lunes, 10 de septiembre de 2012

Pifo Rebolledo liga



Epifanio Rebolledo, también llamado Pifo y condestable, pues era el jefe supremo de un ejército de escritores fracasados (como él mismo), salió de la comisaría donde había pasado la noche arrestado por insultar a un ministro que cenaba de tapadillo con su querida en un figón de la calle Echegaray (1).
Rebolledo iba de blazer azul y pantalón de gabardina color garbanzo, con una gran mancha de grasa en la pernera izquierda, por encima de la rodilla. Un lápiz de madera amarilla, con una pequeña goma de borrar colorada en el extremo, sobresalía del bolsillo superior de la chaqueta, a la que le faltaba un botón dorado.
Llevaba bajo el brazo un número medio roto de la revista “La Codorniz” correspondiente al 8 de mayo de 1956, un ejemplar muy usado de “Hojas de hierba”, de Walt Whitman y un cuaderno de hojas rayadas con textos escritos a mano con letra redondilla en tinta azul.
Encogíase y estremecíase el condestable en la húmeda y fría mañana de enero, en un Madrid solitario y deslavazado, a hora dominical muy temprana. Empezaban a abrirse las churrerías y olía a aceite caliente y anís.
El cornetín de órdenes de la guardia del Ministerio del Ejército le produjo un estremecimiento a la cercana Cibeles (foto). Siempre pasa lo mismo.
Los cascos de un viejo penco, matalón pero animoso, rebotaron contra el asfalto charolado por la llovizna. Avanzaba al ralentí el coche de caballos de Melitón, uno de los dos vehículos de tracción animal que aún quedaban en Madrid; el otro era el del Madriles.
(César González-Ruano consignó que Melitón era sordo y borrachín… y Madriles no era sordo.)

No se veía un alma

El auriga divisó entre la neblina mañanera la desmedrada figura del condestable y le llamó.
Pifo Rebolledo se llegó al pesetero. Posó una cuarteada bota color vino de Burdeos sobre el estribo, luego la otra y se izó al pescante.
Melitón sacó a relucir una bota (ésta de vino) y ofreció:
-¡Eche usted un traguete, señor condestable…! ¡Para matar el gusanillo! ¡Es aguardiente del bueno, de Chinchón (2)!
El condestable Rebolledo no se hizo rogar y le dio un tiento a la bota.
El baqueteado landó reemprendió su marcha por la calle de Alcalá arriba. No se veía un alma.
Melitón respetaba el silencio del condestable, enfrascado en sus pensamientos. Los dos personajes de retablo, valleinclanescos, ramonianos, parecían dirigirse a un Walhalla, si es que lo hubiere,  para derrotados, aunque con honor.
De pronto, chirriaron los frenos de un automóvil que se detuvo al costado del coche de Melitón. El rocín estuvo a punto de cumplir con su deber y encabritarse, pero lo pensó mejor y se limitó a detenerse y piafar discretamente.
Un niño bien, de esmóquin, con la corbata de lazo desanudada, salió arrastrando a una damisela igualmente vestida de fiesta que lloraba a gritos. El galán le pegó un bofetón de cuello vuelto. No es el mejor remedio contra el llanto.
Rebolledo saltó del carricoche, en dos zancadas se plantó frente al quídam y con ciencia boxística (mal) aprendida en el gimnasio Juventud de la calle de Fuencarral, arremetió con un doble Carpentier que resultó ineficaz debido a su falta de peso. Su contendiente, mejor aprendido, cerró la guardia y avanzó con la izquierda en punta.
Pero la providencia había puesto bajo sus pies una cáscara de banana que le hizo resbalar y dio con su cuerpo en tierra, al pie de una acacia contra la que se golpeó la cabeza, quedando “hors de combat”.
La muchacha dejó de llorar y se instaló inmediatamente en el carruaje de Melitón. El condestable tardó unos segundos en unírsele. Le acarició la mejilla golpeada, que iba adquiriendo un vívido tono escarlata. Ella le apoyó la cabeza en el hombro.
El vehículo reemprendió su marcha sin rumbo pero con fe en la mañana que empezaba a iluminar un sol lavado e indolente.
¡Porque el condestable había ligado! (3)

(1) La calle Echegaray, cerca de la Puerta del Sol, corta la Carrera de San Jerónimo. Tiene un pasado turbulento de tabernas de “cantaores” flamencos, truchimanes, proxenetas, timadores y demás gente de avería. Eran comunes las peleas multitudinarias en las que casi siempre salía a relucir una navaja. La última estrofa del tango “Garufa” se cambió en aquellos tiempos, cantándose así: “Tu vieja dice que sos un bandido, porque supo que te vieron, la otra noche, en la calle Echegaray”.
(2) Chinchón es uno de los pueblos más pintorescos de la Comunidad de Madrid. Racimos de casas agrupadas en cerros cobijan su singular Plaza Mayor. Recursos turísticos y productos agrarios están en contínuo desarrollo. Es famoso su aguardiente anisado, dulce, semiseco, seco y extra seco. Este último, por su alta graduación, no se diferencia mucho del alcohol medicinal.
(3) En el argot de cierto colectivo madrileño es conquistar una mujer.

© José Luis Alvarez Fermosel

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