domingo, 31 de octubre de 2010

La locomotora humana

El extraordinario corredor de fondo y campeón olímpico checo Emil Zátopek, al que se llamó en los años cincuenta del siglo pasado la “Locomotora Humana”, protagoniza un libro de reciente aparición del escritor francés Jean Echenoz, titulado Correr.
Así lo informa el Diario Vasco de San Sebastián (capital de la provincia vasca de Guipúzcoa, al noreste de España).
Zátopek, corredor de maratón (40 kilómetros), plusmarquista, ganó una medalla de oro en las Olimpíadas de Londres en la categoría de 10000 metros en 1948, otra de plata en los 5000 y tres más de oro en Helsinki en 1952, en 5000, 10000 metros y maratón.
Fue uno de los primeros deportistas de fama mundial que entrevisté, en 1967, cuando empezaba mi carrera de periodista.
Le encontré en el aeropuerto internacional de Barajas de Madrid con su mujer, Dana. Venían de las Olimpíadas de México y en su regreso a Praga, vía Zurich, hicieron una escala en Madrid.
Hablamos en francés, porque yo no dominaba todavía el inglés tanto como para mantener una conversación prolongada. Además de su lengua natal, Zátopek hablaba fluidamente húngaro y francés.
Era entonces un hombre de 45 años, de estatura apenas superior a la mediana, calvo, delgado pero fuerte, de ojos azules. No se separó ni un momento de su mujer, que era también una destacada atleta, lanzadora de jabalina, medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952 y de plata en Roma, ocho años más tarde.
Repaso mi entrevista, publicada en el diario SP de Madrid. Los europeos no habíamos quedado muy bien en las Olimpíadas de México. Zátopek señaló que a veces las cosas no se dan “sur la marche” tan bien como uno quisiera.
Zátopek, coronel del ejército de la Checoslovaquia soviética, alejado ya de las pistas, se dedicaba a promover actividades deportivas entre los jóvenes que nutrían las filas de la milicia checa.
Un año después de entrevistarle, en 1968, Zátopek apoyó al presidente Alexander Dubcek, introductor de reformas políticas favorables al pueblo checoslovaco en la llamada primavera de Praga (1). Fue expulsado del Partido Comunista y degradado. Sufrió todo tipo de calamidades e incluso tuvo que trabajar una temporada como barrendero para ganarse la vida. Forzado a retractarse en público en 1975, el régimen comunista le rehabilitó parcialmente.
Amante de la paz, hombre de carácter firme pero amable, humilde, Zátopek dijo ser un hombre ordenado, consecuente y afecto a la disciplina. Su mujer confesó que admiraba su fuerza de voluntad y su tesón.
Sigo repasando las hojas impresas de mi entrevista, ya un poco amarillentas por los efectos del tiempo, que no perdona nada, ni a nadie. Y a la vez voy recordando.
Zátopek admiraba a Ron Clarke, un corredor australiano especialista en pruebas de fondo y semifondo, medalla de bronce en Tokio, en 1964.
El maratonista checo iba vestido con un suéter azul, abierto sobre una camisa del mismo tono, un poco más clara; corbata a rayas anchas, azules y grises y pantalón color tiza; calzaba zapatos negros, muy usados pero relucientes.
Su mujer, también retirada, había ganado unos kilos al dejar de entrenarse, pero le sentaban muy bien. Tenía el pelo oscuro y una mirada dulce en los ojos claros –nunca me olvidaré- que mantuvo clavados en su marido durante toda la entrevista.
Al atleta le gustaba la vida de hogar. Reveló que leía bastante y veía televisión. El matrimonio, que no tenía hijos, se reunía con amigos los fines de semana. Paseaban mucho juntos. Los dos nadaban y esquiaban regularmente.
En aquella época llevaban casados veinte años. Habían celebrado su vigésimo aniversario en México, durante las Olimpíadas.
El gran Zátopek, como también se le llamaba, era una fuerza de la naturaleza. Decían que su corazón latía más lentamente que el de los demás seres humanos. Tenía un estilo heterodoxo, corría desmadejado, se tambaleaba. Parecía que se iba a caer de un momento a otro, pero llegaba siempre el primero a la meta.
Disputó 334 carreras, de las que ganó 261. Estableció 18 plusmarcas mundiales en distintas categorías. Fue una de las luminarias más brillantes del deporte del siglo veinte.
Se retiró en 1958, a los 36 años, después de ganar el Cross Internacional de San Sebastián en el hipódromo de Lasarte (Guipúzcoa).
Copio el final de mi entrevista:
- Señor Zátopek, la juventud…
- Se va para no volver, como dijo el poeta.

(1) La primavera de Praga empezó el cinco de enero de 1968 con una revuelta estudiantil. Accedió al poder Alexander Dubcek. Inmediatamente tomó una serie de medidas que favorecían a los sectores más pobres de la sociedad y ampliaban sus libertades y derechos. El 20 de agosto, los tanques rusos entraban en Praga y marcaban el principio del fin del sueño libertario checoslovaco, mostrando un comunismo violento e intransigente que no se había manifestado hasta entonces.

Foto:
© Luis Millán (EFE)

© José Luis Alvarez Fermosel


Nota relacionada:

Zátopek, un campeón de novela

sábado, 30 de octubre de 2010

Las once, las doce...

Acaban de dar las once de la mañana.
Las once es una hora sin personalidad. Como todo lo que sirve de punto de partida, y nada más.
Carece de la rotundidad de las diez. El diez es la pura esencia de la definición, de lo sólido; el número diez es concreto, macizo.
La docena es redonda y trascendente. El número doce es el símbolo del orden cósmico. Hay doce patriarcas en el Antiguo Testamento, doce fueron los hijos de Israel, los apóstoles de Cristo y los principales dioses de la mitología griega. Doce son los meses del año. Un jurado consta de doce miembros.
Las doce de la mañana imponen el mediodía. Las doce de la noche, la medianoche. Las once no tienen significado, ni definen nada. Son un linde, una bisagra entre dos horas con tremenda personalidad: las diez y las doce.
A las once nunca pasa nada, ni siquiera todos los gatos son pardos. A las doce de la noche, a partir de las doce de la noche comienza una vida intensa donde puede pasar de todo, bueno o malo.
Las doce de la noche definen un estadio enigmático y provocador que caracteriza el principio de una acción, o de varias concatenadas, rebosantes de vitalidad y sensaciones gratificantes.
Hay que dejarse conducir por las campanadas de las doce de la noche, que aunque parezca mentira pasan inadvertidas por algunos. No todos pueden descifrar su sentido. No todos pueden tenerlas en las manos, en blanco sobre rojo.
No es verdad que el búho de Minerva despliegue sus alas al anochecer, lo hace en cuanto empiezan a sonar las campanadas de la alta noche, que hay que aprovechar al máximo porque una hora después viene la madrugada, tiempo de búsquedas, emprendimientos y concreciones febriles. La madrugada tiene lo suyo, también.
El amanecer, en cambio, es terrorífico. Hay que huir de él como de la peste.
Si nos sorprende puede pasarnos lo que al conde Drácula, que con independencia de esa manía suya de chupar sangre, tenía muy buen gusto para las damas, dicho sea entre paréntesis.
Las once no afirman, ni firman. No son chicha ni limonada. Tienen categoría de bedel –ni siquiera de chambelán-. Están ahí para anunciar a las doce, cuyas campanadas son de bronce.
Cuando daban las doce de la noche en la catedral se ponían en marcha los misteriosos habitantes de la casa de Tócame Roque del cuento de nuestra infancia que contábamos muchos años después, todas las noches, a nuestros hijos. ¡Si son las doce, Tócame Roque!
Dentro de poco, el 31 de diciembre, para ser exactos, comeremos una tras otra las doce uvas de la suerte al compás de las doce campanadas de la última noche del año, la noche de San Silvestre.
A las once de la mañana del primero de enero, naturalmente, estaremos durmiendo. Nos levantaremos a las doce, no por dormilones ni perezosos, sino porque levantarse a las doce del mediodía cuando uno ha escuchado en pie, con una copa en la mano, las doce campanadas de la noche anterior –el último día del año o cualquier otro-, trae buena suerte.
Me voy, que van a dar las doce.


© José Luis Alvarez Fermosel


Nota relacionada:

Supersticiones, manías y compulsiones
Horas felices

Más vale prevenir que curar

No todos podemos, o queremos hacer deporte, un deporte fuerte, ordenado y sistemático, que sería lo ideal. Pero una buena caminata de una hora, o por lo menos 30 minutos todos los días, o cinco días a la semana está al alcance de todo el mundo, se tenga la edad que se tenga.
Es más, pasada la cincuentena, esta recomendación reviste características de tratamiento médico. Porque más vale prevenir episodios cardíacos, cerebro vasculares y otras afecciones por el estilo que curarlas. Algunos de estos trastornos dejan secuelas que determinan que nuestra vida ya no sea la misma.
“Hacer actividad física trae innumerables beneficios en cualquier momento de la vida. Pero a cierta edad, la intervención aeróbica es un tratamiento médico”. Esto dijo el doctor Fernando Taragano, presidente del 17º Congreso Internacional de Psiquiatría, recientemente celebrado en Buenos Aires, y responsable del área de gerontopsiquiatría de la Asociación Argentina de Psiquiatras.
La periodista Nora Bär, del diario La Nación de la capital argentina, entrevistó al doctor Taragano. Nora apuntó con buena visión de reportera, en los prolegómenos de la entrevista, que sorprende que se proponga la actividad física también para tratar de solucionar problemas psicológicos, cuando siempre se ha identificado la terapia psiquiátrica con el sillón de Freud.
La respuesta del doctor Taragano a ésta y otras no menos inteligentes preguntas no es como para perdérsela, razón por la cual traemos a este blog, como nota relacionada, un trabajo del máximo interés al que, a nuestro juicio, hay que dispensar mucha atención, en beneficio de nuestra salud.

© J. L. A. F.

Un esbozo del espacio

La película “El origen”, de Christopher Nolan, le sirve de punto de partida a Leonardo M. D’espósito para escribir un pequeño ensayo –pequeño por la dimensión- sobre la relación entre el cine y la arquitectura.
Planos, contraplanos, verticales, alturas, ventanas… De “Metrópolis” a “Scarface”, pasando por “Casablanca”, el estudio de esa relación del séptimo arte con la arquitectura de lugar al esbozo del espacio –afirma D’espósito-. “El plano de la pantalla es lo mismo que el plano de un edificio o una ciudad: “(…) un ensayo del lugar donde la vida puede moverse. El cine construye, despliega y habita mundos: sus habitaciones son, además, simbólicas” .
Un enfoque original, una nueva mirada sobre el cine y otra opinión sobre una serie de películas que se inscribieron con letras mayúsculas en la historia de la cinematografía universal.
El trabajo, titulado “Ciudades vertiginosas”, se publicó en la revista cultural Ñ del diario Clarín de Buenos Aires.


© J. L. A. F.


Nota relacionada:

Ciudades vertiginosas


miércoles, 27 de octubre de 2010

El Imparcial

El restaurante El Imparcial de Buenos Aires cumple en estos días un siglo y medio de existencia. Es el más antiguo de la ciudad.
En la nota relacionada de la web 26Noticias se cuenta, con la concisión periodística obligada, su historia, una historia que tiene mucho que ver con España y los españoles, lo mismo que El Globo, El Hispano y Pedemonte, en la misma zona, muy próxima a la Avenida de Mayo, epicentro del hispanismo porteño.
“Colmaos” y “tablaos” andaluces jalonaban otrora la avenida y eran refugio para consolar la nostalgia de inmigrantes, que terminaban la jornada jugando al dominó en algún café de las inmediaciones. El tango se hermanaba con el pasadoble.
El mostrador de El Imparcial me tuvo de cliente asiduo. Allí hacía los honores al fino La Ina y a unas cazuelitas de caracoles en salsa picante que exigían el trasiego de los nobles caldos peninsulares, en esa hora del aperitivo marcada por las tapas y los chatos, tan consustanciada con el costumbrismo gastronómico-peripatético hispano.
También me he sentado a la mesa en El Imparcial, y he compartido mantel con compatriotas y a la vez colegas y otros corresponsales de prensa de otras nacionalidades.
El Imparcial es parte de la historia argentina, y también parte de la historia de los españoles, o de muchos españoles de Argentina. Reducto gastronómico infaltable en el ritual del “comercio” y el “bebercio” (comercio sin “bebercio” no es negocio), entrañable lugar de reuniones y tertulias y catalizador de vivencias y recuerdos del pasado de gente con pasado y, por tanto, con historia.
Tendremos que ir un día de éstos al histórico comedero y despacharnos, a las primeras de cambio, con un chato de manzanilla y unas aceitunas sevillanas. Brindaremos por el pasado, el presente y desearemos un futuro próspero y feliz al primer restaurante de Buenos Aires que ofreció el “(…) pucherito de gallina y fino vino carlón…” de aquel tango inolvidable de Roberto Medina.

© José Luis Alvarez Fermosel


Nota relacionada:

Cumple el jueves 150 años el restaurante más antiguo de Buenos Aires

martes, 26 de octubre de 2010

Buen gusto

Fernando, Claudia, Lalo… Los llamo así, por su nombre de pila, por mor de la simpatía que les profeso a los tres.
El trío apareció –por el orden citado- en el canal El Gourmet de la televisión de Buenos Aires, en un programa nuevo. Reconozco que veo algunos: los que conducen cocineros que saben lo que se traen entre manos, y no son sofisticados.
Veo a Francis Mallmann, por ejemplo, que cocina en pleno campo, en la Patagonia argentina. Fui asiduo comensal de aquel estupendo restaurante que tuvo en la calle Honduras, hace muchos años.
Fernando Trocca (cocinero y dueño de restaurantes), Claudia Fontán (actriz y cocinera) prepararon una cena para Lalo Mir, figura señera de la radiodifusión argentina, que ingresó en el estudio cuando ya estaban sobre la mesada de la cocina la bondiola braseada, las batatas glaseadas, el “chutney” de mango y la tapenade que integraron el menú.
Aparte de la maestría que desplegaron –cada uno en lo suyo- Fernando, Claudia y Lalo, quiero destacar la naturalidad, la sencillez, la sobriedad y la simpatía de los tres, tan lejos de la afectación y el rebuscamiento que caracterizan hoy en día todos los ambientes, y el de la gastronomía en particular.
Uno contemplaba a tres buenos amigos que estaban pasando un buen rato y se lo hacían pasar a quienes los veían.
Todo fue encantador y gratificante. Tanto que no puedo por menos de consignarlo en esta modesta bitácora, a modo de homenaje.
Los tres destacados profesionales han llegado al punto máximo de sus carreras. Y siguen tan humildes como cuando empezaron. No se han envanecido. Carecen de impostación y de soberbia. Esto es meritorio.
Tanto más cuanto que -lo repetimos- hoy predomina todo lo contrario. En todas partes, incluídos los restaurantes, las cocinas y las bodegas -¡ni qué hablar de las catas de vinos!-.
La sofisticación, la prepotencia del que cree que lo sabe todo -y sabe poco, o nada-, el exhibicionismo del nuevo rico, la pedantería, la banalidad, el esnobismo, la cursilería…, y hacemos punto y aparte aquí, pero podríamos seguir hasta mañana citando los signos distintivos de la sociedad global del tercer milenio.
El nuevo ciclo, “Trocca alla Fontán”, va a ser celebrado por los televidentes de buen gusto. Y no nos referimos sólo al gusto de comer y beber.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 25 de octubre de 2010

Se dice pronto...

Todos lo hemos dicho alguna vez. Lo hemos oído. Es que se dice con mucha frecuencia. Yo no me acuerdo ya de dónde lo copié, o quién me lo acercó a la radio, o me lo pasó al blog por e-mail.
Pero se dice pronto que…:

Yo…, ¿ir a esos lugares…? ¡Jamás!
¿Borracho, borracho? Yo nunca estuve… Sólo, un poco alegre.
¡Por favor, yo soy una persona decente!
Llámame en cinco minutos, que estoy en una reunión.
Hola, ¿viejo? Me quedo a dormir en casa de un amigo.
Te debo mi regalo.
Ve, ve tranquilo, que yo cuido a tu chica.
Cuando me case, nunca más voy a mirar a otra.
En cuanto cobre el aguinaldo te lo devuelvo.
¡Jamás, cuando yo tenía tu edad…!
Yo con el inglés me defiendo bien.
Ultimamente estoy leyendo mucho.
Yo de la televisión sólo veo los noticieros.

¡Cuán farsantes somos!

© Por la transcripción: J. L. A . F.

domingo, 24 de octubre de 2010

Carambola

Dice que no pensó que pudiera pasar algo así. ¡Toma, claro, como que es impensable! No lo pensó él, ni nadie hubiera podido pensarlo.
Estamos hablando de Chad Soper, un buen hombre de Michigan (Estados Unidos), que tuvo con su mujer, Barbara, tres hijos consecutivos a más no poder, es decir, uno nacido el 08-08-08, otro el 09-09-09 y el tercero y último, hasta ahora, el 10-10-10.
El matrimonio feliz dice que todo ha sido casualidad. Pero otros sostienen que hay gato encerrado. Para más información, ver la noticia relacionada de la revista española 20 Minutos.

Excelencia

El magnífico nivel de la medicina argentina y los precios por tratamientos, más que razonables en comparación con los de otros países de América –incluídos los Estados Unidos- y Europa, están determinando que más de mil extranjeros visiten el país cada mes, en lo que podría denominarse turismo médico.
Un informe del diario argentino Clarín –el de mayor tirada- abunda en la información de una tendencia que beneficia tanto a los turistas como a la Argentina, que espera ingresar en sus arcas este año 80 millones de dólares por esa actividad.
Centenares de odontólogos argentinos establecidos en España desde los años 80 consiguieron, gracias a su excelente nivel profesional, una nutrida clientela, no sólo de argentinos residentes en España, sino también de los propios españoles.
Las cifras que cita Clarín se basan en datos fehacientes, oficiales y privados.

© J. L. A. F.

Primavera

El sol parecía un gran disco de plata que se incrustara lentamente en un mar rocoso y extraño, de otro planeta.
La tarde se había vestido de franela gris, seguramente tratando de abrigarse.
Barría las calles un frío viento repentino. La ciudad daba la impresión de ser otra, o la única que hubiera subsistido tras una catástrofe mundial.
Asistía a un crepúsculo en tonos grises, del blanquecino al hierro colado: un paisaje oscuro y ominoso, como pintado por Max Ernst.
Los rascacielos y los grandes hoteles de la avenida se habían desleído, cubiertos por una especie de velo que desplegaba el cierzo gris, raro y gélido, envolviendo edificios, árboles, plazas, postes, farolas y gente que caminaba a paso de maniobra, diríase que huyendo de un fenómeno presentido.
Bajó una leve niebla polvorienta que formaba halos alrededor de las luces de la urbe inquietante, calcada de un relato de Stephen King.
El cielo estaba blanco, ya. El aire parecía también blanco, de un blanco helado.
Pasó a mi lado, casi rozándome, una señora de pelo gris, vestida de gris, con mitones. La tomé delicadamente de un brazo.
- Pero, ¿ha visto usted? –le pregunté-
- ¡Es la primavera! ¿No se ha enterado usted? ¡Ha llegado la primavera, la primavera! ¡Estamos en primavera! –me respondió-
E inmediatamente se soltó de mi mano, con la misma dulzura con que yo la había asido, y echó a correr por el bulevar, agitando los brazos y riéndose a carcajadas.
¡La primavera…! Pero en esa estación del año -tan traída y llevada por los poetas y las muchachas adolescentes-, el sol empieza a brillar con más intensidad, las ramas de los árboles se llenan de hojas verdes, aparecen flores por todas partes, los pájaros cantan, todo es luminoso y extraña pero deliciosamente turbador…; y esto: esta intranquilidad, este miedo soterrado, este silencio improcedente, esta grisura, este frío, esta niebla…
Me costó llegar a mi casa. Caminaba con dificultad, zarandeado por el viento. Cuando llegué, vi que en la entrada del edificio las luces estaban también encendidas. El hombre de la seguridad, en la recepción, clasificaba la correspondencia, inclinado sobre el “comptoir” de madera aglomerada.
- ¿Ha visto usted cómo está la calle? O, si no ha salido, ¿le han contado…? -le interrogué, en un estado raro.
Levantó su calva cabeza y me dijo con voz ronca:
- Es la primavera, señor.
- Pero…
- Tiene usted razón, señor, todo es tan raro…
Mientra esperaba el ascensor escuché las campanadas de un reloj lejano que sonaban forzadas, cansinas.
Primavera. Temperaturas para mañana: mínima 6 grados, máxima 15.
© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

El sol ya es de color uva moscatel por la tarde
Llegó la primavera

sábado, 23 de octubre de 2010

El macho posmo sigue en sus trece

Nos piden constantemente novedades del macho posmo, un personaje muy representativo de la juventud de este milenio, en cuya primera década se afianzaron la globalización, la informática; se produjeron horrendas catástrofes naturales, estallaron extrañas crisis económico-financieras, se dieron hechos muy bizarros, cobraron excepcional relevancia las llamadas redes sociales y la humanidad mostró que se halla sumida en una profunda crisis moral.
Del macho posmo poco o nada nuevo tenemos que contar. Sigue en lo suyo.
Su divisa, su escudo –llamémosle así- está configurado por el borcego, el teléfono móvil y el osito de peluche que se ven sobre estas líneas. El dibujo “¡que está buenísimo…!”, se debe a Mariano C., de Ramos Mejía.
El trabajo, sabido es, no es central para el macho posmo, no es el ordenador de la vida. Lo primero es el tiempo libre.
Las chicas no le interesan mayormente. Sólo los amigos. ¡Ojo, que no es gay! Lo que pasa es que huye de los compromisos y las exigencias. Y, como también se sabe, las mujeres se pasan la vida pidiéndonos cosas, son unas pesadas.
El deporte tampoco le importa. “Lo más” es la tecnología como medio de manifestación. Y en particular el teléfono móvil, o celular: ese que viene ahora tan sofisticado que permite hacer fotografías, mandar y recibir mensajes de texto –una de las cosas que más le gustan al macho posmo, y que mejor hace- e ingresar en la red de redes.
El macho posmo no concibe la vida sin el teléfono celular. Mi referente por excelencia en estas cuestiones, el hijo de un amigo mío, me lo hizo notar con singular contundencia.
- ¿Y si no tuvieras celular? –le dije-.
Aferró el suyo, se puso pálido y me miró como alucinado.
- ¿Qué quieres decir? –me preguntó, a su vez-.
- Pues eso, imagínate por un momento que no tuvieras celular; hay gente que no lo tiene.
- Pues…, no sé…, yo… Yo creo que me moriría. Para mí la vida sin celular no tendría razón de ser. ¡Me moriría, eso es!
No quise insistir sobre un tema tan delicado, así que cambié rápidamente de conversación y, mal que bien, pude enterarme de que a los adolescentes de sexo masculino, es decir, a los chicos de edades comprendidas entre los 12 y los 39 años no les interesa la política, por ejemplo. Es más, si no fuera obligatorio no votarían.
En cuanto a su manera de matar el tiempo, de divertirse, casi todos coinciden en que “está de onda” ponerse zancos, abrazarse a un árbol y quedarse así un buen rato. Algunos se duermen.
También les gusta aprender ikebana y bonsai, jugar con placas de carbohidrato, tirar las runas, practicar para hacer de estatua viviente, bailar en rondas célticas o incáicas y en verano, siempre y cuando sea posible, viajar a Tepiko Cura (Isla de Pascua), Bali, las islas Chafarinas, la península de Yucatán y el cañón del Zopilote.
(Me dirán que me dejo en el tintero a los muchachos que van a las discos, beben hasta matarse, se drogan y se idiotizan hasta el paroxísmo. Ese es otro asunto que merece otro tratamiento, no precisamente caricaturesco, o humorístico).
El gurú del macho posmo es Steve Jobs, el padre fundador del Ipod.
Les gusta mucho la leche manchada –con una gota de café-, los helados para perros, el dulce de leche.
Su (escaso) vocabulario incluye términos como diseño, “tips”, iconos, bastón psicológico, retardo emocional, contención, actitud, tendencia… Y, naturalmente, ¡obvio!
Su indumentaria no ha cambiado mucho: ojotas, borcegos, camisetas, bermudas, mochila, botella de agua…
En suma, que el macho posmo sigue en sus trece.

© José Luis Alvarez Fermosel

De zurcidos y clarividencias

Me referí en un post anterior a un informe, avalado por científicos y especialistas, según el cual la capacidad de comprensión del ser humano es actualmente muy escasa.
El estudio que leímos nosotros –porque hay varios sobre el mismo tema- sostiene que cuesta mucho leer de corrido un texto, aun de una sola carilla, y entenderlo todo del principio al fin, aunque el escrito sea de un esquematismo de dos más dos son cuatro, como por ejemplo: Pepita no quiere comer cocido, por aquí se va a la panadería y otros por el estilo. Escritos, ojo al anteojo, sometidos a la lectura de adultos alfabetos y con estudios.
Afortunadamente hay personas –no sabemos cuántas- que son capaces de entender textos largos, y si a mano viene, enrevesados.
Pongo de ejemplo a Pablo Rubén Cano, un fiel seguidor de este blog, con el que he trabado una relación amistosa por correo electrónico, sin conocerle personalmente. Estas cosas de la Internet.
El y algún otro lector afirman, con gran generosidad, que se emocionaron cuando leyeron determinados escritos míos de corte intimista y evocador. ¡Qué mejor elogio para un escritor que decirle que es capaz de emocionar a sus contemporáneos, o por lo menos a un puñado de ellos, y entre ellos a un amigo, por más electrónico que sea!
“Está zurcido muy íntimamente de tu propia historia”, me dijo Pablo Rubén Cano el otro día después de leer uno de los artículos en los que saco a relucir recuerdos de tiempos pasados, que no sé si fueron mejores o peores que los actuales, diré para quedar en tablas con Jorge Manrique.
De modo que, aunque no abunden, hay personas que además de entender a la perfección un texto incluso largo, incluso escrito –no redactado-, pueden adivinar alguna faceta de la personalidad del autor.
Un señor me comunicó una vez en un e-mail a mi blog que a juzgar por las cosas que yo escribía debía ser bajito, gordo, calvo, con gafas y un bigote finito y recortado como los que lucían los actores que protagonizaban las películas de los años cuarenta. No tengo ni una sola de esas características físicas.
Lo que sí debo tener es voz de gordo, porque cuando hablaba por radio alguna señora me dijo que me imaginaba parecido a Sancho Panza.
Está bien, el juego de la imaginación es, debe ser libre. Quizás una de las mejores cosas que podamos ofrecer los escritores a nuestros lectores sea la posibilidad de que se hagan una idea, siquiera aproximada, de cómo somos y cómo parecemos.
Que sí, Pablo Rubén, que sí; que has dado en el clavo. Que tú, como muy pocos, eres capaz de ver bajo el agua.

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 21 de octubre de 2010

Un día en la vida del macho posmo III y fin

miércoles, 20 de octubre de 2010

Un día en la vida del macho posmo II


(Sigue)

martes, 19 de octubre de 2010

Un día en la vida del macho posmo

Mucha gente me pregunta por el macho posmo. En algún momento lo sacaremos de nuevo a relucir.
Hoy iniciamos una breve saga gráfica, obra del inspirado e ingenioso artista Mariano C., de Ramos Mejía, muy hábil con el lápiz y el pincel, como puede apreciarse.
No tengo más datos de Mariano, que fue tan gentil de llevarme este “comic” personalmente al estudio, cuando yo estaba todavía en Radio Continental. Puedo dar fe de que es muy joven.
Empezamos hoy a postear esta simpática serie.
En cuanto al macho posmo, como queda dicho, pronto regresará.


(Sigue)

domingo, 17 de octubre de 2010

Esplendor en la lluvia

La naturaleza imita al arte, dijo Oscar Wilde.
En este caso, la naturaleza puso el rayo. La estatua ya estaba. El fotógrafo tomó la foto.
Jay Fine, autor de esta impresionante fotografía, usó para lograrla una cámara Nikon D300s con una lente de 60mm f/2.8, ajustada de la siguiente manera: apertura F/10, velocidad de obturación: 5 segundos, 150:200. Fine, que desde que empezó la tormenta pasó bajo la lluvia dos horas cámara en ristre -como un centinela con su fusil-, tomó casi un centenar de fotografías hasta que cayó el rayo en la estatua de la Libertad.
El estaba en Battery Park City, Manhattan, empapado y tesonero, después de haber esperado durante cuarenta años una oportunidad que le permitiera obtener la foto que embellece estos renglones.
Casi medio siglo, pero valió la pena.

Fuente: BBC Mundo – Noticias

© J. L. A. F.

sábado, 16 de octubre de 2010

Una mano en el hombro de la tristeza

Un amigo que está triste me pide que le explique qué es la tristeza. Me acuer­do de aquello que leí una vez, no se cuán­do, no sé dónde: El tiempo es la tristeza.
La tristeza, yo creo, es una de esas cosas que se sienten y no se pueden explicar. Por lo menos, bien.
La tristeza es como un perrazo de lanas echado a los pies de uno en la casa grande, que se queda quieto mientras Armando Manzanero nos cuenta apurado eso de que esa tarde vio llover, vio gente correr y ella no estaba allí...
La tristeza es releer una carta de una no­via lejana en el tiempo y la distancia que se ha encontrado uno traspapelada en un sobre de papel madera en el que se dice pen­diente, en el archivo.
La tristeza puede caernos, como un rayo manso, desde el mismo rincón, desgua­zadero de ideas y proyectos de otros tiem­pos, bajo la forma de aquel amarillento recorte donde estampamos nuestra firma al pie de nuestra primera columna, plagada de errores irrepetibles y de pasiones en­trañables.
Puede que en un día le sorprendan a uno las notas cascabeleras de la rapsodia Es­paña, de Chabrier, cuando apenas hay gente y el barman prepara un whisky solo con mucho hielo en la cocina y se lo lleva al bar y lo deja luego ahí, bajo el mostrador, al lado de la caja registradora, para ir bebiéndoselo de a poquito en un rato largo, antes de que el bar se llene y ya no tenga tiempo de hacer otra cosa que despachar la cuota de alegría ficticia, comprada, que le exige la clientela heterogénea y desangelada que viene de otro sitio donde las cosas no andan bien.
En medio de ese módico aquelarre bas­tará que un raro perfume de mujer, o el olor a avellana de la mantequilla caliente nos sobre­vuele el bigote para poner en marcha nuestra usina de nostalgia, nuestra nube de mariposas en el pecho. Sin muchas ga­nas, intentamos el exorcismo: acomoda­mos nuestra garganta y nuestra chaqueta, lanzamos al poblado vacío una frase jo­vial y alguno que otro guiño cómplice; y nos alejamos de los amados fantasmas de adentro.
La música de Delius, de una ideal melancolía, es quizás la quintaesencia de la tristeza, que también puede consistir en estar con una bella mujer de ojos oscuros e in­somnes y boca roja que le dice a uno en el restaurante que no podrá quedarse a tomar el café; que tendrá que irse porque la esperan sus hijos – al cuidado de una niñera- en el apartamento, en el que ya no esta el marido, para que les lea el cuen­to -de Andersen- que les lee todas las noches antes de que se duerman.
La tristeza es un tren que se va, sucio y mojado, en un mundo de luces dispersas. Un tren con gente con el aspecto grisáceo de las piedras de las aceras: esa expresión que tienen las personas a las que nada ni nadie esperan.
Se escucha la sirena de una ambulancia que cruza el bulevar, embadurnado en el crepúsculo de rojo, amarillo y ocre.
Uno se entera de que un amigo, con el que compartió tantas veces el pan y la sal, le ha criticado acerba­mente a sus espaldas sin motivo ni funda­mento, quizás sólo porque le tiene envidia.
Uno está solo en domingo, en una agen­cia de noticias donde ya ni siquiera zurean los teletipos, porque ya no hay teletipos sino computadoras, y suena un tango en la radio: ese que habla del carrerito del Once que pasa por la ciudad, en la mañana nublada, en su carro con verdura y naranjas y una flor en la oreja.
Se va, acaso para no volver, esa actriz madura de ojos verdes con la que uno tuvo un romance de urgencia que pudo haber sido otra cosa. Lo que pudo haber sido y no fue…: eso es la tristeza.
Uno ha sido duro, o injusto, o cruel, o las tres cosas a la vez con su secretaria o con el mensajero. Uno extraña a sus hijos, que alientan bajo otro cielo, con otras estrellas y, por consiguiente, con otra astrología y otra suerte.
En el quiosco de la esquina hay una revista que trae un artículo de uno sobre el viejo Madrid de su infancia, tan remota…
(¡Madrileña bonita,
flor de verbena:
eres como un ramito,
de yerbabuena...!)
Uno se da cuenta de que se le escapa la vida, que siempre trató de asir, de asir y retener con manos fáciles y alegre corazón, como en los versos de El Caballero de la Rosa.
Todo eso, y muchas cosas más, nada fá­ciles de explicar, es la tristeza, que va y viene, y viene y va, en una rueda loca y lenta como de tiovivo de verbena.
Mi amigo está inquieto, además de tris­te. Le pido a Paco, el barman, otro gin and tonic para mi amigo. Y le pongo una mano en su hombro fuerte.
- ¡Anímate, hombre! -le digo-, que también los duros nos ponemos tristes a veces, e incluso lloramos, y no por eso dejamos de ser duros.
- iDejate de joder, “gayego”; ¿qué dirían los duros…en serio si nos echáramos a llorar ahora los dos y nos vieran llorar por la ventana del bar…!
- Pues que estábamos borrachos, y camino de ello vamos.
Pero no importa lo que digan los duros... en serio. Cuatro duros con los pies encima de la mesa de un reservado de un lugar… reservado, que se llama disco. No importa que digan que uno es un trasno­chado porque está triste, o porque llora, o por lo que sea..
Porque hay cosas que no mueren nunca. Y noches que no se trasnochan jamás.


© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 14 de octubre de 2010

Refrán, refranero

Si entre burros vas, rebuzna alguna vez.
En el decir, discreto; en el hacer, secreto.
A cordero extraño, no metas en tu rebaño.
Ni tan dentro del horno que te quemes, ni tan afuera que te hieles.
No te quemes la boca por comer pronto la sopa.
Donde no me llaman, para nada me querrán.
Quien tiene la panza llena, no cree en el hambre ajena.
Un solo golpe no derriba al roble.
Más medra el pillo que el hombre sencillo.
Las deudas son como los niños: cuanto más pequeñas, más ruido hacen.
Cabra, caballo y mujer, gordos los has de escoger.
Hazme ciento y yérrame una, y se acabó tu buena fortuna.
Dos que duermen en el mismo colchón, se vuelven de la misma opinión.
En caso de duda, abstenerse es lo mejor.


© Por la transcripción: J. L. A. F.

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El vino suelta la lengua

Las carabelas

De las tres carabelas de Colón, la Santa María no era una carabela como La Niña y La Pinta, sino una nao; tenía un peso muerto de 225 toneladas. Su tripulación estaba formada por 30 marineros y dos grumetes.
Se perdió para siempre al embarrancar frente a las costas de lo que hoy es Jamaica, timoneada por un grumete, al estar toda la tripulación durmiendo una fenomenal borrachera, después de una fiesta celebrada junto con los indios que habitaban la isla.
La tripulación no pudo pasar a la Niña, que acompañaba a la Santa María, en esa expedición, porque no tenía capacidad suficiente para dos tripulaciones, por lo que los marineros de la Santa María y la nave se quedaron en tierra por orden de Colón, estableciéndose el fuerte Navidad, el primer asentamiento español en tierras americanas.
Como cada año por estas fechas se celebra en la ciudad de Baiona, que pertenece a Pontevedra (una de las cuatro provincias gallegas), una fiesta en conmemoración de la llegada de la carabela Pinta con la noticia de que Cristóbal Colón había descubierto un nuevo mundo en nombre de la Corona de España.
Baiona fue el primer pueblo del viejo mundo que se enteró, en 1493, del descubrimiento de América.
Por eso se recrea con una fiesta la llegada al puerto de Baiona de la carabela Pinta, de la que se hizo una reproducción muy fiel en 1996.
Julamo recuerda en su blog
Amicorum Nautorum que en el puerto de Barcelona hubo durante muchos años una réplica exacta de la carabela Santa María, que fue retirada de su lugar después de la muerte de Franco.
Dice Julamo textualmente:
“Los neohistoriadores fundamentalistas intentaron quemarla porque debían considerar el barco como una exaltación del franquismo ¡?! Naturalmente, al gilipollas responsable de turno, convencido de que Colón era requeté (1), le faltó tiempo para hacerla desaparecer porque la creía un maléfico artilugio provocador de peligrosísimas iras incontrolables que pudieran ser la causa de una conflagración de todo el sistema galáctico. Por la sabia decisión nos quedamos millares de catalanes, principalmente barceloneses, sin ocio para algún festivo en que visitábamos con la familia la carabela Santa María y tomábamos una caña (2) en el quiosco del muelle ‘las golondrinas’ ”.

(1) Descendientes de los carlistas, o combatientes de las guerras de sucesión al trono español. El lema de los requetés era “Dios, Fueros, Patria y Rey”. 30.000 de ellos lucharon con excepcional denuedo en la Guerra Civil española (1936–1939) en el lado nacionalista, o franquista. Se tocaban con una boina roja. Casi todos procedían de ciudades, pueblos y montañas de la región norteña española de Navarra. Las mujeres, llamadas “margaritas”, cuidaban de los heridos y desempeñaban toda clase de tareas.
(2) Vaso de cerveza tirada a presión.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

América

Ha pasado sin honra ni gloria en estos días un nuevo aniversario del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, de quien siguen diciéndose cosas a cual más bizarras, como por ejemplo que era analfabeto, espía, que no tenía idea de lo que era tripular ni siquiera un triste chinchorro, que bebía, que era gay, gigoló, camorrero de taberna, que tenía varias vidas cobradas por la espada en riñas callejeras, que si no hubiera sido por el vuelo de unos loros no hubiera descubierto América…
Lo último que se ha dicho del nauta genovés es que no era genovés, sino catalán; y para ser exactos de Barcelona, ciudad que ahora está muy de moda y es la capital de una comunidad autónoma –como se llama desde hace tiempo a las provincias en España-, Cataluña, que se quiere independizar a toda costa de España, como otra comunidad, la vasca, a la que el separatismo ha concedido la categoría de país.
Pero volviendo a estas playas halladas por Colón, de lo que se trata es de quitarle importancia al Descubrimiento, o mejor dicho, ver qué se puede hacer para que parezca que en realidad no ha de atribuírsele a España, o sólo en cierta medida, al no tener Colón la ciudadanía española.
A decir verdad, la nacionalidad, la sexualidad, la moralidad, el carácter, o la personalidad, en resumidas cuentas, de Colón, no importan a la hora de considerar que su gesta, porque esa sí que fue una gesta, fue española, ya que se costeó, se impulsó y se realizó en nombre de España.
Inmediatamente después del descubrimiento de América se estableció un cierto feudalismo colonial que reprodujo, a menudo en forma extrema, muchos de los problemas de la sociedad peninsular que no habían encontrado solución antes de la conquista de América y que fueron empeorando con el tiempo.
Los ideales de conquista y gloria resultaron parcialmente eficaces porque elevaron a quienes los adoptaron por encima del nivel medio de las comunidades civiles, en las que predominaban el utilitarismo y el conformismo legal.
Eso dio origen a una especie de aristocracia a la que se deseaba acceder, entre otras razones porque colocaba a sus miembros por encima del derecho consuetudinario. Por eso se reprodujeron en Hispanoamérica los peores aspectos de la psicología y la mentalidad social vigentes en la península.
De haberse celebrado –como años atrás- el descubrimiento de América, tal celebración habría tenido que haber sido inscrita en el contexto de un ideario político moderno con mentalidad estadista –no estatista-. Hay que entender, además, que la unificación ha de constituir el fundamento político del futuro, y vaya esto también para el separatismo español.
El conglomerado de países que constituye la Unión Europea estudia su transformación en unos Estados Unidos de Europa. Simón Bolívar soñaba con unos Estados Unidos de la América de habla española. Quizás sea éste el modelo de unificación que tengamos que seguir, con una visión moderna y un mayor dinamismo.
Las celebraciones pomposas –entre las cuales los juegos florales hispanoamericanos, tan cursis- ya no caben en un doce de Octubre. Pero tampoco los denuestos rencorosos. Ha corrido mucho agua bajo los puentes desde el 12 de octubre de 1492. Lo hecho, hecho está.
Renovarse o morir.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

Sobre la vírgula de Colón y el descubrimiento de América
La vírgula de Colón
Entrevista con Don Cristóbal


miércoles, 13 de octubre de 2010

Tres soleares y un martinete

El complejo y barroco canto, o cante flamenco, o “jondo”, peculiariza la región sureña andaluza de España. Hay varios géneros: del flamenco “cantao” y del “bailao”, porque también se baila.
Como suele ocurrir en España con casi todo, el flamenco es motivo de discusiones frecuentes. En España se discute de todo lo divino y lo humano. Sabido es lo del quídam que llega a una reunión –tarde, naturalmente- y pregunta en el acto: “¿De qué se discute, que me opongo!”.
Así que el flamenco es el no va más en cuestión de música folklórica y popular para unos, y una sucesión de “jipíos” con fondo de castañuelas, o de una música con reminiscencias árabes para otros.
La canción de soledad, o “soleá”, es una estrofa flamenca, o popular andaluza, si se prefiere, de tres versos, de los cuales riman asonantes el primero y el tercero y queda suelto el segundo.
El martinete es de origen gitano. Se cantaba mucho en las fraguas. Gramaticalmente se compone de cuatro versos octosílabos que se cantan sin acompañamiento musical.
Las tres primeras que siguen son soleares, el último un martinete.

Pierde el perro y pierde el pan
quien da pan a perro ajeno,
yo no te he dao a ti el pan,
por no perder más que el perro.
(Soleá de cuatro versos)

Yo no vivo ya en la calle
donde usted me conoció;
que vivo en la plazoleta
del desengaño mayor.
(Soleá de cuatro versos de Frasquito Yerbabuena)

La noche del aguacero,
díme donde te metiste,
que no te mojaste el pelo.
(Soleá de tres versos)

Moneda que está en la mano,
quizás se deba guardar;
la monedita del alma,
se pierde si no se da.
(Martinete de Antonio Machado)

Por la transcripción: J. L. A. F.

martes, 12 de octubre de 2010

¡Adiós, don Manuel!

Se subió el cuello de la gabardina, se bajó el ala del sombrero flexible y se caló las gafas negras. De semejante guisa salió de su casa, situada en la zona más céntrica de la pequeña ciudad provinciana, inundada de sol aquella mañana radiante.
Su mano derecha asía la fría culata de la pistola en el bolsillo del impermeable.
Empezó a caminar lentamente, mirando a un lado y a otro. Sólo cuando se percató de que no le seguían, aceleró el paso, tomando una calle muy concurrida, con tiendas de comestibles, verdulerías, el chiscón de un sastrecillo ceutí (1), una imprenta y una academia de corte y confección.
- ¡Adiós, don Manuel! -le saludó un tratante de ganado muy conocido en la provincia.
El se tocó apenas el ala del chambergo y siguió su camino a grandes trancos hasta la avenida, donde tomó un taxi.
- ¿Qué dice de bueno, don Manuel? –le dijo el taxista, jovial.
El carraspeó y dio una dirección en voz baja. A mitad de camino hizo parar el taxi, se bajó y entró en una taberna de vinazo y moscas, saliendo por la puerta trasera. El tabernero, jordo y jocundo, con su mandil a rayas negras y verdes, le gritó con voz jerezana, caliente:
- ¡Don Manuel, cuánto tiempo hace que no se le ve por ésta su casa! Véngase un día por aquí a eso de las ocho y echaremos un trago.
Pero el hombre ya había salido del local y no le oyó. De nuevo en la calle, se detuvo unos segundos para dejar pasar a dos muchachos que cargaban un enorme cristal. Le saludaron a dúo:
- ¡Con Dios, don Manuel!
El, impertérrito, siguió su caminata. De pronto, se dio de manos a boca con un grupo de comadres que venían del mercado, con sus bolsas de la compra. Todas le jalearon de lo lindo. La más guapa, una morenaza de ojos verdes, le piropeó:
- ¡Eso no es andar, don Manuel, eso es ir por la calle bailando un pasodoble! ¡Qué garbo que tiene usted, madre mía!

El se tocó otra vez el ala del sombrero con la mano libre -la otra seguía apretando la pistola en el bolsillo-.
Al pasar por la parroquia, Cosme, el mendigo, le imploró:
- ¡Una limosnita, don Manuel: una limosnita, por amor de Dios!
El forastero, que había seguido más o menos el mismo camino de don Manuel, le preguntó al farmacéutico, en cuya compañía se dirigía al casino:
- ¿Pero quién es ese señor al que todos conocen y todos saludan?
El boticario se detuvo y miró fijamente a los ojos al forastero, como no dando crédito a lo que acababa de oir:
- ¡Coño!, ¿quién va a ser?: ¡el jefe de la policía secreta!, exclamó con un dejo de irritación.

(1) De Ceuta, ciudad autónoma española del Norte de Africa.


© José Luis Alvarez Fermosel

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lunes, 11 de octubre de 2010

A pura línea

Don Quijote y Sancho han sido representados de mil y una formas. Artistas de toda clase y estilo sintieron la tentación –y cayeron en ella- de llevar a dos personajes tan universales, tan actuales, tan simpáticos, al papel, el lienzo, el hierro y otros materiales.
Algunos, clásicos, hiperrealistas, los reprodujeron como si hubieran sido de verdad y conocidos de ellos, además, de modo tal que no les costó reproducirlos gráficamente, casi fotográficamente, con esa precisión, con esa fidelidad que otorga la cámara.
Otros los introdujeron en el surrealismo y muchos en el chafarrinón.
La versión que ofrecemos hoy es completamente lineal. Un dibujante de pulso rápido trazó unas líneas rectas, otras curvas, otras quebradas, las cruzó con otras y esas con otras y bosquejó una maraña aparentemente fácil -¡pero hay que ponerse y hacerla!- que plasma en negro sobre blanco, y con gran expresividad, al Caballero de la Triste Figura y su fiel escudero Sancho Panza, uno sobre su trajinado corcel Rocinante y el otro sobre su no menos sufrido rucio.
No sabemos el nombre de este artista tan original, que no tiene menos mérito que otros y que, él también, cayó bajo el hechizo de don Quijote y Sancho, figuras señeras e inmortales, y las puso a su aire, es decir, airosamente sobre el papel.
Merece reconocimiento y plácemes.

© José Luis Alvarez Fermosel

Traducciones y muñecos de torta

Uno ha escrito lo suyo y lo del vecino acerca del axioma que reza “traduttore, traditore”. Unas veces en pleno berrinche y otras dando rienda suelta al sentido del humor que todavía no le ha abandonado, afortunadamente.
Carolina Aguirre escribe hoy para La Nación de Buenos Aires un artículo tan bueno sobre las traducciones de los títulos de las películas que vienen en otros idiomas distintos al nuestro, que no podemos por menos que enlazarlo a este post para solaz de quienes lo lean.

© J. L. A. F.

Notas relacionadas:

Cómo no traducir el título de una película

Del autor:

¡Dale que va…!
Traduttore, traditore
También en inglés II
También en inglés


Un tiro en el bulevar

El aire de la tarde olía a anís y alquitrán.
El sol, parecido a un gran globo rojo, se ponía en París, arrebujado en una dulce luz naranja.
La perspectiva del Sena desde el Pont Neuf –que en realidad es el más antiguo-, se divisaba como a través del filtro de las cámaras fotográficas antiguas. El agua gris, con reflejos verdes y azules, parecía tornasolada.
Al cruzar el río vi unas gabarras que llevaban hábilmente a remolque unos lancheros, impulsándolas con pértigas.
Paseé lentamente, como un “flaneur” local, mirándolo todo. Antes de llegar a Les Halles, giré a la derecha hacia la calle Rivoli y me adentré en el bulevar Sebastopol.
Unos niños volvían a sus casas, cumplida su cotidiana jornada escolar. Llevaban grandes carteras de aquellas que se asían por una manija, probablemente llenas de libros, cuadernos y útiles. Unas muchachas con el pelo corto, muy parisienses, salían riéndose de una lencería.
Pasé por unos edificios con los postigos de las ventanas cerrados. Una pareja de gendarmes en bicicleta venía de la Cité.
Se oscurecían progresivamente los cristales de los escaparates y los balcones. El paisaje se difuminaba para dar lugar a chispas de luz que parecían tan lejanas como estrellas. De una esquina lejana llegaban las notas de un acordeón. Música de “bal musette”.
Fue entonces cuando vi salir a la mujer del café. Era más bien alta, morena, un poco agitanada. Apenas dio unos pasos y giró en redondo, situándose de cara a la acera de enfrente. Extendió el brazo derecho. En la mano relucía un objeto sospechosamente parecido a un revólver.
Era un revólver. El disparo sonó un poco más fuerte que el reventón de un neumático. Los pájaros salieron volando de los árboles cercanos.
Al tro lado de la calle, un hombre se tambaleó, pero no llegó a caer. Me vino a las mientes parte de la descripción que se hace de un duelo a pistola en un folletín de Gilberto Thierry: “El príncipe de Carpegna, herido en la ingle, vaciló; mantúvose en pie, sin embargo…”
En dos zancadas estuve junto al herido, un hombre de poco más de cuarenta y cinco años, vestido de gris, ligeramente parecido a James Mason. Se apretaba el vientre con la mano derecha, que iba tiñéndose de sangre. Le tomé de un hombro. “¿Aguanta?”, le pregunté. Me dijo que sí con voz no muy firme. La gente empezaba a arremolinarse alrededor de nosotros. “¡Qué alguien vaya a un bar y llame a una ambulancia!”, grité. (En esa época no había teléfonos celulares).
“¡La policía, la policia…!”, clamaba una mujer con voz aguardentosa.
El hombre se aflojaba. Le agarré por la cintura y él se apoyó en mi hombro. Le fui bajando lentamente hasta dejarle sentado en el bordillo de la acera, mientras yo le sujetaba por los hombros.
Sonó el silbato de un guardia y apenas un minuto después aparecieron dos gendarmes en bicicleta. Para mí que eran los mismos que había visto pasar antes.
Al cabo llegó una ambulancia e inmediatamente después uno de los pequeños coches negros que tenía entonces la Sûreté National, o la Policía Judicial, con dos inspectores que despejaron la zona rápidamente.
Uno era bajo, moreno y lucía una sortija con una piedra verdosa. Seguramente era corso. Se fue en la ambulancia con el herido y los paramédicos.
Al otro, un poco más alto, enjuto, una cicatriz le cruzaba la ceja izquierda Se movía con una calma engañosa. Encontró el revólver al pie de un farol: un Smith & Wesson del 38 largo, de cañón corto.
¿Por qué tiraría el revólver la mujer? ¿Se asustaría al escuchar la detonación? ¿Se le escaparía el arma de la mano por el retroceso? ¿Habría pensado disparar las seis balas y le fallaron los nervios en el último segundo? ¿Se arrepintió de su decisión después del primer tiro? En otro orden, ¿acertó el único disparo por casualidad, o era una experta tiradora?
No le formulé ninguna de esas preguntas más que a mí mismo, razón por la cual nadie contestó a ninguna en la comisaría del distrito –no recuerdo cuál- a la que fui llevado a declarar como testigo. Allí sólo me enteré de que el herido fue trasladado al hospital Beaujon.
Los diarios no publicaron nada, ni siquiera un suelto. Ni al día siguiente ni ningún otro.
Dos días después regresé a Londres, donde yo vivía entonces. Por mi cuenta averigüé que el herido –que se recuperó satisfactoriamente- era miembro de una familia propietaria de una conocida marca del aperitivo picón-granadina.
Cuarentón largo, divorciado, sin hijos, se emparejó con una viuda joven de muy buen ver, de ascendencia rumana, dueña de una tienda de antigüedades en el Quai des Celestines. Todo iba bien hasta que una hija de la viuda, de 16 años, se empeñó en quitarle el amante a su madre. Y lo consiguió.
Pero mamá era de armas tomar. Y tomó un 38. Y cada mochuelo se fue a su olivo. Uno de ellos con un plomo en el buche.
Un “affaire” muy parisiense.


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 10 de octubre de 2010

La conquista de Pinkerton

¡Pues, hombre, lo único que nos faltaba, un ratón dentro de un queso!
Ya no se conforman con trincar el queso que les pones en las trampas y salir de naja con él en la boca. Ahora también se meten dentro de nuestros quesos. ¡Estos ratones…!
El ejemplar que aparece asomando apenas su hociquillo por un agujero del queso, tiene más de ratón de Walt Disney que de esos que se nos cuelan de rondón un día en casa y nos hacen revolver Roma con Santiago, hasta que lo pillamos en falsa escuadra y nos lo cargamos de un escobazo, pobre animalejo, que no nos ha hecho nada.
Cuando lo vemos ya sin vida, exánime sobre la alfombra, él que era todo vitalidad, movimiento y rapidez, nos da un poco de lástima.
Somos violentos, los seres humanos somos violentos, esa es la verdad. Tendemos a agredir. Por envidia, por celos, por despecho, por miedo, por lo que sea. Ya de niños se nos enseña que no hay mejor defensa que un buen ataque.
En virtud de una suerte de mea culpa, traemos hoy aquí a Pinkerton –ese es su nombre- vivito y coleando, con una expresión azorada, como si supiera que ha hecho una travesura, y un poco temerosa también, como si viera venir la trampa o la escoba, que en esta oportunidad hemos guardado bajo llave.
¿Que se ha metido en un queso? Bueno, pues ya saldrá. O se lo comerá poco a poco, si se deja el queso donde está, que mientras no se mueva le servirá también de casa. El sueño de la vida de un ratón: vivir en una casa de queso e ir comiéndosela bocado a bocado.
Un ratón –¿no se apellidaba Pérez?- nos ponía una moneda bajo la almohada a cambio de un diente, el primero de los dientes de leche que se nos cayó.
Esa fue la primera transacción comercial de nuestra vida, hecha por otros, por cierto. Andando el tiempo habríamos de hacer otras muchas, por cuenta de otros y por la nuestra.
Las andanzas del ratón Mickey nos divirtieron mucho de chicos. Lo vimos en Disney World, caminando del brazo de su novia Minnie por una avenida. No sabíamos que los dos habían crecido tanto.
El ratón Jerry le traía al gato Tom por la calle de la amargura. Pero en el fondo eran amigos.
El gran periodista y excelente ser humano español Vicente Romero recibe a veces en el estudio de su casa de la sierra madrileña, cuando está escribiendo, la visita de un ratoncillo –que debe venir del jardín-. Se pone de manos muy cerca de él y le observa fascinado durante un buen rato. Al cabo se va y tarda varios días en volver. Para Vicente ya es un amigo.
Saquemos a Pinkerton a la luz pública. Es más, regalémosle el queso.
¿Quién se va a comer un queso con un ratón dentro?


© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 6 de octubre de 2010

El Simurg

En otra parte de este blog me refiero a los redactores de las solapas y contraportadas de los libros en general y a uno en particular, de quien publiqué un resumen brevísimo –impreso en un señalador de páginas- de la reseña que había escrito en la contratapa de la novela La mujer pobre, de León Bloy.
La editorial que sacó a la luz esa novela es Simurg. Lleva el mismo nombre de un pájaro legendario, o para ser precisos mitológico.
El Simurg pertenece a la mitología persa. Se le conoce también como Simurgh o Senmurw. Para quienes le adoptaron como símbolo tiene el imperio del águila y reúne, además, el exotismo y el esoterismo característicos de las personas y animales que pueblan las mitologías de todos los pueblos del mundo.
El Simurg aparece con frecuencia en fábulas y otros relatos persas.
Anida en el árbol del Conocimiento y esparce sus semillas por todo el orbe, batiendo sus poderosas alas. Otras versiones le presentan como el rey de todos los pájaros.
Ocasionalmente se lo representa con cabeza de hombre, o de perro. Otras veces tiene cuerpo y alas de dragón y patas de león.
La leyenda del Simurg se relaciona con la del Ave Fénix, que después de arder resuge indemne de sus propias cenizas.
Según Al-Quzwiní, vivía varios siglos. Cuando su hijo maduraba, el Simurg se adentraba en un fuego que salía de la tierra y se inmolaba.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

Los solaperos

Altos funcionarios

Altos funcionarios, ex presidentes e incluso presidentes en ejercicio de varios países del mundo no están dando así como precisamente un buen ejemplo de “good manners”.
El ex presidente chino Jiang Zemin –a quien se investiga por genocidio, dicho sea de paso- fue retratado en primer plano metiéndose el dedo en la nariz.
Otros altas autoridades mundiales han metido la pata. Varias veces y a fondo.
Casi todos los presidentes europeos y alguno que ya no lo es, como José María Aznar, de España, fueron fotografiados y grabados pronunciando discursos en total estado de embriaguez, como puede verse claramente en las pruebas documentales adjuntas. ¡A Aznar le aplaudieron…!
Es un vergüenza, francamente. ¡Qué ejemplo!
Vean las fotos y vídeos relacionados y ríanse -¡por no llorar…!-. No nos falta mucho, tal como están las cosas, para llegar a la idiocracia, impulsada por nuestros líderes.
Tercer mundo, primer mundo… En todas partes cuecen habas. Todo está globalizado.


© J. L. A. F.


Los solaperos

¡Qué bien escriben los redactores de las solapas, o de las contraportadas de los libros!
Tienen un estilo cristalino, depurado, conciso pero compatible con la expresividad. Nos recuerdan a los buenos “copywriters” de las agencias de publicidad; pero los solaperos tienen más fondo, más espesor, si es que puede decirse así.
¿Serán escritores consagrados que fueron un día a una editorial con su manuscrito, y ésta no se lo publicó, pero les ofreció trabajo y ellos, que también tienen que vivir, se olvidaron de su libro y se pusieron a escribir solapas?
Me imagino el siguiente diálogo entre el director de una editorial y un escritor. Ambos, si no amigos, son viejos conocidos.
- No, no; esto no va, lo siento.
- Pero el libro es bueno, es publicable, me lo han dicho todos.
- No importa.
- ¿Pero cómo no va a importar?
- Lo que oyes. Ahora lo que se vende son libros de autoayuda. ¿Tienes algo, o has pensado escribir algo al respecto?
- Pues…, la verdad, yo no…
- ¿Por qué no te quedas con nosotros, y escribes para nosotros?
- ¿Traducir, dices?
- No, escribir contracubiertas y solapas de libros?
- ¡Hombre, no había pensado yo…!
- Te puedes ganar un poco de dinero.
- ¿Un poco?
- Ya sabes cómo están las cosas.
- Sí, sí, claro. Yo, es que…; en fin, déjame pensarlo.
Y si no siempre, en algunos casos el escritor lo piensa y en lugar de escribir un libro de autoayuda se queda en la editorial y escribe textos en las contratapas, los separadores que sirven de señal y las solapas de los libros que a veces son mejores que los propios libros.
Otra posibilidad es que esos escritores pertenezcan a la editorial desde siempre, que sean empleados suyos. Ciertos autores escriben ellos mismos las solapas. Pero son muy pocos.
En cualquier caso, ¡qué magnífica esa prosa, qué capacidad de síntesis, qué claridad!
Reproducimos un extracto –impreso en un señalador- de la contratapa de la obra La mujer pobre, del escritor francés León Bloy (1846-1917), católico fanático, que escribió sólo dos novelas y una gran cantidad de ensayos.
Aplausos para los entrañables solaperos, que nadie sabe quienes son -¡qué lástima!-, que no firman, que escriben tan bien.
A ellos les dedicamos este post como modesto homenaje de un lector que aprecia su trabajo en lo mucho que vale.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

lunes, 4 de octubre de 2010

El obispo y los prostíbulos

En los tiempos heroicos, cuando se hacía periodismo en serio, los que empezábamos entonces aprendíamos muchos de los veteranos. Como sabían todo lo que hay que saber, y más, les hacíamos caso. En la calle encontrábamos la corroboración empírica.
Cuando digo que aquellos veteranos lo sabían todo quiero decir que escribían muy bien, pero asímismo conocían a la perfección el medio para el que trabajaban, de la redacción a la platina. Ningún género periodístico les era extraño. Hacían fotos y las revelaban, manejaban el taller, el archivo, sabían titular, diagramar, corregir…
En la calle no se les escapaba nada, llegaban a donde hubiera que ir, y más lejos, abrían todas las puertas y cuando no, entraban por la ventana. Así que volvían siempre al periódico con la información. Ni que hablar de los fotógrafos, profesionales y audaces hasta la temeridad.
Más les valía no volver a la redacción con las manos vacías, porque si así ocurría se hacían acreedores a una buena reprimenda, cuando no a una suspensión de empleo y sueldo.
Si por causas de fuerza mayor les era imposible regresar a la “cuadra” con la noticia, o el material para la crónica, se las arreglaban para traer algo todavía mejor que lo que se les había encomendado, algo que no tenía nadie: una primicia, un “scoop”, como dicen los norteamericanos, maestros del reporterismo.
No había entrevistado que no quisiera hacer declaraciones que se les resistiera. Siempre les hacían soltar prenda.
Yo tuve la suerte, nada más llegar a Buenos Aires, de empezar a trabajar en la Crónica de Héctor Ricardo García -a quien nunca podré agradecer bastante todas sus deferencias y gentilezas-. Allí me codée de igual a igual con muchos de los mónstruos sagrados de la Crítica de Botana, un diario que hizo historia en Argentina. García tuvo el buen sentido de llevárselos a Crónica, cuando cerro Crítica. Cree que es justo traerlos a colación aquí: es gratitud y es recuerdo.
Juan Petrone, secretario general –desempeñó el mismo cargo en Crítica-, Roberto Cook –hermano de John William Cook- diplomático de carrera, Vicente “Tuchi” Thomas, que fue boxeador y vivió varios años en Estados Unidos. A él le escuché el lema “Rolling stone gathers no moss” (Piedra que rueda no cría musgo).
Cook, “Tuchi” Thomas y yo mismo hablábamos varios idiomas. En la “cuadra” había dos poetas: Leónidas Lamborghini y Joaquín Ianuzzi.
Eduardo Portillo, que firmaba en Crítica sus crónicas de “turf” como “Tres y Dos”, en Crónica hacía de todo, y todo lo hacía bien. Gustavo Germán González fue el mejor reportero de policiales de Argentina. Estuvo en el diario de Botana, donde estampaba al pie de sus crónicas sus iniciales: G. G. G. Luego pasó a Crónica, él también.
Américo Barrios dirigía el matutino. De Ricardo Gangeme, Alfredo Bonatto, Pepe Cardinali, Néstor Ruiz, Norma Vega y otros hablaré en cualquier otra ocasión para dedicarles el espacio que se les debe. Capítulo aparte merecen los legendarios hermanos Jacobson. De Jorge soy muy amigo.
En toda la América de habla española hubo siempre muy buenos periodistas. Recordemos, sin ir más lejos, a los bolivianos Ted Córdova Claure y Augusto Montesinos Hurtado.
Un diario de Chile –hace de esto muchos años- mandó a uno de sus reporteros a una provincia a la que viajaba un obispo en visita pastoral.
El director del diario, rabiosamente anticlerical, encareció a su enviado especial que procurara conseguir alguna noticia a tono con la tendencia del periódico.
Apenas llegó el prelado se vio rodeado de periodistas, incluído el chileno, que se las había apañado para situarse a su lado y decirle rápidamente al oído, con una suerte de desesperación: “¡Los prostíbulos, Eminencia Reverendísima, los prostíbulos…!”
El obispo, aterrado, gritó, más que dijo: “¿Cómo? ¡Los prostíbulos…! ¿Dónde están los prostíbulos?”.
Al día siguiente el diario encabezaba su primera página con el siguienter título: “¿Dónde están los prostíbulos?, preguntó el obispo nada más llegar…”.
A los católicos no les habrá parecido nada bien la artimaña del periodista chileno.
Reconozcamos –sin entrar en la deontología del periodismo, que ese es otro tema- que al chileno no le faltó astucia, ni rapidez mental. Ante todo y por todo era periodista, y trabajaba para un diario que estaba contra el clero.
Aquellos periodistas que eran veteranos en el último tercio del siglo pasado se distinguieron por el conocimiento perfecto del oficio que eligieron, su profesionalismo, su ingenio, su amplia cultura general y su dominio del idioma español, cuando no de otros.
Eran otros tiempos, eran otros periodistas.

© José Luis Alvarez Fermosel

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Pancartas y octavillas

sábado, 2 de octubre de 2010

Ambigua moral

A pocos días de que escribiéramos en este blog del espía múltiple Kim Philby, el mayor traidor de la historia de la Inglaterra reciente, el también inglés y ex agente secreto británico David Cornwell, escritor de novelas de espías que firma con el seudonimo de John Le Carré, revela a la periodista Olga Craig del diario El Mundo de Madrid que le ofrecieron conocer a Philby en Moscú y él se negó.
Le Carré sostiene que una elemental cuestión de ética le impidió estrechar la mano de Philby, que envió a muchos de sus compatriotas y colegas a la muerte, después de que probablemente fueran torturados.
El creador del espía George Smiley, cuyas venturas y desventuras llenaron muchas páginas y aun fueron llevadas al cine y la televisión, tiene 79 años y vive en Cornualles –en la costa suroeste de Inglaterra- con su mujer Jane, con la que lleva casado 38 años.
Cornwell, o Le Carré, acaba de terminar su novela Un traidor como los nuestros -la número 22-, que aparecerá en breve, editada por Plaza & Janés.
Evidentemente, el escritor y ex espía no tiene una moral, o una ética tan ambigua como la de Graham Greene (1904-1991), también ex espía, también escritor, que fue jefe –y sin embargo amigo- de Philby en el MI6, lo visitó en Moscú y se fotografió con él en una fiesta de cumpleaños en el departamento del escritor y presentador de televisión ruso Genrij Borovik, en 1987.
Greene no dejó nunca de expresar su admiración y su afecto por Philby, a punto tal que lo hizo protagonista de alguno de los libros de su autoría que trataron sobre espionaje. Convenientemente enmascarado, eso sí.
Una serie de coincidencias une en mi blog a estos tres personajes: los tres ex agentes de la inteligencia británica, los tres escritores… y sólo uno traidor.
La actitud de Greene no nos sorprende demasiado. Fue un hombre de espíritu retorcido, oblicuo y de ética acomodaticia, si es que se la puede llamar así.
La rubia Albión ha dado hombres equívocos como éstos, como Graham Greene, quiero decir. Hombres, por ejemplo, que de la piratería pasaron a la nobleza, como Francis Drake.
Otros, como Le Carré, fueron leales a su bandera y a su patria.

© José Luis Alvarez Fermosel

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Pensamientos, frases célebres, citas famosas

Cuán presto se va el placer,
cómo después de acordado
da dolor,
cómo, a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado
fue mejor.
Los versos anteriores pertenecen a la obra más conocida del poeta español Jorge Manrique (1440-1479): Coplas a la muerte de su padre, una elegía de meditación filosófica sobre la muerte, de gran influencia en la literatura española posterior. Escribió otros poemas de carácter erótico-caballeresco. Murió en una escaramuza durante el levantamiento del asedio de Ucles (Cuenca, centro-este de España, cerca de Madrid).
© J. L. A. F.