Henry James (1843–1916), escritor estadounidense que recaló en Inglaterra y adoptó la nacionalidad británica (en 1915, un año antes de su muerte), fue uno de los pocos críticos que se destacó como escritor antes de ejercer la crítica, o si se prefiere, triunfó primero en la literatura, en la que ocupó un lugar descollante.
Empezó a escribir, o mejor dicho, a publicar muy joven: a los 20 años.
Fue un autor prolífico. A lo largo de sus 51 años escribió 20 novelas, 112 relatos, 12 obras de teatro y más de 10.000 cartas, algunos de cuyos destinatarios fueron escritores de la talla de Robert Louis Stevenson y Joseph Conrad.
Su reputación como figura consular de las literaturas norteamericana e inglesa no se consolidó hasta la década del 40.
Exploró tipos y costumbres y se convirtió en un sutil y minucioso narrador de la vida interior de sus personajes.
Otras peculiaridades de su literatura fueron su profundidad psicológica, su facilidad para crear situaciones y argumentos interesantes, su dominio del lenguaje y su discreto sentido del humor.
Roderick Hudson, El americano, Daisy Miller, Retrato de una dama y Otra vuelta de tuerca fueron quizás sus obras más emblemáticas, en especial la última, que fue llevada al cine muchas veces, una de ellas por el director español Eloy de la Iglesia.
Yo le tuve siempre mucha estima porque, según todos sus biógrafos, fue un hombre bueno, humilde, callado y de exquisitos modales, a quien no se le subió el éxito a la cabeza. A mí me sirvió para aprender a dominar el inglés literario difícil.
Uno de sus mejores textos, a mi juicio, es el siguiente: “Hay tres cosas importantes en la vida: la primera, ser amable; la segunda, serlo siempre; la tercera, nunca dejar de serlo”
Eso sí que se entiende fácilmente.
Empezó a escribir, o mejor dicho, a publicar muy joven: a los 20 años.
Fue un autor prolífico. A lo largo de sus 51 años escribió 20 novelas, 112 relatos, 12 obras de teatro y más de 10.000 cartas, algunos de cuyos destinatarios fueron escritores de la talla de Robert Louis Stevenson y Joseph Conrad.
Su reputación como figura consular de las literaturas norteamericana e inglesa no se consolidó hasta la década del 40.
Exploró tipos y costumbres y se convirtió en un sutil y minucioso narrador de la vida interior de sus personajes.
Otras peculiaridades de su literatura fueron su profundidad psicológica, su facilidad para crear situaciones y argumentos interesantes, su dominio del lenguaje y su discreto sentido del humor.
Roderick Hudson, El americano, Daisy Miller, Retrato de una dama y Otra vuelta de tuerca fueron quizás sus obras más emblemáticas, en especial la última, que fue llevada al cine muchas veces, una de ellas por el director español Eloy de la Iglesia.
Yo le tuve siempre mucha estima porque, según todos sus biógrafos, fue un hombre bueno, humilde, callado y de exquisitos modales, a quien no se le subió el éxito a la cabeza. A mí me sirvió para aprender a dominar el inglés literario difícil.
Uno de sus mejores textos, a mi juicio, es el siguiente: “Hay tres cosas importantes en la vida: la primera, ser amable; la segunda, serlo siempre; la tercera, nunca dejar de serlo”
Eso sí que se entiende fácilmente.
(El retrato de Henry James que ilustra este post, el más famoso de todos los que le hicieron, es obra de su compatriota, asimismo expatriado en Inglaterra, John Singer Sargent.)
© José Luis Alvarez Fermosel
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