domingo, 28 de septiembre de 2008

¡No me pegues, Nati, no me pegues...!

Ya nos pegan nuestras mujeres, vamos progresando. En Argentina menos que en otras partes. ¡Qué suerte para los hombres casados que vivimos aquí!
En mi lejana patria, España, están registrados oficialmente 41.000 hombres a quienes sus mujeres dan de hostias libre, liberal, contundente y frecuentemente.
En Amsterdam (Holanda), un nuevo centro de atención para personas maltratadas planea albergar hombres apaleados por sus esposas, que son muchos.
Hombres golpeados, jaqueados, humillados, rebajados, convertidos moralmente en guiñapos –cabe suponer- caminan a diario por la ciudad, usan los transportes públicos, conducen sus coches, van a trabajar, piropean a las mujeres por la calle, toman café con sus amigos, hacen asados los domingos, ven el fútbol por la televisión, en una palabra, están entre nosotros y hacen una vida aparentemente normal.
Es de suponer que la procesión va por dentro, como suele decirse, y que esos pobres hombres llevan su drama hogareño dentro de sí con dignidad. Uno supone que cuando se los ve con un ojo en compota o un labio partido dicen que se han peleado en la calle, o en un bar, con alguien que le falto el respeto a esposa. ¡Claro, no van a decir que fue ella quien los molió a palos!
Me dirán –y tendrán razón quienes me lo digan- que hay muchas más mujeres golpeadas por sus maridos que hombres golpeados por sus mujeres. Parece que sí, según las estadísticas. Ahora bien, lo ideal sería que nadie pegara a nadie, y menos los maridos a sus esposas y éstas a sus maridos.
Pero vivimos, es decir, nos debatimos en una sociedad enferma
en la que lo más extraño, lo más incoherente, lo más inconcebible, lo más aberrante es cosa de todos los días.
Antes, siempre, hubo violencia en los hogares y los maridos y las mujeres se pegaban, pero no tanto y tan ferozmente como ahora; no hasta extremos tan alarmantes que determinaran que se abrieran refugios para las víctimas de esas agresiones.
Otra cosa que no entiendo es cómo un hombre puede dejarse pegar
-en el sentido más literal- por una mujer, la propia u otra. Bastaría, se me ocurre a mí, con levantar los brazos como quien se pone en guardia, o sujetar la mano de la mujer que va a golpear.
No hay que ser ningún coloso ni tener el cinturón negro de un arte marcial para esquivar el bofetón de una mujer. ¡Hombre, cualquiera puede comerse un tortazo, pero dejarse apalear un día tras otro sin hacer nada me parece cosa de idiotas, masoquistas o de hombres sin una pizca de carácter ni de fuerza física!
El caso es que ya nos dejamos sopapear regularmente por nuestras queridas medias naranjas y, lo que es peor, alguno de nosotros tiene que ir a parar a un refugio para maridos golpeados.
¡Qué machos somos los hombres del posmodernismo!



© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“Cuando las que pegan son las mujeres”
(
http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=12586)
“Cada vez son más los hombres maltratados”
(
http://www.perfil.com/contenidos/2008/06/12/noticia_0008.html)

sábado, 27 de septiembre de 2008

Tapas y chatos

Fracasaron todos los intentos de imponer en Buenos Aires la moda gastronómica de los chatos y las tapas. Varios restaurantes y bares con pretensiones de españoles –que en realidad son “pastiches”- y algunos que sin ser españoles tienen dignidad y vergüenza torera trataron de imponer un sucedáneo, pero no les acompañó el éxito.
El objetivo parecía sim­ple: que los porteños se arrimaran al mostra­dor del bar y pidieran un chato, o sea, un vaso corto, grueso y chato de vino -por lo general, tinto- y una o varias tapas, cuando al porteño lo que le gusta es sentarse a la mesa y pedir un vermú, o una cerveza con unas aceitunas, un puñadito de maníes, una porción de salame cortado en cuadraditos y otra de queso. Si quiere vino pide que le manden a la mesa una botella chica, casi siempre de vino blanco.
Ahora bien, ¿qué son las ta­pas? Pues eso, unos boquerones macerados en vinagre, con un poquito de ajo y perejil arriba, un ta­co de jamón con huevo hilado, media alcachofa con una tira de pimiento rojo y mayonesa enci­ma, una cazuelita de champiño­nes al ajillo, o de albóndigas con salsa de tomate, unas sardinillas a la plancha y otras mínimas pero deliciosas "delikatessen" que conforman, en las barras, una alegre y multicolor teoría que invita a asumirla y consumirla.
Así, además, ingiriendo tapas, se ha­ce una base y el vino, el whisky o lo que sea cae mejor, se puede tomar más sin que el alcohol se suba a la cabeza.
Ni qué decir tiene que en toda España la costumbre de tapear, o de ir de una tasca (taberna) a otra a echarse al coleto uno o varios chatos acompañados de las tapas correspondientes, viene de lejos y es sagrada; más que costumbre es una tradición que... nunca prenderá en Argentina, seamos realistas.
El término tapa, -afir­man algunos estudiosos, entre ellos mi compatriota y amigo Manuel Corral Vide, dueño del restaurante “Morriña”-, empe­zó a utilizarse en España a raíz de un decreto del rey Alfonso X el Sabio, que estaba decidido a evi­tar las borracheras que se produ­cían en tabernas y posadas y oca­sionaban daños materiales y a veces pérdidas de vidas como consecuencia de peleas, espada o da­ga en mano.
El decreto establecía que debía servirse cierta cantidad de comida que acompa­ñara a la bebida, para no beber con el estómago vacío, razón por la cual se popularizó el hecho de tapar la jarra de vino con una lon­cha de jamón o una rodaja de pan, indicando así que debía co­merse antes de beber, o beber y comer al mismo tiempo.
Manolo Corral y yo podríamos contarles éstas y otras curiosidades, abundando en detalles, pero pre­ferimos solazarnos aunque más no sea que con una lata de sardinas en aceite de oli­va y un vaso de vino en el mostrador de alguno de los pocos (entrañables) restaurantes que quedan en la hispánica Ave­nida de Mayo de Buenos Aires, pensando con cierta melancolía que aquí no tendremos nunca chatos ni tapas y no nos quedará otro re­medio que seguir bebiendo cerveza y co­miendo maníes, sentados a una mesa de fórmica en un café con barroca proliferación de cuerina, plantas artificiales y luces de neón.


© José Luis Alvarez Fermosel



Diálogo en la tarde

Acaricio a un gato -atigrado, por más señas—, que saca la cabecita por entre las rejas de la plaza Roberto Arlt (*). Una hermosa señora rubia de unos 40 años, con cierto aire a Sharon Stone, me increpa:
-- Pero, ¿a usted le parece?
-- Si a mí me parece, ¿qué?
-- Pues, hombre, agacharse a acariciar a un gato en plena calle, una figura de la radio como usted. ¡Si lo hubiera visto Rolando Hanglin!
--Le habría parecido muy bien. Es más, no sé si no se ha­bría agachado él también para jugar un ratito con el gato. ¿Usted no sabe que Rolando ha tenido gatos y perros?
-- No me diga.
-- Sí, señora, sí le digo.
-- ¿Y a usted le gustan los gatos?
-- Sí, señora, mucho. También me gustan los perros. En general, me gustan todos los animales.
-- ¿Todos los animales?
-- Sí, todos.
-- ¡Qué barbaridad!
-- ¿Por qué?
-- Pues hombre, porque los animales, ya se sabe, con los animales; y las personas, con las personas.
-- No siempre, ni necesariamente. Animales como los caballos estuvieron siempre con las personas. Y bien que las ayudaron, no sólo en las guerras. Hoy día sigue utilizándoselos en zonas rurales. Las palomas mensajeras también estuvieron en contacto con el hombre en épocas pasadas, y le fueron de extraordinaria utilidad. Los perros permanecen a nuestro lado, y no sólo nos brindan compañía y protección; nos prestan otros servicios inestimables: son lazarillos, arrastran trineos, arrean ganado, ayudan a la policía en la detección de drogas y en otras tareas, ahora se los va a utilizar en Playa Grande, en Mar del Plata, como auxilia­res de los bañeros...
-- Bien, ¿y qué perros le gus­tan a usted?
-- Los callejeros, sobre todo.
--¿Los callejeros, esos pe­rros inmundos, llenos de pul­gas, que andan siempre con los linyeras?
-- Si, esos.
-- Desde luego, tiene usted unos gustos muy particulares.
-- Si usted lo dice, señora...
-- Hombre, a la vista está.
-- Pues ya que estamos, se­ñora, le voy a hacer otra confe­sión. También me gustan los linyeras. A lo mejor lo soy yo también algún día.
-- Pero, ¡qué dice usted, hombre de Dios!
--Lo que oye, señora. Fíjese: ha habido periodistas que an­tes fueron linyeras, como Jacobo Timerman, sin ir más lejos. El mismo lo recordó varias veces. Otros dejaron de ser pe­riodistas por un tiempo y fue­ron linyeras, como Lolo Musladin, que vivía en las marismas del Río de la Plata con su fiel perro Boneco, que se convirtió en una estrella. Salió en la televisión, y todo.
-- Francamente, no lo veo a usted como linyera.
-- No sé si eso es un cumplido o…
-- ¡Es usted imposible!
-- No lo crea, señora, no lo crea…


(*) La plaza de Roberto Arlt está en la intersección de las calles Esmeralda y Rivadavia de Buenos Aires. Es una placita simpática, con profusión de árboles que dan flores rojas. También hay plantas verdes, violáceas y doradas. En ella conviven pacíficamente pare­jas de novios, gatos, palomas y gorriones. Mucha gente, so­bre todo en primavera y vera­no, se reúne al mediodía a comer un “sandwich” -algu­nos se llevan una viandita- y luego se quedan un rato a tomar el sol. Un matrimonio viejecito se acerca todas las noches a dar de comer a los gatos.


© José Luis Alvarez Fermosel


Anterior:

“La luz de la tarde es de raíz poética”

(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/05/la-luz-de-la-tarde-es-de-raz-potica.html)

viernes, 26 de septiembre de 2008

¡A mascar hielo!

La última moda del posmodernismo es masticar hielo como quien masca chicle. Se puede servir en taza, fragmentado en pedazos de regular tamaño. Ya se venden bolsas con cubos de hielo masticables. Si este hábito se convierte en adicción da lugar a una enfermedad que se denomina pagofagia.
Ya no se sabe qué hacer para ser original, para ser “cool”, palabra inglesa que, precisamente, significa fresco y se utiliza como sinónimo de moderno o de algo que ‘está mu bueno’, como dice el macho posmo. ‘Lo más de lo más’ es ser paquete “cool”.
- Venga, Vero, te invito a una taza de hielo
- ¡Ay, Gonza, qué “cool” eres!
Quienes antes le echaban al whisky dos o tres cubitos de hielo –uno siempre lo tomó puro, con un chorrito de agua fría- quizás prefieran ahora dejar el whisky de lado y simplemente mascar unas tabletas de hielo.
¡Qué época nos ha tocado vivir, Dios mío! ¡Si nuestros abuelos levantaran la cabeza!



© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 25 de septiembre de 2008

¿Un purito, señora?

Mientras sigue desarrollándose una campaña mundial contra el tabaquismo o “peste azul” resurge, paradójicamente, el acto de fumar habanos como una reafirmación de un placer que nunca se extinguió y del que disfrutan ahora señoras que hacen los honores de ordenanza a los “tabacos”, como se denomina a los puros en el Caribe.
No ya Cuba, sino la República Dominicana, Honduras y otros países latinoamericanos producen cigarros parecidos a los que fumaron conspicuas personalidades de todo el mundo, desde el corsario Walter Raleigh -ennoblecido por la Corona Británica- hasta Sara Montiel, pasando por Winston Churchill, Groucho Marx y Anthony Burgess.
Un cuplé que cantaba Miguel de Molina comenzaba diciendo: “M’an disho que a las hijas de don Paco les ha dao por el tabaco”. Vaya uno a saber quién era don Paco y por qué sus hijas se habían lanzado a fumar. Que las mujeres fumaran en la agridulce España de los años 40 era muy fuerte, como se dice ahora.
Hace ya mucho tiempo que las hijas de Eva fuman. Lo hacen ahora, cuando los hombres no fuman, con toda libertad y hasta con un cierto desenfado que consideran elegante. ¡Vamos, si hasta fuman habanos, como todo el mundo sabe! En realidad, los han fumado toda la vida y no sólo en los “locos años 20”, como creen algunos.
Las pertenecientes a la buena sociedad llevan accesorios tales como boquilla, estuches de cuero de Rusia para guardar los puros, corta-habanos de metales nobles, encendedores de marca, también de oro o plata y, en general, toda la parafernalia de antaño que se desplegaba en las películas en blanco y negro, en las que todos fumaban como carreteros, mujeres y hombres.
Entre paréntesis, el que fumaba de manera tal que a uno le entraban unas ganas tremendas de salir a fumar un pitillo al vestíbulo del cine, perdiéndose parte de la película –aunque fuera “Casablanca”-, era Humphrey Bogart, que sostenía el cigarrillo, cuando no lo dejaba colgando de una comisura de la boca, entre los dedos índice y pulgar de la mano izquierda.
Paul Henreid prendía el suyo y el de Bette Davis a la vez y luego le daba a ella el otro encendido. La película se llamaba “La extraña pasajera”. (¡Cuánto tiempo ha pasado, Dios mío!. ¡Y cuánto han cambiado las costumbres, los modos y los modales!).
Ahora se fuma poco o nada en las películas. Sólo algunas como “Smoke” y “Swingers” redimen un placer que le llevó a Walter Raleigh a decir: “Una pitada es la lumbre que perdura, que siempre puede arder en la boca y evita que uno se sienta Prometeo, al no tener ganas de robar ningún fuego, y menos el sagrado.”
Según el periodista español Juan Cavestany, fumar puros como hábito pituco data de poco más de un lustro. Este resurgimiento se ha dado en los Estados Unidos, donde consumir habanos se ha hecho ya tan común como hablar español o, por lo menos, "Spanglish".
En España, precisamente, los hombres fuman habanos, y no sólo en las corridas de toros y en los partidos de fútbol. Las mujeres también. Es habitual ver en diarios, revistas y la televisión a Sara Montiel con un puro en la boca. Las ventas de cigarros aumentaron en la Península Ibérica un seis por ciento en 2006, según Tabacalera Española.
Una colega mía que se llamaba Margarita Landi y hacía policiales fumaba en pipa. Yo trabajaba entonces en la redacción central de la agencia EFE en Madrid y fumaba cigarrillos de tabaco negro emboquillados a todo pasto.
Algunos actores norteamericanos aparecen con frecuencia en dos revistas que sólo tratan temas relacionados con los habanos. Las efigies de Demi Moore, Jack Nicholson y Danny de Vito campean en las primeras planas de “Cigar Aficionado” y “Smoke”.
La primera de esas publicaciones, que sale cada tres meses, está dirigida por el excéntrico millonario Marvin Shanken, quien compró recientemente un humidificador de puros perteneciente a John F. Kennedy en la famosa casa de subastas Sotheby’s.
“Cigar Aficionados”, en cuyas páginas satinadas se anuncian joyas, relojes, artículos de fumador –como es natural- y otras fruslerías, algunas de las cuales cuestan 25.000 dólares, asegura que Norteamérica importó casi 300 millones de puros de la República Dominicana, Honduras, Costa Rica y Nicaragua en 2005.
En los bares elegantes del centro de Washington puede verse a partir de la caída de la tarde una clientela heterogénea y distinguida compuesta por congresistas, financieros, publicistas, agentes de la CIA y periodistas del “Post” –entre los cuales Maritza Gueler- bebiendo cerveza negra, martinis secos o whisky escocés y fumando habanos en amor y compañía. En un lugar acotado, naturalmente. Aprovechan para secretear.
Otro periodista español, Xavier Domingo, que era un gran “gourmet”, tuvo su momento de gloria en Nueva York. Fue a comer a un restaurante de la Quinta Avenida y, después de los postres, cuando le iban a traer el café, sacó un puro del bolsillo y se dispuso a encenderlo. Un camarero, indignado, le dijo que se fuera inmediatamente.
Domingo pagó la cuenta de mala gana y salió a la calle. Ya en la vereda encendió su cigarro. Inmediatamente oyó un ruido que le recordó una lluvia tan tropical como su habano. Miró en derredor y descubrió a un coro de neoyorquinos que le aplaudían. ¡Bravo!



© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:



domingo, 21 de septiembre de 2008

El macho posmo con faldas y a lo loco


¿Dónde hay un hombre?

Diógenes buscaba desnudo dentro de un barril un hombre por las calles de Atenas, alumbrándose de noche con una linterna. Sostenía que no había quien reuniera todas las condiciones de tal.
No hemos avanzado mucho desde los tiempos de Diógenes, el Cínico –como le llamaban-. No quiero decir que haya cada vez más homosexuales contra los que, por cierto, no tengo nada, sino que es alarmante el afeminamiento no sólo de nuestro buen amigo el macho posmo, que ya marca tendencias, sino del hombre en general.
No estoy inventándome nada, ni exagerando. A las pruebas me remito.
En su obsesión por mostrar su costado femenino –ese costado femenino que dicen que tenemos todos los hombres-, el macho posmo y otros que no son posmo asisten con frecuencia a determinados locales, unas veces solos, otras con amigos y otras con sus esposas o sus novias y ahí se visten con ropas de mujer disponibles a tal efecto
Dicen que la sensación que se experimenta es maravillosa.
Las chicas los esperan en cafeterías que hay en esos salones, que están haciendo muy buen negocio, entre paréntesis, y a veces se establecen diálogos como el que sigue:
- ¿Cómo me ves, Fernandita?
- Hombre, qué quieres que te diga. ¡Te veo hecho un adefesio!
- ¡Nandi, no seas mala! Yo me veo tan bien, me siento tan bien…
- Muy bien, Lito, pues vete mañana a la reunión de directorio tal como estás vestdido; o, mejor, ponte un trajecito chanel de falda a la rodilla y zapatos de tacón alto. Ah, y no te vayas a olvidar de aplicarte rimmel a las pestañas y pintarte los labios.
Si Lito quisiera maquillarse podría hacerlo perfectamente, pues firmas como L’Ôreal, Clinique, Jean Paul Gaultier y otras no menos conocidas del rubro de la cosmética disponen de productos de belleza para hombres y los venden muchísimo, no ya a homosexuales, bisexuales, travestis y metrosexuales, sino también a heterosexuales actores, deportistas, políticos, empresarios y otros de otras profesiones y oficios.
Salen mucho las bases de maquillaje, los polvos –con perdón-, las sombras para ojos y los bálsamos reparadores para labios de Elizabet Arden.
En otro orden, o en el mismo, se acaban de lanzar al mercado faldas para hombres desde la muestra Hombres Con Falda recientemente inaugurada en el Parque del Retiro de Madrid, en el marco de la Semana Internacional de la Moda.
Se exhibieron setenta y cinco faldas masculinas creadas por cuarenta diseñadores de moda españoles y varios extranjeros de renombre internacional, como John Galliano, Vivienne Westwood, Roberto Cavalli, Kenzo y otros.
La firma estadounidense Utilikilts Company presentó hace unos días una colección de faldas con muchos bolsillos destinadas a mecánicos, fontaneros, carpinteros y otros obreros de otros oficios manuales. Se supone que los bolsillos de las faldas son para las herramientas.
Por su parte, el modista japonés Tatsuko Horikawa ha introducido en el reino de Dior, Chanel y Saint Laurent un corpiño, sujetador, “soutien”, sostén o como quiera llamárselo para hombres, dentro de sus propuestas para la primavera verano 2009 con las que ha debutado en unas jornadas de moda masculina en París.
El sostén en cuestión es para varones que no quieran lucir su pecho al descubierto en las playas, o donde sea, informó un portavoz de Julius, la marca de Horikawa.
Sin tirantes, será una franja negra que se ceñirá al torso (depilado) bajo lencería calada o con encajes, o directamente bajo chaquetas no convencionales, no como las de ahora, que se combinarán con faldas o una suerte de bombachas con bolsillos.
En un futuro no lejano se reemplazarán chaquetas y pantalones por túnicas transparentes, en un recorrido inverso al que inició Coco Chanel a principios del siglo pasado y consolidó Yves Saint Laurent a partir de los años 60, cuando una y otro decidieron masculinizar la indumentaria femenina. Así lo vaticina el diario El Mundo de Madrid.
Los hombres de antes resistiremos, pero al final nos quedaremos solos y aislados, reconcentrados en nuestra ancianidad y nuestro cerrilismo, segregados y discriminados por empeñarnos en seguir siendo machos.


© José Luis Alvarez Fermosel

N.del E.: Como el macho posmo cambia rápidamente de aspecto –digamos aspecto, o apariencia por una vez en lugar de “look”- quizás en próximas entregas la figura que las encabeza a modo de logo se adapte al último grito de su moda.

Notas relacionadas:

“Hombres…, ¡a depilarse!”

La paquetería oriental

No soy yo solo quien se refiere con frecuencia al esnobismo que caracteriza la era posmoderna. Muchos más de lo que uno cree lo hacen también.
Me complace enormemente presentar en este blog la estupenda nota “10 tips para ser un oriental argentino” de Mónica López Ocón, editora de Cultura e Internacionales de la revista Noticias de Buenos Aires, centrada en un tema que le es muy caro a la paquetería “cool” vernácula: la proliferación de un orientalismo para andar por casa.
Quiero compartir con todos el placer de leer a Mónica y disfrutar de la claridad, la corrección, la amenidad, el sentido del humor –atributo de la inteligencia- y el realismo que iluminan un texto imperdible para el conocimiento de la delicuescente sociedad de nuestro tiempo.


© José Luis Alvarez Fermosel


sábado, 20 de septiembre de 2008

Hombre con paloma en azul

¿Será el Espíritu Santo en forma de paloma, como suele representárselo, el que ha descendido del cielo y se ha posado sobre un hombro del señor del gesto entre soterradamente humorístico y un sí es no es de aquí estoy yo tan tranquilo y viene esta paloma a darme la lata? ¿O será la paloma de la paz, que se hace presente por fin, aunque sin laurel en el pico, y a partir de ahora el mundo dejará de estar desquiciado y de ser violento?
No nos hagamos ilusiones. Ni el Espíritu Santo, ni la paloma de la paz, ni nada esotérico ni espiritual. Sencillamente, una paloma callejera, con poca o ninguna vergüenza, ha escogido un hombro del señor rubiasco porque le ha caído bien y ahí se siente cómoda y a salvo.
Las palomas son dóciles. De ahí que se dejen manipular por magos y prestímanos, como hemos visto tantas veces en los circos.
El señor que le cede su hombro a la paloma parece de natural tranquilo, aunque da la sensación de que se puede enfurruñar, llegado el caso. Tiene la barba desordenada y el bigotazo manchado de nicotina. Se toca con una boina y mira a la paloma, y la paloma le mira a él. Quizás se conozcan de antes, o estén conociéndose. En cualquier caso, no parece que se lleven, o que se vayan a llevar mal; es más, tarde o temprano se van a hacer amigos.
La paloma y el hombre componen una escena callejera y simpática, en tonos azules.
Si fueramos a sutilizar las cosas, la estampa podría ser más un cuadro que una fotografía. Un cuadro que no hubiera desdeñado pintar Picasso en su época azul, si bien con el consiguiente retorcimiento. Picasso sabía de palomas.
Nos molesten o no, hay que dejar que las palomas se acerquen a uno. Si no se le acercan es que uno no es buen bicho.

© José Luis Alvarez Fermosel

Sesión contínua

Un cine club de Buenos Ai­res anuncia la nueva puesta en pantalla de “Sesión contínua”, una deli­ciosa película del director español José Luis Garci, quien ganó el Oscar de Hollywood en 1983 con “Volver a empezar”.
Los afi­cionados al cine estamos como chicos con zapatos nuevos -sobre todo los que peinamos canas-, porque Garci nos hizo volver a sentir las emociones que nos provocaron aquellas funciones de cine de sesión contínua los sábados por la tarde.
Las salas de barrio daban dos pelícu­las, una de las cuales solía ser de vaqueros y protagonizada por un John Wayne jovencísimo, como el de “La Diligencia” -dirigida por John Ford- o un Gary Cooper no más viejo, que se lucía en “Policía Montada del Canadá” junto con la espléndida rubia Madeleine Carroll, Robert Preston, Paulette Goddard y Akim Tamlroff.
Casi de la misma época era “Beau Geste” –basada en una novela de P. C. Wren-, también con Gary Cooper y Robert Preston, Ray Mllland y Susan Hayward en un papel secundario. El malo era Brian Donlevy, quien años más tarde trabajaría de bueno -seamos un poco maniqueos...- en “Scherezade”, sobre la vida del músico ruso Rimsky Korsakov.
Volviendo a Gary Cooper, no podemos pasar por alto su magistral actuación en “Solo ante el peligro”, que también se dio en español con el título de “A la hora señalada”. Le daba la réplica Grace Kelly, que entonces tenía 22 años. La película fue dirigida por Fred Zinnemman, tuvo siete candidaturas al Oscar y ganó cuatro por música, canción, montaje y actuación de Gary Cooper.
Otra obra maestra del “western”, quizás la mejor, fue “Shane”, de George Stevens, con Alan Ladd, Van Heflin, Jean Arthur y, en un papel corto pero muy lucido, Jack Palance.
Heddy Lamarr fue la mujer más bella del cine de todos los tiempos, a nuestro juicio. Recordémosla en “Argel”, con Charles Boyer. No le iba a la zaga Ava Gardner, alta, sinuosa, elegante, hermosísima, bordando un papel de aristócrata madura de pasado turbulento en “55 días en Pekin”, con Charlton Heston y David Niven, y presentando a Burt Lancaster en su primer papel en el cine en “Forajidos”, un film basado en un relato de Hemingway.
Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, al frente de un elenco excepcional, protagonizaron “Casablanca”, de Michael Curtiz, que obtuvo tres premios de la Academia por película, dirección y guión. Quizás ninguna película nos haya emocionado tanto como ella. La tenemos a mano en nuestra modesta colección y la vemos de tanto en tanto. No se ha caído con el paso del tiempo, como tantas otras.
De Esther Williams se dijo que mojada era actriz… A nosotros nos encantaba. Sus muslos sabían a cloro, como dice Garci.
Clark Gable, con aquel bigote tan característico y su sonrisa pica­ra, nos llevaba nada menos que a “Saratoga”; después nos pusimos a su lado en “Motín a Bordo” y en contra de Charles Laughton, quien hacía de capitán Bligh y que dijo en un descanso del rodaje de “Soborno”, con Ava Gardner y Robert Taylor, que tenía el mismo atractivo de un elefante, ¡pero qué actor tan bueno era y qué papel extraordinario hizo en “Testigo de Cargo”, con Marlene Dietrich y Tyrone Power...!
Clark Gable se consagraría junto con Vivian Leigh en “Lo que el viento se llevó”, una de las películas que figura siempre entra las diez mejores del mundo junto con “El ciudadano”, de Orson Welles, “El tercer hombre”, de Carol Reed y “Duelo al sol”, de King Vidor.
Basil Rathbone interpretaba a las mil maravillas a Sherlock Holmes -quizá ningún actor encaró con tan­ta precisión, con tanta justeza, al esotérico inquilino del 221 B de la londinense Baker Street.
Douglas Fairbanks Jr. y Ronald Coldman se batían furiosamente a sable en el sótano de un castillo de Ruritania -ciudad sólo existente en la imaginación de Ant­hony Hope- en “El Prisionero de Zenda”. Después se hizo otra versión con Deborah Kerr, Stewart Granger y James Mason.
“Rebeca”, de Alfred Hitchcock, con Joan Fontaine y Laurence Olivier, precedería a la obra cumbre del genial realizador inglés, “Psicósis”. En “Rebeca” trabajaba en un papel secundario George Sanders, protagonista de “El Cairo”. Sanders se suicidó muchos años después en Madrid.
Valentina Córtese cantaba “Blue Moon” en “Malaca” y Rita Hayworth “Put the blame on Mame” (“Echale la culpa a Mame”) en “Gilda”, donde se quitaba con gran sensualidad un larguísimo guante mientras cantaba y bailaba y se lo tiraba al público, en un antecedente directo del “strip-tease”.
Todos estos héroes y heroínas es­taban con nosotros, nos acompaña­ban en la dulce penumbra oliente a maíz tostado y desinfectante barato de los cines de barrio de sesión continua, que tenían un bar con un gran espe­jo al que ya se le veía el azogue y herniados divanes descoloridos frente al mostrador de mármol, manchado de café con leche y jara­be de granadina.
"Sesión contí­nua" fue escrita por el mismo Garci y Horacio Valcárcel. En el reparto figuran los nombres de Adolfo Marsillac, Encarna Paso, Jesús Puen­te y otros no menos excelentes ac­tores del cine español de hace algunos años.
Tal vez como coda, como broche de oro, nada mejor que las pa­labras del propio José Luis Garci: “Sábado, cuatro de la tarde, sesión contínua, cines de barrio: el pasado, los aciertos, los errores, las sensa­ciones, las alegrías compartidas, el cine…”.


© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 18 de septiembre de 2008

¡Agua al perro, que se ahoga!

Proponen darles en la provincia de Buenos Aires agua gratis a los adolescentes y jóvenes que se drogan con éxtasis en las discos porque el éxtasis da sed.
Las discos venden botellas de agua chicas y grandes a los chicos y los grandes que toman éxtasis, pero las venden caras. Entonces, las discos tendrán que poner ahora depósitos de agua para que los drogatas puedan beberla gratis.
La iniciativa se debe a la diputada Cecilia Moreau, del radicalismo, tradicionalmente la segunda fuerza política de la Argentina, en la oposición.
Ahora bien, ¿no sería mejor evitar que los chicos y los grandes se drogaran con éxtasis –o con lo que fuera- en vez de preocuparse por apagarles la sed después del saque?
Tal vez de ahí provenga el exceso de agua que se bebe hoy en día, al que nos hemos referido aquí otras veces. Debe haber más gente de la que uno supone que consume éxtasis y otras drogas que dan sed.
Estas cosas, es decir, estos disparates se producen, claro, en el posmodernismo: era nefasta que se caracteriza, entre otras cosas, por su relativismo moral, su vaciedad, su carencia de la ética más elemental, sus desafueros, su frivolidad, su esnobismo, su falta de sentido común, su irresponsabilidad y un largo, interminable etcétera.
No son cosas de fácil comprensión para gente de otros tiempos, a las que se tilda de antiguas; personas fuera de contexto, que no están de onda.
Hay que rendirse ante la evidencia. Los antiguos estamos en minoría. Nos vamos quedando solos. No tenemos quórum. Nuestras voces claman en el desierto.
A uno le entra sed cuando come jamón demasiado salado, o anchoas. Eso sí, después no toma agua, sino cerveza.
Esperemos que no se le ocurra a algún diputado presentar un proyecto de ley que contemple servir cerveza gratis en las discos, y otros establecimientos de esparcimiento y diversión, a quienes les dé sed después de fumar marihuana, inhalar cocaína o consumir éxtasis u otras drogas.


© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“Proponen que haya agua gratis en boliches de la provincia de Buenos Aires para los consumidores de éxtasis”

(http://www.estoesamerica.com/noticiasdetalle.aspx?id=22597)
Anterior: “El agua y la salud”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/08/el-agua-y-la-salud.html)
"Agua"

(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/04/agua.html)
“Bebidas inteligentes y… ¡agua!
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/10/bebidas-inteligentes-y-agua.html)

La lata de fabada

Llevaba yo poco tiempo en Buenos Aires. Todavía no era corresponsal del diario El País de Madrid, ni subdirector de la agencia EFE en Argentina, ni mucho menos imaginaba que un día me convertiría en uno de los columnistas de radio más populares y queridos del país.
Ya estaba abriéndose la úlcera que mantendría enferma a la República Argentina durante los acertadamente llamados años de plomo, en los que tirios y troyanos se mataban a tiros en la calle.
Luego vendrían los militares, la represión, los desaparecidos, los rencores, la amargura…
Yo era entonces redactor de la delegación de la agencia EFE en Buenos Aires –después llegaría a subdirector, como ya dije- y recibía como anfitrión a todos los compañeros que venían de Madrid, enviados especiales por sus medios para informar de lo que pasaba.
Recuerdo a Enrique Vázquez –de cuya revista Actualidad Política Nacional y Extranjera sería corresponsal en Buenos Aires meses después-. También vinieron Raúl del Pozo –que jamás contesta las cartas que le dejo en el café Gijón cada vez que voy a Madrid-, Diego Carcedo, Vicente Romero, Manolo Alcalá, César de la Lama, Julio Camarero, Manuel Leguineche, Paloma Gómez Borrero, Miguel de la Cuadra Salcedo, Pedro Queirolo…
Yo los llevaba a asados domingueros, a escuchar tangos, a los barrios típicos: La Boca, San Telmo, Barracas, Almagro… Trabajábamos mucho, corríamos peligros, pero lo pasábamos bien, después de todo.
Algunos de esos queridos colegas han muerto, otros se han retirado. Otros supieron dejar el periodismo a tiempo –como preconizaba Hemingway- y se dedicaron con más o menos éxito a la literatura.
De Vicente Romero me hice muy amigo. Siempre que viene a Buenos Aires nos encontramos a comer o a tomar un café. Tengo en la mesilla de noche su último libro, que escribió junto con el juez español Baltasar Garzón: “El alma de los verdugos” –me dedica un capítulo entero y me cita en otros-. De vez en cuando lo releo. Es un trabajo muy documentado y muy bien escrito.
Un día alguien me trajo a Buenos Aires una lata de fabada de parte de Jesús Serrano Alcaina, de la agencia EFE (sección Cifra Gráfica) en Madrid.
Tan lejos de terruño, de mis familiares, mis amigos, mi gastronomía, el detalle de Jesús Serrano me pareció encantador.
¡Alubias con chorizo, jamón, tocino y morcilla asturiana, todo contenido y comprimido en una lata! ¡Ahí es nada! Algo así como una botella con un mensaje dentro, sino que más estimulante que el mensaje que algunos náufragos –en los relatos de barcos y marineros- meten dentro de una botella y la arrojan al mar, en un S.O.S. desesperado que si se recibe golpea el corazón de quien lo lee y plantea la duda acerca de la salvación de quien lo envió, mientras que una lata con un condumio de la madre patria le alegra el estómago y la vida a un español que está anclado en un lejano país y sufre de morriña.
Ni que decir tiene que devoré la fabada hasta la última alubia y rebañé el plato hasta dejarlo brillante.
Me están entrando unas ganas tremendas de comer fabada. Así que mañana compraré todos los ingredientes, la prepararé y me la mandaré al buche como Dios pintó a Perico.
Eso sí, a la salud del bueno de Jesús Serrano Alcaina, a quien Dios bendiga por haber gratificado gastronómicamente a un fiel compañero de viejos tiempos que estaba, y sigue estando lejos del pago.

© José Luis Alvarez Fermosel

Ver:

“El alma de los verdugos”

domingo, 14 de septiembre de 2008

Muchacha leyendo

La obra maestra de Fragonard

Este cuadro de Honoré Fragonard (1732/1806) pertenece a la época en que el gran pintor francés comenzaba a dejar de cultivar un soterrado erotismo elegante, como el que traslucen sus pinturas de jóvenes y frívolas mujeres columpiándose en frondosos jardines y perdiendo zapatos, adolescentes semidesnudas que juegan con perros falderos y damas de pronunciados escotes.
Fragonard buscó a partir de entonces una expresión más delicada de sentimientos, centrada en el prerromanticismo.
El cuadro que nos ocupa, "Muchacha leyendo", pintado en 1776, se conserva en la National Gallery de Washington, donde tuvimos oportunidad de admirarlo en nuestro último viaje a la capital del país del Norte.
Es una escena preciosa, de un intimismo tranquilo sin toque de sensualidad alguno que cautiva por su sencillez y, desde el punto de vista técnico, está magníficamente perfilada y terminada, lo cual la convierte en una de las imágenes más frescas y encantadoras de la segunda mitad del siglo XVIII.
Fragonard debe quizás esta delicadeza, al menos en parte, a su profundo conocimiento de la pintura veneciana.
Entre otras virtudes que caracterizan el cuadro se destaca el modo de reflejar la serena belleza de la muchacha, su elegancia y su concentración en lo que está haciendo; la armonización de los colores en la gama de los amarillos, los ocres suaves y alguna pincelada de rojo.
Fragonard se adelanta con ésta que muchos califican de su obra maestra a la evolución del arte francés y se ubica en un lugar de privilegio en la pintura universal.


© José Luis Alvarez Fermosel











Historias de películas

“Historias de películas”, del escritor uruguayo Homero Alsina Thevenet, es un libro de gran interés para cinéfilos y, en general, para todo tipo de lectores, que descubrirán por su lectura no ya el “back stage”, o lo que pasa detrás de las cámaras durante los rodajes, sino también las relaciones -a menudo tormentosas- entre productores, directores, guionistas, actores y hechos y anécdotas que el espectador no imagina que pudieron haber ocurrido.
Es que la realidad de toda película se centra en el trabajo de equipo: realizadores, productores, guionistas, actores y técnicos.
También influyen factores industriales, políticos y sociales.
Alsina Thevenet, un enamorado del cine, sobre el que escribió varios libros, evidencia en éste su dominio del tema y su claridad de exposición, procedente del ejercicio del periodismo durante muchos años en ambas orillas del Río de la Plata y España.
En este detallado y sin embargo ameno trabajo de Alsina Thevenet se cuenta “la historia”, o “las historias” de 40 de las mejores películas de la Historia del cine, desde sus comienzos hasta finales de los años 80.
Y se cuenta de un modo tan atrapante que una vez que uno empieza a leer el libro no puede parar hasta llegar a la última línea.
“Historias de películas” fue editado por El Cuenco De Plata en 2007, mide 19 por 11 centímetros y tiene 320 páginas.


© José Luis Alvarez Fermosel







martes, 9 de septiembre de 2008

La dieta Quintana

Mientras los nutricionistas y otros expertos en adelgazamiento dicen una cosa y luego otra, y se entrecruzan sus prescripciones y ellos dan marcha atrás cada dos por tres, practicando el “donde dije digo, digo Diego”, se multiplica la difusión de dietas que nadie sabe de dónde vienen y proliferan los chismes y los mitos acerca de la mejor manera de bajar de peso.
La gente (gorda) ya no sabe qué hacer ni a quién acudir, ni qué dieta seguir para bajar de peso: si la de la luna, la de los astronautas, la de las bananas, ésta, la otra o la de más allá.
Yo, humildemente, me atrevería a recomendar la dieta Quintana.
“Jack” Quintana es un viejo y querido amigo. Hace mucho tiempo que no lo veo. Lo último que supe de él fue que poco tiempo después de perder a Florence, su esposa –que era inglesa y una mujer espléndida, como él-, se afincó en Brasil. Espero que siga allí y sea feliz.
Quintana era asiduo concurrente a los almuerzos de los miércoles del Club Francés de Buenos Aires, en los que nos reuníamos un grupo de políticos, diplomáticos, abogados, economistas, periodistas veteranos y alguno bisoño, como lo era yo entonces.
Presidía esos almuerzos mi entrañable amigo Mario Blanco, que nos dejó infaustamente hace algunos años.
Mario había recorrido el mundo, o al menos una buena parte de él como diplomático. Era un hombre inteligente, culto, distinguido, con sentido del humor, de palabra fácil y una vitalidad arrolladora.
A pesar de la diferencia de edad que nos separaba, nos hicimos muy amigos. Era un gran hispanista, lo cual nos unió todavía más.
Pero a lo que iba: a “Jack” Quintana. “Jack”, hombre de estatura media, estaba un poco metido en carnes, y no sin motivo ni fundamento, pues era persona de buen diente y, como tal, comía de todo en cantidades que podrían calificarse de considerables. Así que iba poniéndose cada vez más robusto.
De tanto en tanto se hacía un agujero nuevo en el cinturón. Un día descubrió que no se podía abrochar la chaqueta. Empezó a cuidarse, ¡pero aquéllos almuerzos del Club Francés, los asados de los domingos, la cervecita de media tarde con los maníes, los palitos, las papas fritas, cuando no el jamón cocido, el salamín, el queso, las aceitunas…!
Un día, pasado bastante tiempo, me lo encontré en la calle. ¡Era otra persona! ¡Había adelgazado una barbaridad! Se había convertido en un hombre esbelto; no tenía “enbonpoint”, como denominan los franceses a la barriga respingona, también llamada curva de la felicidad. Se podía abrochar todos los trajes. Se lo veía feliz, contento consigo mismo y con la vida.
- Pero, “Jack”, ¿qué has hecho? –le pregunté-.
- Adelgazar.
- Sí, ya lo veo; pero, ¿cómo?
- Comiendo menos.
- ¿Nada más?
- ¡Nada menos!
“Jack” Quintana me dijo después, ya sentados en un café, tomando unas cervezas, que cuando estaba a punto de convertirse en gordo decidió no serlo y se impuso una dieta.
- ¿Cuál? –le pregunté-.
- La dieta Quintana.
- ¿En qué consiste?
- Ya te lo he dicho: en comer menos. Si antes, por ejemplo, me despachaba con dos milanesas grandes, dos huevos fritos y una porción enorme de papas fritas, cuando decidí rebajar unos kilos empecé a comer una milanesa normal, sin huevos y menos papas fritas. Si tomaba, como estamos haciendo ahora, una cerveza, pedía una botella pequeña y unos trocitos de queso, y no una grande y una picada. ¿Te pongo más ejemplos?
- No, “Jack”; no es necesario, ya veo que la cosa funciona.
Así que ni la dieta de la luna, ni la del sol, ni la de las estrellas: la dieta Quintana. Y si se puede hacer algo de ejercicio aeróbico todos los días, mejor. Ir al gimnasio a “hacer fierros” no adelgaza.



© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

"La dieta de la rumorología alimenticia"
por Almudena Doménech (EFE):
(http://blogs.periodistadigital.com/vidasaludable.php/2008/09/01/la-dictadura-de-la-rumorologia-alimentic)

domingo, 7 de septiembre de 2008

Fantasía



¿Adónde vas, “mon capitaine”?

Me gustaría haber sido capitán de mar y guerra de un cuento de barcos y marinos de Joseph Conrad.
Barba en abanico, guerrera azul con botones dorados, pipa de espuma de mar; en la frente, una pálida cicatriz.
Un tomo de versos de Wodsworth sobre el cuaderno de bitácora. Un tucán disecado. Sextantes.
San Francisco. Taormina. El Pireo. Hong Kong. Panamá. Madagascar…
En el camarote, sobre una mesa de caoba, cartas marinas, una botella de ron, una esfera armilar, un revólver Lafaucheux y una gorra de plato con galón dorado; compases, una lanza malaya, un idolillo azteca de color siena.
Arriba, los palos, el velámen. Abajo, pistones, cobres, manómetros, relojes.
Las olas. Un albatros. Nubes.
Mar y cielo. Cielo y mar. Entre la bruma, el horizonte, de un rosa de acuarela.
- ¡Tierra!
- ¡Un cuarto a estribor!
El muelle. Gemir de sirenas. El áncora.
Un cafetín, en el puerto. Ginebra. Humo de tabaco de contrabando. Marineros de camisas a rayas. Música de acordeón. Una mulata antillana pregunta:
- ¿De dónde vienes, “mon capitaine”?
- Del mar
Un suspiro.
- ¿Adónde vas, “mon capitaine”?
- Al mar.
Tarde esmerilada, melancólica, con ojeras violeta como una daifa al alba. Un cielo loco de gaviotas.
El barco en la bahía, manchón gris entre harapos de niebla coagulada.




© José Luis Alvarez Fermosel




sábado, 6 de septiembre de 2008

Contadora


Una isla con historia

Contadora es una de las muchas islas que compo­nen el Archipiélago de las Perlas. Está situada a 35 mi­llas al sureste de Panamá. Mide 750 hectáreas. Al hotel principal, el Resort, de 300 habitaciones, se llega en 20 minutos en pequeños aviones, con capacidad para 15 o 20 personas, que parten del aeropuerto Albrook de Panamá, que fue una base norteamericana .
En este paraíso caribeño de ve­getación semiselvática hay 13 playas de arena blanca como la harina y aguas transpa­rentes. Las más importantes son Playa Larga, frente al hotel Contadora, Playa Galeón, al lado del hotel Galeón y Playa Cacique. También hay una playa nudista: Las Suecas. En todas se desarrollan actividades ecológicas y se practican el buceo, la pesca submarina y otros deportes.
En Contadora estuvieron asilados el sha del Irán Reza Pahlevi –cuando dejó de serlo- y, antes, el mexicano Benito Juárez (“El Indio Juárez", vencedor del emperador austríaco Maximilia­no en Querétaro, en 1867), el prócer cubano Antonio Maceo y el ecuatoriano Eloy Alfaro.
Contadora fue siglos atrás refu­gio de piratas y bucaneros, al igual que otras islas del Archipiélago de las Perlas. A sus pla­yas, sembradas ahora de zonas residenciales, arribaban los corsarios para hacer allí el recuento de sus botines y el reparto co­rrespondiente.
De ahí le viene a la isla el nombre de Contadora. Fue catapultada al turismo por Ga­briel Lewis Galindo, un magnate que, además, fue embajador de Panamá en Estados Unidos.
Galindo tuvo que anclar un día en Contado­ra porque su yate se había ave­riado. La increíble belleza de es­ta isla, su excelente clima y sus mil y una bondades le impacta­ron y deci­dió convertir esas pocas hectáreas en un centro turístico universal.
La isla Contadora cuen­ta con una fuerte empresa esta­tal que administra dos hoteles suntuarios y una gran cantidad de no menos lujosas mansiones. En unas viven millonarios y otras se alquilan a algunos de los 500.000 turistas que la visitan todos los años.
En la isla se reunieron varios presidentes latinoamericanos. En la casa de Lewis Galindo se realizaron intensas y muy difíci­les rondas de las negociaciones panameño-estadounidenses que concluyeron en 1977 con la fir­ma del tratado Torrijos-Carter, en virtud del cual se otorgó a Panamá la soberanía del canal, que pasó definitivamente a manos panameñas en 1999.




© José Luis Alvarez Fermosel

Anterior:

“Aquellos viejos cafés de Buenos Aires…”

"Jeans": vigor, potencia, libertad...

El "bluejean", o los "blue jeans", o los pantalones vaqueros, o el "jean" por antonomasia ¿es la prenda más elegante que se ha inventado en los últimos años? ¿Tiene al menos significado, impronta, da idea de vigor, potencia, libertad...?
Manuel Lamarca, uno de los más conspicuos diseñadores argentinos de moda, sostiene que sí. Tal vez elegante no sea el término exacto para definir el "jean". Quizás ya nada sea elegante.
Lo cierto es que elegante, común, incómodo, inexplicablemente caro...-; prenda de andar por casa, por la calle y de llevar, combinada con el clásico "blazer" azul marino de botones metálicos hasta en las reuniones sociales, fue en principio el uniforme único del obrero norteamericano y desde hace tiempo cubre sin distinción de clases sociales ni costumbres las piernas de la mayoría de los jóvenes, y no tan jóvenes habitantes del mundo, desde Groenlandia hasta Ushuaia.
Los primeros "jeans", o los primeros en los que uno empezó a fijarse -y a preguntarse si no merecería la pena incorporarlos a su guardarropa-, los lucían en las películas Anne Margret -¡qué bien le sentaban...!-, James Dean y otras actrices y actores de Hollywood.
Alguno de los usuarios era patizambo, pero no importaba. Ese defecto, remarcado por el "jean", imprimía cierto carácter: daba la impresión de que llevarlo significaba haberse pasado la vida, o una buena parte de ella, montando a caballo en Arizona o en Jerez de la Frontera.
Al principio los "jeans" vinieron de los Estados Unidos en las maletas de los turistas. Enseguida se esparcieron por todas partes y pudo adquirírselos -eso sí, a precios siderales- en las tiendas de ropa que vendían prendas importadas.
Ser poseedor de un par de pantalones vaqueros entonces era casi como tener una joya de familia, valga la exageración.
Pronto se fabricaron en todo el mundo. En dos categorías: los de tela verdad y los de imitación, ya que como siempre, como en todo, el "ersatz", el sucedáneo surgió simultáneamente con el producto original.
Hasta el criollo, en pleno campo, reemplazó no ya a las antiguas bombachas, sino a los pantalones negros amarrados a la cintura con una cuerda de esparto por los "jeans" de tela verdad o de tela mentira, qué más da.
La tela verdad se logra por la decoloración que le produce el uso prolongado. Pero como ese proceso es lento, se aceleró hirviendo el "jean" en agua -como la tela loden impermeable, de origen austríaco, de los abrigos verdes de los ca­zadores de las campiñas britá­nicas-. O se restregó el duro lienzo azul con piedras para imprimirle una patina que se consideraba imprescindible, si uno pretendía lucirla en su quintaesencia.
Después se llegó al extremo de desflecar el "jean" por las bocamangas y de desgarrarlo a la altura de la rodilla, el muslo y el trasero, lo cual le dio un toque no ya desenfadado, sino “sexy”.
Dentro de ese estilo, los “jeans” fueron estrechándose, ciñéndose, casi convirtiéndose en una segunda piel. Y se hicieron todavía más “sexy”.
Es decir, los hicieron más “sexy” las mujeres, que además los “aggiornaron” y sofisticaron estampándoles flores de otra tela, o incrustándoles abalorios.
De tela de "jean" se confeccionaron también camperas, camisas, chalecos, incluso tra­jes –yo tuve uno hecho a medida que fue la envidia de todos mis amigos-, bolsos, cinturones, carteras e incluso tapas de agen­das para… ''la cartera de la dama y el bolsillo del caballero", hasta que salieron las agendas electrónicas.
Todo el mundo, cualquiera que sea su edad, se­xo y condición es afecto al "jean", que rompió todas las barreras y llegó a todas partes.
Ingresó en las ofi­cinas y las fábricas, forrando las piernas de las mujeres y marcándoles el traste, y ya lo llevan mujeres y hombres, incluso en los teatros de ópera y las fiestas de gala, combinado con blusas de raso o chaquetas de esmóquin.
Ni las bermudas, ni el pantalón pescador, ni los “shorts” ni ninguna otra prenda consiguió desplazar y mucho menos sustituir al vaquero.
Los hermanos españoles Marciano le dieron al “jean” americano el toque del diseño europeo.
Se nos ha uniformado de "jean", ya desde hace tiempo. No sé si eso es bueno. Tampoco lo habría sido que a los hombres se nos hubiera uniformado de frac con condecoraciones, sin tener en cuenta que no todo el mundo posee un frac y condecoraciones que prenderse en la solapa, como quien se pone una flor.
El eslogan "la arruga es bella" se lanzó por intereses industriales y económicos. Ciertos fabri­cantes de tejidos sabían que las telas que iban a colocar en el mercado se arrugarían más de lo normal, como la del “jean”, y decidieron hacer una moda de la arruga.
El modista español Adolfo Domínguez dijo al respecto que "aquello fue una especie de milagro, una feliz coincidencia. ¿Qué pasó con el eslogan, la conexión generacional, el aire de libertad...? La respuesta sigue siendo 'no se sabe’”.
Quizá la verdad en ésto de las vestiduras, los vestidos e incluso los revestimientos resida, como en tantas otras cosas, en el término medio.
Ni la arruga es bella, ni la arruga es fea, ni todo "jean" ni nunca "jean".
Que nosotros, los caballeros, imitáramos ahora aquí a Jorge Newbery o a "Macoco" Alzaga sería disparatado; como lanzarse "a rebours", a lo Jean Lorraine, en busca de la turbia emoción de los bajos fondos vestidos como George Clooney, que no se quita el esmóquin en los anuncios comerciales que protagoniza ni siquiera en las pausas.
En fin, que cada cual lleve lo que quiera -"jean" incluido-; pero, por favor, que vaya bien vestido, como dijo un día en Barcelona Jakob Kraus, presidente de la Federación Mundial de maestros sastres.
—¡Pero si ya no hay sastres!
—Tiene usted razón, señora; ¿le gustan mis nuevos, es decir, mis viejos "jeans"...?




© José Luis Alvarez Fermosel



Nota relacionada:

“El “jean” nació en plena fiebre del oro”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/09/el-jean-naci-en-plena-fiebre-del-oro.html)

miércoles, 3 de septiembre de 2008

El "jean" nació en plena fiebre del oro

El "jean" fue inventado por un hombre práctico: Lewis Strauss, un sastre alemán que en 1849 emigró de Nue­va York a California, en plena fiebre del oro.
Allí ob­servó que no había pantalón que aguantara, con el uso que le daban los mineros. Y tuvo la feliz ocurren­cia de pedir a sus parientes que le mandaran al Oes­te la tela más gruesa que hubiera -lienzo para velas de barco-, con la que empezó a fabricar los pantalo­nes que pronto se harían famosos en el mundo entero y que todavía hoy llevan su marca.
Era una prenda de trabajo ideal para ser sometida al durísimo trato que le daban a la ropa los hombres de los campamentos mineros. Azul, con las costuras de hilo amarillo y con remaches de cobre. Así era, y así es el pantalón tejano: el "jean" que hizo millonario al se­ñor Strauss y desde 1870, cuan­do se usaba en todo el Far West hasta hoy, si­gue cubriendo nuestras piernas.



© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 2 de septiembre de 2008

Borges en la Puerta del Sol

Borges vivió en Madrid en 1920. Se instaló en la llamada Pensión Americana, en el número 11 de la Puerta del Sol, en el centro geográfico de la capital de España. El Ayuntamiento (Municipalidad) de Madrid mandó poner en el año 1997 la placa cuya fotografía puede verse más arriba.
En la puerta del piso sexto de la calle Maipú 994 de Buenos Aires, en el que el escritor argentino vivió muchos años, había una sencilla placa de bronce que decía escuetamente Borges.
En la Pensión Americana de Madrid escribió Borges sus primeros poemas ultraístas. El ultraísmo fue un tributo rendido a los movimientos vanguardistas de aquellos años.
Borges recibió el Premio Cervantes (El Nobel de las letras españolas) en 1980, “ax aequo” con Gerardo Diego.
Se mostró muy agradecido en esa oportunidad. Tenía 80 años.
“Este premio es un exceso de generosidad de los españoles”, me dijo en una entrevista en su pisito de la calle Maipú. No voy a repetir nada más que eso de lo mucho que charlamos en esa ocasión, y en otras. Ya se publicó todo. No voy a repetir nada. Todo el mundo lo ha hecho ya.
Traigo a Borges ahora aquí a colación porque no había publicado todavía la foto hecha por Maite en nuestro último viaje a Madrid –todavía no hace un año-, de la placa que recuerda que ahí, en la Puerta del Sol numero 11, vivió Jorge Luis Borges, nacido en Buenos Aires y muerto en Ginebra.
Estuvo en España. Y esa placa del Ayuntamiento de Madrid lo recuerda. Es de 1997. Se acordaron un poco tarde de ponerla. Más vale tarde que nunca.
La publicación de la foto de la placa es una curiosidad, un recuerdo de viaje que no sé si justifica estas líneas.

©José Luis Alvarez Fermosel