viernes, 30 de noviembre de 2007

Crónicas de Madrid (III)

Lugares, condumios, precios…


Según José Luis Sampedro estamos manejados por tecnobárbaros. Sampedro es autor, entre otras, de la novela “Octubre, octubre”. Ray Bradbury escribió, si mal no recuerdo, un libro titulado “El país de octubre”, tan leído como todos los suyos.
¿Nos vigilarán los tecnobárbaros, o un Gran Hermano como el de Orwell? Porque todo el mundo vive aquí también pegado al televisor, la computadora, el teléfono móvil y tiene “notebook”, “GPS”, MP3, IPod y agenda electrónica, por lo menos. El gran tótem, claro, es la Internet.
De cualquier manera, da gusto pasear por el viejo Madrid al atardecer. Calle del Sacramento, Plaza de la Villa –donde está la Municipalidad-, Casa y Torre de los Lujanes, Costanilla de San Pedro, calle del Almendro, calle de Puñonrostro -¿qué puño en qué rostro…?-.
En La Taberna de los Conspiradores, en la Cava Baja, ya no conspira nadie, pese a que todos los camareros son de Transilvania, paisanos del conde Drácula. Un saxofón melancoliza una musiquilla indescifrable. Yo tomo notas en mi libreta Moleskine –comprada en El Corte Inglés-: la misma que utilizaron Van Gogh, Picasso, Hemingway y Bruce Chatwin y volvió a sacar recientemente a la venta una pequeña editorial de Milán por cuatro cuartos.
En la calle de Fuencarral –que ya he citado en un texto anterior- están el Tribunal de Cuentas y el Museo Municipal, cuya fachada muestra la exuberancia decorativa característica del arquitecto Pedro de Ribera, constructor del edificio. Los museos más visitados son el Prado, el Thyssen Bornemisza y el Centro de Arte Reina Sofía –éste último con el Guernica de Picasso-. Hay otros museos interesantes, entre ellos el de Ciencias Naturales, el de América y el Romántico –donde está la pistola con la que se suicidó el crítico costumbrista Mariano José de Larra en el siglo XIX-.
Calle de Alcalá, típica, elegante. Carrera de San Jerónimo. Lhardy: el restaurante más lujoso de Madrid, fundado en 1839. En la planta baja, una “bouilloire” de plata de la que uno se sirve una taza de caldo que puede acompañarse con una croqueta o un “vol au vent”. Botellones de cristal tallado con vinos generosos: Oporto, Madeira, Marsala, Pedro Ximénez... Del espejo de Lhardy dijo Azorín que al mirarse en él uno entraba y salía del más allá; se esfumaba en la eternidad.
En Madrid se come y se bebe bien y barato. El cocido y los callos constituyen la quintaesencia de la gastronomía madrileña. A esos platos, a las sopas de ajo y al chocolate con churros hicieron siempre los honores reyes, obispos, Grandes de España y el pueblo llano.
Hoy se puede comer un menú con pan, vino y postre por nueve o diez euros, catorce como máximo. También se come bien y por poco dinero a base de tapas, pinchos y raciones en cualquiera de las cervecerías, bares y mesones que jalonan la ciudad. “Pubs”, cafés minimalistas, pizzerías, hamburgueserías y restaurantes chinos, japoneses, tailandeses y de otros orígenes se mezclan con las viejas tascas. La globalización.
Madrid, fortificado en épocas pretéritas para defenderse de invasores, está ahora amurallado por jamonerías: el Museo del Jamón, el Palacio del Jamón, el Paraíso del Jamón, ¡el Jamonal…!.
La mejor manzanilla –no me refiero a la infusión…- se sirve en… ¡una pava de aluminio helada! en la taberna andaluza El Patio, en la calle Arlabán. En El Faro, en el puente de Vallecas –un barrio antaño pobre y bronco-, se come muy buen bacalao, lo mismo que en los tres establecimientos (asturianos) de Parrondo, que están en las inmediaciones de la Plaza de San Martín, porque en Madrid hay también una Plaza de San Martín, cerca del convento de las Descalzas Reales.
Madrid está caro, sobre todo la vivienda. Es la segunda ciudad de Europa con la vivienda más cara. Jóvenes profesionales y empleados que apenas ganan 1.000 euros –los mileuristas de Carolina Alguacil- por mes tienen que pagar por lo menos 600 por el alquiler de un apartamento de dos piezas. Así que se juntan de a dos para compartir los gastos.
Hay un gran desequilibrio entre los diferentes distritos. Toda la actividad se produce en el centro. Eso genera desplazamientos a una zona masificada, congestionada, ruidosa y con elevados precios que provocan el éxodo de la juventud.
El teatro está de capa caída. No hay autores. No se ocuparon los lugares que dejaron Tono, Mihura, Buero Vallejo, Alfonso Sastre, Julio Alejandro… Ahora están dando de nuevo, esta vez en el teatro Coliseum –en plena Gran Vía, el Broadway madrileño- la ópera rock “Jesucristo Superstar” de Lloy Weber, estrenada en 1970.
La gente va al cine y los artistas a los cafés de tertulianos. Aún quedan algunos como el Gijón, el Comercial, el de San Millán y los bares de “rock” del barrio “under” de Malasaña, donde se fraguó la Guerra de la Independencia contra Napoleón y se centró la movida madrileña de los 80 que deslumbró a Europa por su vitalidad.
Me llegan los ecos del pasacalle de Las Leandras, que alegran la tarde azul y gris desde un viejo organillo desafinado: Tarareo la letra, desafinando yo también: “Por la calle de Alcalá, con la falda ‘almidoná’ y los nardos ‘apoyaos’ en la cadera, la florista viene y va…”.
¡No estamos perdidos!



© José Luis Alvarez Fermosel
Desde Madrid - 2007
Anterior:
Crónicas de Madrid (II): “La nueva Villa y Corte”

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