Ya he dicho en una conferencia que el gran escritor peruano Mario Vargas Llosa reconoció en una reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), celebrada en la ciudad balnearia uruguaya de Punta del Este, que la gente no se resigna a aceptar que algo tan aburrido y pedestre como el sentido común pueda llegar a representar una virtud, y sigue prefiriendo, por fulgurante y seductora, a la irrealidad.
Se ha dicho y repetido hasta la saciedad que el sentido común es el menos común de los sentidos.
Según un modesto electricista indio, el sentido común, en realidad, es un don de Dios. Por eso debe ser tan escaso. Porque una de dos, o Dios no reparte sus dones con mucha generosidad, o aquellos favorecidos con el don del sentido común no lo usan con la frecuencia que sería deseable.
Cuenta el doctor Karl Compton, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (NE de los Estados Unidos), que una hermana suya residente en la India, llamó cierta vez a un electricista del país para que hiciera algunos arreglos en la instalación de su casa.
El operario, en el transcurso de la tarea, fue a pedirle instrucciones tantas veces, que la señora, impaciente, acabó por decirle:
- Ya le he explicado lo que quiero. Haga lo que su sentido común le dicte... y cuento terminado.
A lo cual contestó él, haciendo una profunda reverencia:
- Señora, el sentido común es un don de Dios, y bastante raro, por cierto. Yo no soy más que electricista.
Se ha dicho y repetido hasta la saciedad que el sentido común es el menos común de los sentidos.
Según un modesto electricista indio, el sentido común, en realidad, es un don de Dios. Por eso debe ser tan escaso. Porque una de dos, o Dios no reparte sus dones con mucha generosidad, o aquellos favorecidos con el don del sentido común no lo usan con la frecuencia que sería deseable.
Cuenta el doctor Karl Compton, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (NE de los Estados Unidos), que una hermana suya residente en la India, llamó cierta vez a un electricista del país para que hiciera algunos arreglos en la instalación de su casa.
El operario, en el transcurso de la tarea, fue a pedirle instrucciones tantas veces, que la señora, impaciente, acabó por decirle:
- Ya le he explicado lo que quiero. Haga lo que su sentido común le dicte... y cuento terminado.
A lo cual contestó él, haciendo una profunda reverencia:
- Señora, el sentido común es un don de Dios, y bastante raro, por cierto. Yo no soy más que electricista.
© José Luis Alvarez Fermosel
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