domingo, 15 de noviembre de 2009

El Bárbaro, de nuevo

Voy de nuevo, con una especie de tozudez lírica e incluso yo diría que vocacional, al Bárbaro, como se conoce, como lo conocemos los que lo frecuentábamos casi a diario desde su inauguración.
El Bárbaro, o el Bar O Bar -creo que ese es su verdadero nombre- está en la cortada de Tres Sargentos, en el número 415, en el epicentro de una zona de Buenos Aires llamada El Bajo, que ahora se llama, naturalmente, El Nuevo Bajo.
Ir a primera hora de la tarde, poco después del almuerzo, no tiene mucha gracia. Lo mejor es ir a las “happy hours”.
El capitán del barco, en horario matutino, es Daniel Mon, de los viejos tiempos, que era primer oficial cuando la nave estaba a cargo de Claudio Fernández Llanos, un español –de Asturias, por más señas- totalmente entrañable, que tenía una paciencia increíble con los clientes jóvenes, revoltosos, casi todos.
Alguna vez –como he contado en otra nota- se armaba una pelea de las buenas, como las que protagonizan los marineros recién desembarcados después de una larga travesía en cualquier cafetín del puerto, una pelea deportiva, catártica.
Participé en muchas de ellas y puse varios ojos en compota. También me los pusieron a mí. Subsistía una épica de andar por casa, y por los bares.
Uno no se dejaba insultar ni avasallar, ni permitía que se metieran con la gente que le acompañaba, mucho menos si era una mujer la que iba con uno.
Ahora no hay épica, ni ética, ni estética, ni lírica. O hay muy poco y lo poco que hay está en poder de ciertos trasnochados, como nos llaman.
Miguel Angel Alvarez, El Toro, otro superviviente de los viejos tiempos, nos dice que los sábados por la mañana todavía van los pintores que constituyeron la flor y nata de la clientele del Bárbaro, tiempo ha. Algunos fueron sus fundadores.
Pasaron los años y de La Nueva Figuración, como denominaron los críticos al movimiento creado en 1961 por Luis Felipe Noé, Ernesto Deira, Rómulo Maccio y Jorge de la Vega sólo quedan varias obras y el espíritu que sigue animando a sus creadores, casi todos muy mayores ya, que son los que acuden los sábados por la mañana al viejo bar, donde están encerrados sus recuerdos.
Da gusto verlos, con sus cabelleras blancas, sus rostros curtidos, algunos con bastón. Pero todos con buen ánimo. Se quedan hasta mediada la tarde. Ya casi ninguno bebe. Aguno toma vino, poco.
Uno traza un apunte al carbón sobre cualquier papelucho. Otro finge que le critica, con lujo de ademanes. Otro sale a la calle con un vaso de whisky en la mano y mira al frente sin ver, como esperando sabe Dios qué, o a quién.
Alguna paloma de las que pueblan la zona entra de pronto en el bar, quizás en pos de un Picasso que la inmortalice.
En la terraza, gente joven bebe cerveza y come los maníes que son la marca de fábrica de la casa. Miran a los veteranos con expresión de no saber quiénes son, ni qué hacen ahí.
Muere la tarde. Los versos de Foxá: “Tu negro piano, lleno de sextantes,/solloza un vals entre los planisferios…”.

Foto (© Maite):
El autor sirve el whisky y Claudio Fernández Llanos le observa sonriente.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“Bar Bárbaro”
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/10/bar-brbaro.html

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