sábado, 1 de agosto de 2009

Las nubes de Azorín

Azorín (1) tenía un bastón, con el que decía que pastoreaba nubes.
Venía una visita, Azorín la recibía vestido para salir –siempre estaba en casa vestido para salir- y la invitaba, mostrándole el bastón:
- ¿Qué le parece si salimos un rato a pastorear nubes?
Lírico pastoreo. Tenía que habérsele ocurrido precisamente a Azorín, escritor miniado y exquisito que la iba de pequeño filósofo y, a juicio de Paco Umbral, navegaba entre el sol y el pasado, entre el cielo y el futuro, que es la vida, siempre sin acelerar el paso.
Azorín, de humildes orígenes, trató con su estilismo, con el preciosismo de su vida y su literatura, integrar la escuadra de dandies de la generación del 98, pero se quedó en callado y aquilino esnob de procedencia levantina.
Las nubes son mas bien para verlas. Uno las ve poco porque mira poco hacia arriba. Hemos perdido la hermosa costumbre de mirar al cielo.
Uno es de estar en las nubes, que no sabe si es un estado de ensoñación o de despiste, hasta que alguien le saca de madre con la frase de rigor, que restalla como un latigazo: “¡Estás en las nubes!”.
Hay nubes guapas, algodonosas, que viajan lentamente, cruzando el cielo azul, a veces una tras otra, y ahí parece que uno podría pastorearlas con el bastón de Azorín.
Pero de pronto se oscurecen, se apelotonan y se torman ominosas: se convierten en nubes de tormenta.
Algunas nubes, como los cumulunimbus, son las que usan los extraterrestres para abducir pilotos de parapente.
Hay personas con ojos de nube, más propensas al llanto que las de mirada oscura. Otras tienen una nube en el ojo, que es una manera poética de decir que, en realidad, se les ha nublado un ojo.
Las nubes viajan mucho, nunca se están quietas. La blancura de algunas y su aspecto inocente y lánguido engañan, como ciertas mujeres modositas.
Yo tengo un bastón, pero con un estoque dentro. No es un bastón de pastor, es mucho menos bucólico.
De cualquier modo, pastorear nubes es siempre mejor que papar moscas o cazar cachirlas.
Quizás Azorín, que denunciaba las metáforas como una trampa, porque él no sabía hacerlas, pretendió hacer una y darle vida con un bastón y su invitación a las visitas a salir con él a la calle a convertirse por un rato en rabadán celeste.

(1) José Martínez Ruiz (1873-1967). Caracterizado cronista de la generación de escritores españoles llamada del 98. Fue miembro de la Real Academia Española desde 1924 hasta su muerte. Autor de Doña Inés, La ruta de Don Quijote, Castilla y Confesiones de un pequeño filósofo, entre otras obras.

Foto:
De la serie: Nubes
© Maite


© José Luis Alvarez Fermosel

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