El mundo está lleno
de listos. Debe ser así porque todos lo dicen. Todavía no escuché a nadie decir:
“Yo, la verdad, aquí donde me ve usted, soy tonto”.
Con todo, hay que
hacer un poco de introspección, de verse por dentro, a fin de saber si se tiene
un tonto.
Porque la mayoría de
los listos lo tienen: un tonto agazapado y anhelante que se muere por salir; el
listo le da vía libre con frecuencia: el tonto sale y hace una tontería, claro,
que para eso está.
Pasa un poco con
esto como con el alma, esa flatulencia maravillosa que se nos escapa sin ruido
al morir, que dijo el poeta. Dicen que el alma pesa veintisiete gramos, entre
paréntesis.
Un dicho popular
reza que cada uno tiene su alma en su almario (almario, de alma, con l, no armario, como suele ponerse.)
Una vez cometida la
tontería, el tonto se vuelve a su claustro y ahí se queda agazapado, a la
espera de que se le presente otra oportunidad para hacer de las suyas.
Las personas inteligentes
no llevan tonto. Es que una cosa es ser inteligente y otra ser listo. Una
criatura inteligente no necesariamente tiene que ser lista. Hay algunos y privilegiados individuos que son inteligentes
y listos al mismo tiempo. Son pocos.
Los listos no suelen
ser inteligentes, pero les va muy bien en la vida, aunque esa es otra cuestión.
El antropoide
En todos,
inteligentes, listos, tontos, cada mañana, al despertar, un antropoide nace y se
despereza en nosotros. El primero que se atrevió a decirlo fue Francisco
Umbral.
El primate se cree
que el día va a ser de su exclusiva propiedad, que todo el monte va a ser oregano
y nos puede obligar a hacer cuanta torpeza, ordinariez, majadería y disparate
se le ocurra.
Hay que distraerle
con baños con sales inglesas, desayunos relajantes, juegos de palabras,
colonias, camisas limpias, corbatas italianas… (Es verdad: ya no se lleva
corbata.)
Se reduce al simio con
armonía, metafísica, la estética de Baumgarten, estabilidad y aun con endecasílabos.
Que el cuadrumano, que
es un muñidor, no campe por sus respetos; no podemos permitirle que nos haga un
mal tercio. El día tiene que ser nuestro, del alba al anochecer: limpio, claro, alegre, Apenas
amanezca ha de aparecer, por más que esté nublado, un rayo de luz mientras el
sol lucha por abrirse paso, cada vez más luminoso.
Vamos despertándonos
lentamente, es decir, vamos remoloneando. Nos despierta del todo, y nos eleva a
increíbles alturas, la universal y
bellísima “canzonetta” italiana “Maria, Mari (Oh, Mari)”:
Oh, Mari, oh, Mari…
Quanto sonno che perdo per te
Fam’ addurmi,
abbracciato nu poco con te…!
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