Una paloma parece estallar en el aire. Se disgrega, convirtiéndose en una masa informe de plumas color pizarra ensangrentadas. Parte del volátil despedazado cae a la calle y deja sobre el asfalto una mancha roja.
Segundos antes se escuchó algo parecido a un silbido, o al grito de un pájaro enfermo o furioso. Siguió un ruido sordo, como el que produce un objeto, o ser viviente duro al chocar con otro blando. Un halcón contra una paloma.
La escena se repite, más que en ningún otro lugar en una zona de la City de Buenos Aires comprendida entre las calles Corrientes, Reconquista, 25 de Mayo, Lavalle, Tucumán, Viamonte y otras aledañas.
Las palomas son presa de los halcones.
Porque en Buenos Aires hay halcones. Como su denominación de peregrino o viajero –la de una especie de estas aves rapaces- indica, pueden haber venido de cualquier parte e irse en cualquier momento. Su distribución es cosmopolita.
Hay halconeros o practicantes de una cetrería –caza con halcones- de cabotaje que mantienen a estas aves en oquedades de tejados, azoteas, cúpulas y mansardas. Los lanzan desde esos lugares contra las bandadas de palomas que vuelan bajo el cielo oscurecido del crepúsculo.
El halcón peregrino es del tamaño de un cuervo, pesa entre 400 y 600 gramos y la hembra es siempre mayor. Su velocidad de vuelo en crucero es de 100 kilómetros por hora y en picado alcanza los 300 kilómetros por hora. Es el animal más rápido del mundo.
El halcón tiene su alcurnia y su fama y ocupó un lugar en la literatura. Recordemos, entre otras, la novela “El halcón maltés” de Dashiell Hammett, cuya trama gira en torno a la escultura de un halcón. Se hizo una película con Humphrey Bogart en el papel del detective Sam Spade.
“Los halcones de la noche” es el título del que tal vez sea el cuadro más conocido de Edward Hopper, el yanqui de las tintas sombrías.
En política, en economía, en otras disciplinas y en la vida misma los halcones son los duros y las palomas los blandos.
La caza de palomas con halcones no es nueva. Durante la Primera Guerra Mundial (1914/1918) la inteligencia británica estableció en una base de Sicilia un departamento ultrasecreto destinado a entrenar halcones para interceptar palomas mensajeras enemigas.
Las palomas tuvieron siempre buena prensa. Su docilidad las hace fácilmente domesticables, por lo que es frecuente verlas trabajar con prestímanos en circos y teatros. Prestaron inestimables servicios, en la guerra y en la paz. ¿Quién no recuerda las palomas del barón de Reuter?
Simbolizan la paz y Picasso las inmortalizó en el lienzo. Yo vi una vez en Madrid a Irma Vila con traje bermellón y una paloma en la mano en la barra de un bar de la Plaza del Rey, próximo al circo Price.
Reconozco con pesar que me he comido más de una paloma. Quizás por eso, por el remordimiento, o porque todos los animales me inspiran el respeto y la ternura que no siento por muchas personas, no me molesta que se posen en mi mesa en la terraza del Bar O Bar, o en cualquier otra, y picotéen los maníes que me han servido con la cerveza.
Segundos antes se escuchó algo parecido a un silbido, o al grito de un pájaro enfermo o furioso. Siguió un ruido sordo, como el que produce un objeto, o ser viviente duro al chocar con otro blando. Un halcón contra una paloma.
La escena se repite, más que en ningún otro lugar en una zona de la City de Buenos Aires comprendida entre las calles Corrientes, Reconquista, 25 de Mayo, Lavalle, Tucumán, Viamonte y otras aledañas.
Las palomas son presa de los halcones.
Porque en Buenos Aires hay halcones. Como su denominación de peregrino o viajero –la de una especie de estas aves rapaces- indica, pueden haber venido de cualquier parte e irse en cualquier momento. Su distribución es cosmopolita.
Hay halconeros o practicantes de una cetrería –caza con halcones- de cabotaje que mantienen a estas aves en oquedades de tejados, azoteas, cúpulas y mansardas. Los lanzan desde esos lugares contra las bandadas de palomas que vuelan bajo el cielo oscurecido del crepúsculo.
El halcón peregrino es del tamaño de un cuervo, pesa entre 400 y 600 gramos y la hembra es siempre mayor. Su velocidad de vuelo en crucero es de 100 kilómetros por hora y en picado alcanza los 300 kilómetros por hora. Es el animal más rápido del mundo.
El halcón tiene su alcurnia y su fama y ocupó un lugar en la literatura. Recordemos, entre otras, la novela “El halcón maltés” de Dashiell Hammett, cuya trama gira en torno a la escultura de un halcón. Se hizo una película con Humphrey Bogart en el papel del detective Sam Spade.
“Los halcones de la noche” es el título del que tal vez sea el cuadro más conocido de Edward Hopper, el yanqui de las tintas sombrías.
En política, en economía, en otras disciplinas y en la vida misma los halcones son los duros y las palomas los blandos.
La caza de palomas con halcones no es nueva. Durante la Primera Guerra Mundial (1914/1918) la inteligencia británica estableció en una base de Sicilia un departamento ultrasecreto destinado a entrenar halcones para interceptar palomas mensajeras enemigas.
Las palomas tuvieron siempre buena prensa. Su docilidad las hace fácilmente domesticables, por lo que es frecuente verlas trabajar con prestímanos en circos y teatros. Prestaron inestimables servicios, en la guerra y en la paz. ¿Quién no recuerda las palomas del barón de Reuter?
Simbolizan la paz y Picasso las inmortalizó en el lienzo. Yo vi una vez en Madrid a Irma Vila con traje bermellón y una paloma en la mano en la barra de un bar de la Plaza del Rey, próximo al circo Price.
Reconozco con pesar que me he comido más de una paloma. Quizás por eso, por el remordimiento, o porque todos los animales me inspiran el respeto y la ternura que no siento por muchas personas, no me molesta que se posen en mi mesa en la terraza del Bar O Bar, o en cualquier otra, y picotéen los maníes que me han servido con la cerveza.
© José Luis Alvarez Fermosel
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El Bárbaro, de nuevo.
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/11/el-barbaro-de-nuevo.html
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