domingo, 30 de diciembre de 2007

No es cuestión de dinero

Cuando uno deviene nuevo rico piensa, en muchos casos, al menos, que hay que pregonar ese nuevo estado de uno a los cuatro vientos y a son de trompeta -¡cómo si no se notara!-. (Un viejo proverbio árabe reza: “Hay cuatro cosas que no se pueden ocultar: el amor, el humo, el dinero y un hombre cabalgando sobre un camello”.)
En las nuevas circunstancias financieras, porque no se conozcan de antes y ahora ya no importe que se note, o porque uno piense que no hay que preocuparse más de nada que no sea útil y productivo, suelen violarse reglas elementales de buena educación y buen gusto, e incurrirse en ordinarieces y cursilerías –sí, una y otra pueden ir juntas-.
También se piensa, o algunos piensan que con mucho dinero puede uno sentar patente de corso y navegar a toda vela y con buen rumbo por los procelosos mares, sembrados de escollos, de la buena sociedad, o del gran mundo, como prefieran, que algunos esnobs denominan “jet set” o “high life”, naturalmente en inglés, para que todo el mundo advierta que son cultos y políglotas.
Hay que tener en cuenta algunos detalles para no hacer el ridículo, o caer mal en círculos frecuentados por personas verdaderamente distinguidas, que unas veces tienen dinero y otras no, y da lo mismo, porque la clase –como el cariño verdadero, según la vieja copla gitana- no se compra ni se vende.
Por ejemplo, si uno viaja a un lugar donde tiene amigos, no anunciarse a bombo y platillos, como los reyes que antes de visitar un país extranjero mandaban por delante emisarios, ministros plenipotenciarios y chambelanes.
No enviar correos electrónicos que digan cosas tales como: “Llegaré tal día, a tal hora y, a pesar de que tengo la agenda cubierta, quisiera verte tal día, a tal hora. Busca un buen lugar y no te preocupes si es caro. Pagaré yo”.
Al destinatario de esa noticia se le pondrán los pelos de punta, al verse obligado a cambiar su rutina, buscar un restaurante caro donde comer o cenar con el visitante… ¡y rascarse el bolsillo!, porque él juega de local, o sea, que es el anfitrión y, naturalmente, él es quien tiene que invitar.
Lo correcto es viajar sin más, avisando sólo a los familiares más directos, y si uno tiene un rato libre y quiere de veras encontrarse con un viejo amigo, quedar con él en un lugar agradable y sencillo y tomar un café. Si el amigo propone una nueva reunión, pues tal vez se concrete, dentro de las posibilidades de tiempo del viajero.
Si uno no quiere pasar por advenedizo, no debe presumir de lo que tiene, o de lo que lleva puesto. Si luce un reloj ostentoso –que suele ser el caso, tratándose de nuevos ricos- y alguien, por quedar bien, se lo elogia, no hay que contestar en el acto, haciendo bailar el reloj en torno a la muñeca con la cadena, que es demasiado larga: “¡Es un Rolex!”, y a continuación decir la millonada que ha costado.
Primero, no hay que llevar nunca relojes ostentosos, los hay muy sencillos y muy buenos, ya que la sencillez no está reñida con la eficacia. Segundo, si alguien nos dice que le gusta nuestro reloj, o cualquier otra cosa que tengamos, decir que uno se alegra, o dar las gracias y cambiar rápidamente de conversación.
Desde luego que si hay que firmar algo delante de varias personas, y uno tiene que sacar a relucir un bolígrafo, o una pluma estilográfica, jamás deberá decir: "¡Es de oro!", aunque lo sea.
No deben dejarse en los contestadores de los celulares mensajes como éste: “¡Soy yo, llámame!” Se puede ser, sin gran esfuerzo, menos seco, menos imperioso y más explícito.
Hablando de celulares, no llevarlos a los restaurantes y a las fiestas, y si se llevan, no usarlos.
Hablando de fiestas, aunque parezca mentira todavía se llevan a ellas los trajes oscuros, las camisas blancas, las corbatas discretas y los zapatos negros, relucientes –las señoras siempre se las arreglan para estar bien-.
Ahora se ha puesto muy de moda ir de traje y camisa, pero sin corbata. Está bien, es “cool”, es la moda. Vestirse como uno quiere es ejercer uno de los indiscutibles derechos del hombre. Así que si uno es conservador y se ajusta a las normas de toda su vida, no tiene que ser objeto de críticas ni de bromas de mal gusto alusivas a su edad. Se tiene la edad que se ejerce.
En las fiestas se toman copas. ¡Cuidado con ellas! Hay que saber beber inteligentemente: pocas copas, muy espaciadas y bocaditos de lo que sea entre copa y copa. Ah, si uno no está con una en la mano, no sacarle la suya a su mujer o al conocido más cercano y beberse un trago, no sin antes decir con lo que uno cree que es gran cancha: “¿Me das un chupito?”
Hay que comportarse con sencillez, discreción y buenos modales; en las fiestas y en la vida: hablar poco, escuchar mucho, observar. Y no querer estar seguro de muchas cosas de las que se duda.


© José Luis Alvarez Fermosel
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“Buñuel: duro por fuera y tierno por dentro”

viernes, 28 de diciembre de 2007

Cátedra bastarda del lenguaje

Acabo de oir en la televisión, una tras otra, las siguientes barbaridades: bizarrez, revivalista, vivencializar, sostenibilidad, aperturar y el inevitable como que. Nada es como es. Todo es como que…: parece como que va a llover, en vez de parece que va a llover.
El escritor y connotado lingüista español Pancracio Celdrán dijo a Vicente Torres en la web Periodista Digital (
http://www.periodistadigital.com/periodismo/object.php?o=810542)
que “los medios de comunicación hablados son una cátedra bastarda del lenguaje”.
En una extensa entrevista, de la que tomamos varios párrafos, Celdrán sostiene que
“el oyente, poco avisado generalmente, toma por bueno el discurso radiofónico y televisivo sin darse cuenta de que el prestigio del medio no tiene por qué traducirse en prestigio de quien lo usa. Los servidores de noticias y programas de entretenimiento de todo tipo son gente, por lo general, mal formada, sin fondo cultural adecuado, sin conocimiento del instrumento que manejan: la lengua. Es más: en la mente de esas criaturas parlantes se ha instalado la especie de que es mejor quedar por mal hablado que por fino y redicho, con lo que no se esfuerzan en la pronunciación ni en el uso del léxico”.
Uno se toma la libertad de opinar que mucha gente (supuestamente) fina y redicha retuerce el idioma para parecer más fina y redicha, e introduce en él cascotes como los siguientes: cónyugue por cónyuge, profesionalista por profesional, aspectado por presentado o por presentar tal o cual aspecto, antecedencia por antecedente, individuación por individualidad, tipicidad por tipismo, repitencia por repetición, prepotencialidad por prepotencia, preveer por prever y un largo, interminable etcétera, por no hablar de la insistencia en utilizar innecesariamente palabras en inglés, mal dichas también en algunas ocasiones.
Con respecto a los verbos y el uso correcto de sus tiempos, Pancracio Celdrán afirma que hay que hacer honor a la regla de oro de las gramáticas clásicas: “La ‘consecutio temporum´’, es decir, que los tiempos concernidos en el discurso se correspondan dentro de la escala natural del acontecer verbal, y mediante tal disposición no será correcto decir decir 'mañana te veo', como también rechinaría 'mañana te vi'. ¿Qué es eso de 'luego hablamos'? La ‘consecutio temporum’ exige que digamos 'luego hablaremos'”.
-- ¿Qué opina de los verbos influenciar, aperturar, excepcionar, etc.?- pregunta Torres.
-- Son inventos de gente poco familiarizada con la propia lengua- responde Celdrán.
Dice influenciar quien no se da cuenta de que existe influir; dice aperturar quien vive de espaldas a la existencia del verbo abrir. Es cierto que puede darse alguna circunstancia que requiera la creación de un verbo nuevo: los neologismos son cosa corriente en la vida de las lenguas, pero hay que tomarlos con cuentagotas. Lo primero y principal: buscar en nuestro diccionario el término correcto para la necesidad lingüística de emergencia..
-- La parla perifrástica también está muy extendida. Hay gente que no hace cosas, sino que procede a hacerlas. ¿Por qué creen que son más finos hablando así?
-- Es muy cierto lo que usted dice; la perífrasis verbal es una desgracia porque resta agilidad al discurso, lo prolonga innecesariamente. El circunloquio, el rodeo verbal de aquello que pudo expresarse con menos palabras es desgracia que nos invade. Como tiene la cosa visos de conducta culta, los tontos se aferran a ello y no sueltan prenda..
Con respecto a los procedimientos que se siguen para la elección de los académicos de la RAE (Real Academia Española), el lingüista reconoce que no está muy al día de cómo se hace, pero opina que,
“sea cual fuere el sistema los resultados no han sido buenos. Hay filólogos importantes, como García Yebra, Rodríguez Adrados, Manuel Seco, por nombrar a un latinista, a un helenista importantísimo a nivel mundial, y a un gramático de gran solvencia; un filósofo extraordinario, como Emilio Lledó. Pero luego hay un lastre, un peso muerto de gente sobrevenida, incapaz de aportar nada a esa casa tan necesitada de lexicógrafos, lingüistas, paleógrafos, dialectólogos. En fin, ¿qué le voy a decir a usted? Repase la lista de los que están y verán que nunca como hoy puede decirse aquello de que 'ni están todos los que son, ni son todos los que están'.


© José Luis Alvarez Fermosel
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jueves, 27 de diciembre de 2007

Bodegón

Una imagen adecuada a las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Un bodegón del pintor español Luis Eugenio Meléndez (1716/1780), titulado “Naturaleza muerta con caja de dulces, rosca de pan y otros objetos”
El cuadro (1770) está en el Museo del Prado de Madrid, así como el grueso de su producción.
Fuera de España, las únicas obras suyas que se encuentran en museos extranjeros son un bodegón en la londinense National Gallery y un curioso autorretrato colgado en la reducida sala de pintura española del Museo Nacional del Louvre, París.
Pintor internacional si los hubo –nació en Nápoles, pintó en Madrid, sus modelos fueron franceses-, su impresionante lucidez y la perfecta reproducción de la realidad hacen fascinantes, y un poco inquietantes, también, sus magníficos cuadros de estilo barroco español.
Meléndez fue, quizás, el mejor pintor español del siglo XVIII antes de la aparición de Goya.


© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 24 de diciembre de 2007

¡Feliz Navidad!

Caminaba yo el otro día por la calle Florida, hacia la plaza San Martín. La cantidad de gente que circulaba por esa calle peatonal, tan típica, era enorme.
Yo iba sumido en mis pensamientos. En un momento dado me pareció escuchar un coro de niños que cantaba una canción navideña. De pronto, me encontré con algo en la mano: una estampita, la misma que ilustra estas líneas. Alguien, quizás uno de los niños del coro me la había dado y yo la tomé sin darme cuenta.
Una estampa de Cáritas, una organización que respeto y admiro. Al dorso, la estampita dice lo siguiente:

“Vengan, benditos de mi Padre y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; estaba de paso y me alojaron; desnudo y me vistieron; preso y me vinieron a ver… Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo.” Evangelio de San Mateo 25, 34-40.


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 23 de diciembre de 2007

Ripios y latiguillos

El lenguaje que hablamos en estas playas –y las españolas- está plagado de ripios y latiguillos que opacan y empobrecen un idioma antaño tan rico y tan limpio como el castellano.
Así, nuestra conversación se torna vulgar, monótona, grasienta por el barniz barato del esnob que se cree canchero.
Lo malo es que esos latiguillos –muchos de ellos proceden del habla tarznesca de los jóvenes posmodernos- se escuchan a todas horas en la radio y, sobre todo, en la televisión, y se leen en los diarios y en las revistas, y ya han sentado patente de corso, se han enraizado tanto en nuestro idioma que es muy difícil, por no decir imposible extirparlos.
El problema –porque es un problema que afecta, peor, que infecta nuestra lengua- se plantea, fundamentalmente, porque cada día tenemos menos vocabulario, manejamos menor número de palabras y, claro, necesitamos llenar con algo las pausas que tenemos que hacer cuando nos quedamos a punto de enmudecer, como quien se queda sin aire.
Y así surgen este, o esto, ¿entendés?, obvio, digamos, como que, a ver, lo más y un largo, interminable etcétera.
Veamos como quedaría un párrafo de la novela “La vorágine”, del escritor colombiano José Eustasio Rivera (1), incrustado de esos pedruscos:
“En tanto, este que departíamos por la estepa, un cefirillo repentino y creciente, ¿cómo es?, empezó a alborotar las crines de los caballos y, obvio, a retozar con nuestros sombreros. A poco, digamos, unas nubes endemoniadas se levantaron, esto, hacia el sol, devorando la luz, o sea, y un cañoneo subterráneo estremeció la tierra, ¿entendés?. Correa me advirtió como que se avecinaba el chubasco y, ¿cómo se llama?, abreviamos las planicies tipo que a galope tendido, ¿si o no? Cuestión, que buscábamos un abrigo de los montes lontanos y, bueno, nada, salimos a una llanada donde gemían las palmeras zarandeadas por el brisote con tan poderosa insolencia, obviamente, que las hacía, ¡qué copado!, desaparecer del espacio, agachándolas, ¡lo mas!, sobre el suelo, ¡qué jugado!, para que, ¡a ver!, barrieran el polvo de los pastizales crispados, pero de onda, nada bizarro.
Estaba mu bueno”.
No se rían, que la realidad supera siempre a la ficción.

(1) José Eustasio Rivera, nació en Nelva, una aldea colombiana a orillas del río Magdalena, en 1889. Se graduó de maestro a los 20 años y de abogado a los 28. “La vorágine”, obra maestra de la novelística criolla, fue reconocida como tal a poco de publicarse y obtuvo enseguida un éxito clamoroso (1924). Inmediatamente se tradujo al inglés. Poco después de haber firmado los primeros ejemplares de la obra traducida, el autor murió en 1928, truncándose así la carrera de un gran novelista. Antes sólo había publicado un libro de versos.


©José Luis Alvarez Fermosel


sábado, 22 de diciembre de 2007

El macho posmo universal


Está en todas partes

Muchos amables visitantes de este blog me dicen que no sólo en Argentina hay machos posmo, sino también en otros países. Es rigurosamente cierto. Ya en una de mis crónicas desde Madrid dije que en la Villa y Corte abundan como las margaritas en los campos, en primavera. No lo dije tan bucólicamente, por cierto.
La verdad es que el hombre joven, el muchacho, nuestro querido muchacho –ya casi cuarentón, algunos pasan de los cuarenta- del posmodernismo está en todos, o en casi todos los países del mundo.
En Madrid los he visto en manadas, caminando por las calles atrafagadas de la ciudad con sus mochilas, que ahora llevan pegadas al pecho. A propósito, ya hay mochilas inteligentes, con una placa térmica que se calienta si hace frío y se enfría si hace calor. Tienen luces dentro y fuera de ella para encontrarlo todo, que naturalmente está hecho un revoltijo, con cierta facilidad. Cuesta aproximadamente 500 euros, la mitad del sueldo de un mileurista.
La mayoría de los hombres lleva hoy en día su mochila a cuestas, incluso cincuentones largos. Esa especie de dermatoesqueleto ha sustituído al portafolios y a la carpeta para llevar bajo el brazo. La mochila pertenece hoy al campo de la moda, como las ojotas, y se vende a carradas.
En cuanto a los machos posmo los he visto en todas partes, ya digo: en los transportes públicos, como en el metro -mirando sin ver a las señora mayores y a las embarazadas que viajan de pie-, con la mandíbula floja y la boca semiabierta, como los tontos de los pueblos, hace años; vestidos con blusones oscuros y esos pantalones que llegan un poco más debajo de la media pierna, que creo que antes se llamaban pescadores; parados en las esquinas, metiéndose el dedo en la nariz; en los quicios de las puertas, con una expresión vagamente anhelante, como esperando a alguien –tal vez a Godot…-.
En el aeropuerto de Barajas de Madrid vi a uno con un gigantesco sombrero de paja colgado a la espalda -¡novedad, novedad!-. Otros van con la botella de agua en una mano y en la otra un chocolatín.
La botella de plástico de un litro y medio de agua mineral no falta nunca en la impedimenta de un macho posmo.
Otro día vi a otro que se había quedado dormido en un asiento de un autobús. Tenía la boca abierta y en una mano, un pedacito de pan.
Otros, a los que acompañan algunas chicas a ver si cualquiera de ellos se decide, pero no hay caso, circulan a cierta velocidad en una suerte de patines con manijas, accionados por un pequeño motor eléctrico, algo así como una moto jibarizada, descafeinada.
(La moto se asocia con Marlon Brando desde tiempo inmemorial, cuando filmó “Un tranvía llamado deseo” con Vivian Leigh, y es un símbolo machista, de hombre recio; esa imagen no puede estar más lejos del carácter y los costumbres del macho posmo.)
La última moda: al macho posmo, ¡que es bien machito, oiga usted!, le gusta ahora frecuentar el trato de gays, quiere que se le vea con ellos, estima sus modales delicados y, al mismo tiempo, los cojones que tuvieron para salir del armario y andar por libre por la vida, cuando nuestra sociedad era todavía homofóbica, y no proto gay, como ahora. Ellos, los machos posmo, habrían sido incapaces de tomar una determinación como esa. Son demasiado irresolutos.
Bien, el caso es que algunos gustan de ofrecer un aire equívoco; que la gente, y sobre todo las chicas, se despisten y alguna, por ejemplo, pregunte: “¿Pero Beto es gay, o qué?”.
Beto se ríe de través, hace ojitos y pone cara de yo no fui pero... "¿y si lo soy?". No es nada, es una postura, un guiño, una broma, es “cool”...
A los gays no les gustan los machos posmo. A muchos heterosexuales, sí, e incluso ya están imitando varios de sus modos y su modas; es que son tan “cool”…
Ciertos críticos del macho posmo –nosotros no lo somos, nos limitamos a presentarlo y perfilarlo- dicen que este espécimen no es carne ni pescado, ni chicha ni limonada. Pero a él no le importa, en realidad no le importan demasiadas cosas, aparte de sus chiches electrónicos y, desde luego y por encima de todo, su teléfono móvil.
La imagen de un macho posmo limpiando amorosamente con un pañuelo de papel la ventanita de su celular es ya un clásico.
Los españoles enviaron 13.640 millones de mensajes por celular en 2004. En España hay unos 40 millones de habitantes; el 17 por ciento es mayor de 65 años y nunca manda mensajes; el 12 por ciento tiene menos de 10 años y tampoco envía mensajes; los que están entre los 50 y los 60 rara vez lo hacen.
Es decir, que un 80 por ciento de los 13.640 millones de mensajes fueron enviados por los poco más de 4 millones de adolescentes españoles, la mayoría machos posmo.
Los datos en cuestión están contenidos en un libro delicioso, titulado “Un adolescente bajo mi techo”, escrito por mi inteligente, culta y simpática compatriota y colega Ely del Valle y editado por Ramson House Mondadori.
Los machos posmo, en efecto, están en todas partes. Y mandan muchos mensajes por teléfono celular.

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 20 de diciembre de 2007

El esplín del hotel

Nadie acaba de curarse del todo de su pasado”
(William Faulkner)

Estés donde estés, en la ciudad que sea, te sientas bien o mejor que bien, así el hotel sea de cinco estrellas, o un albergue de ribera con mucho carácter, o uno de esos hospedajes “bed and breakfast” tan simpáticos, estés con quien estés –con tu mujer, de luna de miel, con una amante exquisita…-, tengas el dinero a espuertas, sea tu presente magnífico y tu futuro promisorio, inevitablemente un día te sorprenderá el esplín del hotel.
Estarás, tal vez, tú solo en el bar, escuchando una música sincopada y trasegando el segundo cóctel Margarita, o el tercer whisky “blended”, esperando que ella, que se está arreglando arriba, en la “suite” –después de la escaramuza…-, y ha prometido que son sólo cinco minutos, pero ya lleva media hora larga…, estarás esperando que ella baje, o quizás seas tú el que estés en la habitación, tendido en la cama, mirando al techo, o en el baño, recortándote el bigote, o en el gran vestíbulo central, donde el pianista húngaro o el arpista chileno –nunca el paraguayo, como tendría que ser- arranca sones melancólicos a su instrumento, mientras la florista bosteza mirando su reloj, porque ya nadie compra flores y, además, es hora de irse.
Puedes estar terminando de cenar en el restaurante, en el último piso –langosta con mayonesa, chuletas de cordero asadas, un vino francés, tiramisú…-, o escogiendo una corbata en la tienda de regalos, o escribiendo en tu computadora portátil en la salita de trabajo, o mirando sin ver por una ventana, fumando un cigarrillo.
Estés donde estés, en el hotel que sea, con motivo y fundamento, o sin ninguno, en cualquier momento, por lo general cuando menos lo esperes, te acometerá sibilinamente el esplín del hotel, y en el mejor de los casos te quedarás neutro, sin pilas, ralentizado, extraño, como si te hubiera dado un aire.
--¿Y qué es eso, el esplín del hotel, en qué consiste, por qué viene?
--Pues nadie lo sabe, nadie sabe qué es el esplín del hotel, o en qué se diferencia de los otros, ni por qué le ataca a uno tan artera e inesperadamente.
--¿No será algo que tenga que ver con el tiempo?
--Es muy posible. Fíjese, Horacio dijo: “El tiempo saca a la luz todo lo que está oculto y encubre y esconde lo que ahora brilla con el más grande esplendor”.
El esplín del hotel es vagoroso como una nube en un cielo de primavera, impreciso como un pálpito, apenas un poco molesto, como una leve taquicardia.
No hay que confundir el esplín del hotel con esa desazón, con esa tristeza densa de los últimos días, cuando uno se dispone a cerrar cuentas, confirmar vuelos y terminar de hacer las maletas. Uno se despide –las despedidas son atroces-. A uno le hinca el pico en el corazón, que sangra lentamente, el torvo pájaro negro del adiós.
El esplín del hotel está hecho de retazos de nostalgia, de recuerdos agridulces –como todos los recuerdos-, de chocolate amargo, de esa neblina que de pronto surge ante tus ojos y te hace verlo todo gris, de espuma de ola, de vinagre de jerez y de zumo de guayaba, porque tiene un toque de trópico, un sabor entre acre y dulzón, pero más que nada sabe a copo de nieve, a polvo fresco y, en ciertas ocasiones, a flor de verbena.
Extraño, indefinido, indefinible, intemporal, imprevisible, inevitable, intransferible, indomeñable, entre grisáceo y color ginebra azulina, ligero y pesado, crepuscular, somnoliento y un poco cabroncete, el esplín del hotel no le hace bien a nadie, ni tampoco le hace mal porque no es ominoso, ni amargo, ni te da dolor de estómago, ni te baja la presión, ni te seca la boca.
No es nada, y no deja de ser algo, pero no hay que tenerle miedo, ni rechazarlo, ni luchar contra él –no da resultado-, es sencillamente el esplín del hotel, que viene de pronto y se va enseguida, pero te deja un poco a medios pelos, o con una cierta resaca, o te pone un poco “blue”.
No es nada, es el esplín del hotel.



© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 18 de diciembre de 2007

Crónicas de Madrid (XII)

La movida cultural de Madrid

Como dice Rosa Montero, no es cierto que hoy se lea menos que antes. “La lectura siempre fue una actividad minoritaria, y hoy esa minoría, los datos lo demuestran, es mayor que nunca en todo el mundo”, afirma la periodista y escritora española que, entre paréntesis, pasó recientemente por Buenos Aires.
Bien, ¿y qué se lee en España, en estos momentos?. Pues, entre otros libros, “Las mujeres que escriben también son peligrosas”, del escritor alemán Stefan Bollmann, un libro editado por Nueva en Madrid, en 2007, de 145 páginas y un precio de 29,50 euros. Bollmann (1958) escribió antes “Las mujeres que leen son peligrosas”.
El autor hace en su última obra una semblanza de las mujeres que osaron escribir cuando esa tarea estaba reservada a los hombres y se consideraba un síntoma de arrogancia que lo hicieran, desde Christine de Pizan a Germaine de Stäel.
Recordando a Madame de Stäel, precisamente, un libro suyo campea en las vidrieras de las librerías de Madrid: “De la influencia de las pasiones. Reflexiones sobre el suicidio”, de Germaine de Stäel (1776-1817). Un libro editado por Lumen, Barcelona, 2007, 348 páginas, 19 euros, en el que esta francesa comopolita e intelectual, mujer inteligente, liberal y liberada, expone la idea capital de que la felicidad absoluta es casi inalcanzable, aunque si sabe evitarse lo que nos daña y se procura lo que nos beneficia podrá gozarse de un estado puro que se le parece. (Hombre, como idea, no está mal…)
Otro libro que se ha colocado en buen lugar en la lista de los más vendidos es “La idiotez de lo perfecto”, de Jesús Silva-Herzog, editado por el Fondo de Cultura Económica, México, 2006, 187 páginas, 11,50 euros. (“La historia de la estupidez humana”, de Paul Tabori, no figura en ninguna lista.)
“La idiotez de lo perfecto” es un libro estimulante y oportuno, por cuanto reivindica la necesidad de reflexionar sobre una manera de entender el poder, que oscila hoy en día entre su condición de método y la de doctrina, e incluso la de coartada (No se dice en el libro que la erótica del poder es una droga dura).
Uno ha disfrutado mucho con un libro de la editorial Taschen sobre el fotógrafo francés Robert Doisneau (1912/1994), escrito por Jean-Claude Gautrand e ilustrado con infinidad de fotos del inolvidable autor de “El beso del Hotel de Ville”. El libro tiene 190 páginas, me costó 10 euros y yo creo que es infaltable en la biblioteca de un aficionado a la fotografía.
“Prisión perpetua”, del argentino Ricardo Piglia (1940), (Anagrama, Barcelona, 2007, 160 páginas, 11,71 euros) se está vendiendo como pan caliente. No se trata de un libro nuevo, pues se publicó inicialmente en Buenos Aires en 1988.
Piglia ha sido calificado por la crítica española de “uno de los más sugestivos y lúcidos narradores latinoamericanos”. Su libro es casi un compendio desde el que puede apreciarse la evolución de diversos mundos, a cuyo acceso se nos invita.
Pasando de la literatura a la pintura, las dos exposiciones más importantes, en mi modesta opinión, son las de Durero y Cranach, en el Museo Thyssen Bornemisza y la Fundación Caja Madrid, y la de Pierre Klossowski en el Círculo de Bellas Artes.
Con respecto a la primera, yo vi sólo la parte “Un mundo en conflicto”, la que se exhibe en la Fundación Caja Madrid, en la Plaza de San Martín,1 –porque, como ya dijimos, en Madrid también hay una Plaza San Martín-.
La muestra, incluso la parte que yo no vi, propone un recorrido por un período del arte alemán comprendido entre las postrimerías del siglo XV y la primera mitad del XVI. Se centra en dos de sus pintores más representativos: Alberto Durero y Lucas Cranach, el Viejo. Su objetivo más importantes es subrayar la importancia del papel que las imágenes artísticas jugaron en unos acontecimientos que cambiaron el arte, la religión y la política.
Hay obras monumentales y magníficas, como “El cañón de Nüremberg”, de Durero, de la serie “De la caballería a los cañones, una nueva imagen de la guerra”, o escenas de la Corte Sajona de Cranach.
Frente al concepto de belleza creado y propuesto por Durero, otros pintores alemanes de esa época, como Baldung y el mismo Cranach optaron por patrones que contenían, al mismo tiempo, la admiración y el rechazo hacia esos modelos.
Otra exposición notable es la que refleja el mundo contradictorio y difuso del escritor y pintor franco-polaco Pierre Klossowski (1905-2001), hermano de Balthus.
La muestra destaca grandes dibujos en los que se exhibe el sexo sin tapujos ni cortapisas, tal como procedía en unos tiempos marcados por la creatividad y la libertad con respecto a temas que, aparentemente, dejaron de ser tabúes hace décadas.
También pueden contemplarse fotografías que constituyen vívidos testimonios del selecto entorno que circundó al artista, del que formaron parte André Breton, Georges Bataille y Henry Michaux, entre otros no menos conspicuos.
Otras muestras interesantes son “Pompeya y Herculano a la sombra del Vesubio”, en la sala de las Bóvedas del Centro Conde Duque y “Mujeres de Blanco” en el Museo del Traje.
En teatro, el Chejov más divertido llegó a la Comunidad de Madrid. Juan Dolores Caballero y la compañía Histrión representaron “El casamiento” en el Corral de Comedias de Alcalé de Henares, cerca de Madrid. Juan Pastor dirige “Yalta” en la sala Guindalera de Madrid.
El autor Tomás Afán Muñoz y el director Mariano de Paco estrenaron “11 miradas” en la sala Cuarta Pares de Madrid. La obra, galardonada con el Premio Ciudad de Palencia de Textos Teatrales, evoca mediante testimonios el dolor y la consternación de los supervivientes del atentado terrorista del 11 de marzo de 2004, el más grave cometido en España.
Un documental cinematográfico –que no es documental sino ficción- muy discutido es “Muerte de un presidente”, del cineasta británico Gabriel Range, en el que el presidente de los Estados Unidos, Georges W. Bush sufre un atentado y todos los dispositivos de una sociedad plagada de prejuicios se activan para que muestre su peor rostro.
La película narra con lucidez la fabricación de un culpable por parte del gobierno y los servicios secretos. “El corazón de la historia era poner al descubierto que la honestidad debe ser la primera cualidad de todo político, y que después del 11S se ha tejido una maraña de mentiras de la que la sociedad estadounidense tardará en desembarazarse”, sostiene Range refiriéndose a su falso documental, género conocido como “mockumentary”.
“Leones por corderos”, con Robert Redford, está teniendo gran éxito en Madrid. Brian de Palma se estrelló en la taquilla española con su alegato contra la guerra de Irak, “Redacted”.
Entre los cinco discos –por seguir llamándolos así- más vendidos está “Pavarotti for ever”, del sello Decca. Otros son: “Other people’s lives”, de Ray Daviies y “Resistencia”, de Julio Pereira, que retoma el camino de la música de su mandolina.
Uno recuerda unos trémolos lejanos de mandolina que iban pergeñando una canción en la dorada mañana del verano madrileño: “Ramona”.
“Ramona, como una dulce aparición…”.



© José Luis Alvarez Fermosel
Desde Madrid - 2007
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Crónicas de Madrid (XI): “Vivir en Madrid”

lunes, 17 de diciembre de 2007

Crónicas de Madrid (XI)

Vivir en Madrid

Madrid no está tan caro como otras ciudades europeas, entre las cuales París, Londres y Roma. Pero no se atan los perros con longaniza.
A los argentinos y a los “espartinos” –mezcla de español y argentino, como este humilde cronista- se les plantea el problema de que cada euro que se gasten en la Villa y Corte, en el supuesto de que viajen a ella, les costará 4,60 pesos. Así que todo es, o está caro para nosotros.
Hay que rebuscárselas aprovechando las rebajas. En España, en vísperas de fiestas como las de Navidad y Año Nuevo, o cuando comienza el verano y los turistas caen en aluvión, se rebajan los precios porque se entiende que así puede comprar más gente y con menos dificultades.
Para comer, comprar ropa o lo que uno quiera, conviene ir a lugares que tengan buenos precios, dentro de todo, como los llamados ya desde hace tiempo “outlets”, por ejemplo los que venden zapatos; casi todos están en manos de chinos.
En esos establecimientos se pueden comprar zapatos para mujer y para hombre por 15 euros como promedio, que al cambio son 70 pesos argentinos. ¡Ojo, que estamos hablando de zapatos tan buenos, tan bien terminados y tan bonitos como los que se ven en las zapaterías de Buenos Aires a 200 y 350 pesos!
En los bazares chinos, que están por toda la ciudad, se encuentran buenas cosas y a buen precio.
Pero no se trata sólo de caminar bien calzado, también hay que comer, lo que puede hacerse, si se quiere comer fuera, ajustándose al menú que ofrecen –cada día uno distinto- restaurantes, tabernas, mesones, cervecerías, bares y cafés.
Los precios por el menú, que incluye dos platos a elegir entre varios, pan, vino de la casa (una botella), gaseosa –por lo general “La Casera”- y postre, los precios, decíamos, oscilan entre los siete euros y cincuenta céntimos y los 15 euros por persona.
Si antes de comer uno quiere tomarse un vaso de cerveza tirada o de vino con un aperitivo, casi siempre aceitunas, no pagará más de dos euros, sin contar la propina, que en esos casos suele ser de 20 ó 50 céntimos.
Las tajadas de bacalao rebozado y frito de Labra –frente a una de las entradas al Corte Inglés de Callao- son deliciosas, lo mismo que las croquetas, y cuestan 70 céntimos.
Antes de almorzar se desayuna, claro. Un café con leche en taza grande con churros o una tostada con manteca y mermelada, y un jugo –aquí le dicen zumo- de naranja no sale más de cuatro euros, o seis como mucho antes de las once de la mañana.
Si se ha tomado un taxi para ir a desayunar o a comer al mediodía, es decir, entre la dos y las tres y media, horario en el que almuerzan los españoles, uno se habrá gastado siete euros y, si la carrera fue larga, 10 ó más, depende, naturalmente, de la distancia. Si se le deja más de un euro de propina al taxista o al camarero, nos cantarán el pasodoble “España cañí”.
Antes, en el aeropuerto de Barajas, si uno ha contado con la ayuda de un maletero, habrá tenido que darle, como mínimo, cinco euros. El taxi desde el aeropuerto al centro de Madrid cuesta unos 25 euros.
Se puede ir en metro hasta el aeropuerto por un euro, más un adicional de dos con setenta céntimos, desde cualquier punto de la ciudad, más cómodamente, claro está, si se va ligero de equipaje, como en los versos de Antonio Machado.
Hablando de viajes y maletas, o valijas, en España sí que están baratas. Una mediana no cuesta más de 20 euros, ó 90 pesos argentinos. En Buenos Aires hemos visto en algún comercio la misma por 350 (76 euros) y hasta por 800 pesos (173 euros). ¡Cuidado con los mitos, que muchas cosas están más baratas en Madrid que en Buenos Aires, a pesar de que el cambio no nos favorece!
El autobús cuesta lo mismo que el metro: un euro. Madrid está muy bien comunicado en la superficie y bajo ella. De madrugada recorren la ciudad unos buses pequeños llamados popularmente “búhos”.
Después de comer, si uno quiere tomarse un café tendrá que oblar dos euros, como máximo. Una copa de coñac, o de cualquier otro aguardiente, vale entre seis y ocho euros.
Si se le va a dar al brandy –que es como ahora se le llama al coñac, por eso de las denominaciones de origen-, o a alguna otra bebida espirituosa, no estaría mal adquirir en una farmacia una caja de 20 aspirinas por tres euros, pensando previsoramente en la resaca de la mañana siguiente.
Si uno se resfría –cosa que no tendría nada de particular, porque el vientecillo del Guadarrama es muy cabroncete-, habrá que comprar Frenadol en sobrecitos por cuatro euros y tomarse dos o tres por día. La mejoría es casi inmediata.
Es público y notorio que el porteño –no ya la porteña, que es muy guapa y muy elegante- suele ser “cajetilla”, o sea, que le gusta vestirse bien. Pues que tome nota, si es que piensa viajar a Madrid. Un traje del diseñador Pedro del Hierro le costará en Cortefiel entre 250 y 350 euros. Si se lleva dos le hacen precio y le cobran 400 -cada traje con dos pantalones-.
Una camisa vale entre 28 y 35 euros. Una corbata de seda, 18 euros como mínimo.
La chaqueta denominada Teba –en honor del conde de Teba, que fue su diseñador- está en la tienda Canalejas, en la céntrica plaza del mismo nombre, a 102 euros. Las hay en verde, tostado, azul marino y negro.
Una entrada de cine cuesta 6 euros, lo mismo que un décimo de la Lotería Nacional, que se sortea todos los sábados. El premio gordo es de 350.000 euros, lo que vale un piso de 100 metros cuadrados en un barrio popular. La entrada de teatro vale 20 euros (platea). En los museos la entrada es gratis.
Una compra en un supermercado para todo el mes viene a salir por 150 ó 175 euros, según lo que se compre y según el supermercado, aunque la mayoría, por no decir todos, tienen los mismos precios.
Una docena de huevos de los llamados “large”, o sea, grandes, cuesta un euro y sesenta céntimos; un litro de leche, un euro; una botella de Coca Cola de dos litros, un euro y veinticinco céntimos; una botella de cerveza de un litro, entre uno y tres euros; un tetrabrik de vino, 50 céntimos –un vino bueno cuesta unos 14 euros y de ahí para arriba-; una botella de champán -¡perdón, de cava!-, está entre ocho y 25 euros, y también de ahí para arriba; una de whisky o de cualquier otro aguardiente, entre 11 y 14 euros.
Un litro de gasolina común vale un euro, lo mismo que el diario -dos euros los domingos, con varios suplementos- El precio de una revista no llega a los cuatro euros. Un corte de pelo para mujer o para hombre, nueve euros. Una tarjeta para hablar por teléfono, cinco euros. Un teléfono celular de buena marca, entre 30 y 50 euros.
El precio promedio de la estancia en un hostal digno –en el que no falta más que el mini bar- es de 60 euros por día y por habitación doble.
Un televisor plasma –no hay otros- de 32 pulgadas vale entre 650 y 850 euros. Una PC, un poco más de 1000 euros y una “note book” todavía un poco más, pero no mucho.
Un salario mínimo en España es de poco más de 700 euros.
Me estoy mareando con tantas cifras, así que pongo punto final, que ya está bien, y me voy a la taberna Doña Juana a tomar un vasito de vino tinto del tiempo, es decir, no helado, como tienen ahora la manía de servirlo en España en vez de “chambré”, como mandan los cánones.



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Crónicas de Madrid (X): “Los piropos de los viejecitos”

domingo, 16 de diciembre de 2007

Crónicas de Madrid (X)

Los piropos de los viejecitos

Lo he visto en otros viajes míos a Madrid, a la misma hora y en el mismo sitio: a las diez o diez y cuarto de la noche, en la Gran Vía, cerca ya de la Plaza Callao, por la acera del café Zahara.
Es un señor mayor: un setentón largo, probablemente. Va siempre muy bien vestido, a la antigua usanza: traje, que no se le ve, pues lleva encima un abrigo de paño color té con leche, guantes de cuero de un tono ligeramente más oscuro y zapatos brillantes.
Al verlo siempre de noche no he podido precisarlo, pero me da la impresión de que se da un toque de color en el pelo, no así en un bigotillo ceniciento que anida como una mariposa de verano en su labio superior.
Se parece algo a Domingo Díaz de Mera, un empresario de Ciudad Real que figura en la lista de los cien hombres más ricos de España. Pero no es él, naturalmente. ¿Qué iba a hacer un millonario de noche, a finales de otoño, en la Gran Vía, sin guardaespaldas ni acompañante alguno?
El caballero en cuestión tiene un cierto aire de prosperidad, empero. Tal vez haya sido gerente de un banco, o de una multinacional, y goce de una buena jubilación.
Despliega una autoridad contenida. Desafía con sordina a la noche y al frío.
Probablemente sea un buen señor que se da, sin más, un paseíto todas las noches. Quizás su mujer no quiera acompañarle, o quizás no tenga mujer.
Un 16,7 por ciento de los españoles, es decir, algo más de seis millones y medio de personas, supera los 65 años.
Sólo uno de cada diez comparte hogar con sus hijos. Más de un millón vive solo.
Subsisten con una cantidad de dinero al mes que se aproxima a los 500 euros, que aquí rinden, siempre y cuando se tenga vivienda propia –alquilar sale muy caro en España-.
Dedican su tiempo a ver televisión, escuchar radio y pasear, o hacer mandados. Así lo informó un estudio titulado “Las personas mayores en España”.
Estas personas de la tercera edad son religiosas, más conservadoras que el resto de la población, pero capaces de aceptar realidades nuevas para ellas, como los hijos fuera del matrimonio, las madres solteras y la homosexualidad.
Unos 500 ancianos alojados en residencias geriátricas de Madrid y sus alrededores han publicado un libro titulado “Toda una vida”, que contiene cartas de amor y piropos de su invención.
Katty Reyes de la Jara, de la hermosa ciudad andaluza de Córdoba, acaba de revelar al dominical del diario El País de Madrid que, según le informó una hermana suya, la tía de ambas, de 92 años, se ha echado un novio de algo más de 80: un antiguo pretendiente que se quedó viudo y sin hijos igual que ella.


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Crónicas de Madrid (IX): “Un cuadro, un puñal, un soneto…”

Crónicas de Madrid (IX)


Un cuadro, un puñal, un soneto...

“Dejó un cuadro, un puñal y un soneto”, escribió Manuel Machado refiriéndose a Oliveretto de Fermo, un personaje de la corte de los Medicis.
El gran poeta argentino Raúl González Tuñón compuso a su vez el siguiente verso, dedicado al conde de Villamediana:
Pronto partió dejando poco escrito.
No fue, exactamente, Oliveretto,
pero hubo amor, intriga, duelo, muerte,
y un soneto
“Silencio en tu sepulcro deposito”.

Villamediana se topó un día con el rey Felipe IV en un pasillo de palacio. El rey le dijo:
-- Querido conde: Tengo entendido que sois poeta; decidme: ¿para qué sirven los poetas?
-- Majestad: Los poetas servimos para lo que sirven todos los hombres; y, además, para hacer versos
–le respondió Villamediana.
Juan de Tassis Peralta, conde de Villamediana (1582/1622) fue un noble y poeta español cuya vida estuvo signada por un sinnúmero de aventuras políticas y, sobre todo, galantes. Murió asesinado, nunca se supo por quién, o por quienes, ni por qué.
Como poeta sintetizó las dos corrientes del barroco español: culteranismo y conceptismo. Escribió doscientos poemas de variada temática y un libro, también de versos, que fue prologado por Góngora.
Muchas de sus obras se publicaron después de su muerte. El escritor español Carlos Fisas dice en el primer tomo de “Historias de la Historia” que Villamediana fue un hombre ingenioso, galante y galán. Destaca su vida licenciosa.
El conde tenía una lengua viperina, además. Desterrado de la Corte por sus devaneos y escándalos, dedicó a un sacerdote apellidado Pedrosa los siguientes versos:

“Un ladrón y otro perverso
desterraron a Pedrosa,
porque les ponía en prosa
lo que yo les digo en verso.”

Villamediana tuvo muchos enemigos, ganados por su sarcasmo. Otro cortesano de la época fue escarnecido por el travieso poeta con este epigrama:

“Cuando el marqués de Malpica,
caballero de la llave,
con su silencio replica
... dice todo cuanto sabe.”

Un alguacil de la corte de Felipe IV, apellidado Vergel, fue también blanco de su mordacidad. La mujer de Vergel lo engañaba, cosa que sabía y comentaba todo Madrid. Villamediana se plegó a la mofa que hacían del pobre Vergel de la siguiente manera, en verso, claro:

“¡Qué galán que entró Vergel
con cintillo de diamantes!
Diamantes que fueron antes
de amantes de su mujer.”

Tal vez alguna víctima de las desaforadas críticas de Villamediana le esperó una noche junto a un farol, en el viejo Madrid, y lo apuñaló, matándole en el acto. Pudo haber sido, según otras versiones, asesinado por una amante despechada o... un amante despechado, vaya uno a saber, pues al parecer el conde no se privaba de nada y le daba lo mismo ocho que ochenta. De cualquier manera, nunca se supo a ciencia cierta que fuera bisexual.
A pesar de que fue un golfo, o quizás por eso, a mí me cayó siempre simpático Villamediana, que hubiera tenido que dejar al morir, por toda fortuna, un cuadro, un puñal y un soneto, como dijo Manuel Machado de Oliveretto.
El cuadro muy bien podría haber sido “El aguador” (Museo de Wellington, Londres) de Velázquez, en el que se ve a un anciano dándole una copa de agua a un muchacho. Es notable la intensidad con que está concebido cada momento del óleo: la delicada relación entre el viejo y el chico y la calma y la belleza de la iluminación sugieren que contemplar el cuadro equivale a ser testigo de un rito casi religioso.
El puñal tendría el mango damasquinado, o tachonado de piedras preciosas. La hoja podría haber sido de acero toledano, uno de los mejores del mundo. (Las tizonas recién salidas de la fragua, al rojo vivo, se templaban en las aguas del río Tajo, en la Toledo imperial.)

-- ¿Y el soneto?
-- ¿Por qué no el Soneto de Fernando de Herrera?
-- Herrera... ¿el sevillano?
-- El mismo. Ahí va el soneto:


Osé y temí: mas pudo la osadía
tanto, que me desprecié el temor cobarde.
Subí a do el fuego más me enciende y arde,
cuanto más la esperanza se desvía.

Gasté en error la edad florida mía;
ahora veo el daño, pero tarde;
que ya mal puede ser que el seso guarde
a quien se entrega ciego a su porfía.

Tal vez pruebo (mas... ¿qué me vale?) alzarme
del grave peso que mi cuello oprime:
aunque falta a la poca fuerza el hecho.

Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo que se estime
tan mal de quien rindió su pecho.

No pudo Villamediana dejar mejor herencia. Si es cierto que a tal señor tal honor, todo señor debería dejar la herencia que correspondiera a la vida que hubiera llevado. Un caballero no tendría que dejar ni una moneda al abandonar este mundo, porque se habría gastado todo su dinero, poco o mucho, en vida. Hay que vivir, no enloquecida y enloquecedoramente como Villamediana, pero sí con estilo.
-- En cuanto a Oliveretto...
-- ¡Ah, esa es otra historia, como diría Kipling!

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Crónicas de Madrid (VIII): “La monja azul” (http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/12/crnicas-de-madrid-viii.html)

viernes, 14 de diciembre de 2007

Crónicas de Madrid (VIII)

La monja azul

País de curas, monjas y guardias civiles, España. Ahora no se nota tanto porque los curas y las monjas van de civil, no asi los 'civiles', como se llamó durante mucho tiempo en el lenguaje de la calle a los miembros de la Guardia Civil, policía militar de vigilancia rural y de fronteras, similar a la Gendarmería argentina. Actualmente es el primer cuerpo de seguridad pública de ámbito estatal.
La Guardia Civil fue creada en 1844. El duque de Ahumada se encargó de organizarla durante el gobierno moderado de González Bravo.
Bien, decíamos que los curas, lo mismo que las monjas, van ahora vestidos como todo el mundo, o sea, los curas con traje, aunque sin corbata y las monjas con vestidos, por lo general oscuros. Suelen calzar sandalias en verano y zapatos bajos, baratos, en invierno. Ni ellas ni los curas llevan ya breviario.
Viajo en el metro, el mejor medio de transporte de Madrid. En la estación Alvarado entra una monja que, sin embargo, va de uniforme: lleva una especie de hábito azul y medias y zapatos blancos. Se toca con algo que se parece más a un turbante que a una cofia, también de color blanco. Un bozo rubiasco le brota del labio superior. Tiene los pómulos altos, un rostro anguloso y la mandíbula cuadrada.
Le cedo el asiento. Vacila un segundo. Me mira de través, con unos ojos duros azul cobalto. Se sienta, al cabo, y me agradece con una leve inclinación de cabeza.
La monja azul -la he bautizado así- parece belga. Puede tener cualquier edad comprendida entre los 45 y los 65 años. Las manos, que mantiene cruzadas sobre el regazo, son pálidas y huesudas.
Ya en pie, me he situado enfrente de la puerta del vagón. Una espléndida voz de mujer va cantando en una grabación los nombres de las estaciones: Estrecho, Cuatro Caminos, Ríos Rosas, Iglesia, Bilbao... Cada tanto anticipa, antes de que el tren se detenga: "Estación en curva; al salir, tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén".
Sale la gente, tratando de no introducir el pie entre coche y andén. Los que entran de prisa y corriendo parecen más descuidados. Claro, como no han oído la advertencia...
La monja azul permanece sentada, erguida. Mira sin ver a los pasajeros que tiene enfrente: un viejeclto de aspecto simpático, con gafas, vestido con una chaqueta de “tweed” verdosa, pantalón color mostaza y calzado con unos mocasines castaños, brillantes como espejos: un "dandy', o un "cajetilla', que diría un porteño.
Enfrente, también, dos muchachas jóvenes y una señora de edad madura, gordita, jocunda, que se ve que está deseando que alguien o algo le haga reírse a carcajadas.
El traqueteo del vagón, que más que traqueteo propiamente dicho es un deslizamiento por rieles niquelados. Un roce de metales. Una luz como de neón pero más clara, menos violenta, entre ambarina y azul.
Alguien, cerca de mi, se ha puesto un perfume seco y tabacoso, ligeramente almizclado.
La monja azul domina con su presencia. Una parejita de jóvenes -ella pelirroja, pecosa, de ojos verdes-, que se prodigaba toda clase de arrumacos antes de que entrara la religiosa, se ve ahora un poco azorada.
La monja azul mira al frente, tiene una mirada penetrante, militar. Se ve que tiene autoridad, que manda a otras monjas.
Me distraigo, observando a la gente que sale y que entra y de tanto en tanto, con especial atención, a una mulata espectacular que va sentada a mi lado descifrando con envidiable rapidez crucigramas impresos en una revista de formato tabloide.
De pronto, una suerte de vacío, una distensión, otro tempo dentro del tiempo, una ecuación resuelta, o borrada de la pizarra antes de resolverse, una jaculatoria partida. Miro a mi alrededor, un poco inquieto.
La monja azul ha desaparecido.



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"Crónicas de Madrid (VII): “Merienda torera y… “ainda mais”

martes, 11 de diciembre de 2007

Crónicas de Madrid (VII)

Merienda torera y… “ainda mais”

Merienda torera en el Café de Ruiz: un gran plato de jamón ibérico, pan y una copa de vino de Rioja (todo: 10,50 euros). El Café de Ruiz está en la calle Ruiz 11, en el típico barrio de Malasaña del que hablamos en un texto anterior. Tertulia. Se charla de todo, menos de jamón y de toros, temas muy ibéricos.
En la (cercana) taberna Camacho, en la calle de La Palma, hay un hueco semejante a la boca de un estrecho túnel debajo del mostrador. Por él, agachándose hasta casi tocar el suelo con la frente, se accede a los baños. Hay anécdotas muy sabrosas relacionadas con urgencias y faltas de flexibilidad...
De Marcelino Camacho, líder de la izquierda pura y dura de los años 40 y 50, fundador de las llamadas Comisiones Obreras, dijo un día un joven relator de noticias en Televisión Española que “luchó contra las libertades”. Quiso decir, probablemente, que luchó por las libertades. Aquí también se usan mal las preposiciones.
Pero lo peor de todo fue lo que se supo por el último informe del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA), que pondera los conocimientos de más de 400 estudiantes de 15 años en 57 naciones. España aparece al final de la lista de los países ricos, sólo por delante de Grecia, Turquía y México en comprensión de lectura.
En conocimientos de matemáticas y ciencia en general, España está un poco más debajo de la media de los países desarrollados.
Un 28 por ciento de jóvenes españoles entre 14 y 24 años reconoce que no lee, según el último estudio del Gremio de Editores.
El presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero echa la culpa del retroceso en la educación a la deficiente formación de los padres. La oposición carga contra la que considera mala política educativa del gobierno. Tirios y troyanos han echado su cuarto a espadas en torno al tema e inundado los periódicos con sus opiniones.
Este cronista se queda con la carta que Cristina Adrián García, profesora de Lengua, publicó en el diario conservador ABC, en la que dice entre otras cosas:
“Es una lástima que una asignatura como la lengua española, con tantas posibilidades y tanto que ofrecer y enseñar a un alumno, deje en el recuerdo de los estudiantes la huella de unos escasos y pobres conocimientos en sintáxis y morfología que, además, ni siquiera están dirigidos a mejorar la expresión y el conocimiento del castellano”.
“Si tan pobre es el nivel de comprensión lectora de nuestro alumnado, ¿por qué no se insiste más en la necesidad de leer?, ¿por qué no se obliga a los chicos a que lean y hagan crítica literaria sobre aquello que han leído?”,
se pregunta Cristina Adrián García, para afirmar a renglón seguido: “No podemos lamentarnos del bajo nivel de comprensión y expresión de unos alumnos que a lo largo de su vida académica apenas leen dos o tres libros".
Eso sí: los españoles están prósperos, “dulces”, se diría en Buenos Aires. Hay mucho nuevo rico de coche BMW, reloj Rólex y juego de estilográfica, bolígrafo y lapicero Mont Blanc.
Los chicos practican equitación en los centros hípicos de la sierra del Guadarrama y a los ocho años ya se les da un teléfono móvil.
El macho posmo vive con pá y má hasta que se casa –cuando se casa-. Se divorcia enseguida y vuelve a casa de pá y má a seguir comiendo la sopa boba.
La periodista española Ely del Valle ha escrito un libro muy bueno sobre estos adolescentes eternos –aquí se los llama adultescentes-. Se titula “Un adolescente bajo mi techo”. La autora relata sus experiencias viendo crecer al espécimen que de la noche a la mañana pasa de ser el bebé que quería comerse al adultescente que debería comerse.
Es que en España también hay muchos machos posmo. El tema da para largo y prometemos ocuparnos de él como se debe.



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Crónicas de Madrid (VI): “¡Estas cosas de Madrid…!”

lunes, 10 de diciembre de 2007

Crónicas de Madrid (VI)

¡Estas cosas de Madrid…!

Pregunto en una de las más tradicionales pastelerías de Madrid, el Horno de San Onofre, en la céntrica y castiza calle de San Onofre, que si tiene bizcochos borrachos de Guadalajara. Una muchacha nicaragüense, de ojos negrísimos y un lunar del mismo color bajo la nariz, me mira casi horrorizada y sin imaginar siquiera qué son los bizcochos borrachos de Guadalajara, me responde en el acto: “¡Nooooo…!”. Compro cualquier cosa con crema y salgo a la calle barrida por el viento.
Dos hombres como dos castillos, uno con barba recortada y el otro con un poblado bigote endrino, se besan apasionadamente bajo uno de los viejos faroles de hierro forjado –antaño de gas, hogaño eléctricos- que todavía jalonan algunas calles de Madrid.
No se entienden, en la calle Hortaleza, un policía municipal y una chica gigantesca y rubianca con gafas que arrastra una maleta azul. Me ofrezco como intérprete y la chica me dice en un cerrado alemán que apenas entiendo que no habla inglés, ni francés, ni italiano, ni ninguna otra lengua que no sea el alemán de Goethe.
Unos metros más allá, una señora se queja de que le han dado una patada a su “bull dog” francés –el perro de moda en Madrid- en la calle de (las) Infantas.
El frío cierzo de la sierra de Guadarrama no atemoriza al gentío, que se lanza a las calles céntricas y a las no céntricas, a los barrios extremos y a los no extremos en un miércoles que inicia un puente que durará casi una semana.
Estamos en vísperas de Navidad y todo el mundo quiere aprovechar las ofertas de El Corte Inglés, y de otras grandes y no tan grandes tiendas para comprar a buen precio los comestibles, bebestibles y regalos propios de estas fiestas.
Los fines de semana, no ya en los restaurantes del centro sino en las tabernas de los barrios bajos frecuentadas antes por arrieros y tratantes de ganado, se forman largas colas en la calle de gente que quiere conseguir una mesa a toda costa, aunque sea en una esquina sombría y húmeda o al lado de los baños.
El gran reloj de la Unión Relojera Suiza, que en mi viaje pasado estaba detenido en la seis y cuarto, parece haber perdido la chaveta porque ahora anda pero, por ejemplo, a las cinco y media marca las tres y a las doce de la noche, las ocho y cinco.
En la Gran Vía, frente a la lotería de Doña Manolita -que murió hace muchos años- se apelotona la gente mañana, tarde y noche en filas de no menos de cuatrocientas personas cada una para comprar un décimo de lotería de Navidad (20 euros). Todos tratan de enriquecerse de golpe –algunos ya son ricos, pero quieren serlo más- con el premio mayor.
Lo curioso, por no decir una vez más lo surrealista, es que Doña Manolita, o su fantasma, o sus sucesores hace años que no dan un primer premio.
El consumismo es tremendo.
En los primeros días del mes, uno a la semana –depende del barrio- se sacan a la calle muebles, artefactos electrodomésticos, enseres, ropa y otras cosas casi siempre en buen estado pero que se abandonan para sustituirlas por otras más nuevas. Mucha gente las recoge y alguna ha amueblado su casa con estos desechos que a veces se almacenan en alguno de los llamados “puntos limpios”, o lugares enormes situados en distintos puntos de la ciudad.
Son las cosas de Madrid, de este Madrid globalizado que no tan esplendente y colorido como otros años por estas fechas, se engalana, empero, con luces deslumbradoras, guirnaldas, cadenetas y adornos navideños por todas partes, desbordante de turistas de provincias, de otros de las cinco partes del mundo y de inmigrantes del tercer mundo.
En una mañana atrafagada y ruidosa, bajo por la calle del Arenal –que ahora es sólo para peatones para dificultar más el tránsito rodado y fomentar el consumo-. Un muchacho enteco y moreno, con su mochila a la espalda, como mandan los cánones, camina zigzagueante por entre la muchedumbre empujando una enorme carretilla con una estatua de greda roja dentro que representa un hombre abrazado a un caldero.
Llego por fin a la Taberna del Alabardero, en la calle Felipe V, esquina con la Plaza de Oriente. Me tomo una cerveza en la barra y luego salgo a la calle, me siento en la terraza y pido otra. Cae el sol a plomo, diluyendo el frío. Unos turistas hablan en francés. Un señor mayor, sentado a una mesa con un matrimonio joven, tiene en su regazo a un perrito Yorkshire ceniciento que permanece inmóvil mirando los jardines del Palacio de Oriente, eternamente verdes. A algunos árboles se les han caído las hojas. A otros se les han puesto doradas, parece que les hubieran dado un toque de purpurina.
En una esquina hay una placa a la memoria de Julián Gayarre, que era herrero en el navarro valle del Roncal, luego se hizo cantante de ópera y algunos dicen que fue el mejor del mundo.
En vez de las palomas, vienen los gorriones a picotear las miguitas de pan o los pequeños fragmentos de patatas fritas a la inglesa que caen al suelo de las mesas o les echan los niños.
En un organillo lejano las notas vibrantes del pasacalles de La Calesera.



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Crónicas de Madrid (V): “Un merengue, un euro; un euro, un merengue…”

lunes, 3 de diciembre de 2007

Crónicas de Madrid (V)

Un merengue, un euro; un euro, un merengue...


"El género humano no puede resistir mucha realidad". (T.S. Eliot)

¡Cómo hubiera disfrutado Ramón Gómez de la Serna en este Madrid globalizado de 2007, más surrealista que nunca! ¡Cuántas greguerías se le hubieran ocurrido!
Ahora que no fuma nadie, en Madrid fuma todo el mundo, donde se puede y donde no se puede. Hay tabaquerías por todas partes y máquinas expendedoras de cigarrillos en restaurantes, bares y cafés en los que teóricamente no se puede fumar. En algunos establecimientos hay carteles en los que se lee: “¡Aquí se fuma!”. Yo estuve un día en una cervecería en la que se prohibía fumar y el camarero que me atendió tenía detrás de él en un cenicero, sobre una repisa, un cigarrillo humeante. Al fondo fumaban dos adolescentes y un señor mayor.
-- Pero…
-- Perdone que le interrumpa. Empresarios gastronómicos emplean a inmigrantes latinoamericanos y a otros de otros países de Europa Central, Asia y Africa, lo cual está bien; lo malo es que a quienes no hablan español no se lo enseñan, y ellos no tienen mucho interés en aprenderlo. Así que es muy frecuente que uno entre en un bar y un joven moreno y cetrino, oriundo de Bucarest o de Sofía le diga “mí no comprende” cuando se le pida un chato de vino.
-- Así que…
-- Hay que manejarse con todos los idiomas que uno sepa. A mi mujer y a mí nos atendió un día en la chocolatería Valor, donde todas las mozas son filipinas, una de ellas que no me entendía. Como yo no hablo tagalo –la lengua oficial de Filipinas- le pregunté a ella que si hablaba inglés, me dijo que sí y a partir de ahí nos entendimos perfectamente en ese idioma.
En mi viaje anterior llegué en primavera. Un periodista anunció en un noticiero de televisión: “¡Madrid estrena primavera; se esperan intensas nevadas en los próximos días!”.
-- ¿Y nevó?
-- No, pero hizo un frío glacial durante varias semanas, lo cual no impidió que se viera a mucha gente comiendo helados por la calle.
-- ¿Y qué ha visto usted en Madrid esta vez?
-- Hasta ahora, y entre otras cosas, frutos secos…¡húmedos! servidos de aperitivo en una tasca del Madrid de los Borbones; un inmenso reloj redondo eternamente parado a las seis y cuarto encima de la vidriera de …la Unión Relojera Suiza, en la Gran Vía; pomos de crema para las manos anunciándose… en el escaparate de una jamonería entre chorizos, morcillas y, naturalmente, jamones; un coche estacionado con el caño de escape tapado por una pelota de tenis partida por la mitad.
-- ¡Vamos, que…!
-- Van más turistas a aprender español a Barcelona –donde todo el mundo habla catalán- que a Madrid. ¡En Cataluña sitúan a España dentro de los destinos turísticos…”extranjeros” más interesantes!
Fuimos a La Mallorquina, la pastelería más tradicional de Madrid, a comprar una docena de merengues. No había más que uno, a un euro. Un merengue, un euro; un euro, un merengue…
Ahora que se ha prolongado tanto la vida útil del ser humano en España se piensa que una persona de 60 años es una anciana. Por eso apenas trabaja –porque es vieja, según quienes no le dan trabajo- la actriz y cantante Ana Belén, que está espléndida a los 58 años. Lo mismo le pasa a Ana Obregón, que acaba de cumplir 52 (1).
-- Entonces usted, que tiene…
-- ¡Chist, no diga nada, no diga nada, que estoy en un estado raro, es decir, que veo la sombra mezclada con violetas!
-- ¡Eso es una greguería de Gómez de la Serna!
-- Sí. Es una pena que haya muerto -en Buenos Aires- hace tantos años, repito. Si viviera y estuviera en su Madrid natal no haría más que escribir greguerías. ¡Y Buñuel, las películas que filmaría Buñuel…!
Brujuleo por el distinguido barrio de Salamanca: calles de Serrano, Velázquez, Goya… Amables fantasmas me saludan tocándose el ala del bombín. Por cierto, el bombín o sombrero hongo de antaño que se usaba tanto y salía en las zarzuelas es inglés; el organillo, napolitano; el mantón, de Manila (Filipinas); el chotis, austríaco y la Cibeles una diosa frigia.
Ah, me informan que los gallegos afincados en Buenos Aires acaban de lanzar un manifiesto. ¡Pero, hombre…, no había proclamado ya André Breton el Manifiesto del surrealismo?



(1) Ana López-Bravo, de Sant Cugat del Vallés (Barcelona), ha dicho en una carta publicada en la revista de los domingos del diario El País de Madrid, que escuchó un día en la cola de la frutería a dos ancianas hablando su soledad y quejándose de que veían muy poco a sus nietos. Una le dijo a la otra que le daba la impresión de que ya no valían nada. Dice textualmente Ana López-Bravo: "Me las quedé mirando conmovida. ¿Será por ese miedo a quedarse solas por lo que algunas personas se niegan a envejecer? Ser mayor parece ser algo malo para parte de la sociedad. Pero cada edad tiene su encanto y no debería clasificarse a los seres humanos por edades, sino educar para una relación positiva y abierta con todos. Una persona mayor puede dar mucho de sí misma y enriquecer sobre todo a jóvenes y niños. Tan sólo han de encontrar el interés y la motivación que les impulse a moverse. Espero que aquellas dos personas mayores a las que escuché un día sin querer conviertan su edad en un trayecto feliz".


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Crónicas de Madrid (IV): “Los argentinos en España”

viernes, 30 de noviembre de 2007

Crónicas de Madrid (IV)

Los argentinos en España

Los argentinos mueven en España 1.000 millones de euros al año –una cantidad apróximada de dólares-. Desarrollaron 21.000 empresas en 30 años, entre ellas centros ecuestres que proliferan en las estribaciones de la sierra de Guadarrama, en Madrid, como Tovarich: un nombre ruso, caballos españoles y profesores de equitación argentinos.
Así lo reveló el informe GEM del Instituto de la Empresa de Madrid (IE) de 2005. El estudio añade que los inversores residen en España legalmente y destaca que los argentinos son los inmigrantes más emprendedores.
Según un informe de Clarín sobre el éxodo al exterior, los argentinos son los mejor educados. Un 27,6 por ciento de los empadronados mayores de 16 años pasó por la Universidad y el 34,3 por ciento cursó el secundario completo.
En España hay 251.380 argentinos. (El 50,7 por ciento son hombres y el 49,3 por ciento, mujeres.) La cifra engloba a los que tienen nacionalidad española y otras de otros países de la Unión Europea, los residentes legales y los “sin papeles”.
Los argentinos están de moda en España. Botones de muestra: Leo Sbaraglia anuncia un champú en los diarios, las revistas y la televisión. Ilay Curelovich trabaja asiduamente de modelo con éxito. Uno de los libros más vendidos es “Las curas milagrosas del doctor Arias” de César Aira. “Les Luthiers” arrasaron en el Centro Municipal de Exposiciones y Congresos de Madrid, la última vez que estuvieron.
En casi todos los diarios se escribe frecuentemente de Borges. En las secciones de deportes se recuerda cada dos por tres que Racing se ha convertido casi en una cuestión de Estado, porque el presidente argentino, Néstor Kirchner presiona para conseguir que el club ponga publicidad en las camisetas de sus jugadores. Hablando de fútbol, Lionel Messi, que juega en el Barcelona, es ya un icono, como se dice ahora.
A Miguel Angel Solá, a quien le va de maravilla, se le hizo hace poco una extensa nota en Televisión Española. Otros artistas argentinos, como Soledad Silveyra, Ricardo Darín, Héctor Alterio, Cecilia Roth, Norma Aleandro, Analía Gadé…, gozan también no ya del favor, sino del fervor popular.
Para celebrar todo esto me voy a tomar una copa al bar Preciados 38 de Carlos, un portugués muy simpático.
Pasa la tarde por las vidrieras, arropada por un sol ambarino. Discurren los coches por la calzada con la música de Los 40 Principales al máximo en las radios. En una pared un pequeño letrero en el que se lee: “El consejo del buen fraile capuchino: con todo lo que comas bebe vino”. La botella de Fuentespina Crianza de Vega Sicilia, Gran Reserva Unica, cuesta más de 400 euros –medio sueldo de un auxiliar administrativo-.
Pero hay vinos más baratos, como el que beben unos “guiris” –turistas de habla inglesa- acompañando unas sardinas a la plancha.
“¡Cada vez le ponen menos!”, suspira un parroquiano abriendo su bocadillo y contemplando melancólicamente una delgada lonja de un pálido fiambre irreconocible. Un negro con tres cicatrices de otras tantas heridas de arma blanca, rigurosamente paralelas y una encima de la otra sobre el pómulo derecho. Un hombre canoso que bebe Pacharán –aguardiente de arándanos-. Cada tanto se atusa el espeso bigote acerado y suspira. A sus pies, varias bolsas de El Corte Inglés.
Estoy por tomar la penúltima copa –nunca se dice la última-. Omar, el camarero ecuatoriano, me invita: “Una para el miedo…”. Esa no la tenía. Yo sabía lo de “one for the road” de los británicos, o una para el camino, traducida la frase al español; pero ésta, no. Está muy bien, porque si uno va a tener miedo, menos tendrá quizás con una copa dentro.
Un tango en la plaza Callao. Un chico sentado en la calle frente a La Casa del Libro, en la Gran Vía, escribe a mano poemas en hojas de cuaderno escolar.
Viene ese airecillo sutil de la sierra, que mata a una vieja y no apaga un candil.
Nubes aborregadas en un cielo que se oscurece. Todavía puede uno citar a las mujeres por teléfono.


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Crónicas de Madrid (III): “Lugares, condumios, precios…”

Crónicas de Madrid (III)

Lugares, condumios, precios…


Según José Luis Sampedro estamos manejados por tecnobárbaros. Sampedro es autor, entre otras, de la novela “Octubre, octubre”. Ray Bradbury escribió, si mal no recuerdo, un libro titulado “El país de octubre”, tan leído como todos los suyos.
¿Nos vigilarán los tecnobárbaros, o un Gran Hermano como el de Orwell? Porque todo el mundo vive aquí también pegado al televisor, la computadora, el teléfono móvil y tiene “notebook”, “GPS”, MP3, IPod y agenda electrónica, por lo menos. El gran tótem, claro, es la Internet.
De cualquier manera, da gusto pasear por el viejo Madrid al atardecer. Calle del Sacramento, Plaza de la Villa –donde está la Municipalidad-, Casa y Torre de los Lujanes, Costanilla de San Pedro, calle del Almendro, calle de Puñonrostro -¿qué puño en qué rostro…?-.
En La Taberna de los Conspiradores, en la Cava Baja, ya no conspira nadie, pese a que todos los camareros son de Transilvania, paisanos del conde Drácula. Un saxofón melancoliza una musiquilla indescifrable. Yo tomo notas en mi libreta Moleskine –comprada en El Corte Inglés-: la misma que utilizaron Van Gogh, Picasso, Hemingway y Bruce Chatwin y volvió a sacar recientemente a la venta una pequeña editorial de Milán por cuatro cuartos.
En la calle de Fuencarral –que ya he citado en un texto anterior- están el Tribunal de Cuentas y el Museo Municipal, cuya fachada muestra la exuberancia decorativa característica del arquitecto Pedro de Ribera, constructor del edificio. Los museos más visitados son el Prado, el Thyssen Bornemisza y el Centro de Arte Reina Sofía –éste último con el Guernica de Picasso-. Hay otros museos interesantes, entre ellos el de Ciencias Naturales, el de América y el Romántico –donde está la pistola con la que se suicidó el crítico costumbrista Mariano José de Larra en el siglo XIX-.
Calle de Alcalá, típica, elegante. Carrera de San Jerónimo. Lhardy: el restaurante más lujoso de Madrid, fundado en 1839. En la planta baja, una “bouilloire” de plata de la que uno se sirve una taza de caldo que puede acompañarse con una croqueta o un “vol au vent”. Botellones de cristal tallado con vinos generosos: Oporto, Madeira, Marsala, Pedro Ximénez... Del espejo de Lhardy dijo Azorín que al mirarse en él uno entraba y salía del más allá; se esfumaba en la eternidad.
En Madrid se come y se bebe bien y barato. El cocido y los callos constituyen la quintaesencia de la gastronomía madrileña. A esos platos, a las sopas de ajo y al chocolate con churros hicieron siempre los honores reyes, obispos, Grandes de España y el pueblo llano.
Hoy se puede comer un menú con pan, vino y postre por nueve o diez euros, catorce como máximo. También se come bien y por poco dinero a base de tapas, pinchos y raciones en cualquiera de las cervecerías, bares y mesones que jalonan la ciudad. “Pubs”, cafés minimalistas, pizzerías, hamburgueserías y restaurantes chinos, japoneses, tailandeses y de otros orígenes se mezclan con las viejas tascas. La globalización.
Madrid, fortificado en épocas pretéritas para defenderse de invasores, está ahora amurallado por jamonerías: el Museo del Jamón, el Palacio del Jamón, el Paraíso del Jamón, ¡el Jamonal…!.
La mejor manzanilla –no me refiero a la infusión…- se sirve en… ¡una pava de aluminio helada! en la taberna andaluza El Patio, en la calle Arlabán. En El Faro, en el puente de Vallecas –un barrio antaño pobre y bronco-, se come muy buen bacalao, lo mismo que en los tres establecimientos (asturianos) de Parrondo, que están en las inmediaciones de la Plaza de San Martín, porque en Madrid hay también una Plaza de San Martín, cerca del convento de las Descalzas Reales.
Madrid está caro, sobre todo la vivienda. Es la segunda ciudad de Europa con la vivienda más cara. Jóvenes profesionales y empleados que apenas ganan 1.000 euros –los mileuristas de Carolina Alguacil- por mes tienen que pagar por lo menos 600 por el alquiler de un apartamento de dos piezas. Así que se juntan de a dos para compartir los gastos.
Hay un gran desequilibrio entre los diferentes distritos. Toda la actividad se produce en el centro. Eso genera desplazamientos a una zona masificada, congestionada, ruidosa y con elevados precios que provocan el éxodo de la juventud.
El teatro está de capa caída. No hay autores. No se ocuparon los lugares que dejaron Tono, Mihura, Buero Vallejo, Alfonso Sastre, Julio Alejandro… Ahora están dando de nuevo, esta vez en el teatro Coliseum –en plena Gran Vía, el Broadway madrileño- la ópera rock “Jesucristo Superstar” de Lloy Weber, estrenada en 1970.
La gente va al cine y los artistas a los cafés de tertulianos. Aún quedan algunos como el Gijón, el Comercial, el de San Millán y los bares de “rock” del barrio “under” de Malasaña, donde se fraguó la Guerra de la Independencia contra Napoleón y se centró la movida madrileña de los 80 que deslumbró a Europa por su vitalidad.
Me llegan los ecos del pasacalle de Las Leandras, que alegran la tarde azul y gris desde un viejo organillo desafinado: Tarareo la letra, desafinando yo también: “Por la calle de Alcalá, con la falda ‘almidoná’ y los nardos ‘apoyaos’ en la cadera, la florista viene y va…”.
¡No estamos perdidos!



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Crónicas de Madrid (II): “La nueva Villa y Corte”

viernes, 23 de noviembre de 2007

Crónicas de Madrid (II)

La nueva Villa y Corte


Madrid ha crecido. Ya lo pueblan seis millones y casi trescientos mil madrileños y provincianos, incluídos un millón de inmigrantes latinoamericanos, marroquíes, guineanos, senegaleses, nigerianos, mauritanos, húngaros, checos, albanokosovares, serbocroatas, ucranianos, rumanos…
Madrid aparece ahora abigarrado, heterogéneo, multilingüe y tan colorido como la bandera roja y gualda –la más grande de España- que flamea en la céntrica Plaza de Colón, junto a la estatua del Descubridor.
La Villa y Corte se expande cada vez más hacia el norte. Al final del Paseo de la Castellana, pasados los que todavía se llaman los Nuevos Ministerios, la ciudad despliega una enormidad que asombra. Las torres Kio se inclinan una hacia la otra de manera tal que parece que sus extremos fueran a tocarse de un momento a otro.
El Complejo Bernabeu –del estadio del Real Madrid- incluye un museo con trofeos, banderas y recuerdos del mítico equipo de fútbol madrileño. Este museo recibe más visitantes que el del Prado.
En esa zona se yerguen rascacielos, bancos y edificios gigantescos que ocupan oficinas casi en su totalidad. Es tanto lo que se construye que las cementeras hace tiempo que se quedaron sin cemento y ahora lo tienen que importar. Los empresarios del ramo se han hecho multimillonarios.
La carretera de circunvalación M30 tiene ya el túnel urbano más largo de Europa, de 7,5 kilómetros. La remodelación de esta autovía mejorará la fluidez del tránsito rodado –que es infernal- y la seguridad. Mientras escribo estas líneas, miles de operarios dan los últimos toques a los tramos que ampliarán la red del metro, que será, con 322 kilómetros, el tercero del mundo después de los de Nueva York y Moscú.
Madrid ocupa el puesto 23 en la lista de las 30 ciudades más ricas del planeta, que aglutinan el 16 % de la producción económica mundial. La renta per cápita por año es de 35.000 euros. El PIB llegó ya a 141.456 millones de euros.
La vivienda está muy cara. El metro cuadrado alcanza picos de 12.000 euros en varias promociones de la zona céntrica de Madrid. Los municipios del gobierno socialista preven edificar 156.000 viviendas populares en los próximos ocho años.
En el popular barrio de La Bombilla está la Ermita de San Antonio de La Florida (1797). Su bóveda fue pintada en sólo ciento veinte días por Francisco de Goya y Lucientes. Considerada como la Capilla Sixtina del arte español, guarda los restos mortales del pintor.
El 15 de mayo, festividad de San Isidro, patrón de la villa, se celebra con representaciones teatrales, conciertos, títeres, bailes populares y fuegos de artificio.La muchedumbre invade la pradera de San Isidro –también inmortalizada por Goya en uno de sus lienzos-, donde infinidad de puestos y tenderetes expenden entre otras golosinas las clásicas rosquillas del Santo: las tontas, las listas –bañadas de azúcar glas-, las claras y las de limón. Corren el vino y la sangría y desfilan antiguos coches de caballos con madrileñas y madrileños vestidos con trajes típicos, ellas con mantón de Manila y ellos con pañuelo blanco al cuello y tocados con la característica gorrilla de visera.
En la Plaza de Oriente ya no hay violeteras de grandes y seductores ojos negros y cinturas de avispa, como la Almudena de la canción, de la que se enamoraba un duque. Me vienen a la memoria los versos del poeta:

“En la plaza de Oriente, fuego en los miradores,
niños en cochecitos de burros con banderas,
y el golfo que encendía al coche los faroles
y al fondo el Teatro Real, guardando sus palcos en la niebla”.




© José Luis Alvarez Fermosel
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Crónicas de Madrid (I): “Adiós a Balarrasa”