viernes, 14 de diciembre de 2007

Crónicas de Madrid (VIII)

La monja azul

País de curas, monjas y guardias civiles, España. Ahora no se nota tanto porque los curas y las monjas van de civil, no asi los 'civiles', como se llamó durante mucho tiempo en el lenguaje de la calle a los miembros de la Guardia Civil, policía militar de vigilancia rural y de fronteras, similar a la Gendarmería argentina. Actualmente es el primer cuerpo de seguridad pública de ámbito estatal.
La Guardia Civil fue creada en 1844. El duque de Ahumada se encargó de organizarla durante el gobierno moderado de González Bravo.
Bien, decíamos que los curas, lo mismo que las monjas, van ahora vestidos como todo el mundo, o sea, los curas con traje, aunque sin corbata y las monjas con vestidos, por lo general oscuros. Suelen calzar sandalias en verano y zapatos bajos, baratos, en invierno. Ni ellas ni los curas llevan ya breviario.
Viajo en el metro, el mejor medio de transporte de Madrid. En la estación Alvarado entra una monja que, sin embargo, va de uniforme: lleva una especie de hábito azul y medias y zapatos blancos. Se toca con algo que se parece más a un turbante que a una cofia, también de color blanco. Un bozo rubiasco le brota del labio superior. Tiene los pómulos altos, un rostro anguloso y la mandíbula cuadrada.
Le cedo el asiento. Vacila un segundo. Me mira de través, con unos ojos duros azul cobalto. Se sienta, al cabo, y me agradece con una leve inclinación de cabeza.
La monja azul -la he bautizado así- parece belga. Puede tener cualquier edad comprendida entre los 45 y los 65 años. Las manos, que mantiene cruzadas sobre el regazo, son pálidas y huesudas.
Ya en pie, me he situado enfrente de la puerta del vagón. Una espléndida voz de mujer va cantando en una grabación los nombres de las estaciones: Estrecho, Cuatro Caminos, Ríos Rosas, Iglesia, Bilbao... Cada tanto anticipa, antes de que el tren se detenga: "Estación en curva; al salir, tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén".
Sale la gente, tratando de no introducir el pie entre coche y andén. Los que entran de prisa y corriendo parecen más descuidados. Claro, como no han oído la advertencia...
La monja azul permanece sentada, erguida. Mira sin ver a los pasajeros que tiene enfrente: un viejeclto de aspecto simpático, con gafas, vestido con una chaqueta de “tweed” verdosa, pantalón color mostaza y calzado con unos mocasines castaños, brillantes como espejos: un "dandy', o un "cajetilla', que diría un porteño.
Enfrente, también, dos muchachas jóvenes y una señora de edad madura, gordita, jocunda, que se ve que está deseando que alguien o algo le haga reírse a carcajadas.
El traqueteo del vagón, que más que traqueteo propiamente dicho es un deslizamiento por rieles niquelados. Un roce de metales. Una luz como de neón pero más clara, menos violenta, entre ambarina y azul.
Alguien, cerca de mi, se ha puesto un perfume seco y tabacoso, ligeramente almizclado.
La monja azul domina con su presencia. Una parejita de jóvenes -ella pelirroja, pecosa, de ojos verdes-, que se prodigaba toda clase de arrumacos antes de que entrara la religiosa, se ve ahora un poco azorada.
La monja azul mira al frente, tiene una mirada penetrante, militar. Se ve que tiene autoridad, que manda a otras monjas.
Me distraigo, observando a la gente que sale y que entra y de tanto en tanto, con especial atención, a una mulata espectacular que va sentada a mi lado descifrando con envidiable rapidez crucigramas impresos en una revista de formato tabloide.
De pronto, una suerte de vacío, una distensión, otro tempo dentro del tiempo, una ecuación resuelta, o borrada de la pizarra antes de resolverse, una jaculatoria partida. Miro a mi alrededor, un poco inquieto.
La monja azul ha desaparecido.



© José Luis Alvarez Fermosel
Desde Madrid -2007
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Caballero Español: Lo leo a usted muchísimo porque me encantan todos sus relatos. Este me encantó pero lo quiero felicitar porque sólo un profesional de su talento puede escribir algo tan maravilloso observando, que no es poco, una escena tan simple y cotidiana. Esa es la diferencia: todos miramos, usted, ve. Lo abrazo desde la distancia y le deseo unas muy buenas Navidades. José María desde Tucumán, el jardín de la República.

Anónimo dijo...

Es oficio, amigo José María, oficio y vista larga, vista de reportero con muchas horas de vuelo. De cualquier manera, mentiría si dijera que no me encanta tu opinión acerca de mis relatos. Gracias por escribirme y por tus elogios. Yo también te deseo una Feliz Navidad.