lunes, 3 de agosto de 2009

Escritores, bolivianas... y Jeeves

No toda la gente bien educada y culta, o rica, y por ello supuestamente instruída y cultivada, es detallista.
Hay gente iletrada, y muy humilde, que es detallista y tiene detalles de gran calidad, de una manera completamente instintiva.
El detalle es como un gesto automático: un bello gesto, un “beau geste”, que dicen los franceses.
No todo el mundo es capaz de tener bellos gestos. Repito, no se trata de tener riqueza, cultura, trato social, don de gentes, ni de haber hecho un curso, o un “master” de protocolo y ceremonial.
El detalle se dispara, como accionado por un oculto mecanismo interno. Los detalles saltan como muelles
Al detallista no le enseña nadie. El mismo no sabe que lo es. Es una cuestión de instinto, o de reflejo. Es, muy probablemente, un asunto de genes.
Horacio Salas (1) contó lo siguiente en el diario Perfil de Buenos Aires, de cuando estuvo exiliado en España durante la última dictadura militar argentina:
“El dueño de una fiambrería vecina a mi departamento, cuando supo mi situación y mi nacionalidad, se tomaba el trabajo de recortarme del diario deportivo Marca los resultados del fútbol argentino, ‘porque –dedujo- usted debe ser hincha de San Lorenzo’, que era el equipo que a comienzos de 1947 había realizado una gira por España y que lo había sorprendido en su infancia con los goles de Farro, Pontoni y Martino. Decirle que yo era hincha de otro club hubiera sido una crueldad y semana a semana recogía sus recortes como si fuera fanático del Ciclón”.
En realidad, en esta historia los detalles son dos: el del español por guardarle los recortes al argentino, y el de éste por aceptárselos, aunque no le resultaran de utilidad, con tal de no defraudar a quien se preoucupaba regularmente de facilitárselos.
Hace unos días, un ratero le arrebató de la mano a un señor un dinero con parte del cual iba a pagar unas habas, que acababa de comprarle a una boliviana que vende verduras y hortalizas en la calle, en una esquina de un barrio muy elegante de la capital argentina.
El señor se quedó petrificado, mientras el ladrón se perdía en la distancia a todo correr.
- Me ha dejado sin un céntimo, ni siquiera le puedo pagar –se lamentó el señor cuando reaccionó, mientras le devolvía a la boliviana la bolsita con las habas-.
- Siento que le hayan robado, señor, pero llévese las habas igual: se las regalo.
El señor le dio las gracias y se fue con sus habas. Si es hombre de tener detalles, volverá y le hará una compra considerable a la boliviana, o la compensará de una manera elegante.
No lejos de donde están instaladas las bolivianas, porque son dos, que venden sus habas, sus arvejas, sus alcachofas, sus calabazas y esos ajos morados tan sabrosos, vive mi amigo, el escritor argentino Jorge Torres Zavaleta, de obra variada y reconocida.
La otra noche nos invitaron a cenar a su casa él y su encantadora mujer, Carolina, a la también escritora Ana Bisignani -igualmente conocida y aplaudida-, a Maite y a mí.
Jorge, que casi nunca lleva corbata, según propia confesión, se había puesta una y un “blazer”, por si yo iba vestido con más o menos formalidad, porque quería recibirme “comme il faut”.
Cuando estábamos recordando a Jeeves (2), ya ninguno de los dos tenía puesta la chaqueta y la corbata.
¡Qué hubiera dicho Jeeves…!

(1) Escritor argentino que cultivó con éxito la poesía, la narrativa y el ensayo. Vivió 13 años en España. Fue condecorado por el gobierno francés. Actualmente dirige el Fondo Nacional de las Artes.
(2) Mayordomo y mentor del joven y desventurado caballero Bertie Wooster. Uno de los más conocidos y entrañables personajes del escritor anglo estadounidense P.G. Wodehouse.

© José Luis Alvarez Fermosel

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