Epifanio Rebolledo,
también llamado Pifo y condestable, pues era el jefe supremo de un ejército de
escritores fracasados (como él mismo), salió de la comisaría donde había pasado
la noche arrestado por insultar a un ministro que cenaba de tapadillo con su
querida en un figón de la calle Echegaray (1).
Rebolledo iba de
blazer azul y pantalón de gabardina color garbanzo, con una gran mancha de
grasa en la pernera izquierda, por encima de la rodilla. Un lápiz de madera
amarilla, con una pequeña goma de borrar colorada en el extremo, sobresalía del
bolsillo superior de la chaqueta, a la que le faltaba un botón dorado.
Llevaba bajo el
brazo un número medio roto de la revista “La Codorniz” correspondiente al 8 de mayo
de 1956, un ejemplar muy usado de “Hojas de hierba”, de Walt Whitman y un
cuaderno de hojas rayadas con textos escritos a mano con letra redondilla en
tinta azul.
Encogíase y
estremecíase el condestable en la húmeda y fría mañana de enero, en un Madrid
solitario y deslavazado, a hora dominical muy temprana. Empezaban a abrirse las
churrerías y olía a aceite caliente y anís.
El cornetín de
órdenes de la guardia del Ministerio del Ejército le produjo un estremecimiento
a la cercana Cibeles (foto). Siempre pasa lo mismo.
Los cascos de un viejo
penco, matalón pero animoso, rebotaron contra el asfalto charolado por la
llovizna. Avanzaba al ralentí el coche de caballos de Melitón, uno de los dos
vehículos de tracción animal que aún quedaban en Madrid; el otro era el del
Madriles.
(César
González-Ruano consignó que Melitón era sordo y borrachín… y Madriles no era
sordo.)
No se veía un alma
El auriga divisó entre
la neblina mañanera la desmedrada figura del condestable y le llamó.
Pifo Rebolledo se
llegó al pesetero. Posó una cuarteada bota color vino de Burdeos sobre el
estribo, luego la otra y se izó al pescante.
Melitón sacó a
relucir una bota (ésta de vino) y ofreció:
-¡Eche usted un traguete, señor condestable…! ¡Para matar el gusanillo!
¡Es aguardiente del bueno, de Chinchón (2)!
El condestable
Rebolledo no se hizo rogar y le dio un tiento a la bota.
El baqueteado landó
reemprendió su marcha por la calle de Alcalá arriba. No se veía un alma.
Melitón respetaba el
silencio del condestable, enfrascado en sus pensamientos. Los dos personajes de
retablo, valleinclanescos, ramonianos, parecían dirigirse a un Walhalla, si es
que lo hubiere, para derrotados, aunque
con honor.
De pronto,
chirriaron los frenos de un automóvil que se detuvo al costado del coche de
Melitón. El rocín estuvo a punto de cumplir con su deber y encabritarse, pero
lo pensó mejor y se limitó a detenerse y piafar discretamente.
Un niño bien, de
esmóquin, con la corbata de lazo desanudada, salió arrastrando a una damisela
igualmente vestida de fiesta que lloraba a gritos. El galán le pegó un bofetón
de cuello vuelto. No es el mejor remedio contra el llanto.
Rebolledo saltó del
carricoche, en dos zancadas se plantó frente al quídam y con ciencia boxística
(mal) aprendida en el gimnasio Juventud de la calle de Fuencarral, arremetió
con un doble Carpentier que resultó ineficaz debido a su falta de peso. Su contendiente,
mejor aprendido, cerró la guardia y avanzó con la izquierda en punta.
Pero la providencia
había puesto bajo sus pies una cáscara de banana que le hizo resbalar y dio con
su cuerpo en tierra, al pie de una acacia contra la que se golpeó la cabeza,
quedando “hors de combat”.
La muchacha dejó de
llorar y se instaló inmediatamente en el carruaje de Melitón. El condestable
tardó unos segundos en unírsele. Le acarició la mejilla golpeada, que iba
adquiriendo un vívido tono escarlata. Ella le apoyó la cabeza en el hombro.
El vehículo
reemprendió su marcha sin rumbo pero con fe en la mañana que empezaba a
iluminar un sol lavado e indolente.
¡Porque el
condestable había ligado! (3)
(1) La calle
Echegaray, cerca de la Puerta del Sol, corta la Carrera de San Jerónimo. Tiene
un pasado turbulento de tabernas de “cantaores” flamencos, truchimanes, proxenetas,
timadores y demás gente de avería. Eran comunes las peleas multitudinarias en
las que casi siempre salía a relucir una navaja. La última estrofa del tango
“Garufa” se cambió en aquellos tiempos, cantándose así: “Tu vieja dice que sos
un bandido, porque supo que te vieron, la otra noche, en la calle Echegaray”.
(2) Chinchón es uno
de los pueblos más pintorescos de la Comunidad de Madrid. Racimos de casas
agrupadas en cerros cobijan su singular Plaza Mayor. Recursos turísticos y
productos agrarios están en contínuo desarrollo. Es famoso su aguardiente
anisado, dulce, semiseco, seco y extra seco. Este último, por su alta
graduación, no se diferencia mucho del alcohol medicinal.
(3) En el argot de
cierto colectivo madrileño es conquistar una mujer.
© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:
No hay comentarios:
Publicar un comentario