miércoles, 5 de septiembre de 2012

Listos con tontos dentro



El mundo está lleno de listos. Debe ser así porque todos lo dicen. Todavía no escuché a nadie decir: “Yo, la verdad, aquí donde me ve usted, soy tonto”.
Con todo, hay que hacer un poco de introspección, de verse por dentro, a fin de saber si se tiene un tonto.
Porque la mayoría de los listos lo tienen: un tonto agazapado y anhelante que se muere por salir; el listo le da vía libre con frecuencia: el tonto sale y hace una tontería, claro, que para eso está.
Pasa un poco con esto como con el alma, esa flatulencia maravillosa que se nos escapa sin ruido al morir, que dijo el poeta. Dicen que el alma pesa veintisiete gramos, entre paréntesis.
Un dicho popular reza que cada uno tiene su alma en su almario (almario, de alma, con l, no armario, como suele ponerse.)
Una vez cometida la tontería, el tonto se vuelve a su claustro y ahí se queda agazapado, a la espera de que se le presente otra oportunidad para hacer de las suyas.
Las personas inteligentes no llevan tonto. Es que una cosa es ser inteligente y otra ser listo. Una criatura inteligente no necesariamente tiene que ser lista. Hay algunos y  privilegiados individuos que son inteligentes y listos al mismo tiempo. Son pocos.
Los listos no suelen ser inteligentes, pero les va muy bien en la vida, aunque esa es otra cuestión.

El antropoide

En todos, inteligentes, listos, tontos, cada mañana, al despertar, un antropoide nace y se despereza en nosotros. El primero que se atrevió a decirlo fue Francisco Umbral.
El primate se cree que el día va a ser de su exclusiva propiedad, que todo el monte va a ser oregano y nos puede obligar a hacer cuanta torpeza, ordinariez, majadería y disparate se le ocurra.
Hay que distraerle con baños con sales inglesas, desayunos relajantes, juegos de palabras, colonias, camisas limpias, corbatas italianas… (Es verdad: ya no se lleva corbata.)
Se reduce al simio con armonía, metafísica, la estética de Baumgarten, estabilidad y aun con endecasílabos.
Que el cuadrumano, que es un muñidor, no campe por sus respetos; no podemos permitirle que nos haga un mal tercio. El día tiene que ser nuestro, del alba al  anochecer: limpio, claro, alegre, Apenas amanezca ha de aparecer, por más que esté nublado, un rayo de luz mientras el sol lucha por abrirse paso, cada vez más luminoso.
Vamos despertándonos lentamente, es decir, vamos remoloneando. Nos despierta del todo, y nos eleva a increíbles alturas, la universal  y bellísima “canzonetta” italiana “Maria, Mari (Oh, Mari)”:
Oh, Mari, oh, Mari…
Quanto sonno che perdo per te
Fam’ addurmi,
abbracciato nu poco con te…!
                                 
© José Luis Alvarez Fermosel




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