Han florecido los jacarandáes en Buenos Aires y toda la ciudad está suavemente incendiada de azul por un fuego lento y templado, que no ardiente, cuyas llamaradas violeta no ciegan, sino que le llenan a uno los ojos de una especie de polvo de estrellas.
Han florecido los jacarandáes, si; y la ciudad gris y recalentada por el bicicleteo eviterno de la City, entre otras cosas de índole económico-financiera de las cuales será mejor que no hablemos, sofocante y abigarrada, se emparcha de leves tonos turquí en tal o cual plaza, en éste u otro bulevar, en la elegante avenida norteña o en humildes y entrañables barrios alejados del centro. Un año más, se repite el milagro “bleu d'horizon”.
Los jacarandáes son unos hermosos árboles bigonáceos que florecen en primavera y en otoño y enseguida se despojan de sus flores, que caen y tapizan la ciudad, tendiendo en el crepúsculo un gobelino casi impalpable, de color lavanda, a través del cual se ve todo intemporal y poético.
Tejados y aleros, los techos de los automóviles estacionados en la calle, marquesinas, faroles y las cúpulas de los quioscos están nevados de azul.
Un hálito perfumado, una brisa leve o un golpe del cálido viento de la primavera mece de tanto en tanto una flor de jacarandá caída, aligera como una libélula, que finge un breve vuelo de mariposa y se prende en la cabellera endrina de alguna muchacha que camina sin prisa por el bulevar, o en la solapa de un señor mayor que sale de un bar, condecorándole.
Esta eclosión floral es tanto mas poética cuanto que los jacarandáes florecen y se agostan casi al mismo tiempo. Sus pequeñas y aterciopeladas flores azules nacen y mueren, como ciertas mariposas noctívagas y bellísimas, con muy poco intervalo. Mueren casi inmediatamente después de nacer. Son efímeras como la pasión, la juventud, las ilusiones, los buenos propósitos, como tantos proyectos de los que tejemos y destejemos, como hacía la buena de Penélope con su tela, en los cafés, las reuniones de directorio, las oficinas de los lobbistas que rondan el poder, o los escondidos “sancta sanctorum” de los operadores de las internas.
Han florecido los jacarandáes. Y casi nadie se dio cuenta. Menos alguna adolescente romántica (ya quedan pocas…), algún jubilado nostálgico, alguna señora rubia y de buen ver –que se parece a Catherine Deneuve- y pasea todas las tardes a un viejo perrillo canela por un barrio popular, algún veterano cronista trasnochado, como uno.
Pero hay noches que no se trasnochan nunca, como éstas de la primavera, que alcanzan su madurez bajo el palio azul claro de las flores de jacarandá, que tachonan la ciudad posándose levemente en sus hombros de hormigón, con ternura de beso de novia adolescente.
Los colegiales andan con apuros de exámenes de fin de curso, las parejas de novios tienen en los ojos una luz nueva, azulina, y las palomas, macizas, color pizarra, se suben a las mesas de las terrazas de los cafés y comen granitos de maíz en las manos de los niños.
Es, está, ejerce la primavera. Todo es tibio y extrañamente alentador. Hay voluntad de caricia.
Han florecido los jacarandáes en la ciudad, con gente a quien no le alcanza el sueldo, intereses que se van para arriba, trenzas políticas que no se destrenzan, amigos que nos traicionan, mujeres que nos dejan, ilusiones que se mueren, mentiras que se repiten, niños que pasan hambre, intermediarios que se enriquecen, paranoicos que nos persiguen, recuerdos que nos torturan…
Han florecido los jacarandáes. Sus flores humildes y hermosas, tan frágiles, azulean por todas partes y a veces alguna nos roza el pecho levemente, como el aleteo de una nueva ilusión.
Han florecido los jacarandáes. La ciudad, y todo, está azul.
Han florecido los jacarandáes, si; y la ciudad gris y recalentada por el bicicleteo eviterno de la City, entre otras cosas de índole económico-financiera de las cuales será mejor que no hablemos, sofocante y abigarrada, se emparcha de leves tonos turquí en tal o cual plaza, en éste u otro bulevar, en la elegante avenida norteña o en humildes y entrañables barrios alejados del centro. Un año más, se repite el milagro “bleu d'horizon”.
Los jacarandáes son unos hermosos árboles bigonáceos que florecen en primavera y en otoño y enseguida se despojan de sus flores, que caen y tapizan la ciudad, tendiendo en el crepúsculo un gobelino casi impalpable, de color lavanda, a través del cual se ve todo intemporal y poético.
Tejados y aleros, los techos de los automóviles estacionados en la calle, marquesinas, faroles y las cúpulas de los quioscos están nevados de azul.
Un hálito perfumado, una brisa leve o un golpe del cálido viento de la primavera mece de tanto en tanto una flor de jacarandá caída, aligera como una libélula, que finge un breve vuelo de mariposa y se prende en la cabellera endrina de alguna muchacha que camina sin prisa por el bulevar, o en la solapa de un señor mayor que sale de un bar, condecorándole.
Esta eclosión floral es tanto mas poética cuanto que los jacarandáes florecen y se agostan casi al mismo tiempo. Sus pequeñas y aterciopeladas flores azules nacen y mueren, como ciertas mariposas noctívagas y bellísimas, con muy poco intervalo. Mueren casi inmediatamente después de nacer. Son efímeras como la pasión, la juventud, las ilusiones, los buenos propósitos, como tantos proyectos de los que tejemos y destejemos, como hacía la buena de Penélope con su tela, en los cafés, las reuniones de directorio, las oficinas de los lobbistas que rondan el poder, o los escondidos “sancta sanctorum” de los operadores de las internas.
Han florecido los jacarandáes. Y casi nadie se dio cuenta. Menos alguna adolescente romántica (ya quedan pocas…), algún jubilado nostálgico, alguna señora rubia y de buen ver –que se parece a Catherine Deneuve- y pasea todas las tardes a un viejo perrillo canela por un barrio popular, algún veterano cronista trasnochado, como uno.
Pero hay noches que no se trasnochan nunca, como éstas de la primavera, que alcanzan su madurez bajo el palio azul claro de las flores de jacarandá, que tachonan la ciudad posándose levemente en sus hombros de hormigón, con ternura de beso de novia adolescente.
Los colegiales andan con apuros de exámenes de fin de curso, las parejas de novios tienen en los ojos una luz nueva, azulina, y las palomas, macizas, color pizarra, se suben a las mesas de las terrazas de los cafés y comen granitos de maíz en las manos de los niños.
Es, está, ejerce la primavera. Todo es tibio y extrañamente alentador. Hay voluntad de caricia.
Han florecido los jacarandáes en la ciudad, con gente a quien no le alcanza el sueldo, intereses que se van para arriba, trenzas políticas que no se destrenzan, amigos que nos traicionan, mujeres que nos dejan, ilusiones que se mueren, mentiras que se repiten, niños que pasan hambre, intermediarios que se enriquecen, paranoicos que nos persiguen, recuerdos que nos torturan…
Han florecido los jacarandáes. Sus flores humildes y hermosas, tan frágiles, azulean por todas partes y a veces alguna nos roza el pecho levemente, como el aleteo de una nueva ilusión.
Han florecido los jacarandáes. La ciudad, y todo, está azul.
© José Luis Alvarez Fermosel
4 comentarios:
¡Qué hermosura! ¿Qué? ¡Todo! ¡Texto, foto, todo el blog! Mi querido Caballero Español, usted siempre fue uno de los periodistas favoritos míos. Fui fanática suya cuando estuvo en la radio. Siempre recuerdo sus diálogos con Lanny y ruego que algún día vuelvan a estar juntos. Ahora, me volví fana de su blog. Mil felicitaciones. Hoy día no encuentro a nadie que pueda pasear intelectualmente a alguien por cualquier tema que toque. De verdad, yo soy argentina pero me siento orgullosísima de tenerlo en estos pagos. Ojalá lo tratemos tan bien que pueda tenernos en su corazón tanto como tiene a su Madrid querido. Es posible que no me recuerde pero yo le escribía siempre a la radio consultándole distintas cosas. Soy Mirtha y vivo en Rosario (Santa Fe)
Mirtha: ¡Qué emocionante tu comentario! Muchísimas gracias. Me habéis tratado siempre maravillosamente, hasta el punto de que me siento "espartino" (mezcla de español y argentino).Te recuerdo perfectamente de los viejos y queridos tiempos en que Lanny y yo nos divertíamos tanto y, pienso que de rebote, los oyentes también. Te reitero mi gratitud y te mando muchos cariños.
Tiene razón, José Luis. El árbol es hermoso. Pero lo que usted escribe hace que el árbol sea más hermoso todavía. María Luisa (pcia. de Salta)
Te agradezco muchísimo, María Luisa tu comentario. Siempre me llamaron la atención los jacarandáes,su un tanto mágica floración y agostamiento casi simultáneos y el hecho de que ésto ocurra dos veces al año, en primavera y en otoño. En Argentina tenéis árboles preciosos. Afectuosos saludos.
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