sábado, 20 de febrero de 2010

Extraños en la noche

Aquella vez estaba yo solo en un bar de un puerto. Ya sé que esto suena a canción de Joaquín Sabina, pero cualquiera puede estar solo una tarde en un bar de puerto. En el mío se veía avanzar la galerna tras las vidrieras y yo me tomaba un “gin tonic” en el mostrador.
En un pared había un cartel: una reproducción de un cuadro de Salvador Dalí mancillado por el paso del tiempo y las deyecciones de las moscas. Se concatenaban tangos a la sordina en una vieja victrola.
Una muchacha morena de muy buen ver, de pelo renegrido salpicado de lluvia, llegó de pronto envuelta en un rompevientos azul cobalto, oliendo a fresco, a juventud, a sal marina.
Se apagó el último tango y la chica introdujo una ficha en el artefacto. Al instante surgió la voz, toda llena por dentro de sangre dulce, de Frank Sinatra cantando “Extraños en la noche”, y aquel bar solitario de puerto cobró vida en el acto, y parecía iluminado por una luna azul –o quizás eran los relámpagos de la tormenta que se reflejaban en los espejos-, y la coctelera bailaba un vals con el vaso mezclador en la barra, porque dos extraños en la noche cambiaban miradas, preguntándose qué posibilidades tendrían de compartir un amor antes de que se fuera la noche, dos solitarios, extraños en la noche hasta que dejaron de serlo el uno para el otro, el amor brotó de una mirada y se convirtieron en amantes y desde aquella noche estuvieron juntos. El disco acababa de salir al mercado.
Pocos minutos después llegaron más chicas, y unos chicos las acompañaban. Todos olían a fresco, a juventud, a la sal del mar. Restallaban carcajadas y la lluvia golpeaba con fuerza las cristales de las ventanas. En el bar aún rebotaban contra las tablas carcomidas los últimos ecos de una de las más sencillas y hermosas canciones de amor que jamás se hayan compuesto, cantada nada menos que por Frank Sinatra, con esa manera de cantar que tenía, que era como si empezara a vivir, como si empezara a morir, como si empezara a amar, como si hubiera sido siempre un extraño en la noche, en todas las noches que noches nocheras, las noches en que todos los gatos son pardos, las noches trasnochadas que no se trasnochan jamás.
Me entero de que hay un libro muy interesante de Charles L. Granata, “El sonido de Sinatra”, editado por Alba, sobre las sesiones de grabación de Frank Sinatra, que arroja luz sobre un asunto oscuro relacionado con los géneros y estilos anteriores a la cultura pop. Se desmiente, además, que fueran Los Beatles quienes marcaron el año cero en materia de grabación. Sergio Pujol escribe sobre ésto en un artículo de Ñ, la revista cultural del diario porteño Clarín, el de mayor tirada de Argentina.

© José Luis Alvarez Fermosel
Notas relacionadas:

Los secretos detrás de “La Voz”.
http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/02/11/_-02138115.htm
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