martes, 23 de junio de 2009

El último caso de Trent

Releo en estos días en su idioma original Trent’s last case (El último caso de Trent). Las traducciones al español de obras en otros idiomas son últimamente espantosas.
La novela (policial) de Edmund Clerihew Bentley es muy entretenida, como todas las de Phillip Trent: un detective privado no tan diletante como el Philo Vance de S. S. Van Dine, pero aficionado a la pintura, “gourmet”, gran viajero, excelente golfista, nadador y, como el Maigret de Simenon, fumador en pipa.
Trent, como mi amigo el Duque Villegas, es un gran conocedor de zapatos. De un vistazo se da cuenta si los zapatos que lleva su interlocutor son “Oxford” (“legate”, “semi-brogue” o “full brogue”), “Derby”, “Monkstrap”, o “Loafers” (mocasines).
Edmund Clerihew Bentley fue, esencialmente, ¡y nada menos!, un gran humorista. Mientras estudiaba en la escuela de Saint Paul, en Hammersmith, junto con su gran amigo, Gilbert Keith Chesterton, inventó una forma de disparate biográfico en verso que pronto adquirió el nombre de Clerihew:

Sir Humphrey Davy
Abominated gravy
He lived in the odium
Of having discovered sodium (1)

Bentley publicó tres volúmenes de sus disparatados versos, ilustrados por Chesterton, a quien le dedicó Trent’s last case.
Los dos escritores se admiraban mutuamente. Bentley manifestó que recibió de Chesterton la principal influencia de su vida.
Por su parte, Chesterton calificó a Trent’s last case de
“la mejor historia detectivesca de los tiempos modernos”.
De la obra cumbre de Bentley (escribió tres: Trent’s last case, Trent’s own case, y Trent intervenes) se hicieron tres películas con el mismo título de la novela: la primera en 1920, con Gregory Scott en el papel de Trent; la segunda en 1929, con Raymond Griffiths como Trent, y la tercera en 1952, con Michael Wilding encarnando al simpático detective, tan simpático como su creador.
Trent se hace agradable porque es muy humano, tanto que una de sus facetas es la falibilidad.
Hasta la aparición de Trent los detectives habían sido invencibles –con la excepción, quizás, del sargento Cuff, si bien hay que reconocer que sus fallos se debieron más a la falta de cooperación de sus clientes que a su negligencia-.
Mediante sus métodos individuales, Auguste Dupin, Monsieur Lecoq, Nick Carter, Sherlock Holmes, el padre Brown y el inspector Bucket eran infalibles hasta el final.
Phillip Trent, dotado de una habilidad de sabueso para encontrar pistas, a veces se estanca en el análisis final, lo cual no tiene demasiada importancia, porque siempre hay alguien que facilita la prueba que apunta a la solución del caso.
Hace tanto tiempo que no leía esta novela del inefable Bentley que, ¡por fortuna!, no me acuerdo del final.

(1) Traducción literal:


Sir Humphrey Davy
Abominaba la salsa
Vivió en el odio
de haber descubierto el sodio.


© José Luis Alvarez Fermosel

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