jueves, 10 de abril de 2014

Están cerrando todos los cines de España



¡Qué buena película aquélla: “Están matando a todos los ‘chefs’ de Europa!”
En España están cerrando todos los cines. He visto en Televisión Española a gente congregada ante el edificio del Palacio de la Música, en la Gran Vía, protestando por el sistemático cierre de salas.
De las 500 que había en Madrid en los años 70 sólo quedan 30.
Se dice que esta sarracina se debe a la crisis económico social de España, a la subida del IVA y los cambios sociales y de costumbres.
Entre las costumbres estaba la de ir al cine. Ahora se ve cine por cable, o se alquilan películas en un video club y se pasan por la pantalla de esos enormes televisores que se cuelgan en la pared como cuadros. Están, además, los video juegos y las redes sociales para entretenernos. Y el teléfono móvil.

Los cines de la Gran Vía

Me entero por la prensa española de que sólo en la Gran Vía desaparecieron los cines Azul, Avenida, Rex, Imperial, Coliseum, Pompeya…
Frecuenté todos y cada uno de ellos durante muchos años con mi familia, la novia de turno, mis amigos. Eran preciosos, con lujosas arañas con caireles, butacas comodísimas y amplios vestíbulos decorados con muy buen gusto en los que se lucían señoras y caballeros elegantes, que esperaban fumando y chismorreando que comenzará la sesión.
En el Palacio de la Música se proyectó –varios años después de estrenarse en los Estados Unidos- “Lo que el viento se llevó”.
Las señoras hablaban y no paraban de Clark Gable. Los caballeros, naturalmente, admiraron a Vivian Leigh. Los chicos nos quedamos sin ver la película hasta unos años después porque no era apta para menores, según la censura de la época.

Bajo dos banderas

También se cerró el cine Tívoli de la calle Alcalá, donde yo vi mi primera película, de niño, con mi madre y mi tía Mary: “Bajo dos banderas”, con Ronald Colman y Claudette Colbert. Igualmente cerró sus puertas el Real Cinema de la plaza Isabel II, a dos paso del Palacio de Oriente.
Antes habían caído el Colón y el Príncipe Alfonso de la calle Génova, donde está la sede del Partido Popular español (en el gobierno).
En el Príncipe Alfonso vi “Romanza de amor”, con Grace Moore, que interpretaba, en una de las escenas, bordándolo, el hermoso canto indio de amor “Siboney”, que es desde entonces una de mis canciones favoritas.
El cine Bilbao estaba en la calle Fuencarral, a dos pasos de mi colegio, al que también íbamos los sábados, mañana y tarde. Pero los Maristas nos daban libre la tarde del jueves
¡Si habremos ido esas tardes, y otras muchas al cine Bilbao!
En el corazón del castizo y simpático barrio de Chamberí, en la calle Luchana, estaba el cine del mismo nombre, que también frecuentamos. Ya, de muchachos universitarios, nos íbamos a la salida del cine a tomar una copa en el bar Ranea, que estaba muy cerca.
La “razzia” alcanzó a cines de barrio como el Lido, el Europa y el Cristal. Los tres en la calle Bravo Murillo.
Daban dos películas, el noticiario NODO y un corto en color de dibujos –de animación, se dice ahora- de Walt Disney.

Los cines de barrio

Aquellos cines de barrio…, con su olor a desinfectante Zotal y a brillantina, los vendedores de chocolatinas, bocadillos de jamón y helados; las palomitas, como llamábamos al “popcorn” –copos de maíz- norteamericano, parejas de novios en la última fila: “la fila de los mancos”…
El bar, llamado pretenciosamente ambigú, estaba en el entresuelo. Había en él herniados divanes de un pálido color granate y espejos nublados, en los que dejaron su huella varias generaciones de moscas.
El cine tenía su encanto, su magia –de la que se habla hoy tanto: la magia de la radio, la magia de la Internet, la magia del “WhatsApp”…-.
El cinematógrafo, o el cinema, como decían algunos afectadamente, fue una válvula de escape en tiempos difíciles, un breve pero encantador viaje a otros mundos: mundos con melodía.
¿Qué mundo nos espera? Por lo pronto, un mundo sin salas de cine, al menos en Madrid. Un mundo con más tecnología. ¿Un mundo feliz?

(1) Juego de palabras basado en la novela distópica “Un mundo feliz”, del escritor británico Aldous Huxley.

© José Luis Alvarez Fermosel

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