sábado, 31 de julio de 2010

Axioma


viernes, 30 de julio de 2010

Chardin por Chardin

Jean Baptiste Simeón Chardin (1699-1799) fue un pintor que se movió con sigular maestría entre el silencio y una difusa luz gris, como de atardecer: entre Vermeer y Cézanne.
Una de sus peculiaridades la constituye el hecho de que quizás fue el único artista del siglo XVIII que careció de formación académica y que no hizo el canónico viaje a Roma.
Se interesó, esencialmente, por las escuelas flamenca y holandesa. Le apasionaron los pequeños detalles, los acontecimientos diarios, los hábitos cotidianos, los estrechos círculos de las familias modestas y los sentimientos ligeros.
Chardin no buscó inspiración en salones aristocráticos ni en jardines señoriales. Alternó la pintura de naturalezas muertas con las de temas basados en la realidad circundante. Pero no es por eso el suyo un arte despojado de sentimiento; por el contrario, está lleno de valores humanos y opciones figurativas.
La muestra suprema de su originalidad fue la pintura de su autorretrato, a los 76 años, que expusó casi inmediatamente después en el salón de 1775, junto al retrato de su segunda mujer, Marguerite Pouget.
Cosa rara: el pintor, tan amante de la realidad, hizo de sí mismo una interpretación imprevisible, bizarra y “sui generis”, algo así como el resumen distorsionado de una existencia, o la última página, emborronada, de la historia de una vida.
No faltan quienes opinan –entre ellos Stefano Zutti- que Chardin quiso, en realidad, aparecer disfrazado, o poco menos, y de ahí el turbante, los llamativos anteojos y la visera, con la que pareciera querer protegerse de la luz.
Marcel Proust admiró siempre esta pintura, que presenta a Chardin como a un viejo turista inglés.
El cuadro está pintado al pastel, la última técnica que utilizó Chardin. Es una obra fascinante y un expresivo documento probatorio de la imprevisibilidad de los grandes artistas.
Chardin, y por eso a mí me gusta tanto, se detiene con particular interés en los objetos inanimados, en esas naturalezas muertas tan suyas, envueltas por un velo de suaves azules y blancos.
Un ligero desenfoque empaña imperceptiblemente los contornos de esas imágenes. El artista se las arregla para mostrar ese polvo sutil, más aún, impalpable, que desciende en silencio sobre las cosas, imprimiéndoles una pátina que las eterniza en una dimensión intemporal y melancólica.

© José Luis Alvarez Fermosel

¡Las vacas del pueblo...!

Pues ahora resulta que a las vacas les dan vino en Canadá, nos enteramos por cables de agencias.
Dicen que la carne vacuna mejora muchísimo con ese… tratamiento. No sabemos qué pasará con la leche y sus productos, como el queso, aunque es de suponer que esas vacas están destinadas a dar carne, y no leche.
El caso es que las bodegas de la Columbia Británica tienen ahora como nuevos clientes a las vacas de la región, reveló el diario Vancouver Sun al Oeste del Canadá, donde patrulla la Real Policía Montada, cuyos efectivos lucen tan elegantes con sus casacas rojas y sus guantes blancos. Los veíamos en películas, en nuestra niñez cinéfila y alegre.
La curiosa iniciativa de hacerles ingurgitar vino a las vacas se debe a una tal Janice Ravudahal, propietaria de la granja Sezmu Meats, situada a unos 300 kilómetros de Vacouver.
Los resultados están a la vista. Varias vacas de las que toman vino han pasado ya por la cuchilla del matarife, y su carne circuló por el mercado y llegó luego a los restaurantes y a las mesas de las familias. Todos coinciden en que la carne en cuestión es una delicia.
El precio ha subido un 15 por ciento. No hay mal que por bien no venga.
Tendríamos que probar a darle vino a las vacas argentinas, aunque ya se sabe que su carne es muy buena. Pero tal vez mejorara si incluyeramos tintillo en su dieta: Malbec, por ejemplo, que está tan de moda y que se produce tanto, o ese vino negro que adquiere una tonalidad azul cuando se vierte en la copa, que es… ¡lo más!, según entendidos que en realidad no entienden nada.
A uno no le gusta ese vino, pero a lo mejor las vacas lo encuentran potable y lo trasiegan con júbilo. Si así fuera, y les sentara bien, la cosa se haría sistemática y los vinateros aumentarían su producción. Si luego los bifes de chorizo salieran más ricos, ¡pues miel sobre hojuelas!
Lo que no debería hacerse, en el caso de que se tomara esa decisión, sería dejar de acompañar con vino esa carne, ya en el plato, por el hecho de que trajera el vino incorporado. Quizás lo contrario se trocara en una nueva versión del pan con pan, comida de tontos. Vino con vino…
Ravudahal dice que en cuanto las vacas prueban el vino se ponen contentísimas. ¡Toma, ya lo creo! El vino alegra el corazón de todo bicho viviente.
Yo solía darle miga de pan mojada en vino de Oporto a un loro que tenía cuando vivía en Tánger, y el loro se ponía inmediatamente a silbar la Marsellesa. Sus dueños anteriores debían ser franceses.
Volviendo a las vacas de Vancouver, el cocinero Michael Allemeier asegura que la carne de res macerada en vino -¡en vivo!- es muy tierna. “Pero a mí lo que más me impresiona es el sabor”, se entusiasma.
Ravudahl revela que las vacas, una vez trasegado su pienso, al que se añade un litro de vino –no se explica si blanco, tinto, varietal o genérico-, mugen por todo lo alto, lo que ha de equivaler a las canciones de parroquianos de taberna, después de consumida la primera botella.
En cuanto a canciones se refiere, los vascos entonan –y a veces desentonan- la siguiente: “Las vacas del pueblo ya se han escapao/¡riau, riau!/Ha dicho el alcalde que no salga nadie,/que no anden con bromas,/que es muy mal ganao”.
A lo mejor el “ganao” no es malo, sino que a las vacas, sin que se haya sabido nunca, también les dan vino –los vascos son capaces de eso y de mucho más-, y los pobres animales se agarran unas tomateras como pianos de cola y se lanzan a las calles, en un estado de gran exaltación.

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 29 de julio de 2010

El tiempo

El tiempo es la tristeza, dijo aquél, a quien no debió darle la vida muchas alegrías. Sin embargo, no dejó de tener razón. El tiempo, el tiempo pasado es, o su recuerdo, la nostalgia. El tiempo feliz, se entiende. Los malos ratos pasados no se recuerdan, ni mucho menos se evocan.
El tiempo arrasa con todo, se lleva nuestra juventud, es un eficiente barrendero de ilusiones, corroe nuestra voluntad y nos debilita a la hora de hacer frente al compromiso.
Se ha hablado y escrito mucho sobre el tiempo, lo mismo que sobre la distancia. El tiempo y la distancia… El eterno martirio del emigrante. Y un buen tema para los letristas de boleros.
Muchos escritores universalmente famosos no se llevaron bien con el tiempo. “¡El tiempo es un mentiroso!”, dijo Oliver Wendt L. Holmes. Ben Johnson no fue más benevólo cuando manifestó: “Ese viejo tramposo, el tiempo”. Para Milton el tiempo era un ladrón sutil, mientras que para Henry Wadsworth Longfellow “el tiempo, con mano incansable, ha arrancado la mitad de las hojas del Libro de la Vida Humana”.
Eurípides destila buen humor cuando afirma: “El tiempo revela todas las cosas: es un charlatán”. Es verdad. El tiempo descubre nuestra nuestra edad –aunque a veces logremos disfrazarla-, otras huellas que él mismo ha dejado no sólo en nuestros rostros, sino en nuestras almas, cuando no heridas, cuyas cicatrices se notan.
Quien habla de heridas, y de cicatrices, habla de curas, como Séneca que –él, naturalmente- estima que el tiempo cura lo que la razón no puede curar. El gran Shakespeare desea que todo hombre sea dueño del tiempo, y Baltasar Gracián es más rotundo cuando asegura: “El tiempo es lo único que realmente nos pertenece: incluso aquel que no tiene otra cosa cuenta con eso”. Cuantos lo lo pierden.
Schiller medita sobre el lento, el silencioso poder del tiempo. “Los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes, el comentario”, establece Schopenhauer.
Siempre medido, siempre sensato, Blas Pascal -el solitario de la abadía de Port Royal- opina que el tiempo cura las penas y las injurias, porque a su entender todos cambiamos y dejamos de ser la misma persona: ni el ofensor ni el ofendido son el mismo.
Con el paso del tiempo, las costumbres cambian. “O tempora, o mores”, dijo Cicerón. Un quídam tradujo: “¡Oh tiempos de los moros!”. La traducción real del latín es “¡Oh tiempos, oh costumbres!”.
© Trasncripción y comentarios: J. L. A. F.


Nota relacionada:

El tiempo no existe

martes, 27 de julio de 2010

La vida es sueño

¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son.

Los versos transcriptos arriba pertenecen a “La vida es sueño”, quizás la obra más representativa de Pedro Calderón de la Barca, uno de los mejores poetas dramáticos de España, que enriqueció con su fecunda imaginación la escena española durante casi todo el siglo XVII.
Nació en Madrid, el 17 de Enero de 1600. Estudió en los jesuí­tas y en la Universidad de Salamanca. Enrolado en el ejército después, sirvió con honra en Italia y Flandes. Felipe IV le nombró poeta de corte a la muerte de Lope de Vega.
A los cincuenta y un años se ordenó de sacerdote. A diferencia de Lope, su vida durante el desempeño del sacerdocio fue ejemplar.
Calderón de la Barca murió en Madrid, en el año 1681. Dispuso que se le condujera descubierto al sepulcro, a fin de que todos los que tanto le admiraron en vida observaran en qué vienen a parar las glorias mundanas.
Calderón de la Barca disfrutó de tanta popularidad como Lope de Vega. Le encomiaron desde el rey hasta el último vasallo de la corte.
Ciertos críticos -entre ellos Moratín, padre-, combatieron la escuela de Cal­derón. Gracias a los trabajos de los eruditos alema­nes Guillermo y Federico Schlegel, que proclamaron hasta la hipérbole la gloria del gran dramático español, éste es considerado como una de las primeras figuras del teatro mundial.
Entre los dramas filosóficos de Calderón descuella “La vida es sueño”, cuya enseñanza consiste en patentizar que las venturas de esta vida son un sueño y que la desgracia suele venir cuando más encumbrados nos hallamos.
Esta obra ha llegado a compararse con el “Hamlet” de Shakespeare, así como algunos han visto una cierta similitud entre “El mágico prodigioso” de Calderón y el “Fausto” de Goethe .
Otras obras de Calderón de la Barca dignas de especial mención son “El mayor monstruo los celos”, “El médico de su honra”, “A secreto agravio secreta venganza” y “El alcalde de Zalamea”.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 26 de julio de 2010

Asesinato entre amigos

Los editores de este libro lo presentan diciendo, con mucho acierto, que “es una provocativa colección de narraciones de misterio, que estudian al detalle los límites de la amistad, la lealtad y la confianza. Escritos por once maestros del género policial, entre ellos Lawrence Block, Mary Higgins y Justin Scott, los relatos recrean los males de nuestro tiempo y el desplazamiento de las fronteras de los universos morales”.
Vale la pena leer esta compilación de cuentos policiales, prolijamente hecha por Justin Scott, que nos ofrece la introducción y un relato de su autoría, muy original, por cierto, y en el que campea un humor de buena ley. El protagonista es un gato.
Este tipo de antología es muy socorrido, valga la expresión. Un libro inapreciable para los viajes, o para llevarlo en el portafolio y, nada más entrar en la sala de espera de ese abogado, o ese médico que siempre nos hace esperar, abrirlo por cualquier parte, en cuanto nos sentemos, y pasar un buen rato hasta que llegue nuestro turno.
No es recomendable, eso no, tenerlo en la mesita de luz. Porque si una noche el sueño tarda en cerrar nuestros párpados y se nos ocurre empezar a leerlo, es posible que nos desvelemos y pasemos una noche en blanco, es decir, una noche estupenda en la que el misterio, la investigación –que tanto cataliza el impulso creador-, el suspenso y, casi siempre, el humor, harán que las horas pasen muy rápidamente. Si nos vence el sueño muy poco tiempo antes de levantarnos, lo mejor será aceptar la derrota. Antes de cerrar los ojos, habrá que pedirle a nuestra mujer que llame a la oficina y diga que estamos con un poco de fiebre y que en todo caso iremos al día siguiente.
Otra cosa que tiene que ver con el libro que recomendamos. ¿Han observado lo aficionados que son los escritores ingleses y norteamericanos de novelas de misterio a reunirse periódicamente en clubes, bares, restaurantes, salones de hoteles y otros lugares parecidos?
Los autores de “Asesinato entre amigos” se juntan los primeros martes de cada mes en el restaurante Adam de Nueva York.
Pasemos a la ficción para recordar que Manfred B. Lee y Frederic Dannay tienen un librito delicioso titulado “En el salón de los Queen”, en el que se menciona la reunión mensual de la sección Nueva York de los Escritores de América. Recordemos “Los asesinos del club de los jueves”, de Agatha Christie, los Irregulares de Baker Street del hotel Murray de Nueva York, “El club de los suicidas” de Robert Louis Stevenson y, el desde luego, mucho más alegre “Club de los negocios raros”, de Chesterton.
“Asesinato entre amigos” está editado por Emecé en formato de 23 por 15 centímetros, traducido al español por Ernesto Montequin y tiene 280 páginas. En Buenos Aires no hay ninguna edición en su idioma original, el inglés.


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 25 de julio de 2010

¡Al frío, sopa!

Como les suele pasar a todos los niños -Mafalda incluída- yo odié las sopas en mi tierna infancia. Después me acostumbré a ellas y hace ya mucho tiempo que me gustan muchísimo. Son sabrosas, ideales como prin­cipio de una comida y, sobre todo, reconfortantes en invierno -en el invier­no español, se entiende, cuando hace mucho frío, porque en Argentina ya no hace más frío en invierno-.
Para el verano están las sopas frías y los cal­dos con una yema de huevo y un chorrito de jerez. Otra ventaja de las so­pas es que son muy fáciles de hacer, por lo general. Sus virtudes se conden­san en esta copla:


Quitan el hambre
y dan sed poca,
hacen dormir
y digerir,
nunca enfadan,
siempre agradan
y crían la cara colorada.


Sopa de pimentón
(4 porciones)

Ingredientes:

4 dientes de ajo fileteados
2 cebollas picadas
1 tomate pelado y picado
4 rebanadas de pan de la víspera
2 cucharadas de pimentón dulce
4 yemas de huevo crudas y/o daditos de pan frito
2 cucharadas de crema de leche
1/2 litro de caldo
Sal
Manteca
Aceite

Preparación:

Sofreir a fuego vivo, en la mezcla de aceite y manteca, los ajos, las ce­bollas y el tomate. Cuando la cebolla esté traslúcida, incorporar las roda­jas de pan y el caldo. Mezclar y dejar que se cocine todo lentamente a fue­go bajo, con la cacerola tapada, durante unos 30 minutos. Luego de unos minutos de cocción, controlar que el pan esté desmenuzado, si no, pisarlo con un tenedor. Salar, condimentar, echar la crema y revolver. (Si la sopa se hubiera espesado mucho, añadirle un poco de agua y rectificar los condi­mentos.) Servir bien caliente, añadiendo sobre cada plato una yema y/o los dados de pan frito.

Esta "Sopa de pimentón" es muy sabrosa y reconfortante. Puede tomar­se después de una ensalada de anchoas, patatas cocidas, huevo duro, toma­te, cebolla y ajo, todo armónicamente cortado, mezclado y aliñado con acei­te, vinagre, un poquito de pimienta y sal. O antes de un bifecito de hígado de ternera cortado más bien grueso, envuelto en panceta fresca y frito lige­ramente a la sartén con cebolla y un poco de vino blanco: plato sencillo, ba­rato y muy fácil de hacer que se puede acompañar con el vino del color que se quiera.

Sopa de pimientos
(4 porciones)

Ingredientes:

3 pimientos verdes asados, sin piel, escurridos y cortados en tiras finas
2 pimientos rojos asados, sin piel, escurridos y cortados en tiras finas
4 dientes de ajo picados
1 cebolla picada
2 cebollas de verdeo picadas
4 cucharadas de crema de leche líquida
4 yemas de huevo
1/2 cucharada de perejil picado
1/2 cucharada de albahaca fresca picada
1 litro de caldo de verdura
1/2 vaso de jerez seco
Pimentón dulce y picante
Pimienta negra
Sal
Aceite

Preparación:

En una olla grande, dorar los ajos y las cebollas. Cuando hayan toma­do color incorporar los pimientos, el perejil, la albahaca y el caldo. Cocinar a fuego medio hasta que rompa el primer hervor. Luego, verter la crema, el jerez y condimentar. Mezclar todo, tapar la olla y dejar a fuego mínimo unos 5 ó 6 minutos más. Al servir, colocar encima de cada plato una yema de huevo cruda.

Sopa cordobesa (de la Córdoba andaluza)
(2 porciones)

Ingredientes:

3 dientes de ajo (aplastados, fileteados o picados)
100 gramos de pan de la víspera cortado en rebanadas
1 litro de caldo
2 huevos
Zumo de 1/2 limón
Cubos pequeños de pan frito o tostado
Sal
Pimienta
Aceite

Preparación:

Dorar apenas los ajos y el pan en el aceite caliente. Verter el caldo, salpimentar y cocer a fuego medio hasta que la miga se haya casi deshecho. Retirar del fuego. Licuar la preparación para convertirla en una crema. Volverla al fuego mezclando siempre para que no se pegue e incorporarle las claras de huevos, ligeramente batidas. Seguir removiendo suavemente hasta que éstas cuajen y comiencen a formar hebras. Añadirles las yemas, también levemente batidas, por adelantado, con el zumo del limón. Seguir revolviendo sobre el fuego medio un par de segundos más. Rectificar de gusto si es necesario. Se sirve caliente con dados de pan tostado por encima.

Fuente:
Libro “¡A comer con gusto! con el Caballero Español”

© José Luis Alvarez Fermosel

Ha llegado un inspector

La familia Birling termina de cenar en su casa de la pequeña ciudad industrial inglesa de Brumley. Se celebra el compromiso matrimonial de Sheila Birling con Gerald Croft. Año 1912.
Están sentados a la mesa Arthur Birling (acaudalado industrial, juez y ex alcalde de Brumley, que aspira a un título nobiliario), su mujer Sybil (pilar de la Sociedad Femenina de Beneficencia de Brumley), los hijos de ambos, Eric y Sheila, y Gerald Croft (hijo de Sir George Croft, amigo y competidor en negocios de Birling).
La atmósfera cálida, confortable, congratulatoria, se rompe por la súbita llegada de un extraño: un inspector de la policía local apellidado Goole. Hace dos horas se ha suicidado una joven llamada Ana Smith, al ingerir una considerable cantidad de desinfectante.
El policía comienza su encuesta. Nadie conoce a la muchacha. Goole, más que incisivo, se muestra avasallador, casi brutal.
Poco a poco, sale a relucir la verdad. Una serie de acontecimientos, consignados por la joven en un diario que llevaba, le indujeron a quitarse la vida. Cada uno de esos hechos ha sido provocado, aunque no adrede, por los asistentes a la reunión de esa noche. Nadie, ni nada es lo que parece. Todos han abusado de sus privilegios.
Birling resulta ser un tirano, Sybil es una fanática intransigente, Sheila una chica malcriada y egoísta, Gerald un embustero y Eric un borracho y un ladrón. Terminado el interrogatorio, el inspector se va.
La familia no da crédito a lo que acaba de pasar. Terminan por autoconvencerse de que su visitante no pertenece a la policía y nada de lo que ha revelado ocurrió en realidad.
Gerald telefonea al hospital, donde le confirman que esa noche no ha muerto ninguna muchacha. Por su parte, la policía de la localidad manifiesta que no conoce a ningún inspector Goole. Al parecer, todo es una trama urdida para descalificar a los Birling. El ambiente vuelve a tranquilizarse.
Momentos después suena el teléfono. Una muchacha ha muerto en camino al hospital, después de haberse tragado un desinfectante. Un inspector de policía se dirige a la casa de Birling para recabar informes.
La obra se titula en inglés, su idioma original, “An inspector calls”. Se tradujo al español como “Ha llegado un inspector”.
Fue escrita –sólo en una semana- en el invierno de 1944 por John B. Priestley. No pudo estrenarse hasta el verano de 1945, en el Londres arrasado por los bombardeos de la aviación alemana durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). En octubre de 1946 inauguró la temporada teatral del London Old Vic. La crítica la recibió sin entusiasmo. Posteriormente se representó con gran éxito en París, Nueva York y Buenos Aires. La obra fue editada por Aguilar en Madrid y por Losada en Buenos Aires.
La pieza constituye, quizás, el primero y único retrato que se tenga de un escalofriante detective que opera en la cuarta dimensión. No es una historia de fantasmas, a lo Henry James, sino uno de los estudios de Priestley sobre el tiempo. Goole no es una sombra incorpórea, es una fría y alucinante realidad fuera del contexto del tiempo. También, se revela como uno de los más característicos policías, enérgicos y antipáticos de la típica ficción policial británica.
John Boynton Priestley nació en 1894 en Bradford –ciudad que disfraza de Brumley en “Han llegado un inspector”-. Murió en Stratford Upon Avon en 1984. Fue un “all-round writer”, lo que quiere decir que cultivó varios géneros literarios. Tuvo una niñez tranquila, en un ambiente moderadamente socialista. Combatió en el frente francés con el décimo batallón del regimiento del duque de Wellington en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Fue herido en 1916. Meses después se reincorporó a su regimiento. Afectado por el gas de iperita que usaban los alemanes fue evacuado del frente, antes del fin de la contienda. Al terminar la guerra ingresó en el Trinity Hall de Cambridge, donde estudio política, historia y literatura. Su novela “The good companions” (“Los buenos compañeros”) lo catapultó a la fama en 1929. Durante la Segunda Guerra Mundial fue locutor de la BBC de Londres.

Fuente: "El libro de los detectives", de Janet Pate, Webb & Bower Ltd. Ed.

© Traducción y transcripción: José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 24 de julio de 2010

Photoshop


viernes, 23 de julio de 2010

Frases

Un puñado de frases tiradas al aire, como quien tira un puñado de arroz a la salida de una boda, o un puñado de monedas a unos chicos después de un bautizo, vieja (y me temo que perdida) costumbre española.
Lo malo es que las frases no fructifican, como la mies. O sí. No se sabe. Nunca se sabe.

- Hasta el más menguado hace encaje de bolillos.
- A veces sale el tiro por el mocho del arcabuz.
- Las musas no son compatibles con comer caliente.
- Una cosa piensa el caballo y otra el que lo ensilla.
- Paz y paciencia.
- La sed de idolatría del espíritu humano es inextinguible.
- Las verdaderas universidades españolas fueron el café y la plaza pública.
- Casi todos los tiranos son bajitos.
- El descaro portátil es una definición del carisma.
- El humor es la última flor de la civilización.
- El tiempo de un profesional vale dinero, aunque no haga nada.
- La tecnología crea dependencia, y cuando falla, uno se siente indefenso.

© J. L. A. F.

Romanza de amor

Doña Francisquita fue una de las mejores zarzuelas del llamado “género chico” español (tal vez no muy justo, lo de “chico”).
Fue estrenada en 1923. El libro es de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw. La música, de Amadeo Vives.
La romanza que canta el personaje Fernando, “Por el humo se sabe…”, es bellísima, lo mismo que la interpretación que incluye este post, a cargo del gran tenor lírico español Alfredo Kraus, infaustamente desaparecido hace 11 años.
La versión adjunta es de 1988, año en que Doña Francisquita se representó en el Liceo de Barcelona, el segundo teatro de ópera de España.

J. L. A. F.

jueves, 22 de julio de 2010

Harry's Bar

Del Harry’s Bar de Venecia, situado en las inmediaciones de la Plaza de San Marcos, surgieron un original plato de carne y un cóctel muy agradable, y poco o nada perjudicial para la salud, porque no lleva mucho alcohol.
Corría el año 1950, se acababa de celebrar en Venecia una exposición de cuadros del pintor Vittorio Carpaccio, figura consular del primer Renacimiento italiano, de quien hemos hablado en otra parte de este blog.
Un día cayó por el Harry’s Bar la condesa Amalia Nani Mociniego. El dueño del local, Giuseppe Cipriani, sabía que la aristócrata italiana no podía comer carne asada por prescripción facultativa.
Inspirándose en los tonos rojos de algunos cuadros de Carpaccio, y acuciado por el deseo de complacer a una de sus clientas favoritas, Cipriani tomo un lomo de res, lo cortó crudo, en lonchas muy finas, lo aderezó con aceite de oliva, sal, pimienta, zumo de limón, le añadió queso parmesano y se lo ofreció a la condesa, que hizo los honores al plato, fruto de la capacidad de improvisación y el gusto por algunos exponentes de la pintura clásica de un buen cocinero.
El carpaccio figura desde entonces en las cartas de todos los restaurantes del mundo. No sólo se hace de carne, sino también de pescado. Y un restaurante de Dresde (Alemania) lo prepara con patatas.
Anteriormente, el ingenioso Cipriani había creado el cóctel Bellini, que lleva champán y rodajas de durazno. Esta vez se acordó del pintor Giovanni Bellini para darle nombre a la mezcla.
Giovanni Bellini, alumno y colaborador de su padre, Jacopo, fue el gran renovador de la pintura veneciana. En su taller se formaron dos generaciones enteras de artistas. La obra de Giovanni Bellini es muy rica en versiones de su tema predilecto: la Vírgen con el Niño, retratos y retablos.
El Harry’s Bar es patrimonio artístico de Italia y fue honrado por la municipalidad de Venecia. Hemingway fue uno de sus más conspicuos clientes.


© José Luis Alvarez Fermosel


Nota relacionada:

Sueño de Santa Ursula



martes, 20 de julio de 2010

Otra vez la gripe A

La opinión pública ya no recuerda que el año pasado murieron cinco personas en Suiza después de que se les administrara una vacuna contra la llamada gripe A.
Quedó ya la letra A, al principio de la palabra gripe, tras la campaña orquestada en 2009, conducente a plantar una forma de gripe más virulenta que la de siempre y dar lugar a que laboratorios, empresas farmacéuticas y hasta la Organización Mundial de la Salud hicieran su agosto elaborando, promocionando y vendiendo medicinas y vacunas para combatir una gripe que no fue peor que la de todos los inviernos, ni constituyó una pandemia. Algunos médicos contribuyeron a alarmar a la población.
Llegaron los primeros fríos y ya está hablándose otra vez de la gripe A en los medios.
La expresión ya ha hecho callo y no hay más gripe que la gripe A, de la misma manera que nada es como es, si no “como que”, arma es cualquiera, o todas –no se especifica-, y dato o datos son “data”: “Tengo data”, “no hay data”, “es la data que tenemos”….
En cuanto un término suena moderno se cuela de rondón en nuestra tan mal traída y llevada lengua española y ahí se queda, fundamentalmente porque se pone de moda, como se puso la llamada gripe A, que es la de siempre, y nada tiene que ver con los pobres cerdos.
Esto no lo digo yo, lo dicen los médicos que tienen los conocimientos que se requieren para ejercer la Medicina y, además, conciencia profesional.
La gripe A es otro mito incrustado en la sociedad global por exigencias del “marketing”. ¿O habrá que hablar de mafia y corrupción también en este caso?

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 19 de julio de 2010

Botas, canillas y pies

Ya he recordado en este blog que Francisco Umbral decía: “Zapatos limpios, pensamientos claros”.
El usaba indistintamente zapatos y botas. Le gustaban las botas -de vestir, se entiende-: las negras, de media caña, de tafilete, suela de material y un tacón apenas más alto que el de los zapatos –sin llegar a la exageración de los bailarines de tango, que como son todos, o casi todos, bajos, usan unos tacones enormes-. Umbral -que medía más de un metro ochenta y cinco- sostenía que los hombres altos deben potenciar su altura.
Además, las canillas del hombre son uno de sus puntos débiles. Unas canillas delgadas, pero no esbeltas, entre el vuelo del pantalón y la escasa arrogancia del zapato, quedan generalmente ridículas.
Eso sí, las botas deben carecer de todo efecto campesino, rural o ecuestre. Tienen que ser finas y terminar en punta como los zapatos.
Tanto las botas como los zapatos han de brillar como espejos. No se concibe un hombre elegantemente vestido, con un traje de buen corte, camisa y corbata de gran calidad y unos zapatos opacos que no han visto el betún ni la bayeta en varios meses.
En esto del vestir, como en tantas otras cosas, el detalle tiene suma importancia. Unos buenos zapatos, o unas buenas botas, que terminen la figura con mejor base, son imprescindibles si se quiere sentar plaza de elegante. Eso sí, no nos cansaremos de repetirlo, botas y zapatos tienen que estar bien lustrados. Tanto los de los hombres como los de las mujeres, siempre que sus zapatos, o sus botas, sean de un material que brille cuando se los limpia y cepilla como Dios manda.
De ahí que en Madrid, cuando se calzaban zapatos de “box calf” o de un cuero muy fino, en vez de mocasines, zapatillas deportivas, botas de nobuk y ojotas, la preocupación de todo hombre a quien le gustara vestirse bien fuera tener siempre a mano un limpiabotas que le lustrara el calzado.
Los que salíamos mucho teníamos nuestro lustrabotas en alguno de los clubes o bares que frecuéntabamos. Lo primero que hacíamos era ponernos en sus manos. Ya con los zapatos relucientes, nos lanzábamos al espacio.
Francisco Umbral, además de ser un buen escritor, era un esteta. Le chocaba, por ejemplo, que el poeta Gerarde Diego llevara siempre los calcetines cortos, flojos, caídos y de color marrón.
Hay cosas que uno no puede hacer, sobre todo si es poeta, condición de hombre que lo aupa a un parnaso, o por lo menos lo distingue, hace suponer que es una persona sensible, que tiene una espíritu fino y elevado. Un hombre que hace versos no es como los demás, está tocado con una varita mágica, es un elegido de los dioses, o de la musa Erato. No puede permitirse el lujo de que su alma, o su cuerpo muestren algo vulgar, ordinario, sucio. O que huela mal. ¿Se imaginan a un poeta que huela a sudor?
Schopenhauer decía que la belleza era una carta de recomendación que de antemano ganaba los corazones. No todos podemos ser buenos mozos y lucir elegantes, pero al menos presentémonos limpios
Paco Umbral, que se fijaba en todo y no se callaba nada, incluye en su antología de escritores “Las palabras de la tribu” al gran escritor y “gourmet” Alvaro Cunqueiro, de quien dice que todo lo que escribía tenía al fondo unas divinas palabras, un latín callado y resonante que era el ritmo secreto de su estilo. Le dedica un capítulo. A la mitad del capítulo en cuestión observa: “Cunqueiro tenía por norma lavarse poco los pies, en lo cual quizá llevaba razón, y por los pies le entró la muerte”.
Todavía no se asentó la polvareda que levantó el derrumbamiento de los mitos que Francisco Umbral hizo caer de sus pedestales.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

Zapatos y botas
Zapatos limpios, pensamientos claros

sábado, 17 de julio de 2010

Cuernos


lunes, 12 de julio de 2010

Repercusiones

La proclamación de la selección española de fútbol como campeona del mundo 2010 en Sudáfrica, al derrotar a la holandesa por un gol a cero, ha repercutido y está repercutiendo en todo el mundo, como puede verse en la web relacionada.

Notas relacionadas:

Desde Tokio hasta San Francisco, las celebraciones de los españoles por el mundo

Del autor:

España, campeón mundial de fútbol 2010

Angélica afila el lápiz

Angélica Gorodischer, de quien hemos publicado algún escrito en este blog, afila el lápiz…y escribe en la computadora una columna que apoya nuestra teoría de que la minucia, lo que parece que no tiene ninguna importancia, la bagatela, las cosas caseras, las pequeñas incidencias cotidianas tratadas por un escritor de rica vida interior, y buen ojo para el detalle, pueden convertirse en un texto delicioso, como el que Angélica Gorodischer ha publicado en Perfil con el título “El olor a lápiz”. Con pocas palabras, que es lo bueno, ya lo decía Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.
Angélica Gorodicher y yo –ya lo he dicho en otra oportunidad- fuimos vecinos en las páginas de la revista Playboy. Ella escribía la columna para mujeres y yo la columna para hombres. Yo iba a la redacción más que ella. Así que nunca coincidimos, ni nos vimos en ningún otro lugar, y no pude decirle personalmente cuánto la admiro. Se lo digo ahora por escrito, y escrito queda.


© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

El olor a lápiz

Del autor:

De lo individual a lo universal
La leyensa del “bleistift”

domingo, 11 de julio de 2010

España, campeón mundial de fútbol 2010

¡Hombre, estoy contentísmo, que no quede duda, con el triunfo de España en Sudáfrica, en el campeonato mundial de fútbol! ¡Somos campeones, qué alegría!
El hecho de haber jugado en toda mi vida sólo unos pocos partidos en el colegio –muy mal, por cierto-, y no gustarme el fútbol, me exime de todo comentario más o menos técnico. Quede eso para los que saben.
Me emociona la cantidad de llamadas telefónicas, mensajes de texto y correos electrónicos de felicitación que estoy recibiendo mientras escribo estas líneas, así como los bocinazos que escucho desde mi estudio de los automóviles de las personas que se han lanzado a las calles de Buenos Aires, a festejar la victoria de la escuadra de la bandera roja y gualda.
Mi emoción aumenta cuando me entero de que en Madrid, mi ciudad natal –y en todas las provincias españolas-, también han salido mis paisanos, acompañados por argentinos vestidos con la camiseta de su selección de fútbol, la celeste y blanca y ondeando la bandera española. Ha de haber también entre ellos más de un “argeñol” –quizás estén mis hijos, o al menos uno de los dos: acaso María Soledad, que vive en Madrid, no muy lejos del centro; Juan Ignacio sale muy poco de su “bunker” de la sierra de Guadarrama-.
Alcanzo a darme cuenta de que el partido entre España y Holanda por la copa fue reñido, duro, como suelen ser los de finales de campeonato, y más si se trata de un campeonato mundial. Se cometieron muchas faltas, pero es lo normal cuando se pone tanta garra. No se puede hablar de juego sucio.
Holanda le echó corazón y puso lo que hay que poner en estos casos. Destacaron en el encuentro los dos guardavallas.
Me da mucha pena que Argentina haya sido eliminada. Opinó al respecto Alfredo Di Stéfano, para mí el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos –y un señor-, que llevó al Real Madrid a ser quíntuple campeón de Europa, si la memoria no me falla.
Como se decía antes en las cartas que se escribían en papel timbrado y se despachaban por correo, pongo punto final, muy contento de haber visto otra vez a la selección de fútbol de mi patria derrochar su típica furia española en un campo de fútbol, nada menos que en un campeonato del mundo.


© José Luis Alvarez Fermosel


Nota relacionada:

Lluvia de premios

sábado, 10 de julio de 2010

Verlaine a ritmo de rap

Era una niña tranquila, que solía quedarse sola en un rincón, jugando con sus muñecas. Jugaba, también, con pececitos de plástico en la bañera, como todos los niños y niñas que en el mundo han sido.
De ojos oscuros, tan oscuros que parecían negros, su mirada no ocultaba sentimientos del mismo color.
Su carácter se fue formando con el paso de los años. Carácter fuerte y una desconfianza instintiva. Pero también generosidad, lealtad, sentido de la amistad, arrojo y otras cualidades.
Como todas las niñas de su generación, estudio piano y francés. Y no aprendió a hacer encaje de bolillos por casualidad.
Era de rigor en las familias de clase media que las niñas aprendieran, además de coser, bordar y planchar –cosa que los hombres hacen ahora maravillosamente-, mecanografía, taquigrafía y algún idioma, casi siempre francés. Esos conocimientos habrían de ayudarles, ya convertidas en mujeres, a ganarse la vida, en el caso de que se quedaran para vestir santos, lo cual suponía una tragedia, o poco menos.
Todo eso ha pasado a la historia. Ahora las niñas van para abogadas, médicas, diputadas, profesoras de educación física, policías, boxeadoras…
El caso es que la niña de nuestra historia se destacó en francés. Estudiaba en la Alianza Francesa.
Un día tuvo que recitar, en un examen, el poema “Le ciel est par-dessus le toit”, de Verlaine. Con las gafas bailándole en la punta de la nariz, se lanzó a decir los versos a toda velocidad, pues se los había aprendido muy bien y estaba ansiosa por recitarlos. E imprimió al poema ritmo de rap, muchos antes de que se pusiera de moda el rap.
Después la niña creció y vivió una vida como la de todo el mundo. Con sus más y sus menos. Ni todo rosas ni todo espinas.
Se anotó en su favor haberle puesto ritmo de rap a Verlaine. ¡Ahí es nada!

Le ciel est par-dessus le toit
(Paul Verlaine)

Le ciel est, par-dessus le toit,
Si bleu, si calme!
Un arbre, par-dessus le toit,
Berce sa palme.
La cloche, dans le ciel qu'on voit,
Doucement tinte.
Un oiseau sur l'arbre qu'on voit
Chante sa plainte.
Mon Dieu, mon Dieu, la vie est là
Simple et tranquille.
Cette paisible rumeur-là
Vient de la ville.
Qu'as-tu fait, ô toi que voilà
Pleurant sans cesse,
Dis, qu'as-tu fait, toi que voilà,
De ta jeunesse?

© José Luis Alvarez Fermosel

¡Pobres pollos!


viernes, 9 de julio de 2010

De escritores y escritos

Alejandro Dumas vuelve a ser noticia, a siglo y medio de aparecidas sus novelas histórico-folletinescas, con un texto inédito.
La revista rusa Knizhol Obezremie (Panorama Literario) reveló que el manuscrito fue encontrado en los viejos archivos del KGB –como se llamaba el Servicio Secreto de la Rusia soviética-, después de una exhaustiva reestructuración.
Dumas, autor de más de 300 obras, reunió en ese original al poeta ruso Alexander Puschkin y a Edmundo Dantés, protagonista de la que para muchos fue su novela cumbre, El conde de Montecristo.
Alejandro Dumas viajó por primer vez a Rusia en 1858. Allí conoció las obras de Puschkin, Nekrassov y Lermontov, entre otros escritores de reconocida fama en el entonces país de los zares.
A su regreso a Francia recogió las impresiones de su viaje a Rusia en varios libros, entre ellos De París a Astrakán, El Cáucaso y Cartas desde San Petersburgo.
De El conde de Montecristo se hicieron varias películas, una de ellas con Gerard Depardieu, y algunas series de televisión. Los beneficios que le proporcionan las obras de Dumas a la industria audiovisual son muy superiores a las que el escritor francés percibió por sus derechos de autor, y eso que ganó fortunas –y se las gastó-.
Hace dos o tres años, Debate lanzó en España una nueva edición de El conde de Montecristo, quizás la novela más ambiciosa de Alejandro Dumas, en la que dio nueva forma a casi todos los clichés del romanticismo. Cosa rara, está muy bien traducida por alguien que firma E. V.
La obra carece del equilibrio de Los tres mosqueteros, pero le gana en misterio y trascendencia: un misterio que procede, en buena medida, de la habilidad técnica.
En realidad, Alejandro Dumas hizo una novela con dos personajes centrales: Edmundo Dantés, joven e inocente antes de su injusto encarcelamiento, y el conde de Montecristo, que llega al París de la monarquía burguesa dispuesto a vengarse de quienes le habían confinado durante casi tres lustros en las mazmorras del castillo de If.
Montecristo, capaz de encarnar a otros personajes (el abate Busoni, lord Wilmore), concentra en sí una energía nitzscheana. Diabólico, brutal, poseedor de una sabiduría casi ilimitada, inmensamente rico, el conde es el débil de antaño que lleva a cabo su venganza con una precisión y una letalidad perfectas. Némesis despiadada, su regreso del ayer tiene consecuencias devastadoras para los villanos de entonces, que lo siguen siendo y ahora están encumbrados.
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Vuelven las novelas de aventuras, con personajes como Sandokan, Robinson Crusoe, Tom Sawyer, el capitán Nemo y tantos otros.
Esto se debe en parte al libro La infancia recuperada, del escritor español Fernando Savater.
Novelas como Moby Dick, La isla del tesoro, El castillo de Otranto y Los misterios de Udolfo vuelven a circular.
Las dos últimas obras acaban de reeditarse en casi toda Europa y se están vendiéndose muy bien.
La novela Los misterios de Udolfo, de la escritora inglesa Ann Radcliffe -considerada la reina de lo Gótico- fue satirizada por Jane Austen en La abadía de Northanger. Ahora, a pesar de los anacronismos que contiene, el libro está siendo releído con fruición por miles de personas.
Savater, profesor de filosofía pero no filósofo, como cree la gente, ganó el Premio Planeta 2008 de novela con La hermandad de la buena suerte, un relato de aventuras de 281 páginas con algo de metafísica y carreras de caballos al fondo. Tres cosas que le apasionan al escritor: la aventura, la filosofía y el turf.
Pedro González Calero cuenta en su Filosofía de bufones una anécdota muy divertida referente a Savater, que la recogió en su Ensayo sobre Cioran.
Una vez licenciado en Filosofía y Letras, Savater quiso doctorarse y consideró la posiblidad de basar su tesis doctoral en un filósofo inexistente, al que imaginaba discípulo de Heráclito y viviendo en la Atenas del período helenístico. Finalmente abandonó la idea y acabó escribiendo su tesis sobre Cioran. Pero como el filósofo rumano apenas era conocido entonces en España, empezó a correr por los círculos universitarios el rumor de que Cioran no existía más que en la imaginación de Savater.
Savater le escribió entonces una carta diciéndole: “Por aquí dicen que usted no existe”. Cioran, que proclamó siempre la inanidad de la existencia, y sostuvo a machamartillo la idea de que lo mejor de todo sería no haber nacido, le respondió con una nota en la que, al fin y a la postre, mostraba sentido del humor, acorde con su nihilismo, eso sí: “¡Por favor, no los desmienta!”.
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“Si la palabra está bajo fuego enemigo es porque la fuerza y el poder de la palabra son temibles, y de allí la necesidad de aniquilarla. De la palabra nacen el espíritu crítico y la inspiración creadora. Y si se la quiere destruir con tanto ahínco es porque se necesita una sordomudez fundamental para soportar la inmensa cantidad de charlatanería política, comercial y mental que nos rodea y nos asfixia sin pausa”.
Palabra de la escritora y lingüista argentina Yvonne Bordelois.
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“Cuando volvió de buscar oro en Klondike, fue, como era su costumbre, a la casa grande para informar al viejo Klakee-Nah de todo el mundo que había visto; y allí vio por primera vez a El-Soo, quien ya hacía tres años que había vuelto de la misión. A partir de entonces Akoon no deambuló más. Rechazó un sueldo de veinte dólares como piloto en los grandes barcos de vapor. Cazó y pescó otro poco, pero nunca lejos de Tana-naw Station, y permanecía a menudo en la casa grande durante mucho tiempo. Y El-Soo lo comparaba a los otros hombres y le encontraba bueno. Akoon le cantaba canciones, y era ardiente y apasionado, hasta el punto de que todo Tana-naw Station llegó a saber que estaba enamorado de ella. Y Porportuk no hacía sino sonreir burlonamente y seguir adelantando dinero para la conservación de la casa”.
(Cuentos del Artico, de Jack London).
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El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona pidió recientemente a varios escritores vanguardistas que aportaran lecturas iconoclastas acerca de don Quijote.
Según el filólogo Manuel Zabala, la época en la que apareció el Quijote –marcada por la difusión de la imprenta-, guarda similitudes notables con nuestros días. “La revolución que significó la extensión de la cultura impresa fue tan importante como el desafío que nos plantean en la actualidad las nuevas tecnologías”.
Zabala citó la locura en que cae don Quijote después de leer libros de caballerías, un trastorno parecido al que producen hoy el hábito de los videojuegos y otros igualmente digitales entre los adolescentes. “El Quijote es un adicto a la lectura y pierde por ello el contacto con la realidad, como les pasa hoy a los jóvenes que se enganchan en Internet”.
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“Tome este manuscrito”, le dijo Rudyard Kipling a una enfermera que había cuidado de su primer hijo una vez que estuvo enfermo. “Algún día, si necesita dinero, quizás pueda venderlo por una buena suma”, añadió el escritor.
La enfermera lo haría, años más tarde, y viviría confortablemente el resto de sus días con la cantidad que le dieron por el original. Era El libro de la selva.
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Cyrano de Bergerac (1620-1655) existió de verdad, con nariz y todo.
Fue poeta, dramaturgo y escritor de ciencia ficción. José Ferrer y Gerard Depardieu le dieron vida en el cine.
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Según cuenta Plutarco en la que quizás sea su obra más conocida, y más citada –sobre todo por Perón-, Vidas paralelas, la primera vez que Julio César llegó a Africa tuvo la mala suerte de tropezar y caer al suelo. Con la presencia de ánimo que le caracterizaba, César se sobrepuso en el acto y levantándose con gran presteza dijo: “Teneo te, Africa” (“Te tengo, Africa”), dando así a entender que su caída fue en realidad un acto voluntario con el que simbolizó que había tomado posesión de aquella tierra.
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“El hombre es en el fondo un animal salvaje y terrible. Lo conocemos sólo tal como ha sido domesticado y educado por lo que llamamos civilización. De ahí que nos alarmemos cuando alguna vez sale a la luz su verdadera naturaleza; cuando, por ejemplo, en reunión con varios de sus semejantes enfurecidos, se convierte en turba. Siempre que desaparecen los frenos y las cadenas de la ley del orden, dando paso a la anarquía, se presenta como realmente es”.
(Schopenhauer)
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“Una revolución violenta cae al principio en manos de fanáticos de mentalidad estrecha y de hipócritas despóticos. Después les toca el turno a todos los intelectuales presuntuosos y fracasados, que se convierten en caudillos y jefes. Los hombres escrupulosos y justos, de carácter noble, humanitario y abnegado, los altruistas y los inteligentes pueden empezar un movimiento, pero éste se les va de las manos. No son líderes de una revolución: son sus víctimas”.
(Joseph Conrad)
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“En un viejo tratado sobre enanos y bufones se lee que el bufón del rey Jacobo IV de Escocia era un ser doble o, dicho de otro modo, siamés. De los dos in­dividuos que lo componían, uno estaba dotado de inteligencia y vivacidad, era un buen músico y en­cantaba a las damas de la corte por su donaire y su ingenio. Por el contrario, el otro era torpe, idiota y borrachín, hasta el punto de que acabó por matar a su hermano, muriendo en seguida alcoholizado. Es­tos dos seres nunca se llevaron bien; se pegaban y se arrancaban continuamente la botella de las manos: uno para beber, el otro para tirarla.
En el mismo tratado sobre los bufones, sir Grenville Temple cuenta que en 1835 le fue presentado durante su viaje a Túnez un personaje extraordina­rio: era un enano y se llamaba Abu Zadek; medía menos de sesenta centímetros, tenía cuarenta y cinco años, cuatro hijos, cuatro hijas y una esposa, dicen, extremadamente bella. Durante uno de sus viajes, Sidi Mustafá lo vio y se lo llevó a Túnez, donde le proporcionó una cómoda morada y magníficos ves­tidos y él, a su vez, le sirvió para divertir a toda la corte. De vez en cuando lo metían en un gran tarro de mermelada y, cuando había visitantes, el hermano del bey decía que acababa de recibir frutas confitadas de Constantinopla y rogaba a los visitantes que abrie­sen el tarro y tomaran algunas. En cuanto abrían la tapa, Abu Zadek saltaba fuera, con gran espanto de los huéspedes, que no paraban de repetir aterroriza­dos: '¡Alá, Alá!' ”.
(Breviario de idiotas, de Ermanno Cavazzoni)
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Transcripción y comentarios: J. L. A. F.

Más sobre puros

Generalmente los puros se elaboran con cinco hojas diferentes: tres para la tripa, uno como capote y otra, la más fina, para la capa. La tripa o ligada es la que marca el sabor, aroma y combustión del cigarro. El capote envuelve la tripa y la capa es la vestidura final que marca su apariencia.
Los habanos pueden estar hechos a máquina o a mano. En el primer caso la tripa o picadura es corta. En los "hechos a mano" la tripa contiene trozos de hoja enteros o picadura larga.
A la hora de elegir un puro lo primero que debemos considerar es su tamaño. Éste debe estar relacionado con el tiempo que tengamos para dedicarle. Uno corto puede ser para un intervalo breve de actividad, mientras que uno más largo es apropiado para disfrutarlo en una sobremesa. En los dos casos su sabor y fortaleza no se manifiestan plenamente hasta la mitad de la fumada.
Si fuma más de un cigarro diario, éstos deben tener sabores similares o la intensidad de los mismos debe incrementarse de forma progresiva durante el día. Nunca fume un cigarro suave después de uno fuerte ya que no lo disfrutará.
Los de calibre grueso arden mejor y tienden a ofrecer un sabor más suave que los finos.
El color de la capa de un puro puede variar de una caja a otra, de maduro a claro. Algunos piensan que los cigarros de capas oscuras poseen un sabor más fuerte, pero ésto no es así. Es la mezcla de las diferentes hojas que componen la tripa la que dicta el sabor. En todo caso, las capas oscuras son más dulces, comparadas con las claras.
Al igual que los vinos, los puros pueden añejarse. Almacenándolos correctamente, pueden conservarse por lo menos durante quince años y, en ocasiones, por más tiempo. Con el añejamiento, su sabor y aroma se perfeccionan, se asientan.
Los cigarros respiran por su capa hasta el momento en el que son degustados, y mantienen todas sus cualidades durante mucho tiempo. Debe protegerselos del calor, la sequedad y los olores ajenos. El método más eficaz para que mantengan toda su calidad es conservarlos dentro de una caja o mueble humidificador a temperatura y humedad constantes. Las mejores condiciones se alcanzan entre los 16 y 18° C y con una humedad del 65 al 75%.


© J. L. A. F.

martes, 6 de julio de 2010

También en inglés II

Hace algún tiempo escribí una nota acerca de las malas traducciones al español en el subtitulado de películas habladas en inglés. Las cosas no han mejorado desde entonces. No tengo más remedio que insistir en el tema y añadir que los errores de traducción –a veces bastante gruesos- se extienden a otros textos.
Veamos algunos de esos errores:
“Deprivation” no es depravación, ni mucho menos “deprivación”, palabra que me parece que no existe en español, sino carencia, pérdida.
“Disorder”, aunque suena a desorden, significa trastorno, afección.
“Administered prices” no son precios administrados, sino intervenidos.
La traducción correcta de “allocation” es asignación, no locación.
He visto “apportionment” traducido como “aporcionar”. En realidad es prorrateo.
“Assume” es suponer, lo mismo que “presume”. ¿Recuerdan la frase de Stanley, “Doctor Livingston, I presume…”?
“Bookmaker” es corredor de apuestas, no hacedor de libros.
“Dispenser” quiere decir prescindir, no dispensar.
“Fresh water” no es agua fresca, sino agua dulce.
“Library” es biblioteca, no librería, que en inglés es “bookshop”, o “bookstore”.
Cuando hablamos de “real property no nos estamos refiriendo a la propiedad real, sino a los bienes raíces. “Personal property” son bienes muebles, no propiedad personal..
“Rope” no es ropa; es soga, cuerda. “The rope” (La soga) es una película de Hitchcock buenísima, interpretada por uno de sus actores favoritos: James Stewart.
Y, para terminar, “invoque” no tiene nada que ver con invocar; significa apelar.

© José Luis Álvarez Fermosel

Historia y cócteles contra la resaca

En 1556 la reina de Inglaterra e Irlanda, María I Tudor -hija de Enri­que VIII (1491 /1547) y de Catalina de Aragón (1485 /1536)- de la familia Tudor, que reinó en Inglaterra entre 1485 y 1603, ordenó la ejecución de su rival al trono, Jane Grey, el arzobispo Cranmer y otras 300 personas. A partir de ese momento, los británicos la llamaron Bloody Mary (bloody sig­nifica sangriento/a, sanguinario/a. Para los ingleses, bloody, en lenguaje familiar, es un insulto).
En 1921 el barman Ferdinand Petiot del Harry's New York Bar de París, quizás recordando el apodo de María I Tudor, o como dicen otros, en honor a la novia de un compañero que se llamaba Mary, preparó una mezcla de to­mate y vodka al 50 por ciento y la bautizó Bloody Mary.
Los clientes protes­taron, alegando que mezclar los dos productos por partes iguales era fácil, pero no creativo, y además el resultado aburría. Si vamos a eso, el Destornillador, un combinado a base de jugo de naranja y vodka, también debería ser aburrido, y no lo es. El vodka le da alegría al zumo.
El caso es que Petiot, lejos de desanimarse, aplicó la imaginación para enriquecer el cóctel y decidió incorporarle elementos muy poco convencionales, co­mo sal, pimienta y varias salsas. Las sucesivas catas a las que sometía Petiot a sus parroquianos provocaron un aumento de la heterodoxia, hasta que llegó el día de la aprobación total y quedó instaurado el Bloody Mary, que incorpora, fundamentalmente, jugo de tomate, vodka, zumo de limón y salsa inglesa.
Lo más importante de este cóctel es que la mezcla final tenga tal personalidad que, aun detectándose sus componen­tes, ninguno "mande" sobre los demás. Hay que tener en cuenta dos posi­bles excesos: si es de vodka, éste "secará" la mezcla, y si es de tomate, la co­pa resultará un poco insípida.
El Bloody Mary (foto) es muy bueno para contrarrestar la resaca, aunque según el tratadis­ta español Eduardo Chamorro, el bullshot es el cóctel ideal a esos efectos. Se abren un par de latas de extracto de carne y se vuelca su contenido en un recipiente en el que se pondrá vodka en medi­das generosas. Se añade hielo en cubos, se esparce sal de apio y se anima todo con un par de golpes de salsa Perrins.
Con el fernet se prepara también una curiosa receta contra la resaca. Se salpica el interior de un vaso de trago largo con gotas de jarabe de granadina. Después se introduce un poco de hielo y un buen chorro de fernet.
También surte efecto la Marinera que le vimos tomar a Charlton Heston en la película 55 días en Pekin: un jarro de cerveza y un vasito de whisky escocés. Un trago de cerveza y un chupito de whisky.
No hay que seguir, una vez aliviada, o desaparecida la resaca, porque si continuamos pegándole al tarro volveremos a agarrarnos una castaña como un piano de cola.

Fuente:
Libro “¡A comer con gusto! con el Caballero Español".

© José Luis Álvarez Fermosel

lunes, 5 de julio de 2010

Malas noticias en el mundo de los cigarros habanos

Malas noticias circulan en el mundo de los fumadores de cigarros habanos. Lo peor de todas es la muerte de Alejandro Robaina, el fabricante de puros más famoso de Cuba.
Robaina tenía 91 años, era la única persona en la isla que tenía una marca con su nombre y había sido embajador itinerante de la industria tabaquera.
Por otra parte, baja la producción de tabaco en Cuba, por la reducción de las plantaciones como consecuencia de la limitación de recursos que ha causado la crisis económico financiera mundial.
Seguramente, las señoras que se habían aficionado últimamente a fumar puros en todo el mundo –entre ellas la actriz española Sara Montiel- no estarán así como precisamente de parabienes.
Los hombres que todavía se fuman de vez en cuando un Montecristo del número 4 –entre los cuales, mi amigo el duque Villegas y un servidor-, u otro tipo de habano, deben tener en cuenta las siguientes reglas:

01: Antes de tomar el cigarro, lávese las manos con un jabón no perfumado.
O2: Retire el anillo de papel con la marca y estampilla fiscal con cuidado para no romper la capa del cigarro. De lo contrario, las tintas y el adhesivo del sello contaminarán el sabor del tabaco al calentarse el puro.
03: Corte la punta con un aparato adecuado (están en todas las tabaquerías). Si no lo tiene, rasque ligeramente con la uña para despegarla, una sección del extremo que se va a llevar a la boca.
04: La abertura que se realice debe ser proporcional al diámetro del cigarro.
05: No es aconsejable hacer una perforación con un palillo, o una cerilla en vez de un corte, porque se tormaría un canal que convertiría el habano en una chimenea descompensada que produciría humos desagradables.
06: La primera mitad del cigarro puede calentarse suavemente antes de ser encendido, lo cual ayudará a la circulación del humo.
O7: Encienda su cigarro con un fósforo de madera o la pequeña astilla de roble que a veces viene con los puros en algunas cajas. Ni hablar de encendedores de gas. O los antiguos de gasolina. No hay que transmitir al cigarro sabores extraños ni mucho menos desagradables.
08: La superficie del encendido debe ser pareja. Es muy posible que si se prende con fósforos se gasten dos o tres hasta alcanzar ese objetivo.
O9: El cigarro debe llevarse a la boca para extraer el humo. No hay que morderlo o humedecerlo en extremo.
10: Se debe chupar con gentileza, si se le solicita demasiado se recalienta y pierde el gusto.
11: No hay que tragarse el humo; o por lo menos, demasiado. El humo debe permanecer en la boca para que se disfrute su sabor.
12: No hay que dejar apagar el cigarro; pero si así ocurriera hay que volverlo a encender inmediatamente, cuidando que la llama no tome contacto con la punta, sino calentando el extremo.
13: Hay que dejar la ceniza tranquila, puesto que su permanencia ayuda a la combustión.
14: Deben fumarse las dos terceras partes del cigarro; si usted es codicioso, puede hacerlo hasta las tres cuartas partes, pero más allá, no; el habano obtendrá inevitablemente un sabor acre que le hará perder el goce obtenido.
15: Déjese envolver por el humo de su cigarro. No tema que sus ropas se impregnen del aroma de los puros.

Digan lo que digan, las mujeres disfrutarán de ese perfume y los hombres... ¡le envidiarán!

© José Luis Alvarez Fermosel

Sueño de Santa Úrsula

Un pintor, un bar y una receta podría ser el título de este post, ya que el texto incluye un comentario acerca de un pintor exquisito del Renacimiento italiano y la receta de un plato de carne, no menos exquisito. El pintor es Vittore Carpaccio, el plato lleva su apellido y su creador fue Giuseppe Cipriani, también italiano, que fundó en 1931 el Harry’s Bar de Venecia, famoso en todo el mundo.
Vittore Carpaccio (1460-1525) surge en el primer Renacimiento, corriente identificada, en materia de pintura, por convertir la naturaleza, la luz y el color en un recreo para la vista.
Carpaccio registra una serie de influencias. Para mí, una de las más patentes es la flamenca, si bien no puede negarse un acercamiento a Piero della Francesca, Mantegna y Giovanni Bellini -a quien también hay que relacionar con la gastronomía, pues hay un cóctel que lleva su apellido y se debe, asimismo, al proteico Cipriani-.
El estilo de Vittore Carpaccio está marcado por el esplendor del Renacimiento italiano y su escuela es el Quattrociento. (Las escuelas desempeñaron un papel importante: eran asociaciones corporativas que agrupaban a miles de ciudadanos, promotores del desarrollo de la pintura veneciana, gracias a la demanda sostenida de grandes telas con una temática narrativa, centrada en escenas de las vidas de los santos a los que estaba dedicada la escuela.)
Se advierte un cierto bizantinismo en la obra de Carpaccio (mantenido en los grandiosos mosaicos de San Marcos).
El ciclo de la Escuela de Santa Úrsula es el conjunto de pinturas más famoso de Carpaccio. El momento culminante de la historia de Santa Úrsula se recoge en el cuadro que hemos elegido para ilustrar estas líneas.
Un ángel, con la palma del martirio en la mano, entra en la alcoba de Úrsula para anunciarle durante el sueño su muerte inmediata. Los objetos y adornos que rodean a la santa dormida dan una idea exacta de la decoración de las habitaciones de las casaa venecianas del siglo XV. Esos ornamentos están representados por Carpaccio con una fidelidad y una precisión que conmueve.
Pocos pintores renacentistas transmitieron con tanta justeza y con tanto lujo como Carpaccio el refinado mundo de la Serenísima República en el Renacimiento.
La influencia de pintores como Giorgione y Giovanni Bellini se advierte también en el Carpaccio retratista, cuyas imágenes revelan un colorido intenso y expresivo.
No hay historia sin anécdota. Giuseppe Cipriani, dueño del Harry’s Bar, cercano a la plaza de San Marcos de Venecia, inventó un plato a base de carne de lomo de vaca al que dio el nombre del Carpaccio, basándose –según dijo siempre- en varios tonos rojos de la paleta del pintor renacentista.
Cipriani colocó en el fondo de un plato lonchas de carne congelada, cortadas muy finas, -¡y crudas, color rojo sangre!-, que aderezó con aceite de oliva, sal, pimienta, zumo de limón y queso parmesano.
Si es cierto que los extremos se tocan, las artes –y la gastronomía es una de ellas- se abrazan.


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 4 de julio de 2010

Cuestión de carácter

Fue después de una buena pelea en una “cave” muy sesentista que había en la calle del Príncipe de Madrid y que todavía existe, pero sin el carácter que tenía entonces.
La multitudinaria zarabanda, con sillas por el aire, espejos rotos, mesas volcadas y varios contusos no tuvo nada que envidiarle a las que se ven en los “saloons” de las películas del Oeste americano.
Como yo había decidido elegir su partido –integrado sólo por él-, Camilo José Cela me tomó ley, expresión muy gallega, muy suya.
Nos veíamos de cuando en cuando en el Café Gijón, o en algún otro de las inmediaciones cuya clientela estuviera compuesta en su mayoría por tertulianos.
Esas veladas le sirvieron a Cela para escribir algunos relatos que luego recogió en libros como “Café de artistas y otros cuentos”, “Garito de hospicianos” y “Cajón de sastre”, por citar sólo tres, que hay más.
En el primero de esos tres libros, el gran escritor gallego (premio Nobel de Literatura 1989) incluye un texto breve pero que no tiene desperdicio, basado en una visita que hicimos a la cartuja de Miraflores de Burgos (1), a ver a un amigo suyo, teniente de la Legión en nuestra guerra y años después monje de clausura.
Lo peor de la nueva vida del Caballero Legionario –esa es la denominación oficial- era el frío espantoso que pasaba en invierno en su celda de sólidos muros de piedra berroqueña.
Camilo le preguntó, como puede leerse en la narración titulada “La vida contra reloj”, del libro al que nos referimos antes, que si tenía algo con qué calentarse.
Copio el diálogo que siguió, reproducido luego casi al pie de la letra en ese texto.
- Tengo una estufa y un montón de leña –respondió el monje a la pregunta del escritor-
- ¿Y por qué no la enciendes? ¿No te lo autorizan?
- Sí, pero me dicen que no la encienda hasta que no pueda más. Y, por ahora, voy aguantando.
Una cuestión de carácter. El carácter propio de un oficial del Tercio de Extranjeros (2) que después de combatir con denuedo en una guerra se aleja del mundo y de sus pompas y se entrega a las ascésis en una cartuja, muriéndose de frío en invierno por no encender la chimenea, a ver cuánto resiste.
Camilo me dijo después, y lo escribió tal cual en su libro, que la actitud de su amigo le parecía el embrión de la tragedia del hombre que llega “a no poder más” en la creencia de que todavía puede estirarse la tensa cuerda que da voluntad a su espíritu.
Otros hombres. A esos contrapongo yo el feble y desorientado varón del posmodernismo que estudian, con detenimiento de entomólogos, científicos interesados en conocer el papel que verdaderamente desempeña en la entrópica sociedad actual y su posición ante sí mismo, ante los demás y ante la vida. No hay nada claro al respecto, aún
Quizás sea todo cuestión de carácter, al fin y al cabo.

(1) La cartuja de Miraflores (foto), situada en la ciudad de Burgos, es una de las más bellas de España. Se debe a Enrique III, rey castellano que dispuso en su testamento que su palacio de recreo de Burgos fuera convertido, después de su muerte, en un convento franciscano. Muerto este rey, su hijo, Juan II de Castilla, gran devoto de la Orden de San Bruno, decidió instalar en aquel lugar una comunidad de cartujos, considerando que ello no contravendría la voluntad de su padre. Muy pronto solicitó la licencia correspondiente al Prior General de la Orden, gracias a la cual los cartujos pudieron tomar posesión de los reales sitios en 1442.
(2) La Legión Extranjera, o Tercio, fue fundada a principios de los años veinte por el entonces coronel Millán Astray, con la ayuda de algunos de los más capacitados jefes del Ejército español, entre los que se encontraba el general Franco, que en aquellos tiempos tenía el grado de comandante (mayor). Su inspiración tuvo dos orígenes: histórica y románticamente, de los tercios del duque de Alba del siglo XVI, meollo de la Infantería española en los tiempos en que “la disciplina española” era proverbial en Europa; militar y prácticamente, de la Legión Extranjera francesa, cuyos métodos fueron cuidadosamente estudiados por Millán Astray y sus ayudantes. Pero la Legión Extranjera española difería de la francesa en un aspecto muy importante: estaba compuesta casi íntegramente por españoles, aunque antes de la guerra civil era la única unidad del Ejército español en la que podían alistarse extranjeros.


© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 3 de julio de 2010

El caviar

El caviar es una exquisitez. Y no sólo para paladares negros, aunque mucha gente reconoce con gran naturalidad, como debe ser, que este exótico manjar no le gusta. Pues muy bien. Contigo, pan y cebolla. Pero a nosotros que no nos priven del que fue durante siglos el bocado preferido por la distinguida aristocracia rusa.
El caviar era el componente principal de los zakouski, deliciosos entremeses de la antigua cocina de los zares y los príncipes del imperio que acompañaban a los embutidos salados o ahumados y a los hojaldres.
La nobleza rusa barrida por la revolución bolchevique, alejada de sus lares, llevó el caviar a las principales mesas de Europa en los “roaring twenties”. Pero fue en París donde las huevas de esturión se impusieron.
Antes, una enciclopedia inglesa lo había descrito así: "Es graso, indigesto, malsano y de sabor extremadamente desagradable". Un gastrónomo de finales del siglo XIX aconsejaba suavizar el …“agresivo” sabor del caviar "untándolo en pan frito y añadiendo una lámina de huevo duro, sal, pimienta, mostaza y berro".
Lo que a nadie le gusta del caviar es su precio. ¡Qué lástima que sea tan caro! Su elevado costo hace que no podamos saborearlo en la cantidad y con la frecuencia que desearíamos, por lo que no tenemos más remedio que resignarnos a comerlo, en dosis mínimas, en los insulsos canapés que sirven en las fiestas. A veces compramos una lata en el supermercado. En otras ocasiones caemos por la casa de un amigo “bon vivant” y obsequioso que, enseguida, abre una botella de champán, o de vodka, una latita -nunca mejor empleado el diminutivo- de caviar y otra más grande de galletas y pasamos un rato haciendo los honores a tales “delikatessen”. Pero el caviar nos sabe a poco. Es que hay que comprarlo -es decir, deberíamos tener la capacidad adquisitiva para hacerlo- en latas de medio kilo, por lo menos, e inmediatamente abrir una y devorar su exquisito contenido cucharada (sopera) tras cucharada.
Hay gente, quizá mucho más fina que uno, que come el caviar sobre un casco de patata dorada al horno con mantequilla. Otros prefieren degustarlo diseminado en pequeñas cantidades sobre una rodaja de pan negro.
El caso es que el caviar es delicioso. Y tan delicado como el trabajo que supone extraer los gruesos racimos de huevas del vientre de la hembra del esturión, colocarlos en el característico recipiente de plástico blanco y pasarlos a la obrera que maneja la cekta, el fino tamiz que permitirá desgranar los huevos sin romperlos ni separarlos de la membrana en la que están enredados. El master decide a ojo la dosificación de sal, en una proporción que oscila entre el tres y el cinco por ciento del peso de los huevos, cuyo color puede ir de un gris claro, a veces amarillento, hasta el negro.
El esturión es un pez grande, con un cerebro minúsculo en relación con su tamaño.
Los rusos crearon hace ya mucho tiempo medio centenar de granjas de alevines en los alrededores del Mar Caspio, en las cuales nacen noventa millones de esturiones al año.
Hay varias clases de caviar, diferenciadas entre sí de acuerdo con las especies de esturiones, su tamaño, el de las huevas y el período del año en que hayan sido capturados. Los principales son: Beluga gris, el caviar más delicado, cuyas huevas son muy gruesas y aromáticas: es el más apreciado en todo el mundo y se presenta al comercio en frascos de vidrio con tapadera azul; Beluga negro, de un color más oscuro que el Beluga gris, que es superior; Osetrova, cuyas huevas son más pequeñas que las anteriores y tienen un tono multicolor, entre amarillo pálido y negro y se expende en envases con tapa roja; Sevruga, de color gris negruzco, granos más pequeños de sabor más salado, que es el más barato y también se vende en tarros de tapa roja. El Malossol no es una marca, sino el nombre que el Sevruga recibe en Rusia.
La temperatura ideal para conservar el caviar oscila entre los 12 y los 15 grados. No hay que abrir la lata hasta el momento de servirlo, a fin de evitar su oxidación. Debe consumirse sin romper ni aplastar las huevas.
El cocinero español Juan Mari Arzak recuerda que en la liturgia tradicional del caviar se reglamenta el material de la cucharilla con que se toman las huevas, que debe ser, según las normas clásicas, de oro, nácar, marfil o cuerno, para no desvirtuar el sabor de las míticas huevas de esturión.
El caviar ilustró medallas del siglo IV. Trece siglos más tarde fue la moneda con la que se pagaba a los miembros del cuerpo diplomático extranjero acreditado en Moscú.


© José Luis Alvarez Fermosel

¡Quién lo diría!


viernes, 2 de julio de 2010

Palabras

El camino que siguen las lumbreras del posmodernismo a paso de legionario, rumbo a la entropía, lo recorren también, con no menos celeridad, aquellos que se empeñan en empobrecer y corromper el idioma español.
Empleamos cada vez menos palabras de la lengua en que escribieron Cervantes, Lope de Vega, Quevedo y otros preclaros autores del Siglo de Oro español.
Hay voces hermosas, que cada vez se escuchan menos en la televisión, en la radio, en la calle y en todas partes. Por ejemplo, adiós –se dice sistemáticamente “chao” o “chau” y hasta luego-, cancel, o puerta cancel, cáliz –se ve que cada vez va menos gente a misa-, orear, roca, ilusión –van quedando pocas…-, jacarandá, rostro –en lugar de cara-, lúcido, ánima, añadir –todo el mundo, ¡y ni que decir tiene los cocineros de la televisión!, dice agregar porque todos creen que es más fino-, prodigio, idilio, ronda resquicio, torvo, remanente, chicotear, crepúsculo…
¡Qué tristeza da ver menesteroso y adulterado al dulce español de nuestra América, que califica a las fresas de galanas y convirtió la tristeza en verbo: yo tristeo, tú tristeas, él tristea…!
Se escucha hablar inglés en toda América Latina, pero poca gente dice malambo, huaco, mambuco, Titicaca, chirimoya, tamal, Rimac…
Qué eufónicos, más aún, qué retumbantes los nombres de los volcanes centroamericanos: Mombacho, Omatepe, Momotombo… ¡Qué poético el nombre del río Watan-Watanay, que atraviesa el Cuzco: “Año tras año, qué cansancio…!”
Y aquello que dijo Agustín de Foxá, que recorrió toda la América de habla española, contemplando una puesta de sol en Arequipa: “El gallo silvestre pone su cresta de fiebre, estridente de escarlata, sobre la niebla azuleante y el sol, difuso en amarillos, del atardecer”.
El otro día escuché en un taxi parte de un extenso diálogo entre un conocido locutor de radio y un no menos conocido actor. Se dijeron, entre otras por el estilo, cosas como “m’acuerdo”, “mu bueno”, “como que” –latiguillo infaltable: nada es como tiene que ser, todo es como que-, chabón, caripela, “¿m’entendés?”, “d’esa”, crosta –por costra-, mierda, putear, cagazo…
Nada que ver, por ejemplo, con el Diálogo entre Lactancio y un Arcediano de Alfonso de Valdés, introductor del erasmismo (1) en España.

(1) De Desiderius Erasmus Roterodamus (1446-1536). Personalidad sumamente controvertida y molesta, que se debatió en la encrucijada entre la Reforma protestante y la obsoleta ortodoxia de la Iglesia cristiana. Fue uno de los más brillantes y refinados exponentes del humanismo renacentista.

© José Luis Alvarez Fermosel