Aquí, en este
hemisferio, bajo la Cruz del Sur, el 21 de setiembre empieza la primavera y al
mismo tiempo –con buen criterio- se celebra el Día del Estudiante.
En el otro
hemisferio, en el norte, comienza el otoño.
Ambas estaciones son
afortunadas poseedoras de un no sé qué precursor, casi heráldico, de todos
modos poético.
Ni la primavera ni
el otoño son tan rotundos, tan fuertes como el invierno y el verano –uno con
sus comandos de carámbanos y el otro con sus ninfas ardientes- Pero tienen su
personalidad.
Definida, la
primavera, por su alegría, su diafanidad, el florecimiento de plantas y flores
y el despertar –o reverdecer, según el caso… y según la edad- de sentimientos y
emociones.
El otoño es un poco
melancólico, con eso de que se caen las hojas de los árboles y la luz diurna se
apaga antes. Flota en el aire una especie de purpurina y huele a vainilla y a
rosas de té, la flor de la mujer del último amor.
El caso es que ha
llegado la primavera. Una vez más, la primavera ha venido, nadie sabe cómo ha
sido, que dijo el poeta.
Saludémosla con la
alegría con que ella se instala en el almanaque, con la ilusión con que la
reciben los estudiantes, a quienes felicitamos en su día, nostálgicos de los
(lejanos) tiempos en que lo éramos nosotros.
© José Luis Alvarez Fermosel
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