viernes, 31 de diciembre de 2010

2011


Desde mi silla de lona verde de director de cine

El salón era oblongo, desnudo, extraño. Las paredes estaban pintadas de color indefinido, blanco sucio, quizás. No había muebles ni adornos. Sólo, en una pared, un retrato grisiento y desvaído de Mies van der Rohe. Cerca, otro con la leyenda “menos es más”. Ninguno de los dos tenía marco. Estaban pegados a la pared.
La habitación carecía de zócales, había dos ventanas sin marcos, una en un extremo del cuarto y otra en el otro. Ni ornamentación ni color. Una sustracción continua marcada por una severidad casi monacal.
Un anciano decaído y macilento, de cabello blanquísimo, vestido con un traje oscuro y brillante por el uso prolongado, se desmadejaba en una silla ergonómica. Profundos surcos agrietaban su rostro curtido y grandes venas azules le palpitaban en las sienes. Se veía, por el rictus amargo de su boca sumida, que había sufrido; pero sus ojos, enterrados en gruesas bolsas violáceas, conservaban parte del brillo del que ha visto cosas alegres y disfrutado de buenos momentos, y se acuerda.
Frente a él, sentada en el suelo, había una criatura preciosa, una especie de querubín: un niño en el que no se distinguían colores característicos; lo mismo podía ser rubio que moreno, tener el pelo y los ojos claros como oscuros. Un niño de cualquier raza, de todas las razas.
Sus ojos y su boca sonriente irradiaban un gozo ilimitado, un júbilo que parecía que iba a estallar en carcajadas; era la quintaesencia de la alegría, el optimismo: la felicidad, en suma.
En un momento dado, el anciano se levantó trabajosamente, se acercó al niño, se inclinó sobre él y ambos hablaron unos segundos. Después intercambiaron unos papeles con unos números. El viejo, como quien ha cumplido con un requisito importante y ya puede disponer de sí mismo y de su tiempo, se dirigió a una puerta sin falleba y la traspuso.
El niño se irguió y abrió los brazos, como si quisiera abrazar a alguien, a mucha gente, a todo el mundo.
Restalló una música que me pareció que pertenecía a la Llegada de los Invitados de la ópera Tanhauser, de Wagner. Y me desperté.
Me encontré rodeado de azul y de belleza. Los recuerdos, vestidos de púrpura, corrían a no sé dónde, como liebres a campo traviesa. Escuché decir por todas partes: “¡Feliz Año!”, “¡Feliz 2011! Nadie exclamaba, sin embargo: “¡Preparen las uvas, que van a dar las doce!”.
El caso es que me había quedado dormido en mi silla de lona verde de director de cine. Desde ella os deseo a todos lo mejor de lo mejor, y más aún, si cabe, para el año que empieza y para los sucesivos. Entre otras no menos poderosas razones porque os lo meréceis ampliamente
Extraño, sí, mis uvas de la suerte y las doce campanadas del reloj de la Puerta del Sol de mi Madrid, tan querido y añorado.
Pero, darme unos minutos, que tengo aquí cerca una botella de champán puesta a enfriar y ya me estoy sirviendo una copa para brindar por vosotros.
¡Os quiero tanto…!

© José Luis Alvarez Fermosel


Nota de la Editora Asociada, o sea, Maite: El autor, o sea, mi marido, se refiere más o menos elípticamente en los dos primeros párrafos de su texto al movimiento arquitectónico de decoración de interiores denominado minimalismo. ¡Feliz Año!

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Verano

Hace mucho calor.
- ¡Hombre, estamos en verano!
- Sí, ya lo sabemos.
El verano empezó en el hemisferio sur el 21 de diciembre. Este año ha venido con la furia de un fenómeno meteorológico tropical: uno de esos turbiones caribeños de tan mala leche, que tienen una malévola propensión a trocarse en catástrofes.
No estoy siendo tremendista. En Buenos Aires hay alerta roja en el momento de escribir.
El calor que nos va cociendo lentamente es un calor blando, húmedo; un calor que parece venir de abajo, del centro de la tierra, porque tiene un no sé qué barroso, semilíquido.
Muchos dicen que viene del Río de La Plata, el río color de león –que en realidad no tiene color de león, sino de otra cosa…-.
Quizás el calor porteño proceda, después de todo, del Riachuelo (1), cuya contaminación es brutal. Ministros, alcaldes y otras autoridades prometen limpiarlo cuando asumen, pero nunca lo hacen.
Este calor es de baja estofa. Merece a conciencia el calificativo de infernal.
Además, incita a la trampantuja, a la mentira. Los noticieros de la televisión no dan la temperatura real. La bajan unos cuantos grados para no alarmar a la población, que ya está alarmada porque le han advertido que, en particular la gente mayor y los niños pueden caer desvanecidos en plena calle por el golpe de calor.
La humedad alcanza unos niveles muy altos, la presión atmosférica desciende. Humedad, baja presión, calor: ¡una combinación mefítica!.
Vienen los mosquitos por oleadas. Algunos propagan enfermedades como el dengue, el paludismo, la malaria –que una vez que se adquiere dura para toda la vida-.
Los fumigadores no dan abasto. Recorren piso por piso los edificios de apartamentos, porque cucarachas, hormigas y otros insectos aparecen sorpresivamente por todas partes, convocados por el calor.
La gente aprovecha los fines de semana largos para precipitarse en masa a las playas de la costa atlántica. Los que se quedan deambulan por las calles ardientes con la mirada fija, algunos con los ojos en blanco como los caballos cuando se desbocan, todos con su botella de agua empuñada. Cada tanto se echan un trago, pero el agua está caliente.
Es lo mismo, hay que beber mucho líquido -¡y nada de alcohol!- para evitar la deshidratación.
Se suspenden intermitentemente los suministros de energía eléctrica y agua. Los diarios publican las protestas de los damnificados. Siguen los cortes.
Las autoridades dicen que ésta es la peor ola de calor en 60 años. Muchos sostienen que los empleados que no tienen aire acondicionado en sus casas no regresan a ellas, concluída su jornada laboral, y se quedan a dormir en las oficinas. Probablemente exageran.
Cuando el sol al rojo vivo se va por la posta, incongruentemente hace más calor. No sopla una gota de aire; es más parece que no hay aire. No se pueden tocar las paredes porque queman. Uno siente que no puede respirar.
Sólo hace una semana que empezó el varano.
NOTA BENE.
No he leído este artículo, después de escribirlo. Estoy agotado. Es probable que haya dicho algún disparate, o que todo lo que he escrito sea un disparate. Ustedes perdonen. El sistema de aire acondicionado de mi casa ha reventado con un estampido fenomenal. Me parece que se me va a derretir el cerebro. Es el calor.
Ha llegado el verano.


(1) El río Matanza-Riachuelo, llamado Riachuelo en su desembocadura y río Matanza en la mayor parte de su desarrollo, es un curso de agua de 64 kilómetros al Este de Argentina y desemboca en el Río de La Plata. La contaminación del Riachuelo se debe a la acumulación en sus aguas de desechos de curtiembres, metales pesados y, principalmente, aguas servidas procedentes de las napas saturadas de toda la cuenca. Es el tercer río más contaminado del mundo. Su contaminación constituye un testimonio incuestionable de muchas décadas de desidia en materia de preservación medioambiental.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 27 de diciembre de 2010

La movida de los cocineros mediáticos

Los llamados cocineros mediáticos, que cocinan ante las cámaras de televisión para los televidentes, contribuyeron notablemente a mejorar y variar la gastronomía argentina, que no muchos años atrás no era gran cosa.
Algunos de los más veteranos, como Francis Mallmann o mi compatriota Ramiro Rodríguez Pardo recuerdan cada tanto al Gato Dumas, el gran innovador, el gran revolucionario de la cocina argentina: un hombre vital, extravertido, de fuerte personalidad, mucho mundo y un envidiable “savoir faire”.
Los cocineros mediáticos de hoy –muchos catalizados por él-sacaron de su ostracismo, o están en ello, a una cocina que apenas contaba con el asado, el bife de chorizo, la milanesa, la pizza, las empanadas y el filete de merluza a la romana.
Todos viajaron, conocieron otras gastronomías, aprendieron otras formas de cocinar, otros modos y maneras y se los trajeron a casa.
Ya hablamos aquí de varios de ellos. También los recuerda a ellos, y habla de otros de otras nacionalidades, cuyos programas se ven en todo el mundo, Natalia Trzenko en el diario La Nación de Buenos Aires.

© J. L. A. F.

Charla de bar

Como si no tuviéramos bastante con la falta de monedas, ahora resulta que tampoco hay billetes, por lo menos de cien pesos.
Los jubilados -¡siempre los pobres jubilados!-, no cobran. El Banco Nación está sin dinero, sin billetes.
- Mi hijo menor está aterrado –me dice un amigo porteño que tiene varios hijos, alguno de corta edad-. Piensa que se acabó el dinero en Argentina, que los cajeros ya no aflojan la mosca, que se va a quedar sin la poca guita que le doy para sus golosinas.
- ¿No sabes la última?
–le pregunto a mi amigo-. Los billetes argentinos, por lo menos los de cien pesos están imprimiéndose ahora en Brasil. Como es lógico, muestran algunas diferencias con respecto a los pocos que todavía quedan aquí…
- ¡No me digas que los están tomando por falsos!
- ¡Tal cual!
Nos quedamos un rato los dos pensativos en el bar donde estamos tomando una cerveza, a ver si mitigamos así un poco el tremendo calor que hace, apenas una semana de haber empezado el verano.
- Ustedes nos han contagiado su surrealismo, gallego. Bueno, perdoná, que vos no sos gallego, sos madrileño.
- No te preocupes, hombre; ya sé que los argentinos nos llamáis cariñosamente gallegos a todos los españoles, aunque seamos de Calasparra.
- Calasparra, bonito nombre. ¿Dónde está eso?
- En Murcia, al sur de España.
- Pero volviendo al tema de los billetes, ¿creés que ésto se resolverá?
- Malamente, supongo.
- ¿Tendrá ésto algo que ver con los clásicos problemas del verano?
- Ve tú a saber; pero ya que tocaste el tema, están empezando a producirse los cortes de luz y la falta de agua.
Mi amigo, sin decir una palabra, me tiende un diario doblado por una hoja donde se lee la siguiente noticia: “Una noche a oscuras, sin energía eléctrica en miles de hogares de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, marcó los festejos de la Navidad, con temperaturas que llegaron a los 36 grados centígrados”.
Dejo el periódico sobre la barra del bar y le digo a mi amigo con melancólica ironía:
- Naturalmente; en verano hace mucho calor. Todo el mundo usa los acondicionadores de aire al tope, y las neveras, y entonces...
- ¡Se recalientan los generadores, o lo que carajo sea, y se producen los cortes! ¡Dios mío, la cantinela de todos los años!
- ¡Y que no llueva! Porque como también pasa siempre, año tras año, en cuanto empiece a llover a turbonadas, como en el trópico, como llueve ahora en Buenos Aires, volverá a inundarse todo, se producirán cuantiosas pérdidas materiales, morirá gente...!
- Aunque no llueva torrencialmente, ché. Conque llueva, no más, se inundarán barrios enteros. Gallego, ¿te acordás de aquel día que al salir de la radio te encontraste con que todo estaba sumergido, no se veía un palmo de tierra firme y te arrojaste al agua, intentando cruzar a nado la calle?
- Me acuerdo perfectamente. Arruiné un traje precioso de alpaca de seda.
- ¿Y las calles rotas? ¿Creés que algún día se repavimentará la ciudad?
- Si las calles están como están desde hace más de medio siglo, no creo que exista razón alguna que haga suponer que no seguirán rotas otros cincuenta años.
Pedí otras dos cervezas, que vinieron templadas porque en el bar habían tenido no sé qué problema con el frío. Claro, ¡con este calor…!
Pasados unos minutos y con nuestras cervezas tibias amarilleando sin espuma en el fondo de los vasos, casi intactas, me acerqué a la caja a pagar.
- ¡Uff, jefe, un billete de cien! ¿No tiene más chico?
Tuvo que pagar mi amigo con cambio –otra cosa que escasea-.
Salimos a las calles rotas. El calor era insoportable.
- ¿Qué murmurás? –me dijo mi amigo, que me oyó musitar algo “sotto voce”-.
- Nada, que me vino a la mente, por asociación de ideas, el nombre de un río que atraviesa el Cuzco; Watan-Watanay, que quiere decir en quechua: “Año tras año, qué cansancio”…


© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 25 de diciembre de 2010

¡Feliz Navidad!

Llegó la Navidad, la festividad que con más fervor celebra la grey católica.
Navidades blancas en el hemisferio norte, con nieve, villancicos; Papá Noel en su trineo aéreo tirado por renos que galopan sobre tejados y cúpulas. Los tres Reyes Magos de Oriente vendrán después en sus camellos.
El pavo, turrones de almendra, alegría de zambombas y panderetas.
En el hemisferio sur recibe a la Navidad con calor, bajo un cielo congestionado, con el relámpago de los cohetes y el trueno de las llamadas bombas de estruendo. Tormenta de guardarropía.
Otras costumbres y otros ritos bajo el prendedor de diamantes de la Cruz del Sur.
Es tiempo de encuentros y reencuentros. El árbol de Navidad, el pesebre. Los besos bajo las verdes coronas de muérdago, el champán.
Feliz Navidad a todos los lectores de este blog; a todos los que nos escribieron, a los que se hicieron amigos.
Deseamos a todos paz, felicidad, salud, buena fortuna, bienestar, prosperidad y éxito en todos sus emprendimientos.


© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 20 de diciembre de 2010

No todo es domótica

No todo es domótica (1). Tecnologías y objetos con 2000, 3000 y hasta 4000 años de existencia siguen vigentes. Y, lo que es más, con toda probabilidad lo serán “per secula seculorum”.
Ariel Torres se pregunta en el diario La Nación de Buenos Aires: “¿Es posible que el no contar con un instrumento ideado 600 años antes de Cristo todavía pueda arruinarnos la tarde? ¿No estábamos en el siglo XXI? ¿No habíamos despachado toda atadura con el pasado mecánico y analógico?”.
Merece la pena leer las respuestas a estas preguntas y otras en la nota relacionada. Y tomar nota.

(1) Para los pocos que no lo saben, y según el Diccionario del Milenio de Rafael Ruiz, Eugenia de la Torriente, Manuel Cuéllar y otros es la casa robot, el futuro, el final. Ventanas que se abren automáticamente para dejar entrar una brisa artificial, neveras que avisan de la falta de alimentos, cuartos de aseo en los que sofisticados aparatos calculan el nivel de la presión sanguínea, la masa muscular, los aumentos de peso…


J. L. A. F.
Nota relacionada:

Diez tecnologías que se resisten a desaparecer

El parto de los montes

Los miembros de la Real Academia Española, con su presidente, Víctor García de la Concha a la cabeza, fueron los primeros en saltarse a la torera las normas establecidas por ellos y los correspondientes de 21 academias de América y Filipinas.
Ocho años de trabajo para esto. El parto de los montes.
El incumplimiento se produjo durante la presentación de la nueva Ortografía de la Lengua Española.
Los reyes de España, sus Majestades Juan Carlos Primero de Borbón y Sofía de Grecia, tampoco acataron las nuevas reglas.
Lo mismo hicieron el heredero del trono, su Alteza Real, el Príncipe Felipe y su augusta esposa, la Princesa Letizia.
El Príncipe Felipe tomo prestadas las palabras de Antonio de Nebrija, creador de la Gramática española:
“La verdad es hija del tiempo”.
El diario ABC de Madrid publicó un artículo, titulado La ortografía se escribe con faltas, acerca de este hecho singular, que no deja de mostrar el costado surrealista del noble pueblo español.

J. L. A. F.


Notas relacionadas:

La Ortografía se estrena con faltas

Del autor:

La Real Academia Española en entredicho

domingo, 19 de diciembre de 2010

Lo malo son las modas

Los esnobs, los nuevos ricos, los ignorantes y los que quieren llamar la atención buscan en el arte lo raro, lo novedoso, lo excéntrico y lo chocante. (Pablo Picasso)

Esas personas a las que se refiere Picasso buscan lo mismo en la gastronomía, que si bien se mira, o aunque se mire mal, es otro arte.
La obsesión por estar en boga lleva también a desvirtuar o barroquizar la manera de preparar los alimentos.
“Lo malo son las modas”, dice acertadamente uno de los artífices de la buena cocina, que empezó a moverse con soltura entre sartenes y cacerolas siendo un niño, llegó muy lejos, coronó cotas elevadas, enseñó, viajó y todavía joven decidió tomarse la vida con calma y recorrer de nuevo su país en jeep, con su fiel perra Luna al lado y una tienda de campaña plegada en la baulera.
Un hombre con sentido común, sensato y que, como verdaderamente sabe de lo suyo, carece de impostaciones e imposturas y dice las cosas como son.
Hablamos de Francis Mallmann, que está tan harto como muchos de nosotros de que le den gato por liebre y de escuchar la oración del Malbec recitada por gente que, con la obsesión de pronunciar bien, frunce la boquita de manera tal que para decir ciento once tienen que decir uno, uno, uno.
Lo malo son las modas, ciertamente. Y el mal gusto, que consiste en confundir la moda que no vive más que de cambios con lo bello que perdura, que dijo Stendhal.
Lleva razón Mallmann, un hombre que tiene profundidad, estabilidad autoridad y sensibilidad. Como dijo Baudelaire, hay que respetar la sensibilidad de cada persona, porque es su genio.
Pero como reza una expresión que también está de moda: “Es lo que hay”.
Así que seguiremos con los varietales en general y el Malbec en particular. Y con esos vinos negros –por tintos- que dejan la copa manchada de azul.
No hay que perderse, al respecto de lo que hemos dicho hasta ahora, la entrevista de Sabrina Cuculiansky a Francis Mallmann publicada en la revista de los domingos del diario La Nación de Buenos Aires.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 18 de diciembre de 2010

Reflexiones peripatéticas

Salgo a caminar; pero no por la cintura cósmica del sur, como dice una canción de hermandad latinoamericana, sino por la Avenida de Mayo, lo cual es congruente, siendo español como soy.
A mi lado pasa un señor de pelo gris corriendo velozmente. Está bien: cada persona tiene derecho a elegir su propio curso de acción, aunque sea con celeridad; con tal de que no cause daño a otros…
Una paloma intenta comerse la mitad de una media luna tirada en el suelo, al lado de una sucursal del Banco Francés, pero no puede con ella: es demasiado pesada.
El sol tiene la acidez y la frescura de un vino blanco de pueblo.
Se ven mujeres espectaculares por doquier, de toda edad y condición. Las argentinas, digámoslo una vez más con certidumbre y alegría, son hermosísimas. No les van a la zaga las turistas brasileñas que también se ven por todas partes.
El contraste: un muchacho con el aspecto grisáceo de las piedras de las aceras; esa expresión de las gentes a las que nadie ni nada esperan.
Reparo fuerzas almorzando en El Imparcial con amigos. La sobremesa se prolonga.
Cuando salgo del restaurante se ha nublado; pero pronto fulgirá de nuevo el sol, que ya empieza a calentar a conciencia, en una primavera a punto de ser relevada por el verano: ese segador transpirado con sombrero de paja.
El teatro Avenida da ópera; ya lo saben, ¿no? Me detengo a echar un vistazo a la cartelera, a ver qué se anuncia.
“Carmen” (Bizet), “Der preischütz” (Webber), “Il Mondo della Luna” (Haydn), “Macbeth” (Verdi), “Pagliacci” (Leoncavallo)...
Noto que los precios están caros. Me han dicho que es por el turismo, pero no lo entiendo. A los turistas hay que atenderlos bien y darles buenas cosas a precios razonables, a fin de que vuelvan; o en todo caso que digan a sus compatriotas, a su regreso a sus países, que los han tratado bien.
Esto de los precios, la verdad, yo no lo entiendo. No me entra en la cabeza que las zapatillas cuesten más que los zapatos, que zapatos de primerísima calidad de tiendas de lujo.
Entro en un lugar especializado en cafés y pido un granizado, pero no tienen. ¿Un mazzagran? (1). No saben lo que es. Un café, entonces, con unas gotas de brandy. No tienen brandy. Pues café negro, sin azúcar.
Me voy con la música a otra parte. Doy un tropezón que me hace trastabillar. Las calles están rotas; es decir, siguen rotas, están rotas desde hace casi medio siglo. Nadie las arregla. ¿Por qué? No se sabe. Las cosas son así.
Es una lástima, porque Buenos Aires es una ciudad muy bella. Tampoco creo que a los turistas les haga mucha gracia, además de pagarlo todo caro, ir dando tumbos por la ciudad.
¿Pasaré por el bar del hotel Castelar, o por el café Tortoni?
Mejor me voy a casa, antes de encontrarme con alguien y empezar a decir trivialidades como un Babbit en su día libre (2).

(1) Hielo, brandy, un poco de angostura, café frío y un clavo de olor (molido). El mazzagran fue descubierto por los soldados franceses que defendían en Marruecos la localidad de ese nombre. Hacían café, le ponían hielo y un buen chorro de brandy, o del aguardiente que tuvieran a mano. La mezcla refrescaba y, al mismo tiempo, elevaba el tono vital.
(2) Ver la novela “Babbit”, de Sinclair Lewis.

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Diciembre

Diciembre ha convocado sus hogueras
y el fuego es vegetal; son matorrales
de algún astro terrible; primaveras
de misteriosos seres; rosas de humo.
Diciembre es como un parque
(cerradura oxidada de su verja)
con sus verdes estanques
que hace ya un siglo no reflejan nada.
Es una estatua en triste plazoleta
a la hora del crepúsculo
envuelta por el humo de unas hojas.
Es ese ciervo bajo la luna roja
incendiado de vaho
y en su cielo un papel de calendario.
Diciembre es un tapiz carbonizado
con escenas de caza y fruta antigua.
Una ceniza, blanca, de viñedos.
Ese pastor de barro, en musgo y corcho
por alamedas de candelas rojas.
La uva envuelta en un bronce de campanas
para la boca, fresca, de fin de Año.
Y si en diciembre hubiera mariposas,
¡qué viriles!, ¡de hierro! Los panales,
sellados. -En su pozo el hormiguero
archivando las alas. Mes sombrío
igual que un monte.- ¡Oh perla de diciembre
que insulta al pobre! ¡Oh nieve de los reyes!
Tan suntuosa y cruel como el armiño.
¡Oh mes feudal para el castillo!
Burlón con la cabaña y el harapo.
Por templar tu rigor hubo un pesebre
y un niño luminoso sobre pajas
calentado por morros de animales
y entre ángeles de luz ultravioleta.

© Agustín de Foxá
Conde de Foxá
De la Real Academia Española

lunes, 13 de diciembre de 2010

De ausencias y palidez

¿Con qué pintaron, con qué materiales hicieron sus obras los grandes maestros? Los colores de sus cuadros desafiaron el paso de los siglos y permanecen intactos.
Ahora los cuadros empalidecen, la pintura se desvanece, se diluye.
Tengo enmarcada en mi estudio una hermosa aguada que me regaló un prestigioso dibujante de humor e historietista cuyos vívidos colores han ido perdiendo su intensidad.
- ¿No la tendrás al sol, no le dará el sol? -me pregunta un amigo a quien le comento el fenómeno-.
Aunque así fuera, no me parece normal que el sol se coma los colores de los cuadros, si los colores se formaron con pinturas de buena calidad, que es a lo que voy.
Creo que esa es la cuestión. La calidad. La calidad de todo. La famosa calidad de vida de la que se habla tanto, y que cada vez es peor.
Estamos tan centrados, tan obsesionados, diría yo, con lo virtual, que lo real lo vivimos de cualquier manera, con cierto automatismo.
¡Venga, peñas y buen tiempo! Pasan los días, pasan las cosas. “Argentinos, a las cosas”, dijo Ortega y Gasset. No sé si le hicimos caso.
Ya no se confeccionan determinados artículos con el primor de antes. Todo se hace a mogollón.
Otro amigo me hace notar que las artes y los oficios tienden a desaparecer. Se teme que la artesanía se convierta muy pronto en una entelequia.
- ¿Dónde encuentras hoy en día un herrero –me dice-, un ebanista, un vidriero, un talabartero?
- Hombre, algunos hay; lo que pasa es que no siempre son fáciles de encontrar.
- Porque cada día hay menos
–insiste mi amigo-. Los que encuentras a carradas son los diseñadores gráficos, los ingenieros de sistemas… y los “hackers”. Alguno de estos últimos ha montado un cirio de no te menées, recientemente.
Es posible que sea cierto. Lo que manda es la Internet, nutrir la web, o el blog, estar en una red social. Ser moderno. Ser minimalista. Ser “cool”.
No es que uno piense que esté mal que nos adaptemos, aun que nos entreguemos con entusiasmo a las novedades propias de una era en la que la tecnología de las comunicaciones es lo principal.
Pero lo cortés no quita lo valiente. La artesanía, los oficios deben perdurar. Las pinturas con que se pintan los cuadros deben elaborarse como Dios manda, lo mismo que otras muchas cosas, como las telas. ¿Vieron cómo se arrugan las telas, las de los trajes, sobre todo?
Sigo mirando melancólicamente mi desvaída acuarela. Y me pregunto si no estará anticipando simbólicamente una pérdida general de color y el advenimiento de la palidez en las artes, los oficios, las responsabilidades, los valores, las conductas…

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 12 de diciembre de 2010

Recortes


viernes, 10 de diciembre de 2010

Ha estallado la primera guerra cibernética

La guerra cibernética, que acaba de estallar por la iniciativa de un “hacker”, amenaza con ser tan artera y preocupante como la Guerra Fría.
Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial (1939–1945) se produjo una soterrada confrontación ideológica y política entre las dos grandes potencias mundiales, Estados Unidos y la URSS.
Fue la turbia, tensa y agorera Guerra Fría, que dio origen a una espectacular intensificación del espionaje mundial y a incidentes que, en más de una oportunidad, hicieron temer que estallara una tercera conflagración.
La crispación afectó negativamente a los años 60, tan intensos, tan proteicos, tan ricos en nuevas manifestaciones culturales y sociales, por otra parte.
El ocaso del comunismo en 1989 (caída del muro de Berlín) y el golpe de Estado en la URSS en 1991 marcaron el término de la Guerra Fría.
Pero el mundo no disfrutó de una bien ganada paz. Se libraron otras guerras, surgió –o aumentó- el fundamentalismo religioso, el narcotráfico llegó a un grado de desarrollo inquietante, se produjeron infinidad de actos terroristas que cobraron miles de víctimas y, en una palabra, el hombre siguió siendo lobo para el hombre.
La llegada del siglo XXI estuvo marcada por un gran desarrollo de la tecnología de las comunicaciones.
Se cumplieron las predicciones de Jay Stanley y Barry Steindhart, de la Unión de las Libertades Civiles Americanas, quienes anticiparon hace tiempo que nos acercábamos a pasos agigantados al terrorífico mundo permanentemente vigilado que describe George Orwell en su libro “1984”.
La vigilancia se convirtió en una ciencia. Llegó el Gran Hermano.
Las agencias internacionales de noticias no dejan de informar acerca de un tema que aparece tan alarmante o más de lo que fue la Guerra Fría en su momento.
La web Urgente24 reproduce un extenso cable de Reuters sobre el particular.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

jueves, 9 de diciembre de 2010

La NASA se despista

Al caso “Wikileaks” se une ahora un… “despiste” de la NASA en virtud del cual se vendieron computadoras con información confidencial en los discos duros que no fue borrada porque a los encargados de hacerlo se les pasó. Así de sencillo.
Los muchachos estaban pensando en otra cosa. No tiene nada de particular. A cualquiera se le va el santo al cielo.
De las 14 computadoras sin “limpiar”, 10 han sido ya entregadas al público. El “despiste” fue calificado de “grave violación de seguridad” en los centros de la NASA de Florida, Texas, California y Virginia.
El diario El Mundo de Madrid informa al respecto de este nuevo problema que se les plantea a los Estados Unidos, que acaban de ver aireada su información diplomática secreta.
Ahora corre peligro la seguridad de su programa espacial.
Efecto dominó, se llama esta figura: una característica más de estos tiempos tan raros que vivimos.


© J. L. A. F.

Nota relacionada:

La NASA vendió ordenadores que contenían información delicada

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Cuando Sadie murió

Llegó al estudio vestido con una chaqueta de “tweed” a pequeños cuadros, una polera de cuello volcado debajo, pantalones de franela gris y encima un abrigo ligero, porque en Nueva York hace mucho frío en invierno. Ella dijo:
- Había pensado preparar unos combina­dos de vermú. Y encender la chimenea. Y luego nos sentamos a brindar por la Navidad.
- Excelente idea.
La siguió con la mirada según se dirigía ella hacia el bar, situado en una esquina del cuarto. Vestía ropa de trabajo: una bata manchada de pintura sobre unos pantalones tejanos. Llevaba el pelo peinado hacia atrás, apartado del exquisito perfil. Se movía con gracia y desenvoltura, caminando muy ergui­da, conforme suelen hacerlo las chicas de ele­vada estatura, como para desquitarse de los años en que se vieron obligadas a caminar encogidas, para parecer más bajas que los muchachos mas altos de la clase. Se volvió, y viendo que la miraba, sonrió visiblemente complacida.
- ¿Ginebra o vodka? –preguntó.
- Ginebra.
El primer párrafo es de un servidor, y muy bien podría servir de epígrafe para la foto que no es foto, sino un dibujo -tan bueno como todos los suyos-, de Carlos Freixas, de quien ya hemos hablado en este blog.
El texto en cursiva pertenece a la novela “Cuando Sadie murió”, de Ed McBain, muy bien traducida por Antonio Samos y editada por Bruguera.
El nombre de nacimiento de Ed McBain es Salvatore A. Lombino, nacido en Nueva York en 1926 y muerto en Conneticut en 2005. Su primer seudónimo fue Evan Hunter. Empezó a utilizarlo en 1952. E inmediatamente lo adoptó como nombre.
Más tarde usó otros “noms de plume”, como Richard Marston, Hunt Collins y Curt Canon.
Como Ed McBain, este escritor estadounidense de ascendencia italiana escribió una serie de interesantes novelas policiacas cuyos protagonistas son el inspector Steve Carella y otros detectives de la Comisaria 87 de Isola, una gran ciudad en la que no es difícil reconocer a Nueva York.
Salvatore también trabajó como guionista de cine. De su labor en este campo destaca el guión de la película “Los pájaros”, de Alfred Hitchcock.
Un drogadicto con los primeros síntomas del “mono” (síndrome de abstinencia) fuerza un piso aparentemente desocupado. Pero dentro estaba su propietaria. El intruso tira de navaja…
El caso parecía fácil, pero con harta frecuencia las cosas no son como parecen.
Una obra redonda, con todos los ingredientes de la “novela de procedimiento policial”, en la que su autor de múltiples nombres muestra un gran dominio del género y una encomiable maestría narrativa.
Otra virtud: sus personajes no son de cartón piedra. Por lo contrario, muestran una gran humanidad que trasciende el marco de sus respectivos encuadres.


© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 7 de diciembre de 2010

Nunca en domingo

Hay una tonada de J. Styne y S. Cahn, “Saturday night is the loneliest night in the week” (La noche del sábado es la más solitaria de la semana), que fue uno de los “hits” de Sinatra.
“Jamais le dimanche” (Nunca en domingo) es una película de Jules Dessin interpretada por su mujer, Melina Mercouri y por él en 1960. Ganó un Oscar por la música. La canción era “Los niños del Pireo”.
La tarde del domingo es la más tediosa, la más melancólica y la más dañina de la semana. Ha causado trastornos varios y planteado problemas mentales que, por fortuna, se solucionan el lunes, que tampoco es un día muy lucido.
Ni siquiera uno, que está curtido en el chaflán, ha podido escapar a la ponzoña del domingo por la tarde.
Al acercarse el crepúsculo, el loco corazón acelera su lento latido de atleta, quizás activado por un ronco ritornelo de verbenas lejanas, relojes rotos, antañonas mazurcas y guitarras cuyo trémolo rubricó rupturas de relaciones y despedidas. Los héroes se alejan cabalgando hacia el ocaso…
(El tren partió, sucio y mojado, sembrado de luces dispersas...)
El domigo es un traidor. Te vende el discursito de que es el séptimo día: el elegido por Dios para descansar después de haber creado el mundo; un día tranquilo, proclive al reposo, a la tregua.
Pero en cuanto te descuidas, te clava su aguijón, como ese abejorro que entra por la ventana abierta una noche de verano, y tú lo dejas revolotear, y que se golpée contra las paredes, pobre bicho, ya se irá tal como llegó, y luego te pega un picotazo en el cuello que te hace ver las estrellas y te deja una roncha roja que te escuece durante una semana.
Nunca en domingo hay que cometer la torpeza de poner una música de violines, o un tango, o una canción del tipo de “Ramona”, “Polvo de estrellas”, “Hay humo en tus ojos”, “Para Vigo me voy” o algo de Sibelius; ¡ni qué hablar de “El vals de las velas”!
Los domingos por la tarde no hay que escuchar música, ni mucho menos música romántica.
¡Y nada de tragos! Lo peor que puede hacer uno en esa hora maldita es abrir una botella de champán, o de whisky. Queden las copas para otro día.
Tampoco hay que escribir; ni un pensamiento, ni una reflexión, ni una carta. Una carta menos que menos. ¡A nadie!
Y si llueve, como suele pasar, ¡por el amor de Dios, que no se te ocurra pegar la cara al cristal de la ventana para ver cómo cae la lluvia sobre el jardín, con los árboles floridos si es primavera, o con las ramas desnudas, sin flores ni hojas, retorcidas como sarmientos si es invierno!
En ese caso, lo que hay que hacer es ponerse inmediatamente el pijama, el antifaz de dormir, los tapones para los oídos, tomarse un somnífero, meterse en la cama y taparse con las cobijas hasta las orejas. ¡Hasta mañana!
Ni siquiera hay que esperar a que venga Gil y apague el candil.


© José Luis Alvarez Fermosel

Otro mito

Los alimentos orgánicos son rentables y hace ya mucho tiempo que están de moda.
¡No se hable una palabra más!
La rentabilidad y la moda mandan. En todos los órdenes. ¡Y cómo!
El cuadro se completa con la tecnología, cada vez más sofisticada, de las comunicaciones. Las redes sociales son lo más “cool”, de momento.
Negocios, “marketing”, publicidad, moda, comunicaciones… Buenos elementos para la construcción del mito, que tiene todavía más fuerza que el rumor.
No hay pruebas concluyentes de que los alimentos orgánicos sean mejores que los convencionales, aseguraron especialistas de la prestigiosa Clínica Mayo de los Estados Unidos.
Expertos de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres opinan lo mismo.
Hay dos trabajos que desarrollan este tema, con lujo de detalles. Uno se titula “Cuán sano es lo natural” y lo firma Andrea Gentil en la revista Noticias de Buenos Aires. La web Vitadelia difundió el otro.
De cualquier manera, no puede uno quedarse con las opiniones de los científicos, porque como ya es público y notorio los científicos un día dicen una cosa y otro la contraria.
¿Qué hacer, entonces?
Seguir la moda. Y que sea lo que Dios quiera.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 5 de diciembre de 2010

Ciencia y moda

Ya está viéndose la punta del “iceberg”, como se dice vulgarmente. También la ciencia se supedita al “marketing” y a su inseparable compañera: la moda.
No es que los hidratos de carbono, el alcohol, el café, los analgésicos, las vitaminas, los tranquilizantes sean buenos o malos para la salud. Depende de dónde y cómo se vendan.
Detrás de cada investigación hay un mercado que financia los avances de los científicos y no es imparcial.
Lo dice, con todas las letras, la directora de la Maestría de la Investigación de la Universidad de Lanús (provincia de Buenos Aires), Esther Díaz, en un trabajo publicado en el diario La Nación de la capital argentina en el que se plantean otras cuestiones de no menos interés.
En una oportunidad, no hace mucho tiempo, se dijo que una dosis diaria de vitamina D reducía el riesgo de contraer cáncer de colon.
Pues bien, el Instituto Nacional del Cáncer de Argentina reveló a mitad de este año que la vitamina D no sólo no protege del cáncer de colon, sino que aumenta las probabilidades de adquirir cáncer de páncreas, uno de los más letales que se conocen. La web Urgente24 informa ampliamente al respecto.
No podemos exhortar a que no cunda el desconcierto desde el punto y hora en que se asegura, por poner un solo ejemplo, es decir, la ciencia asegura que dormir mucho engorda y dormir poco también.
Nos acercamos cada vez más a la idiocracia, que será el tema de un próximo post.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 4 de diciembre de 2010

Señora de fina estampa

La señora en la playa. La señora de fina estampa, tan elegante, con su sombrero, que sostiene con una mano para que no se lo arrebate la brisa marina.
La brisa marina y las gaviotas. El poema de Mallarmé. “(…) Ebrias aves se alejan entre el cielo y la espuma…”.
La señora -se ve por su atavío-, es de otra época: cuando se pintaban acuarelas tan bellas como la que nos ocupa.
La playa es rocosa, está desierta. Me recuerda la playa bravía y solitaria de Sopelana, en Bilbao, que sigue siendo bravía pero ya está poblada por bañistas en verano.
La pintura es impecable. La figura tiene impulso, o mejor aún, ritmo; y esa gracia sutil que sólo determinados artistas imprimen a las personas en movimiento.
Nos place imaginar que la señora va a encontrarse con un señor que la espera en una lancha motora detrás del farallón.
Una vez vi patinar de noche a una joven en un estanque helado al compás de una música que no se sabía de donde venía. La muchacha era hermosísima. Llevaba una blanca “tenue” de patinar. A la luz de la luna y las estrellas parecía irreal. Dibujaba difíciles arabescos sobre el hielo. A cada nuevo movimiento parecía querer perfeccionarlos.
La señora va hollando con sus pies desnudos la arena blanca de la playa desierta. Camina con cierta determinación, casi con marcialidad. No está paseando.
¿A dónde irá la señora?

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 3 de diciembre de 2010

Fútbol - Una religión en busca de un dios

Los apasionados del fútbol, todos aquellos para quienes el deporte rey constituye la razón de su vida, deberían leer al menos un libro: “Fútbol – Una religión en busca de un dios”, de Manuel Vázquez Montalbán.
El libro fue publicado por Editorial Sudamericana después de la muerte de su autor, en una edición al cuidado de su hijo, Daniel Vázquez Sallés. Interesará particularmente a los aficionados españoles y más aún a los forofos del Barcelona, o Barça –en catalán-, el equipo del argentino Messi.
Vázquez Montalbán fue un escritor aclamado por crítica y público. Yo he leído casi todo lo que escribió. Me interesó más como novelista. Como aficionado a la literatura policial y a la gastronomía celebré sobre todo su serie de Pepe Carvalho, un baqueteado y sufrido detective privado gallego de paladar negro que vive en Vallvidrera, en el distrito barcelonés de Sarriá-San Gervasi y ocasionalmente viaja a algún país de Europa, el Caribe o Asia. Salvo esas escapadas, lo pasa mal, desde luego; pero siempre resuelve el caso. Su creador quiso hacer de él, quizás, una versión hispana y tan amarga de su personaje como Dashiell Hammet de su Sam Spade, o Ross Mac Donald de su Lew Archer.
Vázquez Montalbán respiraba catalanismo por los cuatro costados, lo que no le impidió ser un hombre cosmopolita y mundano. Su visión del universo y la vida fue más bien sombría. Según alguno de sus editores, “sus escritos se caracterizan por la ironía y por una visión crítica y demoledora de la realidad social”. No faltaron quienes dijeron que como todos los hombres bajos tendía a sobrecompensar, y eso le hacía antipático. ¡Se dice cada cosa!
No tuve el gusto de conocerlo personalmente, pero de haber sido así me atrevo a suponer que habríamos hecho buenas migas, aunque más no hubiera sido que por el hecho de tener como aficiones comunes las novelas de policías y ladrones, la buena mesa y haber publicado los dos un libro de recetas de cocina.
Su obra “Galíndez” me pareció un trabajo muy bueno y muy revelador sobre la vida y milagros de Jesús de Galíndez, representante del Gobierno Vasco en el exilio ante el Gobierno de Estados Unidos –y doble o triple espía de varios servicios secretos, entre los cuales la CIA-, secuestrado en Nueva York por sicarios de Trujillo y torturado y asesinado después en Santo Domingo por el dictador dominicano.
Esa novela, en la que se mezclan con gran maestría la realidad y la ficción, obtuvo el Premio Nacional de Narrativa en 1991 y el Premio Europa-Literatura en 1992.
El libro póstumo de Vázquez Montalbán se compone de un ensayo y varios artículos dedicados al mundo del fútbol. El autor dejó preparada la selección completa de sus escritos y marcó el criterio general de su ordenamiento, seguido a rajatabla por su hijo, para quien “en más de tres decenios el fútbol ha vagado o errado por múltiples caminos hasta convertirse en lo que parece que es y será en el transcurso de este milenio: una religión en manos de grandes multinacionales”.

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 2 de diciembre de 2010

Ya no vienen de París...

Cinco proyectiles...

"Cinco proyectiles y una última y casi perdida oportunidad".
La frase, con un gancho extraordinario, campeaba en una página –media americana, para ser precisos- del diario, no sé cual.
Y arriba se veían cinco balas sobre una mesa.
Las balas, calibre 38, de plomo, y por tanto no encamisadas, pertenecían con todo probabilidad a un revólver Smith & Wesson de los pequeños, de cinco tiros.
Las nueve palabras del texto, así como cinco eran las balas, formaban parte de un anuncio, concretamente de una película. Cierro los ojos y parece que tengo ante mis ojos las palabras y las balas, que eran de verdad y habían sido fotografiadas, no dibujadas.
Ha pasado mucho tiempo, muchísimo. No recuerdo qué película –seguramente policiaca, o de acción- se publicitaba con esa frase y las cinco balas tiradas de cualquier manera sobre una mesa, como dados, que es lo único que viene a mi memoria de cuando en cuando, como esta noche.
Así que no sé el título de la película, ni por qué no fui a verla y me quedé sin saber por qué razón cinco balas de revólver constituían una última y casi perdida oportunidad, y para quién.
El anuncio, en su esquematismo, creaba ambiente, y más aún, intriga. Era sencillo pero expresivo a más no poder. La foto y el texto se complementaban a la perfección.
Uno, que trabajó en publicidad varios años, hubiera querido ser el creativo autor del “réclame”.
Consolémonos pensando que a lo mejor la película no valía nada.
¡Ah, pero el anuncio…! El anuncio era redondo.
El poder de la síntesis, lo más difícil.


© José Luis Alvarez Fermosel

Del dietario de un transeúnte

-“Cuatro- dijo el Jaguar”. Así empieza la novela “La ciudad y los perros”, de Mario Vargas Llosa. Creo que ya he recordado esto en algún post de este blog.
El ascensor estaba repleto de gente. Iba a cerrarse la puerta. En el último segundo entró un hombre bajo, espantosamente feo. Ni el pelo blanco, ni la barba al ras del mismo color lograban ennoblecer su fealdad: un fealdad avariciosa, totalitaria, intransigente.
“¡Trece!”, dijo con imperio. Ni buenas tardes, ni ¿cabrá otra persona?, ni ¿alguien, por favor, podría marcar el piso trece?
Arrancó el ascensor, bamboleándose. El pequeño estafermo se apretó contra el grupo humano. Olía. Olía como el indio de aquella novela de Raymond Chandler, cuyo título no recuerdo ahora. Podría ser “La hermana pequeña”, o “La ventana siniestra”.
Enrique Jardiel Poncela escribió unos (mini) “Cuentos para leer en el ascensor”. Yo creo que voy a empezar a escribir unas crónicas de ascensor.
El ascensor llegó al piso trece y el hombre feo, mal educado y que olía salió. Y luego llegamos al piso veintiséis y segundos después entraba yo en la sala de espera de mi abogado, bastante más lucida que la de la oficina de Phillip Marlowe (1).
Un señor de negro, calvo y con gafas, borraba ansiosamente algo escrito en un cuaderno con una goma de borrar. Claro, ¿con qué iba a borrar, si no?. Borraba y borraba sin tregua.
Cuando llegó su turno, se guardo la goma y el cuaderno en un bolsillo de la chaqueta y entró en el despacho del letrado con una sonrisa de triunfo. Tal vez había borrado un pasado infamante.
Despaché con mi abogado por espacio de una hora, más o menos, y volví a la calle.
Decidí hacer un alto en el camino al club y entré en un café a tomar algo. Había una chica de carita afilada y gafas montadas al aire, trabajando en su “notebook”.
Había otra gente, que bebía y charlaba. Llamó mi atención una señora de cierta edad, muy bien arreglada, con los labios pintados de un color entre coral y bermellón, que tenía en la mesa, ante sí, una taza vacía. Parecía esperar a alguien con cierta impaciencia, porque miraba frecuentemente su reloj.
Al cabo, llegó un señor como de unos ochenta años, con traje gris, corbata y un pañuelo que le salía del bolsillo superior de la chaqueta. Se sentó a la mesa de la señora que estaba sola y esperaba, versión femenina del hombre de Scalabrini Ortiz (2).
El recién llegado y la señora se saludaron efusivamente. Después él se sentó, extrajo unos papeles de un portafolios antiguo, muy usado, y se los mostró a la señora, que los fue leyendo. Luego los dejó sobre la mesa y ambos se tomaron de las manos y se miraron a los ojos.
Un ligue –pensé yo-, un “affaire”. Está bien, ¿por qué sólo van a tener romances los jóvenes? Entró un gigante como de dos metros. Alguien prendió un televisor. Estaban dando un noticiero. Las noticias no eran buenas.
Terminé mi cerveza y me fui. En la calle se estaba bien. Corría un vientecillo sabroso. La gente iba y venía con aire ausente. Pasó una señora con un simpático Schnauzer miniatura color sal y pimienta. Unos muchachos cruzaron la calle en patines, zigzagueando.
Tomé un taxi. El taxista era uruguayo, pero llevaba mucho tiempo viviendo en Argentina. Había tenido una fundición. El socio le estafó y él no tuvo más remedio que echarse al taxi como quien se echa al monte.
Llegué al club. El portero me saludó y se tocó la gorra. Dieron las siete de la tarde en un lejano reloj de carillón.


(1) El detective de Raymond Chandler, protagonista de todas sus novelas, que tiene una oficina de una sola habitación y sala de espera, no cochambrosa pero casi.
(2) Pensador, escritor e historiador argentino, fundador junto con Arturo Jauretche y Homero Manzi de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina). Su obra más divulgada fue “El hombre que está solo y espera”.

© José Luis Alvarez Fermosel