sábado, 28 de febrero de 2009

Siempre beben cerveza

Entran en un bar elegante un hombre y un caballo, uno al lado del otro. El hombre le dice al barman:
- Dos whiskies, por favor.
El encargado mira a la pareja con ojos desorbitados y dice, con un hilo de voz:
- ¿Cómo los quieren?
- Con hielo, en las rocas; ah, y que el whisky sea escocés.
El bartender sirve los whiskies. El caballo mete el hocico en su vaso y bebe a sorbitos, como beben siempre los caballos, no a lametones, como los perros. El hombre embaula su trago, pide la cuenta, paga, deja una buena propina y se va, siempre con el caballo a su vera. Antes de que salgan, el barman no puede contenerse y dice, señalando al caballo:
- ¡Qué raro!, ¿no?
- –le contesta el hombre-, siempre pide cerveza.
Ahora, hablando de cerveza, nos topamos con este perro –boxer, por más señas- con una espumeante jarra en la mano, o sea, en la pata, y mirando al frente con la seriedad de todos los canes de su raza –que es aparente, me consta: tienen gran sentido del humor-.
Se ha dicho que hasta los gatos calzan zapatos. Ahora los caballos beben whisky alguna vez, y por lo general cerveza, y los perros, o por lo menos los boxers, cerveza, también. Bueno.
El perro es un señor perro, fuerte, bien plantado, se ve que le han recortado las orejas.
Yo tuve una perra boxer hermosísima y muy inteligente, de color canela, no atigrada, que se llamaba Kiruna, como una ciudad de Suecia. Me la regalaron de cachorra y le dejé sus orejitas intactas. No bebía cerveza. Eran otros tiempos.
Pero a lo que vamos, que el perro de la foto, a pesar de que está vestido de barman, con su corbata de lazo y todo, está en plan de consumidor y no de servidor y se va a tomar la jarra de cerveza, porque hay otra ya servida en la barra, y sin duda destinada a una persona –o a otro perro-, que está del lado del mostrador donde se sitúan los clientes.
¿Por qué no fraternizar?, ¿por qué no pueden chocar copas alguna vez un barman y un cliente, cada uno en su lugar?, ¿acaso no es democrático?
- Sí, pero es que en este caso es un perro el que…
- ¡Cállese! ¿Es que no es usted consciente de los tiempos que corren? ¡Ojalá que todas las cosas raras que pasan ahora fueran como éstas!


© José Luis Alvarez Fermosel

No siempre lo correcto es justo

No siempre lo legal es justo, reza un viejo aforismo jurídico. Otro dice: “Dura lex, sed lex”, expresión que, traducida del latín, significa, La ley es dura, pero es ley.
Ahora bien, lo correcto no siempre es justo, y viceversa, pero eso no está en los códigos. Lo explica muy bien un chiste que transcribo a continuación, y que es eso, sólo un chiste, no vayan a escandalizarse los puritanos y los puristas y se rasguen las vestiduras, con lo caras que están.
Se encuentran dos abogados en la entrada de un albergue transitorio -como se llaman en Argentina a los hoteles que se alquilan por horas a las parejas-. Ambos letrados ven que cada uno está con la mujer del otro.
Pasada la… incomodidad –por utilizar un suave eufemismo- inicial, uno le dice al otro con toda la dignidad de la que puede hacer acopio y en un tono solemne, casi como si estuviera en un tribunal:
- Estimado colega, a la vista de los hechos, y considerando la situación, creo que lo justo y correcto sería que mi esposa viniera conmigo a mi coche y que la suya se fuera con usted en el suyo.
El otro responde, con la misma solemnidad:
- Coincido en líneas generales con su exposición, estimado colega. Tal vez eso sería lo correcto, pero no estoy seguro de que también fuera lo justo, visto y considerando que ustedes están saliendo del hotel…¡y nosotros estamos entrando!
Repito: es un chiste, sólo un chiste y nada más que un chiste. Me lo contó un amigo –que es abogado- del que me ocuparé en otro texto.
¡Orden, orden o haré despejar la sala!

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 25 de febrero de 2009

La moda pasa, el status permanece

Los “internacionales”, o los “very few”—muy po­cos—, como también se denomina a ciertos integrantes de la “jet set”, son quienes imponen las modas. Ellos hacen todo lo que “está en el grito”, todo lo que es “in”.
Los “very few” raras veces se de­sarbolan, se desange­lan o se anclan en lo que está de última moda, que siempre es algo pasajero. Ellos son la moda: el símbolo permanente de su status social.
Viajar por Marruecos en un “jeep” polvoriento, con vaqueros desgastados, la camisa descamisada, una “esclava” de pelos de rinoceronte en la muñeca derecha y un reloj Ulysses Nardin en la izquierda estuvo de moda, pero ya está “out”
Tripular un Bentley a estrenar ya es harina de otro costal; es un símbolo de status social que no pasa así como así, lo mismo que firmar un cheque, o un contrato, con una pluma estilográfica Elysée de peltre y oro –el BMW, el reloj Rolex y la lapicera Mont Blanc ya los usan sólo los nuevos ricos-.
Hospedarse en el Plaza Athenee y cenar en Le Cirque (foto) cuando uno pasa por Nueva York es un modo, un buen modo, podríamos decir.
Más ejemplos: los trajes de Salvatore Ferragamo, derechos, con solapas de pico y un solo botón han sustituído a los de Brioni, que vistió a Pierce Brosnan para hacer de James Bond. Los ternos de Armani quedarán guardados para que presuman con ellos nuestros hijos cuando crezcan, si no nos salen machos posmo y les gusta ponerse un traje alguna vez.
El martini seco ya fue reemplazado por “les copains” –los muchachos-, como se llaman a sí mismos los in­tegrantes de la “jet”, por la piña helada: una parte de ron blanco, dos de ju­go de piña, una pizca de crema de coco y dos trocitos de piña fresca.
Otro modo —no una mo­da— im­puesto por los “internacionales”: dar fiestas en hoteluchos de mala muer­te, como uno que está en un trecho de dudosa reputa­ción del bulevar Montparnasse, que sigue alquilando ha­bitaciones por horas. Este capricho pasará, como otros. O no. Ahora es un símbolo permanente de status social.
Fundamental: manejar poco dinero. Lo importante es tener capacidad de gastos.
Tampoco es convenien­te trabajar demasiado. Trabajando no le queda a uno tiempo para ganar dinero. Ciertos personajes de la “jet set” internacional, empero, compatibilizan su actividad principal, vi­vir bien, con alguna otra de índole cultural, deportiva o recreativa.
No está mal colaborar en Esquire, o ser “broker” durante algún tiempo, u organizar excursiones arqueológi­cas. Se lleva ju­gar a la petanca, regen­tar tiendas de antigüe­dades o escribir ensayos en Estambul.
El verano hay que pasarlo en Murcia. Taormina está abarrotada de japoneses.
La moda pasa, el status per­manece. Entre otras co­sas porque se crea. La moda parte siempre de otra moda.



© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 20 de febrero de 2009

Amor luminoso

Cuando les gusta un hombre, las mujeres se en­cienden; pero no en sentido figurado, sino que real­mente despiden una lumi­nosidad especial. A los hombres les pasa lo mismo.
Así lo reveló el diario Komsomólskaya Pravda en Moscú, añadiendo que se realizan estudios muy se­rios sobre la luminiscencia del cuerpo humano.
La noticia de la lumino­sidad de las mujeres y los hombres, en trance de amar, ha causado cierta conmoción.
El fenómeno fue ob­servado por aparatos radiográficos muy sofisticados, los cuales registraron una au­reola luminosa que emana del cuerpo humano: algo así como la coronita de El Santo, el personaje del novelista inglés Leslie Charteris.
Los científicos soviéticos explican que se trata de un flujo -uno más…, que habría que analizar- de simpatía. Cuando dos per­sonas están cara a cara, o cuerpo a cuerpo, la radiación cambia de in­tensidad. Si las dos perso­nas enfrentadas experi­mentan una mutua simpa­tía, la aureola se ilumina; si, por el contrario, se siente antipatía, se difumina.
¡Ah, pero hay mucho más, y más divertido! Si se hace la experiencia con un hombre y una mujer que están amándose más o menos “comme il faut”, se asiste frente a la pantalla a una suerte de sesión de fuegos artificiales.
Los rusos se han tomado el asunto muy en serio. Al parecer, el grado de intensidad de ese cíngulo de fuego permitirá saber, antes de que sea demasiado tar­de, si un matrimonio va a funcionar bien o no.
Los científicos velan sus armas en los laborato­rios, a la espera de poder canalizar esa luminiscencia del cuerpo humano y convertirla en energía.
Es fama que experimentos realizados ya con co­bayas no arrojaron resultado positivo al respec­to. Las cobayas se aman en blan­co y negro. Ni color ni luminiscencias. Por eso, tal vez, su destino sea tan triste: terminar bajo el efecto de píldoras deletéreas o el escalpelo de la vivisección.
Quienes rápidamente ha­rán su negocio serán los comerciantes, que en com­binación con los científicos, se las arreglarán para lan­zar al mercado pantallas en las que se reflejen los jue­gos de luces de los cuerpos que se atraen.
Instaladas en los dormitorios, cumpli­rán con una función erotizante, como los espejos en el techo y las paredes de los cuartos de los albergues transitorios.
En vez de “Los juegos del amor y del azar”, de Pierre de Marivaux, los juegos del amor y de la química a la vista.


© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 18 de febrero de 2009

Sobre las vacaciones

Cientos de seres humanos se mueren en Japón por exceso de trabajo. El año pasado sucumbieron 147, informó el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar -de la salud y del bienestar no parecen ocuparse en esa dependencia oficial-
Otra gente -más de medio centenar de personas, últimamente- se suicida por no poder resistir la presión laboral. La cifra es récord, según la agencia Kyodo.
La muerte por trabajar demasiado se llama “karoshi” en Japón, por cierto.
En el viejo Imperio del Sol Naciente se resisten a conceder vacaciones a los trabajadores. Lo mismo pasa en otros países orientales. Las sectas, que son muchas en esas latitudes, exigen una dedicación plena y un trabajo exhaustivo.
Fuera de Japón, hay mucha gente que reniega, o peor aún, abomina de las vacaciones. Sostienen que hay que trabajar, trabajar y trabajar, se necesite o no, por sistema y por principio.
¿No era que el trabajo es una maldición bíblica, que el hombre tiene que ganarse el pan con el sudor de su frente en expiación del llamado por los católicos Pecado Original de nuestros primeros padres?
Uno ha vivido prolongados períodos de su agitada vida sin necesidad de tener que trabajar. Y ha vivido muy bien.
También ha pasado vacaciones espléndidas. Quizás por eso, y por lo consignado anteriormente, sea más partidario de las vacaciones que del trabajo, sin que ello signifique que uno sea un vago.
Pero dejemos que hablen otros que saben más que nosotros.
Los estadounidenses afirman que no por trabajar mucho se trabaja mejor. La práctica dosificada del ocio inteligente aumenta, o al menos mejora la productividad.
Nuestros poderosos vecinos del Norte –ahora en crisis- y otros no tan poderosos, pero sí tan listos, consideran que la adicción al trabajo y su consecuencia más inmediata, el estrés, es diametralmente opuesta al “thinking time”, o tiempo de pensar, porque la sobrecarga laboral y la consiguiente falta de tiempo producen altos niveles de estrés, que influyen negativamente en el rendimiento.
Tomémonos vacaciones, entonces. Preocupémonos por nuestra calidad de vida, con todo lo que ésta implica de tranquilidad y relajamiento, a los que se vuelve como un bien impagable.
Trabajar, sí; pero no matarse, como en Japón, donde el gobierno ha reconocido que es posible morir por la falta de descanso de las obligaciones laborales. Suena espantoso.



© José luis Alvarez Fermosel

martes, 17 de febrero de 2009

Tatuajes y "piercings"

Los tatuajes nos fascinaban a los niños de hace unos cuantos años. Veíamos el que tenía Popeye, en forma de ancla, en un antebrazo, en los dibujos animados que tenían como protagonista al simpático marinero, al que la ingestión de espinacas anlatadas dotaba de una fuerza extraordinaria.
El carbonero de mi barrio tenía una lagartija tatuada en una muñeca. Siempre que lo veía me remordía la conciencia, por la cantidad de lagartijas que yo cazaba en esos años.
Los tatuajes eran cosa de marineros, piratas -los que veíamos en el cine-, presidiarios y gente de avería.
A mi hermano, siendo ya crecidito, se le ocurrió una vez decir que estaba pensando hacerse un tatuaje y mi padre le dio un revés, que menos mal que le alcanzó en un hombro y no en la cara. Los padres de aquella época tenían la mano muy larga.
Ahora los tatuajes están de última moda. Los tatuajes y los “piercings”. Tatuarse es “cool”. Lo mismo que llevar piezas metálicas que atraviesan orejas, narices, labios y hasta…
La tercera parte de los jóvenes norteamericanos tiene uno, o varios “piercings”. En Argentina se tatúan hasta los políticos, y ni que hablar de las mujeres, que muestran sus hermosos cuerpos en technicolor.
Lucir tatuajes hace miles de años, cuando comenzaron a usarse, era una tradición, no una moda. En Africa los hombres se pintaban la cara para atraer a las mujeres y asustar a sus enemigos, nos recuerda Mari-Claudia Jiménez en Vanidades.
Ahora tatuajes y “piercings” son algo así como símbolos externos de un cierto esoterismo a la vista que condice con el feísmo y el esnobismo, peculiaridades posmodernas.



© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:

“Los tatuajes y los pierciengs dejan de estar proscritos en las empresas de EE.UU.”
(
http://www.20minutos.es/noticia/168357/0/tendencias/piercings/empresa/)

domingo, 15 de febrero de 2009

Tacones altos para hombres bajos

Conocí en París, hace muchos años, a un policía corso, muy bajito, que se hacía poner tacones más altos de lo normal en los zapatos por un zapatero remendón de la calle Sebastopol, cerca de una sastrería de medio pelo que regentaba un judío polaco.
En una época había muchos corsos en la Sûreté Nationale parisiense, en la calle de los Saussaies. Casi todos eran cetrinos, se dejaban bigote, algunos con guías caídas, a la mexicana, fumaban cigarrillos emboquillados y lucían, al menos siete de cada diez, una sortija con un diamante amarillo –verdadero o falso- en el dedo anular de la mano izquierda.
La inmensa mayoría no pasaba del metro setenta. Muchos se metían un mazo de cartas dentro de cada zapato, o usaban los tacones dobles, como mi amigo, a fin de parecer más altos.
Ahora, a tantos años de mis viajes a París los fines de semana y las vacaciones –yo vivía entonces en Londres-, no sé si habrá en la Sûreté policías corsos, y bajitos, que quieran parecer más altos aumentando los tacones de sus zapatos, como hacían también algunos bailarines de tango bajos en Buenos Aires.
Pero el caso es que los tacones altos para hombres bajos, sean corsos o no, están de rabiosa moda hoy por hoy en todo el mundo. Silvano Lattanzi, uno de los mejores zapateros de Italia, hace 3.000 pares de esos zapatos al año, lo que le produce pingües ganancias.
La diferencia entre ayer y hoy es que antes usaban zapatos con tacones altos los bajos, y ahora también se los ponen los altos, como Karl Lagerfeld, que mide un largo metro ochenta, como este humilde servidor de ustedes que, ¡lo juro!, usa zapatos de tacón normal.
Para mayor información, lean la nota que escribe sobre ese tema Laura Lucchini desde Milán, que si no es actualmente la capital mundial de la moda, por ahí anda.



© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“Los tacones son cosa de hombres”
(
http://www.elpais.com/articulo/revista/agosto/tacones/cosa/hombres/elpepirdv/20080718elpepirdv_19/Tes)

sábado, 14 de febrero de 2009

No sólo fue Lafayette

España y Francia jugaron un papel preponderante en la independencia de los Estados Unidos (1776-1783).
Después de que los norteamericanos obligaran a capitular a 7.000 ingleses en Saratoga, en 1777, Francia un año después y España en 1779 reconocieron oficialmente la independencia de Norteamérica y, desde entonces, los ejércitos de Luis XVI y Carlos III prestaron una ayuda de gran importancia a los norteamericanos.
Resonaron en ese acontecimiento el nombre del marqués de Lafayette y los de los polacos Kazimierz Pulaski y Tadeusz Kosciuszko.
El artistócrata francés Lafayette y el polaco Kosciuszko fueron convocados por el inventor, sabio y polifacético e interesante personaje Bejamin Franklin, quien viajó especialmente a Francia a fin de reclutar voluntarios que auxiliaran a las tropas de George Washington en su cruzada por la independencia norteamericana.
No es tan conocida la intervención del español Juan de Miralles en la misma causa.
Un habitual interlocutor nuestro, Armando –no cita su apellido- nos remite a
http://www.xatired.com/laciutat/2004/012004/vicent_ribes.htm
donde puede leerse un trabajo sobre el valenciano Miralles, del que se habla “in extenso” en el libro Don Juan de Miralles y la Independencia de los Estados Unidos, de Vicent Ribes, publicado por la Biblioteca Valenciana.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“New Jersey”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/11/new-jersey.html)

viernes, 13 de febrero de 2009

Cine de aventuras

El director de cine argentino Adolfo Aristarain se quedó por fin sin hacer la “remake” de la película La bandera, del realizador francés Julien Duvivier, filmada en 1935 e interpretada en los papeles principales por los actores de su misma nacionalidad, Annabella y Jean Gabin. Aristarain quería tener a Gérard Depardieu de protagonista -tal vez después de haber visto su magistral actuación en Fort Sagan-, pero todo quedó en la nada.
La bandera, basada en una no­vela del escritor francés Mac Orlan, cuenta la historia de un homicida -Jean Gabin, en su primer papel protagónico-, que se enrola en la Legión española, en África del Norte, donde vive un apasionado idilio con la her­mosa árabe Aicha (Annabella), y final­mente muere en combate contra los moros en un blocao junto a su capitán (Pierre Renoir).
El general Francisco Franco, que ri­gió dictatorialmente los destinos de los españoles durante casi medio siglo, era en 1935 -un año antes de que estallara la Guerra Civil española- jefe de la Le­gión.
Duvivier le dedicó La bandera, agradecido por las facilidades que le dio para filmar en Marruecos quien sólo era entonces un oscuro militar, aunque de alta graduación, con mando en una colo­nia española y sin ninguna influencia en la política interna de su país. Se descar­ta, entonces, toda simpatía ideológica de Duvivier por Franco.
Bastantes años después, siendo ya je­fe del Estado español, Franco escribió con el seudónimo de Jaime de Andrade el guión de la película Raza —precisa­mente sobre la Legión—, que dirigió Jo­sé Luis Sáez de Heredia y protagonizó Alfredo Mayo.
Mayo, un galán que trabajaba casi siempre con la actriz Amparo Rivelles, protagonizó Raza, y también Harka y ¡A mí la Legión!, igualmente sobre temas legionarios.
La Legión española y la fran­cesa dieron al cine, no só­lo de ambos países, argumentos pa­ra películas que se convirtieron en grandes éxitos de la cinematografía mundial.
Revuelvo mis archivos, hojeo viejas revistas de cine de páginas amarillentas y descubro que Claudette Colbert protagonizó Bajo dos banderas, y que en los primeros años cuarenta se estrenó Marrue­cos, con Gary Cooper, Marlene Dietrich y Adolphe Menjou.
Yo la vi en Madrid, en un cine club. El final, con Marlene siguiendo como cantinera a Gary Cooper en el de­sierto del Sahara, es antológico.
Pero quizás la mejor de todas las pelícu­las filmadas sobre las legiones francesa y española haya sido Beau Geste, de la que se hicieron 4 o 5 versiones —una de ellas en broma, creo que de Mel Brooks—. A mí la que más me gustó fue la de Gary Cooper, Robert Preston, Ray Milland, Susan Hayward y Brian Donlevy (1) en el inolvidable papel del villano sargen­to Markof.
Buenos, malos... Inefable maniqueísmo. La legión. Aventuras en el norte del África lejana y bella. Épica. (Ahora hay guerras sin épica.) Amores imposibles... Todo el romanticismo del cine.


(1) Donlevy hizo también de malo en Unión Pacífico, un “western” protagoni­zado por Barbara Stanwyck, Joel McCrea, Robert Preston y con una fugacísima apa­rición de Anthony Quinn. Brian Donlevy haría más tarde de bueno en Sherezade, con Yvonne de Carlo, sobre la vida del músico ruso Rimsky Korsakov. Donlevy se unió en México co­mo trompeta, cuando aún no tenía 20 años, al cuerpo expedicionario del gene­ral norteamericano John Persing contra el revolucionario mexicano Pancho Villa. Después fue piloto e integró la famosa Escuadrilla Lafayette. Debutó como ac­tor en 1924 en una obrita de tres al cuar­to, en un teatro de Broadway.


© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 10 de febrero de 2009

Las mujeres del siglo XXI

Las mujeres del siglo XXI van por la vida con su “Blueberry” de última generación en la mano, la clara mirada al frente, el paso firme y largo...
Están buenísimas, todas; relucientes, operadas, con el tetámen espléndido, las piernas magníficas.
Tienen su propio departamen­to, su coche; algunas son también afortunadas poseedoras de un chalé en un “country”, o una casa con piano junto al mar.
Todas tienen su pasaporte, su Documento Nacional de Identidad (DNI), su cédula del Mercosur, sus tarjetas de crédi­to, su talonario de facturas y el resto de su documentación al día, porque son prolijas, dinámicas y no les gusta pisar en falso, o que las sorprendan sin algo de lo que hace falta tener.
Saben nadar, conducir automóviles, manejar otras máquinas; y, ni que decir tiene, saben también ocuparse de sus casas, cocinar y todo lo demás.
Son inteligentes, capaces, super activas, ha­blan inglés y la compleja tecnología de las comunicaciones no les resulta ajena, en modo alguno. Van para gerentas, o jefas de divi­sión, dominan algún arte marcial, han llegado ya a las Fuerzas Armadas, a la CIA, a la estratosfera; a las cotas más altas de las ciencias y las artes; han conquistado premios Nobel y algunas las presidencias de sus países. Sa­ben de todo, tienen de todo. Menos novio.
Por­que el hombre del siglo XXI –el hombre joven, se entiende: el hombre de hasta 45 años- no se hace tiempo, ni tiene ganas de amoríos, ni mucho menos de compromisos. Está bien así, divorciado, viviendo otra vez en casa de papá y mamá, chateando, viendo por televisión programas de cocineros y soñando con ser uno de ellos.
Usa el pelo y la barba de una semana, viste pantalón pescador, ojotas, una camiseta informe y descolorida; come de pie en cualquier lugar de comida chatarra, cuando está en la calle y tiene hambre; tiene muchos amigos con los que se comunica con todos y cada uno de los aparatos más sofisticados al uso.
Muchos de los más jóvenes son hijos de padres divorciados. Su progenitor los ha visto poco y no ha tenido tiempo de enseñarlos a pelear, para defenderse de los chicos pegadores en el colegio, ni mucho menos ha jugado al fútbol con ellos, ni les ha inculcado la lectura de novelas de aventuras. Tienen poca, o ninguna calle, son cerrados, tímidos, lacónicos, pusilánimes.
Les encantan las mascotas exóticas, navegar por la web, enviar y recibir mensajes de texto. No faltan quienes casi se han criado en el regazo de una tía o una abuela, comiendo bombones. Quizás por eso son un poco… blandos, como los bombones.
En fin, que no están para ponerse de novios. Y así están las chicas, fenomenales, pero con los nervios de punta. Y sin novio.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 8 de febrero de 2009

Él también estuvo en Argentina

Sí, él también estuvo en Argentina un par de años, en los “roaring twenties”, o los locos años veinte. Era gallego y, por más señas, de Orense -una de las cinco provincias gallegas, que son: La Coruña, Lugo, Orense, Pontevedra... y Buenos Aires, como todo el mundo sabe.
Estoy hablando de Julio Camba (1884-1962), gran periodista devenido escritor y “bon vivant” de nacimiento y por dedicación.
Camba, entre cuyas obras figuran La Casa de Lúculo, Aventuras de una peseta y La rana viajera, no se hizo la América, como tantos de sus compatriotas.
Volvió a España pobre, tal como se había ido. Y allí empezó a escribir y, naturalmente, ya nunca dejó de ser pobre, hasta el fin de sus días. Tenía, eso sí, una casi ilimitada capacidad de gastos, lo cual le permitió vivir siempre muy bien.
Fue el único corresponsal, en la larga y brillante historia del periodismo español, que hizo siempre humor, que no escribió una sola línea en serio, por así decirlo, que no fue solemne, ni dramático, ni mucho menos pesado.
Escribía, por sistema, una carilla tamaño carta, casi nunca más. Sus crónicas desde París, Londres y Berlín fueron de antología. Las recopiló después en varios libros, que tenían todos el mismo, o casi el mismo título: De mis tiempos en Francia, De mis tiempos en Inglaterra, etcétera.
El prestigioso diario monárquico ABC de los Luca de Tena -¡ése también…!- no le pagaba sueldo, sino una pequeña cantidad de dinero por crónica publicada.
A veces pasaba mucho tiempo sin que Julio Camba mandara una línea a su periódico. El jefe de corresponsales se quejaba. El dueño y director del diario, Juan Ignacio Luca de Tena, que lo conocía muy bien, movía melancólicamente la cabeza y decía: “Este Julio, este Julio...: debe estar ganando otra vez al póquer...”.
Como bien dijo Luis G. Tosar en la revista Galicia en el Mundo, a Julio Camba -que donde mejor escribía era en la cama-, le pasaba lo que a Chesterton: lo que para todo el mundo era verdaderamente fantástico, para Camba era la pura realidad, a partir de la cual “construía sus divertidas carantoñas, indicándonos que las ideas son lo único que tiene sentido común” -dice Tosar, quien es consciente de que algunas ideas, empero, carecen de sentido común, según a quién se le ocurran.
Julio Camba, ya digo, nunca tuvo un centavo. Llegó a viejo sin familia, sin ahorros, sin jubilación, sin nada. Cobraba cada tanto unas pocas pesetas en concepto de derechos de autor, por sus libros.
El hotel Palace, el más lujoso de Madrid, junto con el Ritz, le cedió una pequeña habitación, en la que se pasaba el día leyendo. Naturalmente, no le cobraban.
Algunos muchachos que entonces estudiábamos y, sobre todo, que leíamos -y conocíamos, por tanto, la obra de Camba- nos juntábamos un día y lo llamábamos por teléfono al Palace.
-- Don Julio, queremos invitarle a comer, un día de éstos.
-- Cuando ustedes quieran, pero... ¿a dónde me van a llevar?
Había que llevarlo a algún lugar en el que se comiera muy bien, porque era un “gourmet” extraordinario. Casi siempre íbamos a Casa Ciriaco, cerca de la catedral de La Almudena.
Hablábamos un día de vinos. “Los inventores de la copa de color -nos dijo-, de cualquier color para el vino blanco, fueron los alemanes, después de una mala cosecha. Así no se podía ver con claridad el vino, como se ve en una copa transparente”.
Fue un magnífico periodista, un escritor brillante y ameno y un gozador, un sibarita. Tenía sentido del humor y gracia a la vez, cosas que no siempre van juntas, no nos cansaremos de repetirlo. Se tiene una o se tiene otra. El era afortunado poseedor de ambas.
El también estuvo en Argentina.


© José Luis Alvarez Fermosel

Cafés de ficción y otros no tanto

El cine inmortalizó muchos cafés, entre ellos el Café Américain de Rick (Humphrey Bogart) en Casablanca. En esta ciudad del norte de Africa se hizo una reproducción del café, casi tan mala como los muñecos de madera que plantaron en las inmediaciones del Corral OK, en Tombstone, Arizona, representando a los hermanos Earp, Doc Holliday, los McLowery y los Clanton, que se enfrentaron allí en un duelo a muerte el 26 de octubre de 1881.
“Tres hombres (dos McLowery y un Clanton) fueron catapultados a la eternidad en cuestión de segundos”, tituló el día siguiente en portada, a seis columnas, El Epitafio, nombre muy adecuado para un diario de la región y de la época.
El café de Rick sólo existió en la ficción cinematográfica. Otro, no menos famoso, el café Mozart que aparece en la película El Tercer Hombre, es uno de los 560 cafés que tiene la ciudad de Viena, en la que Anton Karas tocaba la cítara.
Descubierto por el realizador Carol Reed y contratado para componer la música de la película, Karas vendió tres millones de discos en la década del 40.
El café Mozart existe, repetimos, y espero encontrarme un día en él con mi amigo José Manuel Alonso Ibarrola, fanático de Carol Reed y en particular de El Tercer Hombre.
No está en París, en los alrededores del Palacio de Justicia, en el Quai des Orfèvres, ni en ningún otro lugar, la cervecería Dauphine que se cita en casi todas las novelas de George Simenon protagonizadas por el comisario Maigret. (Insistimos: no le degraden; en toda la saga es comisario, no inspector).
Es real, en cambio, el café del club nocturno Coyote que sale en Ugly Coyote, de David McNelly, con la bella actriz Piper Perado en el papel de Violet Stanford, una muchacha que llega a Nueva York con la ilusión de convertirse en cantautora y se queda en camarera, eso sí, la más eficiente y la más popular del café Coyote.
¿Cómo olvidar Bagdad Café, película que consagró a la actriz alemana Marianne Sägebrecht y el cafetín y almacén que constituía el epicentro de aquel lugar perdido en el desierto de Mohave, en California?
Más cerca en el tiempo, recordemos el café de la Guerra de las Galaxias, filmada en el pequeño y semi abandonado pueblo de Matmata, en el sudeste de la ciudad norteafricana de Túnez. Allí también se rodaron parte de otros filmes, entre ellos En busca del Arca Perdida.
Un café, o mejor dicho, una tasca de la calle Menéndez Pelayo de Madrid, El Jute, se hizo famosa porque en ella empezó a escribir Mario Vargas Llosa una de sus mejores novelas, La ciudad y los perros.
Deberíamos recordar más cafés, reales o no, en estas páginas. Pero nos acaba de sorprender el síndrome del domingo por la tarde, y ya se sabe que en ese momento terrible debe uno dejar lo que esté haciendo, por que si no, lo hará mal.
Hay que procurarse una botella de una bebida espirituosa, un vaso y un libro y encerrarse en el cuarto más lejano de la casa hasta la hora de cenar, cuando uno comerá cualquier cosa que haya sobrado del mediodía y después se irá a la cama, se enganchará con una película o una serie de televisión y se dormirá tardísimo.
Y dormirá mal, y tendrá pesadillas.



© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

"El café Tortoni de Buenos Aires"
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/01/el-cafe-tortoni-de-buenos-aires.html)
“Cafés famosos”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/01/cafs-famosos.html)
“Los cafés, islotes urbanos”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/01/los-cafs-islotes-urbanos.html)
“Café con anécdotas”

(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/12/ancdotas-de-caf.html)
“Aquellos viejos cafés de Buenos Aires…”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/08/aquellos-viejos-cafs-de-buenos-aires.html)

¡Riámonos, diantre!

Sí, hombre -o mu­jer- ríase usted, que la vida es bella, y siempre da motivo para reirse, a pe­sar de todo.
Fíjese usted, de cuando en cuando, en las cosas positivas de la vida que, como las brujas…, que las hay, las hay.
Reírse, además, activa la frio­lera de cuatrocientos mús­culos en la cara. Y produce una sensación de bienestar, ya que libera endorfinas.
Esto lo dicen científi­cos a los que hay que hacer caso, y no a esos otros que sostienen que llorar es bueno porque aclara la voz, lava la cara y descon­gestiona el cerebro. ¡Far­santes! Reírse, y no llorar, es lo bueno.
Hágase amigo de la gen­te que cuenta chistes, vaya a ver películas cómicas, frecuente el trato de perso­nas graciosas, que también las hay, como las brujas; lea a los humoristas, que para eso se desviven escribiendo cosas cómicas, o dibujando esos entrañables persona­jes de historieta de los que nos hacemos amigos.
No sé trata de ser irres­ponsable, o de no tomarse en serio las cosas serias, sino de darse una tregua a uno mismo, hacer una pau­sa, darle la batalla al estrés, gastar alguna broma de tanto en tanto -siempre que no sea pesada-, tomarse uno mismo el pelo, divertirse, vaya.
No es tan difícil. Hay que proponér­selo. Hay que hacer una suerte de ejercicio de retroalimentación, porque si todo está difícil, si nada va como tiene que ir..., pues razón de más para armar­se de optimismo y de fuer­za para presentar pelea, que a lo mejor no hay que presentarla porque todo se arregla por las buenas.
Reírse es sanísimo, ya digo, y no es tan difícil. Hay que probar. Si no se consi­gue a la primera, insista­mos. Busquemos la situación, el detonante, la lectura, el dicharacho de ese rico tipo que dice cosas tan graciosas por la radio o la televisión, la compañía de esa persona que exage­ra como un andaluz o que tiene verdadera vis cómica.
Dibujemos al menos una sonrisa en nuestra cara, tan seria, todos los días. Un po­quito cada vez. Se puede, ya verá usted. Es cuestión de intentarlo, de tener fe en uno mismo.
Otros lo hacen. Otros, mucha gente se ríe con ganas. Y eso no quiere decir que no tenga problemas, que no sufra.
En su­ma, que hay que reírse a raja bonete, como se dice en Argentina.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“Habría que reírse más”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/03/habra-que-reirse-ms.html)

sábado, 7 de febrero de 2009

Un barman no puede ser un asesino

Un barman podría ser un personaje de una novela policial. Ellery Queen jugó con la idea de un barman detective.
- ¿Y por qué no un asesino, o por lo menos un ladrón?, me dice un amigo, aficionado como yo a los bares y los enigmas.
- No, no lo veo, le respondo.
Uno se imagina siempre al encargado del bar haciendo lo que tiene que hacer: trajinar con copas, vasos, cocteleras, alcoholes, salsa inglesa, angostura, especias y otros utensilios y aditamentos propios de su oficio, y no manipulando sogas, puñales, cachiporras y otros ominosos instrumentos de destrucción. No es creíble que un barman saque bruscamente una pistola de debajo del mostrador y le pegue un tiro a un parroquiano. Eso se veía en las películas del Oeste, cuando el encargado del “saloon” tiraba de escopeta recortada al empezar la sarracina.
- ¿Y si vierte veneno en alguna copa? Acuérdate de Agatha Christie y su novela “Cianuro espumoso”.
- Mira, no lo creo, qué quieres que te diga. Como tampoco lo veo robándoles las propinas a los camareros, o la cartera a un cliente. Lo veo más como testigo presencial de un crimen. O como detective, como lo vio Ellery Queen.
Alguien que se pasa la vida detrás de la barra de un bar, sirviendo copas y escuchando conversaciones y confidencias de quienes beben y charlan al otro lado del mostrador, termina por convertirse en un psicólogo o en un consejero, y muy bien podría hacer ocasionalmente de detective. Si tiene sentido común, buen criterio y simpatía, disfrutará de la consideración y la estima de sus clientes, de quienes se hará amigo.
Con los tiempos que corren, lo veo más como víctima –de un atraco, por ejemplo- que como victimario.
Un barman no puede ser un asesino.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:
“¡Cuidado con el ‘barman’!”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/06/cuidado-con-el-barman.html)