domingo, 7 de febrero de 2010

Cocina y literatura

Diego Marinelli nos propone en la nota “Las cocinas salvajes”, publicada en la revista Ñ, suplemento cultural del diario Clarín de Buenos Aires, un viaje apasionante por el mundo secreto de las cocinas y, al mismo tiempo, se detiene a explicar y, aún más, a detallar esa buena relación que ha existido siempre entre la gastronomía y la literatura y que, en el terreno de la novela policíaca en particular, hizo aparecer a personajes que sintieron casi el mismo interés por la buena comida y la buena bebida que por la investigación detectivesca.
Así fue como ingresaron en ese retablo de la ficción personajes como el detective privado Nero Wolfe de Rex Stout, que tiene un cocinero poco menos que “cordon bleu”, bebe cerveza Old Corcoran y une a su afición por la buena mesa el cultivo, como “hobby”, de orquídeas en el jardín terraza de su casa de fachada de piedra arenisca de la calle 35 Oeste, cerca de la 11ª Avenida de Nueva York.
No podíamos dejar en el olvido al comisario Maigret –es comisario, no inspector: ¡no lo degraden!- de la policía judicial de París, creado por el novelista belga afincado en París, Georges Simenon. Jules Maigret es un gran aficionado a los guisotes caseros que le prepara su mujer y a las especialidades regionales de ciertos bistrós parisienses.
Casi tan conspicuo como Maigret es el investigador Alexandre Bérurier de Fréderic Dard, que más que “gourmet” es glotón, de ahí su rotunda dimensión corpórea.
En su detallado ensayo, Marinelli nos presenta a un personaje de carne y hueso, escritor y cocinero, viajero del mundo y a quien todos hemos visto alguna vez por la televisión: Anthony Bourdain (foto).
Hay que sentarse un día como hoy, domingo, en un sillón cómodo, en una habitación tranquila, proveerse de una bebida espirituosa que ir tomando poco a poco y leer al mismo ritmo el impecable y, ¡además!, entretenido trabajo de Marinelli, de interés para los “gourmets” y también para los inapetentes o aquellos a quienes no les interesa la literatura ni la buena cocina.

© José Luis Alvarez Fermosel

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