domingo, 30 de septiembre de 2012

Más sobre tontos



Hay que tener mucho cuidado con los tontos, porque los protege Dios.
Esta es una de las tantas sentencias del pueblo, que sabe más que Lepe, Lepijo y su hijo. Con ésta, otras por el estilo, refranes, aforismos, dicharachos y ese además tan largo que se saca oportunamente de la manga, conceptúa el idioma y lo salpimenta.
En otro orden de cosas, tampoco conviene ser bueno. Si los buenos somos inferiores a los malos en cantidad, que lo somos, nos exponemos a que nos muelan a palos. Los sarracenos u otros de cualquier raza. La apostilla en verso que sigue, de todos conocida, reafirma con singular contundencia el aserto anterior.               

Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos,
porque Dios protege a los malos
cuando son más que los buenos.

De modo que hay que entontecerse, por así decirlo, por todos los medios; y ser más malo que bueno, a fin de no estar desprotegido. La indefensión es muy perjudicial.
Un gran sabio, Salomón, dijo por su parte: “Stultorum numerus infinitum est”, que traducido del latín significa que el número de tontos es infinito.
Ahora bien, ser tonto no quiere decir no ser vivo. Métele un dedo en la boca a un tonto y verás como te lo muerde.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Parece que estuviéramos en invierno



Apenas entrada la primavera hace un frío que pela. Ya se sabe que la primavera es veleidosa y durante los primeros días de su reinado nos trae lluvias, viento, un poco de frío. Lo malo es que los meteorólogos dicen que la cosa va para largo
Algunos días la temperatura ha bajado a cero grados. Está todo tan revuelto, tan cabeza abajo, tan subvertido, tan “topsy–turvy”, como dicen los ingleses, que hace frío en primavera, y va a seguir haciéndolo.
Uno la saludó como hace siempre, con alegría, con regocijo, con galantería, la piropeó y la primavera tiró las patas por alto y empezó a repartir frío, que seguramente le pidió al invierno porque no quería que se lo llevara todo con él. Pero en invierno hizo muy poco frío. Sólo algunos días fueron típicos de esa estación.
“La gente está muy loca”, decía con un tono especial de voz y mucha gracia una chica en un anuncio publicitario en la televisión.
Por lo que se ve, parece ser que la Naturaleza tampoco está muy cuerda. Será que, como dijo Juan Ignacio Alvarez Fermosel, los hombres la tratamos tan mal que quiere devolvernos la pelota.
De modo que, entronizada ya la primavera, nos estamos muriendo de frío; y lo que no hicimos en invierno lo estamos haciendo ahora: sacando las parkas y los abrigos de los armarios, con sus bolas de naftalina en los bolsillos y endosándonoslos al salir a la calle.
Los jardines están desiertos. Las ramas de los árboles, desnudas, se agitan a impulsos del viento, que ruge como un lobo. Las flores quieren empezar a brotar y no pueden.
Los días están oscuros, aunque no llueva, que llueve bastante.
¡Vaya usted a escardar cebollinos, Primavera, y que le den dos duros!

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 20 de septiembre de 2012

Primavera bajo la Cruz del Sur



Aquí, en este hemisferio, bajo la Cruz del Sur, el 21 de setiembre empieza la primavera y al mismo tiempo –con buen criterio- se celebra el Día del Estudiante.
En el otro hemisferio, en el norte, comienza el otoño.
Ambas estaciones son afortunadas poseedoras de un no sé qué precursor, casi heráldico, de todos modos poético.
Ni la primavera ni el otoño son tan rotundos, tan fuertes como el invierno y el verano –uno con sus comandos de carámbanos y el otro con sus ninfas ardientes- Pero tienen su personalidad.
Definida, la primavera, por su alegría, su diafanidad, el florecimiento de plantas y flores y el despertar –o reverdecer, según el caso… y según la edad- de sentimientos y emociones.
El otoño es un poco melancólico, con eso de que se caen las hojas de los árboles y la luz diurna se apaga antes. Flota en el aire una especie de purpurina y huele a vainilla y a rosas de té, la flor de la mujer del último amor.
El caso es que ha llegado la primavera. Una vez más, la primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido, que dijo el poeta.
Saludémosla con la alegría con que ella se instala en el almanaque, con la ilusión con que la reciben los estudiantes, a quienes felicitamos en su día, nostálgicos de los (lejanos) tiempos en que lo éramos nosotros.

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 19 de septiembre de 2012

La crítica al cubo



El director de cine Fernando Trueba, probablemente enfadado por algún comentario que le hizo el crítico Diego Galán y no le gustó, le arrojó un cubo de agua en San Sebastián, en las provincias vascongadas, al norte de España.
El profesor de ética, pensador, ensayista y polemista Fernando Savater, amigo de Trueba y de Galán y sabedor del incidente, escribió acerca de él un artículo titulado “La crítica al cubo” que incluyó en su compilación de ensayos “Saber vivir”, editada por Ariel.
Reproduzco partes de un párrafo que no tiene desperdicio; y lo hago con tanto más agrado cuanto que a mí tampoco me gustan las bromas pesadas. 

Los más benévolos consideran que tirar un cubo de agua a un señor es una broma de mal gusto. Confieso que a mí todas las bromas me parecen de mal gusto. Detesto las inocentadas, las novatadas de cuar­tel o colegio mayor, las estúpidas gracias del chistoso que se divierte con el desconcierto o el azoro del prójimo (…) La vida ya es lo suficientemente imbécil de por sí como para que enci­ma un pelma se dedique a imitar a Dios y juegue a tomarle a uno el pelo. Hago constar esta disposición de mi ánimo para que se vea que no es por el lado de la posible jocosidad del asunto por el que voy a defender la agresiva mojadura. Pero hay que recono­cer que en cuanto ataque físico al vecino, el cubazo de agua es de los más suaves. ¡Ojalá sustituyera al resto de las armas que por el mundo corren! Si se generalizase el chapuzón como herramienta de combate, las costumbres bélicas de los humanos se alivia­rían notablemente. ¡Ahí es nada, sustituir la lucha por la ducha! Imagínense, por ejemplo, en qué colo­sales baños, pero no de sangre, se resolverían los bombardeos (…) ¿Y qué me cuentan ustedes de los atentados? Figúrense que un día le­yesen la siguiente noticia en primera plana: “El ge­neral Perengánez sufre un vil atentado. Al salir de su despacho en el Alto Estado Mayor, el general Pe­rengánez fue asaltado por un comando terrorista; uno de los agresores, convenientemente encapuchado, le vació un sifón en las mismísimas condecoraciones, mientras un cómplice le soplaba con alevosía un ma­tasuegras a la oreja. El ilustre soldado se encuentra ya afortunadamente repuesto y con la muda limpia, pero ha hecho público que a partir de ahora tomará el vermut siempre seco. La paternidad del crimen la han reclamado, por un lado, los guerrilleros de la Doble A (Aguafiestas Antimilitaristas) y por otro los terroristas de ETA (Enfriamiento Total Arbitrario)”. Pienso que así comenzará algún día el auténtico mun­do feliz.

© Por la transcripción: J. L. A. F.

La revolución de la pólvora


 
“Las armas son necesarias,
pero naide sabe cuándo;
ansina, si andás pasiando,
y de noche sobre todo,
debés llevarlo de modo
que al salir, salga cortando."
(“Martín Fierro”, de José Hernández)

En el principio fue la pólvora. Los chi­nos la usaban para sus fuegos artifi­ciales. Pero cuando llegó a manos de los árabes y los europeos éstos la utilizaron con propósitos bélicos, se inició la era de las armas de fuego y las guerras se sofisticaron y se hicieron más mortíferas, así como los atentados terroristas, por explosivos como el Semtex, el C4 y otros que dejaron a la pólvora, e incluso a la dinamita, en pañales, por no hablar de la cohetería -no precisamente verbenera-, los misiles, la energía atómica, las armas de destrucción masiva…
Se arrinconó la noble espada de los duelos caballerescos; la tizona toledana en cuya hoja campeaba la leyenda: “No me saques sin razón ni me envaines sin honor”.
El facón del gaucho quedó para pinchar chorizos en los asados.
Las lanzas de las cargas de caballería de las guerras románticas –si es que alguna guerra puede ser calificada así-, las de los lanceros bengalíes (1) y las tacuara ya no se ven más que en los museos.
Las armas de fuego tornaron inútiles destrezas como la esgrima, el lanzamiento de boleadoras, de búmeran y todas las artes de defensa y ataque con y sin armas blancas. También equilibraron los tantos. Inmediatamente después de que Samuel Colt inventó el revólver empezó a decirse que Dios hizo los hombres y Colt los hizo iguales.

Arte e historia

Desde el comienzo hubo artesanos especializados en la aplicación de elemen­tos decorativos a los componentes de las armas de fuego largas y cortas: cañón, sistema de ignición, caja y guarnición.
En 1541 Wolf Danner, maestro pro­bador del entonces recién constituido ser­vicio de control de armas de Nüremberg (Alemania), fabricó el arcabuz de rueda para el rey Gustavo I Vasa de Suecia, Tanto el cañón octogonal como la platina se decoraron con motivos florales.
Las armas de fuego empezaron a alige­rarse a principios de siglo XVIII. La pólvora de mejor calidad permitió acortar los cañones. Otros avances aceleraron la tarea de carga y a redujeron los riesgos de explosiones.
Como la posición elevada de los percutores provocaba acci­dentes, hacia 1870 se ideó la escopeta hammerless (sin martillo), en la que el mecanis­mo de percusión estaba en el
Interior del arma.

La pistola primitiva

La pistola primitiva era una especie de arcabuz corto con el que se tiraba apoyan­do la culata en medio del pecho; adoptó progresivamente una forma cada vez más oblicua y curvada para facilitar su sujeción manual.
En el siglo XVII se popularizó un modelo de rueda, antecesor del revól­ver, con un depósito cilindrico giratorio. La usó la caballería de casi todos los paí­ses europeos. El sable fue perdiendo importancia ante las pistolas de arzón y la tercerola. Por fin, a comienzos del siglo XX, apareció la pistola semi automática con car­gador.
Varios apellidos están asociados a la evolución de las armas de fuego. Entre ellos figuran los del estadounidense John Moses Browning, hijo de un fabricante de cañones, que construyó un fusil con siste­ma de carga por la recámara y una pistola semi automática de 7,65 milímetros de calibre.

El Winchester 73

El inglés O. F. Winchester creó el fusil de repetición y el modelo 73 (2) a percusión anular, que tanto se dispararon en la guerra entre blancos e indios, en la América del Norte.
Otro nombre famoso en la conquista del Lejano Oeste americano fue el de Samuel Colt. Este ingeniero norteamericano talló en madera el prototipo de un revólver que tendría varias cámaras para los cartuchos y un cilindro giratorio para disparar los proyectiles mediante un gatillo y un per­cutor.
A su compatriota Philo Remington se debe un fusil precursor de los que se cargaron por la culata. Muy difundido entre los ejércitos de varios países, tuvo su bautismo de fuego en la estadounidense Guerra de Secesión (1861-1865)
Su inventiva no se agotó en el terreno de las armas. Su máquina de coser simplificó el trabajo de costureras y modistas y las modificaciones que intro­dujo a la de escribir cambiaron para siem­pre la vida de periodistas y literatos, como la ha cambiado ahora la computación.

La ideología de la violencia

El desarrollo armamentístico alcanzó en los últimos tiempos niveles pavorosos y fue el catalizador y mantenedor de la Guerra Fría. Los pacifistas sueñan con el desarme mundial y la aplicación de las armas de fuego más sencillas a fines deportivos.
El profesor de ética y polígrafo Fernando Savater, uno de los intelectuales españoles más influyentes del momento, abomina de la ideología de la violencia en su ensayo “Sin armas contra las armas”, calificándola de detestable y repugnante.
Se trata –especifica Savater- de la ideología de quienes cuentan los cañones y las bombas del enemigo para avalar los suyos (o para aumentar su número), la de quienes no ven en el adversario más que la hostilidad que encarna (en su uniforme, en sus creencias, incluso su nacionalidad), y no la humanidad básica que a él nos hermana, la de quienes dicen estar dispuestos a morir por sus ideas sólo para conseguir una  coartada que les permita matar por ellas”.

(1) Alusión a la película “Tres lanceros bengalíes”, dirigida por Henry Hathaway en 1934, protagonizada por Gary Cooper, Franchot Tone y Richard Cromwell y ganadora del Oscar en 1936 a la mejor asistencia de dirección (Clem Beauchamp y Paul Wing). La película narra las aventuras de tres amigos inseparables, soldados del 41 Regimiento de Lanceros de Bengala estacionado en la frontera noroeste de la India cuando se hallaba bajo el dominio colonial británico.
(2) En 1950 se filmó la película “Winchester 73”, perteneciente al género “western”, que dirigió Anthony Mann con James Stewart como actor principal. En ella aparecieron por primera vez Rock Hudson y Tony Curtis.

© José Luis Alvarez Fermosel


lunes, 17 de septiembre de 2012

Adiós, Olga Ferri



Este año maldito para los artistas cobró otra víctima: la excepcional bailarina y coreógrafa Olga Ferri, que nos deja después de haber iluminado los escenarios, siendo algo así como la quintaesencia de la danza, durante muchos años.
Luego se dedicó a la enseñanza y de su escuela salieron primeras figuras.
Era, además, un magnífico ser humano, paciente, bondadoso, amable, modesto, incapaz de hacerle el menor mal a nadie.
Se quedan los malos, lo decimos siempre que se va alguien como Olga Ferri, a quien recordaremos siempre con admiración, gratitud y afecto. Nos hizo pasar muy buenos momentos con su arte, su carisma y su donaire.
Los buenos se van, sí; los buenos artistas, las buenas personas. Se nos dirá que Olga Ferri era muy mayor –no lo era, para estos tiempos-. Se nos dirá que todos, buenos y malos, nos tenemos que ir más tarde o más temprano. Verdades de Pero Grullo, que a la mano cerrada le llamaba puño.
No por eso podemos dejar de lamentar profundamente, hoy y aquí, la desaparición, tan repetida en los últimos tiempos, de la bella gente.

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 14 de septiembre de 2012

La melodía misteriosa



Faetón fue un personaje de la mitología griega, hijo de Climena y de Tetis. Febo le dejó  conducir el carro de fuego del sol, aconsejándole que fuera prudente, ya que del carruaje tiraban fogosos corceles.
Faetón se apartó de la senda trazada, se aproximó demasiado a la tierra y se quemaron cosechas, árboles y se secaron ríos y lagos. Después se elevó más de lo prudente y todo a su alrededor murió de frío. Faetón mismo pereció alcanzado por un rayo que le lanzó Júpiter y se precipitó en el río Erídamo, en cuyo fondo hallaría su morada eterna, pero Apolo le convirtió en cisne.
Un coche de caballos descubierto, de cuatro ruedas, alto y ligero, tomó el nombre del temerario personaje y se llamó faetón, con f minúscula.
Lo que verdaderamente cuenta, en materia de arte y no de curiosidades, es que el gran músico frances Camille Saint Säens eligió el mito griego para escribir el poema sinfónico “Phaeton” en 1833, y así quedó inmortalizado el nombre del dios mitológico. El tipo de coche   llamado faetón, por lo menos el de caballos, hace mucho que dejó de rodar por el mundo.
Volvemos a lo anecdótico para recordar que con un fragmento de esa obra se compuso “La melodía misteriosa”, que se pasaba todos los sábados por la noche en el programa Cabalgata de Fin de Semana de Radio Madrid, presentado por el locutor y animador chileno afincado en Madrid, Bobby Deglané.
Para ganar un sustancioso premio en pesetas había que adivinar cuál era la melodía enmascarada por los músicos de la emisora.
Ganó el premio la primera vez una señora muy mayor que había sido profesora de piano y conocía al dedillo la obra de Saint Säens.
Desvelado el misterio se planteaba otro con otra melodía -no menos enigmática que la anterior-, que quedaba en antena.
Camille Saint Säens no fue ajeno al misterio: escribió una obra de filosofía titulada “Problèmes et Mystères”.

Un niño prodigio

Saint Säens fue un niño prodigio que aprendió a leer y escribir a los tres años. A los cinco compuso su primera obra, la canción “Le soir” y se dedicó a analizar “Don Juan”, utilizando la partitura completa, no la reducción al piano.
A los siete años leía latín, estudiaba con aprovechamiento botánica, entomología, arqueología y astronomía –fue miembro de la Sociedad Astronómica de Francia-. A esa edad comenzó su educación musical propiamente dicha. A los diez años se presentó por primera vez en un escenario.
En su primer recital de piano ofreció tocar de memoria cualquiera de las treinta y dos sonatas de Beethoven.
Su música llegó a Estados Unidos. La Musical Gazette de Boston escribió el 3 de agosto de 1846: “En París hay un niño llamado Camille Saint Säens, que sólo tiene diez años y medio y toca la música de Handel, Bach, Mozart, Beethoven y los maestros más modernos sin tener ante él  ninguna anotación”.
Saint Säens, además de compositor y virtuoso del piano y el órgano, fue un eximio organista –el mejor del mundo, según Listz-, que tocó durante muchos años el órgano en La Madelaine. Fue uno de los primeros musicólogos y un crítico incisivo. Excelente matemático, probó fortuna con la dramaturgia y la poesía. Escribió sobre acústica y ciencias ocultas. Fue el primero de los grandes compositores que escribió música para cine
Temperamento enérgico y batallador, fundó con Romain Bussine en 1871 la Société Nationale de Musique, orientada al fomento de la ejecución y difusión de la nueva música francesa.

Ecléctico y progresista

Estilísticamente se le considera un ecléctico, aunque no faltaron quienes le calificaron de archiconservador. Se alió, sin embargo, con progresistas como Listz y Schumann. De cualquier modo, durante su larga vida –del 9 de octubre de 1835 al 16 de noviembre de 1921- abarcó muchas de las revoluciones musicales e hizo sus propios aportes.
Charles Camille Saint Säens fue un músico singular y polifacético: compositor, pianista, organista, director de orquesta, profesor. Escribió música de gran belleza, caracterizada por su claridad, proporción, armonía y precisión.
Defendió a ultranza el poema sinfónico y la música absoluta. Dotado para componer música del estilo de otras culturas y otras épocas, escribió un concierto egipcio, una suite argelina, una rapsodia bretona, canciones persas, caprichos rusos y árabes y barcarolas portuguesas.
La principal de sus 12 óperas fue “Sansón y Dalila”. Quizás la más conocida de sus 400 obras sea el poema sinfónico “La danza macabra”.
Añádanse cinco conciertos para piano, tres conciertos para violín, dos conciertos para violoncelo, el oratorio “El diluvio” y el “Carnaval de los animales”, de donde proviene “El cisne”.
Fue, desde luego, el autor de… “La melodía misteriosa”, o al menos de una de ellas: “Phaeton”.

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 10 de septiembre de 2012

Pifo Rebolledo liga



Epifanio Rebolledo, también llamado Pifo y condestable, pues era el jefe supremo de un ejército de escritores fracasados (como él mismo), salió de la comisaría donde había pasado la noche arrestado por insultar a un ministro que cenaba de tapadillo con su querida en un figón de la calle Echegaray (1).
Rebolledo iba de blazer azul y pantalón de gabardina color garbanzo, con una gran mancha de grasa en la pernera izquierda, por encima de la rodilla. Un lápiz de madera amarilla, con una pequeña goma de borrar colorada en el extremo, sobresalía del bolsillo superior de la chaqueta, a la que le faltaba un botón dorado.
Llevaba bajo el brazo un número medio roto de la revista “La Codorniz” correspondiente al 8 de mayo de 1956, un ejemplar muy usado de “Hojas de hierba”, de Walt Whitman y un cuaderno de hojas rayadas con textos escritos a mano con letra redondilla en tinta azul.
Encogíase y estremecíase el condestable en la húmeda y fría mañana de enero, en un Madrid solitario y deslavazado, a hora dominical muy temprana. Empezaban a abrirse las churrerías y olía a aceite caliente y anís.
El cornetín de órdenes de la guardia del Ministerio del Ejército le produjo un estremecimiento a la cercana Cibeles (foto). Siempre pasa lo mismo.
Los cascos de un viejo penco, matalón pero animoso, rebotaron contra el asfalto charolado por la llovizna. Avanzaba al ralentí el coche de caballos de Melitón, uno de los dos vehículos de tracción animal que aún quedaban en Madrid; el otro era el del Madriles.
(César González-Ruano consignó que Melitón era sordo y borrachín… y Madriles no era sordo.)

No se veía un alma

El auriga divisó entre la neblina mañanera la desmedrada figura del condestable y le llamó.
Pifo Rebolledo se llegó al pesetero. Posó una cuarteada bota color vino de Burdeos sobre el estribo, luego la otra y se izó al pescante.
Melitón sacó a relucir una bota (ésta de vino) y ofreció:
-¡Eche usted un traguete, señor condestable…! ¡Para matar el gusanillo! ¡Es aguardiente del bueno, de Chinchón (2)!
El condestable Rebolledo no se hizo rogar y le dio un tiento a la bota.
El baqueteado landó reemprendió su marcha por la calle de Alcalá arriba. No se veía un alma.
Melitón respetaba el silencio del condestable, enfrascado en sus pensamientos. Los dos personajes de retablo, valleinclanescos, ramonianos, parecían dirigirse a un Walhalla, si es que lo hubiere,  para derrotados, aunque con honor.
De pronto, chirriaron los frenos de un automóvil que se detuvo al costado del coche de Melitón. El rocín estuvo a punto de cumplir con su deber y encabritarse, pero lo pensó mejor y se limitó a detenerse y piafar discretamente.
Un niño bien, de esmóquin, con la corbata de lazo desanudada, salió arrastrando a una damisela igualmente vestida de fiesta que lloraba a gritos. El galán le pegó un bofetón de cuello vuelto. No es el mejor remedio contra el llanto.
Rebolledo saltó del carricoche, en dos zancadas se plantó frente al quídam y con ciencia boxística (mal) aprendida en el gimnasio Juventud de la calle de Fuencarral, arremetió con un doble Carpentier que resultó ineficaz debido a su falta de peso. Su contendiente, mejor aprendido, cerró la guardia y avanzó con la izquierda en punta.
Pero la providencia había puesto bajo sus pies una cáscara de banana que le hizo resbalar y dio con su cuerpo en tierra, al pie de una acacia contra la que se golpeó la cabeza, quedando “hors de combat”.
La muchacha dejó de llorar y se instaló inmediatamente en el carruaje de Melitón. El condestable tardó unos segundos en unírsele. Le acarició la mejilla golpeada, que iba adquiriendo un vívido tono escarlata. Ella le apoyó la cabeza en el hombro.
El vehículo reemprendió su marcha sin rumbo pero con fe en la mañana que empezaba a iluminar un sol lavado e indolente.
¡Porque el condestable había ligado! (3)

(1) La calle Echegaray, cerca de la Puerta del Sol, corta la Carrera de San Jerónimo. Tiene un pasado turbulento de tabernas de “cantaores” flamencos, truchimanes, proxenetas, timadores y demás gente de avería. Eran comunes las peleas multitudinarias en las que casi siempre salía a relucir una navaja. La última estrofa del tango “Garufa” se cambió en aquellos tiempos, cantándose así: “Tu vieja dice que sos un bandido, porque supo que te vieron, la otra noche, en la calle Echegaray”.
(2) Chinchón es uno de los pueblos más pintorescos de la Comunidad de Madrid. Racimos de casas agrupadas en cerros cobijan su singular Plaza Mayor. Recursos turísticos y productos agrarios están en contínuo desarrollo. Es famoso su aguardiente anisado, dulce, semiseco, seco y extra seco. Este último, por su alta graduación, no se diferencia mucho del alcohol medicinal.
(3) En el argot de cierto colectivo madrileño es conquistar una mujer.

© José Luis Alvarez Fermosel

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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Listos con tontos dentro



El mundo está lleno de listos. Debe ser así porque todos lo dicen. Todavía no escuché a nadie decir: “Yo, la verdad, aquí donde me ve usted, soy tonto”.
Con todo, hay que hacer un poco de introspección, de verse por dentro, a fin de saber si se tiene un tonto.
Porque la mayoría de los listos lo tienen: un tonto agazapado y anhelante que se muere por salir; el listo le da vía libre con frecuencia: el tonto sale y hace una tontería, claro, que para eso está.
Pasa un poco con esto como con el alma, esa flatulencia maravillosa que se nos escapa sin ruido al morir, que dijo el poeta. Dicen que el alma pesa veintisiete gramos, entre paréntesis.
Un dicho popular reza que cada uno tiene su alma en su almario (almario, de alma, con l, no armario, como suele ponerse.)
Una vez cometida la tontería, el tonto se vuelve a su claustro y ahí se queda agazapado, a la espera de que se le presente otra oportunidad para hacer de las suyas.
Las personas inteligentes no llevan tonto. Es que una cosa es ser inteligente y otra ser listo. Una criatura inteligente no necesariamente tiene que ser lista. Hay algunos y  privilegiados individuos que son inteligentes y listos al mismo tiempo. Son pocos.
Los listos no suelen ser inteligentes, pero les va muy bien en la vida, aunque esa es otra cuestión.

El antropoide

En todos, inteligentes, listos, tontos, cada mañana, al despertar, un antropoide nace y se despereza en nosotros. El primero que se atrevió a decirlo fue Francisco Umbral.
El primate se cree que el día va a ser de su exclusiva propiedad, que todo el monte va a ser oregano y nos puede obligar a hacer cuanta torpeza, ordinariez, majadería y disparate se le ocurra.
Hay que distraerle con baños con sales inglesas, desayunos relajantes, juegos de palabras, colonias, camisas limpias, corbatas italianas… (Es verdad: ya no se lleva corbata.)
Se reduce al simio con armonía, metafísica, la estética de Baumgarten, estabilidad y aun con endecasílabos.
Que el cuadrumano, que es un muñidor, no campe por sus respetos; no podemos permitirle que nos haga un mal tercio. El día tiene que ser nuestro, del alba al  anochecer: limpio, claro, alegre, Apenas amanezca ha de aparecer, por más que esté nublado, un rayo de luz mientras el sol lucha por abrirse paso, cada vez más luminoso.
Vamos despertándonos lentamente, es decir, vamos remoloneando. Nos despierta del todo, y nos eleva a increíbles alturas, la universal  y bellísima “canzonetta” italiana “Maria, Mari (Oh, Mari)”:
Oh, Mari, oh, Mari…
Quanto sonno che perdo per te
Fam’ addurmi,
abbracciato nu poco con te…!
                                 
© José Luis Alvarez Fermosel




domingo, 2 de septiembre de 2012

John Singer Sargent



John Singer Sargent fue un pintor multifacético y cosmopolita. Nació, de un acaudalado matrimonio estadounidense que viajaba por todo el mundo, en Florencia, en 1856 y murió en Londres, en 1925.
Como persona, los rasgos más salientes de su carácter fueron su bondad, su sentido del humor, su distinción y su elegancia.
Sargent, Mary Casatt, Whistler y otros pintores norteamericanos se codearon en París y Londres con los más conspicuos representantes del impresionismo y otros de tendencias posteriores.
Thomas Cole, Emanuel Gotlieb Luetze y Caleb Bingham fueron excelentes paisajistas.
Sargent se dedicó fundamentalmente al retrato y pintó, sobre todo, a personalidades de la “high life” de su país.
Recibió influencias de Velázquez y Manet.
Los personajes que retrató son comparables a los descritos en las novelas contemporáneas de Henry James.
Fue amigo de muchos escritores de su época, incluído Robert Louis Stevenson, de quien pintó un retrato considerado como uno de sus mejores.

© José Luis Alvarez Fermosel

Vídeo:

sábado, 1 de septiembre de 2012

Los libros que se van



Estoy, con lágrimas en los ojos, o poco menos, haciendo la enésima purga de libros.
No hay más remedio. Ya no caben más, y eso que acabo de comprar otra biblíoteca para guardar los diccionarios y los libros de cine. Tampoco tengo más lugar para nuevas bibliotecas.
Me ha pasado más de una vez lo que a mi compatriota y colega Juan José Millás, que contó recientemente en un artículo, en el que se daban la mano la melancolía y el humor, cómo no encuentra cada dos por tres en su atestada biblioteca el libro que necesita y, después de una prolongada e infructuosa búsqueda, tiene que salir a la calle y comprarlo otra vez.
No es que Millás, otros aficionados a la lectura que, además, necesitan libros para trabajar y yo tengamos nuestras bibliotecas desorganizadas; es que seguimos comprando libros, no encontramos ya donde colocarlos, los dejamos provisionalmente encima de otros, en una de las hileras de la biblioteca, o en cualquier sitio; y ya se sabe lo que pasa con lo que no se guarda en su lugar, y, en otro orden, cuando se deja para mañana lo que se puede hacer hoy. Los libros van amontonándose por todas partes y llega un momento en el que uno se da cuenta de que tiene que descartar algunos, que es exactamente lo que estoy haciendo yo.

El libro electrónico

Esto me ocurre por no comprar, de una vez por todas, el tan publicitado “e-book” o libro electrónico, que no es un libro: es una tableta que almacena miles de libros, cuyas hojas  aparecen en la pantalla apenas se oprime un botón.
Se hace muy cuesta arriba dejar de lado el libro de toda la vida, y no poder acariciar, nada más comprarlo, la superficie satinada y policroma de la cubierta, ni sentir su olor a tinta y  papel, a lápiz, a goma de borrar, a colegio… y a libro, cuya fragancia –porque de una fragancia se trata- ocupa un lugar preeminente entre las que regocijan nuestra pituitaria.
Pocas sensaciones hay tan gratas como la de entrar en un gigantesco "book store" de Washington, una librería de lance de Montevideo, la Casa del Libro de Madrid o un puesto en una calle, en cualquier ciudad del mundo, a ver libros.
¡Qué recreo para la vista, el olfato y el tacto! Porque uno empieza enseguida a mirar los libros, a tocarlos, a hojearlos.
Nos fijamos primero en las novedades, pasamos luego a las reediciones de algunos clásicos-que nunca faltan-, de éstas a los libros de historia y de música y por ultimo a los policiales.

Echar el día a libros

Siempre se tiene algo que consultar o comentar con los empleados de las librerías, que suelen ser muy afables y saben muchísimo de libros.
De tanto en tanto se echa el día a perros, o sea, que uno se dedica a la agradable ocupación de no hacer nada que preconizaba Plinio el Viejo. ¡Cuántas veces habrá uno echado el día a libros y habrá barrido sus preocupaciones y aventado sus murrias recorriendo librerías hasta que la danza de las horas pareció detenerse, porque uno se olvidó de contabilizarlas en el medidor ajustado a su muñeca!                                              
En fin..., que estoy abocado a la ingrata labor de separarme de varios libros que ya no me caben en ninguna parte.
Es triste, como decirle adiós a un querido amigo que se va a un país remoto y sabe Dios cuando volveremos a verlo, o si volveremos a verlo alguna vez.
Repetir "in extenso" lo que es el libro, su significado, su influencia, su importancia en la formación y el posterior desarrollo del ser humano y el placer que depara su lectura sería una obviedad como la copa de un pino. Bastan y sobran las palabras que le atribuye el poeta:
Si quieres saber, te enseño.
Te alivio si sufres daño.
Si estás solo, te acompaño.
Me callo si tienes sueño.

© José Luis Alvarez Fermosel