domingo, 28 de diciembre de 2008

Café con anécdotas

El Gijón, situado en el céntrico Paseo de Recoletos de Madrid, es ahora un café para turistas, gente de paso y algunos supervivientes de sus tiempos de gloria, que fueron testigos de tertulias inolvidables de escritores, pintores y otros artistas –sobre todo de cine y teatro-.
Alguna gente del bronce salpimentaba el ambiente, como el cochero de punto “el Madriles”, que cuando llevaba al dramaturgo Buero Vallejo al Gijón se tomaba una copa de cazalla y compartía con el caballo del coche una lata de jamón de York.
Por el Gijón desfilaron varias generaciones de luminarias de las letras, las artes, el periodismo y la gallofa. Citemos, con voluntad de homenaje, algunos nombres:Gerardo Diego, José García Nieto, Eladio Cabañero, Francisco de Cossío, Ignacio Aldecoa, Camilo José Cela, Alvarez Ortega, el inefable César Gozález-Ruano –tan citado por mí en las páginas de este blog-, que escribía a mano en una de las mesas sus terceras páginas del diario ABC, y luego se pasó al Teide, vecino del Gijón.
Los más inquietos eran “los plásticos”, casi todos pintores: Navarro, Díaz, José Luis Verdes, Maruja Mouzas, Redondela, Cristino Mayo, Julio Cebrián –que me hizo Lord en una caricatura que conservo, enmarcada, en mi estudio-, Tino Grandío…
Por el café Gijón desfilaron, además de los actores y actrices vernáculos, con Fernando Fernán Gómez y Paco Rabal a la cabeza, Orson Welles, Ava Gardner, George Sanders, Joseph Cotten…
Algunos de los escritores entonces jóvenes, como Paco Umbral o Marino Gómez Santos escribieron libros sobre el cálido, efervescente y caleidoscópico reducto, al que uno iba con frecuencia con sus homólogos Raúl del Pozo, Miguel de la Quadra Salcedo, Fernando Montejano, Jesús Hermida, Juan Amigo –que hacía honor a su apellido-, el disparatado actor Fabián Conde, Joaquín Bravo –el más joven de todos, que apenas pasaba de los veinte años-.
Alfonso Paso pedía en la barra langostinos y Coca-Cola y Tino Grandío degustaba percebes.
Otro Alfonso inolvidable:el cerillero, que vendía tabaco y lotería. Presumía de anarquista y de que en su vida había leído un libro, pero era un hombre instruído, con mucha gramática parda. Fungía de factótum, confidente, secretario, prestamista y amigo de toda la clientela. Vendía El libro del Café Gijón, una estupenda compilación de José Esteban, Julián Marcos y Mariano Tudela. Alfonso murió hace poco. Una placa de bronce en su rincón perpetúa justificadamente su memoria.
También iban al Gijón políticos, científicos, diplomáticos, toreros, “businessmen”, mercaderes y sochantres.
El poeta maldito Carlos Oroza, que nunca tenía un céntimo, fue durante un tiempo el alma del café, donde sus improvisaciones lúdico-líricas divertían a ciertos contertulios. Recibió algún soplamocos –no fue el único-. Un día desapareció sin dejar rastro. Algunos dicen que murió y que su espíritu, junto con los de Madame Pimentón y Sandra, aletean por el salón a la hora de la noche en que todos los gatos son pardos.
Un día vino al Gijón un señor que tenía fama de “jettatore”. Alguien, que lo reconoció, se atrevió a pronunciar su nombre. Instantáneamente reventó con gran estruendo una cañería de gas que pasaba por la pared a la que estaba adosada su mesa.
Solía caer por el café un anciano muy simpático que echaba un vistazo y se iba sin pedir nada. Un día le confesó a un cronista de El País que hacía cuarenta años se había citado allí con un amigo y desde entonces entraba para ver si le encontraba.
Otro señor muy peripuesto llegaba todas las mañanas en un coche imponente con chofer de librea. Pasaba directamente al baño y al salir saludaba a todos los camareros, llamando a cada uno por su nombre. Uno de ellos se interesó un día por su proceder. El caballero le espetó sonriente: “Es que si yo no orino en el Gijón, oiga usted, es que no orino”.
Todo era posible en el Gijón, desde organizar una cena “underground” con un maniquí como invitado de honor hasta pagar un duro (cinco pesetas) por un café –recuerda El País-.
Uno de los mozos más antiguos se queja porque “las cosas ya no son lo que eran; cada vez viene menos gente seria y caballeresca, aunque todavía algún viejo cliente protesta porque en la jarra de agua hay cinco trozos de hielo en vez de siete, como es la costumbre”.



© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 27 de diciembre de 2008

Lluvia (II)

Qué cosas tan bonitas se han dicho y se han escrito sobre la lluvia.
“La lluvia preotoñal era un traje para la desnudez de nuestro encuentro”, escribió Francisco Umbral.
Georges Simenon, creador del comisario Maigret –por favor, críticos, comentaristas, articulistas, no le degraden llamándole inspector-, Simenon empieza la tercera parte de su novela “Cécile ha muerto” con este párrafo: “A la mañana siguiente seguía lloviendo; una lluvia suave, triste y resignada como la viudedad. No se la veía caer, no se notaba, sin embargo lo cubría todo de una fría laca y pintaba sobre el Sena miles de pequeños círculos dotados de vida. Aunque eran las nueve de la mañana, parecía que uno fuera a tomar un tren de madrugada, porque el sol no se decidía a salir y las farolas de gas seguían encendidas”. Precioso, ¿no?
Y aquello de Neruda, todo lleno por dentro de sangre dulce:
“Tal vez herido voy sin ir sangriento/ por uno de los rayos de tu vida/y a media selva me detiene el agua:/ la lluvia que se cae con sus cielos”.
Uno lee algo similar tendido en una hamaca, semidesnudo, en un jardín, bajo un sol de justicia, y anhela que el cielo se nuble y empiecen a caer gruesas gotas de esa bendita lluvia de verano, tan refrescante, tan oportuna.
Es maravilloso oir cómo repiquetea la lluvia sobre el techo de un “bungalow”, frente al mar, mientra uno hace el amor con una mulata cuarterona que parece salida de un relato de Frank Yerby.
La lluvia cobra un cierto significado poético cuando uno está “blue” y la ve caer oblicuamente por el lado de dentro de un gran ventanal, en “la casa grande del recuerdo, que canta flamenco por las cañerías…”
Pero si uno tiene diez años y está yendo al colegio, en pleno invierno, por una calle sin marquesinas ni toldos, ni siquiera árboles, y llueve a manta, y uno tiene que seguir su camino, y se empapa de pies a cabeza, y el agua se le cuela en la mochila y le emborrona las páginas del cuaderno en las que ha escritó su mejor composición, desde que comenzó el curso, ¡qué despiadada y qué odiosa puede resultar la lluvia!
¿Y cuándo se termina de preparar el bolso de fin de semana para irse de excursión al campo un viernes de verano, soleado y espléndido, y se desencadena una tormenta y no deja de llover hasta el martes?
Es lunes, uno no tiene muchas ganas de levantarse poco después del amanecer e irse a trabajar. Pero no hay más remedio. Así que uno se arregla, se viste con un traje más o menos elegante, recién planchado, y se lanza a la calle.
Llueve. Sopla un viento casi huracanado que da vuelta a los paraguas. No hay un taxi libre en doscientos metros a la redonda. Uno se moja, claro, camino al subte –que no funciona porque está inundado-. Nota que el pantalón se convierte rápidamente en una masa informe y húmeda y el agua se le mete en los zapatos y le moja los pies, porque inevitablemente se pisa un charco, o varios. Pasan raudamente coches, camiones de reparto y autobuses que también entran en los charcos y levantan cortinas de agua fangosa que van a parar a la chorreante y lastimosa humanidad de uno. En esas circunstancias, ¡qué agradable la lluvia!, ¿no es verdad?
Así, en conciencia, no se puede aprovechar el plano real y metaforizar. Es imposible poetizar la realidad.
Hay que esperar, para que no llueva, a tener ochenta años. Me explico. Una vez, “el Madriles,” cochero de uno de los dos mateos que quedaban en Madrid, había ido a recoger al café Gijón a una señora estadounidense para llevarla a la verbena. Se nublaba el cielo azul cobalto de Madrid. Olía ya a tierra húmeda.
--Se va a mojar.
--A las ochenta años ya no llueve.



© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 24 de diciembre de 2008

¡Felicidades!

En memoria de José Luis Agromayor, motorizador y diseñador de este blog.
A mis familiares y amigos. A todos aquellos que ocasionalmente accedieron a estas páginas. En especial, a quienes enviaron mensajes, a cual más generoso, que me sirvieron de estímulo y acicate. A todos los lectores de tantos países:
Que los dioses de los caminos los protejan de emboscadas y acechanzas y la vida los mire a los ojos y les infunda valor, que los tiempos que corren son, cuando menos, raros, y hay que bancársela a pie firme.
Fuerza, pues; firmeza, temple. Y paz y justicia para todos. En la Navidad, en el nuevo año. Y siempre.



© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 22 de diciembre de 2008

En emergencia (y IV)

Sobre armas

Mucha gente piensa, y no sin razón, que lo mejor para defenderse son las armas. Pero, pequeño detalle, hay que saber manejarlas.
De las blancas mejor no hablemos. Su aprendizaje no es fácil. Téngase en cuenta que así como hay una esgrima de sable, espada y florete –nobles armas utilizadas en los duelos, preteridos hace muchos años- hay también una esgrima de puñal, y quien dice puñal dice cuchillo, estilete de resorte y navaja. Hay que hacer un curso, que no es precisamente corto ni fácil.
Vamos entonces a las armas de fuego. Comprémonos una pistola o un revólver, legalicemos su tenencia y o su portación y asunto terminado.
Pero el caso es que el asunto no termina con la adquisición de un arma de fuego de puño; por lo contrario, apenas empieza.
Primero hay que decidir entre pistola o revólver. Para personas que carecen de experiencia en el manejo de las armas de fuego, lo más conveniente, en mi modesta opinión, es el revólver porque su manejo es muy sencillo. En el centro hay un tambor giratorio con seis orificios _los de calibre 22 tienen ocho y hay algunos, como el venerable pero eficaz Webley inglés, de cañón basculante, que cargan cinco-. En cada oquedad se introduce una bala. Para accionar el arma sólo hay que apretar el gatillo.
Una vez servidas todas las cápsulas, se acciona una pequeña palanca que hay al costado izquierdo y el cilindro se desplaza en esa dirección; se impulsa el extractor automático de estrella y éste sacará los casquillos vacíos en pocos segundos.
Antes había que recargar el revólver metiendo una por una las seis balas en el tambor; ahora vienen unidas por una suerte de cinta metálica con un dispositivo que permite introducir los proyectiles a la vez, en una maniobra similar a la que se hace para meter un cargador nuevo en la pistola semiautomática.
Aunque a las pistolas se las llama automáticas en algunas películas y en las viejas novelas policíacas, la verdad es que no lo son. Un arma de fuego automática –la ametralladora, por ejemplo- lanza sus proyectiles uno tras a otro, a una velocidad endemoniada, mientras se mantenga apretado el gatillo. Para que una pistola dispare hay que jalar el gatillo cada vez que uno quiera que salga el tiro.
Las pistolas, además, son más complicadas. Casi todas tienen un triple mecanismo de seguridad, hay que mover una parte del cañón –la corredera- para introducir la primera bala en la recámara. El cañón se desplaza y vuelve a su lugar cada vez que se dispara, expulsando el cartucho vacío e instalando otro.
Si la munición no es buena, o es vieja, la pistola puede trabarse, aunque ahora no se traban tanto. Un amigo mío decía: “Las únicas pistolas que no se encasquillan son las del cine”. Tenía razón.
Las pistolas –las de calibre 9 milímetros- cargan 14 ó 15 balas, así que son pesadas. Tienen más retroceso que los revólveres, por lo general.
Para que el peso de una pistola de grueso calibre cargada no nos haga bajar la mano y no se nos escape de ella al primer tiro, por el retroceso, hay que empuñarla con mucha firmeza; hay que tener pulso, o sea, fuerza en la muñeca.
Conviene, entonces, hacer ejercicio frecuente con una vieja plancha de hierro o una mancuerna de tres kilos durante varios minutos, a fin de tomar fuerza. También es necesario aprender a armar y desarmar la pistola –no con los ojos vendados ni en un tiempo récord-, y mantenerla siempre limpia y engrasada. Hasta que no se tiene práctica, no es fácil meter las balas en el cargador.
Por todo eso, para una persona común es preferible el revólver, que no tiene tanta complicación: uno del 38 largo, de pequeño tamaño y chato –como el Colt Cobra de hace algunos años, el que tiene la baqueta debajo del cañón-. Pesa poco, es muy manejable, fácil de llevar e ideal para espacios reducidos. Su alcance efectivo, eso sí, no pasa de los 50 metros.
Se dice que un arma de fuego es de calibre 38 largo, por ejemplo, no porque el cañón lo sea. Se toma como medida la longitud de la bala. Un 38 corto tiene la bala más corta.
Una buena arma de defensa es el pistolón de dos cañones, de grueso calibre y cartuchos de perdigones, como los de las escopetas de caza. Al dispararse produce un estruendo infernal, por de más intimidatorio.
Cuanto mayor sea el calibre, más fuerte será el impacto. Una bala del 45 derriba, una del 22 no detiene.
Una vez que uno está en posesión de un arma de fuego, sea la que sea, es necesario familiarizarse con ella y practicar con frecuencia el tiro al blanco en un polígono de tiro. Excusado es decir que la pistola o el revólver deben estar en la casa en un lugar fuera del alcance de los niños.
Y no olvidarse nunca de que es cierto que a las armas las carga el diablo.

© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:

“En emergencia” (III): Cómo convertir objetos en armas
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/12/en-emergencia-iii.html)

jueves, 18 de diciembre de 2008

En emergencia (III)

Cómo convertir objetos en armas

Los objetos más domésticos y en apariencia más inofensivos pueden convertirse en armas letales, o casi, como un bolígrafo tipo BIC utilizado como un puñal y dirigido al cuerpo en horizontal, tendiéndose a fondo.
Hablando de puñales, ni éstos ni arma blanca alguna se usan blandiéndolos de arriba hacia abajo, como se ve en el teatro, entre otras cosas porque si nuestro blanco se desvía podemos herirnos a nosotros mismos.
Un libro –cuanto más pesado mejor- agarrado firmemente por el ángulo superior derecho y lanzado contra el puente de la nariz, de forma tal que el lomo golpée en ese lugar, es un arma ofensiva importante. También se puede asir con ambas manos –siempre del lado de las hojas- y embestir con él contra la nariz del agresor.
Quien dice un libro dice una revista que sea lo suficientemente gruesa, o un periódico enrollado dirigido a los ojos.
Un mondadientes introducido en el oído, hundiéndolo lo más que se pueda, produce daños desastrosos. Y ya que hablamos de palillos de dientes, no olvidemos que la mesa del café o del restaurante nos ofrece infinidad de posibilidades ofensivas, desde la taza de café caliente al rostro hasta una cucharada, o el contenido de un sobrecito de azúcar a los ojos, por no hablar de tenedores, cuchillos, saleros, tazas, vasos, botellas, etc.
Las patillas de las gafas contra los ojos, una manzana aplastada con fuerza contra la nariz o uno de los ojos también pueden hacer lo suyo.
En cuanto a las llaves, los mejor es agarrar una de ellas y desparrramar las otras con fuerza sobre la cara del enemigo. También se puede usar una, pero en una urgencia no es nada fácil hacer un con una llave un blanco que resulte satisfactorio.
Para que las manoplas de hierro, bronce u otro metal sean útiles hay que saber dar golpes de puño o tener nociones de boxeo.
Volvemos a lo que dijimos en una nota anterior. En un entrevero es necesario tener serenidad, conservar la mayor sangre fría que se pueda. Dominar al adversario, dándole siempre el frente, irguiéndonos sobre la punta de los pies, de modo tal que aumente nuestra estatura, que él se sienta más bajo o de cierta manera dominado.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“En emergencia” (II): Lo que hay que hacer
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/12/en-emergencia-ii.html)


domingo, 14 de diciembre de 2008

En emergencia (II)

Lo que hay que hacer

Lo ideal sería que no hubiera que hacer nada porque no pasara nada. Pero desgraciadamente pasa de todo, y de todo lo malo; así que hay que estar siempre alerta y en condiciones de defenderse de quien pretenda atacarle a uno.
Si tuviera que neutralizarse una agresión en la calle lo ideal sería mantener la serenidad, ya que el pánico paraliza y bloquea y la bronca nubla la razón y la vista. ¿Qué hacer, entonces?
Como para obtener el cinturón negro de cualquier arte marcial uno tiene que pasarse en el “dojo” (1) cuatro o cinco años practicando tres o cuatro veces por semana, y luego seguir entrenándose y, además, el aprendizaje es caro, yo creo que lo más práctico y menos costoso, en todo los sentidos, es que tratemos de manejarnos en situaciones de peligro con recursos un poco de andar por casa, valga la expresión, pero que nos puedan servir para salir airosos en una pelea callejera.
Un ejercicio interesante, ya que hablamos de andar por casa, es entrenarse en ratos libres con la pareja de uno, con su hermano o un amigo: abrazarse fuerte, tratar de zafar, rodar por el suelo, sujetarse, trabarse, destrabarse, precipitarse el uno contra el otro, boxear como Dios le dé a uno a entender, acostumbrarse al cuerpo a cuerpo, a salir de agarres y trabas, inventar golpes… Y procurar mantenerse en la mejor forma física posible, del modo que más fácil le resulte a uno.
Así uno se acostumbrará al contacto físico con otro cuerpo, en situación de lucha, y si la cosa va de veras podrá ofrecer resistencia, sacudirse, tratar de escapar, forcejear y, una de las cosas más positivas, dar a entender que uno no está dispuesto a someterse sin resistencia. Si la lucha dura dos minutos, el atacante emprende la fuga.Todo esto en el caso de que nuestro oponente no exhiba arma alguna, de la clase que sea, no nos cansaremos de repetirlo.
Como no hay mejor defensa que un buen ataque, juguémonos el todo por el todo. Conviene recordar que la cara es el lugar más vulnerable y, en la cara, los ojos y la nariz; la frente, no: el frontal es uno de los huesos más duros del cuerpo, si no el que más, y un golpe en él puede doler, pero no aturde.
Es mucho mejor impactar en la nariz con el puño, el filo de la mano o la cabeza –el típico cabezazo tucumano-; o estrellar la mano con los dedos “en desparramo”, en un gesto similar al que hacemos para indicar que hay prisa y hay que irse. Así podemos impactar en la nariz y en un ojo, o los dos.
Los golpes en la nariz atontan y provocan epíxtasis, o efusión de sangre, y ya sabemos lo que impresiona la sangre cuando fluye, y más cuando es nuestra.
En cuanto a los ojos lo mejor es apretarlos con las yemas de los pulgares o con los dedos índice y anular, en el clásico piquete. Desplegar en este caso toda la fuerza que podamos, que no vamos a dejar ciego a nuestro agresor.
Si el asaltante viene de frente, en cuanto nos demos cuenta de sus (malas) intenciones hay que tratar de frenarlo extendiendo los brazos y girándolos como aspas de molino, mientras uno se desplaza de uno a otro costado y grita con toda la fuerza de sus pulmones.
Si tratan de pegarnos en arco con el golpe que en boxeo se llama “cross” o gancho, es decir, girando el brazo en semicírculo, levantemos nuestros brazos con los puños cerrados a la altura de las sienes, contrayendo los músculos. (Esto se lo recomiendo también a los hombres golpeados por sus mujeres, que son muchos –en España hay ya 50.000- y todo se les va en acudir a foros y hacer declaraciones en los medios. Si uno se cubre adecuadamente el rostro con los brazos los golpes no llegan a su destino.)
Las mujeres deberían llevar el pelo corto, o recogido de manera tal que no pudieran agarrarlas tirándoles de los cabellos hacia atrás. Si el ataque viniera por la espalda, precisamente, y la trabaran con los brazos pegados al cuerpo, la víctima debería agacharse todo lo rápidamente que pudiera, en un movimiento seco, hasta casi llegar con la cabeza a los pies.También podría echar atrás la cabeza y golpear con la nuca la nariz del atacante, o clavarle con toda su fuerza los tacones de los zapatos –si es que lleva tacones- en los pies.
Para pegar en la nuez de Adan hay que hacerlo con mucha fuerza y mucha precisión, cosa que no siempre es factible, pero bueno es que se sepa que ese es un golpe muy efectivo.
Asir las orejas y tirar con fuerza hacia abajo hasta desgarrarlas. No es probable que nos quedemos con una o las dos orejas del agresor en las manos, pero sí así fuera y esto le ocurriera a una mujer más vale maleante desorejado que mujer violada, o muerta.
Contra el agarre del cuello no hay nada mejor que tomar los dedos pulgares de nuestro agresor y tirar hacia fuera con violencia, los dedos pulgares o los que sean, pero tirar hasta que se descoyunten o se rompan. Si nos toman de la muñeca, hagamos un giro violento hacia fuera y nos libraremos del agarre.
Volviendo a las artes marciales, la que hoy en día resulta más práctica y más fácil de aprender es el Krav Maga, lucha de contacto usada por la milicia israelí (ver nota relacionada).
En el próximo capítulo explicaremos cómo convertir en armas objetos domésticos como llaves, lápices, libros, cucharitas de café…¡y hasta manzanas!

(1) Gimnasio
© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 13 de diciembre de 2008

En emergencia (I)

Lo que no hay que hacer

Nunca, jamás, de ninguna manera hay que enfrentar a alguien que empuñe un arma. Sólo un comando o un ninja pueden neutralizar la peligrosidad de una pistola o de una navaja y reducir a quien la esgrima.
No hay que dar patadas. Por lo general no saben darse, o no se dan bien. Que las llamadas “patadas voladoras” que vemos en el cine, “may geri” (patada de frente), “maguasi geri” (patada circular), “may ashi geri” (patada con pie adelante), “kecomi” (con el talón), y “keage” (con el empeine) queden para los “senseis” o maestros de “karate do”, “karate shoto kan”, otras artes marciales y, sobre todo, el “tae kwon do”. Este último es el que mejor enseña a usar las piernas para atacar desde todos los ángulos y distancias.
Lo ideal es patear en los genitales o en cualquiera de las dos rodillas, pero cuando no se tiene práctica, ni habilidad ni fuerza suficiente, no es conveniente hacerlo porque el golpe con cualquier parte del pie no llegará a destino, o no producirá ningún efecto; nos quedaremos apoyados en una sola pierna, en difícil equilibrio, y si nuestro atacante es rápido nos la tomará, nos la retorcerá y nos mandará al suelo, donde quedaremos casi indefensos.
Nada de golpes al cuerpo. Se necesita mucha fuerza y mucha precisión para llegar con efectividad a alguno de los puntos vitales que hay entre la cintura y la barbilla -entre ellos el corazón, el plexo solar o la boca del estómago, bajo el esternón o hueso del pecho y el hígado-.
Además, la grasa que suele recubrir el cuerpo y la ropa, sobre todo si es de invierno y, por consiguiente, gruesa, amortiguarían el golpe. Nuestro rival tendría que ser tan flaco que se le notaran todas las costillas y estuviera desnudo de medio cuerpo para arriba, o llevara una prenda de tela muy liviana. De cualquier manera, una mujer promedio no tiene la fuerza suficiente como para romper una costilla de un puñetazo.
No pedir socorro a gritos. Nadie nos lo prestará. Gritar con determinación, con furia, no con miedo. Y decir: ¡fuego!
Si uno lleva un paraguas enrollado, no tratar de atacar revoleándolo. Ese golpe es muy fácil de parar. Lo mejor es usarlo como una espada, en horizontal, tirándose a fondo.
El gas de mostaza, o de pimienta, no siempre es efectivo. Hay que calcular bien la distancia –un metro y medio- para que no nos afecte a nosotros también, si estamos demasiado cerca. Además, nos pueden arrebatar el pomo y usar su contenido contra nosotros.
En lo que se refiere a la actitud, no mostrar, dentro de lo posible, pánico ni sumisión, ni pedir tregua ni piedad. Mirar fijamente a los ojos del asaltante y hacerle entender que uno está dispuesto a luchar con toda la determinación y el vigor de que sea capaz.
En estas circunstancias el que da el primer paso lleva siempre ventaja. Los primeros segundos son vitales. Remontar la situación es difícil.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“En emergencia”: Introducción
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/12/en-emergencia_13.html)

En emergencia


Introducción

Las sugerencias que aparecerán en estas páginas y en otras posteriores, referentes a la defensa personal, tienen un origen totalmente empírico.
Proceden de la práctica del boxeo “amateur”, artes marciales y otros métodos de defensa y ataque más heterodoxos en gimnasios, cafetines de puerto, tabernas de arrabal, descampados “extra muros” de la ciudad, plazas solitarias en la noche, favelas y un largo etcétera.
Esos conocimientos me vinieron muy bien en las muchas peleas que tuve en mi vida, bien en contra de mi voluntad, por cierto. No estoy orgulloso, ni presumo de ellas. Preferiría que no hubieran ocurrido. Eso sí, yo no provoqué ninguna, que recuerde; tampoco me fue posible rehuirlas.
Como tal vez le haya pasado a alguna de las personas que lean estas líneas, yo tuve desde muy pequeño una gran propensión a recibir hostias. Bofetada que se perdía, yo me la encontraba.
Todos me pegaban, como al pobre Vallejo (1), que dice en su poema “Piedra negra sobre una piedra blanca”, refiriéndose a él mismo: “…le pegaban todos, sin que él les hiciera nada; le daban duro con un palo y duro…”.
Me pasaba, también, lo que a Quevedo (2), que decía que se parecía como una gota de agua a otra a todos aquellos a quienes se esperaba de noche tras las esquinas para molerlos a palos.
Me las tuve que rebuscar. Y lo hice a conciencia. De ahí que mis recomendaciones para salir más o menos airoso de situaciones peligrosas tengan, en mi modesta opinión, entidad y fundamento, por lo menos en cierta medida.
Espero que les sean útiles a todos, hombres, mujeres –con harta frecuencia asaltadas por violadores- y niños en el caso de que se les presente una emergencia.

(1) César Vallejo, notable poeta peruano, considerado como uno de los grandes innovadores de la poesía del siglo XX.
(2) Francisco de Quevedo y Villegas, una de las luminarias del Siglo de Oro español. Gran poeta satírico.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 7 de diciembre de 2008

Modos y modas del hombre posmoderno

Una gran cantidad de hombres heterosexuales –al menos en la superficie- se aproxima obsesivamente a la mujer para extraer de ella sus modos, modas, usos y costumbres y adoptarlos. Esta manía raya con lo adictivo y tiene una connotación fetichista, a juicio de muchos observadores.
Los analistas del posmodernismo y el hombre posmoderno, o “macho posmo”, como se le llama en lenguaje familiar, expresan su perplejidad ante esta actitud masculina que ya está marcando tendencia.
El hombre posmoderno, o una buena cantidad de ellos se empeñan en dar a entender que en el hombre hay también algo de mujer y es necesario mostrarlo a toda costa.
Se trata de ser y sentir como mujer. De ahí el hábito, porque ya es un hábito, de usar prendas íntimas femeninas, cuando no de vestirse completamente de mujer, aunque más no sea que un rato, en una fiesta, o en lugares íntimos destinados a ese transformismo temporal que están proliferando por toda la ciudad de Buenos Aires.
Son hombre comunes, de aspecto viril, vestidos –por fuera, al menos- de modo masculino. Los vemos en la oficina, en la redacción, en los transportes públicos, en los restaurantes, en la calle. Tienen pinta de varones. Algunos son muy jóvenes, otros no. A primera vista no parecen gays ni hombres que tengan relaciones frecuentes con travestis, como otros muchos, casados o solteros.
Abunda este tipo de hombre hoy en día. Un hombre que, evidentemente, quisiera ser mujer o sentirse como tal; un hombre que no prescinde de la mujer, que tiene aventuras, que se casa, que tiene hijos pero que no sabe cuál es su verdadera preferencia sexual.
No se anima a encuadrarse en la cultura gay, tan difundida y admirada. Tal vez él quisiera ser gay, gay pasivo, y no se atreve.
Estos especímenes son muy difíciles de entender por los hombres convencionales, los de antes, los de toda la vida; no sabemos cómo clasificarlos, cómo denominarlos, en qué grupo o estamento incluirlos.
Quizás ellos mismos se definan algún día, pero ¿cómo qué? Tenemos ya tantos sexos…
El fenómeno no es sólo argentino; es universal y va de norte a sur y de este a oeste del actual mundo globalizado.


© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“En Japón hay un boom de corpiños para hombres”

(http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=16658)
“El macho posmo con faldas y a lo loco”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/09/el-macho-posmo-con-faldas-y-lo-loco.html)

sábado, 6 de diciembre de 2008

El macho posmo se casa


El “goming”

A veces, el macho posmo se casa. Y con tal de ser original, en lugar de celebrar su boda en un salón de un gran hotel, o en otro sitio por el estilo, se tira con su flamante esposa desde una plataforma elevada a 40 metros de altura, sujetos ambos por una cuerda elástica que permite caer acelerando y más despacio después, con rebotes, y llegar hasta rozar la cabeza con el suelo.
A este salto se le llama “goming” y está poniéndose rápidamente de moda en todo el mundo. Se parece al “puenting”, pero es un poco menos peligroso porque la soga es más fuerte, dicen los que saben.
Quienes estudian al macho posmo recuerdan que si practica algún deporte no es, ciertamente, ninguno de los que practicaba el padre, como el boxeo, el fútbol, el tenis, la natación, el “camping”, la pesca y, en cuanto a aficiones o juegos, los naipes, el ajedrez, el dominó y los dados de póker -en la barra del bar con los amigos-, por no citar sino los principales.
Ahora se llevan el diseño –de lo que sea-, juntar placas de policarbonato; se tiran las runas, se juega al “sudoku”, se baila en rondas célticas o incáicas y capoeira, se estudian el horóscopo maya y el “feng shui” , se va uno en bicicleta a Tepito Cura o a Machu Puchu, a las islas Chafarinas o al Cañón del Zopilote; ni que hablar de todo lo que da la computación y los cada vez más sofisticados teléfonos celulares.
El macho posmo ha sido criado de otra manera. Nos los dijo el otro día una señora que llamó por teléfono a la radio: “Yo he formado muy bien a mis hijos; todos saben coser a mano y a máquina, lavar, planchar, cocinar…”.
Antes los padres enseñaban a sus hijos a boxear, a jugar al fútbol o al tenis, a nadar y en España nos llevaban a las corridas de toros. Una de sus intenciones era que el chico se criara sano y fuerte y que estuviera en condiciones de defenderse en las peleas del colegio o de la calle.
Ahora a los niños los educan, como Dios les da a entender, las madres que –casi todas- están divorciadas. Los padres los ven los fines de semana o muy de cuando en cuando, y tratan de darles todos los gustos. Mientras estén protegidos, bien alimentados, vayan al colegio y se porten bien…
Esta es, a juicio de los especialistas en ciencias del comportamiento humano, una de las causas por las que algunos muchachos son como son: indiferentes, blandos, dependientes de sus madres –la figura del padre está muy diluída, actualmente-, inseguros, inconsistentes, aferrados a modas…”bizarras”, carentes de ideario y compromiso…
No todos son así, por fortuna. Muchos son responsables, bien educados, estudian o trabajan, o hacen las dos cosas, y se casan –sin tirarse desde ningún sitio cabeza abajo para celebrarlo-, y forman una familia, y son felices, y hacen felices a cuantos los rodean.
Subrayo esto para que nadie crea que generalizo. Hay, naturalmente, excepciones.
De los adolescentes que beben, se drogan, roban, asaltan, violan, secuestran y matan –que también son muchos- no vamos a hablar. Ahí están, enloquecidos, dañinos, nefastos, terroríficos, lamentables protagonistas de una actualidad trágica a más no poder.
El macho posmo es buenito.


© José Luis Alvarez Fermosel

El sexo en la lengua

Al pobre sexo se lo trae y se lo lleva de aquí para allá. Se habla de él en todas partes y a todas horas. Se escriben libros. Expertos y científicos salen por la televisión y explican y recomiendan, muy serios.
Proliferan las sevistas “sexies”. Cada día hay más travestis. Los homosexuales salen precipitadamente de los armarios. Son muchos. Hay ya una cultura gay, un modo, una moda, un “marketing” gay.
En conversaciones, en reuniones de ateneos, de universidad, de café, en todas partes se habla de sexo.
Lo que no se hace es practicarlo, o por lo menos tanto como se habla y se escribe de él. Parece que también se practica mal y de prisa y corriendo.
En España, en una época, se decía que se hacía poco el amor. César González-Ruano -¿quién, si no él?- dijo un día con su voz campanuda: “No es que se haga poco, es que siempre lo hacemos los mismos”.
Ahora, unos escritores y académicos se reúnen y hablan de sexo y lengua en Guadalajara. (“Guadalajara en un llano, México en una laguna…”, dice una vieja canción mexicana.)
Pues está muy bien, oiga usted.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

¿Por qué un español coge el avión cuando un mexicano nunca lo haría?
(
http://www.elpais.com/articulo/cultura/espanol/coge/avion/mexicano/haria/elpepucul/20081205elpepucul_1/Tes)

Patatas (papas)

Un nutrido grupo de cocineros latinoamericanos elaboró recientemente en Chile un recetario internacional con 65 maneras de cocinar con patatas. Aseguran que la patata es el cuarto producto más cultivado del mundo y que, últimamente, en los países andinos se sustituyó por el trigo y los granos; unos y otros se exportan y, entre paréntesis, su precio ha subido.
El gran investigador francés Antoine Parmentier introdujo la patata en Europa, donde su cultivo tuvo gran auge. Parmentier fue salvado por el pueblo cuando iba a ser guillotinado junto con Antoine Lavoisier durante la Revolución Francesa. Ambos era fieles a la Corte de Luis XVI y María Antonieta. Parmentier fue nombrado luego ministro de alimentación por el gobierno revolucionario.
La patata, procedente de América, fue providencial para el Viejo Mundo, al que salvó de hambrunas tremendas. Uno de los casos más notorios es el de Irlanda. La patata figura todavía como ingrediente del plato nacional irlandés, el “Irish stew”, o estofado irlandés. El tristemente célebre pirata inglés Francis Drake llevó la patata a Inglaterra.
Socorrido y sabroso alimento, forma parte de muchas gastronomías, entre ellas la española. Con las patatas pueden prepararse toda clase de platos. Damos a continuación la receta de uno de ellos, debido a la creatividad de Maite.

Patatas con pimientos
(4 porciones)

Ingredientes:

1 1/2 kilos de patatas cortadas en cubos de 2 ó 3 centímetros.
1 cebolla grande cortada en plumas.
4 ó 5 dientes de ajo aplastados (con o sin piel)
1 ó 2 pimientos verdes cortado en tiras.
1 ó 2 pimientos rojos cortado en tiras.
1 cucharada de perejil picado.
Caldo o vino blanco seco (poco y opcional)
Romero (apenas y opcional. Si se usa el fresco, picarlo.)
Pimentón dulce
Sal
Aceite

Preparación:

Poner en una fuente las patatas y espolvorearlas con el romero. Bañarlas con un poco de aceite y cocinarlas en horno precalentedo a fuego medio/alto hasta que estén doradas. Retirar, salar y reservarlas sobre papel absorbente.
En la misma asadera distribuir todas las verduras y bañar con un poco de aceite si están muy secas. Hornear a fuego alto unos 15 minutos. Luego salar y agregarles las patatas reservadas y un chorrito de vino blanco. Mezclar -muy poco- para integrar todos los ingredientes, rectificar de sal si es necesario y terminar de hornear a fuego alto unos minutos más. Lo ideal es que las verduras queden “al dente”.
Al servir, espolvorear por encima con pimentón.

Plato comodín, porque puede servirse como guarnición –ideal para acompañar carnes-, entrada o plato principal.

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Cuando los sapos vienen marchando (*)

Los periodistas nos pasamos la vida corriendo como galgos detrás de las noticias. Algunas veces las cazamos. Otras, como les pasa a los galgos con las liebres, se nos escapan. En no pocas ocasiones los lectores de los diarios y las revistas o los oyentes de los medios electrónicos nos las sirven en bandeja.
Vengo escribiendo de sapos últimamente porque varios gentiles lectores y oyentes me han hecho llegar noticias deliciosas relacionadas con esos inofensivos animalitos, que tuvieron siempre tan mala prensa (ver notas relacionadas).
Me llega ahora una historia que es la cereza en el pastel, como suele decirse. Gabriela Balossino, una señora o señorita de 43 años nacida en el Allen, en el Valle del Río Negro y residente desde hace 25 años en Neuquén, me cuenta que vive en una casa de su propiedad con cuatro perras que recogió en la calle, varios pájaros y…¡40 sapos!.
Ya es curioso que tantos sapos vivan en amor y compañía en el jardín de Gabriela –que evidentemente tiene muy buena mano para tratar con toda clase de animales-, pero lo más raro es que todos coman el alimento balanceado de las perras.
Gabriela dice que hace unos siete años se le ocurrió que para que las perras y los sapos vivieran juntos en paz y armonía comieran el mismo alimento. A los sapos les gustó y desde entonces no comen otra cosa.
Noche tras noche se congregan bajo las ventanas de Gabriela, apenas escuchan el ruido de las galletitas cayendo de una bolsa a un recipiente. Esto ocurre todo el año porque los sapos ya no hibernan como el resto de sus congéneres. Viven en una casita que les ha fabricado Gabriela.
Algunos dicen que los sapos, agradecidos, cantan todas las noches aquella canción de Gardel, “El sapo y la comadreja”. Pero yo creo que eso es un invento.
Gabriela me ha mandado un montón de fotos de sus sapos. He escogido una –todas son preciosas-, que es la que ilustra estas líneas.
Gracias, Gabriela. Y cariños a tus perras, tus pájaros y tus sapos.

(*) Del título de la canción inmortalizada por el trompetista de “jazz” Louis Armstrong: “When the saints go marching in”. (“Cuando los santos vienen marchando”)


© José Luis Alvarez Fermosel

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