domingo, 28 de diciembre de 2008

Café con anécdotas

El Gijón, situado en el céntrico Paseo de Recoletos de Madrid, es ahora un café para turistas, gente de paso y algunos supervivientes de sus tiempos de gloria, que fueron testigos de tertulias inolvidables de escritores, pintores y otros artistas –sobre todo de cine y teatro-.
Alguna gente del bronce salpimentaba el ambiente, como el cochero de punto “el Madriles”, que cuando llevaba al dramaturgo Buero Vallejo al Gijón se tomaba una copa de cazalla y compartía con el caballo del coche una lata de jamón de York.
Por el Gijón desfilaron varias generaciones de luminarias de las letras, las artes, el periodismo y la gallofa. Citemos, con voluntad de homenaje, algunos nombres:Gerardo Diego, José García Nieto, Eladio Cabañero, Francisco de Cossío, Ignacio Aldecoa, Camilo José Cela, Alvarez Ortega, el inefable César Gozález-Ruano –tan citado por mí en las páginas de este blog-, que escribía a mano en una de las mesas sus terceras páginas del diario ABC, y luego se pasó al Teide, vecino del Gijón.
Los más inquietos eran “los plásticos”, casi todos pintores: Navarro, Díaz, José Luis Verdes, Maruja Mouzas, Redondela, Cristino Mayo, Julio Cebrián –que me hizo Lord en una caricatura que conservo, enmarcada, en mi estudio-, Tino Grandío…
Por el café Gijón desfilaron, además de los actores y actrices vernáculos, con Fernando Fernán Gómez y Paco Rabal a la cabeza, Orson Welles, Ava Gardner, George Sanders, Joseph Cotten…
Algunos de los escritores entonces jóvenes, como Paco Umbral o Marino Gómez Santos escribieron libros sobre el cálido, efervescente y caleidoscópico reducto, al que uno iba con frecuencia con sus homólogos Raúl del Pozo, Miguel de la Quadra Salcedo, Fernando Montejano, Jesús Hermida, Juan Amigo –que hacía honor a su apellido-, el disparatado actor Fabián Conde, Joaquín Bravo –el más joven de todos, que apenas pasaba de los veinte años-.
Alfonso Paso pedía en la barra langostinos y Coca-Cola y Tino Grandío degustaba percebes.
Otro Alfonso inolvidable:el cerillero, que vendía tabaco y lotería. Presumía de anarquista y de que en su vida había leído un libro, pero era un hombre instruído, con mucha gramática parda. Fungía de factótum, confidente, secretario, prestamista y amigo de toda la clientela. Vendía El libro del Café Gijón, una estupenda compilación de José Esteban, Julián Marcos y Mariano Tudela. Alfonso murió hace poco. Una placa de bronce en su rincón perpetúa justificadamente su memoria.
También iban al Gijón políticos, científicos, diplomáticos, toreros, “businessmen”, mercaderes y sochantres.
El poeta maldito Carlos Oroza, que nunca tenía un céntimo, fue durante un tiempo el alma del café, donde sus improvisaciones lúdico-líricas divertían a ciertos contertulios. Recibió algún soplamocos –no fue el único-. Un día desapareció sin dejar rastro. Algunos dicen que murió y que su espíritu, junto con los de Madame Pimentón y Sandra, aletean por el salón a la hora de la noche en que todos los gatos son pardos.
Un día vino al Gijón un señor que tenía fama de “jettatore”. Alguien, que lo reconoció, se atrevió a pronunciar su nombre. Instantáneamente reventó con gran estruendo una cañería de gas que pasaba por la pared a la que estaba adosada su mesa.
Solía caer por el café un anciano muy simpático que echaba un vistazo y se iba sin pedir nada. Un día le confesó a un cronista de El País que hacía cuarenta años se había citado allí con un amigo y desde entonces entraba para ver si le encontraba.
Otro señor muy peripuesto llegaba todas las mañanas en un coche imponente con chofer de librea. Pasaba directamente al baño y al salir saludaba a todos los camareros, llamando a cada uno por su nombre. Uno de ellos se interesó un día por su proceder. El caballero le espetó sonriente: “Es que si yo no orino en el Gijón, oiga usted, es que no orino”.
Todo era posible en el Gijón, desde organizar una cena “underground” con un maniquí como invitado de honor hasta pagar un duro (cinco pesetas) por un café –recuerda El País-.
Uno de los mozos más antiguos se queja porque “las cosas ya no son lo que eran; cada vez viene menos gente seria y caballeresca, aunque todavía algún viejo cliente protesta porque en la jarra de agua hay cinco trozos de hielo en vez de siete, como es la costumbre”.



© José Luis Alvarez Fermosel

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Caballero Español: me encantó
la nota y sus recuerdos. Excelente.
Lo leo siempre y usted me parece un verdadero genio. ¡La memoria, la manera de escribir y de expresarse por radio son maravillosos! Muchas gracias por darnos tantas buenas cosas. Le deseo lo mejor para el año próximo y aquí estaré: siempre firme. Gabriel (de pcia. San Juan)

Susan.B dijo...

Hola José Luis, hermosa pincelada de nostalgia con color de otoño y aroma de café.Felicidades ..y nos estamos viendo en un glorioso y exitoso 2009.Besos a Maité tu querida esposa.
Susan4

Anónimo dijo...

Gabriel: estoy apabullado por la cantidad y calidad de tus elogios, que agradezco muy sinceramente. Muchas gracias también por ser oyente fiel. Y muy feliz año. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Susan.B: Gracias y muchas felicidades.

Anónimo dijo...

Estimadísimo: ¡Cuántos buenos recuerdos guarda de un lugar tan entrañable como el Gijón! ¡Qué buen lugar y qué historias que detalla! Ni qué decir tiene que ud. tiene una memoria sensacional y, por sobre todo, se nota que ha vivido y, afortunadamente, sigue viviendo pero me refiero a que ¡vive la vida y la disfruta y la comparte con sus lectores que, al menos a mí, me emociona con todo lo que escribe de sus vivencias! Lo felicito y, como todo goloso, quiero más. Con todo afecto. Alfonso (de Villa del Parque)

Anónimo dijo...

Alfonso: muchísimas gracias por tu generoso, encantador y estimulante comentario. Basta para que tú lo digas para que me ponga a escribir como un poseso. ¡Bueno sería que nos encontráramos un día en el Café Gijón! Fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Querido calballero español:
Oroza está vivo, aunque es seguro que su espíritu sigue en el Gijón. Va y viene. Pasea por Vigo y, algunas veces, deja ver al rapsoda que sacábamos a hombros de los recitales en Compostela.

Anónimo dijo...

Anónimo: ¡Qué bueno que Oroza viva! Gracias por escribir. Saludos.