viernes, 27 de febrero de 2015

Cielo de Génesis




Un cielo de Génesis, de primer día de la Creación.
Volaba yo una vez de Ginebra a Madrid entre nubes grises, más amables que las de la foto que ilustra estas líneas. Pensaba cuan cerca y cuan lejos, al mismo tiempo, estaba de ese cielo que parecía deshilacharse como devanado al desgaire por un dedo de Dios.
Un relámpago trazó un zigzag violeta en el cielo. El avión se movió. Hay momentos en los que estamos muy cerca de la eternidad. No nos damos cuenta.
Otras veces pensamos, en nuestra ilimitada soberbia, que nosotros, el hombre, somos la eternidad, como si no supieramos que no somos eternos.
Un cielo hermoso, o violento, o abigarrado, o con nubes levemente grises, lampasadas de gules, como las de aquel cielo lejano de Ginebra o como las de esta foto, teológicas, eternas… que apenas estarán en un cielo cambiante poco más que lo que dura un relámpago.

Foto:
De la serie Cielos
© Maite

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 20 de febrero de 2015

Por la acera de Balvanera



Leo en la revista “Argentine” una nota de Viviana Coman titulada “Volver a la calesita”, con un recuadro de Carlos Manuel Couto. Ambos hablan con prosa enternecida de ese antaño sonoro y policromo jalón de la ciudad, que apenas gira ya ronca, rota, casi loca en algún barrio extra muros de la febril City porteña. 
El otro día vi desde un taxi una calesita en la Plaza Primero de Mayo, entre las calles Alsina y Pasco, aquí, en Buenos Aires.
El alegre "tiovivo" -como se le llama en España-, con sus caballos y cochecitos multicolores, que giraban lentamente al son de una agridulce musiquilla verbenera, fue acarreada en principio, como el organito, por un caballo: un jamelgo flaco y oscuro, eternamente cansino.
Luego adoptó la corriente eléctrica para impulsar ese dar vueltas y vueltas en pos de una sortija que, si se conseguía, daba derecho a una vuelta más.
La calesita le imprimía "clima" al paisaje yerto y desolador del mísero arrabal. Tangueros tan ilustres como Cátulo Castillo y Mariano Mores le pusieron letra y un compás de dos por cuatro:
"Grita la calesita/su larga cita/maleva.../Cita que por la acera/de Balvanera/nos lleva. Vamos de nuevo, amiga/para vos bailando...Vamos que en su rutina/la vieja esquina/me está llorando…/Vamos que nos espera/con tu/pollera marchita/esta canción que rueda/la calesita...".
Y aquello otro de “Carancanfú… vuelvo a bailar/y al recordar una sentada/ de tu enagua almidonada/ te grito ¡Carancanfú!.../y al taconear/y la “lustrada”/ cuando a tu lado, tirado/ tuve mi corazón...
Pasaba el tiempo, barrendero de ilusiones. La calesita se modernizaba. Automóviles aerodinámicos, “jeeps", "Sputniks", "Apolos" y “Challengers” fueron sustituyendo a los unicornios, cisnes, carrozas y diligencias. Nuevos ritmos, casi todos trepidantes desplazaron a los "fox trot", los pasodobles y los tangos de la "guardia vieja".
"Las vueltas que da la vida", de las que tanto hablan los… "mayores", se diluían en las vueltas de la calesita en una sordina poética, en un tempo que parecía eternizarse y tenía ya la pátina amarillenta de la nostalgia en su corazón azul...
La calesita estaba allí, con su cúpula escarlata, barroca de orlas y grecas de colores violentos, sus "breaks" pintados con purpurina, móvil la basta madera deslucida de su suelo tachonado de clavos toscos, goteando música, girando y girando bajo el cielo turquí…
Un día, de pronto, como tantas otras cosas, desapareció la calesita de la ciudad. 
Ahora los niños hablan de emoticones, “web mail”, navegación, “chat”, video llamada, cámaras de 1.3Mp, reproductores de MP3, “Bluetooth”, memoria de 512Mb, auricular stereo, cable USB, “home theatre” con “play station”…
Permítasenos una coda melancólica, con ritmo de “blues”, sostenida por los versos de González Tuñón: 
"La calesita en el baldío,/la calesita está con frío./Frío, frío./Los últimos pibes se fueron./La música también ha callado,/dejando en el aire un temblor/como cuando se muere un pájaro...".

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 16 de febrero de 2015

Desastre en Córdoba



Once muertos, un desaparecido, 1000 evacuados, 11 puentes cortados, un acueducto destruído, daños materiales de importancia y extensas zonas de Córdoba –a unos 700 kilómetros de la capital argentina- sin luz, agua ni teléfono son la consecuencia, hasta el momento de escribir, de la  caída en las últimas 12 horas de más de 320 milímetros cúbicos de agua, procedente de lluvias torrenciales que inundaron varios ríos, posteriormente desbordados.
El gobierno de Córdoba ha decretado tres días de duelo provincial. Así lo consignan las primeras informaciones de fuentes oficiales. Un nuevo desastre natural enluta a la República Argentina.
El hombre maltrata a la Naturaleza desde siempre. Ella, que como el dios bifronte Jano tiene dos rostros, muestra el más feo cuando se venga.

© J. L. A. F.

Nota relacionada:

viernes, 13 de febrero de 2015

Miseriucas de miserables



Se habla de imponer planes de ahorro a las casas reales en tiempos de ajustes que aprietan casi hasta la asfixia a países con regímenes democráticos.
La reina Isabel II de Inglaterra, unas de las soberanas más ricas del mundo, por su casa, se ha puesto a ahorrar. Deambula de noche con una linterna encendida por las habitaciones del palacio de Buckingham, donde reside, y apaga las luces que se han dejado encendidas. Aprovecha los sobres de las cartas que recibe para escribir en el dorso las instrucciones a sus empleados y personal de servicio.
Fuentes inobjetables informaron de este grotesco, que es una gota de agua en la inmensidad del mar de escándalos que dio la monarquía inglesa toda la vida.
Hace muchos años entrevisté, gracias a una gestión de Claus Von Bulow, al millonario estadounidense Paul Getty, el rey del petróleo, en su residencia de Sutton Place, cerca de Guilford, Inglaterra. Getty me cobró los cafés que mandó que me sirvieran durante cada uno de los tres días que duró la entrevista (media hora diaria).
No sólo los reyes y los millonarios, también otros seres destacados se distinguen por sus miseriucas.
Voy a traer aquí sólo dos de los ejemplos que recoge Francisco Umbral en su libro Las palabras de la tribu.
Miguel de Unamuno, el gran pensador español del siglo XX, junto con Ortega y Gasset, tras haberse dejado invitar continuamente por un amigo que lo visita en Salamanca, renuncia a que le pague el café de despedida en la estación, diciendo:
- ¡De ninguna manera, cada uno se paga lo suyo!
El escritor Gerardo Diego, de quien Borges decía, y con razón, que en vez de tener un nombre y un apellido, como todo el mundo, tenía dos nombres, era cobarde y avariento, según Umbral, que relata el siguiente sucedido:
En el café dio siempre cincuenta céntimos de propina a Pedro, el camarero. Incluso para la época era poco. Un día se le cayeron las cinco monedas de diez céntimos al suelo y le dijo al mozo, al irse:
-Por ahí se ha caído la propina. Búsquela.
Diego mandaba a los concursos literarios la plica en sobre transparente, de modo que los jurados leían “Gerardo Diego” y le daban el premio, todos los premios.
Desilusiona conocer personalmente a muchas lumbreras de las letras y otras disciplinas relacionadas con el arte, la cultura, la ciencia, ni que hablar de la política, la diplomacia, la farándula, el deporte y un interminable etcétera.
Uno se hace a la idea de que personalmente han de ser tal como escriben, o como brillan en otras actividades. Casi nunca es así, y uno se lleva grandes chascos. Y grandes alegrías cuando
se encuentra con las excepciones que confirman la regla.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 9 de febrero de 2015

Tiempo desmesurado



La lluvia, la nieve, la brisa, la niebla y otras expresiones de la naturaleza embellecen los paisajes e inspiran a los poetas, cada una a su modo.
¡Cuántos cuadros, cuántas fotografías, cuántos poemas han inspirado esos fenómenos meteorológicos!
Pero a veces se desquician; la lluvia y la nieve colapsan las ciudades, el viento se troca en huracán y la niebla –no el humo de la canción- ciega nuestros ojos y esas manifestaciones meteorológicas se tornan ominosos. Cuando provocan víctimas fatales y daños materiales de extraordinaria importancia, se convierten en enemigos que uno tiene que combatir, en notoria inferioridad de circunstancias.
La desmesura en que incurre la naturaleza cada dos por tres nos hace temerla, aunque solemos olvidarnos de ese miedo cuando viene la primavera, o aparece el arcoiris, o florecen las rosas.
De cualquier manera, los desbordes de los elementos desaforados son hoy en día enormes, tremendos, casi de película de ciencia ficción. Ya no puede hablarse de la caricia de la garúa ni los de afelpados copos de nieve impoluta. Eso se quedó en el recuerdo.
España, por citar sólo un ejemplo, o una buena parte de España, por lo menos, está pesadamente, anormalmente, brutalmente -cabría decir- aplastada por la nieve. 
Recuerdo que en mi lejana infancia nevaba dos o tres veces cada invierno. El jardín aparecía nevado y el agua de la fuente, con la estatua de la diosa griega, helada. Con el último deshielo florecían los almendros.
Llovía, había tormentas, caían rayos, pero todo dentro de unos parámetros normales. No se tenía miedo a los fenómenos naturales. Hacía frío, uno se abrigaba. Hacía calor y uno andaba ligero de ropa.
Ahora todo es enorme; más aún, gigantesco, desorbitado, fuera de todo límite y toda mesura.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

domingo, 8 de febrero de 2015

La esencia de las cosas



El joven y ya consagrado escritor argentino Daniel Balmaceda –autor de nueve libros- acaba de dar a la luz el último: “Historias de letras, palabras y frases”, editado por Sudamericana, de 212 páginas.
También en este trabajo Balmaceda investiga y curiosea no sólo en la historia antigua y moderna del hombre, sino también en el origen y el por qué se llaman así una infinidad de cosas y objetos inanimados, que ya sabemos que tienen alma, y algunos maligna.
El último libro de Balmaceda, como su título indica, trata entre otras cosas de letras y palabras; también narra bellas historias y anécdotas que él cuenta bellamente.
Y detalles, esos pequeños detalles que tan importantes son para conocer la esencia de las cosas, de la que forman parte, y muy poca gente tiene en cuenta.
Claro, hay que saber qué son los pequeños detalles, donde están y revelarlos, como hace Balmaseda, cuyos libros son instructivos, amenos y se leen con gran facilidad, pues están escritos con un lenguaje directo, claro, sencillo, como el de los periodistas.
No en vano Daniel Balmaceda estudió periodismo en la Universidad Católica Argentina (UCA). Sus libros son de consulta; están llenos de datos, referencias, fechas, cfras, citas.
Yo no sé ahora mismo los que me faltan, pero los que tengo están siempre a mano. Más de una vez me sacaron de un apuro, al encontrar en alguno de ellos el dato que me faltaba y no aparecía por ninguna parte.
Gracias a Daniel Balmaceda nos enteramos, o recordamos en su último libro que la expresión “a brazo partido” significa que los guerreros combatientes luchaban incluso cuando les rompían un brazo; que la cursiva es la letra que puede escribirse con mayor rapidez; que la unión de apalear y magullar originó apuguyar y luego apabullar, que es darle un buen zarandeo verbal a alguien; o que el perro beagle dio nombre al histórico canal de Beagle que une Argentina y Chile.
Daniel Balmaceda, hombre de letras, merece un número, una calificación por su último libro: diez.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 1 de febrero de 2015

Febrerico el loco



Ya llegó febrerico el loco, criticado por meteorólogos, cronistas e incluso por poetas, aunque no mereció que T. S. Elliot se ocupara de él como se ocupó de abril, al que calificó de “el mes más cruel”.  
Hay un refrán español que dice: “Febrerillo el loco, con sus días veintiocho, sacó a su padre al sol y después le apedreó”.
Pero tranquilos, que no correrá la sangre al río, después de todo. Febrero es un mes un poco locuelo, pero se pueden contrarrestar su travesuras, que eso es en realidad, un mes travieso, aliándose con Cupido para que éste le dispare sus flechas, preparando así el Día de San Valentín, que como se sabe es el Dia de los Enamorados y se celebra el 14 de este mes de “(…) siete capas y un sombrero”.
Uno no puede nunca fiarse, empero, de la regularidad con que a febrero se le cante distribuir sus fenómenos meteorológicos.
Febrero es irregular. A mayor abundamiento, es también intempestivo y versátil.
De ahí que durante su breve reinado pueda hacer frío, calor, llover, granizar e incluso nevar.
Febrero es mes de carnavales. Tendría que haberme ido a Río, o a Gualeguaychú (Entre Ríos, Argentina).  
El sol de febrero, que en el sur corresponde al verano, es más clemente que el de sus antecesores: diciembre y enero. Pero no hay que confiarse y dar de baja a los elementos de refrigeración.
“Febrerillo el loco” es una obra de los comediógrafos españoles Serafín y Joaquín Alvarez Quintero (ilustración), que se estrenó en el teatro Lara de Madrid el 28 de octubre de 1919.  Es algo así como una versión teatral de la historia del hijo pródigo, éste último “aggiornado”. 
De cualquier manera, demos la bienvenida a febrero y pensemos que a lo largo de sus 28 días nos va a ir muy bien.
Porque nos lo merecemos.

© José Luis Alvarez Fermosel