martes, 28 de octubre de 2014

Una cajita



Hay en el mercado de las… cosas locas unas cajitas de metal, en cuyas tapas campean fotos en blanco y negro de varios artistas de cine de la época de oro de Hollywood. Son los pastilleros de antes, aggiornados. Ahora su nombre… oficial es Mini caja metálica retro vintage. La denominación es una muestra más del engolamiento y la cursilería peculiares de esta época vacua y esnob.
Yo tengo una de esas cajitas, que miden 4,5 por 3,5 por 2,5 centímetros. Se  venden ahora en los negocios de diseño y son una pequeñez muy original para regalar, o para el propio deleite.
Audrey Hepburn, Gene Kelly, Frank Sinatra, James Dean, Judy Garland, Marilyn Monroe, Rita Hayworth, Marlon Brando, Fred Astaire y Ginger Rogers... Ahí están, juntos y… revueltos.

Cajitas para guardar recuerdos…

Son cajitas para guardar recuerdos, también. Recuerdos de películas de un pasado lejano, que volvemos a ver de vez en cuando en los canales de cable de la televisión.
La princesa que quería vivir, Leven anclas, Al este del paraíso, El mago de Oz, Una eva y dos adanes, Gilda, Nido de ratas, Sombrero de copa…  
Películas que nos emocionaron hasta las lágrimas, o nos regocijaron, o nos dieron un poco de miedo en algún momento de su proyección.
Las vimos, adolescentes, en cines de barrio, casi siempre los jueves por la tarde con compañeros de colegio –cuando los Maristas nos daban libre-, o algún  sábado con nuestro padre.
¡Aquellos westerns que eran pura acción y romance, las comedias, las películas de besos –asi las etiquetamos-, tan ingenuas…;  las de espionaje, las policíacas, una de ellas con un joven Robert Montgomery haciendo de Philip Marlowe…!
Tengo una reproducción del cartel original de Casablanca en mi estudio. Con Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en primer plano y más lejos los actores secundarios.

En alguna tarde de lluvia…

Las figuras del poster se agigantan en alguna tarde de lluvia en que a uno le atrapan los recuerdos.
Lo mismo me pasará ahora con las fotos de los actores de esta cajita que me ha regalado Maite, tan buenos como los de la memorable Casablanca. También nos hicieron felices en la grata  penumbra del cinema –como decía, con encantadora delicuescencia, alguna tía nuestra-.
Inefables salas con aromas de perfume barato y un desinfectante muy fuerte llamado Zotal, cuyo olor era agradable.
En el descanso, después del noticiero y el corto de Tom y Jerry, los vendedores de patatas fritas a la inglesa, refrescos y helados pregonaban su mercancía a voz en cuello.
Auellos rostros, tan hermosos los de las actrices, tan expresivos los de los actores… Los tenemos en la sala grande del recuerdo.
Y ahora, a algunos de ellos en una cajita.

© José Luis Alvarez Fermosel  

jueves, 23 de octubre de 2014

Fangio, el mejor



El corredor de coches Juan Manuel Fangio fue el mejor deportista de la historia de Argentina, una brillante histora que incluye todos los deportes y que algún día se reseñará en un libro que hasta ahora, incomprensiblemente, nadie pensó en escribir.
Fangio (Balcarce, Provincia de Buenos Aires, 1911 – Buenos Aires, 1995) fue quíntuple campeón mundial de automovilismo de Fórmula 1 durante las temporadas de 1951, 1954, 1955, 1956 y 1957. “El Chueco”, o “El Maestro” –como le llamaban-, obtuvo 24 victorias, 35 podios y 29 pole positions en 59 Grandes Premios.
Fangio fue el piloto de mejor promedio de triunfos, el único que ganó campeonatos de Fòrmula 1 con cuatro escuderías y el campeón que más años permaneció en actividad: de 1929 a 1958.
Lo recuerda una encuesta de la consoltura Poliarquía adjunta al texto que antecede.

Por la transcripción: © J. L. A. F.

Nota relacionada:

viernes, 17 de octubre de 2014

Laconismo



Diálogo

- ¿Cómo estás?
- Mejor
- ¿Es que estabas mal?
- No
- ¡Pues entonces estabas bien!
- No, regular
- ¡Pues entonces estabas mal, y si estabas mal estabas fatal!

Chiste

Un matrimonio está sentado a la mesa, a punto de cenar. El marido toma la sopera y el cucharón y le dice a su mujer:
- ¿Qué, te sirvo?
A lo que ella responde:
- Bueno, a veces…

© J. L. A. F.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Una flor azul los acerca y los separa



Pasaron cinco minutos de las ocho y media. De la noche, claro. La pareja cenó temprano, a la luz de las velas y con una flor azul lavanda entre ambos.
Después de cenar brindaron con champán, porque quizás no haya bebida más noble para brindar.
Están solos. ¡Qué sencillos sus atuendos y el mobiliario de la habitación! Sillas diferentes.
Rojos, grises y verdes. Colores definidos, no violentos. Un dibujo magnífico, esquemático pero precioso.
El candelabro tiene veleidades de arbusto. El rostro de la señora,  ligeramente daliniano, tiene sólo un ojo que se ve. Toma su copa con delicadeza. El, más rotundo, casi empuña la suya. Tiene un bigote de otros tiempos y una extraña perilla que termina en un gancho.
Arden las velas. La flor azul se curva en el florero. La botella  tapada dentro del cubo con hielo parece una cara por voluntad del dibujante. 
Trazo moderno, suelto, seguro, con un toque surrealista. Una  acuarela, tiene todas las características.
Parte de mi niñez transcurrió entre acuarelas, nevadas, el olor a café y a brandy de las sobremesas de los domingos, las novelas de aventuras y el regaliz.
Se ve que la señora propone el brindis, porque tiene la boca abierta, como si estuviera hablando. ¿Por qué brindarán? ¿Por un reencuentro, por un aniversario, por haber recibido una buena noticia, o sencillamente porque pueden, quieren, les da la gana y tienen una botella de champán, o de vino blanco a mano?
Hermoso, de cualquier manera, el brindis inmortalizado por un artista, desconocido para nosotros, que no pudo ser más expresivo, ni tener mejor dominio del dibujo –tendente a la caricatura-, el escorzo y el color.
Por eso creó una imagen tan bella en su composición simplista, en la que no falta un detalle. Tampoco sobra nada.
Eso es lo bueno.

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 10 de octubre de 2014

Detectives de hotel



Los detectives de hotel existen, fuera del cine y las novelas policíacas de estilo inglés. Los  sucesores de Allan Pinkerton, un ex tonelero escocés nacionalizado estadounidense, creador de la primera agencia de investigación privada, los enviaron a los hospedajes de lujo del gran mundo, hábitat favorito de los ladrones internacionales. 
Su trabajo, naturalmente, pasa inadvertido. Reciben diversos nombres: ejecutivos, supervisores, vigilantes, auditores internos. Suelen ser ex policías, o ex agentes de otros servicios de seguridad. Algunos están especializados en turismo y todos cuentan con aparatología computadorizada de última generación.
Su principal ocupación, en realidad, es mantener el orden interno: evitar incidentes que molesten a los huéspedes, atender sus reclamaciones, guardar lo que se dejan olvidado hasta que se les devuelva; descubrir los hurtos de los empleados y otros delitos e impedir que se
Porque ya no hay ladrones de hotel propiamente dichos. En los “roaring twenties” –y aún después- en el vestíbulo, el bar, el restaurante y los salones del hotel de lujo se reunían con frecuencia a tomar copas, o el té a la inglesa, los representantes de la todavía no denominada “jet set”, pero que sí era la nata y la flor de la sociedad. (Los escritores, pintores y otros artistas se encastillaron siempre en los cafés, muchos de los cuales se convirtieron en literarios.)

Acechantes como guepardos en la selva

Los ladrones internacionales fingían con gran habilidad ser aristócratas y millonarios. Les ayudaban eficazmente sus excelentes modales –muchos procedían de buenas familias, habían recibido una excelente educación y hablaban varios idiomas-. Se hospedaban en hoteles lujosos y caros, en los que acechaban a sus presas como guepardos en la selva a las gacelas Thompson.
Uno de los más conspicuos fue el ruso Serge Rubinstein. Se hacía pasar por conde. Operó en Tokio, Londres, Toronto, París, Zurich y Nueva York.
Otro... “aristócrata”, Víctor Lustig –uno de sus 23 alias-, timador norteamericaano de alto copete, tenía el estilo de un diplomático, el efectismo de un actor profesional y la voracidad de un tiburón. ¡Vendió dos veces la torre Eiffe! Y desconcertó a la policía en dos continentes durante 20 años.
No le fue a la zaga Stephen Weinberg, nacido en el barrio neoyorquino de Brooklyn y ciudadano del mundo. Vivía por temporadas en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York. Ladrón contumaz y asesino ocasional, murió en la horca.
La policía local, la Interpol y en algún caso agentes secretos, que contaron con la ayuda inapreciable de los detective de hotel, terminaron con las actividades delictivas de estos buscones internacionales. 
Gentes noveleras y aficionadas a las historias de los policías y los ladrones convencionales de las narraciones de Conan Doyle, Edgar Wallace, Agatha Christie o el comisario -¡no inspector, no le degraden!- Maigret de George Simenon gustan de los detective de hotel, que también pasaron por el cine.
A algunos los presentaban como cabezas locas que se reformaron y pusieron al servicio de la ley los conocimientos y habilidades que adquirieron en sus vidas de juerguistas. Otros se mostraban como graves señores de mediana edad, más bien gordos, con trajes oscuros brillantes por el uso, relojes de bolsillo y revólveres enormes enfundados en pistoleras axilares.

De origen polaco…

Vaya para los lectores imaginativos y chispeantes, que a veces tejen sus propias intrigas y aman el color local, un arquetipo de detective de hotel, más listo que siete brujas, que urde con astucia endiablada una compleja trama destinada a poner ciertas cosas en su sitio. El detective es Tony Reseck, de origen polaco “(…) de edad madura, bajito, pálido, barrigudo, de largos y delicados dedos que acariciaban el diente de alce que pendía de la cadena de su reloj de bolsillo; dedos largos y delicados, de ilusionista, bien delineados, de afilados extremos. Dedos hermosos. Tony Reseck se frotó las manos suavemente. Había paz en sus tranquilos ojos grisáceo.
La música le molestaba. Se levantó con singular agilidad, de un solo movimiento, sin apartar las manos de la cadena del reloj. Sentado con sosiegoen determinado momento, al siguiente ya estaba erguido, aplomado sobre los pies, completamente inmóvil, tanto, que el movimiento de levantarse se habría dicho acción imperfectamente percibida, error visual…”
Redeck, detective del hotel Windermere de Los Ángeles, es el personaje central de uno de los mejores cuentos cortos de Raymond Chandler: “Estaré esperando”.
En ese relato de Chandler no aparece su mítico detective Philip Marlowe.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

jueves, 2 de octubre de 2014

¿Qué inglés?



El inglés es un idioma autoritario. Recto. Erudito. Académico. Pocos acentos prometen la alta nobleza del inglés de la Reina. Es un acercamiento al idioma que agita los corazones de los devotos de James Bond y Hemien Granger. Y si el orador no puede saciar la mayoría de tus irracionales deseos, por lo menos aprenderás algo.
Esto ha dicho el periodista estadounidense Jordan Burchette en una encuesta de la cadena CNN.
Pero, ¿qué inglés?  Porque antes había un solo inglés. Un sólo idioma inglés, quiero decir. Era el que nos enseñaba a los niños una profesora particular (inglesa, por supuesto), alta, delgada, angulosa, seca, de rostro cuadrado y enérgico y antiparras de carey. En invierno lucía –es un decir…- trajes sastre de "tweed" y en verano vestidos floreados. Parecía un personaje de la deliciosa novela "Los cuadernos del mayor Thompson", del escritor francés Pierre Daninos.
La "teacher" en cuestión nos enseñaba el inglés de Dickens (1), Johnson (2) o Goldsmith (3), que aprendíamos a regañadientes pues nos gustaba más el francés que escuchábamos hablar a nuestra madre y nuestra abuela.
Luego, cuando empezamos a leer los diarios nos enteramos de que había otros ingleses que se hablaban, entre otros lugares, en Canadá, la Península Escandinava, la India, Sudáfrica, Australia, Gibraltar, las islas Malvinas y, naturalmente, Estados Unidos, donde se filmaban las películas del Oeste que tanto nos gustaban.
El "Spanglish", o mezcla de español e inglés, sentó patente de corso cuando los cubanos empezaron a irse a Miami. Hasta ahí todo estaba más o menos bien. Uno hablaba inglés británico o inglés norteamericano y podía viajar por todo el mundo y entenderse con la gente, porque cuando uno empezó a viajar por todo el mundo ya se hablaba inglés en todo el mundo.

Luego vinieron los otros ingleses... 

Luego vinieron los otros ingleses...
El primer inglés… raro fue el de los manuales  que acompañaban  -y siguen acompañando- a los artefactos electrónicos, los del hogar y los otros. A ese inglés se le denominó técnico y la denominación es muy buena porque lo escriben técnicos de muy alto nivel. Tan alto es su nivel -y ellos lo saben- que el inglés en el que escriben las instrucciones para el uso de los aparatos que vienen de Japón, China, Hong Kong, Corea y Malasia no está destinado a los usuarios, sino a técnicos de nivel inferior al de los que escribieron las (supuestas) explicaciones. 
Otro inglés es el de la computación, en el cual "save" no es ahorrar sino salvar (un texto) en una "folder" -que milagrosamente sigue queriendo decir carpeta en español-; el “mouse" no es un ratón-, o sea, sí, pero un ratón distinto a los de toda  la vida, a los que les gusta el queso que se les pone de cebo en trampas para capturarlos; y si se cuelga el "server" no hay que preocuparse porque nadie toma la trágica determinación de ahorcarse. Es que el sistema o la red electrónica se viene abajo, casi siempre por razones desconocidas o sencillamente sin ninguna razón. Lo que uno ha escrito laboriosa y prolijamente en la pantalla desaparece y casi siempre no vuelve más.
Pero quizá el inglés más... peculiar, por llamarlo de algún modo, sea el de la Internet, poderoso tótem de la New Age. El inglés de la Internet -que tan bien domina Marcelo Monzón, por ejemplo- incluye términos rusos, como iconos: así se llamaban antes las imágenes pintadas que representaban a la Virgen o a los Santos en la Iglesia Ortodoxa Rusa.
Los iconos que pueblan ahora todos los programas de computación tienen su origen en el Apple Macintosh, el primer sistema que creó una interfaz gráfica. Los iconos mandan órdenes a los programas, operaciones o informaciones que ofrecer al usuario. Algunos de ellos son fijos, estándares, pero la persona que utiliza los programas puede usar iconos nuevos según sus preferencias y disponer, además, de una vasta biblioteca de signos. 
La Internet propone el lenguaje de los ideogramas y los pictogramas. Algunos lingüistas sostienen que la escritura en forma de pictograma es anterior al lenguaje hablado y habría surgido como un intento de fijar en imágenes una lengua de gestos. La dislexia o dificultad de adquisición de la lectura, tan común entre nosotros, apenas existía en culturas con escritura ideográfica (China, Japón). El nuevo idioma pictográfico fue ideado por el diseñador austríaco Otto Neurath, a quien se considera el padre de las señales de tráfico.

1) Escritor inglés nacido en Landport en 1812 y muerto en 1870. Tuvo una infancia marcada negativamente por los problemas económicos de sus padres, lo cual influyó en su obra.   Entre 1838 y 1842  publicó “Oliver Twist"  y "Nicholas Nicklebey". También fue periodista y fundó el periódico "Daily News”. En 1849 editó su novela favorita: "David Coperfield". 
2) Ensayista y lexicógrafo inglés. Nació en Lichfield (1709) y murió en Londres (1784). De su obra literaria se destaca "Vida de los poetas ingleses". También escribió un diccionario.
3) Escritor británico nacido en Kilkenny West en 1730 y muerto en Londres en 1774. Autor de comedias, obras de historia y poemas. Su mayor logro literario fue la novela “El vicario de Wakefield”.

© José Luis Alvarez Fermosel