martes, 29 de abril de 2014

En el Día del Animal



En el Día del Animal, que se celebra hoy, nada me parece más adecuado que postear el texto que sigue del gran escritor español Antonio Gala, gran amante de los animales y de los perros en particular. Gala tuvo un perro, al que llamó Troylo (ilustración), con el que vivió largos años y que dejó descendencia, recogida por el escritor, que fundó así una especie de dinastía perruna.
Gala toca en su artículo una cuestión importante: los perros sin amo. Asunto al que a veces uno no presta atención.
Gala confiesa que “(…) se me ha encogido con frecuencia el corazón ante lo evidente de un perro vagabundo”.
Y certifica que el perro es el mejor amigo del hombre.

Por la transcripción: © J.L.A.F.

Los perros sin dueño

(...) “Libertad no conozco, sino la libertad de estar preso a alguien/cuyo nombre no puedo oir sin escalofrío;/alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,/por quien el día y la noche son para mi lo que quiere”. Así escribió el andaluz Cernuda.
El ser humano no se diferencia en eso de los perros. ¿Sabe acaso su nombre antes de que lo llame? ¿Se considera cumplido antes de que unas manos -las manos- lo abracen y le dejen un collar de amor en torno al cuello? ¿Puede el solitario beber sin tregua el largo trago amargo de la soledad? ¿No siente, el muy estrechamente cercado, la tentación de huir y de perderse y de recomenzar? ¿No le quema el aislado deseo de un amo a quien servir? ¿La carga de la independencia no se aligera con cirineos secretos? ¿Qué es más humano: la necesidad que otro tiene de mí, o mi necesidad del otro? No; el ser humano no se distingue en esto de los perros.
Se me ha encogido con frecuencia el corazón ante lo evidente de un perro vagabundo. El hombre disimula su soledad: sólo después de un rato -salvo una cierta expresión ansiosa de los ojos- nos damos cuenta de que a nadie pertenece, a nadie ha de rendir explicación de su tardanza, de su quehacer, de su añoranza o de su gozo. El hombre acostumbra a acorazarase ante los demás hombres, y acaso eso es lo que le asola y le entristece. Pero en el perro queda tan clara la usencia de su dueño. Qué prisa por las ciudades y los descampados. Como si también él tuviera que fingir una urgente cita con alguien, a quien consume la impaciencia de acariciarlo. O como si olfatease la proximidad de una mano tendida. O como si apresurado desasosiego, aspirase a cubrir el oscuro agujero que es la vida sin sentido, la vida que se vive sin dedicarla a nadie.
Esta tarde recuerdo todos los perros sin nombre y sin collar que he visto. En las estaciones de ferrocarril, por las aceras, cruzando las calzadas, en los arcenes de las autopistas, en las gasolineras, en las playas. Casi siempre entre las piernas de los hombres, alzando su pura mirada para encontrar unos ojos que se detengan sobre los suyos por un segundo más de lo corriente; irguiendo las orejas por si una voz pronuncia una plabra anteriormente oída, una palabra que devuelva a su confusa memoria el eco de una casa, de un rincón, de un plato, de una simpatía. (...)

© Antonio Gala

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lunes, 28 de abril de 2014

De libros, librerías y lecturas



Celebré el Día del Libro por todo lo alto, de sol a sol.
El 23 de abríl de 1964 se convirtió en el Día del Libro en todos los países de lengua española y portuguesa, gracias a la iniciativa del Primer Congreso Latinoamericano de Asociaciones y Cámaras del Libro. Desde 1996 es también el Día Internacional del Libro y de los Derechos de Autor.
Por la mañana, bien tempranito, me trajeron el tomo número cinco del Gran Atlas Salvat, dedicado a Asia física, política, occidental, Próximo y Medio Oriente, India e Indochina.
Apenas había terminado de hojearlo, cuando sonó otra vez el timbre del portero eléctrico. Esta vez era el correo. Me traían devuelta una carta que le había mandado a mi primo Paco a Madrid.
Sólo se me puede ocurrir a mí hoy en día escribir una carta en papel timbrado, con pluma estilográfica y despacharla por correo a otro continente.
Mi primo Paco -ya que lo he mencionado-, fue durante muchos años, hasta la reciente disolución de la firma, consejero delegado de H. F. Martínez Murguía, una empresa española editora, importadora y exportadora de libros fundada en 1925. Presidió el gremio de libreros de Madrid y fue miembro del Comité Ejecutivo de la Cámara del Libro de Madrid y del prestigioso club de libreros Don Quijote.
Cuando recibí la carta a mi primo devuelta estaba terminando de leer “Malaparte, vidas y leyendas”, una biografía muy buena de Curzio Malaparte, escrita por Maurizio Serra y tenía ya preparado un pequeño atril con un libro en mi alcoba para leer un rato antes de dormirme, como acostumbro, “The doorbell rang”, de Rex Stout, de la saga de Nero Wolfe.

Librerías

Sin pretender emular al escritor español Jorge Carrión –viajero del mundo y  visitante de sus librerías con verdadera tozudez lírica y vocacional-, me eché a las calles (céntricas) de la ciudad a recorrer unas cuantas de las más conocidas librerías porteñas (Fausto, El Ateneo, Cúspide, Clásica y Moderna y algunas de las de venta de libros usados de la Avenida de Mayo).
La mañana con sol tenía esa luz de color membrillo característica del otoño. Daba gusto pasear.
Las librerías de Buenos Aires tienen cada vez más libros. Unos lujosamente editados, carísimos; otros más modestos, de precios razonables. Algunos  enormes, con ilustraciones espléndidas, de esos que se colocan sobre grandes mesas de cristal de pisos caros, otros de bolsillo. Se mantiene El “boom” de los libros de autoayuda, que para mí tienen una connotación onanística.
En otro orden, me llama poderosamente la atención la cantidad de biografías, ensayos, compilaciones de artículos y otros materiales periodísticos, testimonios y opiniones sobre el  narcotraficante y asesino de más de 5.000 personas Pablo Escobar Gaviria, muerto el 2 de diciembre de 1993 cuando disparaba con dos pistolas desde un tejado contra las fuerzas del orden en un barrio de Medellín (Colombia). Todo esto coincidente con culebrones televisivos y documentales cinematográficos. ¿Un “revival” trasnochado? ¿Una…”operación”? ¿A favor de quién? ¿O contra quién?
Compro varios libros, entre los cuales “El hada carabina”, de Daniel Pennac, “El día de mañana nunca llegará”, de Mika Waltary, “El martillo azul”, de Ross MacDonald y los dos primeros tomos de “Secretos de la historia”, de Stéphane Bern.
Como siempre que salgo a comprar libros -¡lo cual no es muy frecuente, ay, pues los libros están cada día más caros!- llevo una maleta cabinera que voy haciendo rodar por las calles con los libros dentro, por lo cual me toman por turista.
Conmigo no hay término medio. Me reconocen, me saludan afectuosamente y me piden un autógrafo, o me toman por turista.
Ahora tengo que ir a la Feria del Libro. Este año no voy a hablar en ella. Hasta junio no dictaré ninguna conferencia. Todavía no tengo el tema.

© José Luis Alvarez Fermosel

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miércoles, 23 de abril de 2014

Los prometidos



Los retratistas de la primera mitad del siglo XIX exploraron amablemente el mundo de los afectos domésticos.
A Giuseppe Tominz (1790-1866), un clásico esloveno-italiano de la pintura figurativa provinciana del imperio habsburgués, se debe “Los prometidos” (1830), el cuadro cuya imagen ilustra estas líneas.
Se trata de una obra característica del estilo Biedermeier, que toma su nombre de un personaje de los diarios satíricos de la época: un tradicional y sumiso profesor escolástico de Suabia, típico representante de la burguesía alemana.
La época del Biedermeier vio nacer en Alemania, Dinamarca y Austria una rica e importante escuela de pintura, formada por artistas que caían bajo el común denominador de haber hecho un viaje a Roma y admirar al patriarca Thordvaldsen, conocido después de aparecer en el cuadro “Artistas daneses en una fonda” (1836), de David Conrad Blunck.
La pareja tan detalladamente plasmada en el lienzo por Tominz exhibe la pesada elegancia germana de la época. Se incluyen espejo, cortina, alfombra, mesa vestida con flores en un búcaro con pie dorado y una pequeña talla en forma de caballo alado en el suelo.
Si se examinan con atención las manifestaciones artísticas del Biedermeier, sobre todo la pintura, los muebles y la decoración se advierte que el código formal es parecido al neoclásico.
El Biedermeier  refleja las virtudes privadas y los placeres honestos.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 14 de abril de 2014

Más de lo mismo



Muy pronto pronto hablaremos como Tarzán. Naturalmente, amparados y aun publicitados por la Real Academia Española (RAE).
La RAE me recuerda a aquel cura que intervenía, en un pueblo de mi España natal en una partida de cartas durante la cual los jugadores soltaban, una tras otra, palabrotas de muy grueso calibre.
Un mirón le dijo en un momento dado al presbítero:
- ¡Hay que ver, padre, que dominio tiene usted de sí mismo: no se le escapa un taco ni de coña!
- No, hijo –respondió el cura- yo no digo malas palabras, pero en estas circunstancias –iba perdiendo- escucho a los que las dicen con complacencia.
El fútbol nos proporciona expresiones con mucha enjundia que le producen a uno, más que complacencia, risa descarada y franca. He aquí algunas:

El público, puesto en pie, aplaudió hasta enronquecer.
Ha sido fichado por el Real Torrejón el popular Crescencio Cuesta, que procede del Celtic y que juega simultáneamente de defensa central y de medio volante derecho.
Los entrenamientos serán los primeros jueves de cada semana.
El partido finalizó con empate a cero. Al descanso se llegó con el mismo resultado.
Pero hay más expresiones… bizarras, por utilizar un suave eufemismo, procedentes de otros estamentos de la sociedad –y particularmente de la intelligentsia local-. Veamos:

Durante el transcurso (En el transcurso)
Accesar (Acceder).
Cancelar una deuda (Pagar una deuda)
A la mayor brevedad (Con la mayor brevedad)
Si podría (Si pudiera)
Enforzar (Hacer cumplir)
Hubieron (Hubo)
Si habría (Si hubiera)
Conectividad (Conexión)
Concretizar (Concretar).
Disgresión (Digresión)
Escencia (Esencia)
Predominancia (Predominio)
Atrás mío ( Detrás de mí)
Culpabilizar (Culpar)

Ahora sí, a reirse tocan:

El entierro se celebró en la intimidad de la finada.
Intenso tráfico en el puente internacional al coincidir el final de julio y el comienzo de agosto.
Paseando entre el ganado, saludamos al señor intendente.
El baile fue amenizado por un numeroso cuarteto.
Los leñadores procedieron a cortar un árbol centenario de más de 1000 años.

Hay más, hay más, ya las iremos dando. Sin complacencia, valga la salvedad.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 13 de abril de 2014

Ovillejo



Una muestra más del talento del genial Quevedo. Yo solía recitar este ovillejo en la radio.

Don José de Pimentel,
(aquí entra él),
unos versos me pidió,
(aquí entro yo),
para Bernarda la bella,
(aquí entra ella),
y está tan fatal mi estrella,
en esto de discurrir,
que no encuentro qué decir,
ni de él, ni de mí, ni de ella.

Por la transcripción: © J.L.A.F.

jueves, 10 de abril de 2014

Están cerrando todos los cines de España



¡Qué buena película aquélla: “Están matando a todos los ‘chefs’ de Europa!”
En España están cerrando todos los cines. He visto en Televisión Española a gente congregada ante el edificio del Palacio de la Música, en la Gran Vía, protestando por el sistemático cierre de salas.
De las 500 que había en Madrid en los años 70 sólo quedan 30.
Se dice que esta sarracina se debe a la crisis económico social de España, a la subida del IVA y los cambios sociales y de costumbres.
Entre las costumbres estaba la de ir al cine. Ahora se ve cine por cable, o se alquilan películas en un video club y se pasan por la pantalla de esos enormes televisores que se cuelgan en la pared como cuadros. Están, además, los video juegos y las redes sociales para entretenernos. Y el teléfono móvil.

Los cines de la Gran Vía

Me entero por la prensa española de que sólo en la Gran Vía desaparecieron los cines Azul, Avenida, Rex, Imperial, Coliseum, Pompeya…
Frecuenté todos y cada uno de ellos durante muchos años con mi familia, la novia de turno, mis amigos. Eran preciosos, con lujosas arañas con caireles, butacas comodísimas y amplios vestíbulos decorados con muy buen gusto en los que se lucían señoras y caballeros elegantes, que esperaban fumando y chismorreando que comenzará la sesión.
En el Palacio de la Música se proyectó –varios años después de estrenarse en los Estados Unidos- “Lo que el viento se llevó”.
Las señoras hablaban y no paraban de Clark Gable. Los caballeros, naturalmente, admiraron a Vivian Leigh. Los chicos nos quedamos sin ver la película hasta unos años después porque no era apta para menores, según la censura de la época.

Bajo dos banderas

También se cerró el cine Tívoli de la calle Alcalá, donde yo vi mi primera película, de niño, con mi madre y mi tía Mary: “Bajo dos banderas”, con Ronald Colman y Claudette Colbert. Igualmente cerró sus puertas el Real Cinema de la plaza Isabel II, a dos paso del Palacio de Oriente.
Antes habían caído el Colón y el Príncipe Alfonso de la calle Génova, donde está la sede del Partido Popular español (en el gobierno).
En el Príncipe Alfonso vi “Romanza de amor”, con Grace Moore, que interpretaba, en una de las escenas, bordándolo, el hermoso canto indio de amor “Siboney”, que es desde entonces una de mis canciones favoritas.
El cine Bilbao estaba en la calle Fuencarral, a dos pasos de mi colegio, al que también íbamos los sábados, mañana y tarde. Pero los Maristas nos daban libre la tarde del jueves
¡Si habremos ido esas tardes, y otras muchas al cine Bilbao!
En el corazón del castizo y simpático barrio de Chamberí, en la calle Luchana, estaba el cine del mismo nombre, que también frecuentamos. Ya, de muchachos universitarios, nos íbamos a la salida del cine a tomar una copa en el bar Ranea, que estaba muy cerca.
La “razzia” alcanzó a cines de barrio como el Lido, el Europa y el Cristal. Los tres en la calle Bravo Murillo.
Daban dos películas, el noticiario NODO y un corto en color de dibujos –de animación, se dice ahora- de Walt Disney.

Los cines de barrio

Aquellos cines de barrio…, con su olor a desinfectante Zotal y a brillantina, los vendedores de chocolatinas, bocadillos de jamón y helados; las palomitas, como llamábamos al “popcorn” –copos de maíz- norteamericano, parejas de novios en la última fila: “la fila de los mancos”…
El bar, llamado pretenciosamente ambigú, estaba en el entresuelo. Había en él herniados divanes de un pálido color granate y espejos nublados, en los que dejaron su huella varias generaciones de moscas.
El cine tenía su encanto, su magia –de la que se habla hoy tanto: la magia de la radio, la magia de la Internet, la magia del “WhatsApp”…-.
El cinematógrafo, o el cinema, como decían algunos afectadamente, fue una válvula de escape en tiempos difíciles, un breve pero encantador viaje a otros mundos: mundos con melodía.
¿Qué mundo nos espera? Por lo pronto, un mundo sin salas de cine, al menos en Madrid. Un mundo con más tecnología. ¿Un mundo feliz?

(1) Juego de palabras basado en la novela distópica “Un mundo feliz”, del escritor británico Aldous Huxley.

© José Luis Alvarez Fermosel

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domingo, 6 de abril de 2014

Topkapi



“Topkapi” es un clásico de aventuras de los años 60, basado en la novela “La luz del día” del  escritor inglés Eric Ambler, eximio cultor del relato de género policíaco y de espionaje.
La película, dirigida por Jules Dassin, trata de las vicisitudes de un trío de ladrones internacionales que planean robar una daga de mango incrustado de valiosas piedras preciosas del museo Topkapi de Estambul.
Peter Ustinov ganó un Oscar como mejor actor secundario y Jules Dassin se anotó un gran éxito con la película en general y con la actuación de su mujer, Melina Mercouri en particular.
El suspenso de las secuelas finales de la película, rodada en Turquía, recuerda el que Dassin imprimió a su inolvidable “Rififi”.
Capítulo aparte merece Sir Peter Alexander Ustinov, que ya había ganado la preciada estatuilla, también como actor secundario, en “Espartaco”.
Von Ustinov –tenía el título de barón-, que procedía de una aristocrática familia de origen ruso, alemán y francés fue condecorado por el Reino Unido con la Orden del Imperio Británico con el grado de comendador. Había recibido otras distinciones y ganado otros premios.
Además de actor fue escritor, dramaturgo, diplomático, embajador de buena voluntad ante la UNICEF, director de teatro de ópera y diseñador escénico.
“El amor de los cuatro coroneles” y “Romanoff y Julieta” son quizás sus obras más conocidas de las 18 que escribió. También fue autor de 18 –curiosa coincidencia numérica- libros de varios géneros, con predominio de la “short story”. 

Ficha técnica:
Año: 1964
Dirección: Jules Dassin
Producción: Jules Dassin
Guión: Monja Danischewsky
Basada en la novela: “The light of day” de Eric Ambler
Música: Manos Hatzidakis
Fotografía: Henri Alekan
Montaje: Roger Dwyre
Protagonistas: Melina Mercouri, Peter Ustinov, Maximilian Schell, Robert Morley, Jess Hahn, Gilles Segal, Akim Tamiroff
Duración: 120 minutos

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 1 de abril de 2014

Abril en otoño


Abril es el mes más cruel, dijo el poeta T. S. Eliot, norteamericano por nacimiento e inglés por adopción, en su poema “La tierra baldía”.
En “Marina”, otro de sus poemas, cita sin más a junio y setiembre.
No tengo yo a Thomas Stearns Eliot (1888/1965) en mi santoral. Pero que no se rasgue el intelectual de guardia en el día de hoy las vestiduras, que están muy caras.
Me gustan de Eliot su “Four Quarters” y su “The Dry Salvages”. Sobre este último poema el escritor español Manuel Vázquez Montalbán pone en boca de uno de los personajes de su novela “Galíndez” que Eliot le mete a uno el mar dentro, sin necesidad de describirlo.
 “The Waste Land” es a mi juicio una larga y oscura composición que oscila entre la sátira y la profecía y refleja la desilusión de la generación de la posguerra, la primera (1914/1918).
Su complejidad estructural es una de las razones por las cuales “The Waste Land”, escrita en 1922, si la memoria no me es infiel, se convirtió en la piedra de toque de la literatura moderna: un poético contrapunto del endiosado “Ulises” de Jame Joyce, escrito el mismo año.
Por ahí, por Joyce, por Ezra Pound andaba Eliot. Para mí Pound es superior, pero esa es otra historia.
No se sabe cuál es exactamente el origen de la palabra abril, que da nombre al cuarto mes del año. Hay varias versiones al respecto, pero yo me quedo con la que dice que abril viene del griego “aphros” (espuma) a través de la forma “aphrilis”, nombre parecido a “Aphrodita”, el nombre heleno de la diosa mitológica que los romanos llamaban Venus.
En el norte, de donde yo vengo, en abril se afirma la primavera que empezó el 21 de marzo y florecerá, lujuriante, en mayo. En el sur el otoño está en su apogeo durante el mes de abril y muestra toda su belleza multicolor y serena.
Abril suele ser un mes lluvioso. Se dice: “En abril, aguas mil”.
La piedra preciosa de abril es el diamante y su flor la margarita. Su música, naturalmente, es  “Otoño” de “Las cuatro estaciones” de Vivaldi y “Abril en Portugal”.
Este mes calmo, color vino de Oporto, es ideal para comenzar un idilio o un libro de versos, en ninguno de los cuales se diga que abríl es el mes más cruel.

© José Luis Alvarez Fermosel

Vídeo: