lunes, 28 de abril de 2014

De libros, librerías y lecturas



Celebré el Día del Libro por todo lo alto, de sol a sol.
El 23 de abríl de 1964 se convirtió en el Día del Libro en todos los países de lengua española y portuguesa, gracias a la iniciativa del Primer Congreso Latinoamericano de Asociaciones y Cámaras del Libro. Desde 1996 es también el Día Internacional del Libro y de los Derechos de Autor.
Por la mañana, bien tempranito, me trajeron el tomo número cinco del Gran Atlas Salvat, dedicado a Asia física, política, occidental, Próximo y Medio Oriente, India e Indochina.
Apenas había terminado de hojearlo, cuando sonó otra vez el timbre del portero eléctrico. Esta vez era el correo. Me traían devuelta una carta que le había mandado a mi primo Paco a Madrid.
Sólo se me puede ocurrir a mí hoy en día escribir una carta en papel timbrado, con pluma estilográfica y despacharla por correo a otro continente.
Mi primo Paco -ya que lo he mencionado-, fue durante muchos años, hasta la reciente disolución de la firma, consejero delegado de H. F. Martínez Murguía, una empresa española editora, importadora y exportadora de libros fundada en 1925. Presidió el gremio de libreros de Madrid y fue miembro del Comité Ejecutivo de la Cámara del Libro de Madrid y del prestigioso club de libreros Don Quijote.
Cuando recibí la carta a mi primo devuelta estaba terminando de leer “Malaparte, vidas y leyendas”, una biografía muy buena de Curzio Malaparte, escrita por Maurizio Serra y tenía ya preparado un pequeño atril con un libro en mi alcoba para leer un rato antes de dormirme, como acostumbro, “The doorbell rang”, de Rex Stout, de la saga de Nero Wolfe.

Librerías

Sin pretender emular al escritor español Jorge Carrión –viajero del mundo y  visitante de sus librerías con verdadera tozudez lírica y vocacional-, me eché a las calles (céntricas) de la ciudad a recorrer unas cuantas de las más conocidas librerías porteñas (Fausto, El Ateneo, Cúspide, Clásica y Moderna y algunas de las de venta de libros usados de la Avenida de Mayo).
La mañana con sol tenía esa luz de color membrillo característica del otoño. Daba gusto pasear.
Las librerías de Buenos Aires tienen cada vez más libros. Unos lujosamente editados, carísimos; otros más modestos, de precios razonables. Algunos  enormes, con ilustraciones espléndidas, de esos que se colocan sobre grandes mesas de cristal de pisos caros, otros de bolsillo. Se mantiene El “boom” de los libros de autoayuda, que para mí tienen una connotación onanística.
En otro orden, me llama poderosamente la atención la cantidad de biografías, ensayos, compilaciones de artículos y otros materiales periodísticos, testimonios y opiniones sobre el  narcotraficante y asesino de más de 5.000 personas Pablo Escobar Gaviria, muerto el 2 de diciembre de 1993 cuando disparaba con dos pistolas desde un tejado contra las fuerzas del orden en un barrio de Medellín (Colombia). Todo esto coincidente con culebrones televisivos y documentales cinematográficos. ¿Un “revival” trasnochado? ¿Una…”operación”? ¿A favor de quién? ¿O contra quién?
Compro varios libros, entre los cuales “El hada carabina”, de Daniel Pennac, “El día de mañana nunca llegará”, de Mika Waltary, “El martillo azul”, de Ross MacDonald y los dos primeros tomos de “Secretos de la historia”, de Stéphane Bern.
Como siempre que salgo a comprar libros -¡lo cual no es muy frecuente, ay, pues los libros están cada día más caros!- llevo una maleta cabinera que voy haciendo rodar por las calles con los libros dentro, por lo cual me toman por turista.
Conmigo no hay término medio. Me reconocen, me saludan afectuosamente y me piden un autógrafo, o me toman por turista.
Ahora tengo que ir a la Feria del Libro. Este año no voy a hablar en ella. Hasta junio no dictaré ninguna conferencia. Todavía no tengo el tema.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

No hay comentarios: