miércoles, 25 de agosto de 2010

Pancartas y octavillas

He contado esta anécdota muchas veces, pero siempre a colegas, por lo general en un bar, u otro establecimiento igualmente apropiado para reunirse los periodistas a tomar unos whiskies, a la salida de la redacción. Hoy se la voy a contar, con mucho gusto, a todos aquellos que no están obligados a conocerla.
Poco tiempo después de llegar a Buenos Aires, empecé a trabajar en el diario Crónica, como reportero de policiales. Un día me mandaron a cubrir una manifestación en la Plaza de Mayo. Me dijeron que pasara la información por teléfono.
Cuando reuní los primeros datos, llamé al diario. El secretario de redacción me comunicó con Néstor “Michi” Ruiz, que fue un compañero extraordinariamente leal y un amigo entrañable, de genio vivo, dicho sea de paso. Nos habíamos visto de refilón alguna vez en el diario.
Se produjo el siguiente diálogo, rigurosamente textual:

- Ruiz (no de muy buen humor): ¿Qué pasa, viejo?
- Yo: En la Plaza hay unas mil personas. Vigilan policías de paisano...
- Ruiz (extrañado): ¡Cómo!, ¿hay pai­sanos, gente de campo…, gauchos?
- Yo: No, gauchos, no. Policías de paisano, de traje y corbata.
- Ruiz (indulgente, pero ya un poco inquieto): Ah, sí, de civil. Seguí, seguí.
- Yo: Algunos manifestantes lanzan octavillas...
- Ruiz (interrumpiéndome, ligera­mente nervioso): Octa… ¿qué?
- Yo: Esos papelitos que...
- Ruiz (apenas resignado): ¡Volantes!
- Yo: Además, enarbolan pancartas...
- Ruiz (nervioso): Pan... ¿qué? -¡qué lo tiró!-, pan... ¿qué?
- Yo: ¡Pancartasl
- Ruiz (muy nervioso): ¡Carajo!, ¿qué enarbolan esos puntos? Pan...¿qué? Paaaaaaan… ¿qué?
- Yo (desconcertado, gritando): ¡Pancartas, pancartas!
- Ruiz (nerviosísimo): ¿Panqueques!?
- Yo (a punto de salirme de madre, cosa que no me cuesta mucho trabajo): ¡Pancartas, coño!
- Ruiz (al borde de la histeria): Pero...¿qué es eso?, ¡Dios mío!, ¿qué es eso?
- Yo (tratando de contenerme, pero sin dar pie con bola): Esos, como carteles grandes que...
- Ruiz (histérico): ¡Cartelones, carte­lones, cartelones! ¿Por qué no decís cartelones, gallego? ¿Por qué no decís cartelones, como todo el mundo, en vez de cosas raras? ¡Norma, Norma, vení a tomarle la información a este gallego, que seguramente llegó la semana pasada de Vigo, en el Cabo San Roque!; vení, Norma, por favor, que me vuel­vo loco!
Vino Norma Vega y se reanudó el diálogo, con interrupciones y ruidos extraños en la línea, pues entonces los teléfonos funcionaban muy mal en Argentina.
- Norma: ¿Qué pasa, galleguito? Dale.
- Yo: La policía se niega en redondo a dejarnos entrar en...
- Norma: Se niega... en redondo, como en las plazas de toros… ¡Olééééé!

Y colgó el teléfono.
Cuando regresé a la redacción, se pusieron todos en pie, sombríos, y me aplaudieron.
La crónica salió, gracias a “Michi” y a Norma -que le pasaron la pluma-, en criollo, y no en madrileño castizo.
Ah, un día alguien dijo pancarta en la televisión y desde entonces el término se popularizó, y se quedó ya para siempre en el vocabulario de los argentinos.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 24 de agosto de 2010

El jefe express

Teníamos el café express, el tren expreso –el más bonito era el de Campoamor-, las galletas Express, la biografía express, el supermercado express…
Ya tenemos también el jefe express, el jefe por horas, que permite a las empresas ahorrar un dinero que dilapida por otro.
Esto pasa en España –y probablemente en otros países del mundo, sino que todavía no nos hemos enterado-. Es cosa de la crisis, según parece. La temporalidad.
El jefe viene a las ocho de la mañana, pongamos por caso. Manda a los empleados todo lo que tiene que mandarles y se va a las cinco de la tarde, no sin antes pasar por caja. Otros jefes, un suponer, se quedan tres semanas, o dos meses.
“Somos –dice uno de ellos- como una empresa de alquiler de coches de lujo; nos ofrecemos al mejor postor: eso sí, por horas, o por meses”.
El jefe temporero. Son las cosas que pasan ahora, por mor de la crisis, ya digo.
Manuel Calzada y Pablo García nos explican con lujo de detalles todo lo habido y por haber en el diario El País de la capital de España acerca de esta nueva modalidad express.


© J. L. A. F.


Vinos con antibióticos

Tal como vienen los vinos –aguados los blancos, algunos “petillant” sin que deban serlo, de color negro los tintos-, no tiene nada de particular que se encuentre en ellos cualquier cosa.
De modo que no nos sorprende que se hayan descubierto en Alemania antibióticos en vinos de procedencia argentina, entre ellos varios originarios de Mendoza.
El gobierno alemán descubrió altas dosis del antibiótico natamicina en 7 de 42 vinos analizados.
Peter Hauk, ministro de Defensa del Consumidor del Estado federado de Baden Wurttemberg, ha reconocido que las cantidades de natamicina halladas en los antaño nobles caldos argentinos no alcanzan a ser perjudiciales para la salud, pero no tienen por qué estar dentro de una botella de vino.
El ministro Hauk tiene razón. Los antibióticos y demás fármacos, vitaminas, jarabes para la tos y otros medicamentos deben venir sólo en píldoras, grageas, pastillas, cápsulas, frascos y otros envases “ad hoc” para remedios, sin ningún aditamento.
A no ser que los vinateros argentinos hayan decidido matar dos pájaros de un tiro: proporcionar el calor, el bienestar y la alegría que el vino produce al cuerpo –consumido en dosis razonables- y, por otro lado, curar al consumidor de alguna afección susceptible de ser tratada con antibióticos.
¿O es que ya no saben qué añadirle al vino, en su fase de elaboración, para que salga enseguida de las barricas y llegue lo antes posible a los cajones de la exportación?
Esa debe ser la principal preocupación: exportar, ganar dinero.
De seguir así las cosas, la Argentina ya no tendrá crédito ni siquiera por sus vinos, que fueron muy buenos hasta que un grupo de vivos sembró, en un terreno tan bien abonado como el de lo “fashion” y lo “de onda”, la especie de que los mejores son los varietales, los que se hacen con un solo tipo de uva.
El más popular entre la tilinguería local es el Malbec, que se produce en cantidades enormes y se vende muy bien, como resultado de la ecuación moda, más mercadeo, más publicidad.
Hay otros tintos también de color negro, que dejan la copa churretosa y manchada de un sucio azul violáceo.
Es el estilo California –se dice-. Son los vinos que se ven beber a los americanos en las películas.
Y los esnobs se vuelven locos de alegría, y compran el vino negro, y se dejan dar gato por liebre, y hasta vino con medicinas, y agitan sus copas en las que danzan el azúcar, los colorantes y los antibióticos, mezclados con el vino negro.
Malbec, eso sí.
En una de las notas relacionadas, el conocido experto argentino Miguel Brascó echa su cuarto a espadas en torno a los vinos negros.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 22 de agosto de 2010

Sofisticaciones

El verano español, que se encamina a paso de lobo a su cenit, todavía es lo suficientemente caluroso como para que resulte agradable comer y beber al aire libre, en terrazas y chiringuitos; y si puede ser junto al mar, mejor que mejor, aunque no es imprescindible, pues tierra adentro se ofrecen también platos, bebidas y cócteles de alta complejidad.
Se modernizan, es más, se sofistican los condumios y los bebestibles típicos, lo cual no tiene nada de particular, en vista de cómo se alambica todo en estos tiempos.
“Lo más”, como se dice ahora en Buenos Aires, es por ejemplo el “frozen yogurt”, o yogurt helado, que puede saborearse hasta con 18 “toppings”, o el cóctel Margarita preparado ya para servir.
Alvaro Castro sostiene en el diario El País de Madrid, indudablemente con conocimiento de causa, que la gastronomía se aleja de los clichés “(…) y se da un buen baño de sofisticación”.
Pues, ¡adelante con los faroles!

J. L. A. F.

sábado, 21 de agosto de 2010

Aquel suelo lleno de espejos...

Escribía yo el otro día de mi vieja y querida Puerta del Sol de Madrid, por la que pasé y repasé cientos de veces, cuando aún se parecía a la plaza principal de una ciudad de provincias y era, los domingos por la tarde, el punto de reunión obligado de los soldados de reemplazo y las chicas de servir. “Sorchis” y “fogones”.
Ya estaba la pastelería La Mallorquina, entre las calles Mayor y Arenal, donde en uno de mis últimos viajes quise comprarle a mi madre una docena de merengues, que le gustaban mucho.
Sólo quedaba uno, a un euro. Un merengue, un euro. Un euro, un merengue. Escribí algo sobre esto. No podía ser de otra manera, la buena gente de La Mallorquina me dio el título.
Mi madre se citaba con su amiga Rosario en el Trust Joyero. Mario Lozano y yo cruzábamos la Puerta del Sol camino a la Carrera de San Jerónimo para tomarnos en L’Hardy una “combinación” –a base de vermú y ginebra-. Siempre estaba allí, y también bebía una “combinación”, y después otra, una señora mayor, muy bien vestida, maquillada en exceso, que fumaba cigarrillos con filtro.
Ya en la calle de Alcalá, pero muy cerca de la Puerta del Sol, estaba la sastrería Cid, donde se vestía el segundo marido de mi abuela. Un día, muchos años después de que desapareciera, dejando a mi abuela viuda por segunda vez, me hice hacer un traje en Cid. Me sentaba muy bien, pero me costó un ojo de la cara.
Escribió el poeta: “Parpadeaba, cercana, la Gran Vía, con las luces verdes y rojas de los cruces. Se oían timbrazos, gritos, bocinas y frenazos. Autos charolados que volvían con el perfume del tomillo de El Pardo, arrimaban lentamente al bar Pidoux, flanqueado de floristas, botones y vendedores de lotería. Salían muchachos “bien”, vestidos por Cid…”.
Nunca vi llover tan mansamente como en la Puerta del Sol. Era aquella una lluvia especial, diríase que cuidadosa, que no quería molestar; una lluvia que ponía sordina a la tarde recién comenzada, y cesaba de pronto, dejando el suelo lleno de espejos.
Los últimos tranvías convergían en la Puerta del Sol. No me refiero a los antiguos, tirados por mulas, porque esos no los conoci. Eran aquellos amarillos, cuyo cobrador llevaba uniforme azul marino y gorra de plato. Almirantes del asfalto.
Nunca me fijaba entonces en la Puerta del Sol, que siempre era para mí un lugar de paso, o de referencia. Total, estaba ahí, nadie me la iba a quitar. ¡Qué infeliz!
A la gente que venía de los pueblos le fascinaba la Puerta del Sol, sobre todo cuando los tranvías fueron sustituídos por los trolebuses y se erigió en ella la estatua de Carlos III, el rey alcalde, que tanto hizo por Madrid.
En la nota relacionada se cuenta cómo ha quedado la estación de metro de la Puerta del Sol, después de la última reforma. Mi hija María Soledad promete mandarme fotos.

© José Luis Alvarez Fermosel

Fondue


miércoles, 18 de agosto de 2010

Ignorancia

La mayoría de los estudiantes norteamericanos de los últimos cursos de la enseñanza secundaria no puede escribir en letra cursiva; y, lo que es peor, cree que Miguel Angel es un virus de computadora y Beethoven un perro San Bernardo, esos grandes y lanudos, hermosos, que buscan a gente perdida en la nieve, llevando colgado del cuello un barrilito con brandy.
Un perro perteneciente a esa raza fue inmortalizado en una película muy simpática, que creo que trajo algunas no menos simpáticas secuelas. Al can le habían puesto el nombre del inmortal músico alemán, autor de la Heroica. Los chicos americanos creen que el músico es el perro. Por lo menos, vieron la película.
Para los estudiantes que se graduarán en 2014, Checoslovaquia nunca existió. Los nacidos en 1980 creen que hubo un solo Papa: Juan Pablo II. Para los de 1981, carece por completo de significado el nombre del sindicato Solidaridad, el único independiente en la Unión Soviética, que logró terminar pacíficamente con el comunismo en Polonia en 1989.
En cuanto a las normas elementales de comportamiento en las carreteras, y la concepción acerca del limite que tienen que tener ciertos deportes, las noticias que nos vienen de Canadá, un país civilizado y culto, no pueden ser más inquietantes.
Muchos jóvenes se dedican a practicar un disparatado y peligrosísimo remedo del surf sobre techos de automóviles lanzados por las carreteras a toda velocidad. Ya ha habido heridos y muertos. También en este caso la información es de primerísima mano.
La incultura y la barbarie juntas, una vez más. Como para tener esperanza en un mundo mejor, obra de nuestros jóvenes.
Hay que ver la nota y el vídeo relacionados, aunque se nos pongan los pelos de punta. Es lo que tenemos: es lo que hay, expresión ésta última que se ha puesto muy en boga.
Pues tenemos muy poco, y muy malo. En todas partes.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

Ignorancia americana: secundarios creen que Beethooven es un perro y Miguel Angel un virus de PC

Vídeo:

martes, 17 de agosto de 2010

Guerra de quesos

Los franceses, gente culta y refinada, amante de las bellas artes y las ciencias, artífices de la moda femenina, genios de la “cuisine”, afortunados poseedores de una ciudad tan hermosa como París, tienen –de lo contrario serían perfectos-, algunos defectillos, como cada quisque.
Uno de ellos consiste en querer apropiarse de todo lo que puedan de otros países, en especial de España.
Bueno, Napoleón sacó un día a empujones de su trono a nuestro rey Fernando VII, sentó en él a su hermano José (Pepe Botella) y se quedó con la Península, así, como quien no quiere la cosa.
Seis años de dura lucha nos costó a los españoles recuperar el solar patrio. El Gran Corso, que en las postrimerías de la guerra vino en persona a Madrid, a poner orden, tuvo que irse con sus tropas. Hay un cuadro –no recuerdo en este momento de qué pintor- que lo muestra a caballo, abatido. “Napoleón en Chamartín”, es el título. Gracias a ese pintor sabemos que se fue por Chamartín de la Rosa.
Los franceses nos quitaron por lo menos el consomé, ya que no pudieron quitarnos otra cosa, y no estoy yo seguro de que no nos hayan afanado algo más.
Aunque la palabra nos llega del francés consommé, se trata de una receta de origen español. Fueron precisamente los soldados napoleónicos quienes, cuando saquearon el monasterio de Alcántara, se llevaron, entre otras cosas, el recetario de cocina de los monjes, del cual extrajeron el consumado o consumo (del latín consummatus), que según esos religiosos era caldo con carne a la que se había privado de toda la sustancia.
Dicho sea de paso, viene muy bien, a media mañana, una tacita de consomé con una yema de huevo dentro y un buen chorro de jerez seco. Ah, recuerden que de vez en cuando hay que echarle sal al caldo…
Pero a lo que íbamos, que los franceses tienen la mano un poco larga, razón por la cual Suiza, hablando de guerras, les ha ganado la del queso Gruyère, del que los galos se habían apoderado, como hicieron del consomé español.
La nota relacionada, de Urgente24, lo explica todo.
Ahora nos vamos a comer una porción de Gruyère y a bebernos un vasito de vino blanco, que es la hora del aperitivo.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

Y a los 3 años, Suiza le ganó a Francia la Guerra del Gruyère

lunes, 16 de agosto de 2010

Se decretó el fin de la pandemia de la gripe A

La Organización Mundial de la Salud (OMS), hecho ya su agosto, decreta ahora el fin de la que calificó hace algún tiempo de pandemia de una gripe titulada Gripe A, que estuvo muy de moda y le vino muy bien a ciertos profesionales de la salud, por así llamarlos, a varios laboratorios y otras empresas farmacéuticas.
La gripe A, o gripe porcina –los pobres cerdos no tuvieron la culpa de nada-, no fue otra cosa que la gripe de siempre que se contrae en invierno, lo mismo que los catarros y otras afecciones similares.
Fue incluso más benigna que la convencional, la de toda la vida, la que hemos sufrido chicos y grandes todos los inviernos, cuando hace frío, porque en este desquiciamiento global que vivimos, los inviernos no suelen venir con frío. Esto fue revelado por médicos competentes y con conciencia profesional.
Pero se armó un tole tole de aquí te espero, Baldomero. Cundió el pánico. Y salieron a la venta nuevos fármacos que se vendieron como pan caliente, que es de lo que se trataba.
Hace muy pocos días se anunció que la gripe A iba a volver. Pero inmediatamente se perfiló una protesta generalizada por parte de la gente, poco o nada dispuesta a que la volvieran a engañar, y la prensa preparó su artillería.
Así que inmediatamente se dio marcha atrás. Y ahora, la OMS declara oficialmente que se acabó la gripe A, que ya no habrá más gripe A.
Hombre, queda algo, todavía; pero no se puede montar un “revival” con tan poca cosa. No sería rentable.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

Otra vez la gripe A

Catas

La cata, las catas, catarlo, probarlo todo está actualmente muy de moda. Ya se sabe todo lo que puede hacerse, sometido uno de buenísimo grado a la tiranía de la moda, fuertemente apoyada por el mercadeo y la publicidad.
Esto de probarlo todo, comparado con otras manías “trendy”, no está mal; es algo menos bobo y menos nocivo que otras cosas que han sentado patente de corso, como la celebración de la semana del huevo, las guerras de almohadas, los desfiles de modas de hombres ataviados con ropa femenina, beber agua por litros durante todo el día hasta que los riñones salten en pedazos y otras parecidas a las que no nos referiremos por falta de espacio.
El caso es que se cata, se cata mucho en estos días: a ciegas y, también, con los ojos abiertos, mirando con fijeza al horizonte; en pie, como un soldado en posición de firmes frente su bandera; ante una mesa, rodeado por varios compañeros de cata o arrellanado en un sillón Chesterfield, en un “roof garden”.
Se catan el vino, el te, el café, el whisky, el chocolate, los habanos, el aceite, el queso, la yerba mate, la mayonesa, el vinagre…
Una muy extensa nota publicada en el diario La Nación de Buenos Aires el 16 de agosto de 2010, que firman varios catadores, lo cuenta todo acerca de esta nueva tendencia. Hay otra anterior, publicada en la revista española 20Minutos, sobre lo que se dice en las catas de vinos. No tiene desperdicio.
Ah, mientras escribo estas líneas me llega la desmentida de un experto en catas, en elaboración de nuevas “delikatessen”, diplomado en cocina molecular e investigador de unos importantes laboratorios de Rennes: no es verdad que esté en marcha un proceso conducente a convertir los excrementos de gallina en chocolate.
¡Menos mal!

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 15 de agosto de 2010

Intelligentsia

Aquí están. Pertenecen a la “intelligentsia” vernácula.
Están convencidos de que, si no son los pensadores laicos que ocuparon el lugar de los sacerdotes, los escribas y augures que guiaron al mundo en el pasado, son sus sucesores, capaces no sólo de diagnosticar, sino de curar los males que aquejan a la sociedad doliente – y esnob- del siglo XXI, sin más ayuda que su intelecto y su sabiduría.
Muchos escriben en revistas de satinadas páginas que salen cada tres o cuatro meses –cuando el editor, que es uno del grupo, consigue el dinero para sacar un nuevo número-. En esos “magazines” se habla de plumas estilográficas de colección, “haute horlogerie”, maltas “blended” de por lo menos 12 años de añejamiento, vinos varietales tintos –como el tan traído y llevado Malbec- de color negro, que manchan la copa de azul violeta, hoteles de 7 estrellas y automóviles super modernos y carísimos.
Hablan de deconstructivismo -¡todavía!- y, naturalmente, de Derrida, Phillip Johnson, Bataille, Lacan –tan influído por James Joyce- y la fenomenología husserliana.
Se reunen en nuevos cafés minimalistas del norte de la ciudad; de muchos se dice que son filósofos, pero lo cierto es que se limitaron a estudiar filosofía –alguno terminó la carrera y se dedica a la enseñanza-; se les llama a catas de vino a ciegas y pontifican sobre “gourmandise”.
Se parecen como una gota de agua a otra al pintor de un anuncio que publicita una marca de fernet por la televisión. En el spot, un muchacho se pasea por el salón, mirando y remirando a una chica monísima. En un momento dado, empuja sin querer al pintor –un esnob de tomo y lomo-, que se inclina hacia delante, con su vaso de fernet en la mano. La bebida salpica un cuadro, que muestra un gran rostro de mujer en blanco y negro, emborronándolo. No se pierdan el aviso. Yo lo incluyo en este blog.
Esos sabelotodos escriben, por ejemplo: “Baton Rouge, en los Angeles…”. Baton Rouge, en realidad, está en Louisiana, al suroeste del Golfo de México.
Sodoma y Gomorra, además de las ciudades pecadoras, es el título de un libro de relatos y no de una novela, de Curzio Malaparte. El error fue de un conocido escritor que publicó recientemente un comentario sobre el autor de Kaputt y La piel.
El verdadero nombre de Voltaire, figura cumbre de la Ilustración francesa, es François (María Arouet), y no Jean Baptiste. Otra equivocación, que no parece propia de alguien con estudios.
Pero no hay que asombrarse. Muchas personas que se tienen por cultas dicen conección por conexión, las 14 horas, en vez de las 14 a secas, o las veintiún horas, como se oye en los medios audiuvisuales, en lugar de las veintiuna, la casi totalidad por casi la totalidad y otras cosas parecidas. Tuvieron buena universidad, pero mal cole. Luego, probablemente, devinieron nuevos ricos y ya no se ocuparon más de lo que hay que decir y escribir bien.
La carga de la caballería inglesa durante la guerra de Crimea (1) fue inmortalizada por Tennyson, y no por Rudyard Kipling, que se refirió también en verso, cuarenta años después, al Ultimo de la Brigada Ligera. Pero el poema de Tennyson es el que se identifica siempre con ese hecho, el que se quedó en la historia.
Nadie lo sabe todo, ni lo que no se sabe tiene por qué considerarse como perteneciente a un estamento ancilar. A veces, nos pasa a todos, no se tiene algo claro, no se está seguro de algo. Es el momento de acudir al diccionario, o a la enciclopedia, o a los libros, o a los que saben.
Pero la soberbia, claro…; la soberbia nos nubla todas las potencias del alma. La soberbia se encuentra en el fondo de todos los errores, dijo John Ruskin. La mona sigue vistiéndose de seda.

(1) La Guerra de Crimea se libró entre 1854 y 1856 en la península del mismo nombre (sobre el Mar Negro), que entonces pertenecía a Rusia, a la que enfrentaron Inglaterra, Francia, Turquía y el Piamonte. Rusia, en el cenit de su gloria, perdió la contienda. La carga en Balaclava (una ciudad de Crimea), de 600 lanceros de la Brigada Ligera de la caballería inglesa contra los cañones rusos, constituyó quizás el más flagrante error militar de la historia moderna. El encuentro se convirtió en una matanza para la brigada. Apenas hubo supervivientes. Su heroico –y estéril- desempeño fue cantado por los escritores ingleses Alfred Tennyson y Rudyard Kipling. En 1936 se filmó una película con el mismo título del poema de Tennyson, La Carga de la Brigada Ligera, bajo la dirección de Michael Curtiz y protagonizada por Olivia de Havilland, Errol Flynn y David Niven. Ganó un Oscar a la mejor asistencia de dirección.


© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 14 de agosto de 2010

Porcentaje


jueves, 12 de agosto de 2010

Puerta del Sol

La Puerta del Sol es el centro, cada vez más animado, bullicioso, comercial, folklórico y turístico del eterno Madrid.
Del kilómetro cero, situado justo en el centro de la plaza, parten las seis carreteras nacionales. Vivos están el simbolismo y la huella histórica de esta zona de la capital de España, que en el siglo XV servía de límite a uno de los arrabales más poblados de la ciudad, en el que había una muralla con una puerta orientada a poniente, con un sol encima, que al parecer dio nombre al lugar.
En el año 1860 se empezó a pincelar lo que en esencia es hoy en día la actual Puerta del Sol. Hubo que demoler tres edificios: el hospital del Buen Suceso, donde se abrió la calle de Espoz y Mina, el convento de los Mínimos de la Victoria y la iglesia de San Felipe el Real, en cuyas gradas se hallaba el famoso Mentidero: una tertulia abierta en la que se producían las noti­cias… antes que los hechos.
Los cambios afectaron a determinadas calles, que desaparecieron del plano urbanístico. Surgieron otras, como la travesía del Arenal. Se construyeron, además, casas que dotaron a la Puerta del Sol de una interesante armonía arquitectónica.
Fue su dueño, el duque de Santoña -destacado financiero del siglo anterior-, quien, tras ver concluídas las obras, bautizó como “el patio de mi casa” a la remozada Puerta del Sol.
Una de las últimas reformas data de 1986, cuando se cambiaron las fuentes y las farolas y se ensancharon las zonas peatonales.
La estatua ecuestre de Carlos III, que hoy preside la plaza, fue instalada en 1995, después de que se aprobara su emplazamiento en una consulta popular. Junto a la estatua desta­can el monumento del Oso y el Madroño -elementos heráldicos del escudo de la villa-, que fue ubicada al comienzo de la calle del Carmen, a finales de 1960, y la diosa mitológica Mariblanca, esculpida por Navarro Santa Fe.
Durante los siglos XVII y XVIII numerosas tiendas, librerías, restaurantes y cafés abrieron sus puertas en esta zona y marcaron la personalidad de la Puerta del Sol, configurándola como un monumento, una gran arteria comer­cial y un centro de reuniones, celebraciones y protestas populares.
Frenta a la estatua de Carlos III está el edificio llamado Casa de Correos, sede central de la Comunidad Autónoma de Madrid, obra del arquitecto francés Jacques Marquet. Iniciada en 1768, el resultado fue un conjunto artístico de corte rectangular y estilo clásico, con dos patios porticados y una fachada de cinco cuerpos simétricos.
Hay un reloj de tres esferas instalado sobre el frontón del edi­ficio, donado por el relojero José Rodríguez Losada, que constituye uno de los elementos característicos de la construcción. El mal funcionamiento del reloj dio lugar a esta coplilla, que se repitió durante muchos años:

Este reloj tan fatal
que hay en la Puerta del Sol
-dijo a un turco un español-
¿Por qué funciona tan mal?
Y el turco con desparpajo
contestó cual perro viejo:
Este reló es el espejo
del Gobierno que hay debajo

Con el tiempo, el reloj donado por Losada, e inaugurado en 1866, empezó a funcionar bien, se convirtió en símbolo de la capital de España y, desde el pasado siglo XX, en noble anfitrión de la noche de fin de año.
Cada 31 de diciembre acuden miles de personas a comer las doce uvas de la suerte, al compás de otras tantas campanadas del reloj de la Puerta del Sol, despidiendo así al año, a la espera de que, según la tradición, el año próximo sea próspero y feliz.
Uno pasó por la Puerta del Sol infinidad de veces, con la naturalidad, es más, con la “nonchalance” de los veinte años, como si no fuera a dejar de verla nunca.
Un día uno empezó a viajar, y a ver la Puerta del Sol al regreso de sus viajes. Hasta que se afincó en una ciudad lejana de otro país, desde la que no deja de sentir la nostalgia de su Puerta del Sol y su ciudad, en la que nació, que jamás se olvida, esté uno donde esté.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 10 de agosto de 2010

Redes sociales

Las redes sociales, que están muy en boga, pueden ser muy útiles, por ejemplo, para dar con el paradero de alguien que ha desaparecido y se necesita que reaparezca, o a otros fines provechosos, humanitarios, protectores o prácticos.
No faltan quienes las usan para exhibirse –hasta en la bañera-, lo cual significa caer en un narcisismo que no se sabe qué puede tener de beneficioso, ni de práctico.
El caso es que 500 millones de personas –el 22 por ciento de los internautas- figuran ya en YouTube, Flickr, Facebook o Twitter. Esto ya es una rutina en el siglo XXI.
Alejandra Folgarait ha escrito en el diario La Nación de Buenos Aires un artículo, que en realidad es un breve ensayo, en el que recoge opiniones de especialistas en comunicación, se adentra en un tema complejo, con sus más y sus menos, y se explaya acerca de los beneficios y los perjuicios del destape on line.
Rosa Jiménez Cano, a su vez, nos informa desde el diario El País de Madrid acerca de una iniciativa de muchos centros educativos alemanes, consistente en enseñar a sus alumnos cómo, cuándo y para qué usar las redes sociales en cuestión. Hay que contrastar y verificar los datos de la red, a fin de evitar que los alumnos se crean a pies juntillas todo lo que se dice en la televisión, o en Internet. Este es el pansamiento de la ministra de Medios de Westfalia, Angelica Schwall-Düren.
Todo, y naturalmente las redes sociales también, tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

© J. L. A. F.


Del autor:

Soledad Social

sábado, 7 de agosto de 2010

Supersticiones, manías y compulsiones

“Las del tío Pelete, que no llegaban a siete”. Nunca se supo quién fue el tío Pelete, ni cuáles eran las cosas que tenía, que no llegaban a siete, aunque se deduce que eran cartas, porque esta expresión se utiliza en España en los juegos de naipes cuando a uno le va mal.
“Año de siete, deja España y vete”. Este refrán considera el valor emblemático y supersticioso del número siete, y debe su origen a la heptolatría, o superstición maléfica en torno a ese número, antiquísima en todas partes.
El número siete es quizás el que más se repite en el simbolismo numérico de todas las tradiciones.
Por ejemplo, los hebreos no sembraban un año cada siete según su ley. De ahí nació la creencia de que cada siete años uno es estéril, de que el séptimo día de enfermedad es decisivo, de la eficacia de los siete baños, etc.
Para los chinos el Zorro de Siete Colas representa al genio maléfico por excelencia. Para los musulmanes, siete son las divinidades del Infierno “(…) y oirás batir sus puertas”.
Estanislao Correas y otros tratadistas recuerdan que es creencia popular que en las enfermedades, el séptimo día es crucial y, en la vida, el año siete es peligroso; y aun en los frutos, cada año de siete no se tiene por bueno, que parece que descansa en él la tierra.
También se dijo antiguamente “Año de veintisiete, deja Roma y vete”, en alusión al saqueo de Roma por las tropas imperiales de Carlos I de España y V de Alemania en 1527.
Hay la creencia general de que de siete en siete años el hombre hace crisis moral y material­mente, y renueva a lo largo de cada espacio de éstos todas sus células, modificando sus gustos y aficiones. De ahí debe venir lo de la picazón del séptimo año en el matrimonio.
La realidad es que con la razón y la experiencia varían imperceptiblemente esto, lo otro y lo de más allá durante toda la vida.
Si la creación fue hecha en seis días, el séptimo es el día del descanso, en el que todo retorna a la unidad del principio. Siete son las notas musicales, siete son los chakras, dicen que los gatos tienen siete vidas, siete son los pecados capitales.
En el Antiguo Testamento se menciona setenta y siete veces el número siete, que es el punto central del hexágono, la estrella de David y la cruz tridimensional. Podríamos seguir así “ad infinitum”.
Hay gente supersticiosa que cree en estas y otras cosas por el estilo. También están los maniáticos, y entre ellos los coleccionistas y, sobre todo, los acopiadores compulsivos de objetos, como un servidor, que fuera de la computadora no puede escribir más que con pluma estilográfica y siempre pide a sus familiares que le regalen esos mínimos y bellos instrumentos por su cumpleaños. No soy yo el único maniático en ese sentido. Tengo colegas, y conozco algún que otro médico que tienen la misma compulsión. Entre los devotos de la lapicera fuente estaba Jorge Guinzburg, a quien seguimos extrañando.
Peor era lo de aquel señor, que desde el momento en que se hallaba en una habitación donde había un reloj, fuera su clase la que fuera, grande o pequeño, reloj antiguo con péndulo en su vitrina, o despertador encima de una chimenea, dejaba invariablemente de prestar atención a las conversaciones hasta que, por fin, conseguía acceder al reloj y ponerlo a la misma hora que el suyo. Lo hacía en todas partes, incluso cuando estaba de visita en casas de personas que apenas conocía, y hasta en cualquier tienda o centro comercial en el que hubiese entrado a comprar un paquete de clavos, aspirinas, una corbata o un libro.
Sin embargo, no era relojero, sino ingeniero de caminos, canales y puertos.
Otro conocido mío se moría por las mujeres bizcas, y apenas veía una, donde fuera, se le tiraba encima, o poco menos. Se llevó varios disgustos, y algún bofetón.
Quizás no sea malo ser supersticioso, tener un “hobby”, una manía o hasta una compulsión –siempre y cuando ésta sea inofensiva-. Pero hay que tener cuidado, porque todo tiene un límite.

© José Luis Alvarez Fermosel

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© Maitena

viernes, 6 de agosto de 2010

En torno a un poema de Turgénev

Recuerdo un poema en prosa de Ivan Turgénev –profundo conocedor del alma rusa-, en el que un hombre pasea por el campo, una mañana de primavera, y sin darse cuenta llega a las proximidades de una aldea poblada por gente muy pobre.
Un mendigo se halla sentado en el suelo, con la espalda apoyada en un árbol. Al ver llegar al paseante, bien vestido, aparentemente próspero, se yergue no sin cierta dificultad y se adelanta con paso vacilante hasta situarse frente a él. Entonces extiende una mano llagada, en una muda súplica.
El viandante, que ha salido a pasear sin dinero ni bien alguno, se mortifica. Mira con fijeza al menesteroso, que le sostiene la mirada con la suya, clara y dulce, y con un gesto espontáneo, estrecha su mano tendida.
El mendigo comprende, corresponde al apretón de manos, sonríe, mostrando su dentadura mellada y dice: “Hermano, esto también es una limosna”.
He recordado al mendicante de Turguénev toda vez que me he topado con alguno.
En España, los pobres que pedían limosna a la entrada de la iglesia o en otro lugar, en épocas afortunadamente preteridas, lo habían perdido todo menos esa dignidad tan española que no se pierde con los golpes que da la vida, por muy fuertes que estos sean, y que no excluye el sentido común, ni el sentido del humor.
Voltaire refiere en su Diccionario filosófico, en la parte referente al amor propio, la anécdota protagonizada por un mendigo de los alrededores de Madrid, que pedía altivamente limosna. Un transeúnte le dijo: “¿No te da vergüenza practicar esta actividad infame, pudiendo trabajar?”. Y el mendigo le contestó inmediatamente: “Señor mío, yo pido dinero, no consejos”, tras lo cual, en palabras de Voltaire, “volvió la espalda con la dignidad de un castellano”.
El humorista español Noel Clarasó acuñó a este propósito un refrán: “El que da consejos a quien le pide dinero, pierde el tiempo, y si además le da dinero, pierde las dos cosas”.
Hace muchos años, cuando yo todavía vivía en España, había en Burgos un pobre que solía instalarse casi siempre en las inmediaciones de la catedral. Un turista extranjero le pidió un día que le dijera dónde estaba una determinada calle. Como no se entendían, el pordiosero optó por acompañar al turista hasta donde quería ir y luego se despidió.
El turista sacó de su cartera un billete de cien pesetas, lo cual era entonces una limosna espléndida, y se lo tendió a su improvisado guía, quien lo rechazó indignado, diciéndole: “Yo he venido hasta aquí con usted para hacerle un favor, y los favores no se pagan. Ahora bien, como soy mendigo, si va usted a la catedral y al verme en la puerta me da una limosna, se la aceptaré encantado”.
Ojalá que llegara un día en el que nadie tuviera que lanzarse a la calle a pedir limosna, con dignidad o sin ella, con sentido del humor o sin él.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 2 de agosto de 2010

Lechuza

Pero, señores, ¿qué le han hecho ustedes a la pobre lechuza, que tiene esa carita de susto, o de asombro? ¿No ven que es una cría, que es una lechucilla pequeñaja que todavía no ha visto la vida, y por eso tiene esa mirada tan inocente?
Sus ojos son redondos y amarillos, como los de todos sus congéneres. Y tienen la misma mirada de fijeza intensa, que parece querer penetrar hasta los tuétanos, sin que eso, de lograrlo, significara que fueran enseguida a decirle a todo el mundo lo que vieron.
Pero los ojos de esta pequeña avecica tienen una expresión que da a entender que no da crédito a lo que está viendo, o que ve algo que escapa a su capacidad de comprensión, que es mayor –la de todas las lechuzas y búhos, los últimos más corpulentos- que la de muchas personas.
No vayan por ahí, señores, por favor, asustando a estas aves, que son completamente inofensivas, decoran la noche en los huecos de los árboles, e iluminan el silencio con el oro derretido de su mirada redonda como una moneda, una mirada que nunca bizquea ni se extravía.
Las lechuzas dan buena suerte, por si ustedes no lo saben. Todo aquel que pase de noche por debajo de una rama con una lechuza, o un búho encima gozará de dos años consecutivos de gozo y bienestar.
Las lechuzas se expresan con un ruido sordo y blando que es una introspección y suena como un buche, o el hipo contenido de un sochantre, gentes de buen saber y estar.
Animal útil para la agricultura, como el sapo, ha sido como el gordezuelo batracio color jade protagonista de leyendas cargadas de maldad, y se le ha relacionado con brujas, trasgos, fantasmas y pociones deletéreas preparadas en calderos, a la luz de la luna. Nada tan lejos de la realidad.
Las búhos son los vigías de la noche, en los bosques. Insomnes, inmóviles y silentes, han salido en cuadros y haikus, lo que no han conseguido tantas cotorras.
Así que no veo yo por qué tiene nadie que ir por ahí asustando, o azorando a lechuzas de tierna edad.
Hay otras cosas que hacer.


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 1 de agosto de 2010

Grand Hotel

Los acontecimientos del «Grand Hotel» no forman destinos humanos completos, netos y de­finidos, porque no son más que partes, fragmentos, jirones de vida. En las habitaciones cerradas, viven personas insig­nificantes o dignas de interés, individuos que ascienden, otros que caen... dichas y desdichas, catástrofes y triunfos viven allí, separados por un tabique. La puerta giratoria da vueltas y lo que ocurre entre una llegada y una salida, no constituye jamás un todo. Quizá, por otra parte, no haya en el mundo destinos completos, sino solamente algo parecido: preludios que no tendrán consecuencia, desenlaces a los que no precede ningún prólogo. Lo que parece hijo de la casualidad, está muchas veces regido por las leyes.
Si alguien se propusiese emprender la narración de lo que hubiera visto detrás de las puertas, correría el peligro de oscilar entre la verdad y la mentira, como sobre una cuerda floja que se balancea...

Hotel, sí, Grand Hotel –así, con d final-, hoteles. Vicki Baum (1888-1960). Escritora austríaca nacionalizada estadounidense. Su fama se extendió por Europa y los Estados Uidos entre las décadas del 30 y el 50.
Le gustaba escribir novelas sobre hoteles, buen tema. “Hotel Berlín”, “Grand Hotel“, “Shanghai Hotel”…
De “Grand Hotel” se hicieron dos películas. La primera, filmada en 1932, fue dirigida por Gottfried Reirinhardt e interpretada por Greta Garbo y John Gilbert; la segunda se rodó en 1959, bajo la dirección de Edmund Goulding y con Michèlle Morgan y O. W. Fischer como figuras estelares.
Puesta en contacto con Hollywood a partir de 1932, Vicki Baum dedicó parte de su producción literaria al cine. Le siguió los pasos la inglesa Daphne du Maurier, más o menos en la misma época.
Muchos autores de entonces vieron algunas de sus obras llevadas al cine. Estaban de moda Cecil Roberts, Paul Morand, Somerset Maugham, Pearl S. Buck, Claude Houghton, Louis Bromfield, A. W. Mason, Maurice Dekobra, Pierre Drieu La Rochelle… Muchos de ellos también escribieron sobre hoteles.
Los grandes hoteles de los “roaring twenties”, abarrotados de millonarios alemanes, gigolós franceses de alto vuelo, bailarinas, cantantes de ópera, escritores ingleses, alguna marquesa española, músicos fracasados…
Aventura. “Glamour”. Charleston. Corría el champán a raudales. También se bebía absenta y se fumaban cigarrillos turcos. El “Orient Express” viajaba de Ostende a Estambul, pasando por Viena, Subotica, Belgrado, Budapest. El expreso de Shanghai se difuminaba con el humo en la noche, con Marlene Dietrich haciendo de dama equívoca –utilicemos el lenguaje de la época-. Amores apasionados, partidas de “bridge” en “roof gardens” de palacios ducales, tango y las tardes del Ritz.
¡Qué época!, ¿no?

© José Luis Alvarez Fermosel
Notas relacionadas:

Adela Montes

Me levanto y empiezo a …”hojear” (por Internet) los diarios. ¡Cuál no sería mi sorpresa al encontrarme en La Nación con Adela Montes, a quien Alejandra Rey le hace una entrevista buenísima!
Adela (todos le dicen Adelita, como a mi madre, que se llamaba igual) fue la primera periodista que conocí cuando llegué a Buenos Aires, hace tantos años que ni me acuerdo.
Tardamos muy poco tiempo en hacernos amigos y nunca dejó de darme manos, en mis comienzos periodísticos en Argentina. Porque Adelita –con qué emoción escribo este nombre…- entró muy joven por la puerta grande del espectáculo, se instaló en la planta noble y jamás salió de ella.
Así que conoce a todo el mundo, tiene el teléfono de todo el mundo y te puede conectar con cualquiera que pertenezca a la colonia artística, desde la chica que empieza a ser modelo hasta la actriz, o el actor más destacado.
Todo el mundo adora a Adelita, porque además de extraordinariamente capaz es una bellísima persona; siempre impecable, con su pelito de una blancura deslumbrante –lo tiene así desde que era muy joven-, su sonrisa y su buena disposición para hacer favores, ayudar a quienes lo necesiten y seguir trabajando, pasados los ochenta años.
Como se recuerda en la nota de La Nación relacionada con este post, Adelita inventó el término cholulo, que identifica al entusiasta de la farándula y todo lo farandulero. Fue cofundadora de la Asociación de Periodistas de la Televisión y la Radiofonía Argentina (APTRA) y es jurado infaltable en todos los certámenes artísticos que se celebran en Buenos Aires.
Pero lo más importante de este personaje entrañable es su bondad, su generosidad, su simpatía, su buen carácter, su excelente mano para las relaciones humanas y su paciencia de santo. Nadie recuerda haberla visto enojada.
Yo, que tuve la suerte de trabajar con ella puedo dar fe de esas y otras virtudes de Adelita. Reseñarlas todas demandaría un espacio interminable.
Este blog se honra posteando la entrevista a Adelita y publicando su foto, en la que se la ve en un jardín, al parecer, con esa sonrisa suya tan característica, que no se borra nunca de su rostro.
Si Adelita se fuera con otro…
¡Nos dejaría sumidos en una desolación que no podríamos resistir!


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:


Historias con nombre y apellidoAdela Montes, la mujer que inspiró la palabra "cholula"

Alejandra Rey
LA NACION

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lanacion.com Información general S?do 31 de julio de 2010