viernes, 30 de noviembre de 2007

Crónicas de Madrid (IV)

Los argentinos en España

Los argentinos mueven en España 1.000 millones de euros al año –una cantidad apróximada de dólares-. Desarrollaron 21.000 empresas en 30 años, entre ellas centros ecuestres que proliferan en las estribaciones de la sierra de Guadarrama, en Madrid, como Tovarich: un nombre ruso, caballos españoles y profesores de equitación argentinos.
Así lo reveló el informe GEM del Instituto de la Empresa de Madrid (IE) de 2005. El estudio añade que los inversores residen en España legalmente y destaca que los argentinos son los inmigrantes más emprendedores.
Según un informe de Clarín sobre el éxodo al exterior, los argentinos son los mejor educados. Un 27,6 por ciento de los empadronados mayores de 16 años pasó por la Universidad y el 34,3 por ciento cursó el secundario completo.
En España hay 251.380 argentinos. (El 50,7 por ciento son hombres y el 49,3 por ciento, mujeres.) La cifra engloba a los que tienen nacionalidad española y otras de otros países de la Unión Europea, los residentes legales y los “sin papeles”.
Los argentinos están de moda en España. Botones de muestra: Leo Sbaraglia anuncia un champú en los diarios, las revistas y la televisión. Ilay Curelovich trabaja asiduamente de modelo con éxito. Uno de los libros más vendidos es “Las curas milagrosas del doctor Arias” de César Aira. “Les Luthiers” arrasaron en el Centro Municipal de Exposiciones y Congresos de Madrid, la última vez que estuvieron.
En casi todos los diarios se escribe frecuentemente de Borges. En las secciones de deportes se recuerda cada dos por tres que Racing se ha convertido casi en una cuestión de Estado, porque el presidente argentino, Néstor Kirchner presiona para conseguir que el club ponga publicidad en las camisetas de sus jugadores. Hablando de fútbol, Lionel Messi, que juega en el Barcelona, es ya un icono, como se dice ahora.
A Miguel Angel Solá, a quien le va de maravilla, se le hizo hace poco una extensa nota en Televisión Española. Otros artistas argentinos, como Soledad Silveyra, Ricardo Darín, Héctor Alterio, Cecilia Roth, Norma Aleandro, Analía Gadé…, gozan también no ya del favor, sino del fervor popular.
Para celebrar todo esto me voy a tomar una copa al bar Preciados 38 de Carlos, un portugués muy simpático.
Pasa la tarde por las vidrieras, arropada por un sol ambarino. Discurren los coches por la calzada con la música de Los 40 Principales al máximo en las radios. En una pared un pequeño letrero en el que se lee: “El consejo del buen fraile capuchino: con todo lo que comas bebe vino”. La botella de Fuentespina Crianza de Vega Sicilia, Gran Reserva Unica, cuesta más de 400 euros –medio sueldo de un auxiliar administrativo-.
Pero hay vinos más baratos, como el que beben unos “guiris” –turistas de habla inglesa- acompañando unas sardinas a la plancha.
“¡Cada vez le ponen menos!”, suspira un parroquiano abriendo su bocadillo y contemplando melancólicamente una delgada lonja de un pálido fiambre irreconocible. Un negro con tres cicatrices de otras tantas heridas de arma blanca, rigurosamente paralelas y una encima de la otra sobre el pómulo derecho. Un hombre canoso que bebe Pacharán –aguardiente de arándanos-. Cada tanto se atusa el espeso bigote acerado y suspira. A sus pies, varias bolsas de El Corte Inglés.
Estoy por tomar la penúltima copa –nunca se dice la última-. Omar, el camarero ecuatoriano, me invita: “Una para el miedo…”. Esa no la tenía. Yo sabía lo de “one for the road” de los británicos, o una para el camino, traducida la frase al español; pero ésta, no. Está muy bien, porque si uno va a tener miedo, menos tendrá quizás con una copa dentro.
Un tango en la plaza Callao. Un chico sentado en la calle frente a La Casa del Libro, en la Gran Vía, escribe a mano poemas en hojas de cuaderno escolar.
Viene ese airecillo sutil de la sierra, que mata a una vieja y no apaga un candil.
Nubes aborregadas en un cielo que se oscurece. Todavía puede uno citar a las mujeres por teléfono.


© José Luis Alvarez Fermosel
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Crónicas de Madrid (III): “Lugares, condumios, precios…”

Crónicas de Madrid (III)

Lugares, condumios, precios…


Según José Luis Sampedro estamos manejados por tecnobárbaros. Sampedro es autor, entre otras, de la novela “Octubre, octubre”. Ray Bradbury escribió, si mal no recuerdo, un libro titulado “El país de octubre”, tan leído como todos los suyos.
¿Nos vigilarán los tecnobárbaros, o un Gran Hermano como el de Orwell? Porque todo el mundo vive aquí también pegado al televisor, la computadora, el teléfono móvil y tiene “notebook”, “GPS”, MP3, IPod y agenda electrónica, por lo menos. El gran tótem, claro, es la Internet.
De cualquier manera, da gusto pasear por el viejo Madrid al atardecer. Calle del Sacramento, Plaza de la Villa –donde está la Municipalidad-, Casa y Torre de los Lujanes, Costanilla de San Pedro, calle del Almendro, calle de Puñonrostro -¿qué puño en qué rostro…?-.
En La Taberna de los Conspiradores, en la Cava Baja, ya no conspira nadie, pese a que todos los camareros son de Transilvania, paisanos del conde Drácula. Un saxofón melancoliza una musiquilla indescifrable. Yo tomo notas en mi libreta Moleskine –comprada en El Corte Inglés-: la misma que utilizaron Van Gogh, Picasso, Hemingway y Bruce Chatwin y volvió a sacar recientemente a la venta una pequeña editorial de Milán por cuatro cuartos.
En la calle de Fuencarral –que ya he citado en un texto anterior- están el Tribunal de Cuentas y el Museo Municipal, cuya fachada muestra la exuberancia decorativa característica del arquitecto Pedro de Ribera, constructor del edificio. Los museos más visitados son el Prado, el Thyssen Bornemisza y el Centro de Arte Reina Sofía –éste último con el Guernica de Picasso-. Hay otros museos interesantes, entre ellos el de Ciencias Naturales, el de América y el Romántico –donde está la pistola con la que se suicidó el crítico costumbrista Mariano José de Larra en el siglo XIX-.
Calle de Alcalá, típica, elegante. Carrera de San Jerónimo. Lhardy: el restaurante más lujoso de Madrid, fundado en 1839. En la planta baja, una “bouilloire” de plata de la que uno se sirve una taza de caldo que puede acompañarse con una croqueta o un “vol au vent”. Botellones de cristal tallado con vinos generosos: Oporto, Madeira, Marsala, Pedro Ximénez... Del espejo de Lhardy dijo Azorín que al mirarse en él uno entraba y salía del más allá; se esfumaba en la eternidad.
En Madrid se come y se bebe bien y barato. El cocido y los callos constituyen la quintaesencia de la gastronomía madrileña. A esos platos, a las sopas de ajo y al chocolate con churros hicieron siempre los honores reyes, obispos, Grandes de España y el pueblo llano.
Hoy se puede comer un menú con pan, vino y postre por nueve o diez euros, catorce como máximo. También se come bien y por poco dinero a base de tapas, pinchos y raciones en cualquiera de las cervecerías, bares y mesones que jalonan la ciudad. “Pubs”, cafés minimalistas, pizzerías, hamburgueserías y restaurantes chinos, japoneses, tailandeses y de otros orígenes se mezclan con las viejas tascas. La globalización.
Madrid, fortificado en épocas pretéritas para defenderse de invasores, está ahora amurallado por jamonerías: el Museo del Jamón, el Palacio del Jamón, el Paraíso del Jamón, ¡el Jamonal…!.
La mejor manzanilla –no me refiero a la infusión…- se sirve en… ¡una pava de aluminio helada! en la taberna andaluza El Patio, en la calle Arlabán. En El Faro, en el puente de Vallecas –un barrio antaño pobre y bronco-, se come muy buen bacalao, lo mismo que en los tres establecimientos (asturianos) de Parrondo, que están en las inmediaciones de la Plaza de San Martín, porque en Madrid hay también una Plaza de San Martín, cerca del convento de las Descalzas Reales.
Madrid está caro, sobre todo la vivienda. Es la segunda ciudad de Europa con la vivienda más cara. Jóvenes profesionales y empleados que apenas ganan 1.000 euros –los mileuristas de Carolina Alguacil- por mes tienen que pagar por lo menos 600 por el alquiler de un apartamento de dos piezas. Así que se juntan de a dos para compartir los gastos.
Hay un gran desequilibrio entre los diferentes distritos. Toda la actividad se produce en el centro. Eso genera desplazamientos a una zona masificada, congestionada, ruidosa y con elevados precios que provocan el éxodo de la juventud.
El teatro está de capa caída. No hay autores. No se ocuparon los lugares que dejaron Tono, Mihura, Buero Vallejo, Alfonso Sastre, Julio Alejandro… Ahora están dando de nuevo, esta vez en el teatro Coliseum –en plena Gran Vía, el Broadway madrileño- la ópera rock “Jesucristo Superstar” de Lloy Weber, estrenada en 1970.
La gente va al cine y los artistas a los cafés de tertulianos. Aún quedan algunos como el Gijón, el Comercial, el de San Millán y los bares de “rock” del barrio “under” de Malasaña, donde se fraguó la Guerra de la Independencia contra Napoleón y se centró la movida madrileña de los 80 que deslumbró a Europa por su vitalidad.
Me llegan los ecos del pasacalle de Las Leandras, que alegran la tarde azul y gris desde un viejo organillo desafinado: Tarareo la letra, desafinando yo también: “Por la calle de Alcalá, con la falda ‘almidoná’ y los nardos ‘apoyaos’ en la cadera, la florista viene y va…”.
¡No estamos perdidos!



© José Luis Alvarez Fermosel
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Crónicas de Madrid (II): “La nueva Villa y Corte”

viernes, 23 de noviembre de 2007

Crónicas de Madrid (II)

La nueva Villa y Corte


Madrid ha crecido. Ya lo pueblan seis millones y casi trescientos mil madrileños y provincianos, incluídos un millón de inmigrantes latinoamericanos, marroquíes, guineanos, senegaleses, nigerianos, mauritanos, húngaros, checos, albanokosovares, serbocroatas, ucranianos, rumanos…
Madrid aparece ahora abigarrado, heterogéneo, multilingüe y tan colorido como la bandera roja y gualda –la más grande de España- que flamea en la céntrica Plaza de Colón, junto a la estatua del Descubridor.
La Villa y Corte se expande cada vez más hacia el norte. Al final del Paseo de la Castellana, pasados los que todavía se llaman los Nuevos Ministerios, la ciudad despliega una enormidad que asombra. Las torres Kio se inclinan una hacia la otra de manera tal que parece que sus extremos fueran a tocarse de un momento a otro.
El Complejo Bernabeu –del estadio del Real Madrid- incluye un museo con trofeos, banderas y recuerdos del mítico equipo de fútbol madrileño. Este museo recibe más visitantes que el del Prado.
En esa zona se yerguen rascacielos, bancos y edificios gigantescos que ocupan oficinas casi en su totalidad. Es tanto lo que se construye que las cementeras hace tiempo que se quedaron sin cemento y ahora lo tienen que importar. Los empresarios del ramo se han hecho multimillonarios.
La carretera de circunvalación M30 tiene ya el túnel urbano más largo de Europa, de 7,5 kilómetros. La remodelación de esta autovía mejorará la fluidez del tránsito rodado –que es infernal- y la seguridad. Mientras escribo estas líneas, miles de operarios dan los últimos toques a los tramos que ampliarán la red del metro, que será, con 322 kilómetros, el tercero del mundo después de los de Nueva York y Moscú.
Madrid ocupa el puesto 23 en la lista de las 30 ciudades más ricas del planeta, que aglutinan el 16 % de la producción económica mundial. La renta per cápita por año es de 35.000 euros. El PIB llegó ya a 141.456 millones de euros.
La vivienda está muy cara. El metro cuadrado alcanza picos de 12.000 euros en varias promociones de la zona céntrica de Madrid. Los municipios del gobierno socialista preven edificar 156.000 viviendas populares en los próximos ocho años.
En el popular barrio de La Bombilla está la Ermita de San Antonio de La Florida (1797). Su bóveda fue pintada en sólo ciento veinte días por Francisco de Goya y Lucientes. Considerada como la Capilla Sixtina del arte español, guarda los restos mortales del pintor.
El 15 de mayo, festividad de San Isidro, patrón de la villa, se celebra con representaciones teatrales, conciertos, títeres, bailes populares y fuegos de artificio.La muchedumbre invade la pradera de San Isidro –también inmortalizada por Goya en uno de sus lienzos-, donde infinidad de puestos y tenderetes expenden entre otras golosinas las clásicas rosquillas del Santo: las tontas, las listas –bañadas de azúcar glas-, las claras y las de limón. Corren el vino y la sangría y desfilan antiguos coches de caballos con madrileñas y madrileños vestidos con trajes típicos, ellas con mantón de Manila y ellos con pañuelo blanco al cuello y tocados con la característica gorrilla de visera.
En la Plaza de Oriente ya no hay violeteras de grandes y seductores ojos negros y cinturas de avispa, como la Almudena de la canción, de la que se enamoraba un duque. Me vienen a la memoria los versos del poeta:

“En la plaza de Oriente, fuego en los miradores,
niños en cochecitos de burros con banderas,
y el golfo que encendía al coche los faroles
y al fondo el Teatro Real, guardando sus palcos en la niebla”.




© José Luis Alvarez Fermosel
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Crónicas de Madrid (I): “Adiós a Balarrasa”

Crónicas de Madrid (I)

Adiós a "Balarrasa"

Fernando Fernán-Gómez, un artista muy querido por millones de españoles y latinoamericanos –había nacido accidentalmente en Lima- ha muerto en una clínica de Madrid a los 86 años, víctima de esa cruel enfermedad que, parece mentira, todavía no tiene cura, afecta y termina por matar a los fumadores empedernidos como este hombre multifacético, talentoso, quintaesenciadamente humano y poseedor, entre otros, de dos maravillosos dones: el de emocionar y el de hacer reir a sus semejantes. Sus restos fueron incinerados.
Actor de cine y teatro, director, escritor, miembro de número de la Real Academia Española, ganador –y merecedor- de infinidad de premios muy importantes, vivió intensamente una vida plena y constelada de satisfacciones y éxitos que jamás se le subieron a la cabeza.
Era alto, desgarbado, pelirrojo, golfo, gruñón, bondadoso, solidario, favorecedor de jóvenes valores…
Estudió como yo en el colegio San José que los Hermanos Maristas tenían en la calle de Fuencarral en la que, curiosamente, estoy viviendo ahora. Cuando yo ingresé en el colegio en cuestión, él acababa de obtener un gran éxito con su interpretación del personaje central de la película “Balarrasa”, basada en la guerra civil española. Ya era una leyenda.
Lamento con toda mi alma la muerte de Fernando Fernán-Gómez, que me sorprende a traición, como una puñalada trapera, apenas llegado a Madrid. ¡Qué malo está siendo este año! Año de muertes, 2007. Un año en el que murieron el negro Fontanarrosa, Paco Umbral, Luciano Pavarotti y ahora Fernando. Me dejo muchos en el tintero. Todos bellísimas personas. Los cabrones viven, y tal vez vivan eternamente nadando en dinero, recibiendo prebendas y haciéndole la vida imposible al prójimo.
En cuanto termine de escribir estas líneas me iré con mi congoja, en la fría tarde de Madrid, al café Gijón –que Fernando frecuentaba-, a tomarme en su memoria un whisky de la misma marca de los que él solía beber en Pasapoga.


© José Luis Alvarez Fermosel
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“Vísperas”

jueves, 22 de noviembre de 2007

Vísperas

-Así que se va usted otra vez a Madrid.
-En efecto, así es.
-De juerga, como siempre.
-No, esta vez no; no voy de vacaciones, ni es éste un viaje de placer.
-Pero escribirá usted algo, ¿no?
-Es posible.
-En plan de corresponsal, de enviado especial: política, economía, las internas de la política, los personajes, los candidatos… Va a llegar usted en plena campaña electoral.
-No, no, de ninguna manera; si escribo algo no será de nada de eso.
-¿Pero qué dice usted, hombre de Dios?
-Lo que oye.
-¡Pero la actualidad, las noticias de última hora, la política, señor mío, la política!
-¡Para eso están los diarios! Además, ya he escrito bastante de política, de economía y de otras zarandajas por el estilo a lo largo de mi carrera. Ya he sido reportero de calle y de primicias, ya he dado la última hora y la vuelta al mundo, o poco menos, y he estado pendiente de la actualidad más rigurosa; ahora voy a ser cronista de penúltima hora: me voy a ocupar de lo que nadie, o muy pocos se ocupan: de lo chiquito, de lo recoleto, de lo que le pasa al hombre, de lo que nos pasa a todos en la intimidad de nuestros hogares, en la calle, precisamente de "los sucesos que acontecen en la rúa", que dijo aquel cursi; es decir, de lo que pasa en la calle, las gentes que caminan por ella y cosas por el estilo.
-Pero escribirá usted algo de Madrid, sus gentes, sus cosas, de lo que pasa en España, de cómo está el país.
-Sí, claro.
-Bueno, pues nada, que tenga usted buen viaje y hasta la vuelta.
-Muchas gracias. Hasta la vuelta.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 17 de noviembre de 2007

Buñuel: duro por fuera y tierno por dentro

La anécdota que se cuenta a renglón seguido revela a las claras la verdadera personalidad de ese gran hombre y gran artista que fue Luis Buñuel. No le iba a la zaga otro ser humano de sus mismas cualidades, su actor fetiche: Fernando Rey.
La anécdota tiene a los dos, el director y el actor, como protagonistas. Es, además, un canto al detalle: el gran o pequeño detalle, tan expresivo siempre, que es ni más ni menos que el buen gusto y las buenas maneras quintaesenciadas.
Fernando Rey me contó una calurosa noche de verano en la terraza del Café Gijón, en el Paseo de Recoletos de Madrid, que una vez estaba trabajando en París en una película con Catherine Deneuve y otros artistas franceses de primera línea, quienes co­braban unos honorarios más al­tos que los suyos, con poca o ninguna justificación. Dirigía la película Luis Buñuel.
“Yo estaba lógicame muy molesto, pero me banqué la bronca hasta el final del rodaje sin protestar", me dijo Fernando.
“Muy pocos días después Buñuel me invitó a comer y cuando ya nos íbamos del restaurante, en el centro de París, me tendió un so­bre blanco cerrado y me preguntó apresuradamen­te y con timidez: ‘¿Puede un director amigo hacerle un pequeño regalo a un ac­tor amigo?’ Yo, un poco desconcertado, le dije que sí. El dejó el sobre sin más en mis manos y se perdió en la fría y lluviosa tarde parisiense. Cuando abrí el sobre, vi que éste tenía dentro mil dólares en billetes nuevos de cien”.
Así rebajó Buñuel la diferen­cia en la soldada de Fernando Rey de su pro­pio bolsillo, saltándose a la torera a la producción.
(Luis Buñuel -1900/1983- fue uno de los más eminentes directores de cine contemporáneos. Su obra permaneció fiel a la inspiración surrealista y a una meditación muy crítica sobre la religión católica. Su influencia fue decisiva en la historia del cine. En París, donde trabajó mucho, fue asistente de Jean Epstein. Anteriormente había estudiado literatura y filosofía en Madrid, donde se hizo muy amigo de Salvador Dalí. Vivió una parte de su vida en México, donde filmó muchas de sus mejores películas. Entre las rodadas en España, Francia y México, recordemos “Los olvidados”, “Un perro andaluz”, “Viridiana”, “Nazarín”, “La Vía Láctea”, “Tristana”)


© José Luis Alvarez Fermosel
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miércoles, 14 de noviembre de 2007

Saber estar

No sólo es importante saber que hacer en sociedad. Tanto o más importante es saber que no hacer.
Por ejemplo, es de muy mal gusto hablar siempre, y en todas partes, de enfermedades propias o ajenas. Ni que decir tiene que si las enfermedades o molestias son de carácter íntimo, hay que dejarlas en la intimidad.
No es así como precisamente elegante, caballeros, ponerse un pañuelo en el bolsillo superior de la chaqueta que haga juego con la corbata, con la que ya no se llevan trabas, como en los Estados Unidos, donde también sigue de moda que el hombre luzca anillos y pulseras.
No hay que decir “fino”, o “distinguido”, para calificar a alguien: la persona que lo dice no es fina ni distinguida.
Si uno tiene invitados, deberá acompañarlos a la puerta cuando se vayan y esperar a que entren en el ascensor, o a que empiecen a bajar las escaleras. Cerrar la puerta, si se quiere de golpe… -si los invitados en cuestión han sido unos pelmazos- cuando los visitantes se hayan ido.
Tampoco hay que preguntar a la persona que nos llama para invitarnos a cenar: “¿quién va a ir?” Se puede averiguar por otros procedimientos menos… directos quienes serán los asistentes a la cena a la que, por cierto, no hay que ir con nadie que no haya sido invitado.
La pregunta del millón: ¿qué llevar: vino, chocolates, una torta, masitas? Lo mejor es mandar al día siguiente unas flores a la anfitriona con una tarjeta en la que le expresemos, en cuatro bien pergeñadas líneas, nuestra gratitud por habernos invitado.
Utilicemos lo menos posible las expresiones “querido” o “querida”. Son una manifestación de esnobismo. Y ya tenemos bastantes esnobs en esta sociedad “cool” de principios de milenio.
En el restaurante, no llamar al mozo golpeando el vaso con el tenedor u otro cubierto, ni gritarle: ¡Caballero! Tampoco hay que decir “chin chin” y “buen provecho”. No pedir un vermú u otro aperitivo después de comer. En el momento de dejar la propina, no llenar la mesa de monedas.
El dedo meñique separado de los otros dedos, formando un arabesco o manteniéndolo enhiesto cuando se sostiene un vaso o una taza, es una espantosa mezcla de ordinariez y cursilería.
Por último, no tender al saludar una mano blanda y sin vida, ni tampoco estrujar con fuerza inmisericorde la mano de la otra persona. El apretón debe ser firme pero no brutal: es un gesto de amistad, no un test psicológico conducente a poner de manifiesto la propia personalidad.

Ilustración: Dibujo de Walter Goetz, del “Punch” de Londres.


© José Luis Alvarez Fermosel

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“Los naipes tienen alma” (http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/10/los-naipes-tienen-alma.html)

domingo, 11 de noviembre de 2007

Disminuye la capacidad mental

Miguel García Posadas, crítico literario del diario El País de Madrid, sostuvo recientemente que “hay que estar atentos a expresiones que se ponen de moda, pero que no son correctas, corrompen la lengua y terminan perdiendo su significado original”.
El lingüista y académico español Fernando Lázaro Carreter denunció en el mismo rotativo que “los españoles van perdiendo precisión, con lo cual está disminuyendo la capacidad mental colectiva”.
“Por ejemplo –
subrayó Lázaro Carreter- una palabra que muchos periodistas usan y que la gente repite es provocar. ‘El incendio fue provocado…’. Provocar es otra cosa, a mí me irrita mucho eso. En todo caso puede decirse, el incendio lo causó… No me molesta la irrupción de palabras extranjeras en nuestra lengua, sino la pérdida de los matices, y esto no es purismo, sino pretender que los hablantes tengan más posibilidades de expresión”.
Para Lázaro Carreter no deberían aceptarse más que los neologismos necesarios.
“Y, desde luego, habría que tener una posesión perfecta, o muy buena, del idioma de uno, que está hecho de pequeños matices”, remachó el académico.
La lengua, patria portátil del hombre, es la sede de la identidad de la cultura de un pueblo: es la ciudadela última que preserva lo propio.

Idioma en encrucijada

Los eruditos a la violeta, en su obsesión por parecer modernos e innovadores, y en el fondo porque son muy ignorantes, dicen y escriben -no se rasguen ustedes las vestiduras, que están muy caras-, cosas como estas:
Profesionista por profesional, desaparecimiento por desaparición, liderato por liderazgo, utensillo por utensilio, mantención por mantenimiento (de edificios) o manutención, evolutibilidad por evolución, ductibilidad por ductilidad, dramaticismo por dramatismo, controversial por controvertido, referencial por referido o referente, ante­cedencia por antecedente, individuación por individualidad, dobladillar por hacer un dobladillo, esguinzar por producirse un esguince, tipicidad por tipismo, inversalmente por inversamente, efusivo por efervescente, repitencia por repetición, aspectado por presentado o por presentar tal o cual aspecto, prepotencialidad por prepotencia, perduración por per­durabilidad...
También dicen y escriben accesar por acceder, predominancia por predominio, supremancia por supremacía, conectividad por conexión, procesionar por marchar en procesión, espacialidad por espacio, medicalizar por medicar, hidalguismo por hidalguía, derrocación por derrocamiento, selectar por seleccionar, prevencional por preventivo, convivenciar por convivir, explosivista por experto en explosivos o artificiero, polvoso por polvoriento, en olor de multitudes por en loor de multitudes, a punta de pistola en vez de pistola en mano, llevarse a engaño por llamarse a engaño, ocupar un rol por desempeñar un papel, atrás mío por detrás de mí.
Hay más, hay mucho más, pero vamos a dar, y a darnos un respiro, que por hoy ya está bien.
Lo malo es que la Real Academia Española, cada vez más permisiva con los esnobs, otorga enseguida patente de corso a estas y otras… “innovaciones” y dilata la aceptación de modismos latinoamericanos muy expresivos y graciosos, expresiones igualmente válidas del lenguaje popular y neologismos procedentes de la tecnología.
De cualquier manera, habría que hacer algo a fin de evitar la introducción de tantas palabras mal dichas y tantas cursilerías en nuestro puro, cristalino, rico, sonoro y expresivo –no nos cansaremos de repetirlo- idioma español, que hablan más de 400 millones de personas en todo el mundo.
Bueno sería promover reuniones con maestros y gramáticos y que de ellas surgieran conclusiones interesantes, reincorporar a los correctores de estilo en los medios informativos, ser un poco más estrictos en la selección de los… “conductores” de radio y televisión, que no sean todos modelos y muchachos amigos de los gerentes o de los pomposamente llamados… “directores de contenidos”; crear más talleres de idiomas, fomentar la lectura, que la gramática sea una asignatura presente en todas las carreras, cursos, reválidas, perfeccionamientos de posgrado y se le dé la importancia que tiene.
Porque el idioma español está en una encrucijada.


© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 10 de noviembre de 2007

El macho posmo y su influencia


El ser (posmoderno) y la nada

La… “filosofía” del macho posmo se extiende ya como una mancha de aceite en un papel de estraza. Jóvenes de 50 y 60 años lucen barbas (blancas) de una semana, compran barras de cereales en los quioscos y usan zapatillas de tenis con el ambo de dos piezas y la corbata. Algunos de ellos conducen de semejante guisa programas de televisión. Otros lo hacen con atuendos tipo Mao de color rojo.
Otros, recién separados de sus mujeres, largamente pasados los cuarenta, dejan a sus hijos con ellas a las primeras de cambio y se van a vivir a las casas de sus madres, viudas o divorciadas desde hace años, a quienes habría que cuidar, en vez de ser ellas las que se ocupen de hijos cincuentones.
Muchos son adictos al teléfono celular, acompañan la pizza con gaseosas descafeinadas, van a hacer pilates y sostienen que hay que llorar más, que el hombre debe llorar más, no ya con motivo y fundamento sino porque sí, porque hay que llorar, porque el hombre tiene un costado femenino y debe mostrarlo siempre que haya oportunidad, e incluso sin que la haya.
La mala educación se ha generalizado por completo. Uno entra en un ascensor, o en un consultorio médico donde hay varias personas, da los buenos días o las buenas tardes, según corresponda, y no sólo no le contestan sino que lo miran con asombro, como si uno estuviera loco: gentes de toda edad, sexo y condición.
Nadie responde a nadie ni nada: llamadas telefónicas, correos electrónicos, mensajes de texto, cartas despachadas por vía postal por algún troglodita... Del mismo modo, nadie acusa recibo de envíos de paquetes postales, flores, libros, documentos, dinero…
Comentaba yo esto el otro día con un amigo muy mundano, muy moderno, muy hecho a los usos y costumbres actuales

-- ¡ Pero, gallego, si no te dicen nada es que todo está bien!
-- ¿Cómo?
-- Claro, imaginate que mandas un artículo a un diario o a una revista para que te lo publiquen…
-- ¡Hombre, no va a ser para que lo tiren a la papelera sin leerlo, lo cual no tendría nada de particular, o para que lo archiven sin más!
-- ¡No me interrumpas!. Decía que envías un trabajo a un periódico, a una revista o a donde te dé la gana. Se recibe sin problemas. Pues ya está. ¿Qué más quieres?
-- Que me digan que se recibió. Así me quedo tranquilo, sabiendo que no se perdió por el camino. ¿Acaso no sabes que se pierden infinidad de cosas todos los días y en todas partes?
-- Mira, no le busques la quinta pata al gato. Si nadie te dice nada es que todo está bien, te repito. Si lo que enviaste no se recibió, ya te lo van a decir.
-- ¿Y si mando una carta de felicitación, un regalo, dinero en un sobre, algo delicado que se pueda romper…?
-- No te preocupes, que si algo se rompe ya lo vas a
pagar.

Uno sigue creyendo que no cuesta nada acusar recibo, dar las gracias y, si todo está bien, decirlo. Lo que a uno no le parece bien es que se instale el mutismo por sistema y que a fuerza de no hablar caigamos en la estolidez y el cerrilismo. Porque si seguimos así, la incomunicación de Antonioni va a convertirse en un juego de niños.
También es moneda corriente que llames a alguien por teléfono, te atienda una voz entrecortada y se establezca un diálogo como el que sigue (vamos a suponer que el que llama soy yo):

-- Hola, aquí José Luis Alvarez Fermosel, ¿podría hablar con…?
-- ¿Qué?

Se repite todo, esta vez muy lentamente y silabeando con cuidado.

-- ¿Quién, Alvaro Fernández?
-- No, Alvarez Fermosel…: Fermosel, vaya.
-- ¿Fernandel?
-- ¡No: F-e-r-m-o-s-e-l!
-- ¿Formosil?

Este diálogo de sordos puede prolongarse por un rato largo. Al final la voz entrecortada –por lo general de hombre- te dice que la persona por la que preguntas no está. Pides por favor que cuando llegue le digan que has llamado. Jamás se lo dicen.
Es que el nivel de comprensión, por lo general es muy bajo. A poco que uno pretenda informarse de algo que no sea muy común, o que pida en un negocio un artículo que no está a la vista, no le entenderán y para sacárselo a uno de encima le dirán que no: así, no a secas.

-- ¿No me entendió, no hay, no quiere usted…?
-- ¡No!

Y uno se va con la música a otra parte pensando que ha hecho algo mal, que no ha sabido expresarse, que no está al tanto de lo que hay que hacer y decir en estos tiempos posmodernos porque uno es para el macho posmo y sus acólitos una suerte de fantasma que viene de tiempos lejanos con códigos obsoletos .
Es frecuente que vengan a entregarle a uno algo a su casa o a su oficina, y la persona que lo trae toque una vez el portero eléctrico, una sola vez, y si uno no le franquea la entrada inmediatamente se vaya con la citación del juzgado, la carta documento, el telegrama –que trae siempre malas noticias-, el cheque o lo que el portador lleve en sus manos pecadoras. Por supuesto, no se deja en la conserjería o en la mesa de entrada ningún aviso, ninguna notificación.
Hay señores con veleidades de onanistas que mandan a diario pornografía grosera y barata a nuestros correos electrónicos y nos llenan de virus la PC. Están los que transmiten cadenas larguísimas o chistes sin ninguna gracia. Son los mismos que se divierten con los juegos que hay en los celulares y las computadoras, juegos infantiles, todos.
Es la época, esta era, son los tiempos que corren, son otros modos, otras modas. Es la prédica del macho posmo que, como dijimos al principio, está llegando a todas partes y tiene ya muchos seguidores.
El macho posmo es tan libre, tan desprejuiciado, tan fresco, tan “cool”…

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 8 de noviembre de 2007

Toros y pisco

Le digo a Raúl Mondesi, que fue cocinero de Costa Verde, uno de los mejores restaurantes de Lima, que deben estar por empezar las corridas de toros en Perú.

-¡Estamos en plena temporada! ¡La plaza de Acho (1) está al rojo vivo!, se entusiasma.

A Juan Falce, español como yo, le brillan los ojos. Si hubiera más gente en esta tertulia se suscitaría enseguida la clásica discusión acerca de las corridas de toros, un espectáculo maravillosamente absurdo en un mundo racionalista de mataderos y frigoríficos.
Hemos disfrutado de un festín de comida peruana en el Hotel Panamericano de Buenos Aires.
Perú, como todos los países de gastronomía regional, tiene una cocina muy variada y sabrosa. Una muestra de ella son las papas a la huancaína, que se cuecen y se mezclan con crema de queso; se les añade cebolla, huevo duro picado, aceitunas verdes y cogollitos de lechuga.
Hicimos los honores al cebiche a la limeña, a base de pescado macerado en jugo de lima, con picante y cebolla a la pluma, servido con choclos, camotes y papas. El cau cau es un guiso muy popular de la costa peruana, cuyo ingrediente principal es mondongo cortado en tiras y alegrado con perejil picado y arroz blanco, ese arroz tan en su punto que se come en los chifas, o tabernas de chinos que proliferan en los barrios populares de Lima.
Le pregunto a Juan Falce, que también es cocinero, que cómo se llega a ser “chef”, un número uno en el oficio, como él.

-- ¡Trabajando!
-- Y siempre al lado de uno que sabe, ¿no?
-- Desde luego.
-- ¿Es verdad que se empieza pelando patatas?
-- Y lavando platos. Se llega a aprender con el tiempo. Yo empecé a los 15 años y ya llevo 40 entre sartenes y cacerolas. Y sigo aprendiendo...

Falce es cocinero de hotel. Trabajó en el Jockey Club de Buenos Aires -cuando tenía 8.500 socios-. Ha llegado a cocinar para 3.500 personas. Dice que lo suyo es una mezcla de coraje y amor. O sea, que le pasa lo mismo que a los toreros. Al hombre le devora una extraña sed que sólo se apaga con emoción y belleza.
Vienen Adrián Sigal y Jorge Oliveira y se unen a la tertulia. Yo pienso en las bellas limeñas de ojos insondables de los reservados de la plaza de toros de Acho, con sus mantillas españolas sobre los desnudos hombros morenos y en los vendedores de anticuchos, que se hacen precisamente con el corazón del toro, y en los picarones de harina de camote y miel.
Pienso también, por enésima vez, que América es un continente mágicamente españolizador que recrea, entre otras cosas, la tertulia española en la mesa de café, en la que se habla de fútbol y de toros y se bebe coñac. En esta oportunidad estamos bebiendo pisco peruano.
En cuanto a los toros, Falce recuerda que el toreo no es un deporte que exija una buena musculatura. Un torero puede ser raquítico y torpe pero extraordinario en su arte, ya que el único músculo que cuenta en la lidia es el corazón.
Las corridas de toros no son un espectáculo teatral ni circense. En el ruedo se muere de verdad.
El toreo, en todo caso, es danza. Un ballet con la oscura música de fondo de la Muerte, como decía Agustín de Foxá.
Las plazas de toros se utilizaron más de una vez para otras cosas que nada o poco tuvieron que ver con el toreo. Y así, se ofrecieron, y se siguen ofreciendo en ellas combates de boxeo y espectáculos folklóricos, musicales y circenses.
Recuerdo que una vez, hace muchos años, alguien tuvo la luminosa idea de poner a luchar en la Plaza de Toros de Madrid a un elefante y a un toro. Ambos animales, razonablemente, se negaban a la confrontación. El público, que quería ver fluir sangre a toda costa, desahogó su frustración y su cólera lanzando naranjas al ruedo. El sensato paquidermo, sordo a la humana locura, iba recogiendo las naranjas con la trompa y comiéndoselas con fruición. El toro, a su lado, se había echado en la arena y dormía plácidamente.
¡Qué gran lección de buen juicio!



(1) La Plaza de Toros de Acho, enclavada en el Rimac y declarada Monumento Histórico de Lima, es la tercera más antigua del mundo después de la Maestranza de Sevilla y la de Zaragoza. Se inauguró en el año 1776 por iniciativa de Agustín Landaburu, que había conseguido el correspondiente permiso del virrey Manuel Amat. La primera corrida de toros en la Plaza firme del Hacho, como se denominaba entonces, se efectuó el 30 de enero de 1776, reveló Aurelio Miro Quesada, que fue director del diario decano de la prensa peruana, El Comercio. Los toreros peruanos Pisi, Gallipavo y Maestro de España lidiaron toros de la ganadería Gómez de Cañete. A la corrida, que se celebró estando aún pendiente el permiso del rey de España, entonces Carlos III, asistió el virrey Amat.


© José Luis Alvarez Fermosel
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miércoles, 7 de noviembre de 2007

New Jersey

New Jersey -cuya capital es Trenton y su población de 8.052.849 habitantes- fue una de las trece colonias originales de los Estados Unidos. Vivió más de un centenar de batallas de la guerra revolucionaria entre 1776 y 1783.
Son obligadas las visitas al Cuartel General de Washington y a Mansión Ford en el Parque Histórico Nacional Morristown. Cerca, en Jockey, Hollow, hay que dar un paseo por donde las tropas coloniales elevaban su moral durante tiempos difíciles. Otros lugares que visitar son el Parque Histórico Fort Lee, el Nassau Hall de Princeton y Rockingham. En esta finca rural escribió Washington su famoso discurso "Adiós a las tropas".
Todo es blanco, limpio, reluciente en New Jersey y sus pueblos restaurados: Cold Spring Village en Cape May, región del Southern Shore, Allaire Village en Farmingdale, región del Shore y Batsto Village, en la zona del río Delaware. Al fondo fulge el mar azul.
Hos­pedarse en cualquiera de los hoteles de Cape May -un lugar histórico popular, en el que hay un faro- es muy agradable. Estar en el Days Inn, en North Bergen, al norte de New Jersey, es como estar en casa. En el duodécimo piso se encuentran el restaurante y el bar. La última vez que yo estuve, una joven y hermosa mula­ta cuarterona, Rose, servía en la barra cócteles Mar­garita y martinis secos -a los que los norteamericanos siguen tan aficiona­dos-, whisky en las rocas y otras bebidas espirituosas junto con un barman que es extraordinariamente parecido a Robert De Niro. Leja­na, una orquesta de cuerdas, que si no era la de Clifford Brown poco le faltaba, interpretaba "Blue moon" y el bar se llenaba de burbujas melancólicas.
New Jersey ha sido, desde 1791, cuando Alexander Hamilton fundó Paterson, que se convirtió enseguida en una ciudad industrial modelo, un lugar en constan­te proceso de evolución en el que se pro­dujeron infinidad de descubrimientos. Thomas Alva Edison fue el inventor emblemático. Consiguió casi un millar de patentes en su laboratorio de West Orange.
La región del río Delaware es real­mente un destino capital en el que se sigue haciendo historia.

(La Revolución Norteamericana, o Guerra de la Independencia, dio lugar a la creación de los Estados Unidos de América. Antes, inmigrantes ingleses habían fundado trece colonias en la costa atlántica del continente americano. Una de las primeras expresiones de identidad nacional fue la creación de milicias coloniales, que surgieron de enfrentamientos con los franceses, dueños de Québec y la Luisiana. Posteriormente se produjeron algunas sublevaciones. La más importante fue el Motín del Té en Boston, en 1773, que causó algunas escaramuzas entre los británicos y las colonias americanas, ya que los representantes de éstas últimas, reunidos en Filadelfia en 1774, habían respaldado a los rebeldes de Boston. En 1775 comenzó la guerra. Los ingleses se perfilaron como ganadores desde el principio. Pero el curso de la contienda experimentó un vuelco favorable a los norteamericanos a partir de su primera gran victoria en la batalla de Saratoga. En 1783, por la Paz de Versalles, Inglaterra reconoció la independencia de las trece colonias –representadas en las trece barras de la bandera estadounidense- según la declaración formulada en 1776.)



©José Luis Alvarez Fermosel
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martes, 6 de noviembre de 2007

Madrid y sus jardines

Madrid está lleno de parques y jardines. A mí, como a Máximo (1), me aseguraron que en Madrid hay más árboles que habitantes. En los parques de la Villa del Oso y del Madroño, además de ardillas, como las de la Casa de Campo, se puede encontrar de todo menos osos y madroños. Evidentemente, madroños no hay para evitar la cacofonía Madrid-Madroño, como dice Máximo, pues nadie, que se sepa, ha visto nunca un madroño en Madrid. En cuanto a los osos -exceptuados los del zoológico- el único fichado es de bronce y además alemán: habitante heráldico y consular del Parque de Berlín.
Mi jardín favorito es el Campo del Moro, al que solía ir de niño con mi padre a la salida de la Real Fábrica de Tapices, de la que él era director artístico y a la que me llevaba alguna vez. (¡El placer de estar con tu padre en su lugar de trabajo...!).
Nos sentábamos de cara a un horizonte de árboles oscurecidos por el crepúsculo. Cerca, la calle Mayor en su descenso hacia el río Manzanares por la cuesta de la Vega. El Madrid de los Borbones o neoclásico, obra de los arquitectos Sabatini, Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva, autores del Palacio de Oriente, los jardines de la Casa de Campo, el Museo del Prado, el Casón del Buen Retiro y el Palacio de Villahermosa.
El tiempo parecía detenerse. Olía a hierba fresca y a ozono. Apenas llegaba el ruido del tráfico desde la Cuesta de San Vicente. Ni mi padre ni yo hablábamos. Estábamos juntos, muy cerca el uno del otro. A veces, una ligera bruma descendía y difuminaba el paisaje, que se tornaba fantasmal.
Tardes tranquilas, silenciosas, en el Campo del Moro, cerca del Palacio Real y de la Catedral de la Almudena. Su recuerdo me asalta con frecuencia y vuelvo a sentir ese silencio terso, sólo quebrado intermitentemente por el canto de un pájaro solitario. Y me parece aspirar el aroma del césped mojado y gustar el sabor ligeramente picante de la neblina.
Si uno se asoma al Campo del Moro por la puerta que da a la Vírgen del Puerto, puede caer fulminado por la estética. La panorámica del Palacio, tras la vaguada esmeralda del Campo del Moro, es una perspectiva arrebatadora de esta ciudad de rara tradición en la que confluyen, entre otras cosas, el chotis escocés, el bombín inglés, los pinchos morunos y los mantones de Manila.
El Parque del Oeste se prolonga Manzanares arriba: el "aprendiz de río" que ya llegó a río y sigue hacia el monte del Pardo, donde los gamos triscan entre la fronda.
Esos y otros parques y jardines constituyen el pulmón verde de Madrid. Se los cuida con esmero. Es muy raro ver en El Retiro, o en el Jardín Botánico, un papel tirado en el césped, o una lata de sardinas oxidada al pie de un árbol.
Costumbres de ayer -como la de ir de excursión los domingos por la mañana a la Dehesa de la Villa, o a Puerta de Hierro- coexisten con otras actuales. Se conserva lo castizo y tradicional y se acepta lo nuevo. El Arco del Triunfo de la calle de Alcalá simboliza el ayer de Madrid. El faro de la Moncloa y las Torres Kia representan el Madrid de hoy.
La Puerta de Hierro nunca fue una entrada a Madrid. Era parte de una cerca que se levantó para separar El Pardo de unas tierras cuyos vecinos se quejaban de los daños que causaban los animales de ese monte en sus propiedades.

(1) Columnista y dibujante de la prensa madrileña



© José Luis Alvarez Fermosel
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lunes, 5 de noviembre de 2007

Ciudad azul

Han florecido los jacarandáes en Buenos Aires y toda la ciudad está suavemente incendiada de azul por un fuego lento y templado, que no ardiente, cuyas llamaradas violeta no cie­gan, sino que le llenan a uno los ojos de una especie de polvo de estrellas.
Han florecido los jacarandáes, si; y la ciudad gris y reca­lentada por el bicicleteo eviterno de la City, entre otras cosas de índole económico-financiera de las cuales será mejor que no hablemos, sofocante y abigarrada, se emparcha de leves tonos turquí en tal o cual plaza, en éste u otro bulevar, en la elegante avenida norteña o en humildes y entrañables barrios alejados del centro. Un año más, se repite el milagro “bleu d'horizon”.
Los jacarandáes son unos hermosos árboles bigonáceos que florecen en primavera y en otoño y enseguida se despojan de sus flores, que caen y tapizan la ciudad, tendiendo en el crepúsculo un gobelino casi impalpable, de color lavanda, a través del cual se ve todo intemporal y poético.
Tejados y aleros, los techos de los automóviles estacionados en la calle, marquesinas, faroles y las cúpulas de los quioscos están nevados de azul.
Un hálito perfumado, una brisa leve o un golpe del cálido viento de la primavera mece de tanto en tanto una flor de jacarandá caída, aligera como una libélula, que finge un breve vuelo de mariposa y se prende en la cabellera endrina de alguna muchacha que camina sin prisa por el bulevar, o en la solapa de un señor mayor que sale de un bar, conde­corándole.
Esta eclosión floral es tanto mas poética cuanto que los jacarandáes florecen y se agostan casi al mismo tiempo. Sus pequeñas y aterciopeladas flores azules nacen y mueren, como ciertas mariposas noctívagas y bellísimas, con muy poco intervalo. Mueren casi inmediatamente después de nacer. Son efímeras como la pasión, la juventud, las ilusiones, los buenos propósitos, como tantos proyectos de los que tejemos y destejemos, como hacía la buena de Penélope con su tela, en los cafés, las reuniones de directorio, las oficinas de los lobbistas que rondan el poder, o los escondidos “sancta sanctorum” de los operadores de las internas.
Han florecido los jacarandáes. Y casi nadie se dio cuenta. Menos alguna adolescente romántica (ya quedan pocas…), algún jubilado nostálgico, alguna señora rubia y de buen ver –que se parece a Catherine Deneuve- y pasea todas las tardes a un viejo perrillo canela por un barrio popular, algún veterano cronista trasnochado, como uno.
Pero hay noches que no se trasnochan nunca, como éstas de la primavera, que alcanzan su madurez bajo el palio azul claro de las flores de jacarandá, que tachonan la ciudad posándose levemente en sus hom­bros de hormigón, con ternura de beso de novia adoles­cente.
Los colegiales andan con apuros de exámenes de fin de curso, las parejas de novios tienen en los ojos una luz nueva, azulina, y las palomas, macizas, color pizarra, se suben a las mesas de las terrazas de los cafés y comen granitos de maíz en las manos de los niños.
Es, está, ejerce la primavera. Todo es tibio y extrañamente alentador. Hay voluntad de caricia.
Han florecido los jacarandáes en la ciudad, con gente a quien no le alcanza el sueldo, intereses que se van para arriba, trenzas políticas que no se destrenzan, amigos que nos traicionan, mujeres que nos dejan, ilusiones que se mueren, mentiras que se repiten, niños que pasan hambre, intermediarios que se enriquecen, paranoicos que nos persiguen, recuerdos que nos torturan…
Han florecido los jacarandáes. Sus flores humildes y hermosas, tan frágiles, azulean por todas partes y a veces alguna nos roza el pecho levemente, como el aleteo de una nueva ilusión.
Han florecido los jacarandáes. La ciudad, y todo, está azul.


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 4 de noviembre de 2007

El macho posmo en punto muerto


“Me da cosa…”

Las mujeres, los gays y los integrantes de la asociación LUM (Los Ultimos Machos: hombres heterosexuales de 50 años para arriba, dinámicos, hacedores de decisiones) son quienes desde hace ya bastante tiempo están cortando el bacalao, o llevando la voz cantante. No sólo en Argentina, sino también en el mundo entero.
Planean, crean, proceden, concretan, realizan, se van dando golpes, ellos los dan también, de los que dan ninguno es un golpe bajo. Unas veces ganan, otras pierden, pero tienen resto, son vitales. Se la juegan, y no juegan sucio. No son ídolos ni iconos. Son lisa y llanamente seres humanos, que están en la vida y la viven a conciencia, a pleno pulmón.
Hay otro tipo de ser humano: el hombre “light”, “cool”, heterosexual pero poco, o nada viril, blandengue, adolescente vitalicio hasta el extremo de que a los 40 años confiesa que es un “péndex”. Es el varón del posmodernismo: el macho posmo, que está en todas partes y en ninguna hace nada, entre otras no menos poderosas razones porque no quiere hacer nada, no sea que vaya a hacer algo de lo que luego tenga que arrepentirse.
Afirma que busca su lugar en la vida, pero no parece tener muchas ganas de encontrarlo porque apenas sale de la casa de “pá” y “má”, en la que vive y en la que se encastilla, a no ser que lo conquiste alguna chica -¡ya hay que tener ganas…!- y se lo lleve a vivir con ella, para echarlo de su casa con cajas destempladas al poco tiempo, entre otras cosas porque el macho posmo es un tímido sexual.
Tan así es que no se atreve a practicar el sexo. Ocasionalmente acude a alguno de sus amigos -gays incluídos-, a los que pide asesoramiento en cuestión tan delicada. Cuando se le dice lo que tiene que hacer contesta invariablemente: “Me da cosa…”.
La médica sexóloga argentina Liliana Burgarotti reveló al diario Infobae
que los miedos e inseguridades del hombre posmoderno terminan por plantear problemas sexuales. “Hoy en día, chicos de treinta años padecen de eyaculación precoz o disfunción eréctil porque esos miedos los bloquean”, dice la científica.
La licenciada Beatriz Goldberg señala que
“por término general, ellos tiene signos fálicos como el teléfono celular, la 'notebook', la cámara digital, el MP3 y otros elementos, pero cuando conocen a la mujer que ‘los mueve el piso’ se esconden para escapar de ese ideal convertido en realidad”.
(¡Es que tienen miedo, señores, tratemos de entenderlo, tienen miedo!)
Algunas mujeres le hacen el juego al macho posmo e “histeriquean” con él. Después de una enorme tensión sexual, terminan en sus casas bajo la ducha, solas…
El macho posmo es esquemático, cómodo, egoistón. Para él no cuenta casi nada en la vida más que los amigos, que son lo que más extraña cuando se toma un año sabático y se va a deambular por Camboya, la Isla de Pascua o Persépolis.
A las mujeres argentinas, que son todas muy hermosas, les cae bien todo lo que se pongan, no nos cansaremos de repetirlo. Los gays –o muchos de ellos- y los miembros y simpatizantes de LUM se visten con frecuencia con traje y corbata, o de elegante sport. Los machos posmo dicen de ellos que son antiguos. También critican sus cortes de pelo, y el hecho de que sean velludos.
Es que los machos posmo van delante de la vanguardia, o ellos lo creen así por ser cultores irredentos del feismo. Visten siempre una especie de jubón, como los de los mujiks de las novelas de Tolstoi, de un negro desvaído, color ala de mosca; bermudas, gruesas medias de lana y zapatillas deportivas sucias, o pesados borcegos. Se tatuan y se prenden ganchos metálicos hasta en la lengua, moda que viene de lejos y se llama “piercing”.
El macho posmo vela su mirada, que no es demasiado expresiva, con unos espejuelos redondos, negros o de color rosa, muy pequeños. Se rapa y, si no, se deja una melena que le llega hasta la cintura. Se trabaja la cara dejándose la barba –en el caso de que no sea imberbe- durante cuatro o cinco días. Luego se la afeita en parte, conservando unas tiras de pelo en ambas mejillas, o una “mosquita” en el mentón.
Este especimen es de color verde pálido. No tiene pelo en ninguna parte del cuerpo y si le crecen cuatro pelos locos se depila, pero no con el mismo fin que los metrosexuales, que lo hacen para practicar más cómodamente ciertos deportes o gustarles más a las chicas.
La vida es dura. Hay que mantener una postura ante ella, que debe ser directa y valiente. Hay que luchar. Lo que no se puede hacer es ver desde la cama, en la casa de “pá” y “má”, o en el cibercafé con la barra de amiguitos, cómo fluye la vida. Hay que meter la directa y apretar el acelerador.
El macho posmo sigue en punto muerto.


© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 3 de noviembre de 2007

Pronto hablaremos como Tarzán


Dentro de poco tiempo hablaremos todos, en todas partes, como Tarzán y sus laderos, Jane y la mona Chita.
Jane decía: “Yo, Jane; tú, Tarzán”. Tarzán le respondía, tocándose el pecho con el dedo índice de la mano derecha: “Mí, Tarzán”. El rey de los monos aprendió después algunas palabras más, y las decía como quien tira un puñado de arroz al aire.
La realidad supera siempre la ficción, la cinematográfica incluída. La “oralidad” –que dijo aquel cursi en vez del habla, o la manera de hablar- de los jóvenes es ya tarzanesca: Bueno…, eso…, nada…, obvio…, movida…, como que…, de onda…
Los chicos españoles hablan más o menos igual. Sino que al término de la parrafada no dicen, como los argentinos, boludo, expresión que dejó de ser un insulto, aunque afectuoso, para convertirse en una interjección inocua y repetitiva que marca y subraya.
La globalización consiguió, entre otras cosas buenas y malas, que nos aborregáramos -no debe existir el verbo aborregar, o aborregarse, pero a estas alturas da lo mismo-. Con tal de que no nos pase lo que a los borregos de Panurgo…
(Panurgo llevaba un rebaño de borregos en una barcaza. Uno de ellos, sin motivo ni fundamento, se tiró de pronto de cabeza al mar. Inmediatamente los demás le siguieron, uno por uno. Todos se ahogaron.)
Estamos masificados, somos gregarios, todos hacemos lo mismo y decimos las mismas cosas. Se habla mal en todos los idiomas. Todas las lenguas toman palabras de otras. Así se enriquecen cada vez más el “Spanglish” y otros engendros.
Los políticos son los que peor hablan en España. Son los menos instruídos. Se los oye decir en la televisión, en la radio, en el Parlamento, en las entrevistas periodísticas Madriz, saluz, seguridaz… Algunos quieren presentarse como leídos y finos y dicen Sestado en vez de Sestao. (Sestao es un municipio español de la provincia vasca de Vizcaya –en el norte-, situada en la orilla izquierda de la ría de Bilbao.)
No marcan la p ni la c en palabras como aceptar o acciones. Así, dicen acetar y aciones. También les cuesta mucho pronunciar la x. Para ellos, éxito es ésito y sexo es seso –en este último caso se producen equívocos descacharrantes-.
Se confunde compromiso con acuerdo, se dice enforzar en vez de hacer cumplir y enfrentar por afrontar: en el país de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Camilo José Cela…
Impera una mezcla de escasa ilustración con ínfulas infundadas –sirva en esta oportunidad la cacofonía de juego idiomático-.
De una enseñanza secundaria, que a veces fue buena y no se aprovechó y otras fue regular, o mala, se pasa a Faulkner o a Joyce (traducidos, claro) sin haber leído en el camino más que unos pocos libros que se indigestaron. Menudean los eruditos a la violeta de los que hablaba el escritor español José Cadalso.
Ninguno de ellos tiene el mínimo nivel cultural en la escala de Richter. En Madrid, en Buenos Aires, en Nueva York… En todas partes.
Tarzán “fashion” y en “Spanglish”: el espejo en que mirarse.



© José Luis Alvarez Fermosel

Mutis y Maqroll


Hace mucho que no sé nada de Alvaro Mutis, el gran escritor colombiano a quien se le otorgó el premio Cervantes de literatura en 2001. Creo recordar que Mutis dijo entonces que ese premio, considerado como el Nobel de las letras hispanas, significaba la culminación de su carrera literaria, que empezó en 1948 e incluye siete relatos protagonizados por Maqroll, un gaviero (1) apátrida que, como dijo el escritor español Arcadi Espada, es un personaje imprescindible para que Mutis haya podido explicar y explicarse quién es él y su circunstancia, cabría decir orteguianamente.
Mutis pertenece a esa clase de na­rradores aventureros, uno de cuyos máximos exponentes quizás fuera Ernest Hemingway, que vivieron intensamente y reflejaron en sus obras algunas de sus experiencias vitales. Una buena parte de su vida transcurrió dedicada a asuntos que poco o nada tuvieron que ver con la li­teratura. Por ejemplo, dobló al español al actor estadounidense Robert Stack, el Elliot Ness de la serie televisiva Los intocables, y estuvo en la cárcel, igual que Cervantes, cuyo nombre lleva el premio que ganó merecidamente.
Como Stevenson -Mutis conside­ra que La isla del tesoro es una de las mejores novelas de la historia de la li­teratura-, como Melville, como Conrad o el capitán Marryat, este cosmo­polita y vital escritor colombiano fue tentado por el mar y los hombres que lo surcan, o viven a su orilla. ("Junto al mar latino te diré mi ver­dad...".)
Maqroll, el gaviero, define a su creador mejor que nadie ni nada. Di­ce Mutis: "Maqroll es la respuesta que se dio a sí mismo aquel adolescen­te tan pesimista, tan amargo y tan desesperanzado que era yo cuando sentí la necesidad de poner por escrito todo mi pesimismo, toda mi amargu­ra y toda mi desesperanza. Yo preci­saba con urgencia un hombre que tu­viera un pasado. A ese adolescente no le resultaba creíble hablar en prime­ra persona, como si tuviera una expe­riencia de la vida y de las cosas que no tenía. Así, y por eso, nace Maqroll en mis primeros poemas".
La poesía juega un papel importan­te en la obra de Alvaro Mutis. El escri­tor vivió en Bélgica, una de sus patrias dispersas; y en España, concretamen­te en Cádiz. Uno de sus antepasados, el célebre botánico José Celestino Mu­tis, era de esa provincia andaluza llamada popularmente "tacita de plata" por su limpieza y su hermosura.
Mutis volvió un día a Colombia. "Las flores blancas de los cafetales estaban por todas partes...".
Me encanta Alvaro Mutis. El poeta, el hombre: su sencillez, su vitalidad, su modo de andar por la vida, pisando fuerte pero sin molestar a nadie. Tiene un pasado. Pero asegura que jamás escribirá sus memorias. Afirma que siempre quiso vivir de cualquier cosa que no fuera la literatura. Esa fue la razón de que literariamente consiguiera hacer siempre lo que le diera la gana, según ha dicho en varias ocasiones.
Tiene un verso que dice: “Pienso a veces que ha llegado la hora de callar”. Yo me quedo con éste que se hace carne y sangre en un presente oscuro: “Un Dios olvidado mira crecer la hierba”.

(1) Marinero a cuyo cuidado está la gavia, vela que se coloca en el mastelero mayor.


© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 2 de noviembre de 2007

Violeta cornuda


No es broma: hay una violeta, una de esas modestas y simpáticas florecillas tan literaturizadas, que se llama violeta cornuda. Es más: su nombre botánico es Viola cornuta. Crece espontáneamente en los Pirineos (montes que separan España de Francia) y su nombre específico se debe a un espolón que lleva y sirve de nectario, es decir, de receptáculo para que insectos como, por ejemplo, las abejas, se sientan atraídos por el néctar y vayan a libarlo, polinizando la flor.
La violeta cornuda tiene unas hojas parecidas a las del pensamiento, pero mucho más pequeñas. Sus flores, de tres a cuatro centímetros de anchura, constan de cinco pétalos.
Pueden ser blancas (Alba), amarillas (Baby Franjo), azules (Baby Lucía) y azules y blancas (Princes).
Este tipo de violeta constituye una curiosidad poco conocida de la naturaleza. Parece como si éstas flores, que todo el mundo dice que son del mismo color que los ojos de Elizabeth Taylor, simbolizaran la modestia, se escondieran en lugares remotos y tornaran, algunas, el adjetivo de cornuda, que no tiene buen prensa... en algo existencial y hermoso relacionado, ¡nada menos!, que con la reproducción y la vida.


© José Luis Alvarez Fermosel

Cuentos de aventureros y boxeadores

Arthur Conan Doyle (1859/1930) se dejó tentar, naturalmente, por los temas y los personajes de acción. ¿Acaso su Sherlock Holmes no era un hombre de acción?
Conan Doyle vivió, además, en la era eduardiana, cuando el imperio británico requería hombres de una pieza: nobles, audaces, deportistas, competitivos. Así que no tiene nada de particular que decidiera escribir una serie de relatos de aventureros y boxeadores. Recordemos que a Holmes no le era ajeno el arte del pugilismo.
Y así surgió este libro ameno y encantador, que puede ser un buen compañero de viaje. Su protagonista es, en realidad, la Aventura, que hoy en día se desliza cuesta abajo por la marcada decadencia que constituye una de las características más notorias del posmodernismo.
Para el sociólogo español Salvador Ginés, la aventura está al pairo, debido al agotamiento de espacios desconocidos. Este concepto no es nuevo. Se dijo muchas veces que la aventura murió. Cuando desapareció la caballería –tanto la andante como la propiamente militar-, cuando los barcos de vapor sustituyeron a los de vela y cuando el hombre puso el pie en la luna.
Pero suponiendo que se hubiera acabado la aventura territorial y que ya no quedara otro viaje exploratorio espacial -“…todo viaje es espacial, ¿no?", decía Borges con su peculiar sentido del humor-, quizás la aventura, las aventuras puedan, al final, llegar a buen puerto si nos empeñamos en correrlas. El escritor Fernando Savater –español también, como Ginés- precisa que la aventura es un estado de ánimo.
Nos hemos metido en camisas de once varas, partiendo de lo que iba a ser –pensamos al principio- un breve comentario de un libro de Conan Doyle poco conocido o al menos no tan conocido como los protagonizados por Holmes y su fiel ayudante y amanuense, el doctor Watson.
El libro, “Cuentos de aventureros y boxeadores”, es altamente recomendable. Fue editado por Alfaguara de bolsillo, en su colección Clásica, y tiene 348 páginas.



© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 1 de noviembre de 2007

De ignaros y esnobs

Leo en una revista bimestral de…“cultura urbana” que trata de literatura, música, cine, teatro y arte en general lo que sigue, expresado en artículos diferentes por señoras y señores que se supone que dominan… la literatura, la música, el cine, el teatro y el arte en general y, además, el idioma en el que escriben sobre esos temas: “No te quedes ahí, has algo”, en vez de “no te quedes ahí, haz algo”; “… caían dulces y chocolates para que deje de cantar”, en lugar de “caían dulces y chocolates para que dejara de cantar” y “chance” (¡naturalmente, en inglés!) por oportunidad.
También se dice en la revista en cuestión “… prepararme para que me cruce en paz”, en vez de “prepararme para que me cruzara en paz”; “rol” (del inglés “role”) por papel; Convent Garden por Covent Garden –en este caso el error puede haber sido de imprenta-; “desde hace un tiempo atrás”: lo correcto sería haber escrito “desde hace algún tiempo”, o “algún tiempo atrás”, y “dio el puntapié inicial para que el movimiento surrealista crezca”, en lugar de “dio el puntapié inicial para que el movimiento surrealista creciera”.
Dejo la revista, pensando que a puntapiés crecen algunos movimientos, como el surrealismo, y enciendo el televisor. Recorro varios canales y me detengo en uno que está emitiendo un programa de chismes de la farándula. Leo en una placa: “Fulano y Mengana fueron sorprendidos infragantis”.
In fraganti”, escrito así, que es como se escribe, es una locución latina que, según el Diccionario del español actual de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, de Aguilar, quiere decir en el mismo momento y va con el verbo sorprender u otros equivalentes.
No saber no es malo, mientras uno quiera saber y esté, humildemente, en situación y disposición de saber. Pero no saber y pensar que uno sabe, y mucho, y hablar y escribir en los medios informativos con ínfulas culturosas –algo característico de los esnobs, a los que ahora se llama paquetes “cool”- es malísimo.
A estos especímenes les gusta todo lo reticente, complicado, retorcido, enfático, que parezca original y, sobre todo, que esté de última moda. No tienen base cultural, o tienen muy poca, pero se lanzan a tumba abierta a pontificar sobre todo lo divino y lo humano, autosuficientes, petulantes, pretenciosos, sin que nada justifique su pedantería.
No es bueno saberse bueno y presumir de ello, pero peor es ser malo y presumir de bueno. Si uno habla y escribe bien, como hacen tantos, y lo proclama, como hacen tantos, uno es un soberbio. Si uno no sabe hablar ni escribir bien y lo hace a destajo, donde quiera que sea, está confundido o es un prepotente, o un tonto, o un malvado. (“En el fondo, el malvado es un tonto”, dijo David Hume).
La mezcla de grasa cruda y perfume caro comprado en un “shopping center” (¿para qué decir en español centro o paseo de compras, o galería comercial?) no es agradable. Cuando se le añade tinta, la combinación es mefítica.
El paquete “cool” ignaro, además de pronunciar y escribir mal el español y el inglés, y utilizar expresiones y giros gramaticalmente incorrectos, dice y escribe cosas como éstas:
Procrastinar (del inglés “procrastinate”: dejarlo todo para mañana), retaliación (del inglés “retaliation”: represalia), expertise (del inglés “expertise”, pericia, conocimiento), preveer por prever, nutricional por nutritivo, emborrosamiento por emborronamiento, patinoso por resbaladizo, aprete por apriete, pinche por pincho, encargue por encargo, aprehensión por aprensión o condición de aprensivo, chequear por verificar o comprobar, perfecto por perfectamente, obvio por obviamente, acto distractivo por maniobra de diversión (diversión se utiliza en este caso como sinónimo de desviación), repitió por retuvo (un campeonato, por ejemplo), gestonear por gesticular, devino en por devino sin más, sugestión por sugerencia, amenazantemente por amenazadoramente, durante el transcurso por durante o en el transcurso, lapso de tiempo por lapso, rediticio por redituable, in creyendo por “in crescendo”, polizonte por polizón y romanticidad por romanticismo. Estos son sólo algunos botones de muestra.
Al esnob le encanta convertir los nombres en verbos. Así, dice periciar (de pericia), guionar (de guión), narrativizar (de narrar), anfitrionar (de anfitrión), audicionar (de audición) e insulinizar (de insulina). También dice concretizar en vez de concretar, complejizar en lugar de dificultar, irrespetar por faltar al respeto, metodicional por metódico y me compite por me compete.
La mía no es una voz clamante en el desierto. Uno no está solo. Suenan otras voces que tocan éste y otros temas referentes al idioma, al nuestro y a otros.



© José Luis Alvarez Fermosel


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