martes, 30 de junio de 2009

Parte idiomático

El parte de hoy se confeccionó después de escuchar una especie de debate entre médicos y conductores de televisión en torno a la tan traída y llevada gripe A.
Se dijo razocinio por raciocinio, sanitarismo por sanidad, sanitarista por sano o por condición de sano, conglomeración por aglomeración, in creyendo por “in crescendo”, una enfermedad en el cual, por una enfermedad en la cual, contra más por cuanto más.
Galenos y conductores se repartieron equitativamente los atentados al castellano, al que se golpea cada día más, pobre, ante la estolidez de la venerable Real Academia Española, que me han dicho que está considerando la introducción de más palabras procedentes del inglés en el español, así dentro de poco ya hablaremos todos en Spanglish.
Ah, hoy también se dijo mu por muy y está bueno por está bien, pero eso ya es cosa de todos los días.
Pues eso, que todo bien, es decir, mal. Pero no importa.


© José Luis Alvarez Fermosel


domingo, 28 de junio de 2009

Bien por Narda Lepes

Por fin se distingue a un profesional –en este caso una profesional- que se lo merece, y se le da la oportunidad de obtener premios y honores, incluso fuera de sus fronteras.
Nos referimos a la joven cocinera argentina Narda Lepes, harto conocida por sus compatriotas y otras personas de otras nacionalidades que vivimos en Buenos Aires, donde ella cocina de cara a las cámaras del canal Gourmet de la televisión local y, además, despliega otras actividades, también relacionadas con el buen comer y el buen beber.
Narda, que es muy natural, y muy simpática, ha recorrido una buena parte del mundo; domina por lo menos el francés y el inglés y en sus frecuentes viajes habla con conocimiento de causa, sentido común y desparpajo no sólo de gastronomía, sino también de todo lo que ve y oye donde quiera que esté. Y lo hace muy bien.
Joven, de buen ver, simpática, desenvuelta, se ha convertido en referente de la televisión argentina en particular y de la iberoamericana en general, y se ha hecho asímismo acreedora a los plácemes de los innumerables televidentes que disfrutan de sus programas.
También está presente en la prensa gráfica, con fortuna, y ha escrito varios libros, ampliamente difundidos.



© José Luis Alvarez Fermosel


Nota relacionada:

“Narda entre las mejores”
(
http://viaresto.clarin.com/Notas/Narda-entre-las-mejores-440.aspx)


sábado, 27 de junio de 2009

Los circos de Monserrat

El eterno circo, un espectáculo casi tan antiguo como la misma fantasía, también tuvo auge en épocas pretéritas en la Reina del Plata, después de que se suspendió la lidia taurina y se demolió la plaza de toros de Montserrat, al sur de Buenos Aires, por un decreto firmado el 22 de octubre de 1799.
Entonces surgieron los circos en Montserrat, un barrio populoso y comercial del que también se ocupó el tango -que no desdeñó el tema del circo-.
"Eran espectáculos muy pa­recidos a los actuales y, desde luego, contaban con exhibicio­nes acrobáticas, malabarismos y números de atracción”, cuenta el historiador de Montserrat, Francisco Romay.
En 1834 llegó al barrio el cir­co Olímpico. Lo de siempre, ya entonces: viejas fieras tristes, “clowns” de rostros enharinados y rojas narizotas, un enteco tira­dor de revólver, funámbulos, "écuyères" y una pareja madura y melancólica, emparejada también en la vida real, que bai­laba el vals Boston.
Mas tarde, concretamente a principios de 1860, el circo Hipodrome sentaba sus reales en la mismísima plaza Montserrat, de la que aún queda un resto limi­tado por las calles Bernardo de Yrigoyen y Moreno y las avenidas Belgrano y Nueve de Julio.
En el Hipodrome de Luis Anselmi, que tenía más ínfulas que el Olímpico, si hemos de creer las crónicas de la época, tra­bajó el payaso Frank Brown, que ya estaba casado con Rosita de La Plata.
Otro famoso circo de Montse­rrat fue el Buckingham Palace, que ocupó un edificio situado en una manzana comprendida por las calles Lorea -hoy Presiden­te Luis Sáenz Peña-, Victoria -que ahora se llama Hipólito Yrigoyen-, Solís y la Avenida de Mayo. El edificio fue demolido a principios de 1910, cuando co­menzó a construirse la Plaza de los Dos Congresos, cerca del Parlamento.
En la manzana que hoy ocu­pa el Departamento Central de Policía levantaban su carpa de lona a rayas algunos circos, re­cuerda el cronista Alberto Pe­nas. Quienes se establecían allí con más frecuencia eran los de Raffaeto y Podestá-Scott.
El dueño de Raffaeto se hizo popular por su fuerza y se le apo­dó Cuarenta Onzas. En la arena del Podestá, donde actuó Pepino el 88 (foto), se presenta­ron las primeras pantomimas que dieron origen al teatro na­cional.
Circos románticos, seguramente con forzudos de retorcidos mostachos, pa­yasos con amores im­posibles –como siempre- y contorsionistas que se descoyuntarían al dudoso rit­mo de charangas verbene­ras, a la luz de fósforo violeta de herrumbrosas lámparas de gas.
Los circos de Montserrat forman parte de la historia de Buenos Aires, como sus túneles coloniales, sus esquinas tangueras y los teatros de variedades que cayeron bajo la piqueta del progreso.


© José Luis Alvarez Fermosel


viernes, 26 de junio de 2009

Rapsodia Húngara Nº 2

Hablando, como hemos hablado páginas atrás, de Franz Liszt (1), presentamos su Rapsodia Húngara Nº 2 en una interpretación verdaderamente original.
El hombre del pantalón a cuadros escoceses es el pianista y comediante danés Borge Rosenbaum, que usó los nombres artísticos de Víctor Borge, Víctor Schioler, Frederic Lamond, Ergons Pefri y fue conocido en Dinamarca como el Rey de los Payasos.
Después de una larga y exitosa carrera y de transitar por medio mundo, recaló -él también- en los Estados Unidos, donde murió, en diciembre de 2000.
Borge tocaba el piano desde los tres años. Dio su primer recital a los ocho. Recibió el premio revelación de la Real Academia Danesa de la Música en 1918. Estudió con Olivo Krause.

(1) Compositor y pianista austrohúngaro. Uno de los virtuosos y grandes maestros del siglo XIX. Concibió el poema sinfónico: trasmutación musical de cualquier texto.
Estableció la forma de rapsodia y consolidó la música de programa. Hizo giras por Francia, Inglaterra, Austria-Hungría y Alemania. Su hija Cósima se casó con Wagner, cuya música admiró y promovió. Conoció a Cornelius y a Berlioz. Entre sus grandes composiciones deben mencionarse Sueño de amor, Funerales, Año de peregrinaje, Sonata en Sí Menor y los oratorios Dante y Fausto. Fue autor de 19 rapsodias, una sonata y numerosos poemas sinfónicos, como Los preludios, Tasso y Mazzepa, piezas de música religiosa y la ópera Don Sancho.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“Locura musical”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/06/locura-musical.html)



Las reglas de Queensberry

El boxeo, al que algunos califican de brutal, lo era cuando los combates se desarrollaban a mano limpia y a “finish”. Hasta que alguien vino a regular el acto de dos hombres (ahora también mujeres) peleando con los puños frente a frente sobre un “ring”, intentando… “faenarse”, como dijo el escritor argentino Roberto Arlt.
El marqués de Queensberry, a quien llamaban El Negro porque era de tez morena, pasó a la historia como el creador de las reglas que le dieron fama, que aparecieron en 1867.
La verdad es que él no fue su autor, sino un tal John Graham Chambers, miembro del club Amateur Athletics de Londres, quien según la costumbre de la época, recurrió a un personaje de campanillas para que le patrocinase y diera su nombre a la reglas.
Queensberry era un hombre rudo, muy aficionado a los deportes, sobre todo a los violentos como el boxeo, así que aceptó de mil amores ese papel de patrocinador.
Al marqués se le complicaron las cosas por el “affaire” sentimental de un hijo suyo con el escritor británico Oscar Wilde. Corrían otros tiempos.
Lord Alfred Douglas, hijo de Que­ensberry, fue amante de Oscar Wilde. El marqués acusó públicamente a Wilde de corruptor. Este se defendió denunciando a Queensberry por difamación y hubo un juicio en el que el aristócrata salió absuelto.
En otro sonado proceso, Oscar Wilde fue juzgado y condenado por homosexualidad, lo que en la Ingla­terra victoriana constituía un delito extremadamente grave.
El inolvidable autor de La importancia de llamarse Ernesto, El abanico de Lady Windermere, Salomé y otras obras purgó una pena de dos años de trabajos forzados en la cárcel de Reading, donde escribió su famoso De profundis. A partir de ahí su vida fue un infierno y murió en la ruina y abandonado por todos, a la temprana edad de 46 años.
Las reglas del marqués de Que­ensberry, o de John Graham Cham­bers, son las siguientes:

1.- Prohibición de agarrar al con­trario -en especial por debajo de la cintura- y golpearle la cabeza contra cualquier sitio.
2.- Medición cronométrica del tiempo: tres minutos cada asalto, con un intervalo de un minuto entre “round” y “round”.
3.- Determinación de que el con­tendiente que caiga se levante antes de que el árbitro cuente hasta diez. De lo contrario, se declarará gana­dor al contrincante.
4.- Prohibición de que suba alguien al cuadrilatero mientras se encuentran en él los boxeadores. La prohibición se extiende a los segundos de los pugilistas.
5.- Obligación de calzar guantes de cierto peso y características. Determinación de que se con­sidere caído al boxeador que apoye las rodillas en la lona.


- ¿Reglas de Queensberry? -se preguntaba años ha en las tabernas de Londres cuando se iba a armar una pelea. Si la respuesta era afirmativa, las normas se seguían... más o menos fielmente, más bien menos que más.

© José Luis Alvarez Fermosel

Vuelven los guisos de la abuela

Un grupo de cocineros y críticos gastronómicos ha tenido la estupenda iniciativa de desarrollar un plan alimentario para combatir el hambre a base de los llamados, en lenguaje familiar, guisos de la abuela, hechos por lo general con patatas, legumbres y otros productos naturales, beneficiosos para la salud y muy sabrosos, por añadidura.
Se lanzaron en principio 200 ideas, de las cuales se materializaron 69 que se convirtieron en otras tantas recetas. Esto pasa en América Latina y de ello informa concienzudamente la nota “Chefs contra el hambre recetan guisos” publicada en el diario Crítica de la Argentina online.


Notas relacionadas:

“Chefs contra el hambre recetan guisos”
(
http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=26419)
“A buen hambre no hay pan duro”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/10/buen-hambre-no-hay-pan-duro.html)


miércoles, 24 de junio de 2009

Locura musical

La música se ha salido de madre, es decir, del piano, de la partitura, de los dedos del músico, de donde quieran; y convertida en oleada, en una suerte de "maelstron" indomeñable, se llevará al pianista del pelo anaranjado nadie sabe a qué extraño lugar.
¿No será que piano y pianista están en un barco y en el mar se instala una galerna, y ahí se mecen ambos en una zarabanda loca y, ¡cuidado!, en cualquier momento aparecen en el Triángulo de las Bermudas, donde nada aparece sino que, “au contraire”, todo desaparece?
En esa sutil madeja traslúcida de clara de huevo móvil se va a enredar todo, como están enredándose ya nuestros pensamientos.
Esta es, ciertamente, una imagen enredadora.
No nos extrañaría nada que la melodía que decidió cobrar vida de una manera tan vertiginosa fuera una de esas aceleradas rapsodias gitanas que interpretaba Liszt en cualquier cafetín bohemio que tuviera un piano.
Liszt era un genio tocado por el dedo del diablo. Su sombra parece aletear en esta imagen dislocada que determina un movimiento casi sísmico, envolvente, mareante y, esto es lo peor -desde el punto de vista artístico-: le ha salido al pintor descolorida, o decolorada en lentos amarillos, lo único lento del cuadro.



© José Luis Alvarez Fermosel

Un don de Dios

Ya he dicho en una conferencia que el gran escritor peruano Mario Vargas Llosa reconoció en una reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), celebrada en la ciudad balnearia uruguaya de Punta del Este, que la gente no se resigna a aceptar que algo tan aburrido y pedestre como el sentido común pueda llegar a representar una virtud, y sigue prefiriendo, por fulgurante y seductora, a la irrealidad.
Se ha dicho y repetido hasta la saciedad que el sentido común es el menos común de los sentidos.
Según un modesto electricista indio, el sentido común, en realidad, es un don de Dios. Por eso debe ser tan escaso. Porque una de dos, o Dios no reparte sus dones con mucha generosidad, o aquellos favorecidos con el don del sentido común no lo usan con la frecuencia que sería deseable.
Cuenta el doctor Karl Compton, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (NE de los Estados Unidos), que una hermana suya residente en la India, llamó cierta vez a un electricista del país para que hiciera algunos arre­glos en la instalación de su casa.
El operario, en el transcurso de la tarea, fue a pedirle instrucciones tantas veces, que la señora, impaciente, acabó por decirle:
- Ya le he explicado lo que quiero. Haga lo que su
sentido común le dicte... y cuento terminado.
A lo cual contestó él, haciendo una profunda reverencia:
- Señora, el sentido común es un don de Dios, y bastante raro, por cierto. Yo no soy más que electricista.


© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 23 de junio de 2009

El último caso de Trent

Releo en estos días en su idioma original Trent’s last case (El último caso de Trent). Las traducciones al español de obras en otros idiomas son últimamente espantosas.
La novela (policial) de Edmund Clerihew Bentley es muy entretenida, como todas las de Phillip Trent: un detective privado no tan diletante como el Philo Vance de S. S. Van Dine, pero aficionado a la pintura, “gourmet”, gran viajero, excelente golfista, nadador y, como el Maigret de Simenon, fumador en pipa.
Trent, como mi amigo el Duque Villegas, es un gran conocedor de zapatos. De un vistazo se da cuenta si los zapatos que lleva su interlocutor son “Oxford” (“legate”, “semi-brogue” o “full brogue”), “Derby”, “Monkstrap”, o “Loafers” (mocasines).
Edmund Clerihew Bentley fue, esencialmente, ¡y nada menos!, un gran humorista. Mientras estudiaba en la escuela de Saint Paul, en Hammersmith, junto con su gran amigo, Gilbert Keith Chesterton, inventó una forma de disparate biográfico en verso que pronto adquirió el nombre de Clerihew:

Sir Humphrey Davy
Abominated gravy
He lived in the odium
Of having discovered sodium (1)

Bentley publicó tres volúmenes de sus disparatados versos, ilustrados por Chesterton, a quien le dedicó Trent’s last case.
Los dos escritores se admiraban mutuamente. Bentley manifestó que recibió de Chesterton la principal influencia de su vida.
Por su parte, Chesterton calificó a Trent’s last case de
“la mejor historia detectivesca de los tiempos modernos”.
De la obra cumbre de Bentley (escribió tres: Trent’s last case, Trent’s own case, y Trent intervenes) se hicieron tres películas con el mismo título de la novela: la primera en 1920, con Gregory Scott en el papel de Trent; la segunda en 1929, con Raymond Griffiths como Trent, y la tercera en 1952, con Michael Wilding encarnando al simpático detective, tan simpático como su creador.
Trent se hace agradable porque es muy humano, tanto que una de sus facetas es la falibilidad.
Hasta la aparición de Trent los detectives habían sido invencibles –con la excepción, quizás, del sargento Cuff, si bien hay que reconocer que sus fallos se debieron más a la falta de cooperación de sus clientes que a su negligencia-.
Mediante sus métodos individuales, Auguste Dupin, Monsieur Lecoq, Nick Carter, Sherlock Holmes, el padre Brown y el inspector Bucket eran infalibles hasta el final.
Phillip Trent, dotado de una habilidad de sabueso para encontrar pistas, a veces se estanca en el análisis final, lo cual no tiene demasiada importancia, porque siempre hay alguien que facilita la prueba que apunta a la solución del caso.
Hace tanto tiempo que no leía esta novela del inefable Bentley que, ¡por fortuna!, no me acuerdo del final.

(1) Traducción literal:


Sir Humphrey Davy
Abominaba la salsa
Vivió en el odio
de haber descubierto el sodio.


© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 22 de junio de 2009

El destructor de rocas

Sus aventuras superaron las de grandes ex­ploradores como Buffalo Bill o el Capitán Cook y, un siglo y un lustro después de su muerte, Henry Morton Stanley (1841-1904) sigue inflamando las imaginaciones.
Llamado por los africanos "Bula Matari" ("El destructor de rocas"), este hombrecito de 1 metro y 62 centímetros, decidido y feo, nació con todas las de perder: fue hijo bastardo de una criada en la dura Gran Bre­taña del siglo XIX.
Quien habría de convertirse en periodista y explorador de nombradía universal vino al mundo el 28 de enero de 1841 en Denbigh. Hijo ilegítimo, su madre lo ano­tó en los libros de la iglesia de Saint Hilary de Denbigh (Gales del Norte) como "John Rowlands, bastardo".
Sufrió a lo largo de toda su vida aventurera las consecuencias de sus… “orígenes bajos y deshonrosos”, es­cribe, impiadoso, John Bierman en una biografía aparecida hace algunos años en Buenos Aires, que los lectores arrebataron de las librerías. Parece que ahora va a salir una nueva edición.
Sin embargo, Rowlands, convertido en Henry Stanley en Nueva Orleans (Estados Unidos), trabajó como norteamericano -aun­que no se nacionalizó hasta 1885- para el dia­rio Herald de Nueva York.
Se ganó a fuerza de puños la fama de perio­dista y explorador del África negra que inclu­so la exigente sociedad victoriana inglesa tu­vo que reconocer.
Posteriormente escribiría también para el Daily Telegraph de Londres, que le financió, conjuntamente con el Herald, algunas de sus expediciones.
Antes de alcanzar tanto renombre, Stanley luchó durante nueve meses como soldado del Ejército Confederado en la guerra norteamericana de Secesión (1861-1865).
Fue tenedor de libros, aprendiz de impresor, minero, buscador de oro y peón de fundición.
Su sed de aventuras le llevó a navegar 1.000 kilómetros por las rápidas aguas del Río Pla­ta, de Denver a Omaha (Estados Unidos) en una embarcación de fabricación casera.
Des­pués viajó a Esmirna (ahora Izmir), en la cos­ta occidental de Turquía, y fue prisionero de los turcos.
De nuevo en Estados Unidos, se incorporó a la expedición Hancock como explorador y rastreador. En el "Far West" conoció y entrevistó al famo­so pistolero Wild Bill Hickok y fue testigo de las guerras indias. De todo esto informó en crónicas que publicó como "free lance" en varios periódicos.
Iba a sentar los cimientos de su fama cuan­do, ya contratado por el diario Herald de Nueva York, formó parte de la expedición de castigo que los ingleses enviaron contra Theodóre, emperador de Abisinia (ahora Etiopía, África oriental), que furioso por un supuesto desaire que le había hecho la reina Victoria, retuvo durante años a un grupo de diplomá­ticos británicos y sus familias.
También cubrió Stanley en Madrid la revolución de setiembre de 1868 que derrocó a la reina Isabel II de Borbón.
La hazaña que le hizo ingresar en la historia fue el descubrimiento del médico David Livingstone (1813-1873) en las solitarias riberas del lago Tanganika, después de que el hasta entonces más connotado explorador de Inglate­rra permaneciera perdido durante varios años.
Allí fue cuando Henry Morton Stanley pro­nunció la frase que le seguiría hasta el resto de sus días y le definiría, incluso des­pués de su muerte, ante millones de seres que quizá de otro modo jamás hubieran oído hablar de él: “Doctor Livingston, I presume” (“Doctor Livingstone, presumo”)
Stanley descubrió en otras expediciones a África los lagos Victoria, Uganda, Alberto y Leopoldo.
Publicó once libros y centenares de folletos y artículos, se hizo mundialmente famoso, reci­bió premios y honores y fue honrado con el titulo de Sir.
Pero también se le calumnió, denostó y criti­có acerbamente, relacionándosele con el que según Bierman fue "el acto más importante de piratería geopolítica del siglo XIX: la crea­ción del Estado Libre del Congo (hoy Zaire) con su patrón, el rey Leopoldo II de Bélgica (1835-1909)".
En la pormenorizada biografía de John Bier­man se califica a Henry Morton Stanley de ejemplo de las primeras exploraciones al África, que constituyeron para los ingleses del siglo XIX una aventura análoga a los via­jes espaciales de nuestra era.
"Stanley fue un autodidacta que, imbuído del triunfalismo de la cultura británica, conquis­tó un continente con su audacia, los recursos económicos de sus patrocinadores y su simple afición a la lucha sangrienta”, dice Bierman.
En "La leyenda de Henry Stanley", Bier­man lleva al lector al interior del hombre y a la vasta tierra que él descubrió en un lugar que, como dijo el escritor inglés Graham Greene (1904-1991), permanece en mu­chas formas como lo que fue para los ingle­ses victorianos: "un confuso continente inex­plorado con la forma de un corazón humano".
Bierman no simpatiza con Stanley, y lo muestra en su libro. "Fue un símbolo de su época –dice-. Era prepotente, fanfarrón, hipócrita, derrochador y menti­roso". Pero se ve obligado a reconocer que el gran explorador "fue un individuo fir­me, valeroso, resistente, poseedor de infini­dad de recursos y.... un jefe inspirado".
Quizá la más larga y más difícil exploración del bastardo gales John Rowlands, o Sir Henry Morton Stanley, fue la que emprendió por su fuero interno desde los duros comien­zos de su vida, huyendo de una sociedad en la que se sentía profundamente incómodo y buscando siempre la dignidad propia.



© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 21 de junio de 2009

Llaneza, muchacho...

Hemos hablado, páginas atrás, de Baltasar de Castiglione y su prédica a favor de la cortesanía –o condición de cortesano- y las buenas maneras.
No le fue a la zaga Erasmo de Rotterdam, quien encauzó y sistematizó el modo de estar en colectividad.
La sociedad, las reglas, la convivencia… Lo que impera es la grosería.
Una buena parte de la grosería occidental proviene de la soberbia, del hecho de considerarse estupendo, siempre acertado, merecedor de lo mejor, de no cometer errores. “¿En qué me equivoqué?”, como decía aquél.
En apretada síntesis: yo hago lo que quiero y me comporto como me da la gana. Las reglas son para los demás. Cobra actualidad la parábola del fariseo y el publicano.
Lo curioso en que cada tanto avergonzamos a alguien, recordándole una regla que no está siguiendo, sin darnos cuenta de que nosotros no vivimos en el seno de la más ortodoxa y estricta reglamentación.
Si de veras estamos familiarizados con las reglas, y les damos su justa valoración, lo mejor será amparar al que no sabe, o sabe menos, e instruirlo, o ayudarlo, siempre del modo más útil y más discreto.
Evitarás la falta y ayudarás al que la comete: comportamiento propio del hombre de mundo.
Cabe citar a lord Chesterfield (1), que transitó por la senda abierta por Castiglione, ensanchándola, al contrario de lo que hacían los homólogos del noble lord: encerrarse en su propio círculo a cazar, beber y jugar a las cartas.
En su libro Cartas a su hijo, lord Chesterfield traza el perfil del caballero ideal, que debe abstenerse de contar chistes groseros y futesas en sociedad, no discutir, no ofender, no minimizar, escuchar mucho y hablar poco, adaptarse al grupo en el que se encuentre, no pretender captar su atención –si lo consigue, mejor, pero que sea por sus méritos y por decisión de los otros-, y recordar que el protocolo y la etiqueta son una forma sutil de orquestar una armonía de personalidades variadas que han de efectuar juntas algo hermoso y encomiable, como propugnan María José y Pedro Voltes en su encantador y divertido libro Deslices históricos, cuya lectura recomiendo.
La proyección desmesurada de nuestra propia identidad suele generar la grosería más rotunda.
Acudamos, otra vez, al Quijote: “Llaneza, muchacho, que toda afectación es mala”.

(1) Estadista británico (1694/1773). Luchó por reconciliar a los protestantes de la Orden de Orange y los católicos de Irlanda durante el período en que ejerció como Lord Teniente de esa isla, bajo nombramiento real. Su epistolario revela alta erudición y escepticismo.



© José Luis Alvarez Fermosel


Nota relacionada:

“Los dos Castiglione”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/06/los-dos-castiglione.html)


sábado, 20 de junio de 2009

Las extraordinarias aventuras del comandante Brown (fragmento)

El hombre de negocios se inclinó sobre el respaldo de la silla y clavó sus negros ojos en el semblante del otro:
- Comandante -le dijo-, ¿no ha sentido usted nunca, en una tarde de ocio, el ardiente deseo de que sobreviniera "algo pernicioso y temible, algo incompatible con una vida mezquina, algo desconocido, absorbente, desprendido de su anclaje, que bogara en libertad”, como dijo Walt Whitman?
- No, repuso secamente el comandante.
- Me explicaré, agregó Northover: La Agencia de Aventuras fue creada para satisfacer el deseo de que algo nos sorprenda y nos conduzca por insospechados derroteros. El hombre que experimenta este anhelo de una vida excitante, paga una suma a la Agencia de Aventuras y ésta le rodea de acontecimientos fantásticos. Cuando el hombre sale de su casa, se le acerca un individuo que le asegura que existe un complot contra su vida, o recibe un telegrama misterioso e inmediatamente se ve sumido en una vorágine de acontecimientos.
Así le hacemos entrar en el mundo fascinante de los caballeros andantes, en el que se realizan hazañas sublimes bajo el límpido cielo azul. Así, también, le retrotraemos a los días de su infancia: esa divina edad en la que podemos vivir con la imaginación, ser nuestros propios héroes y, al mismo tiempo, bailar y soñar.


De El club de los negocios raros, de Gilbert Keith Chesterton (1)

(1) Uno de los más famosos escritores ingleses de todos los tiempos (1874/1936), conocido generalmente como G. K. Chesterton. Novelista, poeta, ensayista, crítico, biógrafo, periodista y autor de novelas policiales con el sacerdote católico apellidado Brown como protagonista. Defensor del cristianismo, sobre todo en su interpretación católico-romana. Fue un eximio cultor de la paradoja. Entre sus obras principales destacan Ortodoxia, La sabiduría del padre Brown, San Francisco de Asís, El hombre que fue jueves, El club de los negocios raros y Breve Historia de Inglaterra. La editorial Acantilado de Barcelona relanzó hace poco su Autobiografía, en una excelente traducción de Olivia de Miguel.

Autoayuda

Un viejo dicho norteamericano dice que “there is no business like show business”: “No hay negocios como los negocios del espectáculo”.
Pues bien, a la sazón, no hay libros como los libros de autoayuda. Ni mejor negocio que escribir un libro de autoayuda que, a diferencia de cualquier otro, se venderá como churros –suponiendo que los churros se vendan mucho en Argentina, que creo que no-.
La periodista Mónica López Ocón, editora de las secciones de Cultura e Internacional de la revista Noticias de Buenos Aires, ha escrito con oportunidad, buena pluma y humor una nota sobre los libros de autoayuda que no tiene desperdicio.
Como sostiene la autora, los libros de autoayuda constituyen un género útil, realmente sirven: en la playa pueden usarse para protegerse del sol y que el calor del Astro Rey no le fría a uno los sesos.
La última observación pertenece al editor de este blog, que recomienda entusiásticamente que vayan a la nota relacionada y comprueben, de nuevo, que vivimos en unos tiempos… “bizarros”, por utilizar la terminología al uso.


Nota relacionada:

“10 tips para escribir libros de autoayuda”
(
http://www.revista-noticias.com.ar/comun/nota.php?art=2090&ed=1694)

miércoles, 17 de junio de 2009

Buenos Aires, capital mundial del libro

Buenos Aires ha sido elegida capital del mundo del libro para todo el año 2011, informó ya en un comunicado la Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
La capital argentina ganó este título por la calidad y la variedad de un programa que presentó este año para promover la difusión del libro y fomentar la cultura, así como por la estrategia general que esto implica.
El jurado estuvo integrado por la UNESCO y las tres principales organizaciones profesionales internacionales de los sectores del libro y la edición: la Unión Internacional de Editores (UIE), la Federación Internacional de Asociaciones de Libreros (FIL) y la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas (IFLA)
Recibieron antes la misma distinción, entre otras, las ciudades de Madrid, Alejandría, Amberes, Montreal y Amsterdam.
La noticia nos llena de alegría a libreros, editores, agentes literarios, escritores, correctores, ilustradores, traductores, lectores y todos aquellos que no sólo nos interesamos, profesionalmente o no, por los libros, sino que los amamos.
¡Ahí es nada, leer a Ezra Pound, por ejemplo, en la capital mundial del libro!



© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 14 de junio de 2009

Un dibujo triste

Al señor de la imagen en blanco y negro, que escribe afanosamente, no parece irle bien económicamente. Es que este oficio de escribir, ya se sabe, no da dinero, o da muy poco.
A este buen hombre se lo ve dignamente rotoso, con una pieza de tela negra que pretende disimularle un roto en el pantalón bajo la rodilla; otro deja ver la camisa a la altura del codo derecho.
Fuma su pequeña pipa, escribe con una pluma astillada. ¿Qué escribirá?
Debe ser hombre de letras, pues bajo la pequeña mesa, o cajón a modo de mesa, se ven libros y lo que parece ser un tintero. Está sentado sobre unos libros más grandes.
Nos apena ver a un hombre que tiene cara de bueno, pese a una barba y un bigote que surgen de no haberse afeitado en algunos días y podrían ensombrecer su fisonomía, imprimiéndole un aire torvo.
Fantaseamos, porque el hombre no es de verdad. Se trata del dibujo de un artista tan bueno que le ha dado vida y fuerza de fotografía a un escorzo, por así decirlo, que define la imagen y ha creado un personaje.
Lo que no sabemos –y nos quedaremos sin saberlo- es si el retrato fue tomado del natural o su autor se puso a dibujar de memoria, en un rapto de inspiración, y salió este espléndido apunte hiperrealista que, la verdad, da un poco de pena, aunque sepamos que el señor pobre que escribe, y por eso, por escribir es pobre, en realidad sea de mentirijillas.
Siempre es triste ver la imagen de un hombre tan pobre que sus vestiduras están remendadas. Aunque en la más extrema miseria conserve su dignidad. Ni siquiera en un dibujo que es una obra de arte.



© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 13 de junio de 2009

Opera sobre cocina molecular

Ya hemos dado nuestra opinión sobre la cocina molecular. Nos contentaremos, entonces, con llamar la atención sobre la nota relacionada –un cable de la agencia EFE publicado por la revista Ñ del diario Clarín de Buenos Aires- y reconocer, una vez más, que los catalanes en general y Ferrán Adrià en particular son listísimos.
Con independencia de este axioma, destaco el hecho de que, según la información de EFE, se va a representar pronto una ópera en Paris inspirada en la peculiar gastronomía de Ferrán Adrià.
Adrià –pope de la cocina molecular-, después de haber inundado el mundo con sus “delikatessen” al hidrógeno líquido, acaba de anunciar que cuando se retire abrirá un pequeño restaurante en el que cocinará guisos campesinos de su abuela. Regreso a las fuentes.
Mientras tanto, yo me voy a comer a la casa de mi amiga catalana Àngels Miarnau (
http://losirracionales.blogspot.com), que cocina al modo clásico de su bella tierra y domina magistralmente gastronomías de otros países, entre los cuales Francia, donde ha vivido varios años.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“La Orquesta de París estrena una obra inspirada en la cocina de Ferran Adrià”
(
http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/06/10/_-01936605.htm)



miércoles, 10 de junio de 2009

Oh, Mary

Coincido con la escritora argentina Ana Bisignani –autora, entre otras, de la excelente novela El destierro de la Reina, editada por Corregidor- en que en conciertos, recitales, selecciones de óperas, zarzuelas, canciones populares o lo que sea, los encargados del repertorio no suelen, salvo honrosas excepciones, escoger los temas más bonitos, los más escuchados por la gente. Otra manía es la de abreviar las obras en las compilaciones de los discos.
Tal cosa ocurre con más frecuencia de lo que sería deseable y molesta y defrauda al público, que ha dejado su dinero en la boletería del teatro, o en la tienda de discos. ¿Por qué pasará ésto?
Me temo que por lo de siempre: la profesionalidad… “mediana” -digamos para ser benévolos- de las personas que se ocupan de ese trabajo.
Por ejemplo, en los recitales de las canciones napolitanas más hermosas de todos los tiempos tendría que estar incluída una pieza bellísima de Russo y Di Capua titulada Oh, Mary, y también María, Marì, que no perdió actualidad, no se quedó en el tiempo. Por lo general, no figura.
Hay una obsesión con esto de la antigüedad. Nadie quiere ser antiguo, ni parecerlo, ni que se lo digan. Lo pasado, pisado. Todo lo anterior al 2000 no merece saberse. Antes de ese año, nada de lo que ocurrió tiene importancia.
¡Si uno se refiere a algo de entonces es antiguo!
Y hoy en día no hay peor cosa que ser antiguo. ¡Ni qué hablar de estar pasado de moda!
En fin, Ana…


© José Luis Alvarez Fermosel


lunes, 8 de junio de 2009

Un explorador de la vida interior

Henry James (1843–1916), escritor estadounidense que recaló en Inglaterra y adoptó la nacionalidad británica (en 1915, un año antes de su muerte), fue uno de los pocos críticos que se destacó como escritor antes de ejercer la crítica, o si se prefiere, triunfó primero en la literatura, en la que ocupó un lugar descollante.
Empezó a escribir, o mejor dicho, a publicar muy joven: a los 20 años.
Fue un autor prolífico. A lo largo de sus 51 años escribió 20 novelas, 112 relatos, 12 obras de teatro y más de 10.000 cartas, algunos de cuyos destinatarios fueron escritores de la talla de Robert Louis Stevenson y Joseph Conrad.
Su reputación como figura consular de las literaturas norteamericana e inglesa no se consolidó hasta la década del 40.
Exploró tipos y costumbres y se convirtió en un sutil y minucioso narrador de la vida interior de sus personajes.
Otras peculiaridades de su literatura fueron su profundidad psicológica, su facilidad para crear situaciones y argumentos interesantes, su dominio del lenguaje y su discreto sentido del humor.
Roderick Hudson, El americano, Daisy Miller, Retrato de una dama y Otra vuelta de tuerca fueron quizás sus obras más emblemáticas, en especial la última, que fue llevada al cine muchas veces, una de ellas por el director español Eloy de la Iglesia.
Yo le tuve siempre mucha estima porque, según todos sus biógrafos, fue un hombre bueno, humilde, callado y de exquisitos modales, a quien no se le subió el éxito a la cabeza. A mí me sirvió para aprender a dominar el inglés literario difícil.
Uno de sus mejores textos, a mi juicio, es el siguiente: “Hay tres cosas importantes en la vida: la primera, ser amable; la segunda, serlo siempre; la tercera, nunca dejar de serlo”
Eso sí que se entiende fácilmente.

(El retrato de Henry James que ilustra este post, el más famoso de todos los que le hicieron, es obra de su compatriota, asimismo expatriado en Inglaterra, John Singer Sargent.)

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 7 de junio de 2009

La cuadra 28

Termino de leer un libro interesantísimo que me ha regalado mi amigo el Duque Villegas: La cuadra 28 (1), de Pedro María de Ocampo.
De Ocampo es un hidalgo franco-argentino a quien, estando en París en el año 1939, la turbamulta de la Segunda Guerra Mundial arrastra y convierte en testigo y protagonista de los acontecimientos más trascendentales de la historia del siglo XX.
Uno se hace una idea de la densidad humana del autor al leer el último párrafo del prólogo, que firman sus siete hijos: Carolina, Cristina, Carlos, Sofía, María Laura, Isabel y Pauline.
“La lectura de este libro contagia el coraje y la voluntad de su autor de vivir una vida plena. Enseña que se puede vivir sin traicionar valores, y que cultivar la disciplina es el único escudo frente a la debilidad del hombre, Reafirma los valores culturales y la convicción de la trascendencia de la vida humana. Unirá a los que lo descubren con todos los que lo conocen y respetan, que lo admiran y quieren, compartiendo la aventura de su intensa vida”.
Enrolado en la Legión Extranjera Francesa (2), Pedro María de Ocampo combatió en Indochina en defensa de los territorios franceses de ultramar (Vietnam, Camboya y Laos).
Después de varios años de guerra, en los que fue herido y condecorado –es Caballero de la Legión de Honor de Francia y posee la Gran Cruz al Mérito de Alemania y la de Austria-, regresó a la Argentina, la tierra de sus antepasados, donde formó una familia y desplegó importantes actividades relacionadas con la agricultura y la ganadería.
Fue embajador de la Soberana Orden de Malta y es Presidente de Honor vitalicio de la Federación Mundial del Simmental. El gobierno argentino le condecoró con la Gran Cruz del Libertador General San Martín.
La cuadra 28 es el lúcido y vívido documento de una guerra librada en una naturaleza hostil contra el soldado vietnamita, poseedor de una determinación a toda prueba.
El libro de Pedro María Ocampo es también una novela autobiográfica, un diario de operaciones y una concatenación de vivencias, pensamientos y reflexiones enmarcadas por una profusa documentación.
El autor ha construído un relato compacto, sólido, con la exactitud y pormenorización de un parte militar.
Fluyen la adrenalina y la emoción, sin embargo. Pero el protagonista y a la vez autor de este impresionante documento no se sale ni una vez de su papel de notario, de hombre que da fe de lo que pasa a su alrededor con el máximo rigor y el máximo verismo, reservándose para sí no una atalaya, sino un modesto rincón de observador y narrador, lo que habla bien a las claras de su modestia, su humildad y de que el suyo es ese valor sin cólera de los héroes.
Este es, a mi juicio, uno de los grandes méritos de este libro testimonial que nos permite conocer historias como la de
“(…) un pagador en la base de Hanoi que se inscribió voluntariamente para una misión en el sector de Cao Bang. En el curso de violentos combates dió pruebas de sangre fría en varias oportunidades. Provocó la admiración de todos por el coraje que demostró durante la liberación de un convoy fuertemente atacado por un enemigo mucho más numeroso”.
“Citado en el tablero oficial, esa citación le valió el otorgamiento de la Gran Cruz de Guerra del Regimiento con estrella de bronce. Un hombre feliz se encontraría, unos meses después, con una familia emocionada y llena de admiración al ver el regreso del héroe”.
Así escribe Pedro María de Ocampo: directamente, con un lenguaje castrense sin adornos ni heteredoxias, reconociendo el valor de los otros y sin hacer referencia nunca, ni siquiera veladamente, al suyo, que también le hizo merecedor de condecoraciones, llamadas “bananas” en la jerga legionaria.
De los 30 anotados en principio en la cuadra 28 sólo quedaron con vida el autor de este libro y otro legionario. La estadística exime de cualquier comentario.
La cuadra 28, un libro editado por Dunken, de 425 páginas, está ilustrado por dibujos –algunos de los cuales uno piensa que son del propio autor-, mapas y fotografías. Es el libro de un "beau sabreur".
Pedro María Ocampo vive en Buenos Aires, rodeado por el amor y el respeto de sus hijos, que le dieron 25 nietos.


(1) Gran habitación o nave donde se alojan los legionarios, que duermen allí en literas, guardan sus efectos personales y donde suele estar el armero en el que se alinean los fusiles. En la Legión española se llaman compañías a esos recintos. Durante la noche, un centinela llamado imaginaria –al que se va relevando- hace la guardia.
(2) La Legión española, o Tercio de extranjeros, fue fundada a comienzos de los años 20 por el general Millán Astray con ayuda de los jefes y oficiales más capacitados del Ejército español, entre los que se contaba el general Francisco Franco, que entonces ostentaba la graduación de comandante (mayor). Se basó en los tercios del Duque de Alba del siglo XVI, flor y nata de la infantería española, en la que la disciplina era proverbial. También se inspiró en la Legión Francesa, de la que difiere porque la española está integrada más por españoles que por extranjeros.


© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 6 de junio de 2009

Los dos Castiglione

Baltasar de Castiglione (1478/1529), conde de Novellata (retrato), fue un aristócrata, diplomático y escritor italiano que propuso en su obra El Cortesano el modelo del caballero renacentista, que habría de ser capaz de manejar las armas y las letras con la misma destreza y tratar delicadamente a las damas.
El Cortesano expone en cuatro libros un diálogo que mantienen durante cuatro noches una duquesa, una princesa, un cardenal, Cesare Gonzaga, el poeta Pietro Bembo, Giuliano de Medici, Ludovico di Canossa, Federico Fregoso y el Aretino sobre el nacimiento y la educación del gentilhombre, el comportamiento en sociedad, el ideal de la perfecta dama palatina y las relaciones del cortesano con el príncipe, a fin de alcanzar las formas de cortesanía más excelsas. El libro fue traducido al castellano por Boscán, a instancias de su amigo Garcilaso de la Vega.
Castiglione, viudo en 1520, abrazó el estado eclesiástico. El Papa Clemente VII le nombró Nuncio Apostólico en Madrid, donde se desempeñó como diplomático en la corte del Emperador Carlos V. Murió en Toledo en 1529, a los 50 años .
Fue un hombre de armas, un cortesano y un diplomático perfecto. Su vida estuvo signada por el decoro que caracterizó la literatura, el arte y las costumbres del Renacimiento y pasó a la historia como el arquetipo del caballero perfecto de las cortes perfectas.
Siglos más tarde, concretamente en el XX, apareció sobre la faz de la tierra otro Castiglione, éste llamado Hugo, que se convirtió en el dueño de un enorme imperio financiero e industrial en la Europa Central y Oriental. Como era un especulador, se excedió en sus cálculos y cayó en vertical, arrastrando en su caída a millones de seres humildes que trabajaron lealmente para él por una modesta soldada. Una crisis, vamos.
Como Hugo von Castiglione no era trigo limpio, la policía confiscó sus papeles privados, entre los que encontraron algunas anotaciones reveladoras de su idiosincrasia.
Paul Tabori, que se ocupa de este personaje en su Historia de la estupidez humana, sostiene que algunas de esas frases parecen parodias de las del escritor de libros de autoayuda escocés Samuel Smiles, pero lo cierto es que constituyeron lemas a los que se ajustó fielmente von Castiglione en su vida.
Transcribimos algunas, una de ellas, la que sigue, tiene fuerza de confesión: “Todo cuanto tengo se lo robé a los demás”. Otra: “Todo cuanto aún no ha sido descubierto me pertenece”. Su concepto sobre la suerte: “Aquello que me favorece a mí y perjudica a los otros”. Un elogio que dijo haber recibido: “A este hombre no es posible sacarle ni un centavo”.
El caballero Baltasar de Castiglione y el listillo –que terminó perdiendo, como todos los listillos- Hugo von Castiglione. Dos Castiglione.

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 5 de junio de 2009

En torno a la cocina molecular

La cocina molecular –creo que ésto aún no lo ha dicho nadie, o por lo menos yo no me he enterado- es una cocina para esnobs, para gente que quiere estar a lo último de lo último de la moda, sea cual fuere la moda: comprar agua del grifo embotellada, mascar hielo en vez de chicle, beber más de cuatro litros de agua por día -y acabar con el cerebro y los riñones destrozados-, exponer en muestras internacionales de arte excrementos humanos en latas de sardinas, hacer guerras de almohadas –gente grande- en los parques o celebrar todos los años la semana del huevo.
La cocina molecular, en la que se usan mecheros Bunsen de laboratorio, sopletes y nitrógeno líquido, es para gente muy moderna, muy a la vanguardia; es una…”cosa” muy actual, muy fuerte, muy “trendy”, marca tendencia. Ir a comer a un restaurante de cocina molecular es un…”evento”, es muy “bizarro”, muy lúdico.
¡Que nos estalle en la boca una aceituna como una pequeña granada! ¡¡Una aceituna con sabor a ozono!! ¡¡¡¡Ahhhhhhhhh…!!!!
Es algo muy del milenio, muy posmoderno. Es… cultural. Es eso: una cultura, va con un modo de ser, con una manera de estar en el mundo. Además, cuando uno “come molecular”, lo puede contar, y lo bien que uno queda. Porque no es algo para todos –ni para cualquier bolsillo…-, así que muy pocos tienen la oportunidad...
Es tecnoemocional, es casi un rito…; ¡es tan “in”, tan “chic”, tan “cool”… ¡Es “lo más”!
- ¿Sí?
- ¡Obvio!
¡Ya quisiera yo verlos comer hormigas fritas, iguana, lagarto, rata de arrozal, saltamontes grillados, leche de camella y el mezcal con el gusanito dentro de la botella!
Veamos lo que dicen otros en la nota "¿A dónde va la gastronomía?" publicada en La Nación Revista.


© José Luis Alvarez Fermosel
Extra / Cocina y vinos¿A dónde va la gastronomía?

Lo que viene después del boom de la comida molecular. Además: el Bonarda pisa fuerte; Mauro Colagreco, un argentino internacional; 10 recetas de Martiniano, y los consejos de Brascó

lanacion.com Revista Domingo 31 de mayo de 2009


Notas relacionadas:

“No a la tortilla líquida servida en copa”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/08/no-la-tortilla-lquida-servida-en-copa.html)
“La cocina”
((
http://www.elpais.com/articulo/ultima/cocina/elpepiult/20080525elpepiult_1/Tes)
“Tengo buena relación con el demonio”
(
http://www.revista-noticias.com.ar/comun/nota.php?art=1562&ed=1653)
“Ya se pueden comer los perfumes”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/05/ya-se-pueden-comer-los-perfumes.html)
“Perfumes comestibles”
(http://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2007/394/1176486424.html)

jueves, 4 de junio de 2009

Un joven cocodrilo de 75 años

Joven porque los cocodrilos suelen vivir muchos más años.
Pero nos referimos a la marca Lacoste de ropa deportiva, que ha cumplido ya 75 años.
Vende más de 50 millones de prendas por año. Fue fundada en 1933 por el tenista francés René Lacoste, que encabezó una brillante generación de deportistas de los años 20 denominada Los Mosqueteros.
A Lacoste le llamaron “Crocodile” desde que ganó en una apuesta por un partido de tenis una bolsa de piel de cocodrilo. Le gustó el apodo, lo adoptó y se hizo bordar un cocodrilo de regular tamaño en la solapa de su chaqueta y luego en la prenda que le hizo famoso: una camisa de manga corta de tejido ligero y transpirable, a base de “petit piqué”.
La prenda, que desde entonces se llama polo –al menos en España-, se hizo extraordinariamente popular en todo el mundo.
El cocodrilo de Lacoste era más grande. Ahora vuelve a campear, del tamaño original, en unas chaquetas deportivas blancas iguales a las que lucía el gran deportista francés.
En la actual empresa Lacoste trabajan la mayoría de los descendientes del tenista.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 2 de junio de 2009

Lo mínimo

Pasa el tiempo, pasan cosas, la tecnología se sofistica día a día, la globalización nos reune, nos aglutina cada vez más, el mundo es ya menos que un pañuelo: es como uno de esos pañuelitos de papel que no sirven más que para limpiar los cristales de las gafas, y que nos hacen evocar aquellos pañuelos grandes de batista suiza, o de seda, con nuestras iniciales bordadas, como los monogramas de las camisas.
¡Eran otros tiempos…! Vivíamos en pisos grandes, en casas de familia de muchas habitaciones, incluída la de la empleada doméstica -en la que también dormía la cocinera-, la de huéspedes y un cuarto trastero, o en algunos casos una buhardilla o altillo; teníamos biblioteca, muebles de estilo, cocinas con “office”, con azulejos en las paredes y baños amplios y cómodos, con cortinas claras y armaritos con espejos y una luz arriba.
En los armarios cabía de todo, tenían un espejo de luna en el que se veía uno de cuerpo entero para ajustarse el nudo de la corbata –que ya no usamos de vez en cuando más que algunos nostálgicos- y para comprobar si los zapatos (Oxford) estaban brillantes.
Si se vivía en el campo se disponía de un jardín, con piscina o sin ella, pero donde al menos podía retozar el perro. Había terrazas, a las que se les llamaba azoteas. En fin, lo normal.
Lo primero que hay que tener en cuenta ahora es el Feng Shui. ¿La cama al norte o al oeste?, ¿el plasma al norte o al sur? El sur también existe, aprovechemos para decirlo, ya que hasta ahora no lo ha dicho nadie.
No hay que ser necesariamente partidario de la cultura “trash”, es decir, de los deshechos, de la basura: el jarrón hecho con una botella de gaseosa vacía, el cuadro con papel reciclado, la caseta del perro con latas de coca-cola oxidadas.
Pero el minimalismo es interesante. Como es sabido, lo predicó, sin saberlo, el arquitecto alemán Mies van der Rohe con su “menos es más” y lo compraron en los sesenta para denominar culturas sin forma.
Para que se entienda mejor, el minimalismo es el estilo de la reducción extrema: paredes sin zócalo, ventanas sin marco, armarios sin tiradores; color blanco absoluto, o combinado con negro. Ni adornos, ni color…¡ni leches!
El descontructivismo también está de onda, aplicado a la arquitectura y el diseño. Dicen los que saben que ha hecho mucho daño, pero que también ha producido alguna obra maestra con sus edificios fragmentados, sus plantas rotas, sus ángulos esotéricos y escaleras sin barandas que se pierden hasta no se sabe dónde y es mejor no empezar a subirlas.
Casi está uno por quedarse con los “lofts”: espacios generosos, sin particiones, sin tabiques, sin puertas, luminosos –algunos-. Empezaron a ponerse de moda en Tribeca, al sur de Manhattan (Nueva York) y proliferaron en función de la conversión de edificios industriales en viviendas contemporáneas. El macho posmo los llama espacios.
Las viviendas, sí ¿Y las oficinas? Ah, tenemos la ofimática, que es un conjunto de programas y equipos electrónicos que conforman una oficina automática, a la que ya vamos en monovolumen, sustituto de la antigua furgoneta o camioneta, ya que se trata de un automóvil que, a diferencia de los convencionales, está hecho de una sola pieza, sin morro, sin maletero, sin nada: un coche minimalista.

© José Luis Alvarez Fermosel

Lo último de lo último

Lo último que se escucha en los medios audiovisuales y se lee en los gráficos:
Veintiún personas por veintiuna personas.
Saliencias por prominencias.
Probalidad por probabilidad.
Cruela por mujer cruel.
Estetismo por esteticismo.
Datear por acumular datos.
Complementariedad por acción de complementar.
Lo curioso es que estas cosas las dicen en su mayoría, en la radio, la televisión y los diarios de papel y los digitales, políticos, empresarios, maestros, escritores, comunicadores y personas que incluso han pasado por una universidad.
No nos extrañaría que la Real Academia Española hubiera aceptado o estuviera por aceptar estos... "neologismos".
Otra cosa más que no se entiende en los tiempos que corren.


© José Luis Alvarez Fermosel