sábado, 29 de marzo de 2014

Locuras y obsesiones



Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco.

Este proverbio se atribuyó erróneamente a Eurípides –uno de los tres grandes trágicos griegos de la antigüedad-.
El caso es que hay locos que locos son y hay locos que hacen locos a los locos que no son.
Por si fuera poco, los TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) se ponen de moda. ¿Cuál es tu TOC? Este es el mío. El que no tiene TOC no está de onda en esta sociedad enferma en la que nos debatimos.

© J. L. A. F.

martes, 25 de marzo de 2014

Esas cosas tontas...


Pocas canciones de amor tan hermosas como “These foolish things”, de Paris Bennet.
La letra tiene el mérito de dar a los detalles, a “estas cosas tontas”, el valor que tienen.
Esas cosas, la música en sí y los perfumes -no ya las esencias, sino también otros, como el de la tierra mojada por la lluvia-, son un poderoso catalizador para el recuerdo: esos bellos recuerdos que se guardan celosamente en una de las salas más elegantes de la memoria.
La canción a la que nos referimos se escuchaba en una deliciosa película en la que el amor se daba la mano con el humor: “Clean Slate” (Borrón y cuenta nueva). La escuchaba, como música de fondo, un simpático viejecito que pintaba en una pared de ladrillos de un edificio de un barrio popular de Nueva York el rostro de Mona Lisa.
Ofrecemos la versión de Rod Stewart, que si la memoria no nos es infiel es la más moderna, o una de las más modernas.

© J. L. A. F.

Vídeo: 

sábado, 22 de marzo de 2014

Otra vez Malaparte



Acaba de aparecer en estos días una nueva edición de Diario de un extranjero en París del escritor italiano Curzio Malaparte, que cubre los años 1947 y 1948 de la apasionante vida del autor y es “un diario, una crónica, un relato, un recuerdo, una historia…”, como el mismo Malaparte dice en un esbozo de prólogo. El libro está editado por Tusquets en su colección Andanzas, mide 23 por 15 centímetros y tiene 250 páginas. No le faltan la característica brillantez y amenidad presentes en todas las obras de Curzio Malaparte.
Curzio Malaparte se llamaba en realidad Kurt Suckert. El nombre exótico y duro de Kurt, que es, como Erik, el nombre de una deidad vikinga, constituyó la primera sorpresa, y la primera dificultad que Malaparte causó inconscientemente a los pratenses, o habitantes de Prato, la ciudad de la Toscana itálica donde nació el escritor, el 9 de junio de 1898, de madre italiana -lombarda, por más señas-, Evelina Perelli, una mujer de extraordinaria belleza, y de Erwin Suckert, un aventurero alemán de Sajonia que después de haber vagabundeado por toda Europa, tratando de vender una receta de su invención para teñir telas, se estableció en Prato.
Curte, o Curtino, como se llamó enseguida a Malaparte mantuvo con su padre una relación tormentosa. Durante los últimos años de su vida, el viejo Suckert vivió en la casa de su hijo, en el Forte dei Marmi. Rondaba por allí como un fantasma, fuerte aún, testarudo, irascible, caprichoso. Murió en el Hospital de Viareggio a los 90 años, cuando su hijo, recién regresado de China, estaba internado en una clínica de Roma, gravemente enfermo. La madre de Malaparte había muerto mucho antes, todavía joven.
Malaparte fue un niño inquieto, imaginativo, amante de los perros -Febo y León fueron los primeros que tuvo-, a quien gustaba mucho andar en bicicleta. Se educó en el prestigioso Colegio Cicognini.
En su adolescencia faltan las mujeres, lo cual no es un hecho casual. Como recuerda Franco Vegliani en su libro Malaparte, en toda la agitada vida del escritor toscano las mujeres ocuparon un segundo plano. Aparecieron siempre en escena “después de él”.
En 1911, a los 13 años, entró a formar parte de la sección juvenil del partido republicano, y cuando más tarde estalló la Primera Guerra Mundial, en la que combatió con gran valor, ya había fundado con Otello Mari y otros amigos íntimos el primer grupo de ideas nacionalistas.
Cuando las divisiones alemanas traspasaron la frontera belga, los muchachos nacionalistas se convirtieron en intervencionistas.


Siempre se habló del Malaparte escritor, del autor de Kaputt y La piel. Kaputt es la novela testimonial de la Europa desangrada en la Segunda Guerra Mundial que su autor recorrió como oficial de una unidad alpina y periodista. La piel  recrea la liberación de Napóles por las tropas norteamericanas y plantea el enfrentamiento entre un mundo caduco y pobre y un mundo nuevo y rico.
Malaparte empezó a escribir a los 15 años en un diario humorístico fundado por él y del cual era director y redactor. Se llamaba II Bacchino, como una fuente que hay en la plaza principal de Prato, que lleva como ornamento una pequeña efigie de Baco. Era un diario polémico, de sátira ciudadana. Malaparte tuvo después muchas oportunidades de seguir satirizando en los periódicos.
El 20 de setiembre de 1921 se inscribió en el fascio de Florencia.  En 1924 el partido le hizo fundar el semanario La Conquista dello Stato, y poco después pudo remontar la casa editorial de La Voce, que estaba al borde de la ruina. Al llevarlo de Florencia a Roma, el periódico se cerró. Un año más tarde Kurt Suckert se convirtió oficialmente para el periodismo y la literatura en Curzio Malaparte, por decreto en el que se le concedía el cambio de apellido.
En 1929 Malaparte dirigía La Stampa de Turín. Colaboró después regularmente en el Corriere della Sera. De la correspondencia enviada a ese periódico desde los frentes orientales y septentrionales, en los que se luchaba contra la Rusia soviética, surgió más tarde su libro El Volga nace en Europa. En Tempo creó la sección Battibecco, que significa discusión, murmuración.
Malaparte fue un periodista hábil, polémico, escandaloso. Sufrió injustamente la cárcel y el destierro por haberse enemistado con Mussolini, que nunca le perdonó que el escritor le dijera una vez que tenía muy mal gusto para elegir las corbatas. ¡Absurdas veleidades de los tiranos!

El escritor

Curzio Malaparte pasó a la historia de la literatura fundamentalmente por Kaputt y La piel. (De esta última se hizo una película que pasó sin pena ni gloria; Marcello Mastroianni encarnó a Malaparte y también integraron el reparto Liliana Cavani, Burt Lancaster y Claudia Cardinale.)
Mamma marcio fue otra de sus grandes obras. El título, literalmente traducido del italiano, es Madre podrida, pero se prefirió la adopción de Madre marchita, que suena mejor. Es un libro pesimista, que revela la desesperación de su autor por la podredumbre, o la marchitez de Europa. Malaparte hace, además, una radiografía del hombre, criatura despreciable, tanto más despreciable cuanto más poder acumula. Kaputt, La piel y Madre marchita constituyen una trilogía de amargura y desengaño: “(…) la crónica desgarrada de la agonía de Europa”, señaló el crítico español Miguel García Posada.
Otro libro de Malaparte que hizo mucho ruido, sobre todo en el extranjero, fue Técnica del golpe de Estado, publicado en francés. De Sodoma y Gomorra, un compendio de relatos, se dijo que “como trompetas de Jericó resuenan en el corazón del lector las palabras de este escritor que llevó consigo el escándalo, pero que hoy se perfila como uno de los más puros artífices de la moderna literatura  italiana”.
García Posada recuerda que el “aparat” de la cultura italiana -Calvino, Einaudi, Vittorini, etc.- vio siempre con malos ojos a este arrepentido del comunismo y del fascismo, al que consideraron un burgués extravagante y en el fondo decadente. La Historia de la literatura italiana (Cátedra, Madrid, 1990) le dedica siete líneas y le considera “un representante típico de cierto aretinismo”, lo que equivale a decir un escritor escandaloso. Para García Posada esto es cierto: Malaparte fue escandaloso, “(...) pero el siglo ha sido, todo él, un escándalo permanente”.
Obras de Malaparte fueron El sol es ciego, Malditos toscanos y Evasiones de la cárcel. En 1954 dirigió unas representaciones de La fanciulla del West para la temporada del Mayo Musical de Florencia. Antes había decidido probar suerte en el teatro. Preparó dos obras Du coté de chez Proust, que representó en el teatro de la Michodiére la compañía de Ivonne Printemps y de Fresnay y Das Kapital. Las dos fueron estrenadas en otoño de 1948. La primera pasó casi inadvertida. La premiére de Das Kapital fue un desastre. Tres años después, Malaparte incursionó en el cine con Cristo prohibido. La película tuvo más éxito en el extranjero que en Italia. En Francia se habló de ella como de una obra maestra. Malaparte lo hizo todo: sinopsis, escenografía, dirección y revisión de la parte musical.

Apasionado y valiente

Curzio Malaparte fue un hombre apasionado y valiente, cuya vida se ajustó al lema de Nietszche: “Vive peligrosamente”..
Adriano Lami estuvo con él en Francia en el bosque de Courton, en Bligny, el 16 de julio de 1918, cuando el 52 de Infantería resistió el terrible ataque alemán que causó más de tres mil muertos. “En aquellos tiempos, el teniente Suckert no era ya la pesadilla de sus jefes porque le había sido confiada una sección de lanzallamas de asalto, que dependía directamente del mando de la brigada” -recuerda Lami-. Haciendo avanzar de un modo por demás temerario a un pequeño grupo de hombres, Malaparte llegó a la cumbre de la colina de Bligny y liberó las unidades italianas. Aquel día se ganó una condecoración; resultó herido y el gas de iperita lesionó sus pulmones.
Por Adriano Lami sabemos el nombre de una de las primeras mujeres de Malaparte: Stella di Sernet, bailarina de un club nocturno parisiense. Fue ese un encuentro ocasional, un amor de vía muerta.
Roberta Masier conoció a Malaparte cuando éste ya era famoso, aunque no siempre, ni para todos, de buena fama. El romance fue largo y complicado. Malaparte se batió a duelo con el hermano de Roberta y le hirió levemente en un brazo. Este no fue el único duelo del escritor, que se batió diecisiete veces, una de ellas con un teniente de ulanos apellidado Buterliskj. También en esa oportunidad Malaparte resultó vencedor. Hirió al polaco en un hombro, en el tercer asalto. El duelo, que era a primera sangre, fue interrumpido. Los adversarios se reconciliaron. Y desde ese momento, el teniente Buterliskj fue el mejor amigo que Malaparte tuvo en Varsovia, donde estuvo como agregado cultural a la embajada de Italia.
Otra mujer que tuvo mucho que ver en la agitada vida sentimental de Malaparte fue la Flaminia que cita en un capítulo de su libro Evasiones de la cárcel. Lavinia sustituyó a Flaminia, que era viuda. Malaparte estuvo a punto de casarse con ella en 1937. Pero al final el matrimonio no se produjo. Lavinia murió algunos años después en un accidente de automóvil en la Vía Aurelia de Roma. La norteamericana de nacionalidad y danesa de origen Jane Sweigard, que era campeona de natación, tuvo con Malaparte un breve y apasionado idilio, que concluyó trágicamente. Jane se suicidó ingiriendo el contenido de dos tubos de somníferos e internándose después en el mar.

Viajero impenitente

Curzio Malaparte fue un viajero impenitente que recorrió vanos países de Europa, América, Africa y Asia. En Africa Oriental comenzó su carrera de enviado especial. En Chile fue seducido por la leyenda de “Pacha Pulai”, la Sanghri-La de los Andes chilenos. Malaparte se trajo de Chile otra mujer, Rebecca, quien estuvo a su lado como esposa casi dos años. El escritor recorrió con ella Italia y Europa y pasó una larga temporada en Baden-Baden y en la Selva Negra. Para irse con él, Rebecca huyó de Santiago abandonando a su marido y  su familia y despreciando una holgada situación económica.
Malaparte emprendió su último viaje el 12 de octubre de 1956. Fue a Rusia y de allí pasó a China, donde lo invadió la cruel enfermedad que habría de costarle la vida.
De ardiente imaginación, temperamental como buen italiano, altivo, valiente, soportó con dignidad y entereza una larga y cruel agonía. La guerra, la tragedia, la sangre -Sangre es el título de uno de sus libros-, los amores turbulentos, los éxitos espectaculares y los grandes fracasos, el destierro y la cárcel le marcaron a fuego. Fue escandaloso –eso se resaltó siempre-, pero no puede dejar de reconocérsele, como hombre y como escritor, valores muy positivos.
Excepcional testigo de su tiempo, retrató con fulgurante expresividad, a su modo caótico y reporteril, la dura realidad de una época compleja y difícil. Saturado de pathos y de drama, fue otro periodista que, sin dejar nunca el  periodismo, ni a tiempo -como preconizaba Hemingway- ni a destiempo, pasó a la literatura con honores, donde está inscripto su nombre con tantos o más merecimientos que  muchos de sus compatriotas y coetáneos, algunos de los cuales se quedaron en el artificio y el preciosismo. Malaparte escribió como vivió, utilizando la pluma como una espada. Vivió sus guerras y  las de otros, en las que quiso estar para contarlas después con conocimiento de causa. Cuando la paz no parecía empezar nunca. La paz que a él se le negó.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 17 de marzo de 2014

Sin corbata y con pantalones cortos



Viene el otoño al sur con ropas ligeras y sonríe, como si no fuera a ser muy lluvioso este año.
Hablando de ropas, los modistas anticipan que la moda de otoño para caballero incluye el sincorbatismo, que está cada vez más afianzado.
Se considera que la corbata es una prenda de derecha. Y como todo el mundo es de izquierda, hoy en día…
A uno le parece raro ver hombres vestidos con trajes formales y camisas despechugadas, abiertas algunas hasta cerca del ombligo.
Otra cosa sería ir informalmente vestido de pies a cabeza, o con una chaqueta deportiva y un suéter de cuello volcado. La falta de corbata no se haría tan rara.
Pero la moda más… bizarra, actualmente, es la del “short”, cualquier otro tipo de pantalón corto, las bermudas y el pantalón llamado pescador, o de pescador, que es más largo pero no llega al tobillo.
Yo creo que lo que verdaderamente está en boga es la obsesión de prolongar su adolescencia del hombre que nosotros dimos en llamar macho posmo de esta era boba, inconsistente, esnob, trivial, cursi y cutre al mismo tiempo.
Por eso es tan común que proliferen los adolescentes de hasta cuarenta años, que equivalen a los 14 de nuestra época.
Así, muchos hombres van por la vida mostrando unas piernas flacas, lampiñas o peludas como las de los monos, varicosas, torcidas o gordísimas. No sólo los jóvenes. Hemos visto a señores de cincuenta, de sesenta y hasta de setenta años con pantalones cortos, calcetines también cortos y mocasines.    

Otras piernas...

El (feo) espectáculo se ofrece a todo el mundo. Nosotros, los hombres que no somos posmodernos, volvemos la cabeza a otro lado para ver las piernas de las mujeres, que no deben sentirse motivadas, por decirlo de alguna manera, al ver las patas de los machos posmodernos.
En nuestros tiempos –no tan lejanos- los chicos tratábamos de dejar atrás la adolescencia cuanto antes, y que nos consideraran hombres a todos los efectos. Y nos poníamos pantalones largos a los 13 ó 14 años.
Una de las ilusiones de nuestras jóvenes vidas era que llegara el momento de que pudiéramos lucir un traje, o una chaqueta de tweed combinada con un pantalón que hiciera juego.
¡Había que ver, llegado el momento de lucir un terno, cómo cuidábamos los nuestros, y especialmente la raya del pantalón, que tenía que estar muy bien planchada, muy bien marcada, casi recordando el filo de una espada!

Los elegantes del cine

Los artistas de cine a los que queríamos parecernos, cuando estábamos terminando el bachillerato, eran para nosotros el no va más de la virilidad y la elegancia, en particular los ingleses. Eso, la virilidad, que es lo que le falta al hombre actual.
Ya tenían sus años, ¡pero cómo se llevaban a las mujeres de calle en aquellas películas policiales, de aventuras o de besos!
Cary Grant –el más elegante de todos-, Georges Sanders, Stewart Granger, David Niven, Rex Harrison, James Mason…
Gary Cooper, Gregory Peck, que estuvo en Buenos Aires para presentar su película Gringo viejo, en la que personificaba al escritor estadounidense Ambrose Bierce.
Sean Connery, a quien entrevistamos en Almería, el epicentro del Cantimpalo western, el Hollywood español.
Los españoles Alberto Closas, de quien tuvimos la fortuna de ser amigos, Paco Rabal, Fernando Rey, Fernando Fernán Gómez, el uruguayo afincado en España Sancho Gracia…
Todos ellos, y muchos que nos dejamos en el tintero hubieran considerado de muy mal gusto salir a la calle en calzoncillos, o prenda similar, por mucho calor que hiciera.
Pero aquéllos eran otros tiempos, ya se sabe.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

jueves, 13 de marzo de 2014

Leer


Dicen que no se lee, que se lee poco o que siempre leemos los mismos.
No se concibe entonces que haya tantas librerías en todas partes –de nuevo y de viejo- atestadas de libros y que todas hagan negocio, más y mejor las más grandes, como es natural y lógico.
El informe relacionado se refiere a la lectura en el mundo, revela en qué países del mundo se lee más y nos da más de una sorpresa.
Por cierto, lo que más se lee hoy en día son libros de autoayuda.

© J. L. A. F.

Nota relacionada:

martes, 11 de marzo de 2014

Un avión perdido en el misterio




Sigue el misterio de la desaparición, la madrugada del sábado, al parecer cerca del estrecho de Malacca, de un avión Boeing 777 de Malaysia Airline –vuelo 370- con 239 pasajeros a bordo, después de una hora de salir de Kuala Lumpur con destino a Beijin.
Surge, inevitable, el recuerdo de casos similares ocurridos en el ya casi olvidado Triángulo de la Bermudas.
El escritor estadounidense Larry Kusche, autor del libro “El misterio del Triángulo de las Bermudas desvelado”,  asegura que el misterio del esotérico triángulo no es más que una sucesión de casos con poca, o ninguna base y menos verosimilitud.
El “Misterio del Triángulo de las Bermudas desvelado” es un libro frío, impersonal, incluso un poco aburrido.
Kusche se limita a recoger los resultados de sus investigaciones, añadiendo sólo los comentarios imprescindibles para que el lector comprenda las implicaciones de todos los casos.
El Triángulo de las Bermudas, que hizo correr ríos de tinta, es una zona rodeada por una línea imaginaria que va desde la Península de la Florida a las islas Bermudas y Puerto Rico, y luego retrocede otra vez hacia Florida.
Parece ser que el enigmático triángulo se ha llamado a capítulo y la desaparición de barcos y aviones en esa zona se debió a causas fortuitas que nada tuvieron que ver con operaciones de extraterrestres, liberación de poderosa energía oculta y otras actividades más o menos encubiertas o misteriosas.
Muchos años antes del libro de Kusche, el escritor argentiono Alejandro Vignati, investigador de fenómenos paranormales, había publicado “El triángulo mortal de las Bermudas”. Se lo dedicó a Eduardo Azcuy y a mí… “perdidos en la noche”. 
Charles Berlitz escribió “El triángulo de las Bermudas”, un “best seller” que metió mucho ruido allá por los años 70.
Hemos volado varias veces en aviones pequeños sobre el Triángulo de las Bermudas. El piloto decía siempre antes de llegar, sonriendo: “¡Vamos a entrar en el Triángulo de las Bermudas!”. Pero se le notaba cierto nerviosismo.
Todo será cuestión de gases de metano, de burbujas o de lo que se quiera, pero es un lugar que no se parece a ningún otro de la zona. Ni siquiera el mar es lo mismo, ni tiene el mismo color.
El ambiente en esos vuelos era similar al del barco “Batavia Queen” minutos antes de la erupción del volcán Krakatoa, que se describe con tanto verismo en la película “Al este de Java”, dirigida por Bernard Kowalski en 1969 y protagonizada por Maximilian Shell, Diane Baker y Brian Keith.
Ante los fenómenos que desata la naturaleza hoy en día y las cosas que pasan,  no tiene nada de particular que al Triángulo de las Bermudas se le relacione ahora con cosas tan inocentes y tan bonitas como pompas, o burbujas, o con alguna de más feo olor, como el gas metano.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

El reloj del espía



Al agente secreto Bernard Samson no le parecía estar mal presentado con su barato traje de fibra, su camisa arrugada y luciendo un reloj japonés de plástico en aquella reunión con varios de sus jefes, todos vestidos por sastres de Savile Row (1) y con caros y sofisticados relojes suizos o alemanes.
Nos lo cuenta en una de las novelas de sus -a veces confusas- trilogías el escritor británico Len Deighton.
El telón de fondo es el surgimiento de un neonazismo que deriva de la unión de los antiguos nazis y los nuevos nazis, que a veces son los mismos, en la Europa de los años 60.
Los alemanes, otra vez opulentos y orgullosos, piden cuentas a sus vencedores y tienen algún sueño de grandeza que trae malos recuerdos.
Además de Leighton tocan el tema los también escritores británicos John Le Carré con su Smiley, Frederick Forsyth en Odessa y la misma Agatha Christie- ya muy mayor- en Pasajero para Frankfurt, por no citar sino sólo a tres grandes maestros de la  intriga y el suspenso.
Eran los tiempos en que Gran Bretaña decaía a ojos vistas, sacándole todo el partido que podía a la exportación de los Beatles y la minifalda.
Se empecinaba en conservar un “look” de señorío, pero mendigaba  su ingreso en el Mercado Común.
Britannia rule the wawes, grita el famoso himno. Britania sólo tenía entonces poder y fuerzas para subsistir en la mediocridad.
Len Deighton, el creador de Bernard Samson, es un historiador militar, crítico gastronómico, publicitario, dibujante, productor de cine y escritor que se hizo famoso con su novela de espías Ipcress, llevada exitosamente al cine con Michael Caine como protagonista.
Su primera trilogía de Bernard Samson dio origen a una serie de televisión en 1988.
Me referí al principio a Samson y después me fui por otro camino, pues lo que yo quería en realidad era escribir algo sobre relojes y personas a partir del reloj japones de plástico del espía, después de haber visto a un señor en la avenida Córdoba de Buenos Aires que no tenía reloj, por lo cual tuvo que pedirle la hora a unas personas agrupadas en una parada de autobús.
La pidió poco menos que como Inglaterra pedía su entrada en el Mercado Común. Eso fue lo que me llamó la atención. Porque el señor tenía buen aspecto. Y, como Samson, vestía un traje de fibra que, no estaría hecho en Savile Row, pero arrugado y todo no se veía mal.
Todos tenían reloj. Muchos, quizás, uno japonés de plástico, que son los que más se llevan, porque son los más baratos.
Aquel señor no tenía reloj, ni de plástico, ni de ningún otro material, ni japonés ni de ninguna otra nacionalidad.
Ya no tengo tiempo de escribir algo sobre él.

(1) Calle de Mayfair –en el centro de Londres-, principalmente conocida por las tradicionales  y lujosas sastrerías a medida para caballeros.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 9 de marzo de 2014

Historia estúpida de la literatura



Enrique Gallud Jardiel, español, filólogo, escritor, especialista en India, es nieto de Enrique Jardiel Poncela, que fue un gran novelista y autor teatral del siglo pasado, expliquémosle a los más jóvenes y a los que nunca leyeron ni fueron al teatro.
Me da la impresión de que muchos de los que leen y van al teatro –sepan en realidad o no si el nieto tiene el mismo o parecido talento del abuelo-, le cuelgan el parentesco como un sambenito y les gustaría que escribiera algo como “Los ladrones somos gente honrada”, por ejemplo, que fue una de las obras más aplaudidas de Jardiel Poncela.
Enrique Gallud Jardiel hizo suya la sentencia de Carlyle: “El hombre debe trabajar tanto como asombrarse”. No se tiene el impresionante curriculo de este descendiente de Jardiel Poncela, heredero de su buena pluma, si no se trabaja de sol a sol.
Así que probablemente un día este filólogo que habla y escribe inglés e indio como el español, o casi, decidió tomarse un tiempo libre y se puso a escribir en su “sancta sanctorum” de Madrid –él es valenciano- un libro, no un libro más: “(…) el libro que pone en solfa a los autores pelmazos, a los clásicos soporíferos, a la preceptiva académica (1), a los estudios pedantes, a las investigaciones absurdas y a otros aspectos de ese negocio del que comen los libreros y al que muchos se empeñan tontamente en definir como arte literario”, dice el autor.
¡Bendito sea este Jardiel! Porque ha conseguido hacer todo eso con su libro “Historia estúpida de la literatura”; y además lo ha hecho muy bien, con un lenguaje fluido y con nervio, con gracia y humor.
Y con un desenfado y una inteligente comicidad que le hubieran encantado a su abuelo.
Algunos lo comparan con Mark Twain, Tom Sharp o Gómez de la Serna. Yo lo veo más en la línea de Pedro González Calero, o del Cioran que cuando Fernando Savater le dijo que en España creían que no existía pidió: “¡Por favor, no les desmienta!”.
El libro de Enrique Gallud Jardiel es, en suma, uno de esos libros que escribe un buen día un escritor que se lía la manta a la cabeza, escribe algo que no tiene nada que ver con su temática y estilo habituales y le sale algo nuevo, fresco y reconfortante como “El asesinato considerado como una de las Bellas Artes” de Thomas de Quincey, “El club de los negocios raros” de Chesterton o… “Historia estúpida de la literatura” de Enrique Gallud Jardiel.
Es que a veces “uno acaba hasta la coronilla de tanta erudición y tanta mandanga”, establece Gallud.
Eso es lo que le ha pasado a él. Y valió la pena que le pasara, porque ha escrito un libro hermoso.
No tendría nada de particular que Enrique Gallud Jardiel y yo nos tomáramos cualquier día un café a las seis en la esquina del bulevar.

(1) El discurso que leyó el académico Gregorio Salvador en respuesta al de ingreso de Arturo Pérez Reverte en la Real Academia Española está mal puntuado en algunos párrafos. En uno de ellos se incluye el latiguillo “de alguna manera”. Todo se hace de alguna manera, de lo contrario no se haría. Habla de “mover” los pulsos, en vez de acelerarlos, porque los pulsos se están moviendo  siempre y utiliza la palabra “deleznable” en lugar de detestable, que es lo correcto.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 8 de marzo de 2014

¡Feliz aniversario!



Este blog une sus felicitaciones a las que otras muchas gentes brindan en estas horas a las mujeres de todo el mundo en el Día Internacional de la Mujer.
Hace ya más de un siglo que se instituyó la igualdad y la emancipación de todas las mujeres, gracias a una idea de la militante socialista alemana Clara Zetkin.
Desde entonces, la mujer conquistó numerosos derechos cívicos, políticos, sociales y laborales.
Queda todavía mucho por hacer, porque en varios países las mujeres siguen sufriendo, en mayor o menor medida, discriminaciones de toda índole, cuando no situaciones de opresión.
Nuestro deseo ferviente es que esos desbarajustes cesen muy pronto y la mujer pueda ser libre en todos los sentidos y aspectos y ocupar el sitial que le corresponde.
Hace tiempo que se inició un proceso encaminado a conseguir la plena igualdad del hombre con la mujer, objetivo todavía no alcanzado completamente, repetimos, en muchos países del mundo.
Hacemos votos porque esa situación se revierta lo más pronto posible.

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 6 de marzo de 2014

El poder que mata



La película “Network” -que también se dio en español como “El poder que mata” y “Un mundo implacable”-, es una obra maestra de Sidney Lumet, considerada por muchos críticos como la mejor de su prolongada y brillante carrera.
A pesar de haberse filmado en 1976, se nos presenta más y más actual cada vez.
“Network” crítica acerbamente el mundo de la televisión y los “reality shows”, que se harían tan populares con el paso del tiempo.

Argumento

Un columnista de televisión se destaca diariamente denunciando en solitario ante las cámaras todo lo imperfecto y defectuoso de este mundo, así como la conducta del hombre de nuestro tiempo.
Su elocuencia es tan vívida que motiva una subida espectacular de la audiencia.
Al final de su parlamento se arroja al suelo, un día tras otro, y se queda inmóvil, como si hubiera muerto.
En una de sus actuaciones anuncia que suicidará próximamente… “en vivo y en directo”, lo que provoca una verdadera conmoción en la gente y origina un revulsivo en las principales cadenas de televisión.
Se pone a su servicio un programa de denuncia que le causará la muerte…frente a las cámaras.
Los trabajos de Lumet y el guionista, Paddy Chayesfsky son excepcionalmente buenos.
Quizás el film alcance su culminación absoluta con el  estremecedor monólogo sobre el dinero de uno de los personajes, que puede considerarse como el “leit motiv” de la película.

Ficha

Título original: “Network” (EE.UU.)
Año: 1976.
Dirección: Sidney Lumet.
Guión: Paddy Chayesfsky.
Fotografía: Owen Roizman.
Música: Elliot Lawrence.
Reparto: Faye Dunaway (Diana Christenson), Wlliam Holden (Max Schumacher), Peter Finch (Howar Beale),
Robert Duwall (Frank Hackett), Wesley Addy (Nelson Chaney).
Duración 121 minutos.

Premios

Oscars al mejor guión (Chayefsky), actriz (Dunaway), actor (Finch) y actriz de reparto (Straight).

© José Luis Alvarez Fermosel

Vídeo:

miércoles, 5 de marzo de 2014

Juego de cartas en cafetería



Dos veteranos juegan a las cartas en Cádiz.
No en esa hermosa ciudad del sur de España, tan bella y tan reluciente que se la conoce como  La Tacita de Plata.
Los veteranos juegan en una cafetería llamada Cádiz, que está cerca de aquí.
El establecimiento es largo y tiene forma de ele. Se lo ve un poco desangelado, como si su mejor época se hubiera perdido en el tiempo, como se dice vulgarmente.
Tiene la cafetería Cádiz amplios ventanales por los que entra el sol  –cuando hay sol, por supuesto- y varias mesas y sillas. Abundan el  plástico y las plantas.
Hay reproducciones de cuadros de Quinquela Martín en varias paredes.
Pintor de puertos y trabajadores, Quinquela fue un enamorado del barrio portuario de La Boca, donde fundó escuelas y museos. Autodidacta, expuso sus obras en Río de Janeiro, Nueva York, Roma y Londres.
Los veteranos se han ubicado, precisamente, bajo un cuadro de Quinquela Martín. Ocupan una mesa pequeña y están sentados uno frente a otro. Sobre sus cabezas hay un estante de madera con tres botellas de vino.

Deben pasar de los sesenta

Los dos son aproximadamente de la misma edad: sesenta y tantos. Desde donde yo estoy puedo ver que juegan con cartas de la baraja española, pero no sé a qué juegan.
El que está frente a mí es corpulento, tiene blanco el poco pelo que le queda y las manos grandes y nudosas, en las que los naipes apenas se ven. Son manos fuertes, propias de quien las ha usado mucho en trabajos rudos. Su rostro, ligeramente achatado, revela determinación, con la frente saliente y la boca apretada. Tiene una voz tan dura y tan áspera que en ella podría encenderse un fósforo. 
Viste, como su amigo, el uniforme de los barrios en verano: camisa barata a cuadros escoceses -de manga corta-, pantalón vaquero y zapatillas.
El otro es alto, tiene más pelo, también blanco y usa gafas, tras cuyos cristales brillan unos ojos claros y tristes, como si hubiera visto muchas cosas en su vida, algunas no muy gratas. Se lo ve serio, concentrado en el juego. Lleva una sortija de sello en el dedo meñique de la mano izquierda.

El pan

Colgada del respaldo de su silla hay una bolsita de plástico con unos pocos panes. Se ve que el hombre ha ido ha comprar el pan antes de reunirse con su amigo para echar la partida. Un tanto a su favor.
Porque ir a comprar el pan no es cualquier cosa: exige una personalidad determinada, y hasta un cierto estilo, diría yo. Además, es asunto de veteranos. Los años traen con ellos un cierto refinamiento: esa belleza del declinar que los puristas llaman intemporalidad.
Algo que permite ir por la calle con el pan en la mano, poniendo oro de pan en los gules del cielo, como un personaje de Magritte, el callado surrealista belga que pintaba panes voladores en el sol del mediodía.
Sobre la mesa de los veteranos hay dos tazas de café vacías y dos vasos de agua, uno medio lleno –que no se diga que soy pesimista- y el otro vacío.
Camareros con chaquetillas blancas sirven café, cerveza y más que cualquier otra cosa, pizza. Huele a aceite y a hierbas del sur.
En la calle, la tarde envejece a ojos vistas. Hay poco tránsito rodado, poca gente. Un perrito color café con leche, sentado junto a un semáforo, disfruta de los últimos rayos del sol.
Los árboles cabecean al impulso de un viento que se ha levantado de pronto y presagia lluvia.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 1 de marzo de 2014

Marzo y sus Idus



Ya se fue febrerillo el loco, renqueando con sus dos días de menos. Y ya tenemos aquí a marzo, un mes recio y completo en el que se inicia la primavera en el norte y el otoño en el sur, estaciones de transición pero cada una con su belleza.
Eso sí, hay que tener cuidado con los Idus de marzo.
Los Idus caían en el calendario romano el 15 del mes Martius (marzo), que correspondería al 14 de marzo actual.
¿Qué eran los Idus? Los días 15 de marzo, mayo, julio y octubre y el 13 del resto de los meses. Esos eran días de buenos augurios, en los que nada malo podía ocurrir. No así en otros.
Julio César murió cosido a puñaladas en el Senado de Roma, al pie de la estatua de Pompeyo, un día maléfico de los Idus de marzo del año 44 antes de Cristo. Según el escritor griego Plutarco –autor de Vidas paralelas-, César había sido advertido por un augur del peligro que corría su vida, pero hizo caso omiso de la admonición.
Julio César llegó, de triunfo en triunfo, a hacerse amo y señor del mundo mediterráneo. Su vida, fecunda y brillante, incluyó la escritura de los Comentarios a la Guerra de las Galias. Esta obra, escrita en un latín claro y purísimo, se considera como el primer informe especial del periodismo.
Era demasiado. Y no podía permitírsele. Tulio Címber y Casca urdieron una conspiración en su contra, en la que participó Bruto, ahijado de César, uno de los asesinos al que su víctima interpeló, interrogándole amargamente: “Tu quoque, fili?” (¿Tú también, hijo?). El desnaturalizado respondió: “Sic semper, tirannis” (¡Así siempre, tirano!).
La muerte de César provocó el estallido de otra guerra civil.
El calendario moderno reemplazó al romano alrededor del siglo III. La mención a los Idus de marzo siguió haciéndose coloquialmente durante los siglos siguientes, implicita la referencia a la muerte de César.
William Shakespeare clamaba en su obra Julio César: ¡Guárdate de los Idus de Marzo!

© José Luis Alvarez Fermosel