rutina, la rigidez y la grisura del anonimato.
Personas que se adivinan hastiadas, solitarias, perdidas en un vacío del que no saben, o no pueden salir, en un mundo cerrado e impersonal, quedaron impresas en las oscuras telas de Hopper.
El considerado como uno de los mejores, si no el mejor pintor norteamericano de todos los tiempos, expresó en sus paisajes y en sus interiores –desiertas gasolineras en el límite de la ciudad con el campo, cafeterías nocturnas, habitaciones de hotel, oficinas, casas cuyos habitantes se han ido-, un sentimiento de soledad y de distancia. Vistas anónimas, imposibles de localizar en ninguna geografía.
De extraordinaria habilidad para la composición, calculó matemáticamente los espacios vacíos entre las figuras, la geometría de los escenarios y la ubicación de las luces, logrando así medias tintas de gran intensidad poética pero que al verlas causan una impresión ligeramente angustiosa, al reflejar la soledad y el aislamiento con tanto verismo.
Doscientas obras de Hopper se exponen actualmente en Roma, hasta el 13 de junio de este año. Un cable de la agencia EFE, que firma Mónica Faro, da a conocer todos los detalles.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 20 de febrero de 2010

Gambas al ajillo

Ingredientes:
(4 raciones)


2 docenas de gambas, si son grandes, si no, langostinos, crudos y pelados.
4/6 dientes de ajo grandes (fileteados o enteros con o sin piel).
2 guindillas picadas.
Aceite de oliva (abundante) para freir.
Sal a gusto

Preparación:

Abrir primero el lomo de cada langostino con un pequeño cuchillo muy afilado y retirar la viscera negra, fina como un hilo que salta a la vista.
Calentar unos segundos el aceite en cazuela de barro. Echar los ajos y dejarlos dorar mezclando con una cuchara de madera para que no se quemen.
Incorporar las guindillas y los langostinos. A fuego alto, mezclarlos y cocinarlos no más de un minuto.
Salar, seguir mezclando y servir enseguida.
Se come muy caliente.

Extraños en la noche

Aquella vez estaba yo solo en un bar de un puerto. Ya sé que esto suena a canción de Joaquín Sabina, pero cualquiera puede estar solo una tarde en un bar de puerto. En el mío se veía avanzar la galerna tras las vidrieras y yo me tomaba un “gin tonic” en el mostrador.
En un pared había un cartel: una reproducción de un cuadro de Salvador Dalí mancillado por el paso del tiempo y las deyecciones de las moscas. Se concatenaban tangos a la sordina en una vieja victrola.
Una muchacha morena de muy buen ver, de pelo renegrido salpicado de lluvia, llegó de pronto envuelta en un rompevientos azul cobalto, oliendo a fresco, a juventud, a sal marina.
Se apagó el último tango y la chica introdujo una ficha en el artefacto. Al instante surgió la voz, toda llena por dentro de sangre dulce, de Frank Sinatra cantando “Extraños en la noche”, y aquel bar solitario de puerto cobró vida en el acto, y parecía iluminado por una luna azul –o quizás eran los relámpagos de la tormenta que se reflejaban en los espejos-, y la coctelera bailaba un vals con el vaso mezclador en la barra, porque dos extraños en la noche cambiaban miradas, preguntándose qué posibilidades tendrían de compartir un amor antes de que se fuera la noche, dos solitarios, extraños en la noche hasta que dejaron de serlo el uno para el otro, el amor brotó de una mirada y se convirtieron en amantes y desde aquella noche estuvieron juntos. El disco acababa de salir al mercado.
Pocos minutos después llegaron más chicas, y unos chicos las acompañaban. Todos olían a fresco, a juventud, a la sal del mar. Restallaban carcajadas y la lluvia golpeaba con fuerza las cristales de las ventanas. En el bar aún rebotaban contra las tablas carcomidas los últimos ecos de una de las más sencillas y hermosas canciones de amor que jamás se hayan compuesto, cantada nada menos que por Frank Sinatra, con esa manera de cantar que tenía, que era como si empezara a vivir, como si empezara a morir, como si empezara a amar, como si hubiera sido siempre un extraño en la noche, en todas las noches que noches nocheras, las noches en que todos los gatos son pardos, las noches trasnochadas que no se trasnochan jamás.
Me entero de que hay un libro muy interesante de Charles L. Granata, “El sonido de Sinatra”, editado por Alba, sobre las sesiones de grabación de Frank Sinatra, que arroja luz sobre un asunto oscuro relacionado con los géneros y estilos anteriores a la cultura pop. Se desmiente, además, que fueran Los Beatles quienes marcaron el año cero en materia de grabación. Sergio Pujol escribe sobre ésto en un artículo de Ñ, la revista cultural del diario porteño Clarín, el de mayor tirada de Argentina.

© José Luis Alvarez Fermosel
Notas relacionadas:

Los secretos detrás de “La Voz”.
http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/02/11/_-02138115.htm
Del autor:

¿Quién?

viernes, 19 de febrero de 2010

Jardín Florido

En el retablo de una inocua gallofa simpática, más “kitsch” que maleva, se acomodó tiempo ha un personaje de humilde extracción social que, sin embargo, llegó a constituirse, a mediados del siglo pasado, en un dato de referencia de la identidad cultural de la ciudad argentina de Córdoba.
Se llamaba Fernando Albiero Bertapelle. Unos dicen que vino de Italia en un barco carguero de muy niño y se estableció en Córdoba. Para otros provenía de la provincia de Santa Fe.
Era menudito, usaba gafas y en su mejor época de “boulevardier” de oro bajo y valsecitos criollos, paseaba por las principales calles y avenidas de Córdoba –culta ciudad de abogados y gente aguerrida, llamada La Docta-, vestido de frac, tocado con sombrero de copa y balanceando un bastón de caña de Malaca con una bola de billar blanca como puño. Flor en la solapa, botas de tafilete, pañuelo de seda.
Su ocupación principal era piropear a las mujeres por la calle, con una parla rebuscada y culterana, pero siempre respetuosa.
Había sido camarero de cafés y clubes de tronío, en los que pulió su lenguaje y sus modales, imitando los de la distinguida clientela que tomaba en ellos todos los días el té de las cinco.
Logró amasar una fortunita y se compró un Packard –que no perteneció antes a Carlos Gardel, como se dijo-. Lo llevaba siempre adornado con flores. Las flores eran su obsesión. Por eso le llamaban “Jardín Florido”.
Llegó a perder sus ahorros, pero no dejó de fungir como modesto hito-símbolo urbano, paródico “dandy” callejero, sempiterno animador de la céntrica Rivera Indarte cordobesa.
Se asegura que jamás ofendió, ni engañó ni hizo mal a nadie y siempre derrochó gracia, ingenio y galanura. ¡Raro espécimen!
Por eso mereció los honores de la letra impresa; más aún, inspiró versos y canciones e incluso figura en ciertas antologías y alguna enciclopedia virtual.
Una tarde dobló la esquina olvidada. Los versos de González Tuñón: “Siempre amaré estas calles, /con su color de pueblo, /cuna de la esperanza, /camino del recuerdo. Sus tendidos crepúsculos y sus mañanas altas me dieron el fervor. /Yo les devuelvo sueños”.
En Córdoba todavía se le recuerda. Los más veteranos recitan algunos de sus alambicados dicharachos.
Podría decirse que fue un piropeador florido. No está mal.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

De oficio, piropeador.
http://www.cardon.com.ar/nota.php?id=185
Hace 40 años, Córdoba se quedó sin Jardín Florido.
http://www2.lavoz.com.ar/08/07/10/secciones/sociedad/nota.asp?nota_id=220781

Vídeo:

Los del Suquía cantan “Jardín Florido”.
http://www.youtube.com/watch?v=6osT2nyQb8k

martes, 16 de febrero de 2010

Señora: ¿Se le ha perdido a usted un niño?

Señora, aunque a usted no se le haya perdido un niño –afortunadamente-, debería leer este magistral artículo -basado en un hecho real- del gran escritor y periodista César González-Ruano (1903-1965).
González–Ruano recibió el premio “Mariano de Cavia” de 1931 por esta pequeña obra maestra titulada: “Señora: ¿Se le ha perdido a usted un niño?”.
El premio “Mariano de Cavia” es el máximo galardón al que puede aspirar en España un periodista que escriba artículos. Lo otorga todos los años el diario ABC de Madrid.
Paco Umbral y yo fuimos quienes más citamos a César. Paco se fue. Quedo yo, que lo sigo citando.

© J. L. A. F.

Señora: ¿Usted recuerda si se le ha extraviado su chico? Señora, piénselo bien, repase la casa. Hace cuatro días que el pequeño no bulle por los pasillos, no la echa al cuello sus bracitos, no coge rabietas a la hora de acostarse...
Señora, siempre tuvo usted muy mala memoria. Pasan de la docena los bolsos que ha perdido. Decidió ya no usar paraguas, porque se le perdían cuando los llevaba abiertos. ¡Pero el chico!
El niño tiene año y medio. Cuando se le aupaba hasta el reloj del comedor, movía su mano acompasadamente y con su vocecilla le hacía reír a usted, señora, diciendo: “Tan-tan, tan-tan”.
¿No se ha dado usted cuenta, señora, de que lleva cuatro días sin hacer a su niño las sopitas y las papillas, que lleva cuatro días sin meter la ropita de cuna, sin que cuando llega la media noche tenga que dejarle una mano para que vuelva a dormir tranquilo... ?
Señora: Su chico tiene los ojos negros, el pelo castaño. ¡Cuántas veces no ha dicho que las naricillas las sacaba a su abuela! Su color es sonrosado. La boca se frunce en un gesto mimoso, enfurruñado, encantador. Usted le había sacado a la calle, él iba de su mano, porque ya daba sus pasitos vacilantes y menudos. Le había sacado usted a la calle, señora, con la bufanda abrochada a su cuello, con su delantalito, con las sandalias que le había comprado recientemente... y le olvidó en una esquina.
Señora: Piénselo bien. Se quedó el niño solo, al anochecido, cuando iba a salir la luna grande del miedo, viendo con sus ojitos negros y atónitos cruzar los automóviles, sangrar en el asfalto mojado los anuncios luminosos... Se había quedado allí solo el pobrecito de Dios, con la mano vacía de su mano, con los ojos vacíos de sus ojos, con los oídos vacíos de su voz de usted... De su voz, señora, que le dormía cantando las dulces nanas cargadas de melancolía... ¿No le cantaba usted señora, aquella nana del rey David? El niño oiría las palabras de la cancioncilla, que, no entendiéndolas, le daban su verdadero valor emocional, cerrándole poco a poco los párpados...
"Estándose bañando/ la hermosa Judith,/ por una ventanita/ la vio el rey David...".
Señora: Un hijo no se tiene como un milagro. Nace de un pacto que pudo ser de amor, con vida en la vida de la madre va formándose, con dolor se pare y del pecho de la madre comienza a vivir, reclinando su cabeza sobre la tibia carne, siendo en el pecho una medallita de ternura.
Señora: No se puede olvidar en la calle un niño como quien olvida un bolso o un paraguas.
El Gobierno Civil ha facilitado una nota a la Prensa anunciando el encuentro de un niño, como de dieciocho meses. Hace cuatro días y nadie ha reclamado al niño. ¿En esos cuatro días, el niño no ha reclamado nada en ninguna conciencia? Producen tristeza noticias así. Es feroz y es doloroso. Su manita tierna y blanca, la que llevaba el ritmo del reloj cuando hasta el reloj le aupaba, parece salir de Madrid y arañar el cielo. ¡Pequeña mano blanca! Enorme mano, más grande ya que toda la ciudad, donde el niño perdido estaba solo bajo la luna del miedo, que le daba a beber leche de plata, leche de sueño... ¡Pequeña mano blanca!
© César González-Ruano

N. del E.: Este artículo fue publicado originariamente en el diario Informaciones el 23 de noviembre de 1931 y reproducido por el ABC el 12 de abril de 1932. La ilustración corresponde a un retrato del escritor pintado por Vázquez Díaz, de gran nombradía en esa época.

Pobreza de léxico

La profesora argentina Lucila Castro, alguno de cuyos textos hemos posteado, se refiere en éste que colgamos hoy a las buenas y malas palabras, cómo habría que usar las últimas y, también, a una cuestión palpitante –que diría Emilia Pardo Bazán-, como la pobreza de léxico imperante en los medios.

lunes, 15 de febrero de 2010

Hammams

España, como se sabe, estuvo siete siglos bajo el dominio de los árabes (norteafricanos). De ahí que nos haya quedado a los españoles algo de esa raza, que dio entonces ingenios tan preclaros como Abentofail, Avicena, Averroes y otros.
Los árabes, que venían del desierto, hicieron en España un culto del agua y de los baños.
En Andalucía, en el sur, una de cuyas ocho provincias, Granada, estuvo bajo el dominio del último rey moro, Boabdil, hasta 1492, rumorea dulcemente el agua por doquier.
En las ardientes noches de verano, en la Granada de La Alhambra, la Córdoba –“lejana y sola…”- de La Mezquita, en la Sevilla de la Giralda se escucha siempre el rasguido de una guitarra y la canción cristalina del agua de alguna fuente que brota de la válvula, o la espita, sube un tanto y cae al cabo sobre el precioso líquido, que se torna de color verde esmeralda al estar remansado en el fondo de azulejos.
El gran escritor y periodista español Vicente Molina Foix escribe magníficamente, como es habitual en él, un informe especial sobre los últimos “hammans” o baños públicos de El Cairo. El excelente trabajo, publicado en el dominical del diario madrileño El País, está ilustrado por fotografías bellísimas del reportero gráfico francés Pascal Meunier. Una de ellas, que parece un cuadro de Delacroix, acompaña este post. Texto y fotos: un lujo imperdible.


© J. L. A. F.

Nota relacionada:

Los últimos “hammams” de El Cairo.
http://www.elpais.com/articulo/portada/ultimos/hammams/Cairo/elpepusoceps/20080309elpepspor_11/Tes

domingo, 14 de febrero de 2010

La joven de la perla

El cuadro que muestra a una bella y un poco enigmática muchacha, con turbante y una perla en una oreja, es uno de los más conocidos del pintor holandés Johannes Vermeer (1633-1675).
Llamada la Mona Lisa holandesa, tras ese rostro de boca sensual y mirada triste hay una joven envuelta en el misterio que caracteriza a todos los personajes femeninos del oscuro y callado Vermeer. Cada una de esas mujeres puede ser su esposa, su hermana, una pariente cercana o lejana y, la teoría que más nos gusta: una amante.
Tanto más mérito tiene la impecable factura de la obra cuanto que Vermeer no fue, en sentido estricto, un retratista.
De obra escasa –dejó sólo 36 cuadros- desplegó un técnica paciente y refinadísima y se distinguió por la minuciosidad con que plasmó en sus lienzos los detalles, incluso los más mínimos.
Mostró, quizás como ningún otro pintor, la vida secreta que alienta en las cosas pequeñas.
Extrajo de sus personajes una luz que hizo pasar por un fino tamiz y devolvió luego, con una mesura casi mística, a sus ojos, sus sonrisas a medias y sus gestos.
Se ha categorizado a Vermeer como pintor del alma y del silencio. Plasmó en sus telas personas y objetos de extrema sencillez, procedentes de la vida cotidiana. Los hizo tremendamente expresivos y les insufló una soterrada ternura que, sin duda, anidaba en su alma.
Llevó una vida sencilla, que no fue óbice para que cultivara el trato de personas importantes, como Antonie van Leeuwehock, el gran científico de Delft, inventor del miscroscopio. Delft era a mediados del siglo XVII la tercera ciudad de Holanda.
La Mona Lisa holandesa –una muchacha, una perla, un secreto…- se conserva en el museo Mauritshuis de La Haya.
La estadounidense Tracy Chevalier escribió una novela con el mismo título del cuadro de Vermeer. También fue autora del guión de una película que se filmó en el año 2003 bajo la dirección de Peter Webber, con Colin Firth como Vermeer y Scarlett Johansson como Griette, que encarna en la ficción a la joven de la perla, identificada como una muchacha de dieciséis años que entra al servicio del pintor como doméstica. El título de la película fue también “La joven de la perla”.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

Venden en US$ 30,6 millones un cuadro del artista holandés Vermeer.
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=616671

viernes, 12 de febrero de 2010

Martín Carrera

Tengo yo a esta persona etiquetada en archivos decodificados de la memoria, primero como hombre de bien, que es lo más importante, y luego como “bon vivant” cosmopolita, emprendedor e inquieto que un día pensó que no tenía más remedio que hacerse cocinero, abandonando otras actividades –incluídas las universitarias-, porque no era cosa de salir a comer por ahí, comer lo que fuera y sabe Dios cocinado por quién.
Así que hace ya bastante tiempo que Martín Carrera abre y cierra restaurantes aquí y allí y se azacanea en las cocinas, en las que prepara exquisiteces. Ha dado y sigue dando clases de “haute cuisine”.
Martín es un hombre inteligente, polifacético, amante de los viajes y, “de tout coeur, du fond du coeur” de las mujeres, que se le dan muy bien -¡bendito sea!-.
Estuve sentado a la mesa de todos y cada uno de sus restaurantes y asistí a festivales internacionales de gastronomía a los que él aportó su sensibilidad, su buen gusto y su maestría.
Recuerdo el consumo desmesurado de ostras, salmón rosado ahumado y champán que hicimos sus invitados en los prolegómenos de una cena deliciosa con la que nos obsequió en un restaurante que tenía entonces en la calle Uriburu de Buenos Aires.
Otra vez, en un gran hotel de la misma ciudad, nos ofreció un menú degustación de ocho pasos, cortado por un sorbete de pisco con limón, que incluyó “delicacies” como una cazuela chilena y cordero patagónico.
La temporada culinaria de Buenos Aires alcanza niveles de excelencia cuando está Martín Carrera en la ciudad.
De pronto se va. Durante cierto tiempo no se sabe nada de él; al cabo reaparece en México, la República Dominicana o el norte de Italia, siempre al frente de un emprendimiento interesante.
Una canción que todavía se oye en el Caribe dice: “¡Se va el caimán, se va el caimán; se va para Barranquilla, se va el caimán…!”. Está en Medellín, pero en cualquier momento se va para Barranquilla.
En la canción se habla de “un hombre-caimán que comía queso, comía pan y bebía un trago de ron”. El hombre-caimán al que yo me refiero es omnívoro, es decir, come de todo. No desdeña un “palito” de ron, pero habitualmente bebe champán, que como se sabe es una bebida de marcado componente erótico.
Mujeres de Barranquilla y, cabría decir, con esto de la globalización, mujeres de todo el orbe, ¡prepárense!


© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 11 de febrero de 2010

La vejez es un naufragio

Acaba de pasarse por la televisión una película de Gabriel Aghion sobre la vida del escritor francés Max Jacob (1876-1944).
Se trata de “Monsieur Max” (2007), con el primer actor francés Jean Claude Brialy en el papel de Jacob. Brialy murió el mismo año en que se estrenó la película.
Jacob cultivó con fortuna la narrativa y la poesía. De origen judío, se convirtió al catolicismo en 1914, año en que publicó la que se consideró siempre como su obra más importante, “La sede de Jerusalen”.
Jacob incursionó en la pintura, en los terrenos del neo impresionismo y el surrealismo y siguió a los cubistas que se instalaron en Montmartre.
Fue amigo de pintores y escritores como Apollinaire, Modigliani (que le pintó un retrato), Jean Cocteau, Sacha Guitry, Picasso y otros.
Todos le abandonaron cuando fue arrestado en Saint-Benoît-sur-Loire por los nazis, durante la ocupación alemana, por su condición de judío y homosexual. No pudo justificar su conversión y su homosexualidad era conocida.
Murió solo y pobre de una bronconeumonía en el campo de concentración de Drancy (noreste de París).
Ya le habían dado la espalda cuando vagaba por las calles sin un franco en el bolsillo. No por prejuicios. Muchos de sus homólogos eran judíos y otros homosexuales como Jean Cocteau y el actor Jean Marais, que fueron pareja durante muchos años.
Fue autor de varias obras que le dieron gran nombradía, como “San Matorel”, su primera creación literaria en el terreno de la novela mística, y “El nombre”. Había recibido la cinta roja de la Legión de Honor del gobierno de Francia.
Jean Claude Brialy (nacido en Argelia en 1933 y muerto en París en 2007) trabajó durante medio siglo en el cine con un éxito espectacular. Fue una de las luminarias de la “Nouvelle vague” (Nueva ola) francesa de los 60. Protagonizó 180 películas.
Su labor en teatro dio tela para cortar a los expertos. Dirigió grupos teatrales, el famoso Festival de Avignon y fundó el de Anjou.
Brialy fue un actor de muy amplio registro. Se codeó con sus homólogos más famosos de Europa, los Estados Unidos y, naturalmente, de su país. Hacía años que él también, como su personaje Jacob, vivía olvidado por quienes durante su juventud y sus logros le aplaudieron y adularon.
La noticia de su muerte no salió en primera plana, ni la comentaron los noticieros y programas de televisión, ni siquiera las revistas de chismes de la farándula. Como dijo Chateaubriand, la vejez es un naufragio.
Fueron los estadounidenses –siempre tan correctos en este sentido- quienes le rindieron homenaje póstumo en la ceremonia de entrega de los premios Oscar de 2008, al nombrarle y mostrar su imagen en el espacio dedicado a las celebridades de la cinematografía desaparecidas el año anterior.
“Sic transit…”.

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 10 de febrero de 2010

Más sobre "best sellers"

El sueño dorado de todo escritor –y de todo editor- es publicar un libro que se convierta rápidamente en “best seller”, lo cual no es fácil.
Influye mucho la suerte, y no me digan que la suerte, o el azar, o como quiera llamársela, no existe. A Juan le toca mañana el premio gordo de la lotería y se hace millonario en un dos por tres. Y a José se le cae una maceta en la cabeza desde un piso alto y se la abre como una sandía. Perdónenme que sea tan gráfico, pero si tienen un poco de paciencia y siguen leyéndome descubrirán que Rosa Montero es todavía más descarnada, término que ella misma utiliza.
Los editores, que se supone que son los que más entienden, reconocen que tienen, con harta frecuencia, las mismas dudas que los escritores acerca del éxito del libro, una vez lanzado a la calle.
Ciertos autores, en su afán de que el libro que están escribiendo se transforme en un “best seller”, utilizan determinados métodos o sistemas para que la novela, o lo que sea, les salga interesante y bien escrita.
Paulo Cohelo, que tiene un libro en la vidriera de todas las librerías, un año tras otro, sostiene que hay que apostar al costado femenino de la existencia.
Dan Brown, autor de “El Código Da Vinci”, escribe en bloques de noventa minutos. Entre bloque y bloque se cuelga de una viga del techo cabeza abajo para que la sangre fluya mejor a su cerebro y le salgan buenas ideas.
Para Rosa Montero, la amena columnista española del dominical del diario El País de Madrid, “el trabajo del novelista es muy descarnado; es como si te sacaras el hígado, lo pusieras sobre una mesa, llamaras a todos tus amigos para que opinaran y te dijeran cosas como éstas: ‘¡pero qué asco!’, o ‘¡qué lindo hígado!’ ”.
John le Carrè, autor de novelas de espionaje tan exitoso que los servicios de inteligencia le copian, entiende que lo primero que hay que hacer es tomar al lector de una oreja y hacer que se siente a escuchar.
Algunos dicen que no es malo trabajar mucho, muchas horas por día, romper papeles y volver a empezar. Hemingway confesó que él llegó a rehacer 17 veces un párrafo.
Pero no hay regla fija, no nos empeñemos en buscarle tres pies al gato. Un “best seller” es una granada que explota cuando menos se piensa, sin que se sepa por qué estalló.
Cada maestrillo tiene su librillo. El librillo, en muchos casos, deviene “best seller”, sin que por lo general tengan nada que ver su interés, la excelencia de su escritura ni, mucho menos, mostrar el costado femenino o colgarse del techo cabeza abajo. A veces la obra tiene méritos más que suficientes para que se vendan cientos, o por lo menos decenas de miles de ejemplares, se traduzca a varios idiomas y se filmen sobre ella películas para el cine y para la televisión.
No sin haber pasado antes por infinidad de editoriales y haber sido rechazada sin contemplaciones.
Inés Garland aporta lo suyo y lo del vecino en una nota de la revista Nueva, en cuyo título se pregunta: “¿Cómo se hace un “best seller”?

© José Luis Alvarez Fermosel

Actitud

lunes, 8 de febrero de 2010

El Roto

No falta un roto para un descosido.
En este caso, El Roto es Andrés Rábago García, conocido también como OPS: un historietista y humorista gráfico español nacido en Madrid hace 63 años. Hemos posteado en este blog tres de sus dibujos.
El Roto publica actualmente en el diario El País de Madrid. Colaboró en La Estafeta Literaria, La Codorniz, Triunfo, Cuadernos para el diálogo, Hermano Lobo, Ajoblanco y otras revistas y diarios de toda España.
Dirigió un cortometraje de dibujos animados que se tituló Las edades de la Historia.
También fue guionista, escenógrafo y autor de 17 libros.
El escritor de su misma nacionalidad, Juan Pedro Quiñonero destaca el ascetismo de su estilo gráfico.
En cuanto a su temática, “su obra nos presenta una humanidad cuyas actividades proliferan en el limbo vegetal de lo inconfesable”.


© José Luis Alvarez Fermosel


Juan Pérez

El doctor tú te lo pones,
el Montalbán no lo tienes;
conque, quitándote el don,
vienes a quedar en Juan Pérez.

El destinatario de este mordaz epigrama de Quevedo fue el escritor del Siglo de Oro español Juan Pérez de Montalbán (1602-1638), considerado por sus homólogos como oportunista e inescrupuloso.
Fungió como discípulo de Lope de Vega y, por seguirle en todo, él también abrazó el sacerdocio. Fue notario de la Inquisición.
Apañado por Lope de Vega, a quien se pegó como una lapa, pudo estrenar su primera comedia a los 17 años.
Cuando Lope murió, Montalbán, devolviendo atenciones a título postrero, escribió una biografía del Fénix de los Ingenios titulada “Fama póstuma”.
“Para todos” quizás haya sido su obra más conocida. Es un compendio de relatos, discursos y versos elemental y pretencioso. Despertó la ira de Quevedo, que escribió en su contra “La Perinola” y le hizo sistemáticamente objeto de sátiras feroces, incluído el famoso epigrama que lo dejó en Juan Pérez.
Quevedo, además, respiraba por una herida abierta por el padre de Montalbán, el editor y librero Alfonso Pérez, que le estafó en un negocio editorial.
La mayor parte de la obra de Pérez Montalbán, salvo sus comedias de capa y espada, es espasmódica, sensacionalista y en ocasiones macabra, a juicio de sus críticos.
Sus contemporáneos dijeron que como ser humano dejaba bastante que desear, posiblemente dispuestos en su contra por el hecho de ser él la persona que tomaba nota de las torturas de la Inquisición.
El crítico e historiador Agustín González de Amezúa (1881-1956), uno de los estudiosos más aplicados del Siglo de Oro, abominó de la novela “La mayor confusión”, en la que Montalbán narra las relaciones incestuosas de una madre con su hijo, del cual concibe una hija que se convierte después en esposa de su padre y su hermano.


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 7 de febrero de 2010

La Gran Vía de Madrid cumple cien años

Me pierdo la celebración del centenario de la Gran Vía de Madrid, donde trabajé, soñé, amé y por la que me pasée durante muchos años.
En cada uno de los cafés, bares, restaurantes, “boutiques”, cines, teatros, cabarés, librerías y otros establecimientos de cada uno de sus tres recorridos ardió parte de la cera noble de mi juventud andariega y soñadora.
En el número 38, frente al cine Palacio de la Música, vivió mi abuela. Creo que de esa casa salió mi madre para casarse con mi padre.
Tantos años, tanta gente, tanta vida, tantos recuerdos…
Yo llegué a conocer al camisero Fernández al que cita de paso Agustín de Foxá en su novela “Madrid, de corte a checa”, pero él no me hacía las camisas; nos las hacían, a Mario Lozano y a mí, en Butler, al principio de la Gran Vía, cerca de la calle de Alcalá.
Casi enfrente, en Samaral –que todavía existe y apenas ha cambiado-, comprábamos las corbatas. Años después mi hijo, a los 15 años, en su primer viaje a Madrid, se empeñaba en adquirir un bastón estoque, mientras que su hermana se interesaba por unas cajitas de música de esmalte azul y oro.
Maite y yo compramos siempre algo en Samaral cuando vamos a Madrid, aunque no necesitemos nada. Es un rito.
Como comprar todas las semanas un billete en la lotería de Doña Manolita, que murió hace años, pero el local sigue llamándose así. Dentro hay una foto enmarcada de Doña Manolita, morena, cuarentona, con un pañuelo blanco al cuello. El viejo papel amarillea y contrasta con el recinto modernizado y la juventud de las empleadas actuales.
Los ritos se mezclan con los hitos, los mitos, los iconos, los hábitos, el pasado y los recuerdos. Dice Paco Umbral que somos lo que recordamos o lo que nos recuerda.
Yo soy la Gran Vía, que nunca vi alfombrada de claveles, como en el chotis de Agustín Lara, pero donde estaban el bar y el museo de bebidas de Perico Chicote y el Café Molinero, en el que Elena Carvajales solía celebrar sus cumpleaños. No he vuelto a tomar un té con crema tan rico como el de Molinero, ni en Londres.
Elegías la tela del traje en una pañería cercana a la calle de la Montera y te la llevaban al taller de tu sastre, al que tú ibas cuando tenías ganas a que te tomaran las medidas.
Se llevaba todavía un dandismo del que daba ejemplo César González-Ruano –siempre lo cito-, dejando en la mesa del café la pitillera de oro firmada por el Rey Alfonso XIII y al lado las cerillas de la cocinera.
No había visto nunca a aquella señora tan maquillada y con el abrigo de piel, pero me hizo el cuento, el del tío u otro y me sacó veinte duros con mucha clase.
En la cafetería del hotel Washington nos reuníamos por la tarde directores, productores, guionistas, artistas y cronistas de cine. Opiniones, discusiones, café con sombras, tabaco negro, habanos, coñac…
Julio, el limpiabotas, que nos dejaba los zapatos relucientes como espejos, sostenía que muchos de los circunstantes no se habían llevado una cuchara caliente a la boca en mucho tiempo. Probablemente tenía razón.
Cerca de la Plaza de España estaba El Trocadero, donde aquel gigantón tocaba el tambor y cantaba con voz de trueno.
Pasapoga, a un paso de Callao, donde estuvieron las Galerías Preciados y el hotel La Granja Florida, era por antonomasia el cabaré de Madrid, que frecuentaba lo más granado de la golfería autóctona. Luego se llenó de americanos.
Uno iba a Morocco, en la calle Marqués de Leganés, paralela a la Gran Vía. Allí bailaba la danza del vientre Naïma Cherky, bayadera de futbolistas y reina mora de una noche cansada, a la que se le saltaban lágrimas de ginebra mientras se demoraba una madrugada que carecía de futuro.
Alguien está dando los datos. Que la Gran Vía se llamó una vez Avenida de José Antonio, que cada tramo tuvo un nombre, que el proyecto para su construcción se aprobó en 1907, pero que las obras comenzaron en 1910, inauguradas por Alfonso XIII con una piqueta de oro.
¿Qué importan los datos, los números, las fechas? Hoy no estamos haciendo periodismo. Ya no hacemos periodismo. Ni literatura. El tiempo hace literatura con el tiempo.
Dicen también que se han cerrado, o se van a cerrar algunos cines. Sería penoso.
Los estrenos en los cines de la Gran Vía de las películas que nos llegaban de Hollywood con bastante retraso constituían un acontecimiento social. La gente se vestía como para una fiesta para la sesión de la noche. Muchas señoras lucían en invierno abrigos de visón. Todas se maquillaban, perfumaban y enjoyaban concienzudamente. Los caballeros iban de oscuro. En verano se usaban atuendos más livianos, pero la corbata era imprescindible para los señores.
Los cines de la Gran Vía… El Palacio de la Prensa –arriba está la Asociación de la Prensa-, el Capitol, el Callao, el Coliseum… Eran caros, ¡pero tan cómodos, tan bien puestos, tan elegantes…!
En la Gran Vía se abrió una cafetería norteamericana, California, que fue la primera de una serie de ellas que proliferaron enseguida en todo Madrid, poniendo de moda los platos combinados y “cakes” con sirope.
En Espasa Calpe, que todavía no era La Casa del Libro, hemos pasado muchas tardes de lluvia contemplando y hojeando libros.
Hace muy poco salía yo en un programa de una radio de Buenos Aires al son del vals del Caballero de Gracia de la zarzuela La Gran Vía, de Federico Chueca y Joaquín Valverde. (Ver vídeo:
http://www.youtube.com/watch?v=TF_JjOzj0N0&feature=related).
Ya pasaron cien años. No nos dimos cuenta. Abriremos, igualmente, una botella de cava y pondremos un CD con una selección de música madrileña.
Porque no podemos ir a "Chicote, a un agasajo postinero, con la crema de la intelectualidad…”.


© José Luis Alvarez Fermosel

Cocina y literatura

Diego Marinelli nos propone en la nota “Las cocinas salvajes”, publicada en la revista Ñ, suplemento cultural del diario Clarín de Buenos Aires, un viaje apasionante por el mundo secreto de las cocinas y, al mismo tiempo, se detiene a explicar y, aún más, a detallar esa buena relación que ha existido siempre entre la gastronomía y la literatura y que, en el terreno de la novela policíaca en particular, hizo aparecer a personajes que sintieron casi el mismo interés por la buena comida y la buena bebida que por la investigación detectivesca.
Así fue como ingresaron en ese retablo de la ficción personajes como el detective privado Nero Wolfe de Rex Stout, que tiene un cocinero poco menos que “cordon bleu”, bebe cerveza Old Corcoran y une a su afición por la buena mesa el cultivo, como “hobby”, de orquídeas en el jardín terraza de su casa de fachada de piedra arenisca de la calle 35 Oeste, cerca de la 11ª Avenida de Nueva York.
No podíamos dejar en el olvido al comisario Maigret –es comisario, no inspector: ¡no lo degraden!- de la policía judicial de París, creado por el novelista belga afincado en París, Georges Simenon. Jules Maigret es un gran aficionado a los guisotes caseros que le prepara su mujer y a las especialidades regionales de ciertos bistrós parisienses.
Casi tan conspicuo como Maigret es el investigador Alexandre Bérurier de Fréderic Dard, que más que “gourmet” es glotón, de ahí su rotunda dimensión corpórea.
En su detallado ensayo, Marinelli nos presenta a un personaje de carne y hueso, escritor y cocinero, viajero del mundo y a quien todos hemos visto alguna vez por la televisión: Anthony Bourdain (foto).
Hay que sentarse un día como hoy, domingo, en un sillón cómodo, en una habitación tranquila, proveerse de una bebida espirituosa que ir tomando poco a poco y leer al mismo ritmo el impecable y, ¡además!, entretenido trabajo de Marinelli, de interés para los “gourmets” y también para los inapetentes o aquellos a quienes no les interesa la literatura ni la buena cocina.

© José Luis Alvarez Fermosel

Halcones y palomas

Una paloma parece estallar en el aire. Se disgrega, convirtiéndose en una masa informe de plumas color pizarra ensangrentadas. Parte del volátil despedazado cae a la calle y deja sobre el asfalto una mancha roja.
Segundos antes se escuchó algo parecido a un silbido, o al grito de un pájaro enfermo o furioso. Siguió un ruido sordo, como el que produce un objeto, o ser viviente duro al chocar con otro blando. Un halcón contra una paloma.
La escena se repite, más que en ningún otro lugar en una zona de la City de Buenos Aires comprendida entre las calles Corrientes, Reconquista, 25 de Mayo, Lavalle, Tucumán, Viamonte y otras aledañas.
Las palomas son presa de los halcones.
Porque en Buenos Aires hay halcones. Como su denominación de peregrino o viajero –la de una especie de estas aves rapaces- indica, pueden haber venido de cualquier parte e irse en cualquier momento. Su distribución es cosmopolita.
Hay halconeros o practicantes de una cetrería –caza con halcones- de cabotaje que mantienen a estas aves en oquedades de tejados, azoteas, cúpulas y mansardas. Los lanzan desde esos lugares contra las bandadas de palomas que vuelan bajo el cielo oscurecido del crepúsculo.
El halcón peregrino es del tamaño de un cuervo, pesa entre 400 y 600 gramos y la hembra es siempre mayor. Su velocidad de vuelo en crucero es de 100 kilómetros por hora y en picado alcanza los 300 kilómetros por hora. Es el animal más rápido del mundo.
El halcón tiene su alcurnia y su fama y ocupó un lugar en la literatura. Recordemos, entre otras, la novela “El halcón maltés” de Dashiell Hammett, cuya trama gira en torno a la escultura de un halcón. Se hizo una película con Humphrey Bogart en el papel del detective Sam Spade.
“Los halcones de la noche” es el título del que tal vez sea el cuadro más conocido de Edward Hopper, el yanqui de las tintas sombrías.
En política, en economía, en otras disciplinas y en la vida misma los halcones son los duros y las palomas los blandos.
La caza de palomas con halcones no es nueva. Durante la Primera Guerra Mundial (1914/1918) la inteligencia británica estableció en una base de Sicilia un departamento ultrasecreto destinado a entrenar halcones para interceptar palomas mensajeras enemigas.
Las palomas tuvieron siempre buena prensa. Su docilidad las hace fácilmente domesticables, por lo que es frecuente verlas trabajar con prestímanos en circos y teatros. Prestaron inestimables servicios, en la guerra y en la paz. ¿Quién no recuerda las palomas del barón de Reuter?
Simbolizan la paz y Picasso las inmortalizó en el lienzo. Yo vi una vez en Madrid a Irma Vila con traje bermellón y una paloma en la mano en la barra de un bar de la Plaza del Rey, próximo al circo Price.
Reconozco con pesar que me he comido más de una paloma. Quizás por eso, por el remordimiento, o porque todos los animales me inspiran el respeto y la ternura que no siento por muchas personas, no me molesta que se posen en mi mesa en la terraza del Bar O Bar, o en cualquier otra, y picotéen los maníes que me han servido con la cerveza.
© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

El Bárbaro, de nuevo.
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/11/el-barbaro-de-nuevo.html

sábado, 6 de febrero de 2010

Ideales e intereses

El esnob, un parásito inteligente

Más sobre los esnobs. El aporte se debe en esta ocasión a Daniel Molina, que publica un documentado trabajo sobre el tema en el suplemento cultural Ñ del diario Clarín de Buenos Aires.

Notas relacionadas:

El esnobismo, antídoto contra el sinsentido.
http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/02/06/_-02134204.htm

Del autor:

Ensayo sobre los esnobs.
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/12/ensayo-sobre-los-esnobs_13.html

viernes, 5 de febrero de 2010

¡Angustioso abrazo...!

El bello rostro de la modelo Kylie Lomax contiene un estremecimiento. Sus labios llenos, cremosos, ¿ocultan una sonrisa o una mueca? Jamás lo sabremos, ¡ay!
Lo que salta a la vista, por más que ella disimule, es la sofocación de esta pobre mujer, ceñida por tantos cinturones.
La foto no deja de ser original. Pero provoca escalofríos, se experimenta una sensación de asfixia.
Uno arde en deseos de empezar a desabrochar cinturones, e ir descubriendo un cuerpo estatuario que seguramente el exceso de cuero y metal que lo aprisiona no puede deformar.
La modelo conserva, a pesar de todos los pesares, un aire desafiante de "aquí estoy yo porque he venido", con las manos en las caderas, como una bacante de otro planeta, de otra era, que se aprestara a desenfundar la galáctica pistola del (chandleriano) detective de la película "Blade runner", que tan bien encarnó Harrison Ford.
Evocaciones de guerras y duelos de otrora, porque algunas hebillas parecen puños de espadas, dagas y puñales. Estremece pensar en cortes en la piel satinada.
Quizás sea demasiada la originalidad innegable de la foto, su agresividad. A uno le falta el aire. Parece que le apretara el cinturón, el único que lleva.
© José Luis Alvarez Fermosel

Chotis en tarde de otoño

El organillo desgranaba sus notas lentamente. Estaba allí, frente al cine, sobre un pequeño carro de madera oscura tirado por un burrito color canela, en el barrio popular y simpático alejado del centro, con gente modesta, tabernas y soportales.
La tarde se había tornado cenicienta. Hacía frío. El cielo estaba encapotado. A los árboles los mecía el viento y en un quiosco de periódicos una mujer madura, guapa, de estrechos ojos claros que recordaban los de la Pamela Landy de Bourne compraba un diario. Frente a la taquilla del cine se había formado una pequeña cola.
Sonaba el organillo. Su música alegre y triste a la vez era el contrapunto perfecto de la tarde otoñal, sin sol, con un presentimiento de lluvia en la atmósfera enrarecida.
Pegado al carromato, un hombre flaco de mejillas hundidas, con los bajos del pantalón manchados de barro seco, tocado con una sobada gorra de visera de “tweed” gris, tendía un recipiente de cobre a los transeúntes.
Accionaba el organillo una niña rubia con una chaqueta roja, demasiado grande para ella. Tenía los ojos dorados y luminosos.
Pasaba la gente de prisa. Abismado cada cual en sus pensamientos. Muchachos arrebujados en sus parkas. Algún matrimonio de mediana edad del brazo, en silencio. Nadie se detenía a escuchar el chotis. El organillo sonaba y sonaba en la tarde plomiza, ignorado, tan lejano: alegoría caduca, postrera reminiscencia sentimental de un Madrid del que ya no queda sino el recuerdo.
Al cabo, empezó a llover. Al final de la calle, una vendedora de castañas asadas se fabricó en un abrir y cerrar de ojos un toldo para su tenderete con un retazo de hule negro.
Desplegáronse los paraguas y las pocas personas que andaban por la calle aceleraron el paso.
El hombre del organillo todavía aguantó unos segundos. Cuando arreció la lluvia, extendió una lona encerada sobre el áspero lomo del rucio. La niña había dejado de darle al manubrio y se arrebujaba en su chaquetón rojo, sacudiendo su melenilla pajiza como un perro de aguas recién salido de una laguna.
Caía la lluvia sobre el organillo. Rebotaban las gotas sobre la desgastada madera pintada de azul. El hombre miró al cielo, que se había convertido en una difusa plancha de zinc, se encogió de hombros. Subió al carro y arreó al jumento.
Allá se fue bajo la lluvia la desvencijada pianola verbenera enmudecida. En la tarde solitaria punteaban aún las notas de un olvidado chotis de tiempos remotos de broma y drama.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

Había caído la noche en Madrid…
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/10/haba-cado-la-noche-en-madrid.html
De cuplés y coplas.
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/07/rosa-de-madrid.html
La luz de la tarde es de raíz poética
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/05/la-luz-de-la-tarde-es-de-raz-potica.html
Un merengue, un euro; un euro, un merengue…
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/12/crnicas-de-madrid-v.html

lunes, 1 de febrero de 2010

Transmutación de géneros

“No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer, porque es abominación”. (Deuteronomio 22:5)

Uno ha escrito ya lo suyo y lo del vecino acerca de esta tendencia del hombre, tan posmoderna, de vestirse de mujer de los pies a la cabeza.
La tendencia en cuestión, cada vez más afianzada, es global. De ahí que no sea yo sólo quien hable de ella, sino también otra gente, en todas partes, ya que hasta el momento la cosa parece un poco… bizarra, desde nuestro ángulo de visión, al menos.
Es muy posible que en poco tiempo más el hecho de que el hombre se vista completamente de mujer, por dentro y por fuera, no tenga nada de particular y no haya motivo alguno para rasgarse las vestiduras, ni las masculinas ni las femeninas, con lo caras que están unas y otras.
Se habla de esta moda en una nota con ribetes de ensayo titulada “¿Por qué a ellos les gusta disfrazarse de mujer?”, que firman Eva Dallo y Ana Bretón, e ilustra con sus fotografías Chema Conesa, publicada en el suplemento Magazine del diario El Mundo de Madrid.
Vestirse de mujer, amigos, “permite romper el orden social, liberar los instintos y dinamitar las represiones”, se afirma en la nota.

© J. L. A. F.

Notas relacionadas:

¿Por qué a ellos les gusta disfrazarse de mujer?
http://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2010/540/1264586669.html

Del autor:

El macho posmo con faldas y a lo loco.
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/09/el-macho-posmo-con-faldas-y-lo-loco.html