Madriz, Madris o Madrí. En Madrid, nadie, o casi nadie dice Madrid.
¡Hay en Madrid tánta gente de provincias, con tántas formas de hablar, de pronunciar las palabras, con tántos acentos! Andaluces, catalanes, aragoneses, gallegos, vascos…
Los barrios, además… Dicen que la risa va por barrios. Pues en Madrid lo que va por barrios es la pronunciación.
Decir bien la palabra Madrid es cosa de académicos, o de turistas hispanohablantes. Un madrileño castizo dirá siempre Madrí. Alguien que quiera dejar bien sentado que es culto y fino, al exagerar la d final la convertirá en z y dirá Madriz, así como soledaz, cantidaz y todas las palabras terminadas en d.
Hemos encontrado una verdadera joya: el facsímil de la portada –que se debe al dibujante Javier de Juan- de una revista probablemente dedicada al turismo y los viajes, por lo que bajo el título se lee vacaziones con z.
El número de la revista cuya tapa ilustra estos renglones corresponde a julio y agosto… ¡nada menos que de 1984! Hace la friolera de 25 años, un cuarto de siglo.
¿Por dónde andaría uno en julio o agosto de 1984? ¿Dónde estaría uno, que no ha parado de correr? ¿Por qué no en Madrid, en pleno verano?
En la Ribera de Curtidores, un domingo por la mañana, bajo un sol de justicia, con gente zascandileando por el Rastro –el gran mercado de pulgas al aire libre-, turistas con cámaras fotográficas y filmadoras y empleadas domésticas en su día libre, en pequeños grupos, camino de la Puerta del Sol, a encontrarse con los soldados, recién salidos de sus cuarteles después del cambio de guardia.
También podría estar, de noche, en una sala de fiestas –como se las llamaba entonces-, en el parque de El Retiro, con una señora rubia al lado y un camarero hercúleo de esmóquin blanco –como el de la portada de la revista- atendiendo las mesas, los tres flanqueados por árboles y plantas.
No sería descartable que Lilian de Celis cantara un cuplé, mientra uno pedía un Cointreau con hielo para su acompañante y un gin tonic con gin Beeffeater para uno.
No se pasa mal en Madrid, en verano. Ya lo dijo Francisco Silvela (1): “Madrid, en verano, con dinero y sin familia es Baden Baden”.
En las tardes de verano cantan los pájaros de los jardines, incluídos los oscuros vecejos urbanos que pueblan las acacias, los árboles más típicos de Madrid.
Cuando caen las primeras sombras del anochecer sobre la ciudad recalentada y casi desierta, pues julio y agosto son meses de vacaciones, viene una ligera brisa de la sierra del Guadarrama y se recuerda lo que dijo aquel optimista: “En agosto, frío en rostro”.
Cincuenta pesetas costaba la revista Madriz en 1984. Poco podía hacerse entonces con diez duros, que daban para una entrada en un cine de barrio, o una corta ronda por las tascas de vinazo y moscas del Madrid viejo. O, en todo caso, para un bocadillo de calamares fritos y algunos periódicos.
Creo que en 1984 ya no salían los diarios vespertinos Madrid, Pueblo e Informaciones. En el último publiqué yo, mucho antes de 1984, un artículo sobre Agustín de Foxá, muerto hacía poco, en el que creo que recordaba su poema Melancolía de desaparecer (2).
En 1984, un año antes de que España ingresara en la Comunidad Económica Europea, culminaba la alegría de la Movida madrileña, que se extendió durante toda la gestión del alcalde Enrique Tierno Galván.
El arrebato cultural, la noche incandescente, Almodóvar y sus amigos, Ouka, Los Costus, MacNamara, Alaska…
Estaba en boga una música machacona llamada bakalao –sí, con k: ¡qué manía, la de cambiar las consonantes!-. La impusieron los que cortaban el bacalao en el ambiente de las discotecas.
Luego el bakalao se convirtió en una moda absurda y peligrosa, consistente en correr en automóvil de noche, a toda velocidad, con los faros apagados, por carreteras solitarias, compitiendo a veces con otros locos. Las autoridades terminaron con este hábito inconcebible, propio de orates o drogatas.
El caso es que Madrid, escrito su nombre con la letra final que sea, en 1984, ahora mismo y siempre, justifica el dicho popular: “De Madrid al cielo y, allí, un agujerito para poder verlo”.
El chotis de Agustín Lara: “Madriz, Madris, Madri, pedazo de la España en que nací…”
(1) Nacido en 1843 y muerto en 1905. Connotado jurisconsulto y político. Fue jefe del Partido Conservador y presidente del Consejo de Ministros durante la regencia de la reina María Cristina Absburgo y Lorena, antes del advenimiento al trono de Alfonso XIII.
(2)
¡Hay en Madrid tánta gente de provincias, con tántas formas de hablar, de pronunciar las palabras, con tántos acentos! Andaluces, catalanes, aragoneses, gallegos, vascos…
Los barrios, además… Dicen que la risa va por barrios. Pues en Madrid lo que va por barrios es la pronunciación.
Decir bien la palabra Madrid es cosa de académicos, o de turistas hispanohablantes. Un madrileño castizo dirá siempre Madrí. Alguien que quiera dejar bien sentado que es culto y fino, al exagerar la d final la convertirá en z y dirá Madriz, así como soledaz, cantidaz y todas las palabras terminadas en d.
Hemos encontrado una verdadera joya: el facsímil de la portada –que se debe al dibujante Javier de Juan- de una revista probablemente dedicada al turismo y los viajes, por lo que bajo el título se lee vacaziones con z.
El número de la revista cuya tapa ilustra estos renglones corresponde a julio y agosto… ¡nada menos que de 1984! Hace la friolera de 25 años, un cuarto de siglo.
¿Por dónde andaría uno en julio o agosto de 1984? ¿Dónde estaría uno, que no ha parado de correr? ¿Por qué no en Madrid, en pleno verano?
En la Ribera de Curtidores, un domingo por la mañana, bajo un sol de justicia, con gente zascandileando por el Rastro –el gran mercado de pulgas al aire libre-, turistas con cámaras fotográficas y filmadoras y empleadas domésticas en su día libre, en pequeños grupos, camino de la Puerta del Sol, a encontrarse con los soldados, recién salidos de sus cuarteles después del cambio de guardia.
También podría estar, de noche, en una sala de fiestas –como se las llamaba entonces-, en el parque de El Retiro, con una señora rubia al lado y un camarero hercúleo de esmóquin blanco –como el de la portada de la revista- atendiendo las mesas, los tres flanqueados por árboles y plantas.
No sería descartable que Lilian de Celis cantara un cuplé, mientra uno pedía un Cointreau con hielo para su acompañante y un gin tonic con gin Beeffeater para uno.
No se pasa mal en Madrid, en verano. Ya lo dijo Francisco Silvela (1): “Madrid, en verano, con dinero y sin familia es Baden Baden”.
En las tardes de verano cantan los pájaros de los jardines, incluídos los oscuros vecejos urbanos que pueblan las acacias, los árboles más típicos de Madrid.
Cuando caen las primeras sombras del anochecer sobre la ciudad recalentada y casi desierta, pues julio y agosto son meses de vacaciones, viene una ligera brisa de la sierra del Guadarrama y se recuerda lo que dijo aquel optimista: “En agosto, frío en rostro”.
Cincuenta pesetas costaba la revista Madriz en 1984. Poco podía hacerse entonces con diez duros, que daban para una entrada en un cine de barrio, o una corta ronda por las tascas de vinazo y moscas del Madrid viejo. O, en todo caso, para un bocadillo de calamares fritos y algunos periódicos.
Creo que en 1984 ya no salían los diarios vespertinos Madrid, Pueblo e Informaciones. En el último publiqué yo, mucho antes de 1984, un artículo sobre Agustín de Foxá, muerto hacía poco, en el que creo que recordaba su poema Melancolía de desaparecer (2).
En 1984, un año antes de que España ingresara en la Comunidad Económica Europea, culminaba la alegría de la Movida madrileña, que se extendió durante toda la gestión del alcalde Enrique Tierno Galván.
El arrebato cultural, la noche incandescente, Almodóvar y sus amigos, Ouka, Los Costus, MacNamara, Alaska…
Estaba en boga una música machacona llamada bakalao –sí, con k: ¡qué manía, la de cambiar las consonantes!-. La impusieron los que cortaban el bacalao en el ambiente de las discotecas.
Luego el bakalao se convirtió en una moda absurda y peligrosa, consistente en correr en automóvil de noche, a toda velocidad, con los faros apagados, por carreteras solitarias, compitiendo a veces con otros locos. Las autoridades terminaron con este hábito inconcebible, propio de orates o drogatas.
El caso es que Madrid, escrito su nombre con la letra final que sea, en 1984, ahora mismo y siempre, justifica el dicho popular: “De Madrid al cielo y, allí, un agujerito para poder verlo”.
El chotis de Agustín Lara: “Madriz, Madris, Madri, pedazo de la España en que nací…”
(1) Nacido en 1843 y muerto en 1905. Connotado jurisconsulto y político. Fue jefe del Partido Conservador y presidente del Consejo de Ministros durante la regencia de la reina María Cristina Absburgo y Lorena, antes del advenimiento al trono de Alfonso XIII.
(2)
Y pensar que después que yo me muera,
aún surgirán mañanas luminosas,
que bajo un cielo azul, la primavera,
indiferente a mi mansión postrera,
encarnará en la seda de las rosas.
Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,
sobre mis huesos danzará la vida,
y que habrá nuevos cielos de escarlata,
bañados por la luz del sol poniente
y noches llenas de esa luz de plata,
que inundaban mi vieja serenata,
cuando aún cantaba Dios, bajo mi frente.
Y pensar que no puedo en mi egoísmo
llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja;
que he de marchar yo solo hacia el abismo,
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré desde mi caja.
aún surgirán mañanas luminosas,
que bajo un cielo azul, la primavera,
indiferente a mi mansión postrera,
encarnará en la seda de las rosas.
Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,
sobre mis huesos danzará la vida,
y que habrá nuevos cielos de escarlata,
bañados por la luz del sol poniente
y noches llenas de esa luz de plata,
que inundaban mi vieja serenata,
cuando aún cantaba Dios, bajo mi frente.
Y pensar que no puedo en mi egoísmo
llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja;
que he de marchar yo solo hacia el abismo,
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré desde mi caja.
© José Luis Alvarez Fermosel
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