miércoles, 24 de junio de 2009

Locura musical

La música se ha salido de madre, es decir, del piano, de la partitura, de los dedos del músico, de donde quieran; y convertida en oleada, en una suerte de "maelstron" indomeñable, se llevará al pianista del pelo anaranjado nadie sabe a qué extraño lugar.
¿No será que piano y pianista están en un barco y en el mar se instala una galerna, y ahí se mecen ambos en una zarabanda loca y, ¡cuidado!, en cualquier momento aparecen en el Triángulo de las Bermudas, donde nada aparece sino que, “au contraire”, todo desaparece?
En esa sutil madeja traslúcida de clara de huevo móvil se va a enredar todo, como están enredándose ya nuestros pensamientos.
Esta es, ciertamente, una imagen enredadora.
No nos extrañaría nada que la melodía que decidió cobrar vida de una manera tan vertiginosa fuera una de esas aceleradas rapsodias gitanas que interpretaba Liszt en cualquier cafetín bohemio que tuviera un piano.
Liszt era un genio tocado por el dedo del diablo. Su sombra parece aletear en esta imagen dislocada que determina un movimiento casi sísmico, envolvente, mareante y, esto es lo peor -desde el punto de vista artístico-: le ha salido al pintor descolorida, o decolorada en lentos amarillos, lo único lento del cuadro.



© José Luis Alvarez Fermosel

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