miércoles, 25 de noviembre de 2009

Réquiem por la excelencia

No hay excelencia, ya; pero eso no es lo peor, sino que a nadie, o a muy poca gente le importe ni siquiera aspirar a ella, aunque sea rozarla de costadillo.
Hubo épocas en las que se soñaba con tocarla con la punta de los dedos, no ya con alcanzarla y ceñírsela a las sienes. Importaba más que los laureles.
La excelencia… ¡Cómo la echamos de menos!
No se daba sólo entre los grandes hombres y las grandes mujeres, la excelencia.
Estaba presente en artes menores, en oficios. Y en la vida diaria.
El ebanista, el sastre, el pintor de brocha gorda, el peluquero, el entrañable zapatero remendón de sotabanco...Todos buscaban la excelencia.
El peluquero, el del barrio, sin ir más lejos, te dejaba el bigote como el de Robert Taylor. Nadie sabe ahora quien fue Robert Taylor, ya lo sé. Si acaso, cuatro y el cabo.
Ahora el peluquero te hace un trasquilón y, llamándote de tú, tengas los años que tengas, te dice: “Tienes una calva encima de la oreja, se te está cayendo el pelo”. Mentiroso, además de chapucero.
Llevas un reloj a arreglar y a los cuatro días se vuelve a desarreglar. Si lo dejas para que le cambien la cadena, o la correa, cuando vas a buscarlo te lo entregan que parece un primor, pero si estaba atrasado, o adelantado te lo dan tal cual. No se molestaron en ver si estaba en hora ni en ponerlo, si no estaba. El detalle.
El gasista, el plomero, el electricista… No traen nada de lo que tienen que traer para trabajar, salvo la ginebrita -que la llevan puesta-. “Señor, ¿no tendrá usted un destornillador, una llave inglesa, un alambre, un trapo de piso, un vaso de agua…?”
Pobre de ti si caes en un restaurante en hora pico, encuentras de milagro una mesa libre, te sientas y pretendes que te atiendan en un lapso razonable. Te has tornado invisible y ningún mozo te ve.
Los artesanos desaparecieron, hace tiempo. Fueron sustituídos por “hippies” que retuercen cucharas y le dan formas extrañas; y venden sus cosas en la calle, en aglomeraciones que llaman ferias.
En los medios electrónicos se llegó a exaltar los valores del hombre, de la familia; se denunciaban las injusticias sociales, había programas de interés cultural, de preguntas y respuestas con premios para el que supiera más; campeaba un humor fino, sutil, a veces surrealista pero nunca facilón, ni mucho menos ordinario, ni mucho menos obsceno.
La “fellatio”, o la felación, es ahora un tema recurrente del que se habla más o menos a las claras, pero ahí está: instalado en el centro de un sexismo desaforado y grosero.
Se ha degradado algo tan maravilloso como el sexo. Del “Ars Amandi” de Ovidio al torpe comentario cotidiano del burdo ignorante de turno.
La excelencia, ah, la excelencia…; se nos ha ido, o la hemos echado a patadas de nuestro lado. Es que, probablemente, no era “cool”.
La excelencia se ha ido por la posta, sí, señores, junto con el buen gusto, el ingenio, la cultura, la fineza, el uso preciso del idioma, la delicadeza, el detalle… ¿O quizás todo eso, y alguna otra cosa que nos dejamos en el tintero no era la excelencia, en pos de la que iba todo el mundo desde su condición, oficio, puesto de trabajo, lugar en la vida?
¡Qué lejos de la excelencia la imagen de un artista recibiendo un premio en una fiesta poco menos que de gala con el pelo largo, grasoso, sin lavar, cayéndole hasta los hombros, una camisa abierta hasta la mitad del pecho, un pantalón negro, lustroso por el uso excesivo y zapatillas sucias!
Me dirán que estamos en un país libre, en democracia; que cada uno puede hacer y decir lo que quiera y vestirse como le da la gana.
Si, pero… Me quedo aquí. No quiero que me endosen otro rótulo, o que me digan, con voluntad de insulto, que pertenezco a determinada época o determinada ideología.
¡Cómo si la excelencia tuviera que ver con los tiempos o las ideas políticas!


© José Luis Alvarez Fermosel
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“¿Por qué no te callas…?”
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/05/por-qu-no-te-callas.html

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