domingo, 21 de junio de 2009

Llaneza, muchacho...

Hemos hablado, páginas atrás, de Baltasar de Castiglione y su prédica a favor de la cortesanía –o condición de cortesano- y las buenas maneras.
No le fue a la zaga Erasmo de Rotterdam, quien encauzó y sistematizó el modo de estar en colectividad.
La sociedad, las reglas, la convivencia… Lo que impera es la grosería.
Una buena parte de la grosería occidental proviene de la soberbia, del hecho de considerarse estupendo, siempre acertado, merecedor de lo mejor, de no cometer errores. “¿En qué me equivoqué?”, como decía aquél.
En apretada síntesis: yo hago lo que quiero y me comporto como me da la gana. Las reglas son para los demás. Cobra actualidad la parábola del fariseo y el publicano.
Lo curioso en que cada tanto avergonzamos a alguien, recordándole una regla que no está siguiendo, sin darnos cuenta de que nosotros no vivimos en el seno de la más ortodoxa y estricta reglamentación.
Si de veras estamos familiarizados con las reglas, y les damos su justa valoración, lo mejor será amparar al que no sabe, o sabe menos, e instruirlo, o ayudarlo, siempre del modo más útil y más discreto.
Evitarás la falta y ayudarás al que la comete: comportamiento propio del hombre de mundo.
Cabe citar a lord Chesterfield (1), que transitó por la senda abierta por Castiglione, ensanchándola, al contrario de lo que hacían los homólogos del noble lord: encerrarse en su propio círculo a cazar, beber y jugar a las cartas.
En su libro Cartas a su hijo, lord Chesterfield traza el perfil del caballero ideal, que debe abstenerse de contar chistes groseros y futesas en sociedad, no discutir, no ofender, no minimizar, escuchar mucho y hablar poco, adaptarse al grupo en el que se encuentre, no pretender captar su atención –si lo consigue, mejor, pero que sea por sus méritos y por decisión de los otros-, y recordar que el protocolo y la etiqueta son una forma sutil de orquestar una armonía de personalidades variadas que han de efectuar juntas algo hermoso y encomiable, como propugnan María José y Pedro Voltes en su encantador y divertido libro Deslices históricos, cuya lectura recomiendo.
La proyección desmesurada de nuestra propia identidad suele generar la grosería más rotunda.
Acudamos, otra vez, al Quijote: “Llaneza, muchacho, que toda afectación es mala”.

(1) Estadista británico (1694/1773). Luchó por reconciliar a los protestantes de la Orden de Orange y los católicos de Irlanda durante el período en que ejerció como Lord Teniente de esa isla, bajo nombramiento real. Su epistolario revela alta erudición y escepticismo.



© José Luis Alvarez Fermosel


Nota relacionada:

“Los dos Castiglione”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/06/los-dos-castiglione.html)


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